La Gaceta del FCE. Marzo de 2009

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Marzo 2009
Número 459
ISSN: 0185-3716
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Epístolas y fascinus
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Ludwig van Beethoven
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Georg Brandes
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Friedrich Nietzsche
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Pascal Quignard
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Horacio Quiroga
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Silvestre Revueltas
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Rosa Matteucci
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Anaïs Nin
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Henry Miller
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James Hillman
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Rainer Maria Rilke
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Lou Andreas-Salomé
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Concepción Arenal
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William S. Burroughs
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Paul Celan
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Nelly Sachs
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Francisco Umbral
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Sumario
Nenúfares
Esther Seligson
Testamento de Heiligenstadt
Ludwig van Beethoven
Correspondencia particular
Georg Brandes/Friedrich Nietzsche
El fascinus
Pascal Quignard
La caza del tatú carreta
Horacio Quiroga
Apuntes autobiográficos
Silvestre Revueltas
La verdadera historia del falo de Rasputín
Rosa Matteucci
Una pasión literaria
Anaïs Nin/Henry Miller
Pan y la masturbación
James Hillman
Tríptico mortecino
Gustavo Ogarrio
Del otro mundo nuestro
Selección y versiones de Martín Palma
Correspondencia
Rainer Maria Rilke/Lou Andreas-Salomé
Cartas a los delincuentes
Concepción Arenal
Las cartas de la ayahuasca
William S. Burroughs
Correspondencia
Paul Celan/Nelly Sachs
El Falo/Icono
Francisco Umbral
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Ilustraciones de portada e interiores de José Fors,
tomadas del libro José Fors. 25 años, Universidad de
Guadalajara, Guadalajara, 2004.
número 459, marzo 2009
la Gaceta 1
a
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ISSN: 0185-3716
Epístolas, mensajes, confesiones de un yo necesitado de ser oído, o en este caso leído.
La literatura, en sí, podría considerarse una eterna carta arrojada a los dioses, o al
vacío…, en el peor de los casos a la humanidad. Sin embargo, las cartas no pretenden
crear, sino comunicar, incluso emitir una orden. La literatura, en cambio, crea mundos alternos, por no decir que inventa al propio mundo que la creó. El destinatario
de la literatura es un simple pretexto para poder expresarse. El destinatario de la
carta que escribe un individuo es un objetivo preciso: algún conocido o alguien a
quien quiere conocer. Por eso las cartas no son necesariamente literatura, poseen un
sentido práctico que las aleja del esplendor literario. Entonces ¿por qué se habla de
género epistolar? Porque existe un yo necesitado de ser leído. No se trata solamente
de comunicar algo práctico, sino de reinventarse gracias a los otros, aunque los otros
sean una excusa, así como los dioses, el vacío o la humanidad son la excusa de la literatura. El Diccionario de la real academia de la lengua española, en su cuarto inciso, define así la epístola: “Composición poética en que el autor se dirige o finge dirigirse a
una persona real o imaginaria, y cuyo fin suele ser moralizar, instruir o satirizar”. Si
somos realmente sinceros, las cartas son escritas supuestamente para los otros, aunque el verdadero destinatario sea uno mismo. En las cartas confesamos lo inconfesable, confiando en la discreción del amigo o la persona al que se la enviamos, pidiéndole encarecidamente que la destruya en cuanto termine su lectura. Pero en nuestro
fuero interno rogamos que no sea así, y que por un afortunado azar la humanidad se
entere, a través de un hermoso libro, de nuestra gran sensibilidad, de los indecibles
tormentos que nos aquejan, y por supuesto del inigualable ingenio que nos caracteriza. Así es, somos seres necesitados de… eso es lo de menos, siempre y cuando podamos escribirlo en una carta, dirigida a “una persona real o imaginaria”, da igual.
En este número de la Gaceta podrán leer las amargas quejas de Beethoven y de
Rilke, el espléndido sentido del humor de Quiroga y de Burroughs, las amonestaciones y consejos de la jurista Concepción Arenal a los presos, la maravillosa megalomanía compartida de Nietzsche y Brandes, y muchos tópicos y personajes más.
Y entonces ¿a cuento de qué nos topamos con el fascinus? Este número se titula
Epístolas y fascinus. ¿Qué tiene que ver el falo con las cartas? Casi nada. Aunque sí
existen analogías. El falo es símbolo de comunicación, de generación de vida. Pero
éste sería, como en las cartas, su aspecto fecundador, visto como vehículo comunicante. Aquí, más bien, tratamos de mostrar otro aspecto. Ya vimos que las cartas acaban
siendo, desde cierto punto de vista, autorreferenciales. Igual pasa con el falo. Para
entender esto contamos con el ensayo de Hillman sobre el dios Pan y la masturbación. O el texto de Umbral donde el falo icónico se deslinda de su etiqueta funcional
para adoptar su actual rol suntuario. Quignard, por su parte, desvela, a través de su
amena erudición, el sentido del fascinus en la Roma antigua. Pero al margen de las
analogías que puedan establecerse entre las epístolas y el falo, el verdadero motivo
para incluir este tema se debe a la crónica que la escritora italiana Rosa Matteucci
escribió especialmente para la Gaceta, donde narra el hilarante periplo que sufrió el
falo momificado de Rasputín. G
Correo electrónico
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2 la Gaceta
a
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a
Nenúfares
Esther Seligson
In memoriam Alejandro, Ceci, Sergio,
Eduardo, Paco, Amelia
En el espejo de agua
la palabra se rompe
no así el nenúfar
en su quieta imagen
luz que la sombra deja
oscuro estar ahí
máscara de fuego
El estanque duerme
la palabra escurre
inunda
llena de pajuelas al nenúfar
allá
parque de El Retiro
hebras de llanto antiguo
como chispas en la voz
Es una fotografía
el golpe de un nostálgico ardor
en la memoria
hueco sordo grieta
aquel sueño a flor de piel
la caricia el abrazo
el abrazo el espejo ciego
profundo
Voces engendran voces
el golpe de un tambor
albahaca ámbar
esconder el pesar es inútil
la luz en su travesía
lo traspasa
nymphea aura
Entre las hojas redondas
asoma la corola
princesa en su góndola flota
allá El Retiro
recuerdo un nombre otro nombre
un rostro varios rostros
todos ausentes
todos… G
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la Gaceta 3
a
Testamento de
Heiligenstadt1*
a
Ludwig van Beethoven
A mis Hermanos Karl y (Johann) Beethoven
¡Hombres que me creéis rencoroso, loco o misántropo, qué
injustos sois conmigo! ¡Vosotros ignoráis la razón oculta de
estas apariencias! Desde mi infancia, mi alma se mostró inclinada al dulce sentimiento de la bondad y siempre me encontré
dispuesto a realizar las más grandes acciones. Pero tened en
cuenta la horrorosa situación en que desde hace seis años vivo,
agravada por médicos ignorantes que me engañan con la esperanza de una ilusoria mejoría, y, limitado, en fin, a la perspectiva de una enfermedad crónica, cuya curación exige probablemente años y años, si es que no es imposible.
De un temperamento apasionado y vivo como soy, aficionado a la vida social me ha sido preciso desde el primer momento apartarme de los hombres y llevar una vida solitaria. A veces,
intentaba sobreponerme a todo esto; pero ¡ay!, cuán duramente la renovada experiencia de mi achaque me vencía. Y no era
posible que yo dijera a los hombres: “¡Habladme más alto,
gritadme, que soy sordo!”. No me hubiera sido posible descubrir entonces la carencia de un sentido que debiera ser en mí
más perfecto que en nadie, y que yo he poseído, en otro tiempo, en la mayor plenitud, con una perfección que seguramente
no tuvieron jamás los mejores de mi oficio. ¡Oh, esto no es
posible tolerarlo! Perdonadme, pues, si vivo apartado, cuando
mi gusto sería estar en vuestra compañía. Mi desgracia me es
doblemente dolorosa porque debo ocultarla; no puedo encontrar distracción en la sociedad, en las conversaciones apacibles,
en las mutuas efusiones. Solo, completamente solo, no entro
en la vida hasta que me lo exige una necesidad imperiosa; y
debo vivir como un proscrito. Si me acerco a una tertulia, el
miedo de que puedan advertir mi estado, me sobrecoge con
una angustia espantosa.
Por eso he pasado estos seis meses en el campo. La ciencia
de mi médico me persuadió a que prodigara mi oído lo menos
posible; no hizo sino darme gusto; y con todo, siempre que era
solicitado por mi natural inclinación a la sociedad, me dejaba
arrastrar por ella. ¡Pero qué humillación cuando el que estaba
a mi lado escuchaba a lo lejos una flauta, y yo no oía nada, o
* E.R. Blackaller, Renovación en el Silencio, con 22 cartas de la correspondencia de Beethoven y otros documentos, fce, México, 1974.
1 Escrito en 1802. Beethoven omitió el nombre de su hermano
Johann. Como resultado de las invenciones del padre, el compositor
se creía cuatro años más joven, por eso en el texto la edad está alterada.
4 la Gaceta
cuando el otro oía cantar al pastor y yo tampoco podía escucharlo! Sucesos como éstos me llevaban a la desesperación, y
poco faltó para que pusiera fin a mi vida. —Sólo el Arte me
detuvo. Me parecía imposible abandonar el mundo sin haber
realizado cuanto debía. Y así prolongué esta vida miserable
—miserable de veras—. Tan irritable soy, que la más leve mudanza me lleva de la felicidad mejor a la más mala tristeza.
Paciencia, como suele decirse; a la paciencia me acojo ahora
para que ella me dirija. Espero que sea duradera esta resolución mía de resistir hasta que las Parcas inexorables quieran
cortar el hilo de mi vida. Quizás se arregle todo, quizás no,
pero estoy dispuesto a lo que sea. No es muy fácil ser filósofo
por obligación a los veintiocho años; y para un artista es más
duro que para nadie.
Tú, Señor, desde tu gloria, miras al fondo de mi corazón, tú
lo conoces, tú sabes que el amor a los hombres y el anhelo de
hacer el bien lo colman. Los que leáis esto, pensad que habéis
sido injustos conmigo; y que el desventurado se consuele con
encontrar un desventurado como él, que, a pesar de todas las
trabas de la naturaleza, ha hecho cuanto de él dependía para ser
digno del dictado de artista y de hombre.
En cuanto a vosotros, Karl y (Johann), hermanos míos,
cuando yo muera, si vive todavía el profesor Schmidt, rogadle
en mi nombre que cuente mi enfermedad, y añadid a la reseña
esta carta, a fin de que, después de mi muerte, el mundo me
perdone, en lo que sea posible. Al mismo tiempo, os nombro
herederos de mi escasa fortuna (si es que merece este nombre).
Repartíosla honradamente, no os separéis nunca y ayudaos uno
a otro. De sobra sabéis que os he perdonado, hace mucho
tiempo, el mal que hayáis podido hacerme. Carlos, a ti, hermano, te doy especialmente las gracias por el afecto que en estos
últimos años me has demostrado. Mi gusto sería que ambos
llevárais una vida más feliz y más desahogada que la mía. Enseñad a vuestros hijos a ser virtuosos, pues sólo la Virtud puede
dar la felicidad, no el oro. Hablo por experiencia. La virtud ha
sido mi sostén en la miseria; a ella le debo, tanto como a mi
arte, no haber cortado el hilo de mi vida con mi propia mano.
Quedáos con Dios y amáos. Mi agradecimiento a todos mis
amigos y en particular al príncipe Lichnowski y al profesor
Schmidt. Quisiera que los instrumentos del príncipe L. pudiesen ser conservados por cualquiera de vosotros. Pero que esto
no vaya a ser causa de disputa. Si os pueden servir de algo más
útil, vendedlos. Me reputaré dichoso, si en la misma tumba
puedo serviros de algo.
Sabiéndolo así, ¡con qué júbilo me moriría! Si la muerte
llegara antes de que haya yo podido desarrollar por completo
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a
mis facultades artísticas, lo sentiría de veras, y a pesar de mi
duro destino, quisiera retardarla. Mas de todos modos, estoy
contento. ¿No va a libertarme de mi sufrir sin término? —Ven,
muerte, cuando te plazca, que yo salgo a tu encuentro revestido de valor—. Adiós, y que no me olvidéis del todo cuando yo
muera, pues bien merece que le recordéis el que ha pensado
tanto en vosotros durante su vida para haceros dichosos… ¡Así
lo seáis!
Ludwig van Beethoven
Heiligenstadt, 6 de octubre de 1802
número 459, marzo 2009
a
A mis hermanos Karl y (Johann)
para ser leído después de mi muerte
Heiligenstadt, 10 de octubre de 1802 —¡Con qué tristeza me
despido de ti, Heiligenstadt, con qué tristeza! La amable esperanza de cura que aquí me trajo, o al menos de alivio, debe
morir del todo. De igual manera que las hojas del otoño caen
y se marchitan, mi ilusión se me ha secado. Me voy casi como
vine. El mismo esforzado valor que a menudo me socorría en
los días bellos del estío se ha desvanecido del todo. ¡Dios mío,
concédeme, por una sola vez, un día de alegría! ¡Hace tanto
tiempo que el profundo eco de la alegría verdadera me es desconocido! ¡Oh!, cuándo, Señor, cuándo podría yo oírlo en el
Templo de la naturaleza y de los hombres. ¿Nunca? ¡No! Esto
sería demasiado cruel. G
la Gaceta 5
a
Correspondencia particular*
a
Georg Brandes/Friedrich Nietzsche
19. De Brandes a Nietzsche
Copenhague, 16 de noviembre de 1888
Mi querido señor:
Aún no le escribí esperando la dirección de la Bizet. No la
recibí. Le mando la del príncipe Urusovv.
Han aparecido los tres libros míos.
Es interesante que parte de lo que usted dice de Dostoievsky en su último libro concuerda con mi concepto acerca de él.
También he recordado su nombre en mi obra sobre Rusia,
hablando de Dostoievsky. Es un gran poeta, pero un ser repugnante, cristianamente emocional y al mismo tiempo sadista.
Toda su moral es la que usted llama moral de esclavos.
El escritor sueco loco de quien le escribí es August Strindberg. Se encuentra aquí. Vive en Holte, cerca de Copenhague.
Él lo quiere a usted bastante, por su odio a las mujeres, como
las odia él. Por eso lo considera a usted moderno (¡la ironía del
destino!). Al leer en los diarios mis conferencias sobre usted,
dijo: “¡Caso interesante! Mucho de lo que dice este Nietzsche
podría escribirlo yo”. Su drama Padre apareció en francés, con
un prólogo de Zola.
Cuando empiezo a pensar en Alemania, me siento mal.
¡Qué pasa ahí! ¡Qué triste es esto de que en toda nuestra vida
no podamos presenciar algo bueno en Alemania! Lamento que
un sabio filólogo como usted no comprenda el danés. Hago
todo lo posible para evitar la traducción de mis obras acerca de
Polonia y Rusia al ruso. Me temo que si se traducen no me
dejarán entrar al país.
Creo que esta carta lo encontrará en Turín. En caso contrario, se la enviarán.
Suyo
G. Brandes
20. De Nietzsche a Brandes
Turín, Carlo Camino Alberto,
20 de noviembre de 1888
Mi querido señor:
Perdóneme que le conteste en seguida. Cosas extraordinarias pasan en mi vida, cosas que no tienen igual. Esto ocurrió
ayer y hoy también. ¡Ah, si supiera lo que escribí justamente
* Georg Brandes, Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático,
Traducción de José Liebermann, Sexto Piso, México, 2004.
6 la Gaceta
cuando llegó su carta! Con un cinismo que se hará famoso en
los anales de la historia humana, describí mi propia vida.
El libro se llama Ecce Homo, y es un despiadado panfleto en
contra del crucificado, que termina con truenos y relámpagos
para todo lo que es cristiano o contagiado de cristianismo, de
tal modo que se queda usted cegado y ensordecido. Yo soy, de
hecho, el primer psicólogo del cristianismo. Yo, el viejo artillero, utilizo cañones tan pesados, que ningún enemigo del cristianismo lo ha imaginado siquiera hasta hoy. Todo es un prólogo a la Revisión de valores, que ya tengo listo en mi cabeza. Le
juro que dentro de dos años el mundo se estremecerá convulsionado de la gran debacle, de la cual yo soy el factotum.
¡Adivine quién recibió más golpes en Ecce Homo! ¡Los alemanes! Les digo cosas terribles. Ellos tienen sobre su conciencia un gran crimen: transforman en nada la época más
gloriosa de la historia humana, el Renacimiento, un momento así, cuando los valores cristianos, los valores decadentes,
fueron debilitados y vencidos por los valores instintivos, los
instintos de la vida en conciencia de la misma espiritualidad,
por lo menos de sus más altos exponentes. Atacar en aquel
tiempo a la Iglesia, significaba restaurar el cristianismo. Esto
lo hizo la Reforma alemana (César Borgia como Papa, lo que
sería el verdadero símbolo del Renacimiento, su significado
histórico).
No debe usted enojarse conmigo porque le recuerdo repentinamente en un lugar importante del libro (lo recibí recién),
donde se habla de las relaciones de mis amigos alemanes conmigo, quienes me traicionaron a mí y a mi filosofía. Bruscamente apareció usted, envuelto en aureola sagrada.
Estoy conforme con lo que dice usted de Dostoievsky: siento por él mucho aprecio como uno de los psicólogos más grandes del mundo. Le estoy profundamente agradecido, por más
antagónico que sea a mis instintos. Lo mismo siento por Pascal, a quien casi quiero, porque me enseñó mucho, mucho. ¡Es
el único cristiano lógico!
Anteayer he leído con placer, sintiéndome en mi casa, Los
casados, del señor August Strindberg. Le admiro sinceramente.
Le admiraría más si no tuviera el sentimiento de que en él me
admiro un poco a mí.
Sigo en Turín, su
F. Nietzsche, monstruo ahora
¿A dónde quiere que le mande El crepúsculo de los ídolos? Si se
quedara dos semanas más en Copenhague, es inútil que me
envíe la nueva dirección. G
número 459, marzo 2009
a
a
El fascinus*
Pascal Quignard
El deseo fascina. El fascinus es la palabra romana para nombrar
el phallós. Existe una piedra con un fascinus groseramente esculpido que el artista enmarcó en estas palabras: Hic habitat felicitas (Aquí reside la felicidad). Todas esas cabezas horrorizadas
de la villa de los Misterios —que mejor habría sido llamar villa
de lo Fascinante o, mejor aún, el cuarto fascinante— convergen en el fascinus, disimulado bajo el velo de un cedazo.
Como la mentula (el pene) no es en absoluto lo que caracteriza a la humanidad, las sociedades humanas evitan exhibir un
órgano erecto (fascinum) que recuerda demasiado llamativamente su origen bestial.
¿Por qué la naturaleza, hace dos mil millones de años, dividió las especies en dos y las sometió a esta herencia antiquísima
cuya función es tan aleatoria como imprevisible, que deja el
origen de cada uno siempre en la incertidumbre, que acecha
los cuerpos y obsesiona las almas?
Ni las plantas, ni las lagartijas, ni los astros, ni las tortugas
están sujetos para reproducirse a una relación libidinosa que
implica una larga duración y que obliga a integrar, simultáneamente, la búsqueda, la selección visual, el cortejo, el apareamiento, la muerte (o la cercanía de la muerte), la concepción,
el embarazo y el parto.
Los romanos estaban obsesionados por la fascinación, la
invidia, el mal de ojo, la suerte, la jettatura. Lo echaban todo a
suertes: las copas de los banquetes, los coitos, los días fastos, las
guerras. Vivían abrumados de prohibiciones, ritos, presagios,
sueños, señales. Los dioses, los muertos, los parientes, los
clientes, los libertos, los esclavos, los extranjeros y los enemi-
* Pascal Quignard, El sexo y el espanto, Traducción de Ana Becciú,
Minúscula, Barcelona, 2005.
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la Gaceta 7
a
gos, todos estaban celosos de lo que deseaban, comían o emprendían. Las miradas se demoraban sobre todas las cosas y
todos los seres dejándoles una marca, lanzándoles una invidia,
contaminándolo todo con su veneno, arrojándoles un maleficio
de esterilidad y de impotencia.
Marcial escribe: Crede mihi, non est mentula quod digitus (Créeme, uno no le da órdenes a este órgano como se las da a su dedo,
Epigramas vi, 23). Plinio llamó al fascinus el “médico de la envidia”
(invidia). Es el amuleto de Roma. Un hombre (homo) no es un
hombre (vir) más que cuando está en erección. La falta de vigor
(de virtud) era una obsesión. De la concepción romana del amor,
los modernos han conservado el taedium vitae: el “hastío de la
vida” que sigue al placer, la detumescencia del universo simbólico
que acompaña a la detumescencia fálica, la amargura que nace del
abrazo y que nunca distingue el deseo del terror vinculado a la
impotentia repentina, involuntaria, hechizada, demoníaca.
La indecencia ritual caracteriza a Roma: es el ludibrium.
Esta complacencia romana en la obscenidad verbal se desprende de los cantos fesceninos que se cantaban durante la ceremonia de la priapea (el cortejo de Liber Pater). La priapea consiste en agitar el fascinus gigante contra la invidia universal.
En el año 271 a. C., Ptolomeo ii Filadelfo, para celebrar el
fin de la primera guerra de Siria, se puso a la cabeza de un gran
cortejo de carros que exhibían ante la mirada de todos las riquezas de la India y de Arabia. Uno de esos carros llevaba un
enorme falo de oro de ciento ochenta pies de largo, que los
griegos llamaban Príapo. Poco a poco, el nombre de Príapo
suplantó en Roma al de Liber Pater.
Ya sea en forma de torneos de obscenidades, de saturae, de
declamationes, de sacrificios humanos en la arena, de cacerías
simuladas en parques simulados (ludi), el ritual propiamente
romano es el ludibrium. Este rito de sarcasmos priápicos se
extiende por todo el imperio. Este juego sarcástico es lo que
Roma aportó al mundo antiguo. Más allá del castigo, más allá
del espectáculo del desafío a la muerte o de los sacrificios escenificados en forma de combates a muerte, la sociedad se venga
y se aglutina a través de la muerte risible. Es el ludus (el “juego”
por excelencia; la palabra ludus es etrusca) que, antes de ser
representado en el anfiteatro, es imitado en la danza y en la
grosería fesceninas: es la pompa sarcástica del fascinus aplicada
a cualquier parcela del territorio de cada grupo. Todo triunfo
comporta su secuencia de humillaciones sádicas que desencadena las risas y federa a los que se ríen en la unanimidad vindicativa. A la punición prevista por la ley se añade la puesta en
escena sarcástica a la que la sociedad llega en masa, y llega
como masa unánime —como una lluvia de átomos agrupados
de pronto en Populus Romanus— para concurrir al espectáculo
legislativo y participar colectivamente en la venganza de la infracción.
Un ludibrium inaugura nuestra historia nacional. En septiembre del 52 a. C., después de la toma de Alesia, César ordena llevar en carro a Vercingetórix hasta Roma. Lo encierra
durante seis años en un calabozo. En septiembre del 46 a. C.,
César une en un haz los cuatro triunfos que le consintieron
(sobre la Galia, sobre Egipto, sobre el Ponto y sobre África).
El cortejo parte del Campo de Marte, pasa por el circo Flaminio, atraviesa la vía Sacra y el Foro y termina en el templo de
8 la Gaceta
a
Júpiter Óptimo Máximo. Un carro tirado por caballos blancos
transporta la imago de César esculpida en bronce. Setenta y dos
lictores preceden la estatua con los fasces en la mano. Detrás,
en largas columnas, los siguen el botín, los tesoros y los trofeos. Luego vienen las máquinas, los mapas que ilustran las
victorias y unas pinturas coloreadas sobre grandes paneles de
madera (los carteles). Uno de estos paneles representa a Catón
en el momento de morir. A la cola del cortejo desfilan cientos
de prisioneros que son objeto de los sarcasmos populares; entre ellos se puede ver a Vercingetórix cubierto de cadenas, a la
reina Arsínoe y al hijo del rey Juba. César, inmediatamente
después de la celebración del cuádruple triunfo, ordena matar
a Vercingetórix en la oscuridad de la prisión de Mamertino.
Un ludibrium funda la historia cristiana. La escena primitiva
del cristianismo —el suplicio servil de la cruz reservado a quien
pretende ser Dios, la flagellatio, la inscripción Iesus Nazarenus
Rex Iudaeorum, el manto púrpura (veste purpurea), la corona real
hecha de espinas (coronam spineam), el cetro de caña, la desnudez infamante— es un ludibrium concebido para hacer reír. Los
chinos del siglo xvii a los que los padres jesuitas intentaban
catequizar de entrada lo entendían así y no comprendían que
se pudiera considerar artículo de fe una escena cómica.
En su origen, los versos fesceninos eran unos sarcasmos lo
más groseros posible e insultos sexuales que los jóvenes de
ambos sexos se dirigían alternativamente unos a otros. A estos
versos (estas réplicas alternadas y bailadas) se añadían las saturae y las farsas atelanas. Los hombres se disfrazaban de macho
cabrío y se ataban delante del vientre un fascinum (un consolador, un ólisbos). En las Lupercales se disfrazaban de lobo y purificaban flagelándolos a todos los que encontraban a su paso.
En las Quincuatrías se disfrazaban de mujer. En las Matronalias las matronas se convertían en siervas. En las Saturnales los
esclavos se vestían de Patres y los soldados se disfrazaban de
lobas. A Jesús lo disfrazan de “rey de las Saturnales” conducido
hacia su crux servilis. Antes de que satura significase novela, el
tipo de bandeja llamada lanx satura quería decir popurrí de las
primicias de todas las producciones de la tierra. Cuando Petronio, bajo el Imperio, compuso la primera gran satura, hizo un
popurrí de historias obscenas cuyo principal interés era despertar la mentula desfalleciente del narrador del relato para volver
a transformarla en fascinus.
***
Carior est ipsa mentula (Mi pene es más precioso que mi vida).
Las vestales eran seis, confiadas al cuidado de la de más edad,
la Virgo máxima. Custodiaban el objeto talismánico que no
debía desvelarse y mantenían la llama de la jauría. Si alguna
violaba el voto de castidad era enterrada viva en el campus
sceleratus, cerca de la puerta Colina, donde las lobas (las prostitutas tapadas con la toga marrón obligatoria que más tarde
llevarán los monjes penitentes), el 23 de abril, realizaban su
acción de gracias a Venus Salvaje y se desnudaban completamente delante del pueblo para que éste juzgara sus cuerpos.
Las vestales protegían Roma (fuego y sexo). El sexo de cada
hombre estaba bajo la protección de un genio al que sacrifica-
número 459, marzo 2009
a
ba flores (los órganos sexuales femeninos) bajo la protección
de Liber Pater. Son las Floralia. Genius es aquel que engendra
(gignit, o quia me genuit). Este primer “ángel de la guarda” es
un ángel sexual. La cama de matrimonio se llamaba lectus genialis. Cada hombre dispone de un genius que salvaguarda sus
genitalia de la impotentia y protege su gens de la esterilidad.
Galeno escribió de forma muy sorprendente que el lógos spermatikós era para los testículos lo que el oído para la oreja y la
mirada para los ojos.
La impotencia (languor) es la obsesión romana y converge
en el espanto. Ovidio, en el libro iii de los Amores, relata un
fracaso sexual y describe los terrores supersticiosos que lo rodean: “La tuve en mis brazos en vano. Yo estaba inerte (languidus). Yacía como un fardo sobre el lecho. Yo sentía deseo. Ella
sentía deseo. Pero yo no pude blandir mi sexo (inguinis). Tenía
los riñones muertos. Por mucho que ella me rodease el cuello
con sus brazos más blancos que la nieve de Tracia, que introdujera su lengua hasta el fondo de mi boca, que provocara mi
lengua. Por mucho que pusiera sus muslos debajo de los míos,
que le llamase su señor (dominum), que me susurrase palabras
excitantes. Mi miembro entumecido, como frotado con cicuta
helada, no me secundó. Yo yacía inerte, pura apariencia, peso
inútil, a medio camino entre un cuerpo de hombre y una sombra de los infiernos. Ella abandonó mis brazos tan pura como
la vestal que piadosamente se encamina a velar la llama eterna.
¿Paraliza mis fuerzas un veneno (veneno) tesalio? ¿Algún sortilegio, alguna hierba me estará dañando? ¿Acaso una maga ha
grabado mi nombre sobre cera roja y ha clavado una acerada
aguja en el centro de mi hígado? Si a Ceres le echaran un sortilegio, no sería más que hierba estéril. Las fuentes también se
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secan cuando alguien las hechiza. Los embrujos arrancan las
bellotas del roble. Las uvas caen de la vid. Los cantos funestos
hacen caer los frutos del árbol sin que nadie los haya sacudido.
¿No podrían las artes mágicas adormecer también este nervio
(nervos)? ¿Es eso lo que me volvió impotente (impatiens)? Y a
todo esto se sumó la vergüenza (pudor). La vergüenza acentuó
mi debilidad. Sin embargo, ¡qué mujer maravillosa tenía yo
ante mis ojos! Tan cerca la tuve que la toqué como durante el
día la roza su túnica. Pero la infortunada no tocaba a un hombre (vir). La vida y la virilidad se habían apartado de mí. ¿Qué
placer daría el canto de Femio a unos oídos sordos? ¿Qué placer puede ofrecer a los ojos muertos de Támiras un lienzo
pintado (picta tabella)? ¿Qué placeres no me había imaginado
yo secretamente para esta noche? Había soñado los gestos.
Había imaginado las posturas. Pero mi miembro, lamentable,
estaba como muerto antes de tiempo (praemortua), más marchito que una rosa cortada la víspera. Y míralo ahora cómo se
endurece, cómo recupera su vigor a destiempo (intempestiva).
Míralo cómo reclama el servicio y quiere entrar en combate.
¡Tú, la parte de mí más despreciable (pars pessima nostri), no
tienes pudor! Has traicionado a tu dueño (dominum). Con dulzura acercaba ella su mano, lo cogía en sus manos, lo estimulaba (sollicitare). Pero como su arte no surtía efecto, gritó: ‘¿Te
burlas (ludis) de mí? ¿Quién te obligó, insensato, a venir a tender tus miembros en mi lecho si no lo deseabas? ¿O es que la
envenenadora de Ea ha anudado sus tablillas para echarte un
maleficio? ¿O antes de venir otra muchacha te ha agotado?’ Y
saltó de la cama, cubierta sólo con su túnica, sin siquiera atarse
las sandalias. Y para disimular que estaba intacta de mi semen,
fingió lavarse los muslos.” G
la Gaceta 9
a
a
La caza del tatú
a
carreta1*
Horacio Quiroga
Chiquitos míos:
En mi carta anterior les prometí un relato divertido. ¡Quién
había de decirme que en plena selva, cazando un enorme animal salvaje, me iba a reír a carcajadas!
Así fue, sin embargo. Y los indios que cazaban conmigo,
aunque son gente muy seria cuando cazan, bailaban de risa,
golpeándose la barriga con las rodillas.
Pero antes debo decirles que esta fiesta de monte tuvo lugar
un mes después de mi encuentro con el tigre cebado. Los cinco canales que me había abierto en carne viva con sus garras se
echaron a perder, a pesar del gran cuidado que tuve.
(Las uñas de los animales, hijitos míos, están siempre muy
sucias, y precisa lavar y desinfectar muy bien las heridas que
producen. Yo lo hice así; y a pesar de todo estuve muy enfermo
y envenenado por los microbios.)
Los cazadores de que les hablé en mi anterior carta me llevaron acostado sobre una mula hasta la costa del Paraná, y
cuando pasó un vapor que volvía de Iguazú, lo detuvieron descargando al aire sus escopetas. Fui embarcado desmayado, y
hasta tres días después no recobré el conocimiento.
Hoy, un mes más tarde, como les dije, me encuentro sano
del todo, en los esteros de la gobernación de Formosa, escribiéndoles sobre una cáscara de tatú que me sirve de mesa.
Bien, chiquitos. Por el título de esta carta ya han visto que
se refiere a la cacería de un tatú. (Ante todo, es menester que
sepan que el quirquincho, la mulita, el peludo y el tatú son más
o menos un mismo y solo animal.) Oigan ahora lo que nos
pasó.
Anteayer atravesábamos el bosque para alcanzar esa misma
noche las orillas del río Bermejo, tres indios y yo. Caminábamos hambrientos como zorros, cuando…
(Hijitos míos: no es tan fácil comer en el bosque como uno
cree. Salvo al caer la noche y al rayar el día, en que se puede
ver a los animales que salen a cazar o vuelven a sus guaridas, no
se tropieza con un bicho ni por casualidad.)
Caminábamos, pues, tambaleándonos de hambre y fatiga,
cuando oímos de pronto un ronquido sordo y profundo que
parecía salir de bajo tierra. Ese ronquido se parecía extraordinariamente al de un tigre cuando trota bramando con el hocico
* Horacio Quiroga, Cartas de un cazador. fce. México, 1999.
1 Publicado con el título: “El hombre frente a los animales salvajes. —la caza del tatú carreta” en Billiken, Buenos Aires, febrero 4,
1924. Con un dibujo, de grandes dimensiones, de Marchisio. Primera
versión en Mundo Argentino, Buenos Aires, junio 28, 1925.
10 la Gaceta
en la tierra. El que oímos entonces resonaba bajo nuestros pies,
como si un monstruo estuviera roncando en las entrañas de la
tierra.
Yo miraba estupefacto a los indios, sin saber qué pensar,
cuando los indios lanzaron un chillido y comenzaron a bailar
en círculo uno tras otro, mientras gritaban: —¡Tatú! ¡Tatú carreta!
Entonces comprendí de lo que se trataba; y al pensar en el
riquísimo manjar que nos prometía ese ronquido, entré bailando en el círculo de los indios, y dancé como un loco con2
ellos.
(Para apreciar lo que es bailar como un chico entre tres indios desnudos, es menester saber lo que es hambre, hijitos
míos.)
Yo no había visto nunca un tatú carreta; pero sabía ya entonces que cualquier tatú, o mulita, o quirquincho asado, es un
bocado de rey.
Estaba bailando aún, cuando los indios se lanzaron monte
adentro a toda carrera chillando de apetito. Yo los seguí a todo
escape, al punto de que llegué casi junto con los indios hambrientos.
Y vi entonces lo que es el tatú carreta: en pleno suelo, con
casi todo el cuerpo hundido en una enorme cueva, inmóvil y
callado ahora, estaba el animal, cuyo ronquido habíamos oído.
Era en efecto una mulita. ¡Pero qué mulita, chiquitos míos!
Apenas se veía de ella algo más que su robusto rabo. En un
instante los indios se prendieron de él y tiraron con todas sus
fuerzas. El tatú, entonces, se puso a cavar… ¡Y qué terremoto!
La tierra volaba como a paletadas, lastimándonos la cara por la
fuerza con que salía. Con tal fuerza escarbaba el tremendo tatú,
y con tanta rapidez, que la tierra salía lanzada a chorros, en
sacudidas rapidísimas.
Los indios se ahogaban de tierra. Soltaron el rabo, y en un
instante éste desapareció como una serpiente en la cueva. Con
un grito nos lanzamos todos al suelo, hundimos el brazo hasta
sujetar el rabo y tiramos los cuatro con todas nuestras fuerzas.
¡Y dale! ¡Tira! ¡Tira! Cuatro hombres con feroz apetito tiran, créanme, hijitos míos, tanto como un caballo. Pero el
enorme tatú, con las abiertas uñas clavadas en la tierra y con el
lomo haciendo palanca en la parte superior de la cueva, no
cedía un centímetro, como si estuviera remachado.
Y tirábamos, chiquitos, tirábamos, negros de tierra y con las
2
En el original: “como”.
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a
venas del cuello a punto de reventar por el esfuerzo. A veces,
rendidos de fatiga, aflojábamos un poco; y el tatú se aprovechaba entonces y cavaba a todo escape, lastimándonos la cara con
las manotadas de tierra, que salían como de una ametralladora.
¡Tal era nuestra facha y tan sucios estábamos, que nos reíamos
a cada rato, de vernos cuatro hombres hambrientos, tirando
como locos de la cola de un tatú!
Yo no sé, chiquitos, cómo hubiera concluido eso. Posiblemente hubiera acabado el tatú por arrastrarnos a todos dentro
de su cueva, porque nosotros no hubiéramos soltado nuestro
asado. Pero por suerte de pronto recordé un procedimiento
infalible para sacar mulitas de la cueva.
¿Saben ustedes cuál es este procedimiento? ¡Pues… hacerle
con una ramita cosquillas al animal… debajo de la coda!
(No se rían, chiquitos. Este sistema de cazar ha salvado en
el monte la vida a muchas criaturas que de otro modo hubieran
muerto de hambre.)
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Hicimos, pues, cosquillas al tatú. Y el tatú, tal vez divertido
o muerto de risa por el cosquilleo, aflojó las patas y… ¡ligero!
¡a un tiempo! Y de un tremendo tirón lo sacamos afuera.
¡Pero qué monstruo, chiquitos! Era más grande que veinte
mulitas juntas. Más grande todavía que la gran tortuga del zoo.
Pesaría tal vez 50 kilos y medía un metro de largo. Parecía
realmente una carreta de campo, con su gran lomo redondo.
Hoy día el tatú carreta escasea bastante. Se dice que hay
ejemplares más grandes aún, y que pesan centenares de kilos.
Estos tatús son nietos de otros tremendos tatús carreta que
existían en otras épocas, llamados gliptodontes, cuya cáscara o
caparazón se puede ver en el museo de Historia Natural.
Bien, chiquitos: Nos comimos a nuestro respetable tatú,
como si fuera una humilde mulita asada del mercado del Plata.
Todavía lo estamos comiendo, muy serios; pero cuando me
acuerdo de la figura que hacíamos anteayer, tirando, tirando…
me río todavía… y como más tatú. G
la Gaceta 11
a
a
Apuntes autobiográficos*
a
Silvestre Revueltas
Nací en Santiago Papasquiaro del estado de Durango, el 31 de
diciembre de 1899.
Creo que es un lugar cercano a las montañas, pues el recuerdo más lejano y vivo de mi infancia me ilumina un viaje
por la sierra, amarrado a una mula —era muy pequeño—, durmiendo el sueño bajo tiendas de campaña y sobre el suelo, cazando pajarillos con rifle de salón, recogiendo frutas en la
madrugada, oyendo los lobos en la noche. Desde entonces me
quedó un automático, tendido amor por los pinos, las montañas y los horizontes; así como más tarde, viviendo en Ocotlán
del estado de Jalisco, soñé con puertos y barcos —Ocotlán está
a la orilla del río Lerma que desemboca en el lago de Chapala— y me enamoré del mar soñando, para siempre. Fueron mis
primeros amores; el cielo, el agua y la montaña. Después vino
la música… Más tarde la música por dentro.
Mi madre nació en un mineral del estado de Durango llamado San Andrés de la Sierra, y allí vivió toda su juventud; hija
de mineros y entre mineros. Entre quebradas y cascadas; y árboles y flores. Ella me ha contado su infinita curiosidad por
saber del mundo que ocultaban las altas montañas que rodeaban su pueblo, sus sueños, y su siempre nueva admiración y
amor por la naturaleza. Soñaba con tener algún día un hijo
artista, poeta, escritor, músico, alguien que pudiera expresar
todo lo que ella admiraba y amaba de la naturaleza y de la vida;
a ellos se debió probablemente que yo naciera con una malhadada afición por la música y por la pereza, y una inacabable
* Silvestre Revueltas, Cartas íntimas y escritos de Silvestre Revueltas,
sep/fce, México, 1982.
12 la Gaceta
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a
nostalgia de nuevos horizontes. Era muy pequeño, tres años
—me cuenta ella—, cuando por primera vez oí música. Era una
orquestita de pueblo que tocaba la serenata en la plaza. Yo estuve de pie escuchando largo tiempo, y seguramente con una
atención desmedida, pues me quedé bizco. Y bizco estuve por
tres o cuatro días. (Ahora, ¡desgracia mía!, ya no me quedo
bizco ante los músicos). De niño (¿también de hombre?) preferí siempre dar tamborazos en una tina de baño y soñar cuentos, que hacer algo útil, y así pasaba los días imitando con la
voz diversos instrumentos, improvisando orquestas y canciones y acompañándome con la tina de baño. Esas redondas tinas
de baño que siempre me gustaron más para tamboras que para
baño.
Y seguí soñando con música y países remotos. Recuerdo
dolorosamente el solfeo. A veces las desafinaciones me costaron coscorrones poco musicales. Mis lágrimas cayeron sobre el
“Eslava”. Leí libros de viaje con lágrimas y “do, mi, do, mi,
sol”. Tenía seis años. Quería ser misionero en remotos lugares,
predicador y músico. Me gustaron las vidas de los santos y de
los bandidos.
Hay un barrio de Santiago que se llama España: creo que se
cruza un arroyo para ir —tenía apenas ocho años cuando salí
de Santiago, casi no lo recuerdo—. Yo vivía un sueño de aventura cada vez que iba a España. Me mandaban allá con mi
abuela cada vez que me daban aceite de ricino. Para que reposara la purga. Allí me ponía a limpiar frijoles y a tocar una
flauta de carrizo.
Después toqué el violín. Lo empecé a estudiar allá por Colima, por Ocotlán, por Guadalajara. Mi pobre padre que era un
poeta de su vida humilde nos llevaba de un lado para otro,
porque sus negocios comerciales andaban de capa caída. (Era
un comerciante que amaba el arte y la poesía. A él le debo lo
mejor de mi vida interior y mi mejor amor para los hombres.)
Hice progresos rápidos y tocaba piezas y canciones populares
o las improvisaba. Hice mi primera aparición en público, cuando tenía once años, en el teatro Degollado de Guadalajara. Al
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día siguiente mi padre compró todos los periódicos. (Desde
entonces me han perseguido y ahora ya no los quiero comprar.) Para él era una recompensa dulce por el gasto que había
hecho comprándome un traje nuevo para aquella ocasión…
¡Estábamos tan “brujas”!
Mi padre, que tenía un vago temor de que la música no me
diera para comer, me hizo estudiar teneduría de libros, taquigrafía, aritmética y ciencias ocultas, sin ningún resultado. Fui
dependiente de una tienda de ropa y de abarrotes, con gran
desesperación de los patrones que siempre me mandaron a…
tocar el violín. En revancha creo haberme robado uno que otro
quinto para comprar “leche quemada” y pasteles, que eran mi
debilidad. Cada domingo me daban un tostón del que gastaba
veinticinco centavos en pasteles y el resto se lo daba a mi abuela con quien vivía pobremente en un cuarto redondo.
Fui creciendo y tocando.
Vine a México ¡México! Hice versos inevitables y escribí cartas con puros puntos suspensivos. Mi buen padre se alarmaba…
Seguía estudiando música y fui poco aplicado. Desde muy
temprano amé a Bach y a Beethoven. Me gustaba pasearme a
grandes zancadas con la melena alborotada y los brazos cruzados a la espalda, por las románticas avenidas de Chapultepec.
Siempre tuvieron gran influjo sobre mí esas litografías y grabados que muestran al pobre de Beethoven con cara de pocos
amigos desafiando un desatado tormentón. Yo no podía ser
menos.
……………………………………………………………………
…………………………………………….
He tenido muchos maestros. Los mejores no tenían títulos
y sabían más que los otros. De allí que siempre haya tenido
muy poca veneración por los títulos. Ahora, después de muchos años sigo estudiando, sigo teniendo maestros, escribo
música, sueño con remotos países, y a veces doy tamborazos en
tinas de baños.
Silvestre Revueltas
México, 13 de marzo de 1938 G
la Gaceta 13
a
a
La verdadera historia del falo de Rasputín
a
Rosa Matteucci
Después del vulgar asesinato de Rasputín y después de que su
cuerpo, ya congelado, fuera arrojado al río Neva, cerca del
Instituto de Medicina Legal de San Petersburgo, se practicó la
primera autopsia sobre el cadáver del monje y luego se embalsamó; podemos imaginar que esto se llevó a cabo con el rigor
y el amor por la ciencia y la precisión que caracterizaban al
entonces inminente socialismo real.
14 la Gaceta
Corazón y pulmones se sustrajeron y se conservaron en dos
grandes frascos en una solución de alcohol para posteriores y
más minuciosos estudios. Algunos años después, la abstinencia
etílica de un sirviente del instituto y un invierno particularmente crudo conspiraron para que dichos restos desaparecieran:
una vez que el empleado consumió el licor con sabor a órganos
internos, éstos se perdieron irremediablemente.
número 459, marzo 2009
a
El cuerpo de Rasputín fue sepultado en Carskoe Selo, en la
capilla que habría de ser consagrada a san Serafín. Apenas un
año después, la tumba del stárets fue profanada por revolucionarios que, una vez exhumado el cadáver, tuvieron un mitin
improvisado frente a los míseros restos que habían sido despedazados por la revisión anatomopatológica, pero que, afortunadamente, habían sido también momificados.
A partir de ese momento la momia de Rasputín emprendió
un triste vagabundeo; acarreada de aquí para allá por los simpatizantes de la revolución, peregrinó de un lado a otro sin
descanso, en el frío y en el hielo, factores que contribuyeron a
su buena conservación. Este peregrinaje habría de culminar de
manera definitiva en una hoguera al borde de un camino en las
afueras de San Petersburgo.
Antes de esta cremación on the road, el cadáver había sido
arrastrado a lo largo y ancho de las calles de la capital; primero
camuflado como instrumento musical, luego envuelto bajo un
tapete turcomano. Durante este vía crucis, un temerario maestro de primaria pensionado extirpó, por encargo de Anna
Vyrubova, antigua dama de compañía de la difunta zarina Alejandra, el falo momificado del monje.
La reliquia, por la que la Vyrubova y una caterva de supérstites ex devotas de Rasputín pagaron una fortuna, se puso en
un relicario y se rotuló con la inscripción “Reliquia de san Pitirim” para que permaneciera incógnita. Cuando el país entero
se vio arrastrado por las vicisitudes de la revolución, por el
galopar furioso de la historia, se perdió durante algún tiempo
la memoria, aunque no las huellas de tan particular resto anatómico. Al parecer lo custodió una tía viuda del maestro ladrón
que vivía cerca de Petushki.
En la década de 1920 la reliquia con el resto de san Pitirim
reapareció a orillas del Caspio, en el almacén de un comerciante de cereales de Astracán; llevaba la inscripción “Santa reliquia
de san Zirbetto”. Un viajero persa muy pío la adquirió por
unos cuantos rublos, y así el falo momificado de Rasputín emprendió su enésimo viaje, esta vez con dirección a Teherán,
donde se confirma su existencia en 1929, año de la caída de
Wall Street. Ahí, el miembro adquirió una nueva denominación: ya no se le atribuía a san Zirbetto, sino a san Mirza.
Tras algunos sucesos históricos poco conocidos, el
venerado falo llegó a Kandahar; se ha comprobado que ahí
estuvo resguardado en un cenotafio chiíta. Luego retomó su
número 459, marzo 2009
incesante viaje y arribó, por capricho de la fortuna, a Lahore,
a la casa de un terrateniente cuyo nombre desconocemos; allí
permaneció durante dos lustros y se le veneró como “santa
reliquia de san Pupetto Menor”.
En 1947 el pene del monje, salvado de los incendios que
devastaron Lahore, llegó a la India en uno de aquellos trenes
que, cargados de cadáveres, huían del país hacia la otra patria.
Después de una breve estancia en el templo dorado de Amristar en el Panyab, el miembro se transformó en “lingam de
Rocco, primo de Shiva” y un fanático sij de Lucknow lo ocultó
en la humilde morada de un pastor. Hacia los años sesenta el
falo de Rasputín desembarcó en Benarés, donde se exhibía en
una pequeña capilla con la inscripción “lingam di Rocco Bello,
nieto de Shiva”. De ahí lo robó, al final de la siguiente década,
un grupo de fanáticos originarios de Umbría.
Posteriormente, y de manera totalmente accidental, cayó en
manos del gurú Ninna Ralla quien lo restauró parcialmente y lo
colocó en un nuevo y precioso contenedor con la inscripción “Cartílago de Mariano Rumor, político democristiano”. Con tal denominación se puso en venta en el bazar del Fuerte Rojo de Delhi.
El cantante italiano Bruno Lauzi se encontró en ese bazar a
su colega Frank Zappa y ambos, conmovidos por la extrañeza
del objeto, se lo pelearon a golpe de rupias. Lauzi, que tenía la
cartera más abultada, se adjudicó la reliquia. El músico estadunidense de origen siciliano, ofendido y resentido, intentó vengarse por la innegable ofensa y compuso el fragmento autobiográfico “Tengo un inmenso falo”.
Desde la India el cartílago de Mariano Rumor, político democristiano llegó a Italia (más exactamente a Génova), donde
lo sometieron a un análisis científico detallado y reveló su verdadera identidad: era el falo de Rasputín.
Más tarde, lo adquirió la casa de subastas Sotheby’s y lo
remató en tres mil libras esterlinas: el ganador de la subasta fue
un célebre sastre, que lo llevó consigo a Estocolmo a la ceremonia de entrega de los Premios Nobel, y luego lo extravió
durante las parrandas de la noche de Santa Lucía.
Finalmente reapareció, como por milagro, en Rapallo, flotando en la fuente del pulpo de bronce; ahí lo encontró el
cónsul honorario ruso, quien se encargó de llevarlo a la Academia de las Ciencias de Moscú; de ahí, la reliquia se transfirió
definitivamente al nuevo Museo del Erotismo de la capital,
donde le auguramos que descanse por fin en paz. G
la Gaceta 15
a
a
a
Una pasión literaria*
Anaïs Nin/Henry Miller
[Glion sur Montreux, Suiza]
Miércoles 3 de febrero de 1932
[Henry:]
¡Dostoievski en Siberia! ¡Henry en Dijon! Desde mi fortaleza en lo alto del país de los instintos congelados (los suizos),
donde no estoy tratando de recobrar el juicio, sino de ocultar
mi locura, te envío un telegrama que te producirá risa, y ciento
cincuenta francos. El telegrama no es insensato. Dimite, Henry, ese lugar es inaceptable para ti. Hugh1 llega el viernes y
cuando lea tu carta lo entenderá perfectamente. Escucha, al
viejo testaferro de Krans no le importará porque dispone de
otros candidatos a ese puesto. Además, ya fuiste expulsado con
falsos pretextos. No tenían derecho a ofrecerte quinientos
francos y luego una vez allí decirte que no te darían nada. Ardo
de indignación cuando escribo esto. Leí tu carta esta mañana
mientras paseaba. Eres excesivamente susceptible, además, si
crees que tus amigos te van a librar de tener que resolver personalmente “tu” problema, Henry. Pienso que todos ellos
creían honestamente que te iban a dar una auténtica oportunidad de escribir, durante algún tiempo, de asimilar la vida que
has llevado, o quizás, hacer que otros la asimilen. Te digo: “Ven
a Louveciennes”, al menos por un tiempo. Ya sé que no es la
solución perfecta porque es otra forma de exilio, y no serías lo
suficientemente libre, y la casa está demasiado lejos de París.
Te digo esto porque temporalmente sería un lugar en donde no
te faltaría cama ni comida. Hugh tratará de conseguirte otro
trabajo. Te dije el miércoles porque ese día estaremos en casa,
y también porque me imagino que no puedes dimitir de la
noche a la mañana. Pero si quieres huir antes de Siberia, puedes ir directamente a Louveciennes. Emilia [la doncella] estará
encantada de cuidarte. Hoy le escribiré una nota. Usa nuestra
habitación. Es posible que Hugh te haya escrito lo mismo,
supongo que no. Como sabes, cuando uno se entusiasma el
otro debe contenerse, para mantener el equilibrio, tal y como
* Anaïs Nin/Henry Miller, Una pasión literaria, correspondencia
1932-1953, Traducción de Juan Antonio Molina Foix, Siruela,
Madrid, 2003.
1 Hugh Parker Guiler (Hugo), marido de A. N., quien con la
ayuda del Dr. Krans, del Programa de Intercambio Franco-Americano, había conseguido para H. M. el puesto de repétiteur [profesor
particular ] de inglés en el Liceo Carnot de Dijon, experiencia recordada en la parte final de Trópico de Cáncer. Véase la Nota Biográfica
sobre Guiler.
16 la Gaceta
tú te contenías cuando June2 se exaltaba. Dostoievski sacó algo
de Siberia, pero por lo que dices, Dijon no es tan interesante
ni mucho menos. Es mezquino, pobre, exangüe, pequeño, insignificante. No te quedes ahí. Escríbeme lo que decidas hacer
a: Lista de Correos, Glio sur Montreux, Suiza. El miércoles en
casa.
Esta carta debe llegarte inmediatamente, por lo tanto me
reservo todo lo que quería escribirte sobre ti, June y otras cosas. Si vuelves, hablaremos, si no, te escribiré mucho. No te
preocupes por las críticas que me haces. Me gustan y creo en
ellas. ¿Sabías que he suprimido el capítulo sobre la extravagancia en el libro sobre Lawrence?3. Lograste que me diera cuenta de lo insensato que era. Tienes razón, también, en lo referente a la parte analítica del segundo libro. Me estás ayudando
mucho.
Anaïs
Liceo Carnot, Dijon
Jueves [4 de febrero de 1932]
¡No sé por dónde empezar! Mi mente está desbordada, saturada de material. Alors, recibí tu carta, el telegrama. Lo primero
de todo, ¡bravo! Me alegra enormemente el interés que le tomas, eso me sirve bastante de apoyo. No será necesario volver
a París, o a Louveciennes, aunque por supuesto agradezco
profundamente tu hospitalidad. Reservemos la ocasión, pueden venir días peores. Por ahora me siento lo suficientemente
fortalecido para resistir […]
Tal vez te parezca un llorón. ¡Qué jaleo he armado! Maldita
sea, no debería caer en un lecho de rosas. Por lo tanto, si en el
futuro desvarío o vocifero, considéralo una exuberancia literaria. Todo tiene sus compensaciones […]. Ahora que he despejado la cubierta con estas explicaciones prácticas (y cómo las
detesto, ¡demonios!) déjame que me disculpe por otras cuestiones más interesantes. Primero, perdón por el papel. Tengo
buen papel para mecanografiar pero lo guardo en reserva. Espero tu aprobación si no te importa la informalidad. Tal vez te
produzcan algún placer las notas tomadas al azar en el reverso.
A mí ya no me sirven para nada. En segundo lugar, disculpa la
falta de encabezamiento. Todavía no he aprendido a llamarte
2
Esposa de H. M. Véase Smith en las Notas Biográficas.
Primer libro de A. N., D. H. Lawrence: An Unprofessional Study,
publicado en París por Edgard W. Titus en 1932.
3
número 459, marzo 2009
a
por tu nombre, y señorita Nin suena tan protocolario, como
una invitación a tomar el té. Debería llamarte sencillamente
Anaïs, pero me llevará tiempo hacerlo. (Osborn, por ejemplo,
es todavía Osborn). Qué germánico es todo esto […]
Ya que no estaré allí para enfrascarme en largas discusiones
(excepto tal vez durante la Pascua, o ¿te habrás ido ya?) por qué
no tratamos de discutir a fondo por carta. Por favor, guarda las
notas que te he enviado, después de leerlas. Como te dije, la
mayoría fueron excluidas de la novela4. Quiero volver a ella,
completarla mediante la incorporación de parte del material de
mi libro actual [Trópico de Cáncer]. Por supuesto has adivinado
lo inapreciable que debe ser para mi “Albertine”. No se parece
demasiado a June; es quizás mucho más complicada, como si
estuviera instrumentada. ¿Cuántos más enigmas planteados
por Albertine debo resolver todavía? […] Dios mío, es para
volverse loco el pensar que haya de pasar siquiera un día sin
escribir. Jamás me pondré al día. Es por eso, sin duda, por lo
que escribo con tanta vehemencia, tanta alteración. Es desesperante […]
4
Sí, espero, Anaïs, que me escribirás. Tengo muchas cosas
que contarte que no he metido en los libros. Y quiero saber lo
que piensas. He vuelto de nuevo a tu libro, a mis primeras,
intensas impresiones. Ciertos pasajes son de una inestimable
belleza. Sobre todo muestran una seguridad, un dominio, una
madrugada habilidad que, ¡ay!, yo nunca lograré. La composición misma de tu sangre, tu herencia, tal vez te ha salvado sin
tú saberlo de los problemas y sufrimientos que la mayoría de
escritores se ven obligados a padecer. Eres una artista innata,
con independencia del formato que elijas. Tienes una capacidad, por puro sentimiento, que cautivará a tus lectores. Sólo
que debes tener cuidado con tu razón, tu inteligencia. No trates de dar soluciones. […] No sermonees. No saques conclusiones morales. No existe ninguna, de todos modos. No dudes.
¡Escribe! Insiste, aunque te vayas de Suiza a Timbuctú, si bien
es un enigma para mí que no tengas bastante con Louveciennes […]
Sinceramente,
Henry G
a
“Crazy Cock”, manuscrito que permanece sin publicar.
número 459, marzo 2009
la Gaceta 17
a
a
Pan y la masturbación*
James Hillman
El artículo de Roscher sobre Pan en el Lexikon afirma que Pan
inventó la masturbación. Roscher cita como fuentes Amores (i,
5, i y 26), de Ovidio, y Catulo 32, 3; 61, 114. Pero la fuente
principal la constituye Dión Crisóstomo (hacia 40-112 d. C.),
quien en su discurso vi cita a Diógenes como testigo. (Diógenes era un filósofo griego de la escuela cínica, que supuestamente se masturbaba en público.)
Una segunda e indirecta conexión entre Pan y la masturbación nos la proporciona Jones a través del análisis etimológico
de mare (también examinado por Roscher), el demonio nocturno “que aplasta” u oprime, que se ha conservado en la palabra
inglesa nightmare (pesadilla). En opinión de Jones, los significados de la raíz MR presentan “una alusión inconfundible al
acto de la masturbación”.1
El conjunto de las informaciones que poseemos acerca de la
masturbación demuestran que histórica y antropológicamente
se trata de una práctica ampliamente extendida. Sabemos también que se halla presente en algunos animales superiores (no
sólo en cautividad) y que se extiende en la biografía de la persona desde la infancia hasta la senectud, es decir, que precede
a las demás actividades genitales y con frecuencia se mantiene
durante largo tiempo cuando éstas ya han cesado. En los adultos la masturbación se desarrolla paralelamente al llamado
comportamiento sexual, sin que sea un mero sustituto. Es descubierta de manera espontánea (por animales, recién nacidos y
niños pequeños); además, se trata de la única actividad sexual
que se practica en solitario.
Al considerar la relación existente entre la figura mítica y el
acto psicológico, es preciso ante todo dejar a un lado las habituales simplificaciones reductivas que intentan explicar lo que
se desconoce de una asociación psicomitológica en términos de
sentido común. Aquí no estamos tratando sólo de la irrupción
de un impulso sexual que se les presenta en su soledad a cazadores, pescadores, guerreros y caballeros, así como a sus solitarias esposas; no estamos simplemente mitologizando lo que
nuestra fantasía nos sugiere acerca de los hábitos sexuales de
los pastores durante la hora de la siesta; ni tampoco esta asociación de Pan con la masturbación significa que la cabra diabólica e inhumana presente en la naturaleza humana haya de
desfogarse no importa cómo. Más bien, la asignación de la
* James Hillman, Pan y la pesadilla, Traducción de Cristina Serna,
Atalanta, Girona, 2007.
1 Ernest Jones, On the Nightmare, Londres: Hogarth, 1931, [RBA,
2006], p. 332. [P. 345, v. e.]
18 la Gaceta
masturbación a Pan resulta psicológicamente apropiada, incluso necesaria, puesto que la masturbación proporciona un paradigma para esas experiencias que calificamos de instintivas, en
las que se unen compulsión e inhibición. La psicología de la
masturbación hace más precisas las ideas que hemos apuntado
anteriormente a propósito de los polos del comportamiento
instintivo.
Como ya he explicado en otro lugar,2 la masturbación aúna
dos aspectos del espectro instintivo: por un lado, el impulso;
por el otro, la conciencia y la fantasía que acompañan y desvían
ese impulso. Durante largo tiempo hemos confundido la vergüenza que acompaña a la masturbación con una prohibición
social, es decir, con una autoridad censora interiorizada. Durante largo tiempo hemos creído que la masturbación es incorrecta porque no tiene ningún fin externo visible. Biológicamente, no promueve la procreación, de modo que debe de ser
“antinatural”; emocionalmente, no favorece la relación, de
modo que debe de ser “autoerótica” y contraria al amor; socialmente, no conduce la libido al vínculo social, de modo que
debe de ser anómica, esquizoide e incluso suicida. Nuestras
maneras habituales de considerarla proceden exclusivamente
del punto de vista de la civilización; su inhibición la entendemos también desde dicho punto de vista. La preocupación introspectiva, los sentimientos de culpa, el conflicto psicológico,
en una palabra, los fenómenos inhibidores de la conciencia se
consideran simplemente la voz de una autoridad que prohíbe,
un super yo.
La visión opuesta intenta liberar a la masturbación de la
prohibición que la reprime, dejándola libre para seguir al Pan
del Romanticismo en el placer desenfrenado, ignorando el
factor de la conciencia y el hecho de que la inhibición es sui
géneris, parte de la propia compulsión, es su contrapartida.
(Incluso quienes cometen graves delitos de carácter sexual, es
decir, quienes están en la cárcel por violación, repetidos abusos
sexuales a niños o asesinatos sádicos, albergan sentimientos de
culpa y problemas de conciencia a propósito de la masturbación, según los sucesores de Kinsley en el Indiana Institute.
Parece ser que la culpa es tan inherente a la masturbación
como la propia compulsión.) Por lo menos, el enfoque liberado
acerca de la masturbación no la condena como psicológicamente regresiva (apropiada para los jóvenes pero no para los
adultos). Pero este enfoque hace que la actividad carezca de
2 “Toward the Archetypal Model for the Masturbation Inhbition”,
Loose Ends (Dallas: Spring Publications, 1975).
número 459, marzo 2009
a
sentido psicológico. Privada de su fantasía, vergüenza y conflicto, la masturbación no es otra cosa que fisiología, un mecanismo innato de alivio sin importancia para el alma.
Esta noción ampliamente compartida y su reverso fisiológico simplifican tanto la masturbación como a Pan. Juntos forman un complejo de opuestos en el que el momento de la inhibición es tan fuerte como la compulsión. Estos opuestos de
Pan aparecen en la propia actividad: o bien nos apartamos con
miedo de la masturbación, avergonzados o invadidos por fantasías que nos aterrorizan, o bien pasamos del miedo al valor
a base de tocarnos los genitales. La masturbación alivia la angustia, pero también la causa, a otro nivel. El miedo al mal de
ojo se conjuraba, como todavía se hace en algunas sociedades,
con la manipulación genital o, por lo menos, con signos genitales. Apartamos el miedo tocando el sexo, propiciando así a
Pan, inventor tanto de la sexualidad como del pánico. Note
bene: la sexualidad que aparta el miedo no es el coito, es decir,
la relación con otra persona, o incluso con un animal, sino la
masturbación.
Por otro lado, el factor fantástico de Pan aparece en las
configuraciones de su ambiente, en la exfoliación de la naturaleza, el agua, las cavernas, en el ruido que tanto le gusta (como
también su silencio), en su música y su baile, en su frenesí. El
factor de la conciencia se manifiesta en el hecho de esconderse
y sentir vergüenza, así como en lo que nuestros conceptos denominan “leyes de la naturaleza”, la autoinhibición periódica
de la sexualidad. En los seres humanos, esta autoinhibición
resulta menos aparente que en los animales, cuya periodicidad
sexual está claramente marcada. La nuestra es más sutil, más
psíquica, y probablemente se refleja sobre todo en la fantasía y
en la base arquetípica de la conciencia. Si la inhibición aquí no
fuese un arquetipo, presente en esa misma estructura psicoide
que es nuestra sexualidad, ¿de dónde procederían las prohibiciones sobre el incesto y los rituales que regulan la sexualidad?
Por esa razón, cuando pensamos en la masturbación no
debemos olvidar su significado psicológico. Si los fenómenos
psicológicos se fundamentan en fuerzas arquetípicas, entonces
el comportamiento está siempre dotado de significado, y cuanto más arquetípico (instintivo) resulte el comportamiento, más
primordialmente significativo será. Ver la regresión y no su
significado es de una ceguera tal que la terapia no puede permitírselo. La psicología de lo inconsciente ha establecido al
menos un axioma: el significado radica en el propio comportamiento. Actos llevados a cabo que se hallan regresivamente
lejos de la conciencia, como la masturbación, podrían servir
para otros propósitos diversos a los de nuestra orientación
consciente. Podrían carecer de sentido para nuestra mente humana y ser arquetípicamente significativos al mismo tiempo.
De modo que podemos considerar que la masturbación se
halla gobernada por el dios-cabra de la naturaleza, que es quien
la “inventó”; podemos considerarla una expresión suya. Esta
afirmación mitológica establece que la masturbación es una
actividad instintiva, natural, inventada por la cabra para el pastor. También dice que la masturbación posee significado y está
sancionada por la divinidad. Puesto que pertenece a un dios, la
actividad es una mímesis del dios, lo evoca y lo hace aparecer
en el cuerpo concreto. La masturbación es una manera de representar a Pan.
Curiosamente, D. H. Lawrence no se dio cuenta de esto. Él
era el más próximo a Pan de todos los modernos3 y sin embargo escribió rotundamente contra la masturbación. No obstante, la supresión de la masturbación no sólo mata a Pan y a su
compulsión, sino también la fantasía de Pan y la vergüenza de
Pan, las complicaciones inhibitorias que acompañan a la masturbación y que son parte integrante de ella. La supresión de la
masturbación como acto físico implica también la supresión de
sus contrapartidas psíquicas. Y cuando esta supresión comienza, la batalla sobre la masturbación se convierte en una disputa
teológica interna que refleja el rechazo y la reforma judeocristianos de la naturaleza “interior”. Recordemos que en nuestra
cultura bíblica la masturbación se atribuye a Onán, que fue
fulminado por Dios, y no a Pan, que era un dios.
En resumen: la masturbación puede ser comprendida de un
modo autónomo y desde dentro de su propio modelo arquetípico; no ha de ser condenada ni como comportamiento sustitutivo para los que están solos y aislados, ni como comportamiento regresivo para los adolescentes, ni como retorno
periódico de fijaciones edípicas, ni como compulsión fisiológica carente de sentido que ha de ser controlada por las correspondientes prohibiciones que son las relaciones personales, la
religión y la sociedad. De la misma manera que la masturbación nos conecta con Pan como cabra, también nos conecta
con su otra mitad, la partie superieure de la función instintiva: la
autoconciencia. Dado que se trata de la única actividad sexual
que se lleva a cabo en solitario, no debemos juzgarla tan sólo
en términos del servicio que rinde a la especie o a la sociedad.
En lugar de concentrarnos en su papel inútil para la civilización externa y la procreación, podríamos reflexionar sobre su
utilidad para la cultura interna y la creatividad. Al intensificar
la interioridad con el gozo —y con el conflicto y la vergüenza— y al reavivar la fantasía, la masturbación, que carece de
propósito para la especie y para la sociedad, ofrece sin embargo
placer genital, fantasía y conflicto para el individuo como sujeto psíquico. Sexualiza la fantasía, lleva el cuerpo a la mente,
intensifica la experiencia de la conciencia y confirma la poderosa realidad de la psique introspectiva —¿acaso no fue inventada por el solitario pastor que tocaba la flauta por los cerrados
espacios de nuestros paisajes interiores y que reaparece cuando
nos abandonamos a la soledad?—. Al implicar a Pan, la masturbación devuelve la perentoriedad y complejidad de la naturaleza al opus contra naturam que es la creación del alma. G
a
3
Patricia Merivale, Pan, the Goat-God: His Myth in Modern Times,
Cambridge, Harvard, 1969.
número 459, marzo 2009
la Gaceta 19
a
Tríptico mortecino
a
Gustavo Ogarrio
MADUREZ TARDÍA
En algún lugar
De cierta infancia enemiga
Está guardado
Mi cadáver
De araña espeluznante
BAILE PERFECTO
Le gustaba bailar
con algunos de sus fantasmas
sobre la mancha interminable de la ciudad en ruinas
sobre ese suelo magnético que encubría
el espanto definitivo
RULFIANA
Vengo del centro de una tierra invisible, de un mundo enterrado que
todavía domina la configuración del firmamento. Soy el niño subterráneo que escupe su sueño de espinas, de terrones de azúcar y de
arena en los dientes. Soy el hospital del alma que se niega a cerrar la
consulta para los fantasmas. Soy el que reconoce los cadáveres de mis
amigos, de mis padres, de mis hermanas y hermanos. Soy el cadáver
de todos ellos. Vengo por la luz calcinada en la página, por el masaje
de luna, por la exactitud calorífica de la canícula. Salgo de la tierra
como un dinosaurio y quiero encontrar a aquel que le arrancó los
brazos a la muerte. Vengo de los rayos infrarrojos de una noche interminable y voy arrastrándome por el lomo caliente de un comienzo:
“Vine a Comala porque me dijeron...”
20 la Gaceta
número 459, marzo 2009
a
a
Del otro mundo nuestro*
Selección y versiones de Martín Palma
De Antonio Machado a Miguel de Unamuno
De Sigmund Freud a Romain Rolland
Carta fragmentariamente
publicada por el segundo, en 1904
No quiero que se me acuse de falta de sinceridad porque eso
sería calumniante. Soy algo escéptico y me contradigo con
frecuencia. ¿Por qué hemos de callarnos nuestras dudas y nuestras vacilaciones? ¿Por qué hemos de aparentar más fe en
nuestro pensamiento, o en el ajeno, de la que en realidad tenemos? ¿Por qué la hemos de dar de hombres convencidos antes
de estarlo? Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas
revestidas de imágenes más o menos brillantes…
Nos miramos por dentro, y, al ver nuestros defectos, no
tenemos el heroico valor de confesarlos, sino que se los arrojamos en forma de catilinaria a nuestro vecino. Apenas si surge
un adjetivo que no se lo tiren a la cabeza todos a todos, con el
santo deseo de descalabrarse. En realidad es que a todos nos
duele. Pero en el fondo de esta gran miseria hay algo que nos
llevará a todos a unificar nuestros esfuerzos hacia un ideal que
está más alto que nuestra vanidad. No cabe duda.
De D. H. Lawrence a Edward Marsh
Berkshire, 10 de mayo de 1919
Querido Eddie: Tu carta me llegó esta mañana, con las veinte
libras de Rupert. Curioso, el recibir dinero de los muertos:
como quien dice, desde la oscuridad del cielo. Tengo una firme
creencia en los muertos —en Rupert muerto. Lucha con uno,
lo sé. Por eso es por lo que odio el espiritismo a lo Oliver Lodge —cuentas de hotel y botones de cuello de camisa. Los
muertos apasionados actúan con y dentro de nosotros, no
como recaderos y porteros de hotel. De los muertos que viven
realmente, cuya presencia conocemos, difícilmente nos dan
ganas de hablar. Sabemos que nos acallan, ¿no es cierto?
Viena, 13 de mayo de 1926
A diferencia de lo que ocurre con usted, yo no puedo contar
con el afecto de mucha gente. No he complacido, confrontado
ni edificado. Ni era ésa mi intención; he querido tan sólo explorar, resolver enigmas, descubrir un poco de verdad. Esto
puede haber dañado a muchos, aprovechado a algunos; nada de
lo cual considero debido a falta o mérito de mi parte. Me sorprende que mi persona, aparte de mis doctrinas, pueda atraer
la menor atención. Pero cuando personas a quienes, como a
usted, he admirado de lejos, expresan su amistad hacia mí, entonces se ve satisfecha una particular ambición mía. Y disfruto
esa satisfacción sin mirar si la merezco o no, y la estimo como
un don. Usted es de aquellos que saben cómo hacer regalos.
De Flaubert a George Sand
Domingo 6 de febrero de 1876
Por lo que hace a dejar ver mi opinión personal sobre los personajes que muevo en escena, ¡no, no y mil veces no! No me reconozco el derecho. Si el lector no extrae de un libro la moraleja
que debe hallar ahí, ello significa que el lector es un imbécil o
que el libro es falso desde el punto de vista de la exactitud. Pues
en cuanto una cosa es verdadera, es asimismo buena. Aun los
libros obscenos no son inmorales sino en la medida en que falten
a la verdad. Eso no sucede “de esa manera” en la vida.
De Joseph Conrad a Edward Garnett
Londres, 3 de agosto de 1898
Querido Garnett: No estoy muerto, aunque apenas viva a medias. Muy pronto le enviaré cierto manuscrito que estoy escribiendo desesperadamente —pero que estoy escribiendo. No
puedo expresar cómo me siento. Las páginas se acumulan y la
narración no avanza. Me siento suicida…
* Cartas tomadas de La Gaceta del fce, número 121, enero 1981.
número 459, marzo 2009
la Gaceta 21
a
De Dostoyevski a su hermano Mijail
De Wilhelm Stekel, Cartas a una madre
a
Prisión de Pedro y Pablo, 22 de diciembre de 1849
Viena, 1928
Me acaban de decir, querido hermano, que hoy o mañana seremos despachados. Pedí verte. Pero se me dijo que era imposible; sólo puedo escribirte esta carta: aprisa, contéstame tan
pronto como puedas…
¡Hermano! No estoy deprimido ni desanimado. La vida es
dondequiera vida, vida en nosotros mismos, no en lo que nos
es externo. Hay gente conmigo, y ser un hombre en medio de
la gente y seguir siendo un hombre para siempre, no deprimirse ni caer en cualesquiera reveses de la fortuna me acontezcan
—esto es la vida. Así lo he descubierto. Esta idea me ha entrado en la carne y en la sangre.
Querida amiga:… Usted no ignora que soy siempre partidario
de la franqueza y de la claridad. En lo que concierne a la vida
sexual, su hijo debe conocer la verdad y hay que abrirle los ojos
a la realidad. Pero es preciso que esos conocimientos no le
lleguen de una fuente impura… Los niños, pues, deben buscar
el milagro en lo natural y encontrarlo. Sólo los grandes poetas
pueden hacernos conocer esos milagros.
De Emily Dickinson al coronel Higginson
Amherst, agosto de 1870
De Spinoza a Hugo Boxel
La Haya, septiembre de 1674
Eminentísimo señor: Apoyándome en lo que usted dice en su
carta del 21 del mes pasado, a saber: Que los amigos pueden
disentir sobre cosas indiferentes, quedando a salvo la amistad,
diré claramente mi parecer respecto a los argumentos y relatos
de los cuales usted infiere que existen espectros de todo género, pero
tal vez ninguno de sexo femenino. El motivo por el cual no le he
respondido más pronto es que no tengo a mano los libros que
usted cita y excepto los de Plinio y Suetonio no he podido
hallar ninguno. Pero estos dos me evitarán el trabajo de buscar
otros; pues estoy persuadido de que todos ellos deliran del
mismo modo y aman los relatos de cosas extraordinarias que
dejan atónitos a los hombres y los arrastran al asombro. Confieso que me han asombrado no poco, no los relatos que narran, sino quienes los escriben. Me sorprende que hombres
dotados de ingenio y juicio gastan su elocuencia, y abusen de
ella, para convencernos de tales necedades.
De Engels a C. Schmidt
La verdad es cosa tan infrecuente, que es un placer decirla.
Encuentro el éxtasis en vivir; la mera sensación de vivir es
suficiente alegría…
Primera carta de Heloísa a Abelardo
Cuán agradable es recibir las cartas de un amigo ausente, nos lo
enseña Séneca con su propio ejemplo en el pasaje donde escribe
a Lucilio: “Me escribís a menudo, y os lo agradezco; así os mostráis a mí de la única manera que os es posible; nunca recibo una
de vuestras cartas sin que al momento estemos juntos. Si los
retratos de nuestros amigos ausentes nos son dulces, si reavivan
su recuerdo, y —vano y engañoso consuelo— alivian el dolor de
su ausencia, cuán más dulces son las cartas que nos traen la voz
genuina del amigo ausente.” Gracias a Dios, semejante medio os
queda, todavía de otorgarnos vuestra presencia; la envidia no os
lo impide; nada se opone a ello: os lo suplico, que no sea de vos
de donde vengan las negligencias y las demoras.
De Thomas Mann al Decano de la facultad de Filosofía de la
Universidad de Federico Guillermo en Bonn
Londres, 27 de octubre de 1890
Zurich, 1937
De lo que estos caballeros carecen es de dialéctica. Todos ellos
ven aquí la causa, allá el efecto. Nunca empiezan a ver que ésta
es una abstracción hueca, que semejante polarización metafísica de los opuestos sólo existe en el mundo real durante las
crisis, mientras que el entero vasto proceso avanza en forma de
interacción —aunque de fuerzas muy desiguales, entre las cuales el movimiento económico es, con mucho, la más poderosa
y primordial y la más decisiva—; pero no ven que aquí todo es
relativo y nada absoluto. Para ellos Hegel nunca existió…
22 la Gaceta
Grande es el misterio de la palabra; la responsabilidad de ella y
de su pureza; son de un género simbólico y espiritual, cuya significación no es sólo artística sino asimismo, en términos generales, ética; es una responsabilidad en sí, sencillamente, responsabilidad humana, y también solidaridad con el propio pueblo,
deber de mantener pura su imagen ante la especie humana. En
la Palabra se implica la unidad de la humanidad, la plenitud del
problema humano, que nadie permite, y hoy menos que nunca,
separar lo intelectual y artístico de lo político y social, ni aislarse
dentro de la torre de marfil de lo específicamente “cultural”.
Esta genuina totalidad se identifica con la humanidad misma y
es reo de ataque criminal contra ella quienquiera que emprende
la “totalización” de uno de sus segmentos —quiero decir, de la
política de Estado.
número 459, marzo 2009
a
De Antonin Artaud al doctor Ferdiére
a
De Lord Byron a John Murray
Rodez, 5 de febrero de 1944
Venecia, 9 de abril de 1817
A fuerza de estar encerrado acaba uno por imaginarse que el
mundo exterior no existe. Y la conciencia se resiente. Acaba
perdiendo el sentido de lo concreto, de lo objetivo, y en consecuencia, de lo verdadero, y se arriesga a demorarse excesivamente en imágenes falsas, en impresiones falsas. Y, con el tiempo, a
creer en ellas. Pues las falsas creencias que no son en nosotros
sino el aumento desmesurado y la deformación de percepciones
y sentimientos justos que han adquirido un valor desproporcionado, porque la conciencia los ha ponderado abusivamente.
Me pide usted “cuidar de mí mismo”, tenga confianza en que
así haré. Todavía no estoy dispuesto a que se me publique póstumamente, si algo puedo contribuir al respecto. Sin embargo,
¡piense usted el valor que alcanzaría, mientras aún me rodea el
pleno escándalo, una Vida y aventuras (de Byron), de igual
modo que los fragmentos de mi escritorio, los dieciséis comienzos de poemas jamás concluidos!
… ¡Así que Webster está escribiendo de nuevo! ¿No hay
manicomio en Escocia?, ¿ni tortura digital?, ¿ni mordaza?, ¿ni
esposas? Casi de rodillas le supliqué, hace algunos años, que
desistiera de publicar un panfleto político, el cual lo habría ilustrado más vivamente sobre el Habeas Corpus que las luces que el
mundo ha derivado de sus presentes comentarios en torno a la
suspensión de tal recurso judicial, suspensión que sin duda culminará con la de otros cuerpos, de súbditos de Su Majestad.
Del marqués de Sade a (probablemente) Mille. de Rouset
(1782)
¡Oh, hombre!... quieres tú profundizar, filosofar sobre los extravíos humanos, quieres dogmatizar sobre el vicio y la virtud,
cuando te es imposible responderme qué es lo uno y qué lo
otro, cuál es lo más provechoso para el hombre, cuál conviene
mejor a la naturaleza y si no nacería de ese contraste el equilibrio profundo que vuelve a ambos necesarios. Quieres que el
universo entero sea virtuoso, y no entiendes que todo perecería
en el momento en que no hubiera sino virtudes sobre la tierra… no quieres entender que, puesto que es preciso que haya
vicios, es tan injusto para ti el castigarlos como lo sería el burlarte de un cojo…
De Paul Valéry, Lettre a un ami
De Wallace Stevens a José Rodríguez Feo
Hartford, Conn, 26 de enero de 1945
La mención que hace usted de Alfonso Reyes es precisamente
la suerte de alusión que me mueve a desear, con toda la emoción de un deseo real, entender español mejor de lo que puedo.
Uno se fatiga de las figuras rutinarias y la posibilidad de hallar
una mente fresca en un crítico mexicano, o en los muchos escritores hispanoamericanos hacia los que se podría experimentar un respeto instintivo, construiría un verdadero estímulo.
Es, sin embargo, demasiado tarde para que intente yo familiarizarme efectivamente con otra lengua.
Una carta es ya literatura. Y es ley estricta de la literatura que
no hay que sondear nada hasta el fondo. Ése es también el
deseo general…
De Karl Marx a L. Kugelmann
Londres, 9 de octubre de 1866
De Georg Trakl a Ludwig von Ficker
Viena, 11 de noviembre de 1913
Caro señor von Ficker: Estoy en Viena desde hace una semana.
Mis asuntos, todavía se hallan en la mayor confusión imaginable. Ahora acabo de dormir dos días con sus noches y aún hoy
sufro una fuerte intoxicación de veronal. En mi extravío y toda
la desesperación de estos últimos tiempos ya no sé en absoluto
cómo seguir viviendo. He encontrado por cierto aquí a gente
dispuesta a ayudarme; pero me parece que ninguno de éstos
podrá ayudarme y que todo termina en la oscuridad.
Querido amigo: espero no tener que inferir de su prolongado
silencio que mi última carta lo ofendió de algún modo. Debería haber ocurrido lo opuesto. En situaciones desesperadas
todo ser humano siente la necesidad de desahogarse frente a
alguien. Pero hace tal cosa sólo con personas en las que deposita particular y excepcional confianza…
De Samuel Johnson a Mrs. Thrale
Lichfield, 11 de junio de 1775
Muy querida señora: Nunca me dijo usted, y omití preguntárselo, qué tal se entretuvo con el Diario de Boswell. Uno pensaría que el hombre había sido contratado a sueldo para servir
como espía cerca de mí. Se portó muy diligente, y aprovechó
las oportunidades de escribir de cuando en cuando…
número 459, marzo 2009
la Gaceta 23
a
De Maquiavelo a Francesco Vettori
De Edmund Wilson a John Dos Passos
a
Florencia, 3 de agosto de 1514
21 de julio de 1950
Querido compadre: Me habéis alegrado el corazón con las
noticias de vuestros amores romanos, y habéis disuelto en él
indecibles torturas con hacerme así partícipe, por la lectura y
el pensamiento, de vuestros placeres y vuestras cóleras de enamorado —lo uno no va sin lo otro. Y la fortuna me depara la
ocasión de pagaros otro tanto: en efecto, aunque todavía en el
campo, he encontrado una creatura tan cortés y delicada, tan
noble en todos sentidos… Sabed solamente que ni mis casi
cincuenta años me ponen a prueba, ni los senderos más rudos
me rechazan, ni la tiniebla de las noches me asusta… (En los
otros asuntos) no he encontrado nunca más que perjuicio; en
mis amores hallo siempre gozo y dicha. Valete.
¿Has seguido con la novela de Sartre? Creo que el episodio
más reciente —la última parte de La mort dans l´ame, aparecida
en Temps Modernes— es una de las mejores cosas que él ha hecho: la reflexión sobre la crisis del comunismo en las relaciones
entre los comunistas franceses que están organizando campos
de concentración. Sartre, quien no es un gran artista, es sin
lugar a duda un periodista de primera. Él y Steinbeck y el italiano Moravia y el escritor soviético Leonov representan, según me parece, más o menos el mismo tipo. En su mayor
parte, dependen de ideas e instrumentos que les son proporcionados por otros, y no producen gran literatura pero son
competentes reporteros por lo que hace a su periodo y por esta
razón vale la pena leerlos. G
24 la Gaceta
número 459, marzo 2009
a
a
Correspondencia*
Rainer Maria Rilke/Lou Andreas-Salomé
Rilke a Lou Andreas-Salomé en Göttingen
París, 17 rue Campagne-Première
8 de junio de 1914
Querida Lou, heme aquí al término de un largo, ancho y duro
período, con el que caduca cierto futuro que no había sido
fuerte y religiosamente alimentado, sino torturado hasta el
aniquilamiento (algo en lo que, poco más o menos, soy inimitable). Si a veces, durante estos últimos años, había podido
disculparme so pretexto de que algunos intentos por asentarme
más humana y naturalmente en la vida fracasaron porque las
personas concernidas no me habían comprendido, y me hacían
sufrir ininterrumpidamente violencias, injusticias y prejuicios,
precipitándome así en tan gran desasosiego, resulta ahora que
después de meses de sufrimiento me encuentro orientado de
muy diferente manera: teniendo que reconocer que, esta vez,
nadie puede ayudarme. Y aunque alguien viniera con su alma
más inocente, más inmediata, y encontrara su referencia en los
mismos astros, aunque me soportara a pesar de mi torpeza y
rigidez y conservara su pura e infalible disposición para conmigo; aun cuando el rayo de su amor viniera a estrellarse diez
veces en la turbia y densa superficie de mi universo submarino,
todavía sería yo capaz (lo sé ahora) de empobrecerlo en el seno
de la abundancia de su ayuda renovada sin cesar, de encerrarlo
en el irrespirable dominio de una ausencia total de ternura,
hasta el punto en que, vuelto inaplicable su auxilio, pasara él
mismo de la plenitud a la marchitez, hasta dar en una siniestra
decadencia.
Querida Lou, desde hace un mes estoy solo otra vez, y es
éste mi primer intento de volver a tomar consciencia —ya ves,
así están las cosas. En resumidas cuentas, he experimentado
muchas cosas durante estos acontecimientos; por el momento
sigo constatando esto: que una vez más apenas si estaba a la
altura de una tarea pura y alegre, en la que la vida, como si
nunca hubiera tenido conmigo malas experiencias, volvía a
venir hacia mí, misericordiosa. Desde ahora está claro que
también ahí he vuelto a fracasar y que, lejos de avanzar, repetiré un año más este curso de dolor; y que cada día encontraré
inscritas en la negra pizarra las mismas palabras, cuya triste
flexión creí haber aprendido hasta el agotamiento.
* Rainer Maria Rilke/Lou Andreas-Salomé. Correspondencia. Traducción de José Ma. Fouce, El Barquero, Barcelona, 2004.
número 459, marzo 2009
Lo que radicalmente iba a cambiar mi angustia comenzó con
muchas, muchas cartas, hermosas y ligeras como brotadas del
corazón: que yo sepa nunca he escrito otras parecidas. (Era la
época, te acuerdas, de la omisión de la “s”). En dichas cartas
(cada vez lo comprendía mejor) ascendía una petulancia irresistible, como si me encontrara ante un nuevo y pleno brote de mi
más peculiar esencia, que, liberada desde entonces en una comunicación inagotable, se esparcía por la vertiente más alegre
al tiempo que yo, escribiendo día tras día, sentía su feliz corriente y el incomprensible reposo que le parecía preparado del
modo más natural en un alma capaz de recogerlo. Mantener
pura y transparente esta comunicación y, al mismo tiempo, ni
sentir ni pensar nada que se encontrara excluido por ella: eso
fue lo que de una sola vez, sin que yo supiera cómo, llegó a ser
la medida y la ley de mi actuar, y si jamás hombre alguno interiormente agitado pudo sosegarse, yo mismo lo fui con esas
cartas. Esta ocupación diaria y mi relación con ella se me hicieron sagradas de una manera indescriptible, y desde entonces se
apoderó de mí una confianza enorme, como si hubiera al fin
encontrado una salida a ese penoso estancarme en circunstancias
continuamente nefastas. Hasta qué punto estaba entonces comprometido en cambiar, podía notarlo igualmente en el hecho de
que incluso las cosas pasadas, cuando se me ocurría contar algo
de ellas, me sorprendían por el modo en que reaparecían; si, por
ejemplo, se trataba de épocas de las que a menudo había hablado
anteriormente, hacía hincapié en aspectos inadvertidos o apenas
conscientes, y cada cual adquiría, por decirlo con la inocencia de
un paisaje, una visibilidad pura, una presencia, y me enriquecía,
formaba parte de mí mismo, tanto y de tal modo que por primera vez me parecía ser dueño de mi vida, no por una adquisición,
por una explotación, por una comprensión interpretativa de
cosas caducas, sino por esta misma nueva veracidad que se esparcía también a través de mis recuerdos.
9 de junio de 1914, martes
Te envío, querida Lou, la hoja de ayer: comprenderás que lo
que en ella describo ya no tiene vigencia y se ha perdido para
mí; tres meses de realidad (frustrada) han dejado sobre todo
ello como una dura y fría lámina de cristal, bajo la cual esa
experiencia ya no me pertenece, como si estuviera colocada en
la vitrina de un museo. El cristal refleja y en él sólo percibo mi
viejo rostro, anterior, el que tú también conoces.
¿Y ahora? Después de un inútil intento de vivir en Italia, he
vuelto aquí (hace ya quince días), deseoso de arrojarme a ciegas
la Gaceta 25
a
en cualquier ocupación; pero aún tan embotado y paralizado
que apenas si puedo hacer otra cosa que dormir. Si tuviera un
amigo le rogaría que viniera a trabajar conmigo cada día, en lo
que fuera. Y cuando en el intervalo, de taciturno humor, pienso en el porvenir, imagino en primer lugar un tipo de trabajo
que estuviera sometido a las condiciones exteriores, y alejado
tanto como fuera posible de toda productividad personal. Pues
desde ahora ya no dudo ni por un instante de que estoy enfermo, de una enfermedad que me ha gravemente corroído y cuyo
foco se encuentra en lo que hasta entonces llamaba mi trabajo,
de tal modo que por el momento no hay ningún refugio por
ese lado.
……………………………………………….
……………………………………………………..
Tu viejo
Rainer
Lou Andreas-Salomé a Rilke, en París
Göttingen, 11 de junio de 1914
Mi querido viejo Rainer. Sabes, he llorado terriblemente al leer
tu carta…, era estúpido, pero cómo puede una impedirlo cuando ve de qué manera trata a veces la vida a los más preciados de
sus hijos. Te he acompañado con todos mis pensamientos en la
medida en que pueda llamarse a esto “acompañar”, cuando una
se pregunta cada día dónde puede encontrarse alguien: si elevado hasta los confines de la atmósfera humana, o si hundido en
el fondo de un cráter, debatiéndose entre los más violentos
fuegos que jamás hayan ardido en el seno de la tierra. Cuando
me escribiste a propósito de mis “Cartas”, que resultaron tan
alegremente locas, me parecía posible que se hubiera abierto,
para ti, un periodo productivo, provocado por alguna experien-
a
cia afectiva; y es siempre en ese momento cuando parece cercano un terrible peligro, tanto como una gran victoria. Es entonces fácil para algunas almas sacrificar un nada de productividad
que se desprendía de una experiencia intensamente vivida; y, de
vez en cuando, creadoras por naturaleza, consiguen hacer lo
contrario; pero probablemente con mucha más frecuencia, ocurre que ambas tendencias se encuentran a mitad de camino y
perecen por haberse obstruido mutuamente el paso. Aunque
esta vez seas tú, tan absolutamente, el único responsable de esta
muerte, que no tengas excusa, ni coartada. Una cosa sin embargo queda fuera de duda: la manera en que resucitas todo esto
con tus palabras es exactamente, ¡exactamente!, la antigua, la
íntegra potencia que da vida a lo que está muerto, y además: el
duelo causado por este hecho es el de un alma cuyo sentimiento más sutil, más interior, en nada podría ser más inocente que
en aquello de lo que te acusas a ti mismo. Y no obstante eres tú
mismo, como también eres tú quien, en un momento dado, eres
incapaz de trabajar, o echas a perder el trabajo. Y, ciertamente,
ni sacas ni puedes sacar nada del hecho de que a pesar de todo
no eres tú, ya que nadie puede comer hasta hartarse del pan
encerrado en un armario, como tampoco alimentarse con la
espera de las espigas de trigo de los campos sin segar. Por eso,
si me quejo a este respecto, me quejo de muy distinto modo, en
cuanto espectadora que al mismo tiempo está muy emocionada
con la idea de que el pan y los frutos de los campos existen. Eso
es lo que ocurre ahora con lo que yace bajo “el cristal duro y
frío de la vitrina”: tú ya no lo posees y el cristal te refleja a ti
mismo; sin embargo, ahí estaba una prueba de la magnitud de
tus cualidades y, al igual que apenas las habías conocido bajo
este aspecto —su profundidad, su rica pertenencia a ti—, del
mismo modo todavía tienen otras que ofrecerte, que hoy no
puedes ni siquiera sospechar, y a las que te impide verlas todavía
algo mucho más resistente que el cristal. Pero, para qué tantas
palabras; por el momento no sentirás nada más, como no sea
que algo ligero o macizo te separa de la vida, y cualquier palabra
en contra es estúpida, necia, impotente1. G
1 Nota
26 la Gaceta
del editor: aquí se acaba el texto de la carta.
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a
a
Cartas a los delincuentes*
Concepción Arenal
(Ferrol, 1820-Vigo, 1893)
Carta II
Hermanos míos: Ya os dije en mi carta anterior, y quiero repetiros en ésta para no volver a ocuparnos en tan desdichado
asunto, que por desgracia hay entre vosotros criaturas tan
pervertidas que rechazan toda amonestación saludable, todo
amistoso consejo, como esos enfermos delirantes que se obstinan en no tomar la medicina que podría salvarlos. No puedo
dirigirme a todos vosotros, como sería mi deseo; tengo que
apartar la vista y el corazón de los que cierran el suyo. Pero
vosotros vivís con ellos, quiere la desgracia que estéis confundidos, y no podéis decirles como yo: —Os olvido, aparto de
vosotros mis ojos. —Además, os creéis en la necesidad de ver
sus malos ejemplos, de escuchar sus malas palabras, de uniros
a sus juicios, de aparecer dóciles a sus impías lecciones, de
conformaros con sus pareceres, de callar la verdad o hablar la
mentira según su conveniencia o su capricho, de ocultar vuestros remordimientos y vuestras penas porque no exciten su
risa, de fingir maldad hasta el grado en que ellos la manifiestan, de sufrir, en fin, la tiranía de su perversidad, que exige a
toda costa que el criminal ostente su crimen y sea feliz en él.
¡Gran desdicha la vuestra vivir a su lado y sujetos a su yugo;
castigo terrible, pero merecido, de los que, cuando teníais libertad para elegir compañía, habéis escogido la peor! ¿Cuántos entre vosotros hay que no atribuyan, y con verdad, a las
malas compañías una parte del delito o del crimen que a la prisión los trajo? Yo sé que son los menos. Cuando gozabais de
libertad, la teníais para elegir compañeros; aquí tenéis que
recibir los que se os dan, y yo os hago la justicia de creer que
la mayor parte no estáis contentos con ellos. ¿Pero no contribuís vosotros mismos a que sean peores y más perjudiciales y
molestos? ¿Vuestra debilidad no es la principal fuerza de
los que disponen, para aniquilarlos, de los buenos sentimientos
que os han quedado? ¿Vuestra debilidad no es la fuerza de los que
os obligan a reíros de vuestro crimen y de vuestra desgracia,
de los que establecen dentro de la prisión otra mucho más
dura, porque la ley no encierra sino vuestro cuerpo, y vuestros
perversos compañeros encadenan vuestra alma? Y si no ponéis
enmienda, no podréis romper sus ligaduras el día en que os
den libertad: discípulos fieles de vuestros odiosos maestros,
* Publicado en Iter Criminis. Revista de Ciencias Penales, no. 3
mayo-junio, Cuarta época, inacipe, México, 2008.
número 459, marzo 2009
adquiriréis la costumbre de no pensar ni hacer más que mal;
no tendréis voluntad ni fuerza para luchar contra él; llegaréis
a ser sus ciegos esclavos; sufriréis las enfermedades consecuencia de vuestros vicios, la miseria resultado de vuestra
ociosidad, el odio, el desprecio, las persecuciones; y cuando la
ley os diga: “Estáis libres”, oprimida por los malos hábitos,
tiranizada por las perversas inclinaciones, vuestra alma arrastrará una terrible cadena perpetua. ¿Y creéis que puede estar
libre por mucho tiempo el cuerpo del que tiene encadenada el
alma? Grande error. El que no hace propósito de enmendarse
ni se enmienda, vuelve a la prisión una y otra vez, y muere en
ella, si no muere en el cadalso.
¿Qué remedio hallaréis para tan grave mal? ¿Cómo os sustraeréis a la tiranía de esos hombres que quieren que todos
sean tan perversos como ellos, porque habiendo perdido la
esperanza del bien, tienen una infernal complacencia en arrastrar a los otros hacia el mal que los arrastra? ¿Cómo empezaréis a no creeros obligados a aprobar todo lo que es malo y a
censurar todo lo que es bueno? ¿Cómo os atreveréis a compadeceros de un infortunio, a no reíros de un buen propósito, a
no ocultar los honrados sentimientos, a no hacer ostentación
de los malos, a no avergonzaros, en fin, de tener entrañas de
hombres y sentir y pensar como tales? La tarea no es fácil, pero
no es tampoco imposible.
Necesitáis empezar por conoceros a vosotros mismos, por
formar idea de lo que sois y por comprender lo que es una
prisión. —Una prisión, diréis, es un lugar de donde no se puede salir, donde la comida no es buena, donde la cama es mala,
donde se canta y se blasfema, donde burlando la vigilancia se
bebe y se juega, donde hay cadenas y palos y calabozo. —Ésa
es la prisión del cuerpo; pero si os pregunto lo que es la prisión
para el alma, si os pregunto qué sufre, qué siente, qué piensa,
cómo vive el alma del preso, qué es el presidio moralmente
considerado, ¿cuántos podrán responderme?
Tan olvidados estáis de las cosas que no son materiales, tan
habituados a ver en los placeres y en los dolores del cuerpo la
única fuente del bien que deseáis, del mal que teméis, que a
veces parece como que pretendéis olvidaros de que tenéis
alma. No os hacéis cargo que el cuerpo no es más que un miserable instrumento, un ciego esclavo, y que el alma es la que
os trajo aquí, la que impide que salgáis más pronto, la que evitará que volváis u os arrastrará de nuevo, según que os lleve por
el camino del bien o por el camino del mal.
La prisión, moralmente considerada, es una reunión forzosa
de hombres ignorantes, culpables, débiles y desdichados. Si no
fuerais ignorantes, no estaríais aquí, porque hubierais aprendila Gaceta 27
a
do la justicia de las leyes, su fuerza, la imposibilidad de sustraerse mucho tiempo a su acción, y, en fin, que el camino que
habéis elegido por más fácil es el más dificultoso, porque el
oficio de criminal es, de todos, el que da más riesgo y menos
provecho.
En cuanto a vuestra culpabilidad, no quiero hablaros de ella;
mi objeto no es acusaros, sino poneros en situación de que os
acuséis a vosotros mismos, después que, conociendo la justicia
de las leyes y su necesidad, tengáis ideas claras del deber y del
derecho, y podáis medir toda la extensión de vuestro delito o
de vuestro crimen.
La desdicha vuestra ¿quién la pone en duda? Vuestras risas,
vuestros cantos son una forma de dolor, y el más terrible de
todos: el dolor que se resigna, llora, y solo ríe el dolor desesperado.
Que sois ignorantes, que sois culpables, que sois infelices, lo
comprendéis fácilmente, lo sabíais antes que yo lo dijera; pero
lo que tal vez os parecerá extraño es oír que sois débiles, y a
pesar de vuestra extrañeza, nada es más cierto: vuestra debilidad os ha llevado donde estáis. Ninguno de vosotros, ni el más
perverso, cedió sin resistencia a la primera tentación que tuvo
de hacer mal. Si en la confusión de vuestras ideas, si en la tempestad de vuestros dolores y de vuestras iras, podéis traer a la
memoria el paso de la inocencia al crimen, pensadlo bien, y
recordaréis que al veniros el pensamiento de hacer mal, luchasteis contra él, mucho o poco, pero luchasteis, y si sois criminales es porque fuisteis vencidos, es decir, débiles.
El vago, el holgazán, no tiene fuerza para vencer su aversión
al trabajo, se deja arrastrar del deseo de estar ocioso, no resiste
a la tentación de ir a divertirse en vez de ir a trabajar, o de
aguardar inmóvil esperando a que la necesidad y el mal ejemplo le arrastren al crimen. Es débil.
El adúltero se detiene, si no ante la voz de su conciencia,
ante el escándalo de sus culpables relaciones, ante la necesidad
de ocultarse y el peligro de ser descubierto; pero su apetito le
arrastra, cede. Es débil.
28 la Gaceta
a
El ladrón, bajo cualquiera de sus formas, que toma la pluma
para falsificar un documento, el metal para hacer moneda falsa,
que alarga la mano para introducirla en la bolsa ajena, que
fuerza la puerta o escala la casa, se detiene muchas veces antes
de resolverse: bien quisiera hacerse rico por otro camino; pero
éste le parece el más fácil, el más cómodo, y no puede resistir
a la tentación, y cede. Es débil.
El que en un rapto de cólera hiere o mata, él mismo confiesa su falta de fuerza; no pude contenerme, dice. Es débil.
El infanticida, el hombre o la mujer, que por librarse de un
peso o por miedo a la opinión quiere ocultar una debilidad
detrás de un crimen, es débil.
El que después de robar mata por miedo de ser descubierto,
es débil.
El que proyecta un crimen, y busca cómplices, y los halla, y
los seduce, y los adiestra, y los lanza donde él no tiene valor
para ir, es débil.
Todos, en fin, los que no son monstruos o insensatos, y que
más bien parece que debían estar en una casa de locos o en una
casa de fieras que en una prisión, todos están en ella por debilidad. Y no ostentéis vuestros fornidos miembros para protestar
contra lo que os digo. ¿Qué importa la fuerza de vuestro brazo?
¿Por ventura ha podido salvaros de ir adonde estáis? ¿Creéis que
la fuerza del hombre se mide por el peso que arrastra o que levanta? Así se mide la de los animales; la del hombre se mide por
su virtud y por su inteligencia. La fuerza de los miembros, la
fuerza material, ponen al buey, al caballo, al camello, al elefante,
hasta al león, bajo el yugo del hombre, que parece tan débil
comparado con ellos. Vuelvo a preguntaros: ¿de qué os ha servido vuestra fuerza material? Vuelvo a deciros: la fuerza del hombre se mide por su virtud y por su inteligencia. Aplicad esta
medida única, exacta, y os convenceréis de vuestra debilidad.
Adquirid este convencimiento, porque os importa mucho. Él os
hará tener en poco la fuerza bruta y en mucho la del entendimiento, que todavía podéis cultivar para que os guíe, para que os
contenga, para que o ayude a levantaros y a no volver a caer. G
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a
a
Las cartas de la ayahuasca*
William S. Burroughs
5 de mayo
José Leal, 930, Lima
Querido Allen:
Te escribo desde Lima, que se parece lo bastante a Ciudad
de México como para ponerme nostálgico. México es como mi
casa y no puedo estar allí. Recibí una carta de mi abogado:
sentenciado en rebeldía. Me siento como un romano exiliado
de Roma. Tengo pensado hacer otra incursión por la selva,
aquí en Perú, para reunir más material sobre la ayahuasca.
Pero antes me pasaré unos días en Lima, tomándole el pulso a
la ciudad.
Atravesé el Ecuador lo más rápidamente que pude. Qué sitio más espantoso. Complejo de inferioridad de pequeño país,
en fase muy avanzada.
Miscelánea ecuatoriana: Esmeraldas caliente y húmedo como
un baño turco lleno de buitres comiéndose un cerdo muerto en
la calle principal y un negro rascándose las pelotas dondequiera
que mires. El inevitable turco que lo compra y lo vende todo.
Intentó estafarme con cada cosa que le compré. Me pasé una
hora discutiendo con aquel hijo de puta. Y luego el griego de la
agencia de viajes, con su camisa de seda sucia y sus pies descalzos, y su sucio barco que salió de Esmeraldas siete horas tarde.
En el barco hablé con un hombre que se conoce la selva de
Ecuador como la punta de un capullo. Parece ser que hay bandas de traficantes que hacen periódicas incursiones selváticas
contra los aucas (una tribu de indios hostiles. Mataron a unos
veinte empleados de la Shell en cosa de dos años) para raptar
mujeres, que luego encierran y convierten en esclavas sexuales.
Suena interesante. A lo mejor puedo yo raptar a un muchacho
auca.
Tengo instrucciones muy precisas sobre cómo llevar a cabo
una incursión contra los aucas. Es muy sencillo. Cubres las dos
salidas de la casa auca y acribillas a tiros a todos los que no te
quieres follar.
Cuando llegué a Manta, un tipo desharrapado, vestido con
un suéter, empezó a abrirme las maletas. Creí que era un ladrón desvergonzado, y le pegué un empujón. Resulta que era
un inspector de aduanas.
Al barco se le averió una hélice en Las Playas, a medio camino entre Manta y Guayaquil. Desembarqué a bordo de una
balsa. Me detienen en la playa creyendo que llegaba ilegalmen-
* William S. Burroughs/Allen Ginsberg. Las cartas de la ayahuasca,
Traducción de Roger Wolfe, Anagrama, Barcelona, 2006.
número 459, marzo 2009
te del Perú, arrastrado por la corriente de Humboldt, con un
chico joven y un cepillo de dientes (viajo ligero de equipaje;
sólo lo indispensable), y me conducen ante un viejo hijo de
puta amojamado, el consumido y canceroso rostro visible del
control estatal. El chaval que va conmigo no lleva papeles. Los
polis le decían, con voz quejumbrosa una y otra vez: “Pero ¿es
que no tienen ningún documento?”
Conseguí salir del atolladero en media hora, usando el rollo
de que “tenemos-dos-tipos-de-publicidad, sabe-usted,-la favorable-y-la-desfavorable;-¿qué-clase-prefiere?”. En mi tarjeta
de turista figuro como escritor.
Guayaquil. Todas las mañanas se oye, hinchándose en el aire,
el grito de los chavales que venden Luckies en la calle: “A ver,
Luckies.” ¿Seguirán diciendo “A ver, Luckies” dentro de cien
años? Miedo pesadillesco a la estasis. Horror de verme finalmente atascado en este lugar. Este miedo me ha perseguido por
toda Sudamérica. Una horrible sensación enferma de desolación final.
La Asia, un restaurante chino de Guayaquil, parece una
combinación de fumadero de opio y casa de putas de 1890.
Agujeros excavados por termitas en el suelo, lámparas sucias de
color rosa con borlitas. Un balcón de madera de teca en estado
de putrefacción.
El Ecuador está realmente en las últimas. Sería mejor que el
Perú ocupara el país y lo civilizara para que un hombre pudiera disfrutar de algunos lujos. No conseguí acostarme con un
solo chaval en Ecuador y no se puede comprar ningún tipo de
droga.
Tuyo,
W. Lee
P.D. Conocí a un taxista pocho (el pocho es una especie que se da
en México; una persona que vive allí, pero a la que no le gustan
ni México ni los mexicanos). El taxista me dijo que era peruano, pero que no soportaba a los peruanos. En Ecuador y en
Colombia nadie admite que le pase nada a su maldito país.
Como la gente de provincias en los Estados Unidos. Recuerdo
a un oficial del ejército, en Puerto Leguizamo, que me decía:
“El noventa por ciento de la gente que viene a Colombia ya no
se marcha de aquí.”
Hemos de suponer que quería decir que caían rendidos ante
los encantos del lugar. Yo pertenezco al diez por ciento que
nunca regresa.
Tuyo,
Bill G
la Gaceta 29
a
a
Correspondencia*
Paul Celan/Nelly Sachs
I1
2
Estocolmo, 10.5.1954
Bergsundsstrand 23
París, 13 de diciembre de 1957
78 rue de Longchamp, 16e
Querido poeta Paul Celan, ahora que a través de la editorial he
conseguido su dirección, puedo agradecerle personalmente la
profunda experiencia que me producen sus poemas2. Ve usted
mucho de ese paisaje espiritual que se esconde tras todo lo de
aquí, y tiene usted la fuerza para expresar el misterio que calladamente se abre. —Por mi parte deseo ahora enviarle mi libro
de poemas Eclipse estelar (Sternverdunkelung), si es que usted no
lo conoce. En ese caso lo pediré a la editorial Fischer tan pronto como obtenga respuesta de usted. También está lista una
nueva compilación de poemas, todavía no publicada, de la cual
una pequeña selección aparecerá ahora en una revista literaria
alemana3. También yo he de seguir ese camino interior que
parte del “aquí” hacia el inaudito padecimiento de mi pueblo y
que prosigue a tientas desde el tormento.
¡Mis mejores deseos!
Suya, Nelly Sachs
Muy apreciada señora:
Me permito hacerle un ruego:
Seguramente conoce usted la revista Botteghe Oscure4 que
edita en Roma la princesa Caetani. Creo que puede decirse que
difícilmente haya otra revista de este estilo más bella que ésta.
La editora me ha permitido que colabore, junto con la señorita Ingeborg Bachmann (Múnich, Franz-Joseph Straße 9a),
en la selección de textos en alemán. En primer lugar he pensado en sus poemas, apreciada señora. ¿Le sería posible enviarme
antes del 10 de enero unos inéditos?*.
Ya tengo en mi poder su nuevo volumen de poemas5: está,
con los otros dos 6, junto a los libros más verdaderos de mi biblioteca.
¿Puedo esperar ya mismo algunos poemas suyos que entregar a la princesa Caetani?
Le quedo francamente agradecido, admirador suyo,
Paul Celan G
* Paul Celan/ Nelly Sachs, Correspondencia, Traducción de Antonio
Bueno Tubía, Trotta, Madrid, 2007.
1 A esta primera carta de Nelly Sachs evidentemente la preceden
(véase carta 96) una o quizás dos cartas no conservadas de Celan.
2 Amapola y memoria. Celan pidió por carta el 2.5.1954 a la editorial Deutsche Verlags-Anstalt que enviara un ejemplar, entre otras
personas, a Nelly Sachs.
3 Con el título, “Bajo la estrella polar” aparecieron en Akzente
siete poemas, de los que cuatro fueron recogidos en Und Niemand
weiß weiter.
30 la Gaceta
* Botteghe Oscure sólo incluye colaboraciones inéditas; éstas deben
permanecer inéditas hasta su publicación en B.O.
4 La revista Botteghe Oscure apareció semestralmente en Roma
entre 1949 y 1960 en los idiomas italiano, francés, alemán, español e
inglés/americano. Las colaboraciones en alemán solamente se publicaban en los números de primavera. El hecho queda reflejado en los
pies de imprenta de los respectivos números.
5 Und Niemand weiß weiter.
6 In den Wohnungen des Todes, Sternverdunkelung.
número 459, marzo 2009
a
a
El Falo/Icono*
Francisco Umbral
Me lo preguntan unas periodistas catalanas (y sospecho que
feministas), al explicitarles mi proyecto de un libro sobre el
falo:
—¿El falo como qué?
—El falo como icono.
Estoy improvisando, pero me parece que la improvisación
vale, que eso hay que desarrollarlo. El falo icónico. Se me acaba de ocurrir en el hotel donde me entrevistan. Nunca se me
hubiera ocurrido en casa. ¿Se le ocurren a uno más cosas en los
hoteles que en casa?
Antes de resolver esta profunda cuestión, deduzco que la
dicha improvisación no es tal: si yo he dicho “el falo/icono”,
sin reflexionar, es porque tenía ya una idea icónica del falo.
Una idea cultural, personal, qué más da.
El falo ha sido icónico, en casi todas las culturas primitivas,
y no por iniciativa de la mujer, sino del hombre, claro, que era
quien llevaba las iniciativas. Pero si el falo icónico se ha impuesto, se ha desarrollado, ha llegado hasta nuestros días, es
porque la mujer remota lo aceptó en principio, porque la mujer lo esperaba.
No sólo el falo es el primer icono de la humanidad, la primera figura erecta que se le aparece al hombre/mujer, con su
eréctil misterio, sino que toda la iconografía posterior (y hablo
obviamente de la religiosa) tiene cualidad/calidad de falo.
Los iconos rusos, naturalmente, son el mejor ejemplo. Cristos,
Vírgenes y santos que, en madera u otras materias no están muy
lejos, por su tamaño, de las dimensiones del falo, y están muy
cerca, por su disponibilidad, del miembro sexual masculino.
* Francisco Umbral, Fábula del falo, Kairós, Barcelona, 1985.
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la Gaceta 31
a
El icono es un falo para penetrar a Dios. El falo es un icono
natural que atenta contra Dios (contra casi todas las morales
religiosas establecidas). De modo que el falo sería el icono/
contraicono, el icono blasfematorio, lo cual le hace, naturalmente, más sagrado.
La sacralización del falo, mediante el ocultismo/oscurantismo de las culturas/inculturas tradicionales, deviene sacralización laica (valga la contradicción, que es muy fecunda, como
todas las contradicciones conceptuales) en nuestro tiempo. La
mujer decidida a “saberlo todo”, a “gustarlo todo”, busca directamente el falo icónico, en cada hombre (en cada hombre
que elige o le interesa), quizá porque, más allá de la franela gris
y el portafolios, más allá de las subides de éxito y dominio macho, lo único sagrado que aún puede encontrar en el hombre
de hoy es el falo.
El hombre ha perdido misterio desde que se quitó la armadura medieval. Su mano ha perdido magia desde que olvidó el
guantelete donde se posaba un halcón cazador. El hombre se
ha desacralizado a sí mismo, y la mujer, que evidentemente
quiere tener un orgasmo, pero un orgasmo sagrado, busca directamente el falo, no por impaciencia, sino porque el falo es lo
único puro, exento, impuro, mágico, mitológico, icónico, que
le queda al hombre en su alma y en su cuerpo.
El falo icónico es, naturalmente, el falo erecto. Un falo renuente puede desmentir por sí solo toda la mitología machista/
feminista sobre el falo. El falo renuncia con frecuencia. El falo
no es una bandera cuando la autoridad lo dispone. Y precisamente esta cualidad misteriosa de la erección (toda la fisiología
moderna no ha llegado a explicarla, ya que en condiciones
óptimas puede no producirse, y a la inversa), es lo que confiere
ante la hembra su cualidad sagrada.
El falo es misterioso porque ni siquiera la ciencia ha conseguido controlar las erecciones. El falo y la imaginación son los
últimos reductos de la libertad del hombre. Dicen que lo decía
Luckács: “He reducido a dialéctica la literatura universal, pero
no sé qué hacer con Baudelaire”. Del mismo modo, el falo/
Baudelaire se revela contra las precisiones de Masters y Johnson, de Reich, de Freud, de Margaret Mead, de María Bonaparte.
El falo tiene una conducta irracional, como que está regido
por el más profundo irracionalismo cerebral, y eso es lo que le
torna mítico y mágico: icónico. Los iconos hacen milagros
ajenos a sí mismos: aumentan la cosecha o curan a un niño. Los
milagros del falo icónico se restringen a él: se inerva (no ener-
32 la Gaceta
a
va, que es todo lo contrario), cuando quiera y contra toda lógica. Su conducta es un milagro no controlado.
Se hace los milagros a sí mismo. Es lo que tiene/no tiene de
icono. Es, como el icono, el arma para agredir a Dios: una
petición religiosa es una exigencia, y una exigencia es una agresión. El falo icónico es agresivo como icono (eréctil) y reverente como falo.
Cualquier lector/escritor dotado del “don de la obviedad”,
me diría: “El falo es sagrado porque es fecundo, porque es
engendrador”. No.
La adolescente que aún no piensa en descendencia, la menopáusica que ya ha sobrepasado los procesos de la maternidad, siguen teniendo una idea icónica —y obsérvese que no
digo “sagrada”, por moderación— del falo. Tampoco es que el
prestigio fecundador del falo se haya hecho extensible hacia
atrás y hacia adelante. La fecundidad (de la que el falo sólo es
vehículo, pero que está depositada en los testículos), le confiere al falo un prestigio menor, secundario, fáctico, doméstico.
El prestigio mágico del falo comienza, precisamente, allí donde se prescinde de su capacidad de engendrar.
El falo es la aguja que cose el cuerpo de la mujer a sí misma,
a su identidad errante, la puntada/punzada fundamental que la
mujer necesita para pespuntear su alma con su cuerpo. Eso que
llamamos el alma y eso que llamamos el cuerpo, que no tienen
mucha más realidad lo uno que lo otro. Ni mucha menos. El
falo es aguja que cose vida a la vida.
Desde Freud, la mujer necesita llenar un hueco con el falo
o con el hijo. Todo el psicoanálisis, o gran parte del psicoanálisis, tiende a la identificación hijo/falo. Habría que intentar
una desidentificación. Contra la idea reaccionaria del hijo fálico, o del falo como anticipación del hijo, propondríamos la
idea de que la mujer, de pronto, ha encontrado la manera de
resolver su vacío mediante el falo. El falo icónico es todo lo
contrario del falo fecundante, aunque se trate del mismo falo.
El falo funda una religión en cuanto no procrea (y a esto ha
contribuido la esterilidad artificial de la mujer: píldora, etc.). El
falo icónico, del que sólo se espera placer, juego e identidad
asimilable de un macho, es el falo sacral de nuestro tiempo.
La mujer se ha salvado de la fecundación, pero se ha consagrado involuntariamente, encadenadamente, a un falo tanto
más fascinante por no/funcional, por meramente lujoso. El
falo es el icono, hoy, de las vagas religiones que tienen por dios
el placer y el juego. El falo es el icono de la religión de los
cuerpos. G
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