Bloque 3. Psicología del trabajo y salud laboral Tema 10 Estrés, burnout y mobbing en el trabajo El Estrés laboral: Concepto. Antecedentes y consecuencias Burnout: Concepto y modelos de desarrollo Acoso psicológico en el trabajo (mobbing) OBJETIVOS: 1. Comprender los conceptos de estrés laboral, burnout y mobbing 2. Clasificar e identificar los principales antecedentes de estos fenómenos 3. Conocer las principales consecuencias de estos fenómenos ESQUEMA DE TRABAJO: 1. El Estrés laboral – Definición – Modelos – Componentes – Consecuencias 2. Antecedentes y consecuencias Burnout l 3. Acoso psicológico en el trabajo (mobbing) CONTENIDOS El Estrés laboral: (Extracto seleccionado de García Izquierdo, M. (1999). Estés Laboral. En M. García Izquierdo (coord). Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. (pp. 229-250). Murcia D.M.) 1. Definición de estrés laboral El término estrés se ha utilizado con una libertad impropia de los rigores de la ciencia. En principio, para unos es sinónimo de sobresalto; para otros, equivalente de malestar y, para la mayoría, exponente de tensión. En lo que sí parece que hay acuerdo es en que es algo malo o nocivo, desde el momento que su uso va siempre unido a problemas y enfermedades, de los que se supone es antecedente. En la bibliografía encontramos una extensa variación en la definición el término "estrés". La palabra estrés se ha utilizado, principalmente, desde tres orientaciones. La primera lo considera como un estímulo, es decir, una fuerza externa o condición que supuestamente tiene o puede tener efectos negativos en las personas. La segunda, como una respuesta física y psicológica del organismo a sucesos externos o internos. Y, por último, como interacción entre una persona y distintas situaciones. Desde este último enfoque, McGrath (1970) indica que el estrés es un desequilibrio percibido entre la demanda y la capacidad de respuesta bajo condiciones en las que el fracaso ante esa demanda posee importantes consecuencias, y Kals (1978) señala que es una conducta que aparece cuando las demandas del entorno superan a las capacidades para afrontarlas. Después de repasar diversas definiciones, Turcotte señala que “parece que el estrés es el resultado de las transacciones entre la persona y su entorno. El origen del estrés puede ser positivo (oportunidad) o negativo (obligación) y puede tener como resultado la ruptura de la homeostasia psicológica o fisiológica. Lo que está en juego debe ser importante y su solución debe traer consigo una determinada dosis de incertidumbre. Además, el estrés desencadena emociones y moviliza las energías del organismo. En cuanto a las características del individuo, parece importante tener presentes sus habilidades y sus recursos al igual que sus necesidades y valores” (Turcotte, 1986, pág. 54). Podemos llegar a un cierto acuerdo sobre la definición de estrés centrada en la idea de un desequilibrio entre una persona y el entorno. Por ejemplo, cuando un trabajador se enfrenta a las exigencias de un entorno físico o psicosocial al cual se siente incapaz de responder de forma adecuada, el organismo activa una respuesta para superar la situación. Mediante la activación de los mecanismos de reacción, se encontrarían nuevos equilibrios y respuestas a situaciones nuevas. Si entendemos la salud como un equilibrio dinámico, el estrés formaría parte de ella pues no se puede hablar de salud sin considerar la interacción con otras personas y el entorno, de forma que solamente los excesos resultarían patológicos. Técnicamente, se suele utilizar el término estresor (stressor) para señalar un estímulo que provoca tensión, malestar, etc. El afrontamiento (coping behaviour) se refiere a la forma que tenemos para enfrentarnos a las situaciones. Por moderador entendemos aquella variable, como pueden ser distintas características de personalidad o el apoyo social, que influyen incrementando o disminuyendo los efectos del estrés. Se usa el término consecuencias (long-term stress reactions) para señalar los diferentes efectos negativos que el estrés tiene sobre la salud. Aunque podemos distinguir una larga serie de reacciones al estrés, generalmente, las consecuencias primarias tienen que ver con emociones y sentimientos negativos siendo este aspecto para una mayoría de investigadores el núcleo de especial interés del estrés (por ejemplo, Gaillard y Wientjes, 1994; Pekrum y Frese, 1992, etc.). 2. Modelos de estrés laboral Los diversos modelos sobre estrés laboral que aparecen en la bibliografía relacionan diferentes variables de tipo fisiológico y psicosocial, y su objetivo fundamental es indicar las asociaciones entre el estrés y sus consecuencias para los trabajadores y para la organización (por ejemplo, French y Kahn, 1962; McGrath, 1976, Ivancevich y Matteson, 1988, etc.). Recogiendo todas estas aportaciones, Baker, Israel y Schurman (1996) proponen un modelo integrado de estrés laboral también útil a la hora de la intervención. La base fundamental de este modelo la encontramos en los esquemas de los investigadores de la Universidad de Michigan y en el modelo de ajuste persona/puesto de trabajo. Por esta razón los describiremos a continuación con brevedad. El denominado modelo de Michigan (French y Kahn, 1962; Kanh et al., 1964; Kanh, 1981, etc.) fue desarrollado por el Institute for Social Research de la Universidad de Michigan y en él se identifican los seis apartados siguientes: 1) El ambiente objetivo, que se refiere a las características de las organizaciones y del trabajo que son independientes de las percepciones que tenga el trabajador. 2) El ambiente subjetivo, formado por las percepciones del trabajador, por este motivo también se le denomina "ambiente psicológico", y se refiere a aspectos tales como, por ejemplo, el conflicto y la ambigüedad de roles. 3) Las respuestas al estrés. Tanto el ambiente objetivo como el subjetivo pueden ser considerados estresores que provocan distintas reacciones de tipo afectivo, fisiológico y conductual como, por ejemplo, insatisfacción laboral, hipertensión arterial y aumento en el consumo de tabaco (a largo plazo, las respuestas pueden incluir absentismo, rotación, o abandono del trabajo). 4) Enfermedad: cuando las respuestas al estrés son continuas pueden desembocar en enfermedad tanto física como mental (por ejemplo, problemas cardiovasculares, depresión, etc.). 5) Características personales: aquí se incluye las diferencias genéticas, demográficas y de personalidad que actúan como condicionantes o moderadores de las distintas relaciones. 6) Apoyo social: básicamente se refiere a las relaciones interpersonales que se producen tanto en el trabajo (por ejemplo, entre el trabajador y sus compañeros y superiores) como en el hogar (por ejemplo, con los miembros de su familia). El apoyo social también es considerado una variable moderadora. En suma, el modelo de Michigan sugiere que el medio ambiente objetivo tiene una influencia sobre el ambiente percibido (subjetivo) que, a su vez, influye sobre las reacciones individuales que pueden dar lugar a las consecuencias. La interpretación de la situación por parte de la persona tiene una importancia considerable, y su forma de responder al ambiente está moderada por las variables personales y el apoyo social. El modelo de ajuste persona/puesto de trabajo está basado en la idea de Lewin de que el comportamiento es una función de la persona y su ambiente. Los diferentes modelos de ajuste (Lofquist y Davis, 1969; French, Rodgers y Coob, 1974; McGrath, 1976, etc.) tratan de determinar el grado de congruencia entre el individuo y el entorno en el que se realiza el trabajo. Podemos diferenciar, por un lado, en que medida las capacidades de la persona son suficientes para satisfacer las exigencias del puesto de trabajo y, por otra parte, hasta qué punto los recursos disponibles en la organización satisfacen sus necesidades. Según lo anterior, la falta de ajuste tiene efectos sobre el bienestar que se desglosa en varios tipos de respuestas: emocionales (por ejemplo, insatisfacción, ansiedad, depresión), fisiológicas (por ejemplo, aumento de la presión arterial), cognitivas (por ejemplo, baja autovaloración), y comportamentales (por ejemplo, incremento de comportamientos adictivos). Pero también existen unos mecanismos para contrarrestar los efectos de ese desajuste. Mediante distintas estrategias que pueden llevar a reducir el desajuste objetivo (mecanismo de afrontamiento): el trabajador puede mejorar sus capacidades objetivas o modificar las exigencias y recursos objetivos del puesto de trabajo para conseguir un mejor ajuste entre ambos (por ejemplo, cambiando las tareas o las responsabilidades asignadas). La organización también puede aplicar estrategias de afrontamiento para mejorar el desajuste objetivo, por ejemplo, mediante sistemas de selección y formación de personal. El afrontamiento es preferible al proceso denominado "de defensa", pues mediante éste último el trabajador distorsiona la percepción del ambiente o de sí mismo sin cambiar los componentes objetivos con el fin de reducir la tensión asociada con la situación. Una aportación muy interesante a los modelos de estrés laboral es la de Karasek (1979; 1998). Este autor propone que las principales fuentes del estrés laboral provienen de dos características básicas del trabajo: las demandas y el control. Las diferentes combinaciones entre las demandas del puesto y el control que se ejerce pueden explicar algunas de las incongruencias empíricas en cuanto a las consecuencias del estrés laboral (por ejemplo, que dos grupos de trabajadores con igual nivel de estrés muestren diferencias en satisfacción laboral). Como hemos dicho, en este modelo encontramos dos términos clave: las demandas psicológicas del puesto de trabajo y el control. El primero tiene que ver con cuánto se trabaja, y el segundo refleja cuestiones de organización del trabajo, cómo quién toma las decisiones y quién realiza determinadas tareas. Son cuatro las situaciones que pueden resultar de las combinaciones entre los dos niveles (alto o bajo) de ambas variables. Así, unas demandas bajas en el puesto y poco control a la hora de tomar decisiones serían las características de los "trabajos pasivos" (por ejemplo, un puesto en una línea de montaje). Altas demandas y alto control daría lugar a "trabajos activos" (por ejemplo, puestos directivos), bajas demandas y alto control es característico de puestos de trabajo con "poca tensó. El problema principal surge cuando se produce la combinación siguiente: demandas elevadas con poco control; aquí el trabajador se enfrenta a una situación difícil sin el control suficiente para afrontarla, por lo que se considera una situación de mucha tensión. Algunos estudios han puesto de manifiesto que tal combinación se asocia significativamente con enfermedades cardiovasculares (por ejemplo, Schnall, Landsbergis y Baker, 1994). El modelo de demandas y control ha sido desarrollado añadiéndole una dimensión más: el apoyo social (Johnson y Hall, 1988). Coob (1976) en un ya clásico artículo define el apoyo social como la información que permite a las personas tener la creencia de que otras personas se preocupan por ellos y les quieren, que son estimados y valorados, y que pertenecen a una red de comunicación y de obligaciones mutuas. Por lo tanto, con la introducción del apoyo social, el modelo nos indica que los puestos de trabajo con grandes demandas y escaso control, y también con falta de apoyo social son los que mayor riesgo de enfermedad presentan. Desde este punto de vista, el estrés laboral es entendido no tanto como un problema de los trabajadores sino de la organización: no depende ya de las características individuales sino más bien de la organización y del diseño de los puestos de trabajo. Este enfoque es de un gran valor práctico puesto que señala que las intervenciones deben centrarse menos en los trabajadores y más en los grupos y en la organización. De hecho, al añadirle el apoyo social, el modelo demandas/control resulta de gran utilidad cuando se trata de remodelar los puestos de trabajo, pues los cambios en las relaciones sociales entre los trabajadores y los cambios en el control son inseparables de los procesos de rediseño de los puestos de trabajo. El modelo integrado de estrés laboral reúne elementos de los modelos antes citados y sugiere que diversas condiciones pueden ser percibidas como fuentes de estrés y tener efectos sobre la salud a corto y largo plazo. Las relaciones entre éstas cuatro partes del modelo pueden estar influidas por diversas variables (por ejemplo, apoyo social, control, etc.) cuyos efectos pueden ser directos o moderadores sobre la salud. VARIABLES MODERADORAS INDIVUALES CONTROL Educación Raza Edad Género Personalidad CONDICIONES PSICOSOCIALES -AMBIENTALES QUE CONDUCEN AL ESTRÉS Desastres Estresores crónicos Estresores agudos Pequeños estresores de la vida diaria Participación Influencia Autoridad en la decisión E S T R É S P E R APOYO Compañeros y supervisor RESPUEST AS A CORTO PLAZO Fisológicas (p.ej. presión sanguínea elevada) Psicológicas (p.ej. tensión) Conductuales (p.ej. abuso del alcohol) CONSECUEN CIAS EN LA SALUD A LARGO PLAZO Fisológicas (p.ej. enfermedad cardiovascular) Psicológicas (p.ej. trastorno de ansiedad Conductuales (p.ej. alcoholismo) C I Figrura 1. Modelo integrado de estrés laboral (trad. y adapt. de Baker, Israel y Schurman, 1996). Las fuentes de estrés pueden ser muy diversas y tener efectos sobre la salud a largo y a corto plazo en las respuestas fisiológicas, psicológicas y comportamentales. Por ejemplo, un accidente donde se produzca la exposición a un agente tóxico puede tener efectos negativos muy importantes sobre la salud de los trabajadores, pero también sobre la percepción de cómo les afectará la exposición, lo que dará lugar a respuestas fisiológicas, psicológicas y comportamentales a corto plazo. También el efecto de los estresores puede ser mediatizados por la percepción individual, influyendo en las respuestas comportamentales que pueden ser adaptativas o desadaptativas y pueden incluir hábitos de vida (por ejemplo, hacer ejercicio físico regularmente frente a fumar o beber alcohol) y de trabajo (por ejemplo, utilizar los equipos de protección individual o no hacerlo). Estas conductas pueden comenzar con los estresores o existir previamente. En cualquier caso, aumentarían o disminuirían por la presencia de los estresores (por ejemplo, aumento del número de cigarrillos diarios como respuesta al incremento de las demandas del puesto de trabajo). Además, este modelo propone que algunos factores psicosociales, fundamentalmente el apoyo social y el control, tienen diferentes efectos sobre la percepción de los estresores, las respuestas a corto plazo y la salud (ver figura 1) 3. Componentes del estrés laboral 3.1. Fuentes de estrés laboral (estresores) Durante las dos últimas décadas se han realizado grandes esfuerzos por conocer y comprender cuáles son las fuentes de estrés, tarea que resulta de gran complejidad debido a que cualquier evento puede ser considerado un estresor. Por un lado, hay pocos estresores que afecten a cualquier persona en todas las ocasiones y, por otro, algunos parecen específicos de determinados puestos de trabajo. Pratt y Barling (1988) agrupan los distintos estresores en función de cuatro criterios: especificidad del momento en que se desencadenan, duración, frecuencia e intensidad. Según esto, distinguen cuatro tipos de estresores: agudos, crónicos, pequeños estresores de la vida diaria y desastres. Los estresores agudos tienen un comienzo definido, son de corta duración, y poco frecuentes pero de gran intensidad (por ejemplo, ser despedido del trabajo o ser trasladado a un puesto poco apetecido). Los estresores crónicos no tienen un comienzo tan bien definido, se repiten con frecuencia, la duración puede ser corta o larga, y la intensidad baja o elevada (por ejemplo, las malas relaciones con los superiores o la inseguridad en el puesto de trabajo). Los pequeños estresores de la vida diaria tienen un comienzo definido, son de corta duración, frecuentes y de baja intensidad (por ejemplo, una discusión por motivos de tráfico). Por último, los desastres tienen un comienzo claro, pueden ser de corta o larga duración, son muy poco frecuentes y de fuerte intensidad (por ejemplo, un terremoto). En la bibliografía encontramos diversos esquemas que intentan clasificar las fuentes principales de estrés en el trabajo (ver cuadro 1). A continuación repasamos aquellos que aparecen en la mayoría de los modelos. 1. Condiciones físicas del entorno de trabajo * Temperatura y condiciones climatológicas (trabajo a la intemperie) * Iluminación (luminosidad, brillo, contraste), ruidos y vibraciones * Higiene (suciedad, entorno polvoriento, falta de ventilación, calidad del mantenimiento, etc.) * Toxicidad (patologías producidas por los productos tóxicos de uso habitual) * Biológicos * Disponibilidad y disposición del espacio físico para el trabajo (falta de espacio, mal diseño del mismo, hacinamiento, etc.) 2. Demandas del trabajo * El tiempo de trabajo * Sobrecarga de trabajo * Exposición a riesgos y peligros 3. Contenido del trabajo * Oportunidades para obtener control y para el uso de las propias habilidades * Variedad de tareas * Retroalimentación de las propias tareas * Identidad de la tarea * Complejidad del trabajo 4. El desempeño de los roles * Conflicto de roles y ambigüedad de roles, sobrecarga de roles, pobreza de roles 5. Relaciones interpersonales y grupales * Presencia y densidad de personas en los lugares de trabajo * Calidad de las relaciones interpersonales y grupales * Relaciones con los compañeros, subordinados y usuarios y clientes * Relaciones grupales: falta de cohesión, presiones del grupo, clima del grupo, conflictos grupales 6. Desarrollo de la carrera profesional * Inseguridad en el puesto de trabajo, transiciones de la carrera profesional, infrapromoción o promoción excesiva 7. Nuevas tecnologías * Adaptación a los cambios producidos por las nuevas tecnologías * Demandas del trabajo con ordenador: cognitivas, variedad, control sobre el ritmo y pautas de trabajo * Efectos de las nuevas tecnologías en las organizaciones: -Incremento del control, seguridad (responsabilidad), invasión de la privacidad, reducción de interacción y contactos sociales -Falta de sistemas de apoyo para el aprendizaje y actualización de los nuevos sistemas y programas -Cambios de roles en el sistema organizacional 8. Factores organizacionales * Políticas y estructura de la organización * Clima y cultura de la organizacional Cuadro 1. Principales fuentes de estrés laboral. Las condiciones físicas del entorno de trabajo (temperatura, ruido, vibraciones, iluminación, etc.), afectan en función de su intensidad, cantidad y duración. Por ejemplo, un trabajador que esté expuesto a niveles de ruido de alta intensidad durante bastante tiempo puede ver alterados sus patrones de sueño e incrementar los niveles de ansiedad. La importancia de las características del ambiente físico laboral como estresores han estado bastante olvidadas en la investigación cuando se trata de estudios en los niveles jerárquicos altos de las organizaciones. Posiblemente este "descuido" nos señala que quienes trabajan en los puestos directivos tienen condiciones de bajo riesgo o no tan nocivo como el de los trabajadores de niveles bajos. Las demandas y el contenido del puesto de trabajo son dos grupos de estresores que han sido destacados en las últimas décadas por su contribución a diversos problemas de salud. Por ejemplo, el trabajo a turnos, tener demasiado que hacer, el trabajo repetitivo y las presiones de tiempo son características de la tecnología de producción en serie y del trabajo de oficina. Una parte importante de las demandas laborales está determinada por la cantidad de tiempo que se trabaja. En esta cuestión, como en casi todas las relativas a los derechos y deberes de los trabajadores, la ley fija unas condiciones que pueden ser mejoradas mediante convenio colectivo o contrato individual. El tiempo de trabajo se puede considerar desde las perspectivas económica, ergonómica y psicológica. Desde la primera, la retribución económica suele estar en relación con las horas de producción. Desde la perspectiva ergonómica se contempla el tiempo dedicado en tareas de producción y en tareas de no producción (control, seguridad, vigilancia, mantenimiento). Por último, la psicológica trata de las alteraciones y los trastornos que se producen por la inadecuación entre los ritmos biológicos, sociales y de trabajo aconsejables. La actividad laboral suele tener una periodicidad semanal (circaseptana), que coincide con el tiempo que requiere el organismo para adaptarse a un cambio de turno. Las exigencias de la sociedad actual y el tipo de trabajo hace necesario que algunas organizaciones establezcan ciertos horarios que no coinciden con los tiempos fisiológicamente aconsejables. La mayoría de los problemas fisiológicos tienen relación con la interrupción del ritmo circadiano, es decir, con los ritmos que nuestro cuerpo tienen "programados". Además de lo anterior, están los ritmos temporal del trabajo obedece generalmente a dificultan, en gran medida, los ritmos biológicos caso de los trabajadores del transporte donde determinar la jornada laboral. inestables. La organización criterios empresariales que o sociales habituales. Es el la duración del viaje suele Entre los problemas más importantes relacionados con los ritmos de trabajo encontramos los del sueño. A menudo, los trabajadores por turnos sufren somnolencia durante el período de actividad y alteraciones del estado de vigilancia. El proceso es el siguiente: la disminución de la profundidad del sueño hace perder eficacia en el trabajo, dando lugar a una fatiga persistente y, al fallar la recuperación, a fatiga crónica, que obliga a multiplicar los esfuerzos, pues se va perdiendo eficacia y se genera más fatiga. Progresivamente va aumentando la fatiga mental y física, mientras disminuye la posibilidad de recuperación. El resultado final puede ser la inversión del ritmo sueño/vigilia, por lo que la fase de reposo se caracteriza por insomnio y la de actividad por soñolencia. Entre los efectos patológicos de los ritmos de trabajo encontramos los trastornos gástricos, cardíacos, psicológicos y sociales. Los primeros se asocian a hábitos alimenticios del trabajador nocturno, donde hay un alto grado de obesidad. Más frecuente en los trabajos rotatorios son la úlcera gastroduodenal, dispepsias (digestiones pesadas, molestias) y otras alteraciones digestivas (diarreas, estreñimientos crónicos, etc.). La incidencia de los trastornos cardíacos es mayor en trabajadores nocturnos y también pueden ser considerados como una respuesta al estrés. Entre los trastornos psicológicos, la ansiedad, irritabilidad, falta de concentración, insomnio y problemas de memoria suelen ser los más comunes. La denominada neurosis del trabajador nocturno se caracteriza por fatiga paradójica (al despertar), insomnio y alteraciones del carácter. Dado que la mayoría de las personas trabajan de día y duermen de noche, los trabajadores con turno de noche también tienen problemas sociales: dificultades en las relaciones con su pareja, los hijos y amistades, así como para disfrutar de su tiempo libre. Puesto que estos trabajadores son una minoría, se ven forzados a ajustar sus horarios a los del resto de la sociedad. Otra fuente de estrés es el contenido del trabajo. Debido principalmente a la automatización, cada vez son más frecuentes los trabajos de bajo contenido psicológico, con falta de variedad, de autonomía, de demandas de creatividad y con escasas oportunidades de interacción social. Un ejemplo lo tenemos en la falta de participación en la toma de decisiones. El escaso apoyo de la dirección de la empresa y la reducción de la autonomía para trabajar son estresores que no afectan por igual a todos los trabajadores, siendo más vulnerables los que ocupan un nivel intermedio en la jerarquía organizativa. Los mandos intermedios están especialmente presionados por la inseguridad en el trabajo, por la falta de autoridad real y por un sentimiento de constricción entre los mandos superiores y los subordinados. El desempeño de los roles en el trabajo, fundamentalmente el conflicto y la ambigüedad de roles, ha sido ampliamente estudiado como fuente de estrés. Los datos de diferentes estudios señalan correlaciones positi-vas con el absentismo (Breaugh, 1980), abandono del trabajo y ansiedad (Hammer y Tosi, 1974), tensión general física y psíquica (Orpen, 1982). El conflicto y la ambigüedad de roles se relacionan negativamente con la satisfacción laboral (Singh et al., 1981; Bre-augh, 1980, García et al., 1991), satisfacción con la supervisión, desempeño, compromiso e implicación en el trabajo (Schuler, Aldag y Brief, 1977), compromiso organizacional (Fisher y Gitelson, 1983) y cohesión de grupo (Randolph y Posner, 1981). Terry, Neilsen y Perchard (1993) encontraron que el conflicto y la ambigüedad de roles son buenos predictores de la insatisfacción laboral y del malestar psicológico. Jackson y Schuler (1985) en una revisión cuantitativa encontraron correlaciones negativas entre ambigüedad y conflicto de roles con las siguientes variables: participación, feedback, satisfacción laboral, compromiso e implicación en el trabajo. Además, se ha señalado que el conflicto y la ambigüedad de roles están consistentemente asociadas entre sí (Jackson y Schuler, 1985). Los problemas derivados del desempeño de los roles (conflicto, ambigüedad, sobrecarga y pobreza de roles) suelen ocurrir en puestos mal diseñados. De lo anterior se desprende que es muy útil y en muchos casos necesario que la organización tenga diseñado un organigrama donde se reflejen de la forma más clara posible el lugar que ocupa cada persona en la organización. Esto implica la realización de un adecuado análisis de puestos, y establecimiento de competencias y responsabilidades. Las pobres y malas relaciones sociales es otra fuente de estrés importante. La interacción entre las personas en el trabajo o fuera de él es fundamental para la coordinación de las diferentes actividades y roles en la organización. Con el paso del tiempo, las relaciones entre las personas de una organización pueden ir más allá de lo puramente laboral, pero lo importante es que las relaciones personales estén marcadas por la colaboración y una actitud positiva dentro y fuera del trabajo. El grupo de amistades, la familia, etc., representan un papel importante en el equilibrio social de la persona. A nadie escapa que en las organizaciones, se producen tensiones y conflictos, por lo que tener un grupo de personas que proporcione ayuda en momentos difíciles es especialmente relevante. Algunas de las clasificaciones de estresores incluyen la carrera profesional, entendida como una secuencia de actividades y conductas relacionadas con el trabajo. Diversos aspectos relacionados con el desarrollo de la carrera, sobre todo la falta de seguridad en el trabajo y la incertidumbre respecto al futuro del trabajador en la empresa, han sido señalados como "estresantes". En este sentido, los contratos temporales y el tratamiento diferente a personas que ocupan puestos similares, ocasiona tensión. La falta de equidad se puede deber a una promoción insuficiente, por una promoción excesiva o por ser consciente de que se ha alcanzado el techo máximo. Los resultados de la percepción de falta de equidad pueden ser los salarios, los beneficios sociales o el grado de aceptación de un individuo en una organización. McMurray (1973) describe el "síndrome de la neurosis del ejecutivo" haciendo referencia al directivo promocionado por encima de sus posibilidades y que trabaja en exceso con el fin de ocultar su inseguridad y falta de preparación. Otros autores se han referido a la crisis experimentada por los ejecutivos de mediana edad, período en el que comienzan a ralentizarse sus progresos y promociones y experimentan conflictos, ansiedad, tensiones y temores al caer en la cuenta de que pueden ser sustituidos por otros compañeros más jóvenes y mejor preparados. A lo largo de la carrera profesional se producen diversas transiciones que pueden dar lugar a un cambio de puesto de trabajo o de profesión, o de un cambio en la orientación dentro de un mismo trabajo. Estas transiciones suponen un alto costo para los individuos y sus familias y, consecuentemente, también para las organizaciones. Un fenómeno poco estudiado es el de la persona que ha llegado a lograr cierto nivel dentro de su profesión, pero que, por diversos motivos, se siente insatisfecho con su trabajo y desea o tiene pensamientos insistentes de cambiar de actividad. Sin embargo, el estatus profesional y social alcanzado, y las cambiantes y exigentes situaciones laborales actuales hacen que tal cambio le sea imposible. La continua introducción de nuevas tecnologías en el ámbito laboral tiene importantes implicaciones. Se trasforman las tareas, se crean puestos de trabajo, y se modifican la supervisión y las estructuras organizativas. Estos cambios, aunque en la mayoría de las ocasiones eliminan estresores, pueden hacer que surjan otros nuevos. Un ejemplo de la introducción de nuevas tecnologías lo tenemos en la recopilación, almacenamiento, análisis y notificación, por medios informáticos y de manera continua, de información sobre las actividades de los trabajadores, la llamada supervisión electrónica del rendimiento. La utilización de este sistema se considera adecuada para establecer unos niveles óptimos de rendimiento, así como para aumentar la productividad. Tradicionalmente, el rendimiento se ha supervisado mediante la observación directa, el examen de muestras de trabajo, el análisis de informes y el análisis de medidas de rendimiento. La supervisión electrónica del trabajo modifica el entorno psicosocial del trabajo, afectando a las exigencias del puesto, las retribuciones, la justicia y la intimidad (Schleifer, 1998). La supervisión electrónica del rendimiento es considerada como un estresor que puede producir trastornos del estado de ánimo (Schleifer, Galinsky y Pan, 1995) además de otros problemas típicamente atribuidos al estrés como ansiedad y depresión (Smith et al. 1992; Carayon, 1994). Por último tenemos los factores organizacionales. Por ejemplo, los continuos cambios en las organizaciones provocan la aparición de nuevos estresores. En este sentido, han comenzado a recibir atención las fusiones y adquisiciones de empresas, la reducción de presupuestos y la ambigüedad e incertidumbre del futuro laboral. En la actualidad, un fenómeno que ya no es inusual es el de las fusiones y adquisiciones de empresas. Se entiende por fusión la unión de dos o más empresas para formar una sola; es un caso especial donde, en general, las empresas desean fusionarse y hacerlo equilibradamente dentro de lo posible. Por contra, la adquisición puede suceder a pesar de los deseos de la empresa adquirida. Los procesos de fusión y adquisición de empresas van acompañados de una serie de problemas entre los que destacan la pérdida de identidad personal y organizacional, los conflictos asociados con la dependencia del control productivo, con la imposibilidad de gestionar la compañía, así como los derivados de la combinación de culturas organizacionales y objetivos de la nueva empresa, etc. Marks y Mirvis (1985a; 1985b) hablan del síndrome de fusión como una conducta defensiva, una respuesta a la incertidumbre y a las presiones que trae consigo este fenómeno. En los niveles jerárquicos bajos de la organización circulan los rumores de despidos y reducción de plantillas, reorganización del personal, congelamiento de los sueldos y pérdidas de beneficio. También puede existir un desequilibrio en el trato de las plantillas primitivas, y el desmantelamiento o cierre de plantas, etc. La crisis de la dirección está a la orden del día, los directivos se aíslan, se hacen poco accesibles, aumenta la centralización, hay menos comunicaciones oficiales mientras que los rumores son continuos y se deja a los empleados en la incertidumbre acerca de qué es lo que está sucediendo. En suma, el escenario organizacional se transforma y los trabajadores comienzan a estar preocupados por la fusión. Las consecuencias de tal proceso son, entre otras, que los empleados se distraen con facilidad y frecuentemente desciende el rendimiento. También, los empleados clave suelen dejar la empresa. Según Marks y Mirvis (1985a), el 50% de los ejecutivos de las firmas adquiridas dejan su empresa en el período de un año, y cerca de otro 25% planea dejar el trabajo en los tres años siguientes. Algunas de las características de la economía de los últimos años son la recesión de diversos sectores, cierre de factorías, aumento del desempleo y recortes presupuestarios. En este sentido, Jick (1983) propone que los individuos que pertenecen a las organizaciones que sufren recortes presupuestarios estarán afectados por diversos estresores, especialmente, inseguridad en el puesto, replanteamiento de la carrera profesional, bajos incentivos, falta de participación en la toma de decisiones, clima organizacional tenso y conflictos entre la vida personal y laboral. Uno de los cambios más espectaculares que se han producido recientemente en las organizaciones ha sido el paso de la estabilidad a la inseguridad en el empleo. Diversos factores se han conjugado para dar lugar a este fenómeno: el ya citado aumento de las fusiones y adquisiciones, el declive de las organizaciones debido al aumento de las presiones competitivas, el incremento de la competitividad en los puestos de trabajo por parte de los empleados jóvenes que aportan una mayor preparación y formación, y la introducción de nuevas tecnologías que deja fuera de lugar las habilidades y los conocimientos tradicionales. Los estudios realizados destacan que este cambio en el mercado laboral ha tenido importantes efectos psicológicos en los trabajadores. Estos efectos pueden observarse en los empleados que han perdido su trabajo y en aquellos que sienten inseguridad. Los trabajadores que han perdido su empleo incrementan sus índices de depresión, ansiedad, disfunción social, y empeora su salud mental (1983; Latack y Dozier, 1986; Fryer y Payne, 1986; Leana e Ivancevich, 1987). Los efectos negativos del desempleo son atribuidos a una pérdida de beneficios psíquicos y económicos inherentes al trabajo. Otros trabajos han examinado las relaciones entre la inseguridad en el empleo, el compromiso con el trabajo y la conducta laboral. Algunos estudios (por ejemplo, Jick, 1985; Greenhalgh, 1982) muestran que los "supervivientes", es decir, los no despedidos, manifiestan niveles de esfuerzo y de compromiso laboral reducidos, y aumento de la resistencia al cambio (por ejemplo, Fox y Staw, 1979; Greenhalh, 1982). Por tanto, la inseguridad del puesto de trabajo se ha convertido en un factor que acelera el declive del bienestar personal y de la empresa. 3.2. Afrontamiento La manera como las personas se enfrentan a las situaciones estresantes está relacionada con las consecuencias físicas y mentales de tales situaciones. Se ha definido el afrontamiento (coping) como los esfuerzos que realiza una persona por reducir los efectos negativos del estrés sobre su bienestar cuando percibe determinadas situaciones como peligrosas su bienestar (Edwars, 1988). Es, por lo tanto, una variable individual que modera la relación entre el estrés y los resultados del mismo. Un buen número de estudios ha intentado clasificar los distintos tipos de afrontamiento. La más usual es la de Lazarus y Folkman (1984) que distingue tres estilos: centrado en los problemas, centrado en las emociones y centrado en la valoración. El primero incluye la búsqueda de información y la resolución de los problemas, es decir, implica un comportamiento relacionado con las situaciones de estrés. El segundo, incluye la regulación y la expresión de las emociones; y el tercero procura controlar la valoración de las situaciones de estrés. Lazarus y Folkman (1984) indican que las personas que utilizan estrategias variadas tienen un estilo de afrontamiento complejo y las que usan una única estrategia un estilo simple. Por otro lado, quienes prefieren la misma estrategia en todas las situaciones reflejan un estilo rígido mientras que quienes utilizan distintas estrategias en situaciones similares tendrían un estilo flexible. Este último parece más eficaz que el anterior (Burke, 1998) 3.3. Características de personalidad Las características de personalidad nos pueden explicar la considerable variabilidad en la forma que las personas responden a estresores similares. Aquí sólo mencionaremos dos: el patrón de conducta tipo A y la resistencia. Friedman y Rosenman describieron el patrón de conducta tipo A como "una lucha crónica, incesante, por acaparar más y más en menos y menos tiempo, si es necesario enfrentándose a otras personas o cosas" (Friedman y Rosenman, 1974, pág. 67). Es un comportamiento persistente que se caracteriza por la impaciencia, competitividad, agresividad, ambición, y dar la máxima importancia al trabajo y al éxito laboral. El patrón de conducta A es un estilo de comportamiento, no un rasgo estático, con el que las personas responden habitualmente ante las situaciones y circunstancias que les rodean y que influye en el modo de percibir las situaciones potencialmente estresantes. Las características distintivas (impaciencia, ambición, competitividad, agresividad, etc.) causan una cierta autoselección de los trabajos que implican un mayor grado de exposición a los estresores laborales. Por otro lado, las personas con patrón de conducta tipo B manifiestan un comportamiento más relajado, baja impulsividad, poca ambición y una actitud menos tensa hacia el trabajo, lo que les hace ser menos susceptibles a emitir una respuesta de estrés. Los sujetos con patrón de conducta tipo C se caracterizan por tener un estilo verbal pasivo y cooperativo, no asertivo, apacible y conformista, por un deseo de agradar y por el control expresivo de las emociones. El patrón de conducta tipo A está relacionado con problemas cardiovasculares, como aseveran múltiples investigaciones (por ejemplo, Booth-Kewley y Friedman, 1987), y en comparación con los sujetos catalogados como patrón de conducta B parece tener más problemas de salud en general (Suls y Sanders, 1987; Jamal, 1990; Winnubst et al. 1996, etc.). Friedman y Rosenman (1974) sugirieron que las personas con un patrón de conducta A son más productivos que los B, y algunos estudios aportan datos que apoyan la idea de la superioridad de los sujetos con patrón de conducta A frente a los B en cuanto a rendimiento, principalmente en su característica cuantitativa. Kobasa (1982) introdujo el concepto de resistencia (hardiness) como aquella actitud básica de una persona ante su lugar en el mundo que expresa simultáneamente compromiso, control y disposición a responder ante los retos. Por lo tanto, de acuerdo con Kobasa, la resistencia está compuesta por tres dimensiones. La primera es el compromiso o la capacidad en creer en lo que uno está haciendo y de implicarse en distintas situaciones. El segundo componente es el control, entendido como la creencia de que uno mismo puede influir en los distintos avatares de la vida. Estas personas se sienten capaces de marcar una diferencia utilizando su imaginación, sus conocimientos, sus habilidades y su capacidad de elección (Oullette, 1998). Por último, el reto se refiere a creer en el cambio en lugar de en la estabilidad, a considerarlo como algo normal en la vida y que conlleva oportunidades y no amenazas. La hipótesis fundamental de la resistencia es que las personas con elevados niveles en las tres dimensiones están mejor dotadas para conservar su salud en situaciones de estrés que las personas con niveles bajos. Diversos estudios muestran que la resistencia está relacionada con la salud física y mental (Wiebe y Williams, 1992; Rush, Schoel y Barnard, 1995, etc.). 3.4. Consecuencias del estrés laboral La exposición de los trabajadores a los estresores laborales está estrechamente relacionada con el deterioro de su salud. Las consecuencias negativas del estrés sobre la persona pueden ser agrupadas en varias categorías: diversas enfermedades y patologías físicas, problemas psicosomáticos, alteraciones psicológicas y comportamentales, y problemas organizativos (ver Cuadro 1 y Cuadro 2). Dentro del primer grupo de problemas, los cardiovasculares son seguramente los más conocidos. Distintas variables del puesto de trabajo (demandas altas, poca autonomía) provocan emociones negativas que junto a las características personales (por ejemplo, patrón de conducta tipo A) parecen asociadas al riesgo de enfermedad cardiovascular (Appel, 1993; Theorell y Karasek, 1996). Le siguen algunos tipos de úlceras, principalmente las de duodeno, y otras alteraciones gastrointestinales, así como el descenso en la resistencia ante enfermedades infecciosas. También se hace responsable al estrés del desarrollo de una gran variedad de problemas psicosomáticos como las palpitaciones, los dolores de espalda y algunos dolores de cabeza (por ejemplo, las migrañas y los producidos por la contracción sostenida de los músculos de la cabeza y cuello). Las alteraciones psicológicas más comunes relacionadas con el estrés son la ansiedad, descenso de la autoestima, incremento de la irritabilidad, falta de motivación y depresión. Entre los problemas comportamentales destacan las alteraciones en los hábitos alimenticios y de sueño, alcoholismo, drogadicción y tabaquismo. Dentro de las consecuencias que podríamos denominar de carácter organizativo destacan la disminución del rendimiento, incremento de la accidentalidad, rotación y absentismo. - Dolor y opresión en el pecho - Indigestión y distensión abdominal por gases - Ulceras de duodeno - Alteraciones gastrointestinales - Dolor abdominal - Micciones frecuentes - Falta de respuesta libidinal - Sensaciones de hormigueo en brazos y piernas - Tensión muscular (a menudo en la zona lumbar) - Cefaleas - Migrañas - Erupciones cutáneas - Sensación de nudo en la garganta - Diplopía y dificultad para enfocar la visión - Palpitaciones - Hipertensión - Alergias - Asma - Náuseas - Resfriados y tos - Diabetes Cuadro 1. Principales síntomas y enfermedades físicas atribuidas al estrés. - Cambios de humor excesivos y rápidos - Preocupación excesiva por cosas que no tienen importancia - Interés excesivo por la salud física - Introversión y soñar despierto - Sensación de cansancio y falta de concentración - Aumento de la irritabilidad - Desinterés por la vida y por los demás - Aumento de conductas adictivas (alcohol, tabaco, drogas, etc.) - Bulimia y en ocasiones pérdida de apetito - Cambios en los patrones de sueño - Abuso de la ingesta de café, bebidas alcohólicas, tabaco y psicofármacos - Dificultades para tomar decisiones - Problemas para concentrarse - Indecisión y descontento injustificado - Tendencia a sufrir accidentes y descuido en la conducción de vehículos - Demora en la recuperación tras sufrir accidentes y enfermedades - Aumento del absentismo en el trabajo - Pérdida del sentido de la responsabilidad - Falta de interés por la empresa y por el trabajo - Disminución en la calidad y cantidad del trabajo - Uso de recursos para evitar el trabajo. Cuadro 2. Alteraciones psicológicas y comportamentales más frecuentes atribuidas al estrés laboral. Antecedentes y consecuencias Burnout (Extracto seleccionado de García Izquierdo, M. (1999). Estés Laboral. En M. García Izquierdo (coord). Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. (pp. 229-250). Murcia D.M.) Acoso psicológico en el trabajo (mobbing) Una consecuencia del estrés laboral que está recibiendo mucha atención en los últimos años es el burnout. A mediados de la década de los setenta se presentó el término burnout (véase, por ejemplo, García, 1990; Gil-Monte y Peiró, 1996), cuya traducción literal es estar agotado o quemado, como característico de aquellas profesiones que consisten en ofrecer servicios humanos directos y de gran relevancia para el usuario. Según esto, en principio, son profesiones de alto riesgo las relacionadas con la salud (Lewy, 1981; Hoiberg, 1982), la enseñanza y la seguridad pública (Cherniss, 1980). Aunque el acuerdo sobre estas profesiones de riesgo es mayoritario, Beemsterboer y Baum (1984) apuntaron que el burnout podría padecerse en otras muchas profesiones que también implican trato directo con personas (vendedores, personal de "ventanilla", profesionales de la abogacía, etc.); en definitiva, de todas aquellas que requieren "trabajar con personas". Encontramos dos grupos principales de autores (Pines y Aronson, 1988; y Maslach, 1982a, 1982b; y Malach y Jackson, 1984a, 1984b etc.) que centran sus esfuerzos tanto en definir como en medir el burnout. Pines y Aronson (1988) definen el burnout como un estado de agotamiento psíquico, emocional y mental causado por la implicación durante largo tiempo en situaciones que requieren demandas emocionales. Estas demandas pueden ser provocadas por la combinación de expectativas altas y una situación de estrés crónico. Según estos autores, el burnout se asocia a numerosos síntomas donde se incluyen agotamiento físico, sentimientos de desesperanza, incapacidad, y falta de entusiasmo hacia el trabajo y la vida en general. Las personas "con burnout" desarrollan actitudes negativas hacia su trabajo y hacia otras personas, principalmente deshumanizando a los demás. Asimismo, el burnout aparece como el principal factor asociado a una satisfacción laboral baja, al absentismo, los retrasos y la rotación. Para Pines y Aronson (1988), son propensos a padecer burnout aquellos que tienen un fuerte deseo o vocación social, que están altamente motivados y son idealistas, y quienes tienen la expectativa de que su trabajo puede dar un sentido o significado a sus vidas. En suma, el burnout es el resultado de una constante y repetida presión emocional asociada con una implicación intensa con las personas en el entorno laboral. Por otro lado, Maslach (1982a; 1982b) y Maslach y Jackson (1984a, 1984b, 1986, etc.) han definido el burnout como un síndrome compuesto por agotamiento emocional, despersonalización y reducción de los logros personales. El agotamiento emocional (emotional exhaustion) se refiere a los sentimientos de estar emocionalmente agotado y consumido debido a las relaciones interpersonales. Un indicio frecuente de agotamiento es el miedo ante la perspectiva de tener que volver al trabajo al día siguiente. La despersonalización (despersonalization) se define como una respuesta insensible y cruel del profesional hacia los usuarios de los servicios que presta. Los indicios característicos son el uso de un lenguaje deshumanizado y despectivo (por ejemplo, "hay un problema con la úlcera de la habitación 18") y la estricta diferenciación entre la vida profesional y personal. El tercer síntoma, la reducción del logro personal (diminished personal accoplishment), hace referencia al descenso de los propios sentimientos de competencia y de logro de éxitos en el trabajo. Algunas de las principales características son la tendencia a autoevaluarse negativamente, y la percepción de falta de promoción o, incluso, el sentimiento de haber perdido competencia en el ámbito profesional. A pesar de la creciente popularidad del término burnout, la distinción entre burnout y estrés no ha sido claramente delimitada. Como Ganster y Schaubroeck (1991) han señalado, el burnout puede considerarse como un tipo de estrés, un patrón crónico de respuestas afectivas a las condiciones estresantes de ocupaciones que requieren altos niveles de contacto interpersonal. Algunos autores ya clásicos en esta línea de investigación como McGrath (1976) y Schuler (1980), clarificaron la situación al definir el estrés como una condición dinámica en la cual un individuo se enfrenta a una oportunidad, obligación o demanda para ser, tener o hacer lo que desea; este suceso se percibe sin certidumbre y sus resultados son importantes para la persona. Esta definición puede englobar a muchos problemas, incluido el burnout. En este marco, el burnout puede considerarse como un patrón de respuestas a los estresores laborales (Shirom, 1989). Así considerado, el burnout puede ser un tipo particular de estrés laboral originado por una serie de demandas laborales (estresores), especialmente de naturaleza interpersonal. En algunos estudios recientes aparecen críticas y reflexiones acerca del concepto y dimensionalidad del burnout que inciden directamente en la consideración del MBI (Maslach Burnout Inventory) como el instrumento más adecuado de medida. Por ejemplo, mientras que para algunos autores el agotamiento emocional es la dimensión clave del concepto (Shirom, 1989; Garden, 1989) y utilizan únicamente esta subescala en sus trabajos empíricos (por ejemplo, Garden, 1989; Koeske y Koeske, 1989), otros cuestionan la validez del constructo burnout pues arguyen que es sinónimo de depresión (Meier, 1984), desilusión (Edelwich y Brodsky, 1980) y que puede estar asociado a rasgos de personalidad (Meier, 1984; Garden, 1989). Por otro lado, en distintas investigaciones la fiabilidad obtenida en alguna de las subescalas es baja (por ejemplo, Corcoran, 1985; Powers y Gose, 1986) y, en otras, las tres dimensiones no aparecen claramente: la variabilidad de la estructura empírica se ha encontrado tanto utilizando la escala original (por ejemplo, Iwanicki y Schwab, 1981; Gold, 1984; Corcoran, 1985; Powers y Gose, 1986; Koeske y Koeske, 1989) como en diversas adaptaciones (por ejemplo, Sirigatti, Stefanile y Menoni, 1988). No obstante, también hay autores que apoyan la solución de tres dimensiones (Belcastro, Gold y Hays, 1983; Brookings et al., 1985; Fimian y Blanton, 1987; Green y Walkey, 1988; Lee y Ashforth, 1990; Evans y Fisher, 1993). Se han propuesto diversos modelos explicativos del síndrome de burnout. A continuación revisaremos sólo dos de los más representativos: el modelo de Cherniss (1980) y el de Edelwich y Brodsky (1980), aunque también hay otros bastante interesantes como el modelo de Golembiewski et al., 1986, y el de Leiter 1988, ambos derivados de la medida del síndrome más conocida y usual: el MBI (Maslach Burnout Inventory) de Maslach y Jackson (1981a). El modelo de Cherniss (1980), está basado en un estudio en el que se entrevistaron repetidamente durante dos años a trabajadores de cuatro profesiones propensas al burnout (salud mental, enfermería, enseñanza y abogacía), y propone que las características particulares del contexto laboral interactúan con las características de los individuos que ingresan en el trabajo y con sus expectativas y demandas, provocando una fuerte tensión que los trabajadores experimentan en varios grados. La tensión se afronta de dos formas diferentes: una, empleando técnicas y estrategias que pueden ser períodos activos de solución de problemas y, otra, exhibiendo cambios de actitud negativos que son calificados como burnout. Para Cherniss (1980), el burnout está formado por diversos estados sucesivos que ocurren en el tiempo y representan una forma de adaptación a las fuentes del estrés. Edelwich y Brodsky (1980) proponen un modelo progresivo compuesto por cuatro etapas diferentes. En la primera etapa, de idealismo y entusiasmo, el trabajador tiene una serie de expectativas irreales de lo que puede conseguir. La segunda, la de estancamiento, supone una paralización tras la constatación de la irrealidad de las expectativas y una pérdida del idealismo y entusiasmo iniciales. La etapa tercera, que es la considerada núcleo central de la aparición del burnout, es la de frustración que desemboca, finalmente, en la cuarta etapa o de apatía, caracterizada por indiferencia y falta de interés, y donde se establece un sentimiento de vacío total que puede manifestarse en forma de distanciamiento emocional y de desprecio. La progresión de este modelo no es lineal, más bien se trata de un modelo cíclico que puede repetirse varias veces en el tiempo de forma que una persona puede completar el ciclo en distinta época y en el mismo o en diferentes trabajos. Acoso psicológico en el trabajo (mobbing): Mariano Meseguer de Pedro y María Isabel Soler Sánchez. La palabra mobbing procede del término inglés “mob” (derivada del latín mobile vulgus). En inglés se distingue entre el sustantivo “mob” como multitud, gentío, muchedumbre o turba, y el verbo “to mob” que se traduciría por acosar, atacar en masa, atropellar, festejar tumultuosamente, lo que vendría a ser como la acción de ese gentío de agolparse en torno a alguien, bien de modo festivo (como lo hacen los fans sobre su ídolo) o bien de modo intimidatorio (como lo hace la muchedumbre en torno a un delincuente que ha cometido un acto que genera alarma social). En los años sesenta del pasado siglo, el etólogo Konrad Lorenz utilizó por primera vez el término mobbing para describir la conducta grupal de ciertos animales gregarios, acosando a un animal solitario de mayor tamaño, y también a los ataques sobre animales de su misma especie que manifestaban comportamientos anómalos. El físico sueco Heinemann (1972), utilizó esta expresión para referirse a los comportamientos agresivos de un grupo de niños hacia otro niño, sobre todo en el patio de la escuela. En los años ochenta, del siglo pasado, Heinz Leymann utilizó el término mobbing aplicándolo a un tipo de violencia de grupo similar a la escolar, pero entre adultos y en el trabajo. Las ideas de Leymann sobre este fenómeno y sus efectos se difundieron rápidamente a otros países escandinavos, como Noruega (Einarsen y Raknes, 1991) o Finlandia (Lindström y Vartia, 1989). Fue en 1976 con la publicación del libro The harassed worker por el psiquiatra americano Caroll Brodsky, donde se relatan, por primera vez, casos típicos de acoso psicológico en el trabajo, destacando las consecuencias negativas de estos comportamientos sobre la salud mental, física y sobre el rendimiento del trabajador. Brodsky consideró que las víctimas eran sólo la punta del iceberg de la violencia psicológica en el trabajo. En nuestro país, el estudio de este fenómeno ha sido más reciente y ha llamado la atención a la opinión pública, sindicatos, investigadores, juristas y psicólogos. Cabe citar el esfuerzo de divulgación e investigación realizado por Piñuel (2001a, 2001b, 2002, 2004) difundiendo el barómetro CISNEROS sobre incidencia del mobbing. La primera publicación sobre este particular en español fue la de Marie F. Hirigoyen, titulado El acoso moral (Hirigoyen, 1999). En el campo de la Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, Sáez y García-Izquierdo (2000) presentaron el primer trabajo sobre mobbing en el VII Congreso Nacional de Psicología Social celebrado en Oviedo (2000). En el VIII Congreso Nacional de Psicología Social, que tuvo lugar en Málaga (2003) se realizó un simposium presentándose varios trabajos (Avargues y León, 2003; Boada, de Diego y Virgil, 2003; García-Izquierdo, Sáez y Llor, 2003; Montalbán, Alcalde y Bravo; 2003;), mientras que en los posteriores, IX y X congresos ya hubieron más una veintena de comunicaciones sobre este fenómeno. En el año 2006 se publica un monográfico sobre acoso psicológico en el trabajo en la Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, donde se aprecia la contribución de grupos de investigación de Valencia (UNIPSICO), Madrid (MOBBING RESEARCH INSTITUTE) y Murcia (EGIPTO), junto con la participación de numerosos departamentos de psicología (departamento de psicología evolutiva y de la educación de la Universidad de Granada, departamento de ciencias empresariales de la Universidad de Alcalá de Henares, departamento de ciencias sociales de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, departamento de psicología social de la Universidad de Sevilla, departamento de psiquiatría y psicología médica de la Universidad Autónoma de Madrid, etc.). Por último, la colaboración de diversas instituciones públicas como la Escuela Andaluza de Salud Pública y el Instituto de la Mujer de la Comunidad de Madrid. Todo lo cual pone de manifiesto el interés y consolidación de una línea de trabajo en esta materia. (ver en Moreno y Rodriguez, 2006). El mobbing se ha conceptualizado unas veces, como un tipo de estresor social; otras, como un conflicto laboral, y, en muchas ocasiones, como una forma de violencia particular y distinta de otras, como la violencia física, el acoso sexual o el acoso racial. Zapf (2004) propone un modelo para ilustrar y facilitar la comprensión del mobbing, y sus distintas manifestaciones. Este modelo lo representa en forma de cinco círculos concéntricos (ver gráfico 1). Víctima de mobbing Conductas de hostigamiento Injusticias organizativas Conflictos Laborales Estresores sociales Gráfico 1. Modelo de Zapf (2004) El círculo externo considera los distintos conflictos sociales que pueden influir en una organización dada (por ejemplo, situación determinadas del mercado laboral, condiciones particulares de un sector productivo o acciones señaladas como reestructuraciones de plantilla, fusiones o adquisiciones, implantación del modelo EFQM, etc.) y que tienen capacidad para crear un clima negativo propicio para el aumento de la incertidumbre y el malestar de los trabajadores. El siguiente círculo representa los conflictos laborales internos dentro de las organizaciones, las distintas situaciones de tensión que se producen en la empresa como consecuencia de una relación distante entre los trabajadores y la dirección, o entre los representantes de estos con aquella (por ejemplo, la conflictividad que puede originarse ante graves desacuerdos con las políticas organizativas, las luchas internas, etc.). El tercer círculo representa las políticas organizativas que son percibidas como injustas por los empleados. Lo que denominamos “mobbing organizativo”, donde se adoptan decisiones que son fuente de malestar (por ejemplo, imponer una política retributiva o de clasificación profesional de forma insatisfactoria para los trabajadores). El cuarto círculo conlleva la aparición de actos hostiles y negativos sobre algunos miembros de una organización (conductas que suelen estar representadas en las evaluaciones sobre mobbing). Estos actos suelen ser repetidos y frecuentes sobre una o varias personas. En el último círculo estaría representado quién se siente blanco y objetivo del acoso, y la percepción de víctima de mobbing, objeto de ataques continuos, directos y recurrentes. La investigación llevada a cabo por Meseguer, Soler, García Izquie do y Sáez, (2007) puede servir de claro ejemplo de lo que significan las distintas manifestaciones del mobbing y la comprensión de éste. Esta investigación se llevó a cabo en el sector hortofrutícola en la región de Murcia, caracterizado por una alta inestabilidad laboral, una discriminación contractual (mayoritariamente como eventuales y fijos discontinuos) y asistencial (se aplica el denominado Régimen Especial Agrario), el diseño de los procesos de producción dominados por el trabajo en cadena (monótonos y automatizados), las estructuras empresariales altamente jerarquizadas, el alto porcentaje de trabajadores de colectivos desprotegidos (mujeres e inmigrantes) y una alta siniestralidad laboral (todo lo cual representaría el círculo externo, estresores sociales). El segundo círculo (conflictos laborales) estaba claramente reflejado en la empresa donde se realizó el estudio, donde había una “guerra abierta” entre representantes sindicales y trabajadores, desde la elección del último comité. Estos conflictos se manifestaban en graves desacuerdos entre la dirección de la empresa y estos trabajadores, incluso con continuas demandas de éstos a la Inspección de trabajo por incumplimientos del convenio colectivo (sobre el transporte, sobre la transformación de contratos eventuales a fijos discontinuos, etc.). En el tercer círculo (injusticias organizativas), la dirección establecía medidas, que en muchos casos se consideraban coercitivas, en aplicación estricta del convenio colectivo. Así, se adoptaban decisiones sobre los turnos de trabajo que perjudicaban claramente a aquellos trabajadores que se acogían al transporte colectivo y no renunciaban “voluntariamente” al mismo, se reducía el número de horas de los operarios eventuales (para que fuese claramente insuficiente el sueldo) o se imponían fuertes medidas disciplinarias ante pequeñas faltas (por ejemplo, la impuntualidad se castigaba con un día de suspensión de empleo y sueldo). En el cuarto círculo (conductas de hostigamiento), se centró en las conductas típicas del mobbing, después de aplicar el cuestionario de mobbing NAQ-RE (Einarsen y Hoel, 2001, en su versión española realizada por Sáez, García-Izquierdo y Llor, 2003), hasta un 28% de los trabajadores se podían clasificar como afectados por comportamientos típicos de mobbing, siendo los más frecuentes los actos negativos relacionados con el rendimiento en el trabajo (infravaloración de sus resultados y esfuerzos, no ser tenido en cuenta y ocultar información relevante para realizar su actividad laboral). En el último círculo (víctimas de mobbing), se icluyó a aquellos trabajadores “gravemente” afectados por este problema, y que reconocían abiertamente estar sufriendo acoso laboral. Así, en las distintas entrevistas realizadas destacaban conductas de acoso como “te degradan para que te vayas”, “me tratan con indiferencia”, “no puedo más”, “se burlan de mí por mi forma de hablar”, etc. Características del mobbing El mobbing es un fenómeno complejo que se lleva a cabo por medio de conductas hostiles repetidas, de intensidad suficiente como para hacer daño, no deseadas, no recíprocas y que pueden tener un efecto devastador para quien lo padece (Di Martino, Hoel y Cooper, 2003). Einarsen, Hoel, Zapf y Cooper (2003), en una revisión de las distintas investigaciones realizadas, señalan varios elementos característicos del mobbing: (1) una frecuencia y una duración repetitiva y persistente de conductas hostiles; (2) una acción que se ejerce mediante una serie de conductas hostiles que van desde las críticas permanentes al trabajo, comentarios injuriosos, calumnias, etc. hasta amenazas y actos de violencia física, y del que posiblemente el mobbing no sea más que un paraguas que recoge diversas modalidades de acoso; (3) una serie de reacciones de las víctimas típicas en las distintas fases del proceso de acoso; (4) la intención del acosador(es) que ejerce(n) la violencia ya sea de carácter instrumental o afectivo; (5) un desequilibrio de poder de las partes, que conlleva que, al menos, la víctima perciba que no dispone de los recursos necesarios para defenderse ante esta situación; (6) un número de acosadores; se estima que entre el 60 y el 80% de los casos hay más de una persona implicada; (7) el estatus de acosadores y víctimas, que hace que este fenómeno pueda darse desde niveles jerárquicos superiores hacia los inferiores, dentro del mismo e incluso desde estatus inferiores a superiores. Incidencia y evaluación del mobbing Existen muchas dificultades para llegar a una medición “real” de la incidencia del mobbing, principalmente porque la información se recoge, casi exclusivamente, de las manifestaciones realizadas por los afectados, quienes en principio, tienden a negarlo o minimizarlo (Randall, 1992). Así, seguramente, se estará infravalorando la verdadera dimensión del mobbing (Einarsen y Skogstad, 1996). Admitir que se es víctima, es como aceptar que se ha fracasado en el afrontamiento y solución del problema, lo que puede dañar la autoestima de quien lo asume (O’Moore y Hellery, 1989). Además, hemos de añadir que en las estimaciones sobre la incidencia de mobbing existen diferencias entre países, el tipo de actividad laboral que se desempeñe, las diferentes definiciones de mobbing que adopten los investigadores y los distintos criterios empleados para su evaluación. En resumen, en los distintos estudios que se han analizado la incidencia oscilaría entre el 10-17% si nos basamos en la información recogida mediante cuestionarios estandarizados, como el LIPT (Leymann Inventory of Psychological Terrorization) de Leymann (1990, 1996) o el NAQ (Negative Acts Questionnaire) de Einarsen y Raknes (1997) (Björkqvist, Österman y Hjelt-Bäck, 1994; García-Izquierdo, Llor, Sáez, Ruiz, Blasco y Campillo, 2004; Gil-Monte, Carretero y Luciano, 2006; Hoel, Cooper y Faragher, 2001; Nield, 1995; Paoli y Merllié, 2001; Piñuel, 2002; Quine, 1999, 2001; Salin, 2003; Vartia 1996, 2003; Vartia y Hyyti, 2002;); entre el 3-7% cuando a estos cuestionarios se añade como criterio el que alguna conducta de acoso se repita con una frecuencia semanal y durante un período de al menos 6 meses (Einarsen y Skogstad, 1996; Leymann, 1992; O-Moore, 2000; OMoore, lynch y David, 2003); ahora bien, si preguntamos directamente a los encuestados si se sienten víctimas de mobbing se estima la incidencia entre el 1-4% (Hogh y Dofraddotir, 2001; MTAS, 2004; Salin, 2001). En Europa, los resultados obtenidos en la III Encuesta Europea sobre Condiciones de Trabajo (Paoli y Merllié, 2001), señaló una incidencia media del 9% (12 millones de afectados). Por países, Finlandia, Países Bajos, Reino Unido, Suecia, Bélgica y Francia arrojaron índices por encima de la media, mientras que Portugal, Grecia, Italia, España, Austria, Luxemburgo, Alemania y Dinamarca, lo hicieron por debajo (ver tabla 1). 16 15 14 14 14 12 12 11 10 10 10 9 Porcentaje 8 8 7 7 6 6 5 5 4 4 4 2 Italia Portu g al Medi a U .E . Irland a Dina marc a Alem ania Luxe mbur go Aust ria Espa ña Grec ia Finla ndia P a ís es B ajos Rein o Un ido Suec ia Bélg ica Fran cia 0 Tabla 1.-Incidencia del mobbing por países de la UE. Fuente: Di Martino, Hoel y Cooper. (2003). En España, en la V Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo (MTAS, 2004), fueron entrevistados un total de 5.236 trabajadores, a los cuáles se les preguntó si en los últimos doce meses habían sido objeto en su entorno laboral de algunas de las siguientes conductas: “¿le ponen dificultades para comunicarse?”, “¿le desacreditan a nivel personal o profesional?” y “¿le amenazan?” Los resultados muestran que a un total de 145 trabajadores (2.8%) – criterio estricto - se les acosaba de forma semanal o diaria, y a 236 (4.5%) – criterio menos estricto - se les hostigaba de forma mensual, semanal o diaria. En la Comunidad Valenciana, en la I Encuesta de Condiciones de Trabajo (Sempere, 2004), mediante un cuestionario administrado a 500 trabajadores (que representaban los distintos sectores empresariales de dicha comunidad), se les preguntó si en los dos últimos años habían padecido alguna forma de violencia (física o verbal), discriminación (sexual, racial, nacionalidad, invalidez, política o religiosa) o acoso psicológico. Los resultados mostraron que el 6.2% de los trabajadores referían haber padecido violencia verbal y el 0.9% acoso psicológico. En cuanto a los sectores económicos, los resultados de la V Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo (MTAS, 2004) mostraron que el sector Servicios es el más afectado, y dentro de éste, las ramas de actividad de servicios sociales y administración/banca con un 6.2% y un 5.8%, respectivamente. Los sectores de la industria (3.5%) y la construcción (1%) estaban significativamente menos afectados. En cuanto al sector público, en un trabajo específico realizado en la Agencia Tributaria y la Intervención General de la Administración del Estado, con una muestra 4.120 personas, Piñuel (2004) cifró en un 22% la incidencia del mobbing (por encima del 15% que había encontrado en estudios anteriores), señalando además que un 10% de los trabajadores mostraban síntomas característicos del síndrome del burnout, y un 4.4% manifestaban ambos problemas. Sobre los resultados de la I Encuesta de Condiciones de Trabajo de la Comunidad Valenciana (Sempere, 2004), la violencia verbal es más frecuente en la agricultura (40% de los trabajadores), industria extractiva (30.4%), cuero y calzado (24.5%) y actividades sociales (21.3%). Para la medida del mobbing se han utilizado técnicas de investigaciones cuantitativas y cualitativas. Inicialmente, Leyman, Brodsky o Adams dieron a conocer el fenómeno por medio de observaciones clínicas o de entrevistas periodísticas. Posteriormente, tomaron el relevo las técnicas cuantitativas para la estimación de la incidencia, las conductas implicadas y la procedencia del mobbing (Hoel, Einarsen, el propio Leymann, Zapf, Vartia, etc.). En una extensa revisión de las distintas formas de medir el mobbing, Cowie, Naylora, Rivers y Pereira (2002) las clasificaron según la fuente de información: en métodos internos, por el uso básicamente de la información procedente de los sujetos analizados (como cuestionarios, entrevistas o grupos focales), en métodos externos, donde la información procede básicamente del investigador o de los compañeros (como la observación o la nominación entre iguales), y en métodos multi-modales que utilizan una combinación de los anteriores. El cuestionario ha sido la técnica más utilizada, destacando el uso del LIPT (Leymann Inventory of Psychological Terror) de Leymann (1990) y el NAQ (Negative Acts Questionnarie) de Einarsen (Einarsen, Raknes y Matthiesen. 1994; Einarsen y Raknes, 1997; Hoel y Cooper, 2000). Las consecuencias y los efectos del mobbing El mobbing se ha considerado como una “epidemia silenciosa” (Zapf, 1999; Wilson, 1991), que provoca insatisfacción laboral, malestar psicológico, problemas psicosomáticos y físicos. Brodsky (1976) afirmaba que las consecuencias para los trabajadores, las organizaciones y la sociedad serían devastadoras. a) Los efectos sobre la organización Hoel, Einarsen y Cooper (2003) agrupan en cuatro apartados los efectos principales del mobbing para la organización: absentismo, rotación del personal, productividad y pérdidas económicas. El absentismo laboral. Dawn, Cowie y Ananiadou (2003) estimaron que de las personas acosadas, un 25% acabarían por abandonar la organización (jubilación forzosa, despido, baja voluntaria o enfermedad). Sin embargo, antes de que se produjera esto, se sucederían períodos de ausencia reiterada del trabajo (Einarsen, 1999; Leymann, 1993, 1996; Zapf y Gross, 2001), lo que nos lleva a pensar en una estrecha relación entre absentismo y mobbing. Matthiesen, Raknes y Rökkum (1989) mostraron una asociación positiva entre estas dos variables en profesores, y Toohey (1991) señaló que esa relación es especialmente significativa en las bajas por enfermedad de larga duración. Quine (2001) cifró en un 8% las bajas por enfermedad con hospitalización debidas al mobbing, mientras que Kivimaki, Eloviano y Vathera (2000) y Vartia (2001), en sendos estudios realizados en Finlandia, encontraron respectivamente un 26% y un 17% de absentismo asociado al mobbing. No obstante, varias investigaciones, que han explorado esta relación, encuentran una asociación bastante débil (Einarsen y Raknes, 1991; Hoel y Cooper, 2000; UNISON, 1997). Por ejemplo, un trabajo de Einarsen y Raknes (1991) mostró que el mobbing sólo explicaba el 1% de la varianza total del absentismo por enfermedad, y Hoel y Cooper (2000) señalaron que los empleados que sufrían acoso se ausentaban del trabajo siete días más por año que aquellos que no lo sufrían. Esta relación, relativamente débil, podría explicarse por la presión que, en muchos casos, ejerce la organización sobre los asalariados para asistir al trabajo, aun estando enfermo, y por la incomprensión que existe de las afecciones de tipo psicológico. La presión percibida para asistir al trabajo se incrementa cuando el individuo es consciente debido a su ausencia sus tareas las tendrán que suplir sus compañeros, incrementándole la carga de trabajo, cuando se reduce el salario, cuando existe un alto riesgo de perder el puesto o cuando las víctimas no quieren que se les acuse de estar fingiendo una enfermedad. Esta presión puede ser tan elevada que, en ocasiones, se convierte en una forma paradójica de mobbing (UNISON, 1997). La rotación de personal. La mayor parte de los estudios, debido a su carácter correlacional y al empleo del autoinforme, más que analizar la rotación se ocupan de la intención de abandonar la organización (Hoel y Cooper, 2000; Keashly y Jagatic, 2000; Quine, 1999). Vartia (1993) halló que el 46% de los acosados tenían la intención de abandonar el trabajo, aunque ésta no se correspondía con el abandono efectivo. En un estudio posterior, cuantificó en un 17% las personas que habían dejado realmente el trabajo debido al acoso (Vartia, 2001). La posible explicación de este hecho estaría en la utilización de la intención de abandonar o de buscar otro empleo como un mecanismo de afrontamiento positivo para reducir el problema, como una estrategia psicológica que permite al individuo buscar un nuevo puesto de trabajo, o al menos le alivia la idea de no tener que permanecer “toda la vida” en su organización (Keaslhy y Jagatic, 2000). Sin embargo, en la mayoría de los casos, las condiciones del mercado laboral no permiten a las víctimas dejar su trabajo, por lo que su permanencia en la empresa sirve para que el conflicto se vaya escalando con el tiempo. La dificultad para encontrar otras alternativas de empleo agrava el riesgo para la salud y los efectos negativos para la organización, porque la consideración del despido o de la “baja voluntaria” más que en una solución se podría convertir en el “verdadero” problema (Peris, 2002). Por otro lado los efectos sobre la productividad y el rendimiento. Posiblemente debido a la dificultad de medir la productividad, los estudios en los que se analiza su relación con el mobbing son escasos. Einarsen et al. (1994), con una muestra de empleados adscritos a un sindicato noruego, hallaron que el 27% de los encuestados estaba de acuerdo en que el mobbing reducía su eficacia en el trabajo. Hoel y Cooper (2000) incluyeron una pregunta sobre cuál era su rendimiento actual en su puesto, independientemente de si eran víctimas o no de mobbing, y estimaron en un 7% el descenso de la productividad en el primer grupo. En EEUU, Johnson e Indvik (1994) cifraron entre los cinco y seis billones de dólares las pérdidas de productividad por acoso. En numerosos trabajos las inferencias de estimación de productividad se han realizado de forma indirecta, asociando el mobbing a la insatisfacción laboral, la reducción del compromiso o la baja motivación que, sin duda, repercutirán en el rendimiento en el trabajo (ver en Hoel et al., 2003). Por último, Los costes del mobbing. Inicialmente, Leyman (1990) cifró entre 30.000 y 100.000 dólares por persona y año los costes del mobbing para una organización. Rayner (2000) estimó unos gastos empresariales de un millón de libras esterlinas sólo en términos de reemplazo del personal, y Sheehan, McCarthy, Barker y Henderson (2001) entre 600.000 y 3,6 millones de dólares anuales para una empresa media de 1.000 trabajadores. La Comunidad Autónoma del País Vasco, Gutiérrez y Mugarra (2003) estimaron los gastos sociales del mobbing en el año 2002. Para esta valoración dividieron los costes en tres apartados: los derivados de las bajas laborales, de las consultas de salud mental y del consumo de fármacos y antidepresivos. Tomando en consideración el porcentaje de afectados por mobbing entre un mínimo del 5% (Paoli y Merllié, 2001) hasta un máximo del 16% (Piñuel, 2001) concluyeron que por bajas laborales el coste iría desde los 77.8 hasta los 248,9 millones de euros; por consultas de salud mental, desde los 128,79 hasta los 412,32 millones de euros; y, por consumo de antidepresivos, desde los 2,8 hasta los 9 millones de euros. Por tanto, el gasto total sería de unos 243,39 millones de euros anuales en la previsión más favorable y de unos 778,85 millones de euros en la menos favorable. Hoel et al. (2003) recomiendan que, para investigaciones futuras sobre costes, se analicen los siguientes elementos: absentismo por enfermedad (costo para la empresa, horas extraordinarias de compañeros, etc.), rotación y gastos de sustitución (los que hacen referencia al reclutamiento, selección y formación), impacto en la productividad y rendimiento, compensaciones y litigios (abogados e indemnizaciones) y deterioro de la imagen social de la empresa. b) Los efectos individuales del mobbing Los efectos sobre la salud psicológica y física. Keashly y Harvey (2004), en una recopilación de trabajos de investigación, categorizaron los efectos del “abuso emocional” en directos e indirectos. Los efectos directos se refieren al humor negativo (miedo, resentimiento, ansiedad y depresión) y la distracción cognitiva (problemas de concentración). Los efectos indirectos aluden a: a) la reducción del bienestar psicológico (en forma de disminución de la autoestima y de la autoeficacia, abuso del alcohol, baja satisfacción con la vida, tendencias depresivas, o sobre-emocionalidad); b) los problemas de origen psicosomático; y c) las consecuencias sobre la organización. Vartia (2003), mostró una asociación significativa entre el mobbing y los problemas de salud. Debido al diseño longitudinal del mismo, pudo relacionar el mobbing con la aparición de enfermedades cardiovasculares y con la depresión. La conclusión más importante a la que llegó fue, que los daños para la salud son el resultado del tiempo de exposición al mobbing pero que, a su vez, algunos de los daños causados, como la depresión, les hacían más vulnerables a los acontecimientos futuros en el trabajo. En este punto, conviene señalar que la mayor parte de los trabajos en los que se relacionan estas variables se han realizado con víctimas de mobbing, que generalmente han sufrido un largo proceso de acoso. Por esta razón, cabría preguntarse si en las investigaciones llevadas a cabo con grupos de trabajadores en general, y en donde, posiblemente, los procesos de victimización fueran menos acusados, también aparecerían asociaciones significativas con la salud y el bienestar. Einarsen y Raknes (1997), en una muestra de empleados pertenecientes a empresas navales, encontraron que la exposición al mobbing explicaba el 23% de la varianza de la salud psicológica y del bienestar. Anteriormente, Einarsen y Skogstad (1996) asociaron esta experiencia con problemas psicológicos, psicosomáticos y musculoesqueléticos. Kaukianem, Salmivalli, Björkqvist, Österman, Lahtinen, Kostamo y Lagerspetz (2001) concluyeron que las personas clasificadas como “víctimas”, comparadas con “no víctimas”, diferían de forma significativa en síntomas físicos, problemas afectivos, cognitivos y sociales. También se han hallado asociaciones con el burnout (Einarsen, Matthisen y Skogstad 1998), donde las auxiliares de enfermería acosadas puntuaban más alto en la escala de burnout que las no acosadas. Vartia (2001), por medio de un análisis de regresión, concluyó que ser víctima de mobbing era un predictor significativo de los síntomas de estrés incluidos en su estudio, aunque sólo explicaba el 5% de la varianza total. Einarsen et al. (1996) observaron que el acoso explicaba el 13% de la varianza referente a molestias psicológicas, el 6% a los problemas musculoesqueléticos, y el 8% a los problemas psicosomáticos. Entre las consecuencias también aparecen relaciones significativas con la toma de medicación, como somníferos o sedantes (Vartia, 2001, 2003). En definitiva, no parece haber duda de que, tanto en los estudios realizados exclusivamente con víctimas como en los realizados con muestras globales, la asociación entre el mobbing y los problemas de salud es significativa. Por otra parte, algunos autores han relacionado el tipo de actos negativos que se utilizan en el acoso y las consecuencias de los mismos. Así, parece ser que cuando practican conductas negativas dirigidas a la vida privada o al desempeño profesional, el impacto es mayor en la pérdida de salud de las víctimas (Einarsen y Raknes, 1997; Vartia, 2003), mientras que emplear el aislamiento social, ignorar a alguien, no permitir expresar sus ideas y opiniones, o darle a alguien tareas sin sentido, se asocia principalmente con la pérdida de autoconfianza (Vartia, 2003). Respecto a los efectos del mobbing sobre la sociedad parece obvio, que los diagnósticos por ansiedad generalizada, el síndrome de estrés postraumático, o cualquier otro, llevan consigo un aumento del absentismo, y si finalmente se consigue expulsar a la persona de su puesto, los costes de protección sobre este trabajador recaerán en la sociedad. Si además, esta persona quedase excluida definitivamente del mercado de trabajo (por ejemplo por incapacidad laboral permanente) el coste que asume la sociedad es aún mayor. En Suecia, se estimó que el 25% de los trabajadores con edades superiores a los 55 años que habían sido jubilados anticipadamente, entre el 20% y el 40%, habían desarrollado enfermedades debidas a experiencias de mobbing. Por este motivo, muchos países europeos, como Francia, Alemania, Italia, Suecia, los Países Bajos o Noruega han elaborado un marco legal para tratar la agresión psicológica (Di Martino et al., 2003) y considerar como punibles ciertas prácticas de acoso en su ordenamiento jurídico. A modo de resumen, el fenómeno del mobbing, además de ocasionar problemas de salud a los trabajadores, aumenta el absentismo y reduce el rendimiento, lo que se traduce en un alto coste para las organizaciones. Por ello, la investigación futura debe centrar gran parte de sus esfuerzos en el conocimiento y comprensión de los antecedentes y las causas de ese fenómeno, sobre todo los de naturaleza organizativa y es por lo que entendemos que debiera considerarse imprescindible su evaluación en el marco de la prevención de riesgos laborales (Soler, 2008); en desarrollar herramientas y técnicas de resolución efectivas, donde se realicen programas de intervención que eviten tanto la aparición de este fenómeno como su resolución; y por último, una mayor comprensión de este problema, ampliando la investigación a la figura del acosador y los altos directivos, que sin duda, son elementos centrales de la aparición, mantenimiento y desarrollo del acoso psicológico en el trabajo (Meseguer, Soler y García Izquierdo, 2005).