Entrevista con Emilio Muñoz - Plaza de Toros de Las Ventas

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ENTREVISTA
Emilio Muñoz:
“Para triunfar en Madrid
me hubiera hecho falta una
cuadrilla de psicólogos”
“Para ser torero hacen falta dos circunstancias esenciales: primero, ser torero (aptitud), y segundo, saber ser torero (conducta). De esta segunda condición, tiene que encargarse el hombre que lleva dentro al torero. Torero y hombre deben marchar juntos, al mismo paso. Si alguno se adelanta, que se adelante el hombre y que abra paso al torero. El que resuelve
los momentos difíciles del torero es el hombre. Esto lo saben todos los toreros”. Gregorio Corrochano, ¿Qué es torear?
Texto: José Ignacio de la Serna Miró
Fotos: Constante y Archivo de Espasa Calpe
Pregunta | Con la experiencia de ahora,
¿comenzaría a torear con nueve años?
Respuesta |Eso es difícil de saber. De lo que sí
me preocuparía es de hacer las cosas mejor.
Al principio no tienes noción de la realidad
y todo es un juego. Luego te vas dando cuenta de que esto es muy serio, de que tarde o temprano llegan los porrazos, la responsabilidad,
el miedo, el fracaso… Pero no pienso que sea
perjudicial empezar tan temprano. Mi padre
hizo las cosas bien.
¿Por qué?
Porque me puso delante del toro progresivamente, sin prisa, calculando cada paso que
daba. Empecé con becerros de noventa kilos,
y luego, cuando veía que podía con ellos, diez
kilos más, y así poco a poco. Pero si un día veía
que no era capaz, otra vez a empezar.
¿Era buen aficionado?
Muy bueno. Quiso ser torero, pero no pudo.
Me dio tres o cuatro consejos fundamentales.
El más importante, que el toreo bueno se hace
con la pata ‘p’adelante’. Y despacio. Que tuviera presente los tercios, siempre en paralelo a las tablas.
Lo de la pata ‘p’adelante’ se va perdiendo.
Ahora se descarga excesivamente la suerte.
En la mayoría de los casos, a partir del primer muletazo los toreros esconden la pierna
de salida.
¿Lo impone el toro?
No. Esa forma de torear te permite alargar los
muletazos, pero es menos pura. Y la pureza es
la esencia del toreo. Si no quieres cargar la
suerte, por lo menos no la descargues, quédate
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en un término medio. Al toro hay que darle
el pecho.
¿Quién le puso Emilio-temple-Muñoz?
Vicente Zabala, en una crónica que escribió
con motivo de mi presentación con picadores en Valencia. Aquello marcó un antes y
un después en mi carrera. Zabala tenía un
peso tremendo en la Fiesta. Gozaba del respeto y del crédito de profesionales y aficionados.
¿Antes ‘servían’ las crónicas más que ahora?
Siempre valen. Lo que ocurre es que ahora hay
más medios de comunicación. En aquella época no había mucha gente con la fuerza de Vicente Zabala.
¿Lo suyo fue un caso de afición?
Me atraía el mundo del toro. Recuerdo que la
primera vez que me puse delante de un becerro fue en un espectáculo cómico taurino
musical de enanitos toreros, que rejoneaban
en poni. Mi padre montaba muchos festejos
por los pueblos. Ese día yo estaba en el burladero con mi hermano Paco, al lado de un capote y, cosas de chavales, lo agarré y le pegué
tres lances al becerro. Ese fue mi debut.
Acompañaba a mi padre a embarcar los toros,
a repartir carteles por las calles… En fin, que
cuando me quise dar cuenta ya estaba metido en esto. Sin embargo, cuando descubro que
de verdad quiero ser torero fue tras mi retirada
de 1986.
¡14 años después de debutar en público!
¿Cómo se puede estar tanto tiempo ejerciendo una profesión tan exigente sin estar convencido?
Empiezas con becerros, como si fuera un
juego, te dicen que eres un niño prodigio,
triunfas de novillero y cuando te vienes a dar
cuenta estás en una plaza como Valencia
junto a Paquirri y Dámaso González, con el
papel acabado. Te metes en una rueda de la
que no eres capaz de salir. Afortunadamente,
las cosas no salieron bien y decidí quitarme.
¿Qué pasó durante esos tres años de inactividad?
Me casé y tuve tres hijos. Era feliz. Pero reconozco que una de las cosas que motivaron mi
retirada fue la muerte de Paquirri. Me afectó
mucho a nivel personal. Para mí era como
un dios. Me sirvió para tomar conciencia de
lo que realmente era esta profesión. Si a
alguien tan poderoso y tan preparado le
había matado un toro, lo mismo nos podía
suceder a cualquiera. Yo estaba convaleciente
de una cornada en Nimes cuando me dieron
la noticia. Al enterarme me escapé de la clínica sólo para ver a Paquirri de cuerpo
presente. ¡Y cómo me impresionó verlo allí…!
Después me encerré en casa y no salí en una
semana.
”M
is circunstancias familiares y
personales condicionaron mi carácter.
Las cosas que te ocurren de pequeño
dejan una huella imborrable”
¿En qué pensaba?
Me asaltaron muchas dudas.
¿De qué tipo?
Dudas existenciales. Me preguntaba qué hacía
en el toreo. Por entonces ya me habían pegado fuerte los toros, pero amigo, ver la muerte tan de cerca… Luego cayó Yiyo. Y tuve que
parar. No podía seguir. Por la noche tenía pesadillas. Soñaba que me cogían los toros.
¿Cómo interpretaron su retirada?
Algunos no la encajaron bien. Dijeron cosas
que no eran ciertas, que me perjudicaron bastante. Sin embargo, dejar de torear fue la decisión más importante de mi vida. Estoy orgulloso de ello. Necesitaba encontrarme a mí
mismo, saber lo que quería, poner en orden
mi cabeza.
Continúe.
En aquellos años sucedieron cosas muy desagradables, circunstancias que no me beneficiaron nada. Pero el día que me marché sabía que no había dicho mi última palabra, que
tarde o temprano volvería a torear.
Hasta que uno decide tomar esa decisión, el sufrimiento y la angustia interior
son insoportables.
Ves el traje de torear en la silla y dices: ¿otra
vez? Esas decisiones no se fraguan en un día.
Se va haciendo una bola cada vez más grande.
Yo no me quité por miedo, que también lo tenía, sino porque, repito, no sabía lo que quería. Necesitaba ser una persona normal y corriente, hacer una vida como el resto de la gente, tomar una cerveza, salir con los amigos, olvidarme del toro.
Tenía sólo 24 años.
Era un chaval. Aunque los toreros maduramos
antes que otros chicos de nuestra edad. A veces pienso que a los toreros jóvenes se les exige demasiado. Un torero necesita un periodo
para madurar, y ese proceso no te lo puedes
saltar. Igual que un embarazo. Primero se tiene que cuajar la persona, y luego el torero. Si
ocurre al contrario la cosa no funciona.
La cantidad de factores que tiene que
vencer un torero hasta que sale el toro…
Pero esa dificultad forma parte de una pro-
fesión maravillosa. Lo que sí considero fundamental es la gente que te rodea. Cuando eres
un chaval, esas personas, buenas o malas, te
vienen dadas, tú no las eliges. Y, sin embargo,
determinan y condicionan el devenir de un torero.
¿Encontró a esa persona?
Sí. Y todavía mantengo una gran amistad.
¿De quién hablamos?
De Roberto Espinosa. Él ha sido el mejor apoderado que he tenido. Además de una gran taurino es una persona con una calidad humana
extraordinaria. Con Roberto viví los mejores
años de mi vida. Lo primero que me preguntaba era cómo estaba, cómo me sentía. Y después, qué quería hacer.
Cuando habla de un hombre cuajado, ¿a
qué se refiere?
Una persona está cuajada cuando alcanza un
grado importante de sensatez. Cuando sabe
distinguir lo que le conviene y lo que no. Todo
lo que he aprendido ha sido perdiendo, nunca ganando. Por eso hay que rodearse de personas que sean limpias de mente y de corazón,
que no antepongan sus intereses a los tuyos,
tanto en el plano personal como en el profesional.
A más sensatez, más valor.
Sin duda alguna. Eso es una constante en todos los toreros. Aquí nadie se acostumbra al
miedo, al contrario. Se va acumulando y
cada vez cuesta más trabajo estar delante del
toro.
¿Cuándo decidió volver a torear?
Me fui a vivir en medio del campo, a una casita situada en el Castillo de las Guardas, en
Sevilla, con mi familia, alejado del mundanal
ruido y de la gente del toro. Hasta que un día
el alcalde del pueblo me ofreció torear un festival, y ahí empezó todo. Cuando dije que sí,
sabía lo que aquello significaba.
¿Cómo se lo tomaron en casa?
Bien, bien. Mi mujer, Mara, percibía que algo
se estaba fraguando dentro de mí. También
me ayudó mucho el ganadero Manolo González. Él fue quien arregló mi apoderamiento con Simon Casas. Me lo tomé muy en
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serio. Busqué a mi amigo Oscar Tosato, preparador físico del Sevilla, y me hizo un plan
de trabajo que seguí a rajatabla. A las ocho
de la mañana estaba en el Parque de María
Luisa. No fallé ni un solo día. La falta de
valor que uno tiene la compensa con la confianza que te da una buena prepararon física
y mental. Recuerdo que un día, en el patio
de cuadrillas, José María Manzanares me
dijo: “Emilio, como me arrepiento de no
haber entrenado media hora más”. En esos
momentos uno tiene que tener la conciencia
tranquila de haber hecho todo lo que tenía
que hacer.
¿En qué consiste la preparación mental?
Sobre todo en generar pensamientos positivos.
No pensar que tienes que hacer un esfuerzo,
sino saber que puedes hacerlo. No es lo mismo tener que poder. A la plaza no puedes salir obligado ni condicionado.
Pero la mente es traicionera.
La suerte también juega un papel determinante en todo esto, y el éxito ayuda. Yo tuve la
suerte de triunfar con fuerza en las primeras
corridas, y eso me sirvió para reforzar aun más
mi convencimiento. Saber que uno quiere ser
torero por encima de todo te da una fuerza que
no hay quien te pare. Lo que hace un hombre,
si se lo propone, lo puede hacer otro.
¿Y las cornadas?
Las cornadas condicionan la carrera de un torero. A mí me daban en cuanto me quitaban
los pies del suelo. Soy de los que piensa que el
valor se va por el agujero de las cornadas. Salvo casos excepcionales como el de Diego
Puerta o José Tomás. Por eso, los tres últimos
años busqué la ayuda de un profesional, un psicólogo. Julio Velázquez me ayudó a descifrar
el miedo.
¡Qué interesante!
A los toreros nos afectan demasiado los pensamientos negativos, sobre todo la víspera. El
doctor Velázquez me preguntó qué me daba
más miedo antes de torear. Y le contesté que
el toro, la incertidumbre, la posibilidad de sufrir una cornada, el viento, el fracaso… Bueno,
respondió, pero eso no va a ocurrir hasta que
no salga el toro. Si cuando más sufres es antes de ir a la plaza, tenemos que contrarrestar
los pensamientos negativos, para que no salgas derrotado.
¿Seguirán su ejemplo otros toreros?
No lo sé. Somos tan autodidactas… Pero no te
imaginas la cantidad de gente que acude a un
psicólogo y no lo dice. Tienen miedo de que
piensen que están ‘majaretas’. Yo nunca lo
oculté. Si tu cabeza no está en orden lo lógico es acudir a un profesional. Lo importante
es elegir a una persona que desconozca por
completo el mundo del toro.
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¿Echó muchas horas en el diván?
Muchas, muchas. Saqué todo lo que me hacía
daño. Me enseñó a respirar. Sin respirar no se
puede vivir. Así que empezamos por ahí. Es fundamental aprender a relajarse. Luego, que pase
lo que tenga que pasar, pero que no salgas mermado por el miedo y las preocupaciones.
¿Lo echa de menos?
Todavía voy (risas). Siempre es bueno. Las dudas no desaparecen del todo.
En su reaparición del año 90 hubo un toro
de Manolo González en Sevilla que fue clave en su carrera.
Ese ha sido el toro más importante de mi vida,
sin duda alguna. Y además tiene su historia.
Se llamaba Correríos. Antes de reaparecer me
encerré en la finca de Manolo González, en
Aracena. Todas las mañanas, a la misma
”N
o te
imaginas la
cantidad de gente
que acude a un
psicólogo y no lo
dice. Tienen miedo
de que piensen que
están ‘majaretas’.
Yo nunca lo oculté”
hora, salía a andar por el campo. Hacía siempre idéntico recorrido. Recuerdo que ese toro
estaba siempre en el mismo cerrado. Cuando
pasaba delante de él, sin mover un solo músculo, mientras comía, me seguía con la mirada
hasta que me perdía. Al verlo yo me decía, pobrecito, pobrecito el que tenga que ponerse delante, vaya cara de hijo de puta y de cabrón que
tiene.
mento en la faena que estuvo a punto de desarmarme, aunque en el último estertor del
muletazo pude recuperar la muleta. Si me la
llega a quitar de las manos no sé lo qué hubiera pasado. Fue una lucha de poder a poder.
Lástima que por el lado izquierdo sólo tuvo dos
naturales. De haber aguantado más hubiera
sido la primera y la más auténtica de las Puertas del Príncipe que he conseguido.
Lo que es el destino de los hombres,
¿verdad?
El año anterior había estado de sobrero en Bilbao. Tenía cinco años. Era un tío con toda la
barba. Lucía dos arrugas en la frente, por encima de los ojos, que daban un miedo espantoso. Y dos puntas muy finas. Era muy agresivo.
¿Hablamos de Madrid?
Para triunfar en Madrid me hubiera hecho falta una cuadrilla de psicólogos.
¿Qué pensó cuando le dijeron que le había
tocado?
Pues que el pobrecito era yo (risas). Pero estaba convencido de lo que quería. Hubo un mo-
¿Tan mal lo pasaba?
He sido incapaz de triunfar en esta plaza. Nunca me he justificado. Es una espina que tengo clavada.
Pero hubo una primera vez...
No me presenté de novillero y, además, el crítico taurino Alfonso Navalón se encargó de ha-
de ti te engañan o se aprovechan, y no me refiero a mi padre, te vuelves desconfiado. Pero
no me considero una persona difícil y complicada, al contrario. Los que de verdad me
conocen lo saben.
¿Cómo manifestaba el miedo?
¿Miedo? Antes de torear he llegado a sentir pánico. Recuerdo un día que toreé en Madrid
mano a mano con Juan Mora, una feria de Otoño, que por la mañana en el hotel tuve una crisis de ansiedad. Fue algo terrible. Me temblaban las piernas y los brazos y no me podía vestir de torero. No me preguntes cómo, pero me
tranquilice. Y eché la tarde adelante. Llegué a
la enfermería y me dieron una pastilla: luego
resultó ser una aspirina.
¡Ese medico sí que era un buen psicólogo!
No fue la única vez.
Menuda incertidumbre.
Enseguida me di cuenta de que aquello no era
normal. Llevaba muchos años de alternativa
y era capaz de resolver en la plaza. ¿Entonces?
Por qué sufría esas crisis de ansiedad. Algo me
estaba pasando. Por eso busqué ayuda.
¿Le puede pasar ahora?
He tenido un par de amagos, aunque he conseguido dominarlos.
¿Cuándo?
Un día televisando una corrida en San Isidro, en un toro de César Rincón. Era de Álvaro Domecq y engañó a la gente. Venía de
largo, pero no se iba. Me metí tanto en la película que a punto estuve de sufrir otro episodio.
cer una campaña en mi contra. Una tarde en
Bilbao mi padre llegó a las manos con él, y a
partir de ese momento me tuvo un odio tremendo.
¿Y que más?
Luego estaba el viento. Con el viento era incapaz de navegar. Y, por qué no decirlo, el toro de
Madrid me podía. No hay excusa. No fui capaz.
¿Cómo lo lleva?
Con la pena de que en esta plaza no hayan podido ver el torero que llevo dentro. Mi forma
de torear, modestia aparte, hubiera encajado
en su afición.
Aun así, todos los años toreaba en Madrid.
Es que no me resignaba. Pero poco a poco se
convirtió en una pesadilla.
¿Se le escapó algún toro?
Sí. Uno de Félix Cameno. Se me fue enterito.
¿Le costaba remontar?
Salía tocado. Me decía ¡ea!, otra vez la misma
historia. No era capaz de reafirmar mi condición de torero importante en la primera plaza del mundo. Tampoco he sido un torero poderoso. Me movía a golpes de raza y de amor
propio. Lo mío era el desgarro.
Usted ha sido de los toreros que, como decía Juan Belmonte, ha toreado hasta con
la cara.
La cara es el espejo del alma y en mi caso reflejaba mi estado de ánimo. Era transparente y sincero conmigo mismo.
Dicen que es una persona difícil, complicada.
Para nada. Lo que no soy es un ‘pintamonas’.
Quizá mis circunstancias personales y familiares condicionaron mi carácter. Las cosas
que te ocurren de pequeño dejan una huella
imborrable. Si las personas que están cerca
Me gustan los toreros vulnerables.
Soy un ser humano. He tardado mucho tiempo en aceptarme como persona y en aprender
a vivir con mis limitaciones. Ahora me importa
un bledo lo que digan de mí. Sólo me importa la gente que quiero.
¿Tiene en cuenta estas cosas cuando se
sienta delante de un micrófono?
Siento el máximo respeto por los que se
ponen delante del toro. Pero tampoco me olvido del rigor ni de la seriedad. Si alguna vez
he hecho daño a alguien, lo siento de veras,
porque no era mi intención. He sabido dejar
a un lado las cosas personales. Pero los toreros somos seres vanidosos y encajamos mal
las críticas. La soberbia es necesaria, pero
sólo en la plaza. La verdad absoluta no existe,
porque de toros no sabe nadie. Lo que admiro
profundamente son esas personas que se
suben a un andamio o bajan a una mina.
Ellos no aparecen en los titulares ni se llevan
las palmas a casa. Nosotros tenemos la suerte
de poder solucionar nuestra vida en cinco
minutos.
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