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El “cognitivismo tautológico” como teoría epistemológica
Talía E. Tijero Neyra
Abstract: En este trabajo, se discute un tema que ha sido abordado desde los orígenes de la filosofía, a
saber: la cognición. Buscamos entender qué paradigma de las ciencias cognitivas resulta más adecuado
para comprender cómo conoce el hombre. Para ello, haremos un breve recorrido del presupuesto del
dualismo mente-cuerpo, lo que nos llevará a explicar el dualismo platónico que fue recogido posteriormente
por Descartes (1999). En este marco, explicaremos la evolución cronológica de las ciencias cognitivas que
han dado lugar a la existencia de tres paradigmas investigativos que hoy en día coexisten: el simbolismo, el
conexionismo y la corporeidad. Nos centraremos en la explicación de dos perspectivas corpóreas: la
enacción (Varela, 1990; Varela, Thompson & Rosch, 1997) y la cognición inconsciente (Lakoff & Johnson,
1999). Esta exposición nos permitirá enfrentar el enfoque corpóreo al simbólico y demostrar que una
perspectiva simbólica pura no es suficiente para explicar cómo el hombre conoce. Además, estas dos
perspectivas corpóreas que explicaremos nos permitirán explicar la noción de “cognitivismo tautológico” que
supone que el hombre puede conocerse desde el hombre (Maturana & Varela, 2007).
Keywords: simbolismo, corporeidad, enacción, experiencialismo, cognitivismo tautológico.
Introducción
Tratar el problema de cómo conoce el hombre exige que nos remontemos a la filosofía griega
clásica. En este marco, la discusión sobre la cognición se centra en una reflexión sobre el
individuo. Al respecto, Platón (1952) establece que en el hombre existe una dimensión física,
el cuerpo; y una espiritual, el alma. Para los griegos esta dualidad no representó un problema
pues “estaba claro que cuerpo y alma eran dos cosas de dos mundos” (Muñoz, 2006: 1),
pero al ser recogida alrededor del siglo XVII por Descartes (1999), se inician los profundos
debates
de
las
relaciones
mente-cuerpo,
subjetividad-objetividad,
espiritualismo-
mecanicismo, etc. (Martínez, 1997: 8). Así, el dualismo cartesiano produjo dos tipos de
dualismo. Por un lado, uno ontológico, que afirma la existencia de dos tipos de realidades y
que se corresponde con el racionalismo representado por Platón (1952) y Descartes (1999).
Desde esta perspectiva, el conocimiento no resulta de la experiencia sino que resulta de un
ejercicio de contemplación que deriva en proposiciones abstractas. Por otro lado, un
dualismo epistemológico, que opone el objeto conocido al sujeto cognoscente y que se
corresponde con el empirismo representado por Aristóteles (1977) y Kant (1998). Para los
empiristas el conocimiento humano deriva de nuestras interacciones con el mundo que
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pueden ser de tipo sensorial, experiencial o simplemente empíricas.
Ahora bien, a pesar de que el problema de la relación mente-cuerpo ha sido uno punto
central al tratar el tema de la cognición, Vessey (1965) arguye que el dualismo cartesiano se
agota ante la imposibilidad del ser humano de comprender cómo el cuerpo y la mente están
unidos. Tal vez, el verdadero problema al tratar de explicar esta dualidad o rechazarla es que
no tomamos conciencia de que estamos tratando de explicar lo que somos. Es decir, nos
hemos acostumbrado a ser observadores de los fenómenos y a creer que nuestras
observaciones son objetivas. En ese sentido, si queremos entender cómo conocemos
tenemos que tomar conciencia de que vamos a observarnos a nosotros y que ningún acto de
observación puede ser objetivo porque está mediado por nuestras percepciones. Ante la
carencia de una rígida objetividad al explicarnos a nosotros mismos, en el marco de las
ciencias cognitivas, identificamos un paradigma investigativo llamado el “enfoque corpóreo”
que rechaza la dualidad cuerpo-mente y apuesta por una toma de conciencia ya que supone
que la cognición se basa en factores situacionales, culturales y corpóreos; es decir, la
corporeidad incluye el cuerpo y con él la experiencia como elemento central de la cognición.
Sin embargo, no existe solo una postura corpórea sino que podemos identificar al menos
dos: el experiencialismo de Lakoff y Johnson (1999) y la enacción de Varela (1990), Varela,
Thompson y Rosch (1997), y Maturana y Varela (2007).
En este trabajo, no buscamos realizar un análisis exhaustivo de la teoría de la enacción
y sus puntos de contacto con la autopoiesis (Maturana & Varela, 2007) ni tampoco agotar la
postura de Lakoff y Johnson (1999), sino proponer estas dos perspectivas corpóreas como
las vías más adecuadas para la comprensión de cómo conoce el hombre. Mejor dicho,
creemos que en sí la corporeidad puede entenderse como una teoría epistemológica, ya que
a partir de ella se plantea cómo el hombre accede y construye conocimiento.
Para lograr estos objetivos, primero presentamos un panorama histórico de la evolución
de las ciencias cognitivas para advertir el contexto en el que aparece el paradigma
simbolista, seguido por el conexionista y finalmente por el corpóreo. Luego, enfrentaremos el
enfoque simbolista al corpóreo porque estos representan las posturas extremas
contrapuestas dentro del marco de las ciencias cognitivas. Finalmente, nos centraremos en
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discutir las dos perspectivas corpóreas que recogemos: la enacción y la cognición
inconsciente. Esta exposición nos permitirá mostrar los argumentos que apoyan una teoría
corpórea del conocimiento y, en esa medida, podremos concluir que el estudio del ser
humano no puede hacerse si no se consideran todos los factores que rodean al propio ser
humano. Por tanto para poder establecer una teoría epistemológica válida debemos
reemplazar el triángulo clásico de observador-organismo-ambiente por un nuevo esquema en
el que solo hay un círculo y un observador al centro. Así, en este nuevo esquema, el
observador, el ambiente y el organismo observado forman un solo e idéntico proceso
operacional-experiencial-perceptual en el ser del ser observador” (Maturana & Varela, 2007:
XIX).
1. Evolución de las ciencias cognitivas
La preocupación sobre cómo conoce el hombre fue inicialmente materia exclusiva de la
reflexión filosófica. Sin embargo, hoy en día, son muchas las disciplinas que comparten esta
preocupación: la neurociencia, la psicología cognitiva, la inteligencia artificial, la filosofía de la
mente, la psicolingüística y la lingüística cognitiva. Todas estas disciplinas se interesan por la
cognición y, en esa medida, constituyen lo que hoy se conoce como ciencias cognitivas
(Gardner, 1985). Por tanto, podemos afirmar que las ciencias cognitivas pueden entenderse
como una gran familia interdisciplinaria cuya preocupación central es ir más allá de una
reflexión teórica acerca de qué es y cómo funciona la mente humana. Solo a partir de un
estudio interdisciplinario se podrá comprender todos los mecanismos que intervienen en la
cognición porque la mente humana es un complejo sistema que recibe, almacena,
transforma, recupera y transmite información (Martínez, 1997).
En el marco de las ciencias cognitivas, se pueden distinguir tres paradigmas que, aunque
fueron surgiendo uno tras otro, hoy en día, coexisten y rivalizan al tratar de explicar
científicamente el problema de la cognición: el simbolismo (o cognitivismo), el conexionismo
y el enfoque corpóreo.
No profundizaremos en la explicación de cada uno de estos
enfoques, sino solo en el simbolista y el corpóreo porque resulta más interesante comparar
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dos enfoques que se encuentran en extremos totalmente opuestos: el paradigma simbolista
no considera la intervención del cuerpo mientras que el paradigma corpóreo, como su
nombre lo sugiere, parte del supuesto de que el cuerpo juega un rol importante en la
cognición. No obstante, ya que no desarrollaremos el enfoque conexionista debemos señalar
que desde esta perspectiva se descarta la construcción de símbolos y reglas para explicar la
cognición y en su lugar se propone que la cognición: “tiene lugar a través de la interacción de
un gran número de unidades de procesamiento simples distribuidas por todo el sustrato físico
del cerebro” (León, 2004: 158). Es decir, para el conexionismo no existirá un “procesador
central que ejecute cómputos simbólicos secuencialmente sino que existe un gran número de
procesadores interconectados que funcionan en paralelo (De Vega, 1998).
Habiendo
aclarado el conexionismo, pasaremos a explicar el simbolismo y luego el enfoque corpóreo.
1.2. Simbolismo (o cognitivismo)
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la tecnología electrónica había sufrido una gran
revolución que tuvo especiales repercusiones en las ciencias cognitivas debido a la aparición
de los computadores digitales (De Vega, 1984). Se estableció, así, una analogía funcional
entre las computadoras y la mente humana, lo que dio lugar al cognitivismo o simbolismo que
para algunos es el núcleo de las ciencias cognitivas (Varela, Thompson & Rosch, 1997) y
para otros su primera generación (Gallese & Lakoff, 2005). Esta analogía se basa en el
ambicioso proyecto de Alan Turing (1936, citado por Cobos, 2005), quien en un inicio busca
comprobar si existe algún algoritmo o procedimiento general para computar en un numero
finito de pasos el valor de verdad o falsedad de cualquier enunciado posible. Para ello:
“Turing (...) describió una máquina ideal capaz de realizar operaciones muy simples
sobre símbolos discretos, tales como imprimir, borrar o leer un símbolo [etc.]. Esta
máquina formal tendría un poder de cómputo prácticamente ilimitado de modo que (...)
podría imitar el comportamiento humano inteligente (v.g., hablar y responder a
preguntas)” (De Vega, 1998: 25).
En este contexto, Turing (1937, citado por De Vega, 1994) plantea que son dos los
factores principales en la formación de la mente humana: la heredada y la adquirida (la
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educación). Análogamente, una máquina digital presenta estos dos factores: el “hardware”,
que se corresponde con la estructura material de la máquina; y el “software”, que se refiere a
la programación (la educación) que se introduce en su interior. De Vega (1984) advierte que
esta analogía entre la mente y la computadora no es física sino funcional, ya que en el
aspecto material, es decir en el hardware, las diferencias son considerables pues es claro
que un circuito computacional no logra emular la complejidad de las conexiones neuronales
del cerebro. Así, aunque las computadoras no son máquinas de Turing, sí son
funcionalmente equivalentes pues pueden resolver cualquier problema computacional si este
puede ser reducido a un conjunto finito de operaciones o instrucciones. Es decir, uno de los
resultados más importantes de Turing (1936, citado por Cobos, 2005) es que cualquier
función computable debía poder especificarse en términos de un programa de este tipo. De
esta manera, los psicólogos cognitivos no solo analogan los ordenadores “a la máquina
universal de Turing sino también el cerebro” (De Vega, 1998: 25) y ello da lugar al
surgimiento del enfoque cognitivista o simbólico en el que se plantea que la mente (o
cerebro), al igual que una computadora, es un procesador de símbolos. Por tanto, los
cambios físicos del hombre que, finalmente, afectan su conducta serían explicados como
computaciones y, en esa medida, la cognición sería la representación mental basada en
símbolos que representan el mundo (Varela, Thompson & Rosch, 1997). Además, estos
símbolos se caracterizarían por ser amodales, ya que son independientes de la modalidad
sensorial de la información que sirve de input; y arbitrarios, puesto que no poseen ninguna
similitud con sus referentes (De Vega, 2005). En otras palabras, para el enfoque simbólico la
cognición es concebida como “la computación de representaciones simbólicas” (Varela,
1990: 37) y, en ese sentido, los cambios físicos del hombre se explicarían como
computaciones o representaciones mentales basadas en símbolos que representan el
mundo. Esta concepción de la cognición ha recibido muchas críticas. Entre las más
importantes y desestabilizadoras, se encuentra el experimento mental de “la habitación
china” propuesto por Searle (1980), el cual nos coloca en la hipotética situación de que el ser
humano sí ha sido capaz de construir una máquina que aparentemente es capaz de
comprender el idioma chino. Por tanto, al recibir estímulos de un hablante de chino, la
máquina “responde” o entrega outputs adecuados en idioma chino. Estas “respuestas en
chino” convencerían al hablante chino de que la máquina comprende su idioma.
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Ahora bien, supongamos que Searle (1980) se encuentra en una habitación aislado del
mundo exterior y por una ranura recibe hojas escritas con caracteres chinos que para Searle
(1980) son casi garabatos, ya que desconoce por completo el idioma chino. Además, recibe
una serie de reglas escritas en su lengua materna (el inglés) que le permite relacionar los
símbolos chinos. Por tanto, Searle (1980) es capaz de manipular los símbolos pero solo en
una dimensión formal pues no tiene acceso a su contenido semántico. Esta imposibilidad de
“toma de tierra de los símbolos” (De Vega, 1994) constituye pues el problema más
significativo de las teorías simbólicas puesto que el significado de los símbolos quedaría
reducido a simples relaciones entre ellos sin establecer vínculos entre estos y sus referentes
perceptivos. Así, para los simbolistas comprender el significado lingüístico consistiría en:
“traducir las palabras del lenguaje natural (símbolos arbitrarios) al lenguaje mental (símbolos
igualmente arbitrarios), o bien, en relacionar unos símbolos mentales con otros” (De Vega,
2005: 159). Al igual que la supuesta máquina creada por el hombre que hablaba chino,
Searle (1980) convence a quien se encuentre fuera de la “habitación” de que él habla chino
aunque en realidad no comprenda nada de esta lengua. Es decir, el enfoque simbólico brinda
un modelo mecánico del pensamiento por operar solo sobre la forma física de los símbolos
que computa sin acceder a su valor semántico.
Cabe señalar que esta no ha sido la única crítica que ha recibido el enfoque cognitivista.
Siguiendo a De Vega (2002, 2005), las teorías simbolistas son infalseables pues explican a
posteriori cualquier resultado empírico obtenido. Nos referimos al problema de la realidad
psicológica, ya que ante cualquier problema de procesamiento lingüístico es posible desde
una perspectiva simbólica proponer una regla que explique el fenómeno. Una de las
propuestas simbólicas más fuertes respecto del contenido semántico es que los individuos
comprenderían el lenguaje a partir de un código proposicional (cf. van Dijk & Kintsch, 1983).
El problema es que se propone otro nivel de representación para explicar el lenguaje que es
a su vez un sistema de representación. Por tanto, caemos en una falta de validez psicológica
evidente. Más aún, los simbolistas parecen poco interesados en demostrar la “realidad
psicológica” de los símbolos pues estas proposiciones son acaso una convención formal del
científico para representar la información o es que en el cerebro la información realmente se
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codifica de ese modo (De Vega, 2005). En palabras de De Vega (2002: 156):
“Relacionado con la cuestión empírica de la realidad psicológica de las proposiciones,
está el tema de su motivación conceptual. Es decir, en qué medida la codificación
proposicional es arbitraria o, por el contrario, está psicológicamente motivada (por
ejemplo, basada en nuestro conocimiento de la memoria humana, o
de la
comprensión del lenguaje).”
Los simbolistas, entonces, han recurrido a otro nivel de representación, el proposicional,
para explicar cómo conoce el hombre. Esto complica aún más el panorama pues, aunque es
posible explicar un sistema simbólico a partir de otro, el sistema simbólico en sí mismo no
nos dice nada acerca de lo que ocurre realmente en los individuos cuando acceden al
conocimiento. Por ejemplo, el lenguaje proposicional (Lp) representa el significado de las
oraciones de un lenguaje natural (LN), como el español, y su objetivo es señalar aquel
significado unívoco de esa oración de ese LN particular que se está representando en ese
momento. Tenemos, así, dos sistemas de símbolos: LP y LN, que pueden explicarse entre sí
pero que no nos dicen nada sobre cómo conoce el hombre.
Otra dificultad para el enfoque simbólico es la imposibilidad de la implementación debido
a que la codificación proposicional no es un proceso que pueda realizarse fácilmente
mediante un algoritmo: no existe hasta la actualidad ningún programa computacional que sea
capaz de codificar simbólicamente un texto natural. Según Kintsch (1998), cuyas
representaciones proposicionales deben ser codificadas manualmente por los propios
investigadores siguiendo un protocolo, esta dificultad es solo momentánea pues acabará
resolviéndose con los avances de la tecnología computacional. Sin embargo, concordamos
con De Vega (2005: 162) cuando arguye que no podemos denominar “‘dificultad técnica
momentánea’ a la incapacidad de implementar un conocimiento del mundo amplio y
sofisticado en un analizador proposicional”. Más aún, no es plausible pensar que la
codificación proposicional antecede la comprensión de un enunciado pues dicha codificación
requiere comprender el texto. En otras palabras, “las proposiciones no causan el significado
del texto sino que se derivan del [mismo]” (De Vega, 2002: 157). Esto nos lleva de vuelta al
problema más significativo de las teorías simbólicas, que puede ser encontrado en la
literatura bajo distintas denominaciones, a saber la “circularidad” del significado (De Vega,
1994), la “falacia simbólica” (Johnson-Laird, 1990), la “toma de tierra” (De Vega, 2002, 2005)
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o la “habitación china” (Searle, 1980), y cuyo presupuesto central es que los elementos
terminales del significado (i.e. los símbolos) son entidades vacías sin valor referencial alguno.
Dicho de otro modo, los símbolos no aterrizan en el mundo pues al no corresponderse con
ninguna experiencia perceptiva, motora o emocional carecen de cualquier tipo de significado
referencial.
A pesar de estas críticas, el paradigma simbólico fue considerado durante mucho tiempo
el núcleo forjador de las ciencias cognitivas (Varela, Thompson & Rosch, 1997). Ahora, como
anunciamos, profundizaremos en el enfoque corpóreo ya que este se enfrenta directamente
a los presupuestos centrales del simbolismo. Desde esta perspectiva no se distingue cuerpo
de mente pues se concibe al hombre como una unidad y por tanto su acceso al conocimiento
será producto no solo de propiedades psicológicas, sino que, antes que la existencia de lo
inmaterial, se propone que el conocimiento surge de la interacciones de factores
situacionales, culturales y corpóreos. La corporeidad nos aleja de la dualidad cartesiana para
concebir al hombre como una unidad que crea conocimiento al estudiar el conocimiento. Es
decir, en el acto mismo de la observación, nuestra estructura corporal determinará nuestra
aproximación a la flor, que es amarilla y pequeña, y parte de lo que sabemos de esa flor, que
es amarilla y pequeña, depende de nuestras facultades y formas biológicas de observar. Por
tanto, la verdadera pregunta que buscamos responder es la siguiente:
“[¿Cómo puede] un sistema conocer su dinámica cognoscitiva, si su dinámimca
cognoscitiva (que es lo que desea conocer) es a la vez su propio instrumento de
conocer? ¿Puede el hombre conocerse desde el hombre?” (Maturana & Varela, 2007:
XIX).
En otras palabras, la cognición no puede estudiarse como un objeto de estudio externo e
independiente al investigador, debido a que el investigador al observar cómo otro individuo
conoce no puede dejar de ser él mismo un participante del mismo proceso de conocimiento.
Nosotros argüimos que esta concepción circular del conocimiento humano, denominada
“tautología cognoscitiva” (Maturana, 1990, 1996), supone que el contenido de lo que se
conoce es el conocimiento mismo, y solo a partir de ella podremos abordar de modo
completo el problema de la cognición. Asimismo, proponemos que a los enfoques corpóreos
desarrollados les subyace esta visión tautológica del conocimiento y establecer esta relación
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nos permitirá entender por qué sostenemos que una teoría epistemológica debe tener como
presupuesto central un enfoque corpóreo.
1.3. La corporeidad
En contraposición con el enfoque simbolista que concibe la mente como separada del cuerpo
(Varela, Thompson & Rosch, 1997), el enfoque corpóreo incluye el cuerpo y por tanto la
experiencia como elementos centrales de la cognición. Así, la corporeidad explica la
cognición a partir de la conjunción de tres elementos: lo corporal, lo situacional y lo cultural.
Lo central en este paradigma es que existe ya una gran cantidad de experimentos que
demuestran este basamento corpóreo del conocimiento. Por ejemplo, específicamente en el
área del lenguaje, se han llevado a cabo muchos experimentos neurológicos que demuestran
la corporeidad del significado (ver Seitz, 2000; De Vega, 2002; Zwaan, 2004; Zwaan &
Yaxley, 2003; etc.). Al respecto, De Vega (2005: 157) afirma que mediante estas
investigaciones se ha comprobado que el significado no implica “una actividad cerebral
cualquiera sino que esta coincide parcialmente con las áreas perceptivas y somatotópicas del
cerebro correspondientes a los referentes de las palabras y oraciones”. Es decir, la
comprensión lingüística tendría un correlato biológico pues implicaría una reactivación de
áreas corticales que usualmente gobiernan la percepción, la acción y la emoción. Cabe
mencionar que dos autores que toman al lenguaje como punto de entrada hacia las
estructuras cognoscitivas del hombre y que además suscriben al enfoque corpóreo son
Lakoff y Johnson (1998), y su propuesta experiencialista será explicada a continuación.
1.3.1. La conciencia inconsciente (cognitive unconscious)
La particularidad de la propuesta de Lakoff y Johnson (1980, 1999) es que se opone a la
propuesta objetivista del paradigma simbólico al adoptar un punto de vista filosófico,
denominado “experiencialismo” o “realismo experiencial” (Cuenca & Hilferty, 1999) y cuyo
postulado básico se refiere al papel fundamental que tiene la experiencia corpórea en la
formación de los conceptos. Así, Lakoff y Johnson (1980) toman el lenguaje como la puerta
de acceso a la cognición: el estudio del lenguaje permitirá ver cómo se constituyen las
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estructuras cognoscitivas de los hablantes. Ahora bien, ante la imposibilidad de estudiar
todos los aspectos del lenguaje, estos lingüistas cognitivos se centran en el estudio de la
metáfora que utilizan los hablantes en la comunicación cotidiana y a partir del análisis de
distintos tipos de metáforas conceptuales (ej. “el amor es una guerra”, “la mente es una
computadora” o “el tiempo es dinero”) destacan la importancia del cuerpo humano en la
comprensión de los conceptos. Al respecto, Lakoff y Johnson (1999: 45) aseveran que:
“We make subjective judgments about such abstract things as importance, similarity,
difficulty, and morality, and we have subjective experiences of desire, affection,
intimacy, and achievement. Yet, as rich as these experiences are, much of the way we
conceptualize them, reason about them, and visualize them comes from other domains
of experience. These other domains are mostly sensorimotor domains (...), as when
we conceptualize understanding an idea (subjective experience) in terms of grasping
an object (sensorimotor experience) (...). The cognitive mechanism for such
conceptualizations is conceptual metaphors, which allows us to use the physical logic
of grasping to reason about understanding”
Es decir, las metáforas conceptuales se presentan como mecanismos cognitivos que
muestran los sistemas conceptuales que los individuos estructuran a partir de su experiencia
corpórea. En esa medida, el lenguaje es una fuente importante para mostrar cómo se
organiza el sistema cognitivo de los humanos. En pocas palabras, los autores toman el
lenguaje como puerta de entrada a la cognición y destacan la importancia del cuerpo humano
en la comprensión de los conceptos lingüísticos. Además, Lakoff y Johnson (1999: 12)
utilizarán el término cognición en el sentido más amplio posible:
“(...) to describe any mental operations and structures that are involved in language,
meaning, perception, conceptual systems, and reason. Because our conceptual
systems and our reason arise from our bodies, we will also use the term cognitive for
aspects of our sensorimotor system that contribute to our abilities to conceptualize and
to reason. Since cognitive operations are largely unconscious, the term cognitive
unconscious accurately describes all unconscious mental operations concerned with
conceptual systems, meaning, inference and language”
De este modo, para Lakoff y Johnson (1999) gran parte del pensamiento humano es
inconsciente ya que presuponen que opera por debajo de la “cognición consciente” (cognitive
awareness). En esa medida, es inaccesible a la conciencia. Para fundamentar este supuesto,
los autores nos piden que recordemos todo lo que sucede por debajo del nivel de cognición
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consciente cuando uno conversa con alguien: se comprende el continuo sonoro del lenguaje,
se identifican fonemas y se agrupan en morfemas y en palabras, se escogen palabras para
contextos determinados, se realizan inferencias respecto de lo que mi interlocutor dice, se
relaciona conocimiento acumulado en la memoria, etc. En suma, Lakoff y Johnson (1999)
entienden que la corporeidad se refiere a los modos por los cuales nuestro pensamiento
conceptual es moldeado por diversos procesos que no están al alcance de nuestra
conciencia activa o consciente (Rohrer, 1999) pues es nuestro cuerpo quien nos permite
conocer. Así, pues, el experiencialismo implica que el cuerpo humano es esencial para la
cognición pero no por el hecho de que la cognición se desarrolle en el cerebro sino que es
aún más radical: nuestros sistemas conceptuales emergen del cuerpo. Este supuesto
posibilita el vínculo con aquella concepción circular del conocimiento, la “tautología
cognoscitiva” (Maturana, 1990, 1996; Maturana & Varela, 2007), porque la cognición
inconsciente puede concebirse como esa “dinámica cognoscitiva” que es el objeto que
deseamos conocer pero que a su vez debemos tomar como instrumento del conocer. Por
tanto, proponemos que la “cognición inconsciente” de Lakoff y Johnson (1980, 1999) podría
convivir con una concepción biológica de la cognición, la cual implica que el hombre debe
conocerse desde el hombre.
Ahora bien, aunque podemos encontrar un punto de contacto entre el experiencialismo
(Lakoff & Johnson, 1980, 1999) y la “tautología cognoscitiva” (Maturana & Varela, 2007), no
podemos dejar de mencionar que la propuesta de Maturana y Varela (2007) y Varela et al.
(1997) es más radical pues se sustenta en ella misma. Es decir, mientras que para Lakoff y
Johnson (1980, 1999) sí existe mundo y hombre, para la propuesta enactiva los límites entre
cognición, cuerpo y mundo se diluyen. En efecto, la enacción constituye una mirada extrema
sobre la cognición puesto que elimina los límites entre cognición, cuerpo y mundo, y será
explicada a continuación.
1.3.2 La enacción
El enfoque enactivo es propuesto por Varela (1990) y posteriormente es retomado sin
cambiar los postulados iniciales por Varela, Thompson y Rosch (1997). Al igual que el
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experiencialismo la enacción se propone como una alternativa a la propuesta cognitivista.
Así, mientras que para el cognitivismo la cognición se explica irreductiblemente en un nivel
simbólico, la enacción sustituye la representación por la acción, entendida esta última como
actuar o hacer emerger (Varela, 1990). Por tanto, para Varela, Thompson y Rosch (1997:
33-34) la cognición no implica:
“la representación de un mundo pre-dado por una mente pre-dada sino más bien la
puesta en obra de un mundo y una mente a partir de una historia de la variedad de
acciones que un ser realiza en el mundo”
En otras palabras, para la enacción, el hombre experimenta el mundo y el mundo resulta
inseparable del hombre. Entonces, el mundo se proyecta sobre los seres humanos y los
seres humanos proyectan el mundo (Martínez, 1997). De lo anterior se desprende que la
propuesta enactiva es totalmente antirrepresentacionalista ya que la cognición deja de ser un
mecanismo que resuelve problemas mediante representaciones y, en su lugar, propone la
existencia de un mundo cuyo único requisito es que la acción sea efectiva. Al respecto,
Maturana y Varela (2007: 15) agregan que: “conocer es acción efectiva, es decir, efectividad
operacional en el dominio de existencia del ser vivo”. Es pues esta “acción efectiva” lo que
permite a un ser vivo continuar su existencia en un medio determinado al traer allí su mundo
a la mano. Y aquí encontramos el germen de del “cognitivismo tautológico” debido a que:
“[Solo] sabremos [que] hemos logrado una explicación satisfactoria del fenómeno del
conocer (...) cuando hayamos propuesto un sistema conceptual capaz de generar el
fenómeno cognoscitivo como resultado del operar del ser vivo, y hayamos mostrado
que tal proceso puede resultar en seres vivos como nosotros, capaces de generar
descripciones y reflexionar sobre ellas como resultado de su realizarse como seres
vivos al operar efectivamente en sus dominios de existencia” (Maturana & Varela, 2007:
15).
Por tanto, la enacción no busca añadir capas de reflexión sino que decide volver a lo
concreto y particular de la experiencia del hombre, que es, en definitiva, donde todo se inició.
El enfoque enactivo implica poder ver “nuestras actividades como reflejos de una estructura
sin perder de vista el carácter directo de nuestra propia experiencia” (Varela, Thompson &
Rosch, 1997: 36). Nosotros experimentamos el mundo a partir de nuestro cuerpo que
finalmente es el que nos permite conocer. Es decir, el hombre se conoce desde el hombre: el
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observador se auto-investiga gracias a que observar se entenderá no a partir del triángulo
clásico de observador-organismo-ambiente, sino a partir del siguiente esquema: un círculo en
el que el observador está al centro. Desde ahí el observar es solo un modo de vivir la misma
experiencia que se desea explicar. Se produce una suerte de fusión entre el observador, el
ambiente y el organismo observado, los cuales finalmente constituyen un solo e idéntico
proceso operacional que es a su vez experiencial y perceptual en el ser del ser observador
(Benche, 2007). De este modo, Varela et al. (1997) pretenden hacer elaboraciones teóricas
sobre la estructura sin dejar de lado la inmediatez de la experiencia. En ese sentido, quieren
mostrar la profunda relación actual entre ciencia y experiencia para lo cual plantean generar
un puente dialógico entre las ciencias cognitivas occidentales y la psicología meditativa
budista a partir del conocimiento de lo que es la experiencia humana. La práctica budista
elegida es la de la presencia plena/conciencia abierta que implica estar presente en cuerpo y
mente cuando se experimenta. Varela, Thompson y Rosch (1997: 1718) aseveran que:
“(...) la cultura científica occidental requiere [ver] nuestros cuerpos no sólo como
estructuras físicas sino como estructuras vividas y experienciales, es decir como
“externos” e “internos”, como biológicos y fenomenológicos. Es obvio que ambos
aspectos de la corporalidad no se oponen sino que, por el contrario, circulamos
continuamente de un aspecto al otro. (...) no podemos comprender esta circulación sin
una investigación detallada de su eje fundamental, a saber la corporización del
conocimiento, la cognición y la experiencia. [La] corporalidad tiene este doble sentido:
abarca el cuerpo como estructura experiencial vivida y el cuerpo como el contexto o
ámbito de los mecanismos cognitivos” (el énfasis es nuestro).
Es decir, la conexión entre el cuerpo y la mente es fundamental para poder conocer. La
mente no es más importante que el cuerpo sino que ambos deben reconocerse como iguales
ya que la cognición no será entendida como un dispositivo que refleja un mundo preexistente al individuo sino que ocurre una co-determinación entre un individuo y un mundo
potenciales que se determinan al contactarse. En este sentido, el planteamiento de Varela et
al. (1997) presupone que ni la razón ni la experiencia son fuentes únicas de conocimiento
sino que más bien conocer es elaborar el objeto. Como afirmamos previamente, solo
podemos conocer conociendo. Cabe resaltar que el planteamiento de esta co-construcción
entre mundo e individuo aleja la enacción del paradigma corpóreo prototípico el cual supone
un planteamiento más aristotélico para el que sí existe una realidad separada del hombre.
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Asimismo, para el enfoque corpóreo prototípico los procesos mentales (como recordar,
pensar y comprender el lenguaje) son propios de las interacciones físicas que las personas
tienen con su ambiente. Es decir, el cuerpo no es concebido como un mero soporte de la
mente sino que la mente es un sistema de soporte que facilita el funcionamiento del cuerpo.
En esa medida, los investigadores corpóreos asumen que los procesos mentales se basan
en los mismos procesos implicados en las interacciones físicas, en la percepción y en la
acción. De ese modo, las estructuras cognitivas se desarrollarían a partir de la percepción y
la acción (Zwaan, 2004; Zwaan et al., 2003; etc.).
El enfoque enactivo propone una perspectiva cognitiva radical frente a la propuesta
corpórea clásica y más aún frente al enfoque simbólico, ya que parte de un supuesto
ontológico distinto: el mundo no es independiente de quien lo conoce; por ello, sujeto y
objeto, conocedor y conocido se determinan el uno al otro y se dan simultáneamente. Como
asevera Varela (1990: 95): “no podemos plantarnos fuera del mundo donde nos hallamos
para analizar cómo su contenido concuerda con las representaciones: estamos siempre
inmersos en él, arrojados a él”. Debemos añadir que se subraya la importancia de la acción
antes que de la representación pues la cognición es entendida como una senda que no preexiste sino que se hace al andar. Es decir, para la enacción, la cognición: “deja de ser un
dispositivo que resuelve problemas mediante representaciones para hacer emerger un
mundo donde el único requisito es que la acción sea efectiva” (Varela 1990: 109).
Para terminar debemos mencionar que el enfoque enactivo aporta dos conceptos
nuevos a las ciencias cognitivas. El primero es que las representaciones ya no ocupan un
papel central y el segundo es el concepto de “proceso evolutivo” que reemplaza la idea de
proceso orientado al desarrollo de tareas específicas. Así como el conexionismo en relación
con el simbolismo significó un acercamiento al cerebro, el enfoque enactivo da un paso más
allá e incorpora el concepto de tiempo, que está estrechamente vinculado al de acción (no al
de estado). Siendo coherentes con la relevancia dada a la acción, la comunicación no se va
a entender como un traspaso de información de emisor a receptor, sino como “la modelación
mutua de un mundo común a través de una acción conjunta: el acto social del lenguaje da
existencia a nuestro mundo” (Varela 1990: 112). Es decir, desde el enfoque enactivo, el
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lenguaje no es un instrumento de comunicación sino que es la forma de actuar con otros en
el mundo, que permite crear identidad; pero, a la vez, este lenguaje como parte de nuestro
actuar también se modifica y existe en relación con las identidades que crea. En el marco de
la enacción, entonces, concebimos la cognición no como un conjunto de reglas que
estructuran signos con un significado determinado, sino que es ella misma genera las
regularidades que le permiten significar, pero tales regularidades, a su vez, permiten la
cognición.
3. Discusión
El tema de la cognición puede resumirse en el siguiente aforismo: nihil novum sub sole: la
antigua discusión filosófica entre racionalistas y empiristas, y la dualidad cuerpo-mente que
se generaliza luego de que Descartes (1999) afirmara cogito ergo sum. Como afirma
Damasio (1994), la idea cartesiana de una “mente incorpórea” (disembodied mind) pudo
haber sido la fuente de la metáfora de la mente como un programa de una computadora
digital, lo cual no está muy lejos de ser verdad puesto que Turing (1976) identifica el cuerpo
de la máquina con el hardware y el resultado de la educación como el software: cuerpo y
alma respectivamente. Solo en el alma están los símbolos y las reglas que servirán para
realizar las computaciones. El hardware simplemente es visto como el soporte al igual que el
cuerpo. Estos presupuestos dieron lugar al surgimiento del paradigma simbólico que concibe
la cognición como el procesamiento de símbolos amodales, arbitrarios, y que carecen de
validez psicológica. Ante las limitaciones del simbolismo, afirmamos que el enfoque corpóreo
es el más apropiado para explicar los procesos cognitivos de los humanos, ya que existen
suficientes evidencias empíricas sobre el carácter corpóreo del significado. Se recogieron
dos perspectivas corpóreas: la enacción (Varela, Thompson & Rosch, 1997) y la “cognición
inconsciente” (Lakoff y Johnson, 1999). Por un lado, Varela, Thompson y Rosch (1997)
proponen que el individuo y el mundo se co-construyen, ya que afuera no hay nada. En
alguna medida, esta propuesta se relaciona con los postulados centrales de Kant (1998) ya
que para este filósofo conocer es elaborar el objeto. Por otro lado, para Lakoff y Johnson
(1999) el énfasis se da en la interacción y en el carácter pragmático de la corporeidad. El
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cuerpo no existe por sí mismos, es decir no existe aislado del mundo, sino que se desarrolla
en contacto y a través de su propia experimentación. A diferencia de la propuesta de Varela
et al. (1997), la cognición inconsciente se relaciona con algo que está afuera de los
individuos y que percibe. Es decir, esta propuesta se acerca a los planteamientos
aristotélicos debido a que el cuerpo y la mente son necesarios para el desarrollo adecuado
de las funciones vitales del hombre. Es evidente que la propuesta de Lakoff y Johnson (1997)
es más moderada por el hecho de afirmar que sí hay algo afuera, ya que, si tomamos otra
vez el lenguaje como ejemplo de esta naturaleza corpórea, es posible afirmar que la inclusión
de la parte física del hombre como foco central de la experiencia permite explicar de un modo
más simple el que las personas se comprendan, ya que todos los seres humanos
compartimos un cuerpo que siente, percibe y experimenta no del mismo modo pero sí a partir
de más semejanzas que diferencias. En cuanto a un aspecto de la cognición, el lenguaje,
vimos que el significado implica una actividad cerebral que coincide parcialmente con las
áreas perceptivas y somatotópicas del cerebro correspondientes a los referentes de las
palabras y oraciones entonces resulta de una mayor economía funcional que estas áreas
corticales se reutilicen parcialmente para procesar el significado de los contenidos visuales,
auditivos o motores que se expresan mediante el lenguaje. Por tanto, comprender el
lenguaje, que es una de las tantas competencias cognitivas propias del hombre, implica una
reactivación de las áreas corticales que suelen gobernar la percepción, la acción y hasta la
emoción (De Vega, 2005). En esa medida, la cognición (aunque hayamos tomado solo un
ejemplo lingüístico) es de naturaleza biológica. Como señala De Vega (2002: 171):
“(...) el significado tiene un carácter corpóreo [y] está directamente vinculado a la
experiencia sensorio-motora y no a símbolos abstractos. Ello no debería resultar
sorprendente, si consideramos la naturaleza biológica de la cognición y del lenguaje
humanos”
Así, pues, Lakoff y Johnson (1999) nos permitieron advertir que la corporeidad se refiere
a los modos por los cuales nuestro pensamiento conceptual es moldeado por diversos
procesos que no están al alcance de nuestra conciencia activa o consciente (Rohrer, 1999)
pues es nuestro cuerpo quien nos permite conocer. Por esta razón, para estos autores los
sistemas conceptuales emergen del cuerpo. Este supuesto posibilitó el vínculo con aquella
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concepción circular del conocimiento humano que propone Maturana (1990, 1996), y
Maturana y Varela (2007), la “tautología cognoscitiva”, ya que la cognición inconsciente
puede concebirse como esa “dinámica cognoscitiva” que es el objeto que deseamos conocer
pero que a su vez debemos tomar como instrumento del conocer. Por tanto, la “cognición
inconsciente” de Lakoff y Johnson (1980, 1999) sí podría convivir con una concepción
biológica de la cognición, la cual implica que el hombre debe conocerse desde el hombre,
que es finalmente el supuesto de base de la enacción.
Conclusiones
Lo central de las perspectivas corpóreas expuestas es que se basan en supuestos
ontológicos distintos. Por un lado, para la enacción (Varela, Thompson & Rosch, 1997) el
mundo no es independiente de quien lo conoce; por ello, el sujeto y el objeto o el conocedor
y lo conocido se determinan el uno al otro y se dan simultáneamente. He aquí la cognición
tautológica que habíamos anunciado: solo es posible conocer cómo conocemos conociendo.
Por otro lado, para el experiencialismo o “cognición inconsciente” (Lakoff y Johnson, 1999), sí
existe una realidad separada del hombre. Y aunque es menos radical que la enacción sí
exige un rol activo del hombre en el proceso del conocer cómo conocemos. Nos apoyamos
además en aquellos experimentos neurológicos que demuestran que el significado es
corpóreo y que por tanto está vinculado directamente con la experiencia del cuerpo. Esto nos
lleva, finalmente, a aceptar que tanto el lenguaje humano como la cognición son de
naturaleza biológica. Por tanto, no podemos conocer la dinámica cognoscitiva del hombre sin
concebir esta dinámica cognoscitiva como el propio instrumento del conocer. Recordemos
que para conocer una flor accedemos a ella a través de nuestros sentidos y por tanto lo que
nos permite conocer es el mismo acto de la observación y la estructura de nuestros cuerpos.
Es decir, una verdadera teoría epistemológica debe partir del supuesto de que el hombre
puede conocerse desde el hombre mismo. Esto es lo que nos lleva a defender la autopoiesis
de la que hablan Maturana y Varela (2007) pues si el hombre solo puede conocerse desde el
hombre, entonces, será inevitable aceptar la corporeidad como el sendero adecuado por
donde deben continuar las investigaciones sobre la cognición.
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Terminaremos con la siguiente reflexión: si el hombre debe conocerse desde el hombre,
¿dónde queda el otro? ¿Cumple el otro algún rol en el conocer? En definitiva, sí. Para
fundamentar este asentimiento debemos recordar que la comunicación desde la enacción no
es el traspaso de información de un hablante a otro sino la construcción conjunta de un
mundo común a través de la acción aunada. Por tanto, si el lenguaje no es instrumento de
comunicación sino que es la forma de actuar con otros en el mundo, entonces un aspecto de
lenguaje es también el silencio. En la construcción de la vida social, compartir el silencio
implica tener conciencia del otro, y esa conciencia supone aceptar que nosotros conocemos
y construimos nuestra identidad desde nuestras facultades y formas biológicas de observar
que nos limitan o dirigen el proceso epistémico. A su vez, compartir el silencio supone no
quitarle al otro el espacio que necesita para conocer y para construir su identidad también
desde sus facultades biológicas particulares, que le permitirán abordar el mundo y a sí
mismo de un modo particular distinto al de otro. En suma, cuando el silencio se da en
comunión con el otro respetamos el derecho que el otro tiene de conocer. Si para conocer
solo necesitamos partir de nosotros mismos, de la toma de conciencia de nuestros cuerpos,
de nuestras capacidades, del supuesto de que todos somos diferentes aunque a la distancia
nos veamos iguales, pues el hombre debe conocerse desde el hombre, una teoría
epistemológica como el cognitivismo tautológico podría llevarnos hacia la tolerancia, hacia la
tranquilidad necesaria de adecuarnos a lo que no nos es absolutamente familiar o ajeno. La
misión: poner el conocimiento al alcance de todos y para ello solo necesitamos acciones
acompañadas de silencio y otros trabajando conjuntamente.
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