De la serie La mirada del agua El significante negativo de Evgen Bavčar Luisa Ruiz Moreno en su artículo “significantes invisibles”, Evgen Bav ar pro- pone el concepto “significante invisible” para elaborar, desde ahí, lo que él llama una “semiología negativa”.1 La designación particular que el fotógrafo confiere a los vocablos significante y semiología —al situarlos junto a inusuales adjetivos— remite a su propuesta de ensanchar los alcances de estos conceptos y, al mismo tiempo, es una crítica o al menos una especie de re- clamo. Pero, ¿reclamo dirigido a quiénes o hacia cuál teoría? Y, por otro lado, ¿cómo conceptualiza entonces el significante? Habida cuenta de lo expuesto, en lo sucesivo ensayaré despejar esas preguntas. Lo primero que debo decir es que la intención de Bav ar se erige como un señuelo destinado a los semiotistas, para quienes el término significante y sus implicaciones conceptuales tienen un valor teórico establecido y un largo desarrollo como campo de discusión disciplinar. Para responder puntualmente a los cuestionamientos anteriores es imprescindible determinar quiénes son los posibles receptores de su llamada de atención, pues claramente las derivaciones que de ésta se hagan 1 Evgen Bav ar, “Significantes invisibles”, en Diecisiete, año 1, número 1, 17, México, 2011, pp. 25-30 [Traducción del francés de Dominique Bertolotti Thiodat]. Disponible en línea: www.diecisiete.mx luisa ruiz moreno 136 sólo podrán ser atendidas por aquellos especialistas interesados en analizar el lugar que ocupa el significante dentro de las reflexiones actuales sobre el lenguaje y la significación. En síntesis —me atrevo a señalar—, los destinatarios inequívocos de su reproche son los semiotistas saussureanos, y su crítica acérrima se cierne sobre ellos debido a que tradicionalmente éstos conciben el significante sólo desde y en la visibilidad, tomando como punto de partida signos cuya sustancia sensible es eminentemente visual, es decir, desde una perspectiva limitada. Pues bien, asumiendo el lugar de quien es interpelado por Bav ar —sitio un tanto incómodo pero sugerente en posibilidades heurísticas—, intento analizar tanto su crítica como su propuesta teórica. Planteamiento que, si leemos entre líneas, implicaría rebasar los límites de una semiología (o semiótica) incapaz por ahora de considerar el componente sensible del signo de otra manera que no sea ocular. Tal postura, por cierto, como el fotógrafo ciego refiere, no escapa a las determinaciones metodológicas del positivismo. Volviendo al propósito que anima mi contribución a este volumen, re- tomaré las aportaciones estético-fenomenológicas expresadas por el citado pensador. Pero no haré en estas páginas, como sí lo he hecho en otras, un análisis de su obra artística.2 En principio, me interesa hacer algunas valoraciones a propósito de las enigmáticas palabras con las que concluye el artículo citado:* Quisiera también dar cuenta de la necesidad de una semiología negativa en el marco de las miradas cósmicas. Solamente explorando a tientas los planetas lejanos es que su imagen nos puede ser comunicada. Las cenizas espaciales se pasean tontamente a ciegas sobre los planetas detrás de la pared de la visibilidad perceptiva, con el fin de devolvernos una imagen invisible en una realidad lejana. Pero no es mi objetivo responder imitando ese tono poético, ni hacerme eco de una reflexión que no se circunscriba a una problemática del discurso, 2 Me refiero a “La mirada del agua”, publicada en Visio, vol. 7, núms. 3-4, Universidad de Laval, Quebec, otoño 2002-invierno 2003, pp. 49-62, donde realizo un estudio de su serie fotográfica titulada La mirada del agua. * Loc. cit. De aquí en adelante todas las citas del autor pertenecen al mismo artículo. el significante negativo de evgen bav ar y, por ende, fuera del texto que lo manifiesta, pero sí el de aprovechar ese aliento filosófico para revisar el concepto tradicional del significante a la luz de un posible y renovador significante invisible. Podríamos pensar, entonces, en una semiótica negativa que incluya a este último, del mismo modo que, según Bav ar, la semiótica tradicional sólo incorpora un significante positivo. Sin embargo, una vez dicho esto nos damos cuenta inmediatamente de que Bav ar, en realidad, más que llamarnos la atención sobre la exigencia de concebir una semiótica nueva que sea negativa, nos recuerda que la teoría de por sí lo es, más allá de que las aplicaciones que hayamos hecho de ella terminen demostrando lo contrario y acaben siendo, incluso, positivistas. Su reconvención da lugar, por lógica consecuencia, a atinados señalamientos. Bien mirada, la semiótica no puede ser sino negativa, pues ella está fundada en un principio de negatividad constitutiva. En efecto, si alguna positividad emerge de un proceso de significación es porque primordialmente todo ha comenzado por una negación engendradora: conminación negativa sobre el fondo amorfo del sentido, conminación negativa sobre la primera diferencia que de allí resulta, y conminación negativa sobre el opuesto de esa diferencia que ha sido generada por la prime- ra negación. Recién ahí, en la contradicción obtenida por el recorrido de las sucesivas negaciones, se ejerce la primera aserción, pero no todavía como una aserción definitivamente positiva, sino como una afirmación implicati- va y condicional, orientada hacia la aparición de una categoría, esto es, una relación entre opuestos. Aunque hay que acotar que apenas en ese punto del recorrido estaríamos frente a una afirmación positiva. He de decir también que antes de estas derivaciones de la teoría saus- sureana en la estructura elemental de la significación, generada en y por la negatividad tal como la concibe A. J. Greimas,3 Saussure había fijado ya —en la negación— las bases de la ciencia del lenguaje.4 Y, al mismo tiempo, había 3 El pensamiento semiótico de Greimas procede siempre de la misma manera: por oposición y por conminación negativa. Esto puede verse de manera sintética en Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, tomos I y II, Gredos, Madrid, 1991 [1982]. Asimismo, y de forma extensa, puede apreciarse en Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1971. Igualmente, en En torno al sentido, Fragua, Madrid, 1976. 4 Esto puede apreciarse en las exposiciones que Ferdinand de Saussure hace de su teoría del lenguaje, tanto en el Curso de lingüística general como en Escritos de lingüística general. 137 luisa ruiz moreno 138 fundado la semiología desde una visión negativa de la realidad lingüística: todo se define por lo que no es. La forma —hallazgo conceptual que le permite a Saussure explicar la naturaleza semiótica del lenguaje en su doble esencia— es justamente lo que no es ni sustancia inteligible ni sustancia sensible. Así pues, la forma es la relación de oposición solidaria entre ambas. A partir de esa visión relativista, su pensamiento es coherente —incluso teniendo en cuenta sus variaciones, dudas, hipótesis encontradas, búsquedas angustiosas, imprecisiones…— a lo largo de las obras que le conocemos: Curso de lingüística general y Escritos sobre lingüística general, las cuales ponen de manifiesto su preocupación por la enseñanza y la investigación de lo que su obra pos- tula como fundamental: la negatividad matricial del sema asociativo, fuera del cual sólo hay vacío. Pero regresemos a Bav ar, por quien nos damos cuenta de no haber atendido suficientemente algo que podría haber provenido del propio lingüista ginebrino: “entre los significantes cargados de positividad también se encuentran los que provienen del trabajo de lo negativo”. Ahora bien, siendo consecuentes con lo expuesto aquí, para revisar esta falta de lucidez —que es cierta— y para hablar del significante, sea positivo o negativo, ten- dríamos que considerar la relación que lo constriñe con su opuesto, el significado, y de la que extrae su existencia. Es obvio que llegados a este momento se impondría el deber no sólo de revisar la teoría saussureana del signo, sino el de ahondar en la reformula- ción que de dicha teoría hacen Louis Hjelmslev5 y A. J. Greimas,6 para estar en condiciones de explorar el concepto en cuestión en toda su amplitud y complejidad, con sus variantes interpretativas y sus ajustes y definiciones, que nos han permitido desarrollar la semiótica hasta nuestros días y entenderla desde una concepción fenomenológica y hermenéutica. No obstante, este desarrollo ha dejado muy atrás la focalización de la problemática sobre la composición del signo, y si determinada cosa es o no un signo, etcétera. Esto ha ocurrido a tal grado que el término está casi de- 5 Cfr. Louis Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1974. En especial los capítulos xii y xiii. 6 La interpretación que hace Greimas del signo saussureano desde la fenomenología de la percepción puede consultarse en Semántica estructural, op. cit. el significante negativo de evgen bav ar sapareciendo del uso. Ciertamente, del signo en sí se habla poco, como se habla poco también de sus partes constitutivas, el significante y el significa- do, ya que la reflexión se ha centrado en las condiciones y precondiciones que lo hacen posible, es decir, en el proceso constituyente de la relación signo, que reconocemos como la significación, y en donde concurren diversos aspectos que suscitan dicha relación, que no es sino de doble implicación, espesor y densidad. Y como a partir de la manifestación de tal proceso de significación tienen lugar los efectos de sentido, son éstos los que captan hoy día la atención de los semiotistas. En síntesis, lo que pareciera ocupar últimamente el escenario de las preocupaciones semióticas es, por un lado, la extraña correlación entre lo sensible y lo inteligible, y, por otro, la diseminación y el contagio del sen- tido que la discursividad se encarga de hacer pasar de un signo a otro, de una a otra zona de la “vida social” en la que todo comienza nuevamente o ya ha comenzado. Pero si nos diéramos a esta tarea —me refiero a la puesta al día del estado de la cuestión—, el diálogo que hemos comenzado perdería tonicidad y pertinencia; además, resultaríamos abrumados por la expansión del discurso epistemológico y de las adquisiciones teóricas que han cimentado el edificio contemporáneo de la semiótica, cuya arquitectura se apuntala en la gramática tensiva. De manera que, centrándonos en lo más acotado del signo diríamos que, siendo esta entidad semántica (porque en definitiva lo que el signo conforma, separando y uniendo, es el sentido) la resultante de una asocia- ción arbitraria y necesaria entre lo inteligible y lo sensible, hay en esa re- lación de oponentes una tensión entre dos direcciones que se dirigen hacia distintos lados: “hacia afuera”, hacia la sustancia de la expresión (o del significante) y “hacia adentro”, hacia la sustancia del contenido (o del significado), lo cual le otorga a esta realidad sígnica una cara externa y una cara interna. La cara externa es la que se ha considerado siempre (aunque hubiera variantes importantes de un autor a otro) como visible, perceptible por los sentidos, cuya función es la de ser el significante de su contraparte conceptual. Mientras la cara interna se ha tenido por cierta como aquella instancia semántica que es invisible, pero significada por su cara significante. 139 luisa ruiz moreno 140 En esa dirección, podríamos decir que el signo posee, de por sí, su zona positiva o visible (el significante) y su zona negativa o invisible (el significado), según las nociones, asociaciones y denominaciones que hace el au- tor cuyas reflexiones nos han puesto en cuestión. Pero resulta ser que Evgen Bav ar postula otra zona negativa en lo que correspondería al do- minio específico de la zona positiva o visible. Es decir, dejando de lado el plano inteligible del signo, propone encontrar en el plano sensible otra zona igualmente sensible e igualmente significante del significado, pero negativa; aceptar esto equivaldría a admitir lo invisible en lo visible. Y se llegaría así al extremo de postular la existencia de lo imperceptible aún en lo perceptible, o sea, pensar en algo que no alcanza el estatuto de lo sensible, no obstante que lo constituye, pero desde una contraparte nega- tiva. Para tales efectos, él recurre al ejemplo de la flecha de Laoconte,7 que funcionaría como un significante que tendría, justamente, una parte visible y otra invisible: Retomemos la historia de Laoconte. Su flecha, visible para todos los troyanos alcanzaba las paredes del caballo de madera. Nada más normal que la siguiente conclusión: quiere mostrarnos el caballo. Más específicamente, la forma o la figura del caballo de madera. Pero, lo que se indicaba se encontraba fuera del campo de visión, en el vientre mismo del monstruo, ahí donde las miradas no podían traspasar la delimitación de la madera. El significante invisible no se tomaba en consideración ya que no portaba la verdad en tanto hecho visual, sino solamente como una factualidad auditiva, perceptible por la mirada del Tercer ojo. Con la finalidad de lograr un mayor entendimiento, ofrezco el siguien- te diagrama a manera de simulacro. En él se representa, con la dirección horizontal y mediante una barra vertical, la flecha de Laoconte que atraviesa la pared de madera del cuerpo del caballo: 7 La historia de Laoconte está referida por Evgen Bav ar en el artículo que seguimos en este trabajo. He recurrido al estudio que de ella hace Jean Petitot en Morphologie et esthétique, Maisoneuve & Larose, París, 2004. el significante negativo de evgen bav ar 141 significante significante + visible significante - invisible Con este recurso se puede apreciar con toda nitidez cómo el significan- te (la flecha de Laoconte) está integrado por dos partes de una misma isotopía, puesto que ambas se mantienen en una sola línea de sentido e indicando hacia el mismo punto. En realidad, sería una deixis con dos seg- mentos: uno positivo que llega hasta la pared de madera (la barra vertical); y otro, negativo, que partiendo de la pared de madera y sin dejar de ser el significante anterior, transforma su cualidad de visible a invisible con respecto al ojo del observador. Desde una concepción abarcadora, ambos segmentos conducen hacia la mostración de una única verdad en dos secuencias. Sin embargo, desde una visión fragmentaria cada una de las dos secuencias posee su propia referencia y su propia verdad: el significante positivo y visible conduce hasta “la verdad como hecho visual” y ahí se queda: ése es su límite. El significante negativo e invisible arrastra esa verdad hasta la de la “factualidad auditiva”; es decir, hasta la verdad más compleja y más completa, porque a fin de cuentas ésta puede ser articulada por la pared de madera que hace las veces de bisagra, y admite ser contrastada con otra percepción sensible: en este caso, la audición. Ciertamente, “aquellos que interpretaban a la flecha como significante de la presencia de los guerreros —los que habían sido vistos gracias al ruido de sus armas— entendieron que, más allá de la visibilidad aparente, había otro visual, el del significante invisible”. Diríamos que sólo en ese punto la verdad puede recuperar su valor y posibilitar la emergencia de la verdad del primer segmento —que nunca dejará de ser una primera parte pues nunca se ha tratado de un trompe-l´oeil lanzado por Laoconte— y hacer evidente la ingenuidad de los troyanos. luisa ruiz moreno 142 ¿Pero qué les faltaba a los troyanos para evitar ser sorprendidos en su inocencia? Mejor dicho: ¿qué les faltaba a los troyanos para que mediante el ruido pudieran hacerse una “imagen acústica”, a falta de la visual, y mediante ella acceder a la del significante negativo? Y no tengo más que res- ponderme que lo que les faltó fue la competencia para hacer signo. Entonces, lo único que pasó fue que no vieron el significante (integrados ahí sus dos segmentos) del signo que Laoconte trataba de producir para ellos, es decir, ni siquiera vieron el significante visual de ese signo. Lo que ellos percibieron fueron dos planos sensibles independientes entre sí y desapegados de su forma y de su sustancia semántica. Por lo tanto, los troyanos estuvieron desprovistos de las condiciones que los hubieran facultado para la construcción de una instancia signo. Lo que les faltaba era el significado con el que hubieran podido conectar ese plano de la expresión que no estaba asido a nada y que, consecuentemente, no expresaba ningún contenido en tanto no era significante de un significado. Por supuesto, el significado del que carecían los troyanos les estaba ve- dado por los dioses, quienes habían decidido de antemano la caída de Troya. De allí que, para estos últimos, el caballo gigantesco y la ignorancia de los troyanos eran sus eficaces aliados. O sea, el significado de aquel signo era un saber al que los troyanos nunca accederían porque estaba situado en otro nivel, epistémico y sobredeterminante, mientras que ellos se emplazaban en el nivel pragmático donde se desarrollaban los acontecimientos empíricos. De manera que los habitantes de la ciudad no tenían acceso al discerni- miento entre lo falso y lo verdadero y, mucho menos, a la compleja verdad constituida por el ser y el parecer; dilucidaciones éstas que sí poseía Laoconte en su calidad de sacerdote de Apolo. Si los desdichados vencidos hubiesen tenido un mínimo atisbo del co- nocimiento que sí poseía Laoconte —quien quería transmitírselos median- te su arenga y su flecha, enunciados verbal y visual— hubieran sospechado del caballo monstruoso con más firmeza de la que mostraron, y tal vez eso les habría bastado para hacer de él un signo, si tan sólo lo hubiesen percibi- do como el plano manifestante de un proceso de significación. Y tener en su poder ese rasgo semántico hubiera sido posible, porque lo que daba lugar a la existencia de ese signo era una doble condición: una, que la materia significante —aunque en estado bruto e inconexo— estaba provista por los el significante negativo de evgen bav ar hechos para que se estableciera la relación entre las partes, y, la otra, que ese signo (digamos, caballo en su totalidad) que no llegó a tomar forma se encontraba en relación virtual con otro signo, del cual la flecha era (en parti- cular) significante; más específicamente, el segmento de la flecha que no se veía y que provocó ruido en el interior del vientre del animal. Pero la percepción auditiva, sin sustancia semántica con la cual pudie- ra relacionarse, no podía transformar el ruido en sonido articulado. Así, los troyanos oyeron algo extraño, mas no pudieron escuchar que eran los mo- vimientos del enemigo armado, oculto en el interior del caballo y esquivan- do la flecha. Ellos tampoco pudieron construirse otro signo porque siempre les faltaba un componente. Y no quiero decir con esto que los componentes del signo estuvieran ya dados de antemano, aunque de manera aislada para los habitantes de Troya, y que lo único que les hacía falta era reunirlos. No, no se trata en absoluto de eso, ya que ni el signo ni sus planos constitutivos son datos, sino que surgen por un acto semiótico que, al relacionar las sustancias (sensible e inteligible) previamente discernidas de la “masa amorfa del sentido”, les provee una forma y genera el proceso de significación. De modo que el gran ausente en la historia de Laoconte era ese acto semiótico primordial y, concomitante- mente, las dos instancias que lo implican: la del sujeto que lo lleva a cabo y la del objeto sobre el cual recae, mínimo sistema que no ocurre en este caso. De lo anterior se desprende que no es sino en las dependencias del sis- tema donde surge la significación y que es allí, por lo tanto, donde podemos encontrar para el significante negativo, por el que bien protesta y aboga Bavar, un lugar en la estructura. En consecuencia, me aventuraré a proyectar en el cuadrado semiótico los dos planos constitutivos del signo, en el entendido de que éstos se pre- suponen mutuamente como lo hacen los términos contrarios positivos de la estructura elemental representada en ese diagrama; y, en el supuesto, también, de que ambos planos del signo ubicados en la instancia ab quo del discurso integrarían una categoría semántica y constitucional de la significación, categoría que desencadena el recorrido generativo del discurso hasta las instancias ad quem. Hechas las anteriores consideraciones, veamos el siguiente cuadrado semiótico circundado por el sentido que él mismo ha articulado. Observa- 143 luisa ruiz moreno 144 mos que por fuera del sentido, al cual la dinámica de la significación ha convertido en signo, permanece el sentido amorfo. Entre el sentido amor- fo y el sentido articulado, hemos trazado una circunferencia punteada para mostrar que entre uno y otro no hay diferencia de naturaleza, sino que la diferencia está entre lo que va de lo informe a lo formado, o en pro- ceso de formación, y que el pasaje entre uno y otro siempre es posible y en ambos sentidos: sentido amorfo sentido articulado Significación (positiva) Significante Eje de los contrarios positivos - (Significado) Significado - (Significante) Eje de los contrarios negativos Significación (negativa) 8 Cfr. Louis Hjelmslev, “La estratificación del lenguaje”, en Ensayos lingüísticos, Gredos, Madrid, 1972. Véase también mi artículo “El papel de las sustancias en los procesos de significación”, en Escritos. Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, núm. 23, Puebla, enero-junio de 2001, pp. 63-77. el significante negativo de evgen bav ar Hecho el despliegue de los cuatro términos constitutivos, vemos que, tal y como está expuesto en la teoría hjelmsleviana, los dos planos, significante y significado, llamados por Hjelmslev expresión y contenido, se hallan en relación de oposición pero no privativa, sino de copresencia en la misma línea de la extensión, aunque tendiendo hacia distintos lados. Ello daría cumplimiento, entonces, a la condición de que los planos del signo no establezcan niveles entre sí, sino strata y que por lo tanto, compartan la misma dimensión y den lugar a la creación de nuevas estratificaciones, ya sea hacia los macro o a los microuniversos de sentido.8 El que ubiquemos en el mismo eje semántico las dos naturalezas dis- tintas (sensible e inteligible) que el acto semiótico reúne de manera inefable y misteriosa, se justifica por el principio fundante de la arbitrariedad del signo, y asimismo se explica por la necesidad constitutiva de la junción, es decir, por la exigencia de asociar indisolublemente lo inasociable sin una razón precisa y con la sola intencionalidad de dar forma a lo informe. Lo que hay que tener presente en este análisis es que ambos términos, para encontrar sus posiciones de contrarios positivos, han pasado previamen- te —como lo muestran los trazos de las direccionales oscuras— por un reco- rrido que ha ido desde su opuesto hasta el contradictorio de éste y, una vez ubicados ahí, la dirección ha apuntado hacia la identificación de cada uno de los términos como significante o significado (o expresión y contenido): Zona positiva Significado Significante - (Significado) - (Significante) Zona negativa 145 luisa ruiz moreno 146 Esto quiere decir que el sentido que el signo articula mediante la dinámi- ca de la significación contiene siempre y necesariamente su zona negativa, en la que habría tanto un significante negativo, por el que reclama Bav ar, como también un significado negativo, por el que curiosamente el fo- tógrafo se ha olvidado de protestar. Pero esto no debe entenderse como si se tratara de un signo negativo y otro positivo, lo cual sería desarticular la estruc- tura —desvirtuando su naturaleza autogenerativa de dependencias inter- nas— para organizar relaciones de polos en oposición stricto sensu. Más bien, lo que estaríamos tratando de visualizar, mediante la figura que nos brinda el cuadrado semiótico, es que la significación es en sí misma un universo complejo que implica tanto lo positivo como lo negativo, ya sea en el aspecto sensible, el significante, o bien, en el aspecto inteligible, el significado; ya sea en lo que apunta hacia adentro, como en lo que apunta hacia afuera del signo. Por lo tanto, si entendiéramos así las realidades semióticas, quedaría sin efecto la necesidad de tener que especificar al significante o al significado como negativo o positivo, porque, de hecho, ambos lo serían al unísono, y no habría posibilidad, estructuralmente hablando, de concebirlos de otro modo. ¿Será que después de estas consideraciones he satisfecho la demanda por el “significante negativo” que hace Bav ar a los semiotistas? Tal vez sí, pero sólo parcialmente, pues no obstante haber demostrado que el signifi- cante negativo tiene su función ganada en las dependencias del sistema semiótico, el autor analizado señala —siempre recurriendo al ejemplo del Caballo de Troya y la flecha de Laoconte— la existencia de más de un sig- nificante negativo que actúa en paralelo: “Podemos, así, ver dos significantes invisibles en paralelo: los guerreros escondidos en el vientre del caballo y el castigo divino que proviene de la misma fatalidad que señala a la ciudad de Troya su fin decidido por los dioses”. Pues bien, debemos ahora esforzarnos por prescindir del aparato epis- témico para llegar a comprender que no se trata de “los niveles constitutivos del lenguaje”,9 es decir, del desdoblamiento en capas o niveles, como ocurre con la socorrida metáfora de la pasta de mil hojas o con la de las capas de la cebolla, tal como normalmente nos hemos acostumbrado a reconocer —en 9 Cfr. A. J. Greimas, “Los niveles jerárquicos del lenguaje” y “Los niveles lógicos de significación”, en Semántica estructural, op. cit. el significante negativo de evgen bav ar medio del vértigo que producen— las diferentes instancias semióticas. Se trataría, otra vez, de la idea de los strata de Hjelmslev, pero ahora aplicada al mismo stratum, donde los dos significantes invisibles serían líneas de sentido que comparten el tiempo y el espacio y que marchan en paralelo, es decir, que no convergen en un punto. De allí que no habría lugar a la tentación de pensar en que la primera proposición: “los guerreros escondi- dos”, fuera verdaderamente el significante, y que la segunda: “el castigo divino”, fuera el significado de algún signo que los reúne. En efecto, es factible distinguir que, hecho así el planteo por Bav ar, “los guerreros escondidos” y “el castigo divino” son dos fenómenos diferentes y que aunque compartan el mismo acontecimiento, cada uno tiene su propia intencionalidad y apunta hacia distintos referentes. Sin embargo, si ambos son denominados “significantes”, inmediatamente entendemos, según la racionalidad semiótica, que los dos corresponden a los planos de la expresión de sendos planos del contenido, a los que lógicamente no habría que dejar de identificar so pena de que tales significantes, sin su par constituyente, pierdan su naturaleza sígnica; con lo cual la tarea para el semiotista se duplica, si es que no amenaza con multiplicarse, ya que estas observacio- nes sugieren que en cuanto percibimos semióticamente los objetos del mundo enseguida se nos muestran generados y constituidos por niveles de profundidad y por estratos en paralelo. Duplicaciones y multiplicaciones que, por un lado, confirman la nece- sidad de prever siempre el negativo del positivo (y viceversa) y de que, aun si esto se hubiera ya efectuado, debemos tomar en consideración que apenas hemos avizorado la punta del iceberg, y, por otro lado, nos obligan a admitir que en todo análisis semiótico la exhaustividad no sería más que una aspiración de rigor, porque siempre quedarían cabos sueltos que nunca, o al menos no en una primera lectura, llegarían a concatenarse. Tanto más ocurre esto cuando, para ir hacia las organizaciones más difíciles de asir, abandonamos el campo de observación de las estructuras elementales de la significación o de la organización general de la naturale- za semiótica —como es, por ejemplo, la instancia del signo que hemos revi- sado. Alejamiento provisorio y estratégico, pues siempre vamos y venimos de un componente a otro de la organización semiótica, en un desplazamien- to que permite focalizar nuestra mira tanto en los niveles profundos como 147 luisa ruiz moreno 148 en el escenario del discurso, superficie en que la complejidad es mayor y a donde se planta Bav ar con sus reflexiones. Otra de sus observaciones que sirve de complemento a las anteriores reflexiones y que, por lo tanto, supongo útil de retener en este artículo, es la siguiente: Resulta muy interesante ver otros casos del significante invisible que remite siempre a la ruptura de la discursividad positiva, es decir, a la interpretación de las cosas como tal. En dicha ruptura, las víctimas son siempre las que se oponen al discurso establecido, a las estructuras comunes del lenguaje, para postular otra forma de discursividad. Es decir, Bav ar proyecta sus atinadas puntualizaciones hacia el entra- mado del discurso, donde ese gran manto significante se vuelve más dinámico y pleno de ondulaciones, de tensiones, de subidas y bajadas de la intensidad semántico-afectiva, y donde aquello que podemos reconocer como una presencia positiva está siempre a la expectativa de ser interceptado, roto o quebrado por la aparición de lo invisible. Por cierto, el discurso se inscribe en un ámbito en el que se muestran las cosas como son, pero, al mismo tiempo, posibilita revelar ese mismo ser de las cosas como una apariencia. Hay allí un juego de interpretaciones, una de las cuales se establece como verdadera; se da el caso de que quien la sostiene se impone sobre aquellos que la cuestionan, y, estos últimos, pasan así a la calidad de víctimas del que ha detentado el discurso. La advertencia de esta última cita de Bav ar nos hace conscientes de que el discurso está siempre anclado en el sujeto y de que éste se subordi- na a la intersubjetividad que funda, finalmente, lo social. La intervención de la condición humana en la entraña discursiva explica el hecho de que el discurso sea objeto de determinaciones de otras instancias invisibles —dada la subjetividad implícita— que lo modalizan, es decir, que indican el deber, el poder, el querer y el saber de lo que se dice; y que, además, estas acciones verbales están observadas y juzgadas por otras instancias veri- dictorias, también invisibles, que sopesan si tales enunciados son verdaderos o falsos. Por lo tanto, el encadenamiento sintagmático de las zonas, positivas y negativas de la significación (o su equivalente, visible e invisible), instaura el significante negativo de evgen bav ar en el mismo movimiento de la expansión extensiva un crecimiento contrario hacia la profundidad intensiva del discurso. De tal manera que la red discursiva se teje avanzando en ambos sentidos, ya que posee un impulso abarcador hacia el infinito. Dicho lo anterior, me detendré una vez más en las palabras del fotó- grafo ciego: El significante invisible confirma la no posibilidad de la mirada total, de la plena visión que, a su vez, ya es la ceguera. Ver todo significa no ver más nada. El hombre está, pues, obligado a capturar por ahí y por allá algunos significantes invisibles y a renunciar a la ideología de lo todo visual, paralela a la discursividad positiva de lo ya visto y de lo ya conocido. El significante invisible proporciona al hombre la libertad de la profecía, así como le asegura el regreso de lo negativo como posibilidad de un nuevo devenir. Sus reflexiones están cargadas de un tono especulativo que sobrepasa nuestras intenciones de dialogar en un terreno menos connotado y, sobre todo, porque dichas connotaciones asumen una ética, ligada necesariamente a su estética y a lo que él mismo llama su “situación existencial”. Sin embargo, su postura filosófica, que reconocemos como la de un construccionismo relativo y un relativismo condicionado a la percepción fenomenológica, nos aproxima en la misma visión semiótica del mundo. Y es aquí donde podemos comprender otra molestia más del artista pensador, que es la que le provoca la lectura de La cámara lúcida de Roland Barthes.10 No es difícil imaginar con cuánta atención y expectativa un fotó- grafo profesional, en este caso con la particularidad de ser ciego, y, además, tratándose de alguien que ha teorizado sobre el arte que practica, pudo haber leído esta obra que ha nutrido tantas reflexiones no sólo sobre la fotografía en particular, sino también sobre la visualidad en general. No obstante su oficio de fotógrafo, Bav ar se asume como crítico del filósofo y semiólogo francés. He aquí sus objeciones: 10 Los conceptos studium y punctum deben revisarse a lo largo del libro de Roland Barthes, La cámara lúcida, Gustavo Gili, Barcelona, 1982. Además, el artículo “Los alrededores, la mirada”, de Guillermina Casasco, en Visio, op. cit., resulta muy esclarecedor al respecto. 149 luisa ruiz moreno 150 Roland Barthes, en su célebre obra, La cámara lúcida, no escapa a la regla del juego de la positividad, prolongando “la aventura semiológica” hacia el dominio de la fotografía. El concepto del punctum, como el contenido más evidente de la fotografía, no está liberado de datos positivos, y, por ende, inscribe a la fotografía en un rubro que puede reducirse a los determinantes visibles. Nuestro lector quedará seguramente perplejo ante tales afirmaciones. No deja de sorprender, con sobrada razón, el motejar de positivistas los resultados de las intenciones de Barthes, que fueron precisamente las de huir del positivismo; sobre todo, por la capacidad del vidente-ciego de ver en el discurso las zonas positivas y negativas de la significación, para advertir la intencionalidad del texto —que está siempre en la zona negativa— por detrás de las intenciones de su autor. Lo segundo que llama la atención es que se atreva a decirlo, corriendo el riesgo, que él mismo señala, de quedar entre “las víctimas de los que se opo- nen al discurso establecido”. Pues en el ambiente de los estudiosos del signo, la significación, la comunicación y las ciencias del lenguaje, prevalece el consenso acerca de que Roland Barthes asumió una postura intelectual por la que se despojó del positivismo, y se entregó a un trabajo más subjetivo y especulativo por el que se apartó de las aspiraciones científicas y académicas de sus colegas, quienes, por ese gesto, quedaron evidenciados de positivistas. Todavía sorprende más el hecho de que como prueba del positivismo que Bav ar le atribuye a Roland Barthes, el primero aluda a los conceptos de punctum y de studium, términos que han sido acogidos como un hallazgo conceptual por los semiólogos barthesianos y los lectores fervorosos de su admirable escritura; incluso tales aportes fueron determinantes para el pro- pio Barthes, ya que mediante ellos logró nada menos que cohesionar su obra. Así, desde su labor de fotógrafo y asumiéndose como crítico de sí mis- mo, el autor que seguimos, dice: Si, en mi calidad de fotógrafo, tomo como punto de partida las tinieblas, es gracias a la ceguera trascendental que me permite fotografiar más allá de lo visible. Sé, sin embargo, que mi situación existencial hace más aguda la presencia de Psique, es decir, la visión positiva del punctum como dato evidente. el significante negativo de evgen bav ar De manera que el punctum, por dos motivos clave que acabamos de leer, sería inadecuado para postular una semiología o una semiótica negativa, la que implicaría, según lo que nosotros podemos interpretar, zonas tanto visibles como invisibles de la significación. En primer lugar, porque el punctum designa una propiedad —aun- que de todos modos atribuida por una intensidad afectiva— que pertene- ce al objeto (en este caso, la foto) en sí y como tal, o sea, en su existencia previa y fuera de una relación con el sujeto que lo instalara en una rela- ción que lo hiciera significante. Esto equivaldría a decir que el sentido está ya totalmente dado en los objetos del mundo y que sólo haría falta descubrirlo; así, los signos serían un dato de la realidad empírica. Nada más distante de una perspectiva semiótica para la cual el signo es un constructo que emerge en la dependencia sujeto/objeto y en la que, por consiguiente, la significación tiene lugar. Dependencia dinámica, tensiva y conflictiva, que en el fenómeno de la fotografía se establecería en la complejidad de dos espacios intersubjetivos: uno, el que constituye el capturista y el objeto (construido, se entiende) de la captura; y otro, el que constituye el espectador y la foto. Y, nada más distante también, la idea del signo como dato, de lo que podría, según la propuesta de Evgen Bavar, instaurar a la fotografía en signo, pues de una manera tajante pare- ciera adoptar, más que la actitud relativista de la semiótica, una postura subjetivista y mentalista del fenómeno fotográfico que lo coloca en el polo opuesto del punctum: la significación no tendría lugar en la foto, ni en la relación espectador/foto, sino en el intelecto del fotógrafo capturis- ta, ubicado siempre en un punto de focalización ciego para el espectador. Esto es lo que puede desprenderse de las siguientes palabras de Bav ar en plena asunción de su rol de fotógrafo: “concibo la fotografía como un acto mental y como un paradigma de lo invisible bajo las apariencias engañosas de la evidencia del punctum”. Es decir, para el artista y teórico de su obra, la condición fotográfica ocurre en el sentido contrario al de la superficie visible donde tiene lugar el punctum, que él llama “apariencias engañosas”, porque es lo que el espec- tador, situado en el rol de capturista, capta agudamente con el ojo, es decir, el significante positivo. Lo que no ve el espectador es el “acto mental” que pasa por la zona negativa desde donde se decide lo que emergerá como foto; 151 luisa ruiz moreno 152 en una palabra, lo que el espectador no ve es aquello que también —desde lo invisible— se hace visible. Siguiendo estas reflexiones, por fotografía debe entenderse, más que al resultado de la captura, al acto mismo de fotografiar que, semejante a un acto de enunciación, produce su enunciado-foto: “El acto de fotografiar es el punctum que no muestra o no puede mostrar”. Si tratamos de encontrar la coherencia entre estas dos afirmaciones, di- ríamos que el enunciado-foto tiene lugar después de dos actos en relación de presuposición: un acto mental, paradigmático e invisible, que hace de presupuesto, y un acto corporal y mecánico que hace de presuponiente del anterior y que sería el acto de fotografiar propiamente dicho. Este último sería sintagmático y visible, ya que estaría en el orden de la linealidad del discur- so y daría concreción a la foto como texto. Y es a este último que Bav ar hace equivaler con el punctum, porque aunque puede ser visto e implica una puntualización aguda y precisa, está incapacitado para mostrar. Pero mostrar qué, cabría interrogarnos. ¿Qué tendría que mostrar el acto de fotogra- fiar y qué no puede? ¿Sería acaso al acto implícito, lo que vendría a ser, para Bav ar la fotografía en sí, el acto mental, la zona negativa de la significación? Estas preguntas me llevan a comprender un segundo motivo del por- qué el punctum no es un concepto satisfactorio para el fotógrafo ciego: porque es, pues, una propiedad de la foto —tal como se la refiere en La cá- mara lúcida— que es puramente del orden de lo visible, es decir, evidente, salta a la vista y, curiosamente, Roland Barthes la compara con algo que “sale de la escena como una flecha y viene a punzarme”. Podemos preguntarnos: ¿esa flecha que punza al espectador de la foto sería, en dirección inversa, comparable al segmento sólo visible de la saeta de Laoconte, al significante positivo, que también punza, hiere, el vientre del caballo? O sea ¿el significante positivo o visible que constituía aquella parte de la flecha sería un punctum, “pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y tam- bién casualidad” y que nada pudo mostrar, nada significó, finalmente, para salvar a los troyanos porque les faltaba completar su visión con el significante negativo que no pudieron percibir? Ahora bien, es necesario tener en cuenta que el concepto del punctum criticado por Bav ar no se define aislado y de manera independiente en la obra de Barthes, sino que adquiere su definición en la medida en que se el significante negativo de evgen bav ar opone, como decíamos, al studium, interés o aplicación general a una cosa pero sin agudeza, concepto del cual nada dice nuestro fotógrafo. ¿Se deberá esto a que Roland Barthes encuentra ambos elementos para organizar la relación sujeto/objeto, pero únicamente del lado del espectador de la foto y en esta organización atributiva y distributiva el fotógrafo sólo se sentiría excluido? Y, aún más precisamente, Barthes excluye al fotógrafo del punc- tum, para dejarlo confinado al studium. Sin embargo, aquél no se siente ni de un lado ni del otro, sino de lo que habla es del “acto de fotografiar” y, nosotros, que lo consideramos como actante de ese acto, lo vemos involucrado tanto en el studium como en el punctum. Puesto que, ¿no es acaso el fo- tógrafo el primer espectador de su foto en tanto que él calcula y desea la mirada del otro? Es decir, quien cumple el “acto de fotografiar” lleva a cabo los dos papeles y, por lo tanto, estaría en los dos lados. Si de acuerdo con nuestra perspectiva semiótica consideramos la foto como un texto donde se manifiesta el discurso, podemos homologar el acto de fotografiar con el acto de enunciación; así, tanto aquél como éste son efectuados por un sujeto biactancial (yo/tú) y, en ese caso, el sujeto del acto de fotografiar, como el sujeto de la enunciación (enunciador/enunciatario), incluye a la vez al destinador y al destinatario de la fotografía, esto es, al fotógrafo y al espectador como dos actantes implícitos en la foto. La foto, como resultado de ese proceso, como objeto de la experiencia, tendrá su espectador empírico quien, como sujeto frente al objeto foto, cumple su acto de ver la foto y estará también constituido por dos actantes, es decir, como una estructura yo/tú que le permitirá asumir los roles que le estaban pre- vistos en la foto. En otras palabras, el sujeto es una complejidad que se proyecta en el objeto, el que, por su parte, manifiesta esa complejidad. De modo que el punctum y el studium deben ser pensados como propie- dades de esa relación compleja entre dos magnitudes: sujeto y objeto, que no son más que resultantes, funtivos de una función abarcadora que reacomoda a todas las demás: la percepción. Es decir, en el caso que nos ocupa, se trata de la percepción del sujeto que en el acto de fotografiar se halla frente a dos objetos: un primer objeto de percepción que dará lugar, después, a la foto, y un segundo objeto de percepción que es la propia foto. Por otro lado, se trata de la percepción del sujeto en el acto de ver la foto, instituida en texto por el acto mismo. Todo lo cual se incluye en un proceso general de 153 luisa ruiz moreno 154 perceptivización que comprende no sólo el acto de percibir, sino el de hacer percibir a otro. De allí que el punctum y el studium sean variantes de la per- cepción que ejecuta un sujeto percibiente/perceptivizante, tanto en el rol de fotógrafo como en el de espectador. Y de allí que, siendo la perceptivización la función incluyente y decisiva, el que el fotógrafo sea invidente se vuelve circunstancial y aleatorio, puesto que su percepción es sinestésica y sin mengua alguna del pleno ejercicio de sus variantes perceptivas, punctum y studium, mientras que la percepción obligadamente ocular de la foto la cumple, del otro lado, el espectador empírico y en igual cumplimiento de ambas variantes. De todo esto se desprende que la foto, como texto, es la manifestación de un discurso que habla, entre muchas otras cosas, del fenómeno mismo de la percepción. En dicho fenómeno la foto constituye una dinámica en la que ella es —según desde donde se considere el acto que desencadena el proceso de percepción— resultado y origen: resultado de la percepción del fotógrafo, para quien, además, la foto es un logro pro- visional y parcial, ya que al inscribirse en la intencionalidad perceptivizante hacia otro, su concreción depende de la mirada de este último. Y la foto es origen de la dinámica de la percepción cuando, al cobrar independencia del fotógrafo, se vuelve objeto perceptivizante para un sujeto percibiente en el rol de espectador. Entonces, si consideramos la foto desde esa doble perspectiva, y si el acto de percepción es el que rige a los demás actos aquí implicados, podemos establecer una equivalencia entre el punctum y el studium barthesianos, y la mira y la captación; funciones sensible e inteligible, respectivamente, consignadas por la semiótica tensiva11 como componentes de la percepción. El asociar un par con otro me ha sido sugerido por la siguiente observación de Claude Zilberberg: Para Barthes, el “punctum” es el momento inapreciable en que se derrumba súbitamente la distribución actancial previamente acordada entre el agente y 11 Una exposición de tales funciones, así como el diagrama que las representa, aparece en el capítulo V, “Presencia”, de Tensión y significación, de Jacques Fontanille y Claude Zilberberg, Lima, Universidad de Lima, 2004. Las nociones desarrolladas en dicho capítulo han sido cotejadas y ajustadas según la Semiótica tensiva, de Claude Zilberberg, publicada por la Universidad de Lima, en 2006. el significante negativo de evgen bav ar el paciente [...] Forzando un poco el rasgo, el “studium”, correlacionado con lo que Barthes llama un “afecto medio”, remite al prosaísmo del mundo, mientras que el “punctum” predomina sobre el “studium” porque precipita y después despliega la prosodia del mundo [...] Este carácter suficiente del “punctum”, es decir, de la prosodia que da de baja altaneramente al “studium”, se encuentra igualmente en Valéry.12 Ahora bien, el acto perceptivo tendría como centro de operaciones al lugar exacto de convergencia que se establece entre el sujeto, que se constituye en una dimensión de intensidad mediante la mira o la puesta en la mira (punctum) y el objeto, que se constituye por captación (studium) en una dimensión de extensidad. El dominio de la percepción estará determinado por el alcance espacio- temporal del acto, que puede expresarse tanto en términos de extensión de los objetos percibidos como en términos de intensidad de la percepción. El dominio tiene un “campo de acción” en el que la percepción es tónica, y un “fuera de campo”, en el que la percepción es átona. Y puede ser abierto o cerrado. Con el recurso de un esquema tensivo podemos encontrar la forma de estas asociaciones: Sujeto Mira V’1 Intensidad Punctum Acto de percepción V’2 V’3 V’4 V1 V2 V3 V4 V’5 V5 Objeto V’’1 V’’2 V’’3V’’4 V’’5 Extensidad Captación Studium 12 Claude Zilberberg, Semiótica tensiva y formas de vida, buap, Puebla, 1999, p. 28. 155 luisa ruiz moreno 156 Como indiqué en el diagrama, el studium sería un componente inteligi- ble de la percepción, el cual se explaya en el eje de la extensidad del esquema donde opera la captación. Esta última tiende hacia el objeto que, para el sujeto, es siempre de valor y de deseo, objeto que está representado, por ejem- plo, en la foto, o en las fotos. De ahí que, en el esquema, entre captación y studium, hemos puesto el signo de igual o semejante. En dicho eje se proyec- ta, mediante las operaciones de la mira, el otro componente de la percepción, el punctum (al que hemos homologado con la mira con su correspondiente notación). El punctum corresponde a la intensidad sensible del sujeto, ya sea del fotógrafo o del espectador, según quien asuma cada papel. Y esa proyección tiene lugar gracias a la misma intensidad del sujeto que provoca una intersección de las dos dimensiones, la cual constituye, en el espacio tensivo, un valor de la percepción que hará, finalmente, valer, o sea, significar, al objeto. El studium se vería así, en mayor o menor grado, afectado por la presencia del punctum. Efectivamente, como se observa en el esquema, en todos esos valores (V1, V2, V3, V4, V5 y Vn...), aunque tienden al descenso, tal como lo muestra el vector, desde la intensidad más alta hacia la extensidad mayor, siempre en la percepción inteligible que prevalece habrá un grado de percepción sensible. En consecuencia, los valores que tejen el encaje de la significación están constituidos por valencias de una y otra dimensión. La mira se va haciendo cada vez más laxa a medida que la captación aumenta y ésta lo hace en la misma proporción en que los objetos se hacen más numerosos. Así le ocurre al espectador que, en La cámara lúcida, ve muchas fotos pero con una intensidad poco tónica. De este modo, la captación de todas esas fotos no compromete profundamente al sujeto, quien las va constituyendo en valores relativos desprovistos de gran singularidad, es decir, “valores de universo” que tienen como referencia a la prosa del mundo y no al sujeto. Por el contrario, el mismo espectador se encuentra de pronto radical- mente atraído por una foto en particular que provoca un punctum de gran intensidad y, entonces, la percepción se vuelve hacia el sujeto y es ahora cuando la función sensible prima sobre la inteligible; pero, al igual que en el movimiento anterior, esta última no deja de estar presente, aunque en grado ínfimo, en aquélla, tal como lo muestra el esquema siguiente: el significante negativo de evgen bav ar 157 V’ V + Sujeto Mira Intensidad Punctum Acto de percepción - V’’ Extensidad Captación + Objeto Studium En el espacio tensivo no encontramos ahora más que un solo objeto de valor (V), cuya valencia intensiva (V’) es tónica en grado superlativo, de allí que ésta aparezca hacia lo alto del eje donde opera el punctum. Mien- tras que la valencia extensiva (V’’) de ese objeto de valor absoluto, es muy breve: está marcada en el eje muy cerca del acto de percepción, ya que representa a esa única foto, captada de inmediato y con celeridad; foto portadora del punctum, la que fue seleccionada entre las muchas que el studium iba sumando con atonía creciente y que favorecía la mezcla de fotos insignificantes. El vector de este esquema tiene como referencia al sujeto y se aleja de la prosa del mundo. La tonicidad subjetiva tendrá luego sus descensos hacia una percepción de las cosas, que ya no serán sólo fotos, pero lo hará con una tonalidad diferente: eso sucede cuando “despliega la prosodia del mundo”. De acuerdo con la sintaxis que nos proporcionan los diagramas pre- cedentes, tanto el punctum como el studium encuentran —al distribuirse, diversificarse y asociarse a la captación y a la mira— lugares constituyen- luisa ruiz moreno 158 tes de la percepción como un proceso semiótico. De hecho, estas dos va- riantes de la percepción se combinan para producir distintos efectos de sentido del objeto de valor que se proyectan sobre el sujeto. Ahora bien, para Bav ar, estos componentes se ordenarían de otro modo, puesto que para él “el acto de fotografiar es el punctum”, lo cual me obliga a la elaboración de otro esquema en el que el punctum ocupe el lugar de convergencia de los dos ejes, es decir, debo colocarlo allí donde el acto de percepción se desplegaba en sus dos componentes: mira y captación. Fun- ciones que quedan anuladas por el destello absoluto del acto que, con apego a las palabras del fotógrafo, se define negativamente por lo que “no muestra” o “no puede mostrar”. Intensidad absoluta Ausencia de visualidad Punctum Extensidad absoluta Así, el nuevo esquema no podría configurarse de acuerdo con su natu- raleza tensiva, sus correlaciones entre la intensidad y la extensidad, sus ascensos y sus descensos, su equilibrio inestable, en fin, con su relatividad constitutiva. En consecuencia, sólo podemos diseñar su morfología sin acompañarla de una sintaxis. Pero, de todos modos, esa armazón sin dina- el significante negativo de evgen bav ar mismo nos hace comprender la reflexión del fotógrafo: el máximo de sensibilidad y el máximo de inteligibilidad, sin declinaciones, se despliegan sobre otro valor superlativo que es la ausencia de visualidad. Con este arribo a una zona sin tonalidad posible que rebasa la prosa o la prosodia del mundo, que Roland Barthes desestima en un caso o sobre- estima en el otro, he tratado de responder a la demanda de Bav ar sobre la necesidad de pensar una semiótica negativa, la cual, creo, no ha dejado de estar en elaboración, incluso en la positiva, a la que él atinadamente critica. Y si esto es posible no es sencillamente por considerar la significación como un “acto mental”, como él concibe a la fotografía, o, lo que es lo mismo, como un procedimiento semántico, sino por entenderla más bien como un proceso de percepción que dispone su trama entre lo sensible y lo inteligible. La significación es, pues, la forma que se erige entre esas dos materias y que se proyecta sobre el sentido amorfo. Tal como Bav ar se refiere a la foto, podemos decir que la significación es la realización concreta de una lucha perdida en pro de una expansión de lo visible sobre lo invisible. Así, el sentido que toma forma constata la derrota: cuanto más avanza la significación en la captura del sentido, más crece el sentido hacia lo inasible: “La foto —dice Bav ar— puede expresar una simple constatación: más se en- sancha el mundo visible, más se ensancha el mundo invisible”. 159