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Índice
Presentación
Política de calle y contrahegemonía |
11
Primera parte
Para un debate sobre
lo conceptual y metodológico
Acerca de la difícil relación entre violencia
y resistencia
Pilar Calveiro
| 23
La lucha contra la impunidad en las sociedades
del Cono Sur. Reflexiones acerca de la verdad,
la justicia y la razón de Estado Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito | 47
Los “Sin Techo”. Una perspectiva teórica
Cibele Maria Lima Rodrigues |
61
Algunos instrumentos para el análisis de las luchas
populares en la llamada Historia Reciente
Nicolás Iñigo Carrera
|
77
Notas sobre lo conceptual, metodológico y las fuentes
en el estudio de la protesta popular
venezolana reciente
Margarita López Maya
| 95
Segunda parte
Visión general y estudio de casos
Protesta popular y procesos políticos en la
América Latina actual
Carlos Figueroa Ibarra
| 109
México
Repertorios y herramientas desobedientes.
Las contribuciones del zapatismo a la lucha
contrahegemónica
Luisa Ortiz Pérez | 129
Países Andinos
Venezuela: protesta popular y lucha
hegemónica reciente
Margarita López Maya y Luis E. Lander
|
151
Genealogía de la multitud
Seis años de luchas sociales en Bolivia
Raúl Prada Alcoreza |
173
Protesta y democracia en Ecuador:
la caída de Lucio Gutiérrez
Carlos de la Torre |
197
Brasil
MST e neoliberalismo: avanços, limites e
contradições da luta pela terra no Brasil
Eliel Machado
| 231
Argentina y Uruguay
Las protestas contra el FMI y la política estadounidense
en la Argentina reciente (2000-2006)
María Celia Cotarelo
| 261
“Reaparición obrera” en Argentina a partir de 2004
Daniel Campione
| 279
Sujetos, política y conflictos en la Patagonia Argentina Orietta Favaro y Graciela Iuorno
| 299
Movilización social y transformación política
en Argentina: de autonomías, articulaciones,
rupturas y cooptaciones
Beatriz Rajland
| 339
Problematizando la historia de Uruguay:
un análisis de las relaciones entre el Estado,
la política y sus protagonistas
Carlos Moreira | 365
Presentación
Política de calle y contrahegemonía
América Latina está siendo sacudida por una movilización popular incesante y sostenida que, a medida que se avanza en el siglo XXI,
ha ido extendiéndose a casi todas las sociedades de la región. Se trata de
un fenómeno diverso, complejo y difícil de asir con instrumentos teóricometodológicos simplistas y/o constreñidos a disciplinas rígidas, sordas al
intercambio con campos de conocimiento afines. Al mismo tiempo, resultan perceptibles procesos de transformación de las relaciones de poder y
de los regímenes políticos en algunas sociedades. Un número de estados
nacionales ha pasado a manos de nuevas alianzas políticas de vocación
popular y/o de izquierda. Comprender la composición, naturaleza y contenido programático de los bloques hegemónicos emergentes también desafía el conocimiento convencional de las ciencias políticas. A partir de estas
constataciones, resulta especialmente interesante y oportuno presentar
este libro como un esfuerzo colectivo de intercambio de información y
reflexión por parte de académicos latinoamericanos, sobre las distintas
modalidades de resistencia y lucha popular que vienen desenvolviéndose
en América Latina y la manera en que estas influencian las transformaciones políticas en curso.
La “política de la calle”, que se ha visibilizado en el mundo de
manera creciente desde fines del siglo pasado, no es un fenómeno nuevo
para América Latina. La exclusión y/o falta de ciudadanía de signifi-
11
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
cativos sectores sociales desde los tiempos mismos en que se constituyeron estas sociedades hizo de la interpelación a las autoridades desde
la calle con motivos diversos –por ser único– un recurso recurrente.
Existen algunos registros, como las revueltas de los barrios de Quito
en 1765, la protesta contra la reforma funeraria en Salvador, Brasil, en
1836, o los saqueos en el edificio del Parián en la ciudad de México en
1828, que constatan la persistencia de esta modalidad de lucha. Pero,
con toda seguridad, hay muchas revueltas y resistencias más, silenciadas por las historias oficiales, que nunca consideraron este tipo de
manifestaciones de malestar más que actos irracionales y peligrosos
de las clases dominadas. El siglo XX presenció desde su inicio olas de
protestas y movilizaciones, en la medida en que los sectores populares
mayoritariamente rurales, empujados a las ciudades por el declive del
modelo agropecuario exportador, luchaban por quedar incorporados a
los emergentes regímenes que nacían con la modernización capitalista.
Algunos estallidos han quedado en la memoria colectiva latinoamericana como emblemáticos: el Bogotazo de 1948, desencadenado por
el asesinato político de Jorge Eliécer Gaitán, y el Cordobazo obrero y
estudiantil argentino de 1969.
Hacia los años setenta, el sistema capitalista mundial comenzó a
evidenciar signos de ir hacia una nueva fase. Una crisis de sobreacumulación disparaba ajustes y reacomodos, tanto en el orden internacional
como en los países centrales. Los estados desarrollistas y/o populistas
de América Latina, como parte periférica de ese sistema-mundo, muy
pronto se verían afectados; y no transcurrió mucho hasta que se inició
en esta parte del planeta la crisis del modelo de desarrollo por sustitución de importaciones, que había prevalecido desde la segunda posguerra. Su desmantelamiento en los setenta y ochenta implicó también el
desajuste, y en muchos casos la descomposición, de la estructuración
capitalista de estas sociedades. A fines de los ochenta, se derrumbaba
también en otras latitudes el socialismo del siglo XX que, junto a los
cambios en el capitalismo signados por la doctrina neoliberal, pareció
abrir el camino hacia un nuevo período histórico para la humanidad.
En esta historia reciente se inscribe este libro, buscando interpretar, desde la perspectiva de y para los de abajo, las reacciones y
reacomodos que se están produciendo desde mediados de los setenta
en América Latina. A través del tema de las luchas y resistencias populares y su relación con la política, se procura una lectura analítica
del proceso de transformaciones que vienen ocurriendo en América
Latina, para evaluar avances, estancamientos y retrocesos que pudieran estarse dando. Los autores se interesan principalmente por
luchas y actores emblemáticos en el continente en estos años, que han
permitido a los excluidos, pobres y/o empobrecidos acumular fuerza
12
Presentación
contrahegemónica, alterando con ello, en mayor o menor grado, los
planes previstos para estos países por parte de actores sociopolíticos
de la hegemonía neoliberal.
Los enfoques sobre esta problemática, empero, son muy diversos.
El Grupo de Trabajo sobre Historia Reciente de CLACSO está constituido por cientistas sociales, que aportan miradas nacionales y bagajes
teóricos y métodos distintos, producto de formaciones y experiencias
disciplinarias diferentes. En ello reside también la riqueza del libro.
Pues, si bien las perspectivas conceptuales y metodológicas con que se
revisan estas luchas y sus impactos sobre la política hacen que se difiera
en las interpretaciones sobre lo que se desarrolla ante nuestros ojos, se
ha efectuado un esfuerzo colectivo por explicitar en algunos casos las
perspectivas utilizadas y el motivo por el que se las utilizó, y en general,
en las reuniones de discusión, por escuchar al otro y comenzar a abrir
un debate que eventualmente pudiera arribar a visiones complejas y
multidimensionales del tema atendido por el presente libro.
La relación entre lo social y lo político, las nuevas y viejas articulaciones entre estos dos planos de la realidad –que protestas y resistencias andan construyendo a partir de identidades y modalidades de lucha
novedosas– constituyen el foco central del libro y son uno de los temas
más fascinantes e importantes para el pensamiento crítico latinoamericano que se abre en esta primera década del siglo XXI. También forman
parte de esta cuestión las transformaciones socioculturales que vienen
de la mano de los nuevos discursos contrahegemónicos. Grupos originarios como los del movimiento zapatista o las comunidades quechuas
y aymaras bolivianas o ecuatorianas, que ganan poder y/o visibilidad en
estos nuevos tiempos, rechazan la democracia representativa, y desde
calles y ámbitos como las comunidades pugnan por institucionalizar
contenidos y formas de democracia directa para transformar el viejo
modelo de Estado latinoamericano. Identidades como las de algunos
grupos del movimiento piquetero argentino construyen nuevas alianzas
políticas con el gobierno de ese país, mientras en otros se mantienen en
la estrategia de la lucha frontal por un cambio contrahegemónico. El
movimiento obrero, con escasa presencia en algunas sociedades latinoamericanas y persistente actividad en otras, constituye otro actor que
se hace presente. Mientras tanto, multitudes en el Caracazo venezolano
o en las calles de La Paz y El Alto de Bolivia han abierto las puertas
para el desenvolvimiento de una feroz lucha entre viejas elites conservadoras y nuevos actores sociopolíticos por una nueva hegemonía para
esas sociedades.
¿Cómo caracterizar a los protagonistas sociopolíticos de estos
tiempos recientes? ¿Qué guardan de común, y en qué se diferencian
con el pasado? ¿Por qué este oleaje de protestas tan fuertes en algunos
13
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
países, mientras otros permanecen discretos negociando salidas dentro
de la hegemonía neoliberal? ¿Cómo aportar como académicos del pensamiento crítico para que estos procesos no caigan, quizás una vez más,
en arreglos político-institucionales que mantengan en nuestras sociedades significativas exclusiones y autoritarismos? Este libro no puede
responder cabalmente a tales cuestiones, pero ha sido con ellas en la
mente que un grupo de intelectuales de América Latina tomó sus herramientas, procurando encontrar en el examen de los procesos verdades
que puedan ayudar a la lucha por un mundo mejor en América Latina,
a sabiendas de que forma parte también de una lucha planetaria.
El libro contiene dos partes diferenciadas. En una primera, se
presenta un conjunto de ensayos de orden teórico y metodológico, que
tienen una finalidad doble: por una parte, aclarar conceptos y enfoques
con que hoy en día las ciencias sociales críticas analizan el fenómeno
de la acción colectiva y su impacto sobre la política; de hecho, han sido
elaborados con la idea de explicitar los enfoques que utilizan los autores
en la segunda parte del libro. Por otra parte, procuran contribuir al
ensanchamiento de un muy necesitado espacio para el intercambio de
información e ideas con miras a una discusión en perspectiva global y
comparativa. Una América Latina en proceso de integración por parte
de fuerzas políticas progresistas emergentes obliga al pensamiento crítico a dirigirse también a un espacio global de discusión para construir
las condiciones propicias para unas ciencias sociales de la región. En la
segunda parte, se presentan estudios de casos que van desde México a la
Patagonia, en un esfuerzo por enmarcar la visión del Grupo de Historia
Reciente sobre el tema en un contexto supranacional.
La primera parte contiene cinco trabajos. Pilar Calveiro presenta
reflexiones sobre las estrechas vinculaciones entre Estado, violencia y
derecho, que han de servirle para interpretar algunas de las transformaciones de la política que vienen ocurriendo tanto en el centro como
en la periferia del sistema capitalista mundial desde la década del setenta. Sus precisiones sobre las distintas modalidades de la violencia que
pueden existir –en particular su planteamiento sobre la diferencia entre
violencias “confrontacionales”, dirigidas frontalmente contra el Estado,
y violencias “resistentes”– resultan especialmente relevantes para comprender y contribuir con las estrategias de las luchas populares que se
desarrollan hoy en América Latina, signadas por la búsqueda de una
profundización democrática. Las violencias resistentes, sostiene Calveiro, a diferencia de las frontales, son más bien indirectas, de trayectorias
laterales, entendidas como violencias que se proponen la construcción
y defensa de “espacios” físicos y simbólicos autónomos del Estado y el
derecho. Ellas permiten ampliar los espacios de la política y, por ende,
de la democracia en el mediano y largo plazo.
14
Presentación
Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito, por su parte,
buscan explicaciones teóricas a la evidencia empírica de que en los
países del Cono Sur se han venido dando progresos en relación con la
consecución de justicia para las víctimas de las atroces violaciones a
los derechos humanos ocurridas durante las dictaduras de los sesenta
y setenta. En razón de la rigidez de los compromisos con los actores
responsables de los regímenes autoritarios que adquirieron los actores
de la transición democrática, estos autores se preguntan por qué tienen
lugar avances para resarcir a víctimas y sus familiares. En su exploración teórica para encontrar respuestas, Dutrénit Bielous y Varela Petito
revisan las vinculaciones entre democracia, justicia, razón de Estado,
política y moral, movimientos sociales y conflicto social. Van a concluir
que, en los avances percibidos, si bien han incidido factores como el
debilitamiento de la fuerza política de los militares, la democracia misma hace su aporte, pues lleva un supuesto de justicia, representación y
rendición de cuentas que permanece en tensión con los compromisos antidemocráticos adquiridos. La democracia formal impulsa movimientos
sociales de fuerte contenido moral, y los anima a persistir en sus presiones y conflictos hasta obligar a cambios en la actitud del Estado.
En otro orden de preocupaciones, el artículo de Cibele Maria
Lima Rodrigues desarrolla un diálogo entre la propuesta teórica sobre
los nuevos movimientos sociales de Alberto Melucci y ciertos conceptos
elaborados por Antonio Gramsci. Su propósito consiste en encontrar una
comprensión satisfactoria de lo que sostiene es el carácter político que
revisten siempre estos movimientos. Rodrigues considera, a partir de sus
investigaciones sobre los “Sin Techo” de Recife en Brasil, que el enfoque
gramsciano puede auxiliar la propuesta de Melucci en su análisis de los
procesos culturales, por considerar que este es débil en el tratamiento
de la cuestión del antagonismo social. El lector encontrará en este artículo algunas reflexiones de interés sobre la articulación de lo social y lo
político desde la visión de Gramsci, y su utilidad no sólo en el análisis
de organizaciones políticas, sino también de movimientos sociales.
El artículo de Nicolás Iñigo Carrera plasma algunos instrumentos teórico-metodológicos del enfoque que él, desde el Programa de
Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA),
ha venido desarrollando en sus pesquisas sobre las movilizaciones de
los trabajadores en la Argentina de los años recientes. Se trata de un
enfoque marxista clásico, clasista, de leyes (tendencias) generales, que
pretende señalar en cada hecho histórico las relaciones determinantes
entre los campos de relaciones sociales, tal y como fue conceptualizado
en los escritos de Marx y Engels, al que se incorporan aportes de
George Rudé y Eric Hobsbawm. Iñigo Carrera presenta este acervo
teórico poniéndolo en relación con la realidad argentina, y lo confronta
15
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
con el enfoque del modelo político de Charles Tilly, que considera hace
una reducción de Marx.
Las “Notas” de Margarita López Maya buscan también explicitar las orientaciones conceptuales y metodológicas básicas con que se
vienen desarrollando sus investigaciones de la protesta popular venezolana. El enfoque de López Maya es teóricamente ecléctico, predominantemente gramsciano, y se mantiene dialogando con la empiria y las
nuevas herramientas analíticas sobre el tema de la acción colectiva,
reconociendo, lo mismo que Iñigo Carrera, los aportes que a lo largo
de diez años ha recibido de historiadores de la escuela marxista británica como Rudé y Hobsbawm. En este caso, sin embargo se incorporan
también conceptos de la corriente del modelo de proceso político de
Charles Tilly y Sydney Tarrow, pasando por otros autores estadounidenses como Frances Fox Piven, Richard Cloward y Barrington Moore,
todos ellos con raíces en el marxismo. Este trabajo brinda igualmente
un aporte sobre el procesamiento, mediante el diseño de bases de datos
computarizadas, de las masas del material hemerográfico que sirven de
fuente principal al análisis de la acción colectiva, y discute sus virtudes
y debilidades.
La segunda parte, como señalamos, está centrada en el análisis
de diversos y emblemáticos casos recientes de luchas, algunas contrahegemónicas, y sus impactos sobre los procesos sociopolíticos nacionales
o supranacionales.
Comienza esta parte con el estudio de Carlos Figueroa Ibarra, de
mirada general, que pasa revista a las luchas populares latinoamericanas desde el Caracazo de 1989. Abarca, entre otros, la emergencia del
movimiento zapatista en 1994, el estallido conocido como el Argentinazo
de 2001 y, en la más reciente actualidad, las luchas bolivianas con su
contribución a la reconfiguración hegemónica en ese país. Figueroa
Ibarra revisa cifras de movilizaciones, actores, modalidades y motivaciones presentes en las movilizaciones, planteando la presencia de una
“ola” que se ha levantado desde los noventa, protagonizada en distintos
tiempos por diversos movimientos contrahegemónicos, comenzando
con las multitudes que aparecieron en las urbes venezolanas cuando el
Caracazo y llegando a los movimientos originarios y la emergencia del
Movimiento al Socialismo (MAS) y su líder Evo Morales en el gobierno
de Bolivia. Figueroa Ibarra señala novedades pero sobre todo continuidades de la protesta reciente en relación con el pasado, comprensibles
para él por la persistencia de los grandes conflictos políticos y sociales
de la región, que la institucionalidad democrática representativa y/o
posdictatorial no ha podido resolver.
Se continúa luego con el caso de México, donde Luisa Ortiz Pérez
indaga sobre las contribuciones discursivas del movimiento zapatista.
16
Presentación
Como se sabe, este movimiento irrumpió en Chiapas y desde entonces
ha venido construyendo un discurso de desobediencia y repertorios, de
raíz indígena y proyección global, que ha influenciado profundamente
las prácticas de otros sujetos contrahegemónicos de nuestro continente
y aun del planeta en la etapa que venimos estudiando. El zapatismo y
su reconstrucción de la identidad indígena como resistencia contrahegemónica primordial han influido en las resistencias al neoliberalismo
que vienen avanzando los pueblos originarios, en particular los de la
región andina.
Margarita López Maya y Luis E. Lander analizan la política de
la calle de la sociedad venezolana, desde una perspectiva comparada
con los decenios previos, de la llamada democracia representativa de
“Punto Fijo”. Intentan esclarecer el rol de la movilización callejera en
los asombrosos cambios políticos que ocurren desde fines de siglo en la
patria de Bolívar. López Maya y Lander, a través de un análisis comparativo de los actores de calle, modalidades y naturaleza de sus acciones
y la agenda de sus motivaciones desde los años cincuenta hasta los noventa, arriban a la conclusión de que la protesta callejera es una larga
y sostenida tradición de la sociedad venezolana, en particular de sus
sectores populares, que han carecido de canales eficientes de mediación
y representación política. Sin embargo, en tiempos de lucha hegemónica como fueron los años sesenta, cuando la lucha armada, y los recientes noventa, cuando el orden puntofijista hizo crisis, las movilizaciones
alcanzan una mayor visibilidad y significación al formar parte de esa
lucha, aumentan las protestas confrontacionales y violentas y las motivaciones de naturaleza política.
Raúl Prada Alcoreza contribuye en esta mirada al continente con
una reflexión del proceso de lucha popular en la Bolivia de los últimos
seis años, mediante una reflexión más bien teórica sobre los sujetos
sociopolíticos que la lideran. Prada Alcoreza los conceptualiza como
“multitudes”, de acuerdo con el enfoque que hicieran en años recientes
Paolo Virno, Michael Hardt y Toni Negri. Para sustentar su posición
teórica, efectúa un recorrido histórico del concepto, así como también
revisa otros conceptos de sujetos sociopolíticos contrahegemónicos que
considera protagonizaron las luchas bolivianas en el pasado, como los
partidos, sindicatos y el proletariado.
Carlos de la Torre es quien trae el complejo caso de las luchas
ecuatorianas, problematizando la relevancia de las luchas callejeras
que se han venido desarrollando en esta sociedad andina desde fines
del siglo pasado. A De la Torre le interesa resaltar que la política de la
calle que se ha desplegado intensamente en Quito no ha sido el único,
ni quizás el más importante, factor en la caída de los tres presidentes
Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. Para dicho autor, concurren un con-
17
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
junto de procesos institucionales, sociopolíticos y culturales bien complicados, como el presidencialismo, la tradición populista ecuatoriana,
una cultura fundamentalmente utilitarista de la noción de democracia
por parte de sus elites, y el rol de árbitro mayor que los sectores civiles
parecen otorgarle a las fuerzas armadas de ese hermano país. En última instancia, son los militares los que intervienen decisivamente en
los tres derrocamientos, si bien la puesta en escena ha pasado siempre
por una multitudinaria acción callejera de diversos y distintos actores
sociopolíticos.
Eliel Machado analiza la lucha del Movimiento de Trabajadores
Sin Tierra de Brasil desde la teoría de la lucha de clases, ampliando
la perspectiva de las orientaciones que reducen el núcleo de esa confrontación a capitalistas y asalariados puros, haciendo hincapié en las
fortalezas y limitaciones políticas de dicho movimiento en relación con
su composición social. Machado señala las “invenciones democráticas”
del MST como la democracia directa, decisiones por asamblea, trabajo
compartido, horizontalidad, igualdad en las relaciones de género, acceso a la información y formación política como construcción anticipada
del socialismo.
Sobre Argentina se presentan cuatro trabajos, con lo cual se logra un cuadro bastante completo de los procesos de resistencia y lucha
que vienen desarrollándose en este país y sus efectos sobre la política
nacional reciente. El estudio de María Celia Cotarelo se centra en las
protestas argentinas contra del Fondo Monetario Internacional (FMI)
y la política de Estados Unidos en Irak y América Latina (el ALCA) logrando, con un minucioso examen de actores, demandas y formas de
protesta –vinculado a un contexto sociopolítico latinoamericano cambiante y movido–, establecer los impactos que dichas protestas han
tenido en los reajustes de alianzas políticas que se vienen produciendo
en el gobierno de Néstor Kirchner. Daniel Campione revisa los altos y
bajos más recientes del sector de los trabajadores organizados como
protagonistas de la política contrahegemónica, donde las condiciones
que han impulsado las nuevas alianzas en el poder también han propiciado una reaparición del movimiento obrero de ese país. Orietta Favaro y Graciela Iuorno se adentran en la problemática de las provincias
patagónicas de Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra de
Fuego desde que se inició el proceso de desestructuración socioeconómica por las políticas neoliberales hasta la actualidad; se trata de las
provincias en las que hizo su aparición por vez primera (en Neuquén) el
movimiento piquetero. Además de darle contexto a las diversas formas
de resistencia y lucha de los trabajadores, señalan pormenorizadamente
las complejidades de la política local y su interacción con las acciones
colectivas para alcanzar algunas similitudes y diferencias entre ellas y
18
Presentación
la política nacional. Beatriz Rajland plantea, a partir del estudio de los
movimientos piqueteros, la dinámica que se ha venido desarrollando
entre la política y lo social, en tiempos de reajuste de las luchas sociales
en su país (Argentina).
Finalmente, Carlos Moreira realiza un aporte sobre el caso uruguayo. Dicho país es difícil de incorporar en la problemática que hemos
abordado en este libro, toda vez que se presenta como una sociedad
poco proclive a la confrontación y la política de la calle, donde hasta el
presente el papel de organizaciones populares y movimientos sociales
ha sido opacado por el rol de los partidos políticos. A partir de estas
premisas, Moreira problematiza la historia de este país desde sus orígenes como invento británico hasta el tiempo reciente, para señalar
momentos de inflexión que han visibilizado actores alternativos contrahegemónicos.
No cabe duda de los lazos que van y vienen entre las luchas populares aquí reseñadas y los cambios políticos recientes en el continente. Los presidentes Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Morales
en Bolivia, Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador, el proceso que
se desarrolla en México, con un presidente investido legalmente en el
seno de las instituciones y otro investido en la calle, legitimado por las
multitudes, para sólo mencionar los casos más notorios, desarrollan
sus gestiones en el marco de intensas movilizaciones a favor o en contra. Estos cambios políticos no necesariamente representan cambios
hegemónicos. El presente libro, con su atención en la acción colectiva,
busca responder por qué, esperando con ello contribuir a ensanchar
nuestra comprensión de estos procesos y esbozar orientaciones útiles en
las estrategias para la obtención de mayores conquistas emancipatorias
para los sectores populares.
Margarita López Maya
Nicolás Iñigo Carrera
Pilar Calveiro
19
Primera parte
para un debate sobre lo conceptual
y metodológico
Pilar Calveiro*
Acerca de la difícil relación entre
violencia y resistencia
El presente texto pretende reformular la difícil relación entre
violencia y política, a la luz de algunas de las experiencias recientes de
América Latina que, desde mi punto de vista, refutan la pertinencia
tanto de una visión guerrera de la política como de una mirada pacificada y hasta cierto punto ingenua. Para ello, efectuaré un abordaje de la
discusión desde una perspectiva teórica, aunque procurando apoyarla
en el análisis de algunas de las experiencias más significativas de las
últimas décadas.
Al hacer un recuento de los sistemas clásicos de análisis del poder, Michel Foucault identificaba dos grandes modelos: el que considera
la guerra y la represión como matriz del poder político y el que le adjudica este papel al contrato (Foucault, 1992: 31 y 33). Aunque en Microfísica del poder desarrolló los vacíos de cada uno de ellos, para proponer
el análisis desde el triángulo poder-derecho-verdad, enfatizando el aspecto “discursivo” del poder como otra forma de su fuerza, en ningún
momento desconoció la dimensión “negativa”, coercitiva y violenta que
trabajó con tanto detalle en su célebre Vigilar y castigar.
En la visión guerrera, que se ha utilizado extensamente para
discutir la realidad latinoamericana –y a la que suscriben algunos de
* Politóloga. Profesora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
23
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
los trabajos del propio Foucault–, la relación entre violencia y política
resulta evidente. Ella considera:
Las relaciones de poder que funcionan en una sociedad como
la nuestra se injertan esencialmente en una relación de fuerzas
establecida en determinado momento históricamente precisable de la guerra. Y si es verdad que el poder político detiene
la guerra [...] no es para suspender los efectos de la guerra
o neutralizar el desequilibrio que se manifestó en la batalla
final. El poder político, en esta hipótesis, tiene de hecho el rol
de inscribir perpetuamente, a través de una especie de guerra
silenciosa, la relación de fuerza en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de
unos y otros […] [En consecuencia], la política es la sanción y
el mantenimiento del desequilibrio de las fuerzas que se manifestaron en la guerra (Foucault, 1992: 29-30).
Desde esta perspectiva, la violencia aparece en la base misma de la política, fundándola y extendiéndose a través de ella, de manera que los
vínculos entre el poder político y la violencia se ponen de manifiesto, se
exhiben de manera abierta.
Por el contrario, la visión contractualista que se retoma actualmente desde buena parte del discurso “democrático” considera que el
poder político emana de un acuerdo inicial, más o menos abarcador
pero siempre racional y voluntario, del que se derivan la soberanía y el
derecho. La legitimidad provendría de dicho acuerdo y, en este sentido,
el derecho sería su expresión, el reflejo de los consensos que fija las
reglas del juego, ya sea del acuerdo inicial como de su posterior renovación, en caso de que la hubiera. Desde esta perspectiva, la política se
presenta como un ámbito de consenso, donde la única fuerza legítima
es estatal y actúa exclusivamente como “fuerza de ley”, para preservar el
acuerdo común que estaría expresado en el derecho. Reconociendo cierta filiación “arendtiana”, se sostiene que política y violencia se oponen
y excluyen mutuamente. Para adentrarnos en la crítica de esta visión
“pacificada” de la política y observar la relación que, aunque subterránea, esta guarda con la violencia, parece necesario pasar al derecho por
el tamiz de la reflexión, tarea que, mucho antes que nosotros, realizó
brillante y minuciosamente Walter Benjamin, en su texto “Para una
crítica de la violencia” (1991).
En ese ensayo, Benjamin se adentra en la doble articulación de la
violencia, por una parte con el derecho, y por otra con la justicia. Rehusando la justificación de la violencia por sus fines o por la legitimidad de
los medios, propone establecer criterios independientes para analizar
el papel de la violencia en relación con los medios (el derecho) y los
24
Pilar Calveiro
fines (la justicia). De ello se deduce, en primer lugar, la no identidad, la
radical distinción entre derecho y justicia, de gran importancia para el
análisis político del problema.
Siguiendo en parte su razonamiento, abordaré primero la relación entre violencia y derecho, que nos permite adentrarnos en la crítica
de la visión contractualista y de cierto discurso democrático, que “sustraen” el componente violento con el argumento del consenso.
Violencia conservadora/violencia estatal
La primera y más importante forma de violencia, que Benjamin llama conservadora, es aquella que se utiliza precisamente para la conservación del Estado y sus instituciones, en particular el derecho. En
este sentido, las prácticas violentas del Estado –ya sea bajo la forma de
guerra o de represión– son parte de esta práctica de “conservación” y
constituyen el mayor foco de violencia de las sociedades actuales, que
se dirige principalmente hacia las periferias políticas, sociales, territoriales. Los estados democráticos centrales desatan la guerra contra
los países reticentes a un alineamiento dócil dentro del orden global,
a la vez que la mayor parte de los estados democráticos periféricos se
suma a los dispositivos represivos internacionales y los replica a nivel
nacional para facilitar la instauración de dicho orden. En aras de su
“conservación”, se organizan los mayores focos de violencia desde los
centros hacia numerosas y distintas periferias.
La sanción que la ley establece para cualquier violencia ajena a
las instituciones y la legalidad estatal no proviene sólo de la peligrosidad que tales transgresiones pudieran representar para la sociedad
sino, sobre todo, del hecho de que constituyen un desafío para el derecho mismo.
Por ello, ante distintas formas de protesta, como la ocupación
de vías de comunicación –aunque implican un uso muy restringido de
la fuerza–, se enarbola de inmediato la defensa del Estado de derecho,
constantemente transgredido desde el Estado mismo, aunque reivindicado de inmediato ante cualquier “puesta en entredicho” del mismo por
una violencia externa. En efecto, esta representa un desafío, en primer
lugar, a la fuerza de la ley, sustento de la fuerza del Estado, única instancia a la que el derecho reconoce la atribución de transformarlo y de
ir incluso más allá de él.
Ciertamente, el Estado tiene la capacidad de traspasar el derecho
vigente mediante la figura del estado de excepción, que comprende la
suspensión o la violación de la ley amparada desde el propio derecho, para
ampliar la violencia estatal en la que, a su vez, se sustenta. En América
Latina, el estado de excepción se ha desplegado en innumerables oportunidades bajo las formas de estado de sitio, estado de emergencia y
25
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
otras figuras legales que se utilizan para ampliar sus atribuciones. La
experiencia latinoamericana confirma la apreciación de Giorgio Agamben,
en el sentido de que el estado de excepción es parte constitutiva del
Estado. Y lo es hasta tal punto que en él reside la soberanía, entendida
como la máxima concentración de la fuerza dentro de una sociedad.
Siguiendo a Carl Schmitt, puede afirmarse que “soberano es aquel que
define sobre el estado de excepción” (Schmitt en Agamben, 1998: 22),
es decir, sobre la ampliación de las atribuciones legales para hacerlas
extralegales, más allá de la ley.
Desde sus orígenes, el Estado fija su jurisdicción sobre un territorio geográfico y político, precisando las fronteras que delimitan sus
alcances y establecen el afuera de la soberanía, y en consecuencia de la
ley, para luego alcanzar, asimismo, ese afuera. La excepción es como
una forma de “alargar” el brazo del Estado, incluyendo lo supuestamente excluido, alcanzando los márgenes y extendiendo la potestad
del Estado y su derecho, para legalizar lo ilegal. Las llamadas guerras
sucias de los años setenta y las argucias legales de las que se valieron
nuestros estados para violar o “alargar” las legislaciones previas constituyen un claro ejemplo.
En realidad, esta “excepcionalidad” se encuentra en la base misma del Estado y su soberanía –no sólo en el caso latinoamericano–,
que ya desde sus orígenes fue pensado como aquel Leviatán que, a la
vez que fijaba el derecho, permanecía fuera de él, exceptuado. Posteriormente, la inclusión del Estado dentro de los márgenes del derecho
le reservó esta figura de la excepción para garantizar la posibilidad
de sobrepasarlos.
Por otra parte, el estado de excepción no sólo ocurre en los momentos “excepcionales” en los que peligra el orden establecido o existe
una fuerte disputa de la hegemonía, como efectivamente ocurrió en
América Latina en los años setenta. Por el contrario, podría afirmarse
que esta salida de los límites del derecho es la “norma”, que está sucediendo permanentemente sobre una parte de la sociedad que, de hecho,
queda fuera del orden instituido. El derecho iguala sólo a los “iguales”,
mientras otros quedan fuera de su protección y permanecen en los
bordes, expuestos a distintas formas de la violencia, como ocurre por
ejemplo con la población indígena en el caso americano.
Si en las sociedades modernas la ley protege la vida y la propiedad, sin embargo hay quienes carecen de esta y cuya vida no está
a resguardo, o bien quienes teniendo propiedad y vida pueden ser
despojados de ambas sin que tal despojo constituya un delito. Son los
prescindibles-peligrosos: los racialmente impuros en el mundo nazi,
los indios en la América colonial y poscolonial, los “subversivos” en las
dictaduras militares, los acusados de terroristas o narcos en el mundo
26
Pilar Calveiro
global. Vidas que no “merecen” la posesión de bienes y ni siquiera el
disfrute de la simple existencia, sobre las que el Estado –pero también
otros, particulares– pueden disponer más allá de las fronteras de lo
legal sin que el derecho responda.
Según Agamben, la violencia soberana no se funda en verdad
sobre un pacto, sino sobre este derecho de excepción que permite disponer de estas vidas –nuda vida–, “incluyéndolas” en su esfera de poder
por vía de la excepción de hecho y de derecho (Agamben, 1998: 138).
Se trataría de incluir en la violencia “legal” del orden establecido el
derecho de disponer sobre la vida de los excluidos que, en virtud de
ello, permanecen apartados y “ligados” a un mismo tiempo. En última
instancia, el reconocimiento de semejante derecho conlleva la aceptación de un principio de exclusión radical que, por vía de la excepción,
puede alcanzar finalmente a cualquiera incorporándolo a esta esfera de
los “prescindibles”, eliminables, aquellos cuya vida puede ser suprimida
por medios cruentos o incruentos sin que el derecho se sienta aludido.
Si en esta categoría se ubicaba, históricamente, la mayor parte de la
población indígena del continente, la guerra antisubversiva incorporó
dentro de la misma a la disidencia política, independientemente del
grupo social o étnico de procedencia, así como la actual lucha antiterrorista incluye a otros igualmente “prescindibles”.
El estado de excepción, siempre vigente, “naturaliza” en cada
momento la exclusión y prescindibilidad de algunos, que la sociedad
asume sin mayor cuestionamiento. Mientras esto sucede, los integrados
asumen la ficción de que la ley es general y el derecho, universal. Por
ello, cuando uno de estos grupos amparados por la ley resulta excluido
–como ocurrió con la disidencia política en los años setenta– y pasa a
ser parte del universo de los prescindibles, existe una suerte de shock
que le impide, al propio grupo, reconocer su nueva situación y actuar
en consecuencia. Haber pasado a ser sencillamente desechable está
fuera de lo “concebible”, aunque se haya convivido desde siempre en
una sociedad que procede de esta manera… con otros. Este impacto,
de tan difícil asimilación, le impide a los nuevos excluidos actuar en
concordancia con su flamante estatus de eliminables, y a la sociedad
aceptar como plausibles los claros signos de la política de exterminio,
que tiende a minimizarse, facilitando su consecución. De alguna manera, estos mecanismos estuvieron presentes y facilitaron la práctica
estatal de desaparición de personas en todo el continente durante los
años setenta.
Agamben afirma que en el mundo actual “las grandes estructuras estatales han entrado en un proceso de disolución y la excepción […]
se ha convertido en regla […] El espacio jurídicamente vacío del estado
de excepción ha roto sus confines espacio-temporales y, al irrumpir en
27
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
el exterior de ellos, tiende ya a coincidir en todas partes con el ordenamiento normal, en el cual todo se hace así posible de nuevo” (1998: 22).
Según su argumentación, se trataría de una suerte de estado de naturaleza que, en lugar de estar antes y fuera de la ley, ocurre en relación
y superposición con el derecho.
Sin embargo, podría considerárselo también como prejurídico,
en el sentido de que su excepcionalidad tal vez sea anunciadora de
un nuevo orden político y legal a nivel planetario. Mientras este se
constituye, la ruptura de la “normalidad” abre paso a una excepción
violenta que se extiende y se normaliza ella misma hasta instalarse
como permanente.
Creo importante señalar que algunas de las características del
mundo actual, como la disolución de las grandes estructuras estatales y
la excepción violenta permanente, parecen haber ocurrido desde antes
en América Latina, más precisamente desde los años de las “guerras
sucias”, verdadero parteaguas en la reorganización hegemónica. Fue
justamente a partir de esos procesos extraordinariamente violentos y de
excepción permanente que “todo se hizo posible de nuevo”, rompiendo
la legalidad vigente para instaurar otra, mucho más funcional al orden
global actual, que contempla por ejemplo la legalización de la tortura,
como ha ocurrido con el Acta de Comisiones Militares que acaba de
aprobar el gobierno norteamericano.
Desde los setenta, la violencia represiva y conservadora del Estado en América Latina se expresó en una de las figuras paradigmáticas
del estado de excepción: el campo de concentración. “El campo de concentración es el espacio que se abre cuando el estado de excepción comienza a convertirse en regla” (Agamben, 1998: 215). No es casualidad,
en consecuencia, que se lo haya utilizado como modalidad represiva en
algunos países, como Argentina y Paraguay, durante la llamada “guerra
sucia”, a través de esa transnacional del estado de excepción que fue la
Operación Cóndor. La extensión de esa misma “excepcionalidad” en el
mundo actual se verifica en la expansión de la guerra y la existencia
de un universo concentracionario, que comprende una red de lugares
secretos de detención denunciados consistentemente por Amnistía Internacional. Se trata de espacios de excepcionalidad invisibilizados, al
margen de las reglas del derecho nacional, internacional y bélico (suponiendo que este exista) pero tolerados y sostenidos por él. Siendo extraterritoriales en términos geográficos y legales están, al mismo tiempo,
totalmente integrados; es decir, quedan fuera del derecho porque permanecen al margen de su protección, pero no de la fuerza o la violencia
de hecho de los estados que sostienen la nueva hegemonía global.
Por lo tanto, el derecho mismo establece su jurisdicción y sus
límites –dentro de los que se aplica una violencia regulada– y unos
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Pilar Calveiro
espacios externos, de excepción, en donde se suspende toda protección
de la ley para dar lugar a cualquier forma e intensidad de la violencia
estatal. Pero esta excepcionalidad, la creación de este espacio donde
“todo se vale”, donde ya no hay norma, está prevista y protegida por
el propio orden jurídico y político mediante una serie de subterfugios
legales como las figuras de “combatientes enemigos” o la “rendición”
de prisioneros.
La existencia de este universo concentracionario, en el contexto
de la “guerra antiterrorista”, puede parecer ajena a la realidad latinoamericana sólo desde una mirada superficial. En primer lugar, cabe señalar que sus características reconocen un fuerte parentesco con las
modalidades represivas utilizadas en nuestro continente en los setenta
y con los procesos económicos y políticos que les dieron sustento. En
este sentido, podría afirmarse que las transformaciones sufridas por
las sociedades latinoamericanas entonces precedieron y de algún modo
preanunciaron parte de los procesos de la reorganización global.
En segundo lugar, el hecho de que Guantánamo, la porción más
visible de la nueva red concentracionaria, se ubique en territorio cubano no puede considerarse casual o irrelevante. Siempre la política
concentracionaria esconde sus prácticas a la vez que las visibiliza,
como mecanismo de intimidación imprescindible. Así, la “visibilidad”
relativa de Guantánamo, en el corazón de nuestra América, no puede
explicarse por una cercanía territorial –completamente irrelevante en
relación con las comunicaciones del mundo actual. Tampoco por una
posible jurisdicción legal que es permanentemente negada. La ubicación de Guantánamo sólo puede entenderse como una señal de la impunidad del poder estatal norteamericano en la región, que considera
como propia, y el sostenimiento de la llamada “guerra antiterrorista”
por parte de la mayor parte de los gobiernos locales. Incluso aquellos
cuya política intenta cierta autonomía de los dictados norteamericanos y globales permanecen en silencio en relación con el campo de
concentración de Guantánamo.
Si la “guerra antiterrorista” le permite a los nuevos factores de
poder global (estatal-corporativos) intervenir en cualquier región del
mundo que no se acople dócilmente a la reorganización hegemónica,
asimismo le posibilita a Estados Unidos interferir en los procesos nacionales de nuestro continente. La “guerra contra el terror” y la “guerra
contra las drogas” se entremezclan y facilitan la penetración militar y
represiva norteamericana, como ocurre en Colombia, donde el propio
gobierno incluyó el conflicto interno –que tiene más de cuarenta años
de existencia– como parte de la “guerra antiterrorista”. De la misma
manera, el asentamiento de fuerza militar estadounidense en Paraguay,
protegida por un acuerdo de inmunidad, se produce como forma de
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
intimidación y control bajo la excusa de posibles células terroristas en
la triple frontera.
En ese contexto –donde toda violencia antiestatal se asimila al
terrorismo y donde la sola acusación de terrorista cancela cualquier
derecho y “ justifica”, por ejemplo, lo concentracionario– Guantánamo tiene un papel “ejemplar” con respecto al mundo en general y a
América Latina en particular, como parte de un territorio que EE.UU.
considera “propio”.
El nuevo universo concentracionario global, que comprende varios países, es el espacio paradigmático de la violencia estatal por fuera
del derecho “corriente” pero protegida por figuras de excepción. Es el
caso extremo de un derecho que se niega a autolimitarse y condensa
las características de un poder que se reorganiza, que reactualiza su
derecho para seguir siendo capaz de conservar, hasta cierto punto, lo
que ya está, pero sobre todo, prepararnos para lo que vendrá, como
parte de la reorganización global en curso. El estado de excepción y
el campo de concentración son figuras que no han cesado desde fines
del siglo XIX, y que desde sus inicios portan los genes de la mutación
global que está en curso.
Así pues, el derecho no es ajeno a la violencia, sino que se asienta
en la fuerza “conservadora” del Estado, no sólo para garantizar el cumplimiento de “pactos” restringidos sino, sobre todo, para expulsar de sus garantías a los innecesarios, a la humanidad sobrante del orden global, que
comprende a la mayor parte de la población latinoamericana. Violencia
y derecho no se repelen sino que se articulan en el Estado, ya sea bajo su
forma normal o la del estado de excepción. Este, por su parte, incrementa
su componente violento para hacer pensable lo impensable, normal lo
excepcional y “abrir” nuevas formas del derecho, necesarias para la conservación de su dominación, aunque con la mutación de sus formas.
Violencia fundadora/violencia revolucionaria
Toda violencia que ocurre por fuera del derecho es potencialmente fundadora de un nuevo orden legal. En este sentido, la violencia del estado
de excepción funda nuevas pautas legales. Sin embargo, siempre lo hace
en el horizonte de conservación y actualización de la dominación existente; de ese modo, funda derecho pero dentro del mismo ordenamiento
legal. Así, la actual reorganización hegemónica transforma parte de la
legalidad, pero lo hace para mantener e incrementar el dominio de las
naciones centrales y los grandes corporativos que ya eran, previamente, parte de los factores de poder del mundo bipolar, aunque ocuparan
posiciones relativas diferentes.
Por contraposición a esta violencia básicamente “conservadora”,
existe otra violencia que podríamos llamar “fundadora”, en el sentido
30
Pilar Calveiro
de que pretende inaugurar un orden nuevo. La violencia fundadora por
excelencia es la violencia revolucionaria, que trastoca las formas del
Estado y las relaciones de poder existentes para instaurar otras radicalmente distintas, que abren el acceso de nuevos sectores sociales a la
política, la economía, la cultura.
Benjamin vincula indisolublemente la violencia política con el
Estado. En consecuencia, esta aparece siempre como medio, ya sea
para su conservación o bien para la toma revolucionaria del mismo y
la instauración de otro orden legal. Vale decir que toda violencia fundadora implanta un derecho específico y funda un nuevo poder, un
“contrato” también restringido que, después de la violencia, establece
los derechos reconocidos y sus límites, es decir, las fronteras detrás de
las cuales se abre la excepción.
Si bien la transformación revolucionaria comprende la toma del
Estado para la instauración de una nueva hegemonía que se promete
más justa, en cuanto la consuma, pasa a fungir como violencia conservadora con sus reorganizaciones, sus inclusiones y también con la
definición de nuevos márgenes, exterioridades, excepciones y exclusiones. En este sentido, el ciclo entre violencia conservadora y violencia
fundadora parece interminable y se alimenta recíprocamente.
Buena parte del escepticismo de nuestra época en relación con
las revoluciones tiene que ver, precisamente, con la constatación de este
ciclo, por el cual la violencia se reproduce, mientras las formas del
Estado mutan creando sociedades más o menos incluyentes –lo que
no es irrelevante– pero que nunca satisfacen el deseo de justicia que
invocaron sus fundadores.
Sin embargo, a pesar de este círculo aparentemente insalvable,
la lucha por la transformación del Estado ha sido el eje de la política en
América Latina, y en buena medida sigue siéndolo. La centralidad del
Estado fue particularmente clara en las décadas del setenta y ochenta, marcadas por la bipolaridad internacional y las llamadas “guerras
sucias”. En tal proceso, la violencia conservadora estatal se enfrentó a
distintas formas de las violencias fundadoras que intentaban constituir
nuevas relaciones de poder, más equitativas. La experiencia de los movimientos armados de los años setenta ha dejado algunas enseñanzas
clave sobre esta relación entre una violencia y otra que, en ese caso, se
saldó con el exterminio de quienes desafiaron la fuerza del Estado y con
el triunfo de estados de excepción que eliminaron de hecho y de derecho
la posibilidad de una transformación revolucionaria.
Para algunos analistas políticos de la democracia, el fracaso de
los movimientos guerrilleros de los años setenta es una demostración
no sólo de la inutilidad sino de la ilegitimidad del recurso a la violencia
para la transformación política. En buena medida, este último argu-
31
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
mento proviene de la suposición –ya discutida– de un pacto consensual
y pacificante. Dicha mirada termina convalidando exclusivamente la
fuerza estatal en sus formas regulares e incluso excepcionales, para
desconocer cualquier recurso a la violencia que provenga de los sujetos
resistentes o revolucionarios, en un claro sesgo “conservacionista”. Sin
embargo, tal señalamiento no zanja la discusión sobre la posible utilidad o pertinencia de la violencia en la lucha política, que sigue estando,
explícita o implícitamente, en el corazón de las prácticas efectivas.
En ese sentido, el análisis crítico de la experiencia armada
dentro de la política revolucionaria de los años setenta puede echar
luz sobre algunas facetas del problema. En ese momento, a partir de
una larga experiencia previa –de grupos de autodefensa, propaganda
armada, guerrillas– más o menos exitosa pero relativamente estancada, se crearon nuevos grupos guerrilleros en la mayor parte de los
países latinoamericanos, inspirados en la Revolución Cubana. Estas
organizaciones crecieron al influjo de la “teoría del foco”, como una
suerte de “sistematización” de la experiencia cubana, desarrollada en
un texto clave que se publicó en 1967: “¿Revolución en la revolución?”,
de Régis Debray, en el que se señalaba que “Cuba ha dado la arrancada
a la revolución armada en América Latina [...] [mostrando que] una
línea política que no pueda expresarse en una línea militar coherente
y precisa no puede ser tenida por revolucionaria” (Debray, 2005: 124).
De la observación de algunos de los presupuestos iniciales de esos
grupos armados y de su desarrollo en la práctica política posterior,
pueden hacerse algunas observaciones:
-- En América Latina, el recurso de la violencia como “arma” política se asentó en una estructura autoritaria, es decir, en una visión
de oposiciones binarias y lucha entre enemigos, presente en la
política desde el siglo XIX y arraigada fuertemente en las prácticas sociales. La represión y el asesinato político, principalmente
por parte del Estado pero también por otros actores, constituyeron un recurso político “normal”. En realidad, podría afirmarse
que la organización binaria y excluyente –con un alto nivel de
violencia estrictamente física– arrancó en el continente con la
implantación del modelo colonial en el siglo XVI, arquetípico del
autoritarismo moderno, que penetró profundamente en todos los
espacios sociales, “marcando” las sociedades latinoamericanas a
partir de entonces. El establecimiento de las naciones independientes en el siglo XIX no logró articular el universo escindido
de la colonia, mucho menos subsanar la exclusión de la población
indígena, que continuó estando en los márgenes el Estado, por
fuera de la protección del derecho y sometida a todas las formas
32
Pilar Calveiro
de violencia, verdadera nuda vida de nuestras sociedades. Ya en
el siglo XX, las oligarquías tradicionales mantuvieron el control
de los estados gracias al uso de la fuerza en sus diversas modalidades (de la represión al fraude). Sus prácticas no abrieron
espacio para el disenso ni para la instauración de democracias
relativamente participativas. Finalmente, ya en el contexto de
la Guerra Fría, los estados de la región fungieron como representantes de la hegemonía norteamericana eliminando como
“enemigos comunistas” a quienes promovieran algún proyecto
alternativo que pusiera en cuestionamiento el predominio de
EE.UU. en la región. “Nuestras burguesías no fueron capaces de
un desarrollo económico independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo de gallina, vuelo
corto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños
del poder han dado, también, sobradas pruebas de su falta de
imaginación política y de su esterilidad cultural. En cambio, han
sabido montar una gigantesca maquinaria del miedo y han hecho
aportes propios a la técnica del exterminio de las personas y las
ideas” (Galeano, 1979: 437).
-- Los estados fueron instrumentos clave en la escalada y la diseminación de la violencia política durante las últimas décadas. Si
la lucha política nacional se organizó por oposiciones binarias,
concebidas como confrontación entre enemigos, la violencia desplegada en toda la sociedad fue siempre superada por la violencia
estatal. La represión de las organizaciones campesinas, indígenas y obreras ha sido un común denominador de los estados
latinoamericanos. Las grandes matanzas han estado prácticamente monopolizadas por el Estado, ya sea de manera directa o
bien por medio de grupos paramilitares y parapoliciales, y han
incrementado sin cesar los niveles de confrontación y cerrado las
vías para la lucha política pacífica.
-- La lucha armada de los grupos guerrilleros, tanto en América del
Sur como en Centroamérica, surgió como respuesta a estructuras de poder ilegítimas, gestionadas por elites políticas altamente
excluyentes. En los años setenta, los gobiernos de América Latina
correspondían a tres modelos básicos: dictaduras oligárquicas
tradicionales, regímenes burocrático-autoritarios en el Cono Sur
y democracias restringidas. En ningún caso, los grupos dominantes contaban con lo que podría considerarse una verdadera
hegemonía capaz de ofrecer un proyecto político creíble para el
conjunto o la mayoría de sus sociedades.
33
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
-- Los grupos armados oscilaron entre experiencias “foquistas”, con
un alto grado de aislamiento de la población civil, y otros con arraigo más o menos importante en ciertos sectores sociales. Sin embargo, aun los más exitosos no alcanzaron una proyección nacional
ni lograron construir alianzas hegemónicas que nuclearan a otras
fuerzas políticas y, sobre todo, no pudieron conformar proyectos
políticos de nación que fueran considerados viables por sus respectivas sociedades. La guerrilla nicaragüense, que fue la que más se
aproximó a esta posibilidad, no logró sin embargo conformar una
opción política convalidada en las urnas, aunque es justo aclarar que
el desgaste de su proyecto ocurrió en el contexto de la intervención
militar y el hostigamiento de fuerzas militares extranacionales.
-- Los movimientos armados latinoamericanos no fueron terroristas, salvo algún caso verdaderamente excepcional, como parece
haber sido el de Sendero Luminoso; resulta importante señalar
que guerrilla y terrorismo no son sinónimos, como afirma cierto
discurso pretendidamente democrático. El terrorismo se basa
en el uso indiscriminado de la violencia sobre la población civil,
con el objeto de controlar a un grupo o una sociedad por medio
del terror. Las prácticas de las guerrillas latinoamericanas no
se caracterizaron por este tipo de accionar sino por operaciones
militares bastante selectivas, dirigidas contra el Estado, principalmente contra fuerzas militares y policíacas. Esta distinción
es de primordial importancia en el momento actual, en que se
tiende a fundir y confundir cualquier recurso a la violencia con
el terrorismo, como forma de descalificación. En realidad, la
asimilación de toda práctica violenta al fenómeno terrorista es
una manera de desacreditar en bloque las violencias revolucionarias o resistentes para, al mismo tiempo, convalidar las estatales
–siempre más poderosas y letales– como “necesarias”.
-- La derrota de las guerrillas latinoamericanas fue política antes
que militar, y se inscribió en el marco general de derrota del
socialismo, en sus diferentes vertientes. Si bien los respectivos estados recibieron apoyo y directivas de EE.UU. en la lucha militar
contra la llamada “subversión”, hecho que fijó un desequilibrio
de fuerzas decisivo para el exterminio de los grupos insurgentes,
no deben desdeñarse los factores políticos que, en cada caso,
facilitaron el accionar represivo mediante el aislamiento político
de los grupos insurgentes.
-- La causa de la derrota de los grupos armados no fue el vincular
lo político con lo militar sino, en buena parte de los casos, reducir
34
Pilar Calveiro
la riqueza de lo político al desarrollo de lo militar, suponiendo
que el punto decisivo era la “toma” del aparato del Estado y que la
acumulación de fuerzas políticas “derivaría” de la fuerza militar.
Ello condujo a atribuir un peso excesivo a los aspectos estatal y
militar, que terminó por permear el funcionamiento interno de
los grupos y su relación con el exterior, desplazando otros aspectos de la política, como el establecimiento de alianzas. El énfasis
creciente en las armas y la agudización de las políticas represivas
terminó por subordinar lo político a lo estrictamente militar y
finalmente –en algunos casos, como el argentino– por reducirlo a
esta dimensión, es decir, por confundir y fusionar uno con otro.
Desde los inicios de la teoría del foco, afirmaciones como “el
objetivo principal de una guerrilla revolucionaria es la destrucción del potencial militar enemigo” (Debray, 2005: 129) o que los
“‘políticos puros’ –que quieren seguir siéndolo– no sirven para
dirigir la lucha armada del pueblo; [mientras] los ‘militares puros’ sirven, y dirigiendo una guerrilla, viviéndola, se convierten
en ‘políticos’ también [por lo que] a los que dan pruebas de capacidad militar, [se debe] darles también responsabilidad política”
(Debray, 2005: 143) preanunciaban esta subordinación de lo político. Tanto desde el foquismo inicial como desde la perspectiva
de la “guerra popular y prolongada” se entendía formalmente que
no debía haber contraposición entre lo político y lo militar, pero
el punto políticamente decisivo era precisamente la acción militar. Esto es, la opción armada se concebía como opción política,
y se consideraba que la acción decisiva para el avance político era
la acción militar. De ello se derivó la supremacía de lo militar en
las concepciones, en las prácticas y, como consecuencia, en la
toma de decisiones.
-- La militarización de las organizaciones armadas las llevó a reproducir internamente las relaciones jerárquicas, disciplinadas
y autoritarias que se proponían combatir. Para ser eficaces, intentaron superar el foco y fortalecerse hasta constituir ejércitos
populares, con características semejantes a las de los ejércitos
regulares. Siguiendo la lógica de captura del aparato estatal, les
resultaba imprescindible contar con un poder militar capaz de
enfrentarse con éxito a las fuerzas armadas del Estado, lo que
redundó en la militarización de sus prácticas y estructuras. “Para
destruir un ejército es necesario otro, lo que supone enfrentamiento, disciplina y armas. La fraternidad y el coraje no hacen
un ejército” (Debray, 2005: 128); por el contrario, se requiere “un
mando central indiscutido” (Debray, 2005: 149). Como resultado
35
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de ello, se debilitaron el debate y la deliberación política. En su
lugar, la disciplina ocupó un lugar primordial que llevó, en muchos casos, a recurrir a prácticas coercitivas sobre los propios
militantes, como ocurrió en los casos de Argentina, El Salvador,
Perú y otros, que asfixiaron aún más la dimensión política.
-- En lugar de utilizar el recurso de las armas como instrumento
para detener la violencia estatal, apostaron “a más”, alimentando
la espiral de violencia que terminó por destruirlos en la mayor
parte de los casos. Esto no se debió a una suerte de “impulso suicida” sino a la convicción de que el continente se encontraba en un
punto de inflexión decisivo, en el que se podía y debía “forzar” la
salida revolucionaria para impedir el retroceso. El diagnóstico de
la situación, luego de la Revolución Cubana y la derrota norteamericana en Vietnam, era aproximadamente el siguiente: “Fin de una
época: la del equilibrio relativo de clases. Principio de otra: la de la
guerra total de clases, que excluye las soluciones de compromiso y
los repartos de poder [...] En el nuevo marco de la lucha a muerte
no hay lugar para las soluciones bastardas, para la búsqueda de
equilibrio” (Debray, 2005: 125 y ss.). Se trataba, por el contrario,
de “violentar” los equilibrios y “tomar el cielo por asalto”, sólo que
el cielo perseguido no era otro que el Estado.
Se ha discutido hasta aquí por qué la violencia no es algo ajeno a la política, en sus dimensiones estatal y jurídica. Asimismo, dicha relación
se observa tanto en las relaciones de poder y dominación como en las
de rebelión y revuelta, aunque con distintas intensidades y modalidades. De todos modos, en términos generales es posible concluir que la
violencia conservadora y la violencia revolucionaria se encuentran en
la base misma del derecho y del Estado, ya sea para mantenerlos o para
refundarlos de acuerdo a un nuevo orden.
Violencia resistente: ¿más allá o más acá del Estado?
En la reflexión de Benjamin hay una tercera figura de la violencia, que
él considera pura, limpia, porque se vincula con los fines, con la justicia,
no con el derecho ni con el Estado. Su objetivo no consiste en alcanzar
estas instituciones, sino que busca su liquidación y rompe el ciclo de
violencias “encarnadas en la violencia del Estado” (Benjamin, 1991: 44).
Con la introducción del concepto de “violencia pura”, Benjamin abre
una discusión densa y sumamente interesante sobre la distinción entre
derecho y justicia, que excede las posibilidades y la intención de este trabajo. Sin embargo, partiré del punto nodal señalado por él: la distinción
entre las violencias que persiguen lo estatal de aquellas cuyos objetivos
son otros, como es el caso de las violencias resistentes, que más bien se
36
Pilar Calveiro
proponen la construcción y defensa de “espacios” físicos y simbólicos
autónomos del Estado y el derecho, ampliando a su vez los alcances de
la política. Estas, a diferencia de las lógicas anteriores, operan desde
ámbitos externos a lo estatal y evitan la confrontación abierta.
Dado que el concepto de resistencia se ha utilizado de maneras
muy diversas, resulta importante precisar, en la medida de lo posible, el
contenido que se le asignará en el presente texto. La resistencia se define
aquí por referencia al poder, en este caso político, entendiéndolo como
una relación móvil, inestable y de circulación reticular. Ello implica
que el poder político no se estructura en dos campos opuestos sino en
intercambios múltiples y complejos, que a veces “aparecen” polarizados. Pero aun cuando esto ocurra, se tejen vínculos o contraposiciones
dentro de cada uno de los campos y de uno con respecto al otro, que
son irreductibles a la perspectiva binaria.
En estas redes de poder resulta imposible encontrar un lugar de
acumulación infinita de potencia o bien una región de densidad cero.
Por lo mismo, no puede pensarse el juego político a partir de relaciones
de poder-no poder, sino que, en todos los ámbitos, se generan concentraciones diferentes, no sólo por su intensidad sino incluso por la índole
y las formas de ejercicio de cada uno.
Las relaciones de poder encuentran, invariablemente, fuerzas
que se les oponen. El despliegue de estas fuerzas no necesariamente es
de sentido inverso. Muchas veces, más que oposiciones frontales respecto a la orientación del poder, implican “desvíos” o desarticulaciones
del mismo, con trayectorias “erráticas”.
Las oposiciones abiertas, frontales, directas se designarán como
confrontaciones. Estas se caracterizan por disputar el control del Estado, como núcleo visible del poder social. Pero también existen otras
oposiciones, laterales, indirectas, a veces subterráneas pero no por ello
menos importantes o eficientes, a las que llamo resistencias.
La confrontación abierta, que predomina en la lógica revolucionaria de la que se habló en el apartado anterior, obliga a un gran
despliegue de energía cuya eficacia es, a veces, dudosa. Opera como
desafío, como lucha abierta, y tiende a la ocupación de espacios y prácticas vedados o en los que existe gran desigualdad de participación,
como el Estado y sus instituciones. Muchos análisis tienden a asimilar
la resistencia a la confrontación e incluso a considerar esta última como
su “forma superior”, más alta, idea que considero por completo errónea.
De hecho, el análisis de lo ocurrido en los años setenta muestra que
la confrontación puede tener ciertos efectos perversos, reproduciendo
o incluso potenciando las relaciones de poder preexistentes. En otros
casos, también puede llevar a incorporar procedimientos nuevos pero
no necesariamente más equitativos.
37
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
La resistencia, en cambio, recurre a formas laterales o subterráneas de oposición. Se despliega sobre todo desde los ámbitos asignados como lugares de control. Opera en procesos de largo plazo y suele
ocurrir en los espacios sociales que “puentean” entre lo privado y lo
público-político. Actúa de manera lateral y, por lo mismo, se dirige hacia los lugares periféricos del poder para incidir desde allí, como tiro
por elevación, sobre el centro. En apariencia se mueve “naturalmente”,
disimuladamente, porque esta es la condición de su subsistencia pero
también la razón de su fuerza. En efecto, se trata de una potencia que
no se exhibe sino que busca y encuentra los resquicios para protegerse
en ellos y sobrevivir; tiene la fuerza del movimiento constante pero casi
imperceptible durante largos períodos, para aparecer abruptamente y
volver a “disimularse”. Esta “debilidad” es la razón de su potencia porque, en primer lugar, resulta difícilmente detectable. Su relativa invisibilidad es requisito para su supervivencia, que le permite eludir el
poder, crecer, desarrollarse, hacer su juego y esperar condiciones más
ventajosas. Rodea los focos de poder que no está en condiciones de enfrentar, para afectarlos de manera indirecta.
Podría afirmarse que los centros de poder y los centros de resistencia tejen y destejen simultáneamente, unos sobre los otros, intentando alternativamente el escape de la red por una parte y la reconstitución
de la misma, por otra.
La violencia estatal pretende mantener un monopolio de la fuerza para incrementar más y más su uso efectivo o potencial; por ello
el Estado se arma y se informa de manera interminable. A su vez, la
violencia revolucionaria, que pugna por el control del aparato estatal
–como los movimientos armados de los setenta– se ve envuelta con
frecuencia en una lógica confrontativa que la lleva a intentar alcanzar
y rebasar la violencia del Estado en su afán por derrotarlo, corriendo el
riesgo de ser aniquilada en caso de no lograrlo. En ambas situaciones,
el Estado es el objeto en disputa que potencia la violencia.
Por el contrario, la violencia resistente –siempre muy contenida y
menor– se utiliza para cortar el monopolio de la violencia estatal, como
una forma de reducirla, pero no para apropiársela sino para restringir
el uso de la fuerza y abrir otras vías de la política, como el discurso y la
negociación. En la violencia resistente existe un “forzamiento”, pero se
trata de un “forzamiento” que procura abrir los espacios del debate y
el eventual acuerdo. Cuando, en lugar de esto, se potencia el recurso a
la violencia, la insurgencia penetra en el terreno del adversario y entra
en su juego. La “espiral de violencia”, como una especie de tornado, se
traga primero y antes que nada al más débil. Entre los grupos excluidos y el Estado, puestos a desafiarse en el terreno de la fuerza, gana el
Estado. Sólo hay un lugar desde el que la resistencia puede triunfar y
38
Pilar Calveiro
este es la lucha política que, siendo tal, no excluye sin embargo ciertas
formas de la violencia.
Dentro de esta línea de utilización de violencias resistentes se ha
ubicado el movimiento altermundista y, en América Latina, la ancestral
resistencia indígena, la de las mujeres, los trabajadores y otros sectores
marginados de las estructuras de poder. La “novedad” que aportan en
la actualidad los llamados nuevos movimientos, como el zapatista en
México y el piquetero en Argentina –por tomar una versión de corte
más rural y otra predominantemente urbana–, consiste precisamente
en la actualización de las antiguas estrategias de resistencia, creando
formas de organización y prácticas acordes con el reciclamiento de las
relaciones de poder nacional e internacional.
Aunque sus acciones no son predominantemente violentas, parece inadecuado pensarlos como movimientos pacíficos sin más. Es cierto
que la visión estatal más reaccionaria –sustentada por los medios de
comunicación y otros sectores sociales– los “delincuencializa” para justificar su represión, a la vez que desconoce la violencia institucional que
se ejerce constantemente contra estos grupos excluidos para resaltar y
condenar, en cambio, cualquier práctica violenta no estatal como ilegal.
En contrapartida, otros sectores sociales reivindican estas luchas pero,
para defenderlas del embate estatal, esconden o disimulan sus componentes violentos; en verdad, este hecho no es más que otra manera de
considerar ilegítimo el recurso a cualquier forma de violencia, idea que
intentaré rebatir y que, a mi juicio, resulta funcional al mantenimiento
de las relaciones de dominación existentes.
El zapatismo, lejos de cierta visión romántica y “pacificada” del
mismo, surge y logra visibilizarse recurriendo al uso de la fuerza, incluso
bajo modalidades que podrían considerarse “tradicionales” en América
Latina. Las circunstancias de su nacimiento así lo demuestran.
El 1 de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) –nótese la autodesignación de ejército, cuestión que se
disuelve posteriormente con la utilización exclusiva de la sigla– “penetra
en cuatro municipios: San Cristóbal, Las Margaritas, Ocosingo y Las
Cañadas. Durante dos días son dueños de San Cristóbal, hay batallas
cruentas en Ocosingo y Las Margaritas, y se divulga el Primer Manifiesto de la Selva Lacandona. Los combates duran cerca de diez días
con un número indeterminado de muertos (200 o 300, la mayoría del
EZLN)” (Monsiváis, 1999: 10). Las órdenes iniciales de la comandancia
general incluían el avance hacia la capital “venciendo al Ejército federal
mexicano” y la indicación de “formar nuevas filas con todos aquellos
mexicanos que manifiesten sumarse a nuestra lucha”, según su propio
comunicado. En concordancia con esa visión revolucionaria-militar,
detuvieron inmediatamente al general Absalón Castellanos, ex gober-
39
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
nador de Chiapas, lo juzgaron y lo mantuvieron bajo su poder durante
45 días, instituyéndose en poder judicial autónomo del estatal.
Sin embargo, luego de este levantamiento, que podríamos considerar “clásico” en relación con la experiencia insurgente latinoamericana,
se produce en todo México una amplia movilización social de apoyo a la
lucha indígena y, a la vez, de demanda de un cese del fuego por ambas
partes. Como respuesta, los zapatistas decidieron suspender la vía armada (como toma violenta del poder), aunque no la cancelaron, y se negaron
a una rendición incondicional o a la entrega de las armas. Se abrió el
paso entonces a otras formas de la política, de corte más consensual, en
particular las mesas de diálogo que se instalaron en San Cristóbal de las
Casas a partir de febrero del mismo año, y la Convención de Aguascalientes en agosto. Fue entonces cuando se discutió y se deliberó nada menos
que sobre la vía pacífica a la democracia y la posibilidad de un proyecto
nacional, considerando que “tal vez era un buen momento para que en
lugar de hablar el fuego del fusil hablara la palabra del corazón de los
hombres verdaderos” (Marcos en Monsiváis, 1999: 29).
Para que ello fuera posible, había ocurrido antes una “igualación
psicológica y política [que] se inicia con las armas” (Marcos en Monsiváis, 1999: 28). Y es allí donde Monsiváis, como muchos otros, expresa su “desacuerdo fundamental”. La aprobación de las demandas y la
desaprobación de los métodos, una cuestión manifestada por muchos
sectores, parece desconocer lo evidente: que el silencio impuesto a las
comunidades indígenas, la indiferencia radical ante sus necesidades,
sólo podía cortarse mediante un accionar violento que “impusiera” estas voces y sus exigencias. En palabras de los propios zapatistas, este
argumento se presentó como interpelación a la sociedad que clamaba
por la paz, como pregunta que era, a la vez, una acusación: “¿Por qué es
necesario matar y morir para que ustedes y, a través de ustedes, todo el
mundo escuche a Ramona1? ¿Por qué es necesario matar y morir? ¿Qué
ocurre en este país?” (Marcos en Monsiváis, 1999: 32).
Así, las voces acalladas por la fuerza de la represión y la exclusión más radical comenzaron a hacerse, si no audibles en un sentido
real –porque no lo han sido hasta la fecha–, al menos admisibles. Y
esto ocurrió sólo a partir de la aparición armada y claramente violenta del zapatismo, que le dio expresión a algunas, sólo a algunas de
ellas. No obstante, una vez abierto ese canal, el movimiento fue capaz
de detener el enfrentamiento y entrar en un proceso de negociación
que, aunque alcanzó un gran eco mediático inicial, terminó siendo
traicionado y marginado por el gobierno federal. Sin embargo, las
fuerzas zapatistas aprovecharon el espacio comunicativo nacional e
1 Una de las comandantes indígenas.
40
Pilar Calveiro
internacional para amplificar su voz y desplegaron estrategias, como
la creación de los municipios autónomos y la realización de Los Caracoles, para consolidar prácticas políticas independientes del Estado
y sus condicionamientos. Podría decirse, entonces, que a lo largo de
los años el zapatismo no canceló sino que mantuvo su condición de
organización armada –referente de un poder autónomo–, aunque su
estrategia se orientó principalmente hacia diversas formas de resistencia en un canal político no institucional.
En el otro extremo del continente, actores igualmente excluidos
del orden neoliberal, los piqueteros2, protagonizaron pocos años después nuevas formas de resistencia, en este caso urbana, que también
comprendió prácticas violentas como mecanismo indispensable de “visibilización” de sus demandas.
El movimiento piquetero se inició el 21 de junio de 1996, en la
provincia de Neuquén, Argentina, con la construcción de barricadas
que cortaban la ruta de Cutral Có y Plaza Huincul, y desde las que
resistió a la gendarmería. Fue la reacción desesperada de un grupo
de desocupados que, luego de esperar durante seis años la apertura
de puestos de trabajo para los 4 mil trabajadores despedidos como
consecuencia de la privatización de la petrolera estatal YPF, perdieron toda esperanza. Sorprendentemente su acción fue exitosa, tal
vez, precisamente, por lo inesperado, de manera que obtuvieron la
reconexión de servicios suspendidos por falta de pago y un número
importante de subsidios de desempleo. En 1997, los movimientos de
ocupación de vías de comunicación por grupos de desocupados se habían extendido y comenzaron a sincronizarse en distintos lugares del
país, involucrando a sectores sociales más amplios y comprendiendo
no sólo cortes de rutas, “sino levantamientos de pequeñas y medianas
ciudades” (Zibechi, 2004: 160). En ciertas ocasiones, como ocurrió
en Mosconi y Tartagal en el año 2000, las poblaciones apoyaron los
piquetes para evitar su desalojo, llegaron a participar más de 25 mil
personas. El nivel de violencia fue extendiéndose y agudizándose.
Los piqueteros recurrían al uso de bombas incendiarias, palos y piedras, atravesaban y prendían fuego a vehículos, copaban edificios
públicos y se enfrentaban con las fuerzas represivas que recurrían
principalmente al uso de gases lacrimógenos y balas de goma. En
ese contexto, y a raíz del asesinato del trabajador Aníbal Verón, la
población de Tartagal salió a la calle, obligó a la policía a replegarse
en un regimiento militar e incendió la municipalidad y la comisaría,
de donde se llevaron rehenes y armas.
2 Movimiento de desocupados y de organizaciones territoriales, que se caracterizó por
el corte de vías de circulación.
41
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
La extensión del movimiento al Gran Buenos Aires, principal
asentamiento obrero del país, fue decisiva. En La Matanza, en 2000, se
realizó un corte en el que participaron 3 mil personas, apoyadas por
sindicatos y organizaciones de desocupados.
La potencia del corte radicó en varios aspectos: la interrupción
de la circulación, la instalación del piquete durante varios días
y en ocasiones semanas, la visibilidad social y mediática de un
sector social habitualmente invisible, el protagonismo de las
mujeres y sus hijos (Zibechi, 2004: 162).
Los piquetes comenzaron entonces a combinarse con paros, lograron
victorias parciales como la obtención de subsidios, pero sin una rectificación de la política económica causante de la fuerte desocupación,
base principal de la protesta. Cuando la persistencia de esa misma política desató la crisis económica y financiera que llevó al congelamiento
de los depósitos bancarios en 2001, esta lucha llegó a su punto culminante. Se iniciaron movilizaciones, marchas, cortes de calles y rutas y
se llamó a un paro general para el 13 de diciembre de 2001, que logró
el cierre masivo del comercio en las ciudades, acompañado de ataques
a bancos y cortes de vías de comunicación.
Desde el paro general del 13 de diciembre, el país ardía y las
autoridades estaban a la defensiva. La agitación comenzó en el
interior y los saqueos fueron su aspecto más visible. Pero hubo
de todo: manifestaciones, cortes de rutas y calles, ataques a
las sedes del gobierno federal y a los municipios, reclamos
ante las autoridades, incendios, barricadas, cacerolazos, ollas
populares (Zibechi, 2004: 158).
La movilización fue creciendo y diversificándose, con la participación
de muy diversos sectores (trabajadores, desocupados, amas de casa, comerciantes, productores agropecuarios) y con la irrupción de saqueos
en distintas partes del país. Ante el descontrol de la situación, el presidente de la República decretó el estado de sitio el 19 de diciembre, y las
fuerzas represivas intentaron aislar e intimidar a los barrios populares,
en particular a los sectores organizados. Sin embargo, las disposiciones del gobierno fueron rebasadas por miles de personas que salían
de sus casas y se dirigían, de manera en parte espontánea y en parte
organizada, hacia el centro de la ciudad de Buenos Aires. Una inmensa
multitud se concentró en la emblemática Plaza de Mayo, exigiendo la
renuncia del ministro de Economía y el presidente y enfrentándose a
las fuerzas de seguridad que intentaban desconcentrarla, con un saldo
de treinta muertos y cientos de heridos. La consigna “¡Que se vayan
todos!”, en medio de verdaderos combates en el centro de Buenos Aires,
42
Pilar Calveiro
sintetizó el rechazo general a la institucionalidad vigente y la necesidad
de abrir nuevos espacios en la política nacional. Finalmente el movimiento triunfó, y logró la renuncia del presidente y un nuevo llamado a
elecciones, a la vez que inauguró un período de debate, deliberación y
ampliación de la participación política con la incorporación parcial de
sectores excluidos, constituidos ahora en nuevos actores políticos.
Como en el caso del zapatismo, la violencia de la protesta piquetera –junto con la articulación de las luchas de diversos sectores sociales,
hasta culminar en un movimiento de características que podrían caracterizarse como insurreccionales– fue la forma de hacerse ver y oír,
protagonizada por grupos excluidos de manera radical de las nuevas
políticas económicas.
Tanto en sus formas organizativas como en sus prácticas se reconoce una memoria de las luchas políticas previas –de movilización, sindicales, armadas–, entendiendo por memoria no una suerte de repetición
sino la recuperación de partes sustantivas de la experiencia anterior así
como el aprendizaje de sus errores y limitaciones, para abrir lo nuevo.
No es cierto que se trate de movimientos no violentos, como pretende cierta lectura naif de los mismos, sino que una de sus peculiaridades3 –en la que tal vez resida parte de la memoria social, en particular
el aprendizaje de las experiencias vividas en los setenta– radica en las
formas de utilización de la violencia. Estos movimientos se caracterizan
por instalarse en los límites entre lo institucional y lo contrainstitucional. Desafían las relaciones de poder y la legalidad vigente, la tensan, la
transgreden, pero no rompen definitivamente con ella. Mantienen un pie
dentro de lo institucional y, a la vez que recurren a la violencia, siempre
prohibida, para obligar a una inclusión que se les niega, dejan abierta la
puerta de un posible diálogo y una negociación imprescindibles. Esto
hace que su violencia, sacar a veces extraordinaria, tenga una “medida”,
una autocontención en las formas y en el tiempo, que puede perseguir
derrotas puntuales de las fuerzas de seguridad, pero en ningún caso se
propone rebasarlas para sustituirlas. Este es tal vez el rasgo principal de
las violencias resistentes. Se mueven en los bordes, realizan el forzamiento sin el cual el Estado se vuelve ciego y sordo y, de esta manera, transforman las relaciones de poder volviéndolas más equitativas, ampliando
el espacio público y acumulando potencia hacia el interior de la sociedad
civil. Contienen la violencia estatal con una violencia menor en términos
estratégicos, pero obtienen victorias tácticas, de manera que restablecen
ciertos equilibrios sin potenciar la espiral de violencia.
3 Por supuesto, incorporan una serie de nuevas prácticas y concepciones políticas, que
no se abordan en este trabajo –orientado a la discusión de la relación entre violencia y
política– pero que son de primera importancia.
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
La resistencia procede así por su propia debilidad, pero también
porque no persigue la toma del poder del Estado. Su objetivo no es un
aparato estatal en principio inalcanzable, y probablemente indeseable.
Y es tal vez esta lateralidad la que permite un juego que, sin excluir el
uso de la fuerza, no se centra en ella.
El zapatismo, el MST brasileño, el movimiento indígena ecuatoriano, los piqueteros y otros movimientos semejantes se reconocen
como parte de una nueva corriente resistente que no persigue el control
del Estado –ni de los partidos ni de los sindicatos, que consideran de
matriz igualmente estatal. Oponen a la idea del poder como dominación la idea del poder como creación, expuesta por uno de sus teóricos,
John Holloway, quien lo expresa de la siguiente manera:
El capitalismo es una mierda […] ¿Cómo lo podemos abolir?
[…] Si un movimiento de protesta se convierte a sí mismo en
un partido o se afilia a uno y desea tener influencia dentro del
Estado o el control de este, se ve forzado a adoptar el lenguaje del Estado, la jerarquía típica del Estado, la temporalidad
del Estado […] El punto de partida para la reflexión no es el
Estado, sino las fisuras, las rebeldías, las dignidades […] Es
fundamental que las estructuras de nuestra rebeldía no encajen con las estructuras del poder, porque no es un proyecto de
poder sino de su destrucción (Holloway, 2005).
Resulta evidente que este distanciamiento de lo estatal coloca a las
políticas resistentes en una lógica predominantemente autónoma que
evita la confrontación y, con ella, la amplificación de la violencia característica del Estado.
En realidad, la proliferación de la violencia en las sociedades modernas no proviene de otro lugar que no sea el Estado mismo. Él la ejerce,
él la disemina, él la profundiza cuando se siente amenazado y la única
forma de detenerla es mediante estos “forzamientos” que he llamado
violencias resistentes, capaces de ponerle un freno. Si la violencia resistente se autolimita como forma de garantizar su subsistencia, el Estado
procede de manera inversa y es incapaz de hacer algo semejante.
Ahora bien, si esta postura antiestatal de algunos de los nuevos
movimientos resistentes enseña un uso medido y eficiente de la violencia, es justo señalar que su vertiente antipartidista y radicalmente
antiinstitucional suele colocarlos en una posición ambigua en relación
con las disputas de poder que estructuran el sistema político formal y
las violencias propias de este.
Es posible pensar la política más allá del Estado pero parece improbable hacerlo por fuera de las relaciones de poder-dominación y del
derecho que las legaliza. En este sentido, por más contraestatal que sea
44
Pilar Calveiro
una fuerza social, si pretende transformar las relaciones de poder vigentes debe organizar, acordar y constituir una resistencia capaz de transformar el orden actual y, en consecuencia, el derecho vigente. En efecto,
todos los movimientos hasta aquí mencionados se propusieron hacerlo
en uno u otro momento: firma de acuerdos, impulso de legislaciones
específicas, participación en la elaboración de políticas públicas.
El antipartidismo, el abandono de toda lucha dentro del sistema
político, abona una cierta “inocencia” política, en el mejor de los casos,
que termina dejando el terreno institucional –que no es toda la política
pero tampoco parece irrelevante– en manos de los poderes que, precisamente, alimentan el uso de la fuerza y el fortalecimiento del Estado y
sus políticas de exclusión. De este modo, si bien por una parte articulan
formas de resistencia que “desmontan” la violencia estatal, tal vez por
otra propician condiciones que permiten la ampliación de esa violencia
y dejan más desprotegidos a los sectores sociales que se aglutinan en
torno de ellos. Sin duda, el aspecto antipartidario y antisindical que
comparten buena parte de estos movimientos requiere de un análisis
más cuidadoso, que no se aborda en este texto más que por referencia
a sus posibles implicaciones con respecto a la violencia institucional,
pero este no parece ser un asunto secundario. Por el contrario, debemos preguntarnos si ciertas formas de antiestatismo y antipartidismo
no terminan abonando el campo de una política cada vez más elitista,
en manos de “expertos” y “técnicos” cuya característica principal es el
enorme potencial de fuerza que despliegan.
Por último, para sintetizar brevemente lo expuesto hasta aquí,
podría decirse que existe una estrecha relación de la violencia con el
derecho –como sostenedor del Estado–, así como con el nuevo derecho,
que abre paso a formas novedosas de una dominación antigua. También
se observa esta relación en los procesos que pugnan por la constitución
revolucionaria de un nuevo orden y una nueva legalidad, procurando
una sociedad más justa. Es decir, resulta evidente la conexión indisoluble entre la política estatal o revolucionaria –en tanto instituyente de
un nuevo Estado– y la violencia, o –lo que es lo mismo– entre el Estado
y la violencia.
Sin embargo, aun más allá del Estado, se abren asimismo otras
formas de utilización de la fuerza que no buscan la instauración de un
poder estatal sino su debilitamiento en pos de un futuro que no es asequible aún. Son las violencias resistentes que no pretenden rebasar al Estado
sino detener, controlar su fuerza para imponerle la apertura al diálogo y
la negociación, es decir, condiciones más equitativas de convivencia. En
estos casos se opera un “forzamiento” que se mantiene en los bordes de
lo institucional, rebasándolo momentáneamente para retraerse luego y
que, en lugar de alimentar la espiral de violencia, la debilita; no se trata
45
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de actos pacíficos sino más bien del recurso a una violencia contenedora
y autocontenida, una violencia que pone freno a la fuerza del Estado apareciendo y desapareciendo, potenciándose y replegándose, moviéndose
en el engarce entre lo institucional y lo contrainstitucional.
La política, por supuesto, no está en otro lugar, por fuera de estas
coerciones multidireccionales, sino en su núcleo mismo. Comunicación, diálogo, consenso y coerción se entretejen, se articulan y entran
en tensión de manera incesante. Desconocer el componente violento
de la política –estatal o no– es pretender ignorarla como un espacio de
conflicto, dominación y resistencia para terminar abonando una visión
“pacificada” que sólo reconoce y legitima a la fuerza de ley, es decir, a
la violencia institucional del Estado.
Bibliografía
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46
Silvia Dutrénit Bielous*
Gonzalo Varela Petito**
La lucha contra la impunidad en
las sociedades del Cono Sur
Reflexiones acerca de la verdad,
la justicia y la razón de Estado***
Introducción
Nuestro objeto de estudio en trabajos anteriores versó sobre los derechos humanos y las demandas de justicia, principalmente en países del
Cono Sur, durante las transiciones a la democracia de 1983 a 1990 y
años posteriores (Dutrénit Bielous y Varela Petito, 2005; 2006)1. El presente artículo vuelve sobre el tema y, aunque busca ser prioritariamente
teórico, es necesario ubicarlo en su contexto histórico: no se trató, en
el origen del problema, sólo de una cuestión de represión estatal, sino
también y fundamentalmente de una lucha entre muy distintas concepciones, intereses y formas de entender la política, que dio lugar a
un proceso en dos tiempos; un primer tiempo de aplastamiento casi
total de la izquierda, pero luego, en un segundo momento, de regularización democrática progresiva a partir de las fechas mencionadas.
*Profesora Investigadora Titular del Instituto de Investigaciones José María Luis
Mora, México DF.
** Profesor Titular, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México DF.
*** Los autores agradecen a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede
México, su apoyo para la participación en el Grupo de Trabajo de Historia Reciente
de CLACSO.
1 Para un marco amplio de referencia, ver también O’Donnell y Schmitter (1988).
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Esto respondió, entre otras cosas, a que las mismas fuerzas conservadoras que habían puesto en pie la represión veían inconveniente la
continuidad de las dictaduras. No obstante, pronto se advirtió que el
retorno a regímenes políticos liberales no era suficiente, pues si la realidad política anterior, conducente al desenlace de los golpes militares
y regímenes represivos, se había caracterizado por el enfrentamiento
entre dos bloques de fuerzas contrarias, la restauración política de los
años ochenta, aunque en forma no polarizada, presentaba al menos
parcialmente las mismas características. Asimismo, si en el marco de
un choque frontal el enfrentamiento se había resuelto años atrás por el
uso de la fuerza directa, ahora ello debía tratarse mediante las reglas
de legalidad imperantes, una cuestión que –pese a fuertes resistencias
de los implicados en violaciones a los derechos humanos o sus protectores– exigía respuestas que no por diferidas podían seguir postergándose indefinidamente.
En tal perspectiva, sin perjuicio de importantes variantes nacionales, existió al principio de este período una tendencia a anular o
amortiguar las acciones de la justicia; luego, con el correr de los años y
con intensidad diversa, se produjo una progresiva apertura a las demandas de personas o grupos afectados por la represión en el pasado. En
una aproximación empírica, esta oscilación no reviste mucho misterio:
basta con analizar la correlación de fuerzas políticas para explicarla.
Mas para profundizar, procuraremos aquí distinguir elementos teóricos que sirvan para explicarla en un contexto más abstracto y por tanto
aplicable a otros casos. La pregunta es por qué, pese a fuertes compromisos u obstáculos a la realización de la justicia anudados durante las
transiciones, estos regímenes democráticos no pudieron dejar de dar
pasos importantes en este sentido. A los efectos de responder a esta
pregunta, los conceptos elegidos son los siguientes: razón de Estado e
ingeniería política, democracia, política y moral, movimiento social,
conflicto y finalmente justicia.
Intentaremos mostrar un enlace entre los mismos que permita explicar el resultado histórico señalado. Se supone que la razón de
Estado es lo que constituye a esta forma política con su constelación
de intereses específicos que explican su modo de funcionamiento, y es
en este sentido que se concibe la ingeniería política. Sin embargo, en
relación con ello está también el problema de la democracia realmente
existente, que según veremos se mueve entre dos extremos: la oligarquización y la participación. Esto va de la mano con el problema de la
relación entre política y moral. Si bien resulta evidente que se trata de
términos distintos, ello no quiere decir que sean antitéticos o totalmente separados. La respuesta de Norberto Bobbio al respecto, si bien no
nos parece plenamente satisfactoria, marca un camino en el sentido
48
Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito
de que política y moral no pueden diferenciarse radicalmente, y ello
está ligado a la noción de la justicia. Pero para definir con elementos
concretos el contenido históricamente concreto del concepto de justicia, debemos recurrir a la observación de los movimientos sociales y
el conflicto. Una y otra cosa juntas, pues se supone que el conflicto sin
movimientos sociales que otorguen dirección y contenido moral pierde
sentido, o al menos no logra los mismos resultados.
Razón de Estado e ingeniería política
En los regímenes autoritarios latinoamericanos de los años setenta, la
tan invocada seguridad del Estado fue sólo otro nombre para lo que se
conoce desde antiguo como razón de Estado, que puede extender su
lógica más allá del fin de dichos regímenes. Dicha concepción reposa
sobre el supuesto de que hay “una exigencia de tal importancia que los
regidores de los estados se ven constreñidos, para garantizarla, a violar
las normas jurídicas, morales, políticas, económicas, que consideran a
su vez imperativas cuando tales exigencias no están en peligro” (Pistone,
2000: 1338) 2. Es decir, una justificación para que el Estado viole los
mismos principios en que se basa su existencia. ¿O será que el Estado
no reposa realmente sobre tales principios sino sobre su pretensión de
subsistencia a toda costa? De todos modos, para efectuar una afirmación tan tajante es preciso distinguir coyunturas, porque no siempre
–sino en los momentos de crisis política grave– la razón de Estado aparece con tal desnudez. Pero el secreto, el encubrimiento y la tendencia
a la impunidad de los funcionarios son parte de la operación cotidiana
de los estados. Además de las contradicciones entre distintos grupos
de poder, que pueden promover ajustes de cuentas al interior de las elites, esta realidad puede ser mediatizada por mecanismos de presión y
participación democrática y por instituciones de rendición de cuentas,
pero sin desaparecer por completo.
La doctrina europea concluye que el Estado moderno en su origen produjo una imposición que implicó cierta civilidad, interiorización
de normas y renuncia a la violencia privada. Con el tiempo, se dieron
grandes transformaciones sociales, pero sin alterar el hecho del monopolio de la fuerza centralizada, es decir, de la soberanía. Sin embargo,
la diferencia específica entre soberanía y razón de Estado es que la soberanía no implica automáticamente que el Estado deba sostenerse por
cualquier medio independiente del derecho o de la moral. La fundación
de los estados suele ser violenta, mal que le pese a los teóricos del consenso, pero si el Estado se consolida y legitima puede prescindir de la
teoría de la razón de Estado, que le incomoda al recordar las verdaderas
2 El estudio clásico sobre el tema es Meinecke (1997).
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
bases y orígenes del poder. No obstante esta renace, aunque sea bajo
otros nombres, en las situaciones de crisis. En la teoría clásica de los siglos XVII y XVIII, ello fue explicado por una visión desencantada de la
naturaleza humana (Hobbes y los constitucionalistas estadounidenses)
o de la sociedad (Rousseau), lo que dio lugar a diferentes propuestas
políticas: absolutismo, gobierno con frenos o democracia participativa
(Lively y Reeve, 1989; Hofstadter, 1965). Lo que llamamos democracia
no es un hecho estable, sino el resultado de una oscilación histórica
(Lummis, 2002). Por un lado, la participación y los movimientos sociales pueden dar una vida real a la democracia (Santos, 2004); por otro,
en especial por la relación entre economía y Estado, la democracia
puede degenerar en un sistema oligárquico (Crouch, 2005). Por ello,
el poder monopólico del Estado muchas veces no es tal en la realidad:
además de los límites que le oponen poderes (no siempre tan) ocultos
como los grandes negocios o el crimen organizado, en la otra cara existe
siempre un factor de descontento, disensión y oposición que también
limita al Estado.
En casos empíricos de transición –como los del Cono Sur que
hemos estudiado–, la razón de Estado puede combinarse con la llamada
ingeniería política. La idea de una ingeniería política y social se debe
al filósofo austríaco liberal Karl Popper, quien criticó las previsiones
sociológicas basadas en profecías históricas, presuntamente inevitables
en su acontecer, a las que contrapuso las previsiones de corte tecnológico, que constituyen la base de la ingeniería:
Las ciencias experimentales típicas son capaces de hacer predicciones tecnológicas, mientras que las que emplean principalmente observaciones no experimentales hacen profecías.
Tanto las profecías como las otras pueden ser de corto o largo
plazo, aunque las predicciones ingenieriles suelen ser de corto
plazo (Popper, 1973: 57-58).
Parecería en principio sólo una discusión sobre filosofía de la historia,
pero a partir de tal distinción se extrae una conclusión práctica: la
visión más adecuada acerca de la sociedad y de cómo proceder sobre ella sería la fragmentaria y tecnológica. Sólo procederían, en una
perspectiva realista, reformas parciales acordes con el hecho de que
la historia es abierta y no determinada, y que las instituciones sólo en
parte son construidas conscientemente por los seres humanos, pues en
gran medida son legado de un proceso histórico espontáneo (idea que
proviene de filósofos conservadores como Edmund Burke). Por tanto, una acción global sobre la sociedad no sería posible o conduciría
a resultados negativos –cuando no catastróficos– debido entre otras
cosas a una ley de acción y reacción que mueve poderosas fuerzas en
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Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito
contra de los intentos globales de cambio. Las posibilidades racionales
de transformación no vienen sino es por acciones muy comedidas (y
eventualmente negociadas) de cambio. Popper acepta que aquellos a
quien él denomina historicistas, a veces, emplean ideas similares a las
de la ingeniería social; pero la discrepancia con ellos recae sobre el
hecho de que, para el filósofo austríaco, la política sólo podría proceder
con este método.
Estas son afirmaciones muy generales, pero en nuestro tema podemos observarlas por la contrastación entre tres elementos.
-- Acción y reacción: al disminuir la represión por el proceso de
normalización política se incrementa lo que podríamos llamar el
“factor Antígona”, ya presente desde antes en acciones sistemáticas como las de las Madres de Plaza de Mayo en Argentina.
-- No obstante, los gobiernos y políticos al mando de los procesos
de transición –entre débiles y pragmáticos, o incluso a veces por
compartir ciertos puntos de vista con los militares– no fueron
capaces de dar soluciones satisfactorias a este conflicto.
-- Además, los responsables directos de la represión en las décadas del setenta al noventa (en particular militares) mantuvieron
capacidad de respuesta y conservación de fuerzas en el sistema
político de la transición. Tomando en cuenta estos elementos, la
ingeniería política puede verse en forma bilateral: por una parte,
como una acción graduada de los distintos grupos e intereses en
juego en torno al tema de la violación de los derechos humanos;
y por otra, como resultante de una relación de fuerzas históricas
en un contexto de posibilidades institucionales dadas.
Democracia
¿Cómo puede complementarse este razonamiento? Para eso debemos volver sobre la cuestión de la democracia como régimen basado en el reconocimiento de amplios derechos y posibilidades de organización social; pero
también como régimen realmente existente, con sus fallas y deterioros.
Supongamos una política como la de los derechos humanos en el
período de la transición a la democracia, donde han quedado grandes
saldos pendientes con la justicia. Una idea razonable de democracia
no es la de algo falso o inalcanzable, pero tampoco la de un programa
realizado. Sería en “sustancia [...] el poder de los pueblos para conformar gobiernos y hacer que sus representantes accedan a la voluntad y
demandas populares. La democracia incluye debate y discusión, pero
estos no bastan si permanecen inconclusos y poco efectivos en la determinación de políticas. El resultado de estas discusiones deben ser deci-
51
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
siones populares y demandas populares; y dado que en una democracia
el pueblo es el soberano, no el gobierno ni el Parlamento, toca entonces
al gobierno aceptar e instrumentar la voluntad popular” (Arblaster,
1991: 148-149). Tal definición es aceptable si el término “soberanía popular” se encara (a la manera de Sorel) como un mito con visos de realidad, que en consecuencia puede generar presiones políticas eficaces
sobre los gobernantes, que se pueden evaluar en su efecto concreto al
considerar si se reflejan o no en políticas públicas benéficas.
Según una clasificación conocida, la democracia puede ser representativa o directa; pero aquí nos centraremos en el tema de la
democracia representativa, pues a ella se remiten los regímenes realmente existentes en América Latina. Aun con este recorte, la democracia en términos contemporáneos supone a la sociedad civil, que a
su vez tiene varias acepciones (Bobbio, 1989; Cohen y Arato, 2001).
El sentido original –en los albores de la sociedad burguesa– es el de
un compuesto de individuos con derechos (básicamente a la libertad,
igualdad, propiedad y asociación). Sin embargo, debido a los cambios
recientes en la economía y la gestión del Estado, el término de sociedad
civil se ha revestido de un nuevo sentido como “tercer sector” (o sector
social u organizaciones civiles) por más que aún no resulte claro si se
trata de un fenómeno residual o implica una novedad social más profunda –presencia de un actor colectivo compuesto por una pluralidad
de asociaciones con un renovado papel político. En consonancia, el
término también reciente pero recurrente de “gobernanza” significa,
entre otras cosas, un reconocimiento de este actor o conglomerado de
actores por su participación en la factura de políticas públicas. Dicho
reconocimiento, variable según los países y los regímenes políticos,
no quita el hecho de que los actores civiles, en América Latina y otros
continentes, tiendan en gran medida a tener un papel crítico o de
oposición a los gobiernos.
La sociedad civil se relaciona con la ciudadanía y sus derechos,
no en abstracto, sino como personas de carne y hueso. En la democracia, aun en la liberal, la cuestión de la igualdad y la libertad de los
ciudadanos plantea un problema clásico para la teoría y la política, por
cuanto se evidencia que la libertad dejada a la espontaneidad conduce
a profundizar o justificar diferencias, y la intervención estatal sería una
forma lógica de regular dichas diferencias3. Enmarquémoslo en el caso
de nuestra investigación. Paradójicamente, hacer concesiones en mate3 Fue así que en Estados Unidos –a diferencia de otros países– “durante los años de 1920
el sentido de la palabra [liberal] cambió, pasando a describir a aquellos que creían que
cierto nivel de acción gubernamental era necesaria para proteger las ‘reales’ libertades
de las personas en contraste con las puramente legales –y no necesariamente existentes”
(Safire, 1993: 407).
52
Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito
ria de derechos humanos antes que, por ejemplo, en política económica
ha sido a veces un mecanismo sui generis de intercambio político, que
en determinadas coyunturas resulta más fácil, en la medida en que se
debilita la fuerza política del cuerpo militar y represivo. Dicho de otro
modo, realizar concesiones en el tema de derechos humanos ha sido
una forma de calmar a la opinión pública ante los fracasos de la política pública. Sin embargo, sería limitado verlo sólo así. Incide también
una cuestión de integridad y equilibrio del sistema político, pues en el
marco de un régimen democrático, en el largo plazo, no puede justificarse ni sostenerse una situación de notoria impunidad en materia de
violación de derechos humanos sin que el Estado haga algo... lo que
constituye la contrapartida dialéctica de la razón de Estado. El reclamo
de justicia se mantiene en la agenda política por el doble efecto de las
exigencias de los grupos de afectados, pero también por el supuesto de
justicia, representación y rendición de cuentas en que reposa el sistema.
No hay que olvidar que la idea de la democracia se basa en la premisa de
responsabilidad de los funcionarios ante el cuerpo ciudadano y, aunque
la realidad de la representación popular sea bastante borrosa4, ello no
quita que tenga en la imaginación fuerza de verdad, lo que reduce o por
lo menos cuestiona la posibilidad de decisión arbitraria del gobernante.
Es justamente la discrepancia entre sistema ideal y real la que arroja
una tensión que abre el campo a la presión política, pues, como señala
Held (1992: 324-325), igualdad y libertad deberían suponer: creación
de las mejores circunstancias para que todos los seres humanos desarrollen su naturaleza y expresen sus distintas cualidades; protección
frente al uso arbitrario de la autoridad política y el poder coercitivo;
participación de los ciudadanos en la determinación de las condiciones
de su asociación; y expansión de las oportunidades económicas para
maximizar los recursos disponibles. No obstante, si todas estas condiciones se cumplieran realmente, la política se parecería a la moral.
Política y moral
Tanto la política como la moral se extienden al dominio de la práctica, pero con distinto criterio, pues puede haber acciones morales que
son impolíticas y acciones políticas que son inmorales. El origen de la
distinción se atribuye a Maquiavelo y esta trae implícita la autonomía
de la política. Mientras la moral atiende a los principios independientemente de las consecuencias, la política –al igual que la economía– es
consecuencialista por definición (de ahí el escandaloso proverbio de
que el fin justifica los medios). Max Weber hizo su aporte al tema diferenciando la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad,
4 Tal como lo reconoce el mismo Sartori (1992: Cap. 11).
53
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
pero ello deja entrever que esta última también trae un elemento ético,
si bien diverso del de la moral convencional. Es en este sentido que hay
que interpretar la contradicción, y no bajo el supuesto de que la política
es siempre amoral (Berlin, 1983) 5. La ética de la responsabilidad supone un sistema político en el que las acciones tienen interdependencia,
pero no sólo en sentido fáctico, sino en cuanto a la consideración del
bien o el mal que se puede causar a otros y a sí mismo. Claro que, a
diferencia de la moral convencional, aquí la recomendación puede ser
la de causar un mal a otros (el adversario o cualquier víctima propiciatoria), porque la política permanece atenta a condiciones y resultados
prácticos. Pero acaso, por más que la moral busque en todo caso el
bien, los especialistas en ética ¿no están cansados de estudiar dilemas
en los que el seguimiento estricto de los principios puede causar un
mal a otros? Y si la decisión moral en un caso así depende del contexto
o de la situación, ¿no es ello en algo similar a lo que enfrenta el hombre
político? El hombre de fe y el hombre de Estado son dos personajes
distintos, pero pueden darse combinaciones.
Bobbio afirma que la razón por la cual lo que está justificado en
un contexto (moral) no tiene justificación en otro (político) reside en
que, en un caso, se trata de juzgar responsabilidades de un individuo,
y en el otro, responsabilidades de un grupo o de un individuo en nombre de un grupo: ética individual contra ética de grupo. Un ejemplo de
ello sería que la violencia individual no está justificada (salvo legítima
defensa) mientras que sí lo está la violencia colectiva, institucional o
de grupos. La autonomía de la política sería la de las reglas del grupo
respecto de aquellas que valen sólo para el individuo. La política sería
la razón de Estado y la moral, la razón del individuo.
Aunque la solución de Bobbio resulta ingeniosa y merece ser considerada, se le podría objetar también que la ética en tanto referida a
la relación con otros es siempre de grupo, y otra parte de la verdad
radicaría en quién tiene o no poder. En regímenes pluralistas, tanto el
gobierno como la oposición (política o social) fundamentan sus posiciones en posturas morales reales o presuntas, pero el uso y efecto de
las mismas varía precisamente según se tenga o no poder. El hecho de
que no se pueda prescindir del argumento moral, aunque sea distorsionado, en el discurso político del color que sea sugiere que la moral y la
política son siamesas y que si la política se sirve a menudo, hipócrita o
sinceramente, de la moral, esta a su vez desvela a la política.
5 Por lo demás, como señala Meinecke (1997), Maquiavelo no se presentaba como un
cínico manager político sino como un reformador, pues su obra más famosa culmina con
un llamado a la unidad de Italia y a la expulsión de los invasores extranjeros.
54
Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito
Movimientos y conflictos sociales
A la sociología académica de la segunda mitad del siglo XX le costó reconocer que los conflictos sociales son omnipresentes y de gran alcance,
con múltiples niveles de incidencia en el cambio social, incluso a nivel
micro y cotidiano (Collins, 1975) 6. Pueden versar sobre la distribución
de bienes, los valores, las ideas, las reglas que regulan un entero sistema social. Algunos autores también los distinguen por sus resultados,
visualizándolos como juegos7, ya sea de suma cero (uno de los actores
gana a costa del otro); de suma negativa (lo que ganan quienes ganan es
menos que lo que pierden los que pierden y a veces todos pierden); o de
suma positiva: todos ganan (por ejemplo, en una alianza). Pero aun en
estos últimos hay confrontación, pues uno de los actores puede tratar
de ganar aún más posiciones a expensas de otro (en los casos empíricos
estudiados: a los gobiernos civiles posdictatoriales, con variantes por
país, les podía convenir en ciertas coyunturas escuchar el reclamo de
las víctimas y sus familiares, pero el interés no era el mismo). Cuando
no hay posibilidad de que ningún actor tome ventaja, el juego es cooperativo. Detrás de la abstracción y el tecnicismo de este análisis se
advierte la influencia de autores clásicos como Rousseau (la asociación
tiene ventajas sobre el mero individualismo), Hegel (la sociedad civil es
conflicto pero también cooperación), o Marx (distinción entre plusvalía
absoluta y relativa y lucha en los dos casos).
Los conflictos se desarrollan en el tiempo, lo que acrecienta su
variedad y complejidad. También hay conflictos institucionalizados
dentro de un marco regulado, por más que esto no evite la violencia
circunstancial. Otras veces los conflictos versan sobre las reglas que
regulan a un sistema o práctica social. En la realidad, ambas modalidades se combinan, y además existen estados de latencia de los conflictos,
que se vuelven manifiestos en situaciones de crisis o de debilidad del
adversario. Un conflicto sobre las reglas puede más lógicamente conducir a la violencia, porque se trata justamente de poner en duda marcos
institucionalizados de sociabilidad. Pero la violencia en los casos que
estudiamos se encuentra muy controlada, dada la coyuntura histórica
y la naturaleza del conflicto: los reclamos por las violaciones a los derechos humanos se dan, en los países estudiados, en un contexto en el
que las fuerzas insurgentes han sido derrotadas y hay un despliegue de
violencia aplastante por parte del vencedor.
Los conflictos se producen porque existen situaciones complejas
e intereses diversos, incluso antagónicos, y la solución no puede darse
6 Sobre el cambio a escala cotidiana, ver también Giddens (1995).
7 Seguimos aquí el resumen de Boudon y Bourricaud (1982a).
55
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
sólo por medio de criterios racionales, hegemónicos o institucionales,
aunque estas opciones, lógicamente, pueden pesar. Por ello, en una
perspectiva sociológica amplia y crítica, se valoran los conflictos no
sólo como hechos históricos objetivos, sino también como criterio de
renovación social. Más allá de los costos implicados, muchos conflictos
arrojan resultados de avance colectivo global.
A partir de lo anterior, hagamos un nuevo descenso a nuestros
ejemplos empíricos. Supongamos una situación, tal como ha sucedido
en los tres países del Cono Sur, en la que la solución de las demandas
suscitadas por la violación a los derechos humanos está bloqueada y no
parecen existir muchas posibilidades de arreglo. Tal coyuntura puede
generarse por conveniencia de unos, pero también por inercia, porque
ningún actor fuerte está interesado en cambiar. No obstante, el cambio
puede llegar de todos modos, por una intervención externa (presión
internacional) o por la voluntad de actores internos (más un relativo
debilitamiento de otros antiguamente muy poderosos, como las fuerzas
armadas). Así como la estructura política juega en contra de la justicia,
también puede jugar a favor, dependiendo de la situación.
Para explicar la posibilidad de romper un bloqueo de esta naturaleza, recurramos al papel de los movimientos sociales, como forma
concreta de vehiculizar el conflicto y su potencial de cambio en la
democracia, por medio de la gestación de reivindicaciones políticas.
Por más que el término pueda comprender realidades variadas según
la definición que se le otorgue, y aunque puedan suscitarse dudas acerca de la consistencia, efectos y durabilidad de muchos movimientos
sociales, estos son un hecho real en la sociedad contemporánea. Aun
movimientos sociales en pequeña escala pueden ser importantes al
devenir en elemento de cambio y, por tanto, de desafío al conformismo. Muy frecuentemente, un movimiento social se dirige contra algún
aspecto del marco estatal y legal, intentando cambiar instituciones,
normas o prácticas.
Un movimiento social es una expresión de acción colectiva en
torno a un objetivo común. No es necesariamente el interés por una
ganancia concreta, aunque esto existe cuando se trata de reivindicaciones materiales, sino que puede estar motivado por todo aquello por
lo que una persona o grupo se pueda sentir afectado y que lo lleva a
actuar. Supone en primer lugar movilización, aumento de la variedad
y calidad de los contactos sociales y también organización (Boudon y
Bourricaud, 1982b; Touraine, 1978; Tilly, 1978; Foweraker, 1995).
Un fenómeno así, aun si es relativamente poco numeroso por su
base social, puede lograr un significativo impacto político si logra atención por parte de la opinión pública y sobre todo fusión o alianza con
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Silvia Dutrénit Bielous y Gonzalo Varela Petito
otros movimientos sociales8. Sin embargo, en contrapartida, los movimientos sociales también pueden ser (tal como lo muestra la historia)
excesivamente descentralizados, limitados a estallidos esporádicos o
dispersos, sin llegar a conformar una fuerza política. Pueden disolverse
en lo parcial o ser cooptados o manipulados mediante mecanismos caciquiles, corporativos o clientelares. En el otro extremo, pueden lograr
un vasto impacto por el tipo de demanda y de organización establecidas, por la acumulación de experiencia y, en particular, como ya se
mencionó, por la capacidad de enlace con otros actores y demandas.
Ello no obsta a que puedan producirse momentos de soledad y de aislamiento. A los movimientos pro derechos humanos, lo que los mantiene
es un “factor Antígona”: la irrebatible fuerza moral de la reivindicación,
la imposibilidad de llegar a una transacción sobre el objeto central del
conflicto (por más que las propuestas pragmáticas no falten) y, de cara
a la sociedad, aun cuando esta se muestre indolente, la certeza de que,
desde que existe un aparato represivo, cualquiera eventualmente puede
ser alcanzado por una injusticia similar.
Los movimientos sociales están vinculados por excelencia a la
reivindicación de derechos. A su vez, cuando son reconocidos, constituyen formas de vehiculizar, concretar y volver exigibles los objetivos
de los movimientos por medio de políticas públicas.
Justicia
Como conclusión, abordaremos el tema de la justicia. En sentido moderno, esta se centra en la equidad, que implica una asignación equilibrada de oportunidades y bienes, no sólo materiales, sino también
simbólicos, intelectuales y espirituales9.
Una concepción muy antigua ubica a la justicia como algo que está
fuera y por encima del sistema de las instituciones políticas y el derecho.
Es la idea del derecho natural que, no por cuestionable desde el punto de
vista empírico, deja de tener significado en la política práctica. Aunque
se proyecta a todas las esferas de la vida humana, se hace patente en la
política, pues es un medio de exigir y también de evaluar el resultado de
la acción de gobierno. Subyace una premisa de compensación (una cosa
por otra) y también –en la filosofía idealista– de trascendencia: en la justicia penal, el castigo no se justifica como venganza, que sería un hecho
privado, sino como restitución de la justicia, que es un hecho político y
8 Sobre el conflicto social y los distintos públicos más o menos amplios que pueden involucrarse en un problema público, ver Cobb y Elder (1988).
9 No pretendemos entrar en el debate de las décadas recientes; al respecto, ver Barry (1995).
Damos asimismo por conocida la distinción tradicional entre justicia distributiva y conmutativa. En este caso, se trata de la segunda.
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
público (Roxin, 1992). Vale decir, la justicia se justifica a sí misma y se
restituye a sí misma. Esto sin duda es metafísica, pero cobra sentido real
si lo referimos a la necesidad de reproducción del sistema democrático,
por medio de una confrontación de intereses y una receptividad a la
demanda de grupos capaces de fundamentar sus pedidos, organizarse y
hacerse escuchar. En el libro de política más influyente antes de Maquiavelo, Aristóteles escribió que la justicia se realiza en la sociedad políticamente organizada, y es algo históricamente probado que la organización
y la presión social constituyen antídotos eficaces contra la marginación
y los extremos de la injusticia. Y este proceso puede ser acumulativo: en
nuestro caso de estudio, se está más cerca de la verdad y de la justicia,
aunque el horizonte permanezca lejano.
Lo que la invocación a la justicia trae a colación, como elemento
principal de tensión, es que hay criterios de juicio al margen de la legalidad vigente o incluso en contraposición a ella. Una vieja discusión recae
sobre la cuestión de si la justicia es lo que dicen la ley y los jueces o, si por
el contrario, estos deben conformarse a un sentir colectivo hecho por la
experiencia histórica y la decantación de los valores. Nuestro tema parece validar el segundo argumento, pues las leyes dictadas para encubrir
los delitos de lesa humanidad en el Cono Sur no funcionaron, y aun las
que parecían más sólidas con el tiempo han sido puestas en cuestión,
aunque sea por medio de otros retruécanos jurídicos; ello da la pauta de
que se trata, como decíamos al inicio, de una cuestión de relación de fuerza, pero no por sí sola, sino unida a criterios de aceptabilidad moral.
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60
Cibele Maria Lima Rodrigues*
Los “Sin Techo”
Una perspectiva teórica**
Habiendo realizado un estudio del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) en Recife, Brasil, valiéndonos del enfoque de
Alberto Melucci, llegamos a la conclusión de que la trama de relaciones
que envuelve a ese movimiento y aquellos aspectos que lo trascienden
plantean cuestionamientos al modelo propuesto por este autor, sin que
eso implique desdeñar la importancia de sus contribuciones. Por un
lado, la noción de redes sociales utilizada por Melucci posibilita delinear un proceso continuo de (re)construcción de identidad colectiva
de un movimiento. Su énfasis en el estudio de los liderazgos en los
procesos de organización y movilización ofrece pistas para comprender
la emergencia del mismo. Su perspectiva cognitiva nos permite comprender el movimiento en términos de su acción social. Sin embargo,
no concordamos con su análisis de los procesos culturales, por considerar que carece de un esquema que permita abordar apropiadamente
la cuestión del antagonismo social desde una perspectiva sociopolítica,
*Socióloga. Profesora Asistente de la Universidad Federal de Alagoas (UFAL). Doctoranda en la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), Brasil.
**Para tal reflexión fueron indispensables los comentarios de Remo Mutzemberg, Breno
Fontes y Silke Weber (profesores del doctorado en sociología en la Universidad Federal
de Pernambuco, Recife).
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
en términos de hegemonía e ideología. Los estudios de Gramsci (1984)
acerca de los partidos políticos, por otra parte, pueden utilizarse en los
estudios de movimientos sociales, guardando sutiles semejanzas con
el enfoque de Melucci (1989). Nos proponemos la tarea de considerar
los estudios de los movimientos sociales en América Latina, así como
las especificidades de la realidad en su dinámica peculiar de procesos
históricos, políticos y culturales (Álvarez et al., 2000). En este sentido,
algunos abordajes teóricos han incorporado los conceptos de cultura
política y política cultural. A partir de esas constataciones se nos plantea un desafío: ¿cómo construir un modelo teórico para el análisis de
movimientos como los “Sin Techo” que, a partir de su acción colectiva,
exponga cuestiones tanto políticas como económicas y culturales?
A fines de la década del noventa asistimos en Brasil a la gran
visibilidad de las acciones del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y la movilización de movimientos por la vivienda, con innumerables invasiones en tierras urbanas. El déficit habitacional y la
segregación espacial urbana (Fontes, 1986) son parte del proceso de urbanización de las metrópolis brasileñas, en la dicotomía entre Sobrados
y Mocambos, parafraseando a Gilberto Freyre. La perpetuación de tales
conflictos nos indica que el aparato estatal continúa sin responder a la
demanda habitacional de la población pobre, lo que constituye un problema político que no es soluble por medio del mercado inmobiliario.
Las carencias crean la posibilidad para la existencia del movimiento;
así, tales carencias son condiciones favorables, pero no suficientes. En
esta perspectiva, nuestro objetivo es discutir elementos del esquema
teórico elaborado por Melucci (1989) para el análisis de estos movimientos, conjugando el acuerdo con la crítica de su “modelo”, en una
discusión que incorpora la perspectiva gramsciana. Esta propuesta de
abordaje teórico de los movimientos por la vivienda no se encuentra aún
totalmente delineada. La misma servirá de base para un estudio futuro
de corte longitudinal de los movimientos por la vivienda (en Recife)
con miras a percibir continuidades y discontinuidades en relación con
la cultura política (Álvarez et al., 2000) o, como diría Melucci, con los
códigos culturales dominantes.
Punto de partida
La presente preocupación teórica es fruto de las conclusiones de una
investigación anterior (Rodrigues, 2002), en la cual analizamos las concepciones, interacciones y estrategias de acción del MTST en Recife, y
en el que se combinó la “voz de las dirigencias” con informaciones obtenidas por medio de un cuestionario a los moradores, elaborado en base
a una muestra y la observación sistemática. La investigación fue hecha
asumiendo la mayoría de los postulados de Melucci, en especial cuando
62
Cibele Maria Lima Rodrigues
afirma la existencia del movimiento como denuncia de un conflicto (en
este caso, la carencia habitacional). Abordamos la construcción de la
identidad colectiva del movimiento a partir de motivaciones, proyecto
político y estrategias interactivas –categorías basadas en Melucci (1989)
y Scherer-Warren (1984) y entendidas como dimensiones y momentos
de ese proceso. Estas categorías aluden a la definición de metas, modalidades de liderazgo y organización, percepción del ambiente en el
que se desenvuelve la acción, y entrecruzamiento entre motivaciones y
orientaciones individuales y colectivas, conformando una “unidad”. Y
parten de la comprensión de tales movilizaciones como un capítulo más
en la historia de las luchas urbanas de Recife.
Concordamos con Melucci (1989) en el abordaje procesual de la
identidad colectiva, mediada por redes y liderazgos, como fundamental
para comprender las movilizaciones. Buscamos percibir “la pluralidad
de significados, relaciones y perspectivas cristalizadas en una acción
colectiva dada” (Melucci, 1989: 22) y analizar las diversas dimensiones
y posibilidades de acción colectiva que fueron construidas en un proceso anterior a la movilización visible, lo que consideramos un nivel
intermedio de acción colectiva.
En el estudio de las interacciones y redes formadas por el citado
movimiento, fuimos percibiendo la importancia de la articulación de
este con otros actores políticos, como el MST, partidos políticos (PT y
PCdoB1) y líderes religiosos (de la teologia de la liberación). Esto nos
llevó a cuestionar el planeamiento de Melucci por la ausencia de un
enfoque político que abarcara cuestiones más específicamente políticas
que atravesaban (o atraviesan) nuestro objeto de estudio.
A diferencia de Melucci, pretendemos sostener que los movimientos sociales son necesariamente políticos, y no sólo cuando sus reivindicaciones están relacionadas con lo que él considera “sistema político”
(Melucci, 2003). La separación en sistemas y tipos de movimientos relacionados con ellos, si bien de propósito heurístico, constituye para
nosotros uno de los puntos criticables de su enfoque.
En esta dirección, necesitamos cualificar lo que comprendemos
como política y cultura política, en un diálogo teórico entre Melucci y
Gramsci. Los movimientos sociales son “políticos” en la medida en que
crean espacios públicos en el proceso continuo de democratización y
modifican (en mayor o menor grado) la cultura política existente, en la
que pesa la incorporación de valores y prácticas institucionalizadas.
Concebimos que, en el proceso de cambios, la creación de lo “nuevo”
tiende a venir acompañada de lo “viejo”, de lo que está sedimentado en
la cultura.
1 Partido de los Trabajadores y Partido Comunista de Brasil, siendo el PT más importante.
63
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Foweraker (1995: 42), Touraine (1985: 261) y Melucci (1989) insisten en que una característica de los “nuevos movimientos sociales”
es su carácter más sociocultural que sociopolítico. Las movilizaciones,
según ellos, son de lo más diversas, denunciando conflictos en el sistema, admitiendo la coexistencia de movimientos que buscan un cambio
histórico-estructural.
La situación de gran exclusión social en países como Brasil
produce movilizaciones profundamente marcadas por reivindicaciones dirigidas al Estado. Foweraker (1995) afirma que en América
Latina los movimientos actúan en el proceso de democratización de
la sociedad, o sea, que la dicotomía entre lo sociocultural y lo sociopolítico resulta inexistente. Se requiere estar alerta con la laguna,
en la mayoría de las teorías, de un análisis de los movimientos que
incluya sus impactos sobre el proceso político. Los indicadores de
este análisis serían las formulaciones de demandas y las relaciones
con otros actores políticos, especialmente con agencias e instituciones estatales.
La articulación de lo social y lo político en Gramsci
Gramsci (1984) analiza de modo especial la relación entre dirigentes y
dirigidos, pensando las relaciones sociales bajo el prisma de lo político,
teniendo como premisa que esa dimensión es constitutiva del ser social.
Dentro del espíritu de lo que denomina filosofía de la praxis, Gramsci
hace una reflexión crítica con base en su militancia y en la teoría política de su tiempo del “programa” propuesto en las Tesis sobre Feuerbach (Marx y Engels, 1998). Efectúa así un análisis de la relación entre
estructura y superestructura, incorporando conceptos como “bloque
histórico” y “hegemonía”, haciendo incluso una relectura del concepto
de sociedad civil y de Estado.
Considerando que cuando Marx y Engels (1998) se refieren a sociedad civil ello también puede ser traducido como “sociedad burguesa”, el concepto aparece relacionado con el conjunto de las relaciones de
producción. Para algunos autores (Coutinho, 1999), Gramsci enfatiza
la articulación entre superestructura e infraestructura, superando dialécticamente lo que había sido propuesto por Marx y Engels (1998), sin
perder de vista los fundamentos del método propuesto por este, ni la
utopía del socialismo (o sociedad regulada). En ese sentido, es fiel a la
articulación entre lo abstracto y lo concreto, las determinaciones simples y concretas en su análisis de lo “político”, la relación entre gobernantes y gobernados, del mismo modo que Marx lo hizo en su análisis
de la mercancía, en El capital (Coutinho, 1999).
La discusión se da en un debate con las ideas de Lenin, en términos de la necesidad de organización (o no) del partido revolucio-
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Cibele Maria Lima Rodrigues
nario. Pero también en un debate con Sorel (y la ideología-mito del
sindicato) y con los marxistas que defendían la revolución “espontánea”. En ese sentido, Gramsci construyó elementos para una teoría
política, articulada con lo que denominó las relaciones sociales de
producción. De allí la idea del partido o Príncipe Moderno, principal
organizador de la famosa “reforma intelectual y moral” que conducirá
a un nuevo bloque histórico.
La dominación política puede ser mejor comprendida a partir de
su diferenciación entre sociedad civil y política, como veremos más adelante, lo que para Coutinho (1999) constituye una teoría ampliada del
Estado. Resulta importante resaltar que, en la disputa por la hegemonía
dentro del bloque histórico, existe una articulación entre “aparatos represivos” de la sociedad política y “organismos privados de hegemonía”.
Comprendemos así que los movimientos sociales pueden ser analizados
a partir de la concepción de partido, y cómo estos se articulan en la
construcción de la “reforma intelectual y moral”.
En ese sentido, Gramsci remite a la definición de Hegel para
diferenciar sociedad civil y sociedad política, incorporadas en un determinado bloque histórico en la disputa por la hegemonía. El Estado
incluye sociedad civil y política como diferentes esferas de poder. La
sociedad política como momento de la coerción y la civil como conjunto
de organismos que reflejan la tentativa de las clases dirigentes de ejercer
su hegemonía por la vía ideológica, lo que implica una actuación de los
organismos privados en busca del consentimiento y la naturalización
de las relaciones de dominación.
La necesidad del consenso se deriva de la ampliación de la socialización política en la modernidad (Coutinho, 1999: 129). Ese proceso
creó y renovó determinadas objetivaciones e instituciones sociales que
funcionan como portadores materiales específicos de las relaciones de
hegemonía, con estructura y legalidad propias. Esa autonomía material
de la ideología es la que funda ontológicamente la sociedad civil. La
misma actúa como una esfera de mediación entre la estructura económica y la sociedad política (aparatos represivos del Estado). La praxis
política es comprendida como ontología materialista de lo social.
El planteamiento de Gramsci (1984) concreta una crítica al economicismo que postula la primacía de las relaciones económicas en el
análisis de la realidad. Para él, el economicismo histórico no distingue
estructura de coyuntura, ni hecho económico de interés personal. La
conciencia de los conflictos del mundo económico se adquiere en el
campo de las ideologías. Por ello, la concepción de ideología resulta
fundamental para comprender las relaciones entre infraestructura y
superestructura, y las relaciones sociales de producción en la lucha
por el cambio. La conciencia humana no es un epifenómeno (bajo
65
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
la forma de ideología), sino un elemento constitutivo del ser social
(Coutinho, 1999). La lucha se da por la objetividad, que implica la
liberación de las ideologías sectarias, y va en busca de la unificación
cultural del género humano en una ética universal, suponiendo un
universo intersubjetivo.
Como para Gramsci (1984), la relación entre dirigentes y gobernados debe pasar por la voluntad colectiva, esto es, el dirigente debe representar la voluntad colectiva; podemos pensar así una teoría sobre la
democracia, o sobre la democracia participativa. Situando la cuestión
del poder político en el mundo moderno, Gramsci alude a la creciente
racionalización que desplaza la esfera de la lucha política desde el Príncipe hacia el partido, como organismo representativo con posibilidades
de universalizar las luchas sociales específicas en torno de una ética
universal. El pasaje se da por la persuasión y el consenso. Pensar en ello
sugiere una propuesta democrática de formación de la esfera pública,
de la esfera de valores sociales que se expresa por la opinión pública
y se naturaliza en cuanto valor moral. El fin de la coerción viene después de la eliminación de las contradicciones sociales antagónicas. La
sociedad civil, con sus aparatos privados de hegemonía, es responsable
por la elaboración y difusión de ideologías, y los intelectuales son su
sustento principal. La meta es un Estado que se abstenga de la coerción.
La creación de una sociedad regulada implica una nueva sociedad civil con socialización de la participación política; de ahí la posibilidad
de extraer de Gramsci una concepción de democracia y participación
(Coutinho, 1999: 121).
Tales concepciones permiten pensar la posibilidad de las disputas entre las clases por la hegemonía como disputas ideológicas
que se proyectan en lo que Gramsci llama la guerra de posiciones
(en oposición a la guerra de trincheras propuesta por los revolucionarios). Y también hacen factible entender los antagonismos en el
interior de los grupos sociales y los “desvíos” de una fuerza política
o clase social. La idea de desvío tiene como referencia (y meta) la
construcción del momento ético-político que sería traducido por la
sociedad regulada o comunismo. Como afirma Gorender en su “Introducción” a La ideología alemana (Marx y Engels, 1998), el imperativo categórico marxista de emancipación de la humanidad como
principio ético supremo es tomado como presupuesto orientador del
proyecto histórico de sociedad a ser realizado por la clase fundamental. Sería el momento de la catarsis, que implica el pasaje del reino
de la necesidad al reino de la libertad. Y este sólo puede ser implementado cuando la clase supera el momento egoístico-pasional, que
se traduce en el corporativismo y las luchas centradas en reivindicaciones económicas.
66
Cibele Maria Lima Rodrigues
En ese sentido, Gramsci analiza la práctica sindical de su época.
Denomina como sindicalismo teórico a aquel que no va más allá de la
fase económico-corporativa, y de ese modo no alcanza la hegemonía
ético-política en la sociedad civil y la sociedad política. Tal concepción
liberal puede ser dividida en dos fases: una que pretende cambiar la
orientación del gobierno, pero no organiza una nueva sociedad civil;
y otra subordinada a la hegemonía del liberalismo, que no propone la
transformación del grupo dominado en dominante.
Cultura política, política cultural, movimientos
sociales
El análisis de Gramsci desarrollado arriba puede ayudarnos a iniciar
nuestra reflexión acerca de los movimientos sociales. Gramsci expone
la idea de una “reforma intelectual y moral” como programa partidario, colocando a la filosofía de la praxis como imperativo categórico, lo
que implica el pasaje de la conciencia egoística-pasional (inmediatista
y pasiva) al momento ético-político de comprensión de la totalidad y de
la posibilidad de cambio de lo real.
De esta forma, abre un flanco para pensar la relación entre política
y cultura como planos indisociables. La política en un sentido estricto se
refiere a prácticas y objetivaciones que se direccionan hacia el Estado, en
cuanto relaciones de poder entre gobernantes y gobernados, históricamente transitorias. La política posee un sentido amplio e interrelacionado
con las otras esferas de las relaciones sociales, como parte de la ontología
del ser social, comprendida como momento de las articulaciones y de la
libertad de un ser que se percibe como parte del género humano, liberándose de la manipulación inmediata que genera la pasividad.
Esta reflexión permite pensar la relación de los conceptos de cultura política y política cultural entre sí y con las prácticas de los movimientos sociales. Para Álvarez et al. (2000), todo movimiento social
practica una política cultural en sus luchas “incorpóreas en torno de
significados y representaciones”, cuestionando el modo de ejercicio del
poder y desafiando la cultura política dominante. La política cultural
se define como “el proceso por el cual lo cultural se torna hecho político”. Y “cuando los movimientos emplean concepciones alternativas
que debilitan los significados culturales dominantes, ellos practican
una política cultural” (Álvarez et al., 2000). De ese modo, todos los
movimientos sociales, hoy, practican una política cultural que desafía
la cultura política hegemónica.
Podríamos afirmar que la cultura política se expresa por las prácticas discursivas hegemónicas y que los movimientos sociales pueden,
o bien desarrollar prácticas orientadas en mayor o menor medida por
los intereses egoístico-pasionales, o bien procurar alcanzar una nueva
67
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
hegemonía ético-política. De cualquier manera, la práctica política va
provocando un tipo de socialización política que apunta al pasaje desde
una práctica particularista a una praxis transformadora. No podemos
afirmar que ello conduce necesariamente a una sociedad socialista,
pero va en el sentido marxista de emancipación humana.
Gramsci resalta también que el impulso para la acción política
tiene su origen en la vida económica, pero se diferencia de ella porque
envuelve sentimientos, aspiraciones, una racionalidad diferente de la
mera razón instrumental o intereses puramente egoístas. Existe una
pasión política que se puede tornar una especie de deber moral e impulsa a la acción colectiva (tema desarrollado por Mouffe, 2002). Ello se da
a partir de la ruptura en la relación y la “naturalización” de lo real, y la
inexorabilidad del orden de las cosas (fuerzas tradicionales).
En Melucci (1989) encontramos como hipótesis central el control
de los individuos sobre la acción como una condición necesaria para
la formación de la movilización colectiva y el cambio. Aumenta la necesidad de control de los individuos sobre las condiciones de existencia
personal debido a su creciente capacidad de autorreflexión, posibilitada
por la ciencia moderna, como diría Habermas (Melucci, 1989: 47).
En esa concepción, el control de la identidad pasa por la reapropiación del significado (condiciones materiales y objetivos) de la acción
individual y social. La centralidad de la identidad se genera debido a que
ese concepto refleja la capacidad de acción del actor para transformar el
ambiente a través del conflicto. En este sentido, todo conflicto es un conflicto de identidad, en la medida en que algunos actores quieren llevar a
otros a reconocer lo mismo que ellos reconocen, y la identidad se forma a
partir de la transgresión de las reglas de distribución de recursos naturales
y simbólicos. De ese modo, el proceso de individualización (o de construcción de identidad) implica el “potencial de control de los individuos
sobre las condiciones y niveles de acción que torna necesaria (y conduce)
a la expropiación de estas fuentes de autorreflexión y autoproducción de
la sociedad en sí” (Melucci, 1989: 48). Ese proceso requiere también una
acción autorreflexiva, y es en sí una forma pura, que demanda una mediación simbólica –la reapropiación del símbolo. La acción colectiva enuncia
y niega esta forma pura. La acción no tiene sólo el significado de satisfacer
necesidades porque los movimientos sociales son, antes que nada, movidos por pasiones, una “forma apasionada de acción” (Melucci, 1994: 160)
importante para el cambio social. Dentro de ellos, existen también grupos
cuyo objetivo es el desenvolvimiento de la solidaridad de grupo, y también
un compromiso a partir de necesidades personales como camino para
cambiar el mundo y crear alternativas significativas.
La articulación entre ideología y práctica política puede ser tomada para la comprensión de las luchas políticas y de la relación entre
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Cibele Maria Lima Rodrigues
sociedad civil y sociedad política. La disputa ideológica que se presenta dentro del bloque histórico y el campo de la política es condición
para la toma del poder y su conservación. Lo que para Gramsci tiene
una connotación relacionada con la lucha de clases lo podemos ampliar a las luchas emancipatorias, de una forma general, como parte
del proceso de construcción de la nueva sociedad, pasaje de la praxis
particularista a la praxis transformadora. Toda esa argumentación
aparece en el discurso y la práctica del movimiento feminista, por
ejemplo, siempre haciendo la salvedad de que dicho movimiento no
es homogéneo en su cuestionamiento de la naturalización de las identidades masculina y femenina.
En Gramsci, como en Melucci, ese pasaje no es automático o
espontáneo, como fruto de las contradicciones del sistema. El análisis
que él aplica a la organización interna del partido puede ser aplicado también al estudio de los movimientos sociales. Nuestra objeción
de prevención es que los mismos no son los únicos conductores del
proceso de transformación, pero sí importantes en el cambio social
y político.
Movimientos sociales y partidos políticos
Como los partidos, los movimientos sociales tienen necesidad de una
articulación interna entre conductores, articuladores y personas comunes, con una unidad ideológica (que no significa homogeneidad),
obtenida por la adhesión de las personas, mediada por la filosofía de
la praxis, teniendo siempre como preocupación vital formar nuevos
liderazgos para no caer en el absolutismo.
Aun afirmando la necesidad de liderazgo en la organización
de los grupos, Gramsci (1984: 29) sostiene que la conciencia de la
totalidad llega por las experiencias sucesivas, por la percepción de lo
que le es propio, históricamente construido, condicionado y no natural. Esa concepción rechaza la separación entre base y dirección,
que considera a la última como iluminada y a la primera como masa
de maniobra. Y se diferencia de la idea de revolución permanente de
Trotsky, ya que afirma la idea de guerra de posiciones, esto es, lucha
por la hegemonía y el consenso (Coutinho, 1999) o el consentimiento
(aunque sea momentáneo).
Existen aquí al menos dos aspectos a ser considerados. Lo primero es que la praxis política (sea en el partido o en los movimientos
sociales) tiene una perspectiva educativa, de una nueva socialización
política, con vistas a la “reforma intelectual y moral”. De ese modo, los
sentimientos de las masas deberían ser considerados en el proceso de
interacción, pero con el objetivo de educarlos, modificarlos. La nueva
sociedad tiene como horizonte la eliminación de la apropiación privada
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de los medios de producción, del saber y de la cultura (Coutinho, 1999).
La praxis particularista debería ser convertida en praxis transformadora universal, procurando una revolución cultural. Es en la práctica
política continua y orientada a ese fin que los valores se van construyendo. En ese sentido, los movimientos sociales también pueden ser vistos
bajo ese prisma educativo, en el conjunto de las relaciones sociales. Ello
no impide que sus proyectos (y reivindicaciones) sean particularistas,
pero facilita que también puedan ser transformados por la socialización política.
Gramsci (1984: 38) propone al análisis dos puntos en torno de
los significados y contenidos de las reivindicaciones. Además, establece
una especie de esquema para hacer un análisis concreto de la realidad
que debe ser utilizado como base objetiva para la lucha política. La voluntad aparece como impulso inicial, pero el poder de cambio se genera
en la práctica concreta.
Los elementos para evaluar la realidad pasan por el análisis de
las relaciones de fuerzas (inclusive internacionales) e incluyen las relaciones sociales objetivas, estructura y superestructura, “los cambios y
el desenvolvimiento de las formas de vida implícitas en sus relaciones”,
distinguiendo los elementos estructurales de los coyunturales. Un análisis de las relaciones de fuerzas debe preceder a las acciones prácticas
y la determinación de las tácticas. Los tres momentos o grados de tales
relaciones pueden servir de referencia para analizar la acción colectiva
de una forma más amplia.
El primer momento está en la articulación entre la estructura y
las ideologías que esta genera, así como sus condiciones de transformación. En el segundo momento, Gramsci menciona las fuerzas políticas
en su condición de grupos sociales en disputa ideológica por la hegemonía. Incorpora en esa discusión la relación intrínseca entre ideología y práctica política, la unidad entre fines económicos y políticos,
intelectuales y morales. Destaca el proceso de formación de conciencia
política colectiva que pasa, primero, por el sentimiento de pertenencia
y, después, por la solidaridad de intereses económicos que apunta al
Estado como blanco de la igualdad político-jurídica con los grupos dominantes, hasta llegar a una fase más política en la que las ideologías
se transforman en partidos.
Aunque no se transformen en partido, necesariamente, cabe resaltar que los elementos propuestos están presentes en teorías posteriores, como la cuestión del proceso de formación de identidad colectiva,
que se da a partir del sentimiento de pertenencia, solidaridad y conflicto. Gramsci resalta además el momento de las relaciones de fuerzas
militares que se produce con el ejercicio de la coerción estatal. Sin
embargo, es cierto que el propio Gramsci alerta acerca de que sus suges-
70
Cibele Maria Lima Rodrigues
tiones no deben ser tomadas como un esquema rígido. Las condiciones
históricas se modifican y pueden exigir nuevas categorías de análisis.
Como fue definido en la organización, los planes y el análisis
de las posibilidades reales del juego político, en términos de condiciones históricas, no son descartados. Lo que surge como punto para
pensar la acción colectiva y la identidad entre política y economía
es el impulso fundamental para la organización. Para Melucci, ello
también aparece en la dimensión cognitiva en que los autores evalúan
el ambiente de la acción y la movilización de recursos para la acción
colectiva (Rodrigues, 2002).
El análisis de los movimientos sociales también puede ser articulado con la idea de construcción de pilares de la política y de cualquier
acción colectiva. La propuesta es estudiar la existencia real de dirigentes
y dirigidos para orientar la praxis. Los parámetros de análisis poseen
semejanzas con un análisis “maquiavélico” en el sentido pragmático
de las relaciones entre ambos (dirigentes y dirigidos). Lo que Gramsci
(1984) propone para la acción colectiva puede ser utilizado en el análisis
de los grupos sociales. Las bases descansan en el análisis de la eficacia
de la dirección, la preparación de los dirigentes, la identificación de
las líneas racionales para conseguir la obediencia de los dirigidos, que
tienen muchas semejanzas con lo que propone Melucci (1989) en el
análisis del proceso de formación de la identidad colectiva.
La contribución de Gramsci para pensar la acción colectiva,
dentro del pensamiento marxista, va en el sentido de considerar que
la obediencia no es automática o, como diríamos hoy, que es preciso
construir (provisoriamente o no) las bases para una identidad colectiva.
Para él, el convencimiento y la adhesión pasan necesariamente por un
discurso pautado por la racionalidad –en última instancia, la base de
la modernidad y de su ideología. La dimensión ético-política aparece
a partir del sentimiento de solidaridad con las generaciones pasadas y
futuras, que se consolida en el partido, pero que puede estar presente
también en los movimientos.
Otro aspecto importante es que esa noción de una identidad común no significa que en un grupo social no puedan existir divisiones internas y “desvíos”. Gramsci habla de desvíos porque su referencia es al
espíritu ético-político y universal. De ese modo, el “desvío” es el apoliticismo presente en el individualismo estrecho y mezquino, el sectarismo,
como forma de clientelismo, sin idea de partido. Para él, tales desvíos
aparecen como un tipo de comportamiento casi irracional. En su perspectiva, el partido era el gran conductor del proceso; el conductor, pero
no el único, teniendo en vista la proliferación de identidades colectivas
y grupos que van construyendo la “reforma intelectual y moral”. Las
propuestas de transformación de la cultura política pueden aparecer
71
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
más claramente en las prácticas de algunos movimientos, como el MST,
que, además de sus reivindicaciones en el campo económico, también
se proponen difundir los intereses ético-políticos y universales en el
sentido gramsciano.
Para Dagnino (Álvarez et al., 2000), los movimientos sociales
pueden ser vistos como actores que influyen sobre la sociedad, y no
sólo como instituciones políticas, que presionan de una forma amplia
por cambios en las actitudes y las prácticas políticas. Ellos sostienen
la lucha por los derechos y por las garantías para el derecho a tener
derechos ante la sociedad. En algunos casos, los movimientos sociales
consiguieron traducir su agenda en políticas públicas, pero las consecuencias de sus prácticas van más allá de eso, porque se dan en torno
de la “socialización política”. Sus reivindicaciones y movilizaciones
pueden también ser comprendidas en la esfera de la redefinición de
las nociones de democracia, participación, ciudadanía y representación
política, a partir de la creación de nuevos valores en este universo. Si se
concibe al Estado y a la sociedad como un continuum, el autoritarismo
estatal sólo termina con el fin del autoritarismo social (Álvarez et al.,
2000). Se demuestra así la inutilidad de la dicotomía entre identidades
y estrategia2, ya que ambas están relacionadas con la cultura política,
en términos de Gramsci.
No podemos ignorar el hecho de que para Gramsci el partido es
el conductor y organizador de la “reforma intelectual y moral”, porque
solamente esa organización tiene los elementos para crear una base
orientada al desenvolvimiento de una voluntad colectiva nacionalpopular. Su obra tiene por base las reflexiones de la militancia partidaria y refleja el deseo de indicar ese camino, si bien con cuidado
de no ser taxativo en todas sus afirmaciones. No obstante, quedan
claros los puntos programáticos concretos propuestos por Gramsci
que constituyen la base para un cambio de la concepción del mundo,
que se hace efectiva en la práctica, aliada a un programa de reforma
económica –elementos indisociables para la comprensión de la realidad y su transformación.
En ese sentido, el objetivo es quebrar la aparente unidad ideológica del bloque histórico a partir de la adquisición de conciencia
revolucionaria por los actores. El partido es considerado como la organización más permanente que actúa en el campo político a partir de la
articulación entre sus planes de acción y los límites de la realidad. Pero
no es el único organismo que actúa en ese sentido; de allí la posibilidad
de pensar los movimientos sociales y su práctica política. Una práctica
2 Identidades y estrategias fueron colocadas como aspectos distintos en los estudios de los
movimientos sociales, independientemente de los intentos de síntesis (Nascimento, 1999).
72
Cibele Maria Lima Rodrigues
política que busque el equilibrio entre el realismo político y la utopía (o
deber ser) en los términos de Gramsci. La utopía, a su vez, debe basarse
en el análisis realista e historicista de la realidad para superarla. La relación entre filosofía e historia como base para la práctica política está
puesta, siguiendo las tesis sobre Feuerbach de la praxis revolucionaria
(Marx y Engels, 1998).
La categoría de solidaridad resulta fundamental para entender
qué relación proponía Marx entre los movimientos de la clase subordinada. La solidaridad sería una relación social a ser construida alrededor
del objetivo común: la emancipación de los trabajadores. Esta categoría
de solidaridad es retomada en los estudios de los movimientos sociales
como condición para la acción colectiva, en el sentido de percibirse
como iguales en la construcción de una identidad. El debate actual discute si la identidad es necesariamente de clase o si existen identidades
múltiples y contingentes. Dada la fragmentación de la realidad actual,
no podemos afirmar que la lucha de clases es la única verdadera, pero
asumimos que los movimientos sociales denuncian antagonismo, en un
cuestionamiento de los discursos hegemónicos.
En la lectura de Lojikine (1981), la cuestión crucial es la “política”
como “lugar de la lucha de clases” y donde esta es llevada hasta el fin. La
política urbana es especialmente decisiva en el crecimiento capitalista,
y permite comprender la esencia de la contradicción principal entre
capital y trabajo, entre trabajo muerto y trabajo vivo. La segregación
urbana es un indicador que muestra, por un lado, las zonas centrales
de producción intelectual y, por otro, las zonas periféricas dedicadas
a la generación y reproducción de la fuerza de trabajo mutilada en su
desenvolvimiento intelectual y su “derecho a la ciudad”. En ese sentido,
los movimientos sociales urbanos representan la aparición de una contrahegemonía de las clases dominadas (en los términos de Gramsci).
La cuestión del proyecto político fue suscitada por Lojikine (1981: 298),
con el fin de percibir el alcance histórico real del movimiento a partir
de su relación con el poder político, a modo de análisis de las reivindicaciones y acciones propuestas y realizadas. Lo que difiere es el objetivo
de Lojikine, centrado en determinar si el movimiento puede producir
un verdadero cambio en el sistema socioeconómico.
Siendo que el Movimiento de los Sin Techo de Brasil es un movimiento que lucha por la vivienda, se dirige necesariamente a las agencias e instituciones del Estado. El objetivo de su acción colectiva pasa
directa y obligatoriamente por el campo político, reclamando cambios
en la política urbana. El aspecto político se revela en su relación con
las políticas convencionales, partidos y procesos electorales. Melucci
(1989) ofrece pistas para comprender la emergencia del movimiento y,
por otra parte, los estudios de Gramsci (1984) acerca de los partidos
73
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
políticos pueden utilizarse, desde una perspectiva sociopolítica, en términos de antagonismo, hegemonía e ideología.
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Nicolás Iñigo Carrera*
Algunos instrumentos para el análisis
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Historia Reciente
Introducción
Los discursos acerca del fin de la política en las
calles y la desaparición de la clase obrera
En la sociedad capitalista contemporánea, tanto en los países centrales como en los dependientes, fracciones sociales excluidas del poder
político (pueblo) se manifiestan por fuera de los canales establecidos
en el sistema institucional político y jurídico, aunque no necesariamente enfrentadas a ese sistema y, frecuentemente, vinculadas a algunas de sus instituciones. El discurso del fin de la política en las calles,
dictaminado en la década del noventa por historiadores del mundo
académico y universitario argentino, fue derrotado por la realidad
misma: desde Francia hasta Chile, pasando por Argentina, Bolivia,
Ecuador, México y Venezuela, las movilizaciones y luchas callejeras
son un rasgo sobresaliente de la lucha política actual. Esta derrota
muestra la debilidad de los criterios de supuesta cientificidad basados
en dictámenes de una comunidad académica que rechaza la utiliza-
* Historiador. Profesor de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Programa de
Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA).
77
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
ción sistemática de instrumentos teóricos en la reconstrucción de la
realidad por el pensamiento1.
Mayor difusión aun que el discurso acerca del fin de la política
en las calles tuvo el que proclamaba la desaparición del proletariado
como sujeto histórico. A partir de la década del ochenta, las ciencias
sociales, y también la historia, fueron campo de una poderosa ofensiva
del discurso que afirma que las transformaciones científico-técnicas
desarrolladas en la actual fase capitalista dan como resultante una tendencia a la disminución, cuando no a la lisa y llana desaparición, de la
clase obrera como sujeto principal del movimiento de la sociedad. En
las luchas sociales, su lugar pasa a ser ocupado por los llamados nuevos
movimientos sociales (Offe, 1992).
Ese discurso tuvo una amplia difusión en América Latina, de la
mano de autores como Alain Touraine, Manuel Castells y sus voceros
locales, aunque su resultante sobre los análisis de las luchas políticas y
sociales registró diferente importancia de acuerdo a cómo fuera la especificidad de cada sociedad y el peso que en ella tuviera la clase obrera.
Las siguientes reflexiones sobre el tema, aunque aplicables a
otros países de América Latina, se originan en la observación de la experiencia argentina, quizás uno de los casos en los que aquel discurso
impactó más y tuvo una mayor acogida entre académicos e intelectuales. Este impacto no fue casual en una sociedad donde la clase obrera
ocupaba, desde hacía casi un siglo, un lugar central en la actividad
productiva y las luchas políticas, y donde la ofensiva encabezada por la
oligarquía financiera por medio de sus cuadros militares había transformado drásticamente algunos rasgos de la fisonomía del capitalismo
(aunque, obviamente, no su naturaleza)2. Una sociedad, cabe agregar,
donde la población identificada (y autoidentificada) como indígena era
numéricamente ínfima, pero donde algunos de los llamados nuevos
1 Ver, por ejemplo, en Romero (1996) el explícito abandono de categorías teóricas rigurosas y la exaltación de los dictámenes de la comunidad académica. No es casual que este
autor afirmara, refiriéndose a la primera mitad de la década del noventa: “La retirada
del discurso y de la movilización callejera fue general” y que “el espíritu público renació,
gradualmente, en la segunda mitad de la década, sin que reapareciera la política en la
plaza o en las calles” (Romero, 2000: 515-516).
2 La ofensiva llegaba en un momento del capitalismo argentino en el que el capital financiero lograba establecer su hegemonía y comenzaba un nuevo período en su desarrollo.
Si nos planteamos como objeto de estudio la historia reciente (y sabiendo que no existe
historia que no sea observada desde los interrogantes que la realidad presente del historiador le plantea), debemos intentar determinar cuáles son los atributos de estos últimos
treinta a cincuenta años que permitirían delimitar un período. A comienzos del siglo
XX, este fue anunciado como el siglo del capital financiero; predicción que, pocas dudas
caben, se ha realizado: estamos transitando la fase de la hegemonía de ese capital que
es, a la vez, la de la descomposición del capitalismo. Pero es necesario profundizar en la
investigación de los rasgos del capitalismo a partir de la década del setenta.
78
Nicolás Iñigo Carrera
movimientos sociales, como el movimiento de mujeres, tenían aproximadamente un siglo de existencia.
El mundo académico y político argentino adhirió al sentido común que indicaba que esa drástica transformación daba lugar a los
llamados procesos de exclusión social, que tendrían como resultado que
la lucha de clases de base socioeconómica fuera sustituida por la lucha
de base sociocultural, con protagonistas como los pobres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños, indígenas, migrantes, etc. (Villarreal, 1996).
Transcurrido más de un cuarto de siglo desde el inicio de aquella
ofensiva que reivindicaba el papel de los nuevos movimientos sociales
frente a la clase obrera, resulta interesante contrastar ese discurso con
los procesos históricos efectivamente desarrollados en la realidad.
La realidad de la rebelión
Veamos algunos datos. La investigación acerca del proceso de rebelión desarrollado en Argentina durante la década del noventa, que culminó con la
insurrección espontánea de diciembre de 2001, permite una refutación empírica de ese discurso en lo que hace al lugar que en él ocupa la clase obrera, es
decir, los expropiados de sus condiciones materiales de existencia que sólo
pueden obtener sus medios de vida bajo la forma del salario, reciban este
o no; y también respecto del peso en los procesos de lucha de la histórica
forma de organización de sus intereses económicos inmediatos dentro del
capitalismo: la organización sindical (Cotarelo e Iñigo Carrera, 2005).
Del total de 7.643 hechos de rebelión que hemos registrado entre
diciembre de 1993 y diciembre de 2001, el 55,7% fue realizado por asalariados3, mientras que los nuevos movimientos sociales llevaron a cabo
tan pocos que debieron ser incluidos en la categoría residual otros4, a
3 Contrariamente a un discurso que construye sus categorías con criterios subjetivos,
la categoría asalariados (y todas las utilizadas en nuestra investigación) se asienta en
criterios objetivos. No se trata de que hayamos privilegiado la relación salarial, sino que
incluimos en esa categoría a la población que sólo puede obtener sus medios de vida bajo
la forma del salario (los obtengan o no) y realizan hechos que tienen como meta reivindicaciones que hacen expresamente a esa situación. Por ejemplo: si un grupo se moviliza por
aumento de salarios o contra despidos o por mejoras en sus condiciones de trabajo o por
obtener un salario (desocupados), es categorizado como asalariados; si ese mismo grupo
se moviliza en demanda de mejoras edilicias en su barrio, será categorizado como vecinos
o villeros, según corresponda; si el mismo grupo se moviliza por fallas en el suministro
de energía eléctrica, será categorizado como usuarios. En síntesis, el predominio de la
categoría asalariados no es resultado de que privilegiemos la relación salarial, sino de que
la mayoría de los hechos ha sido protagonizada por quienes sólo pueden vivir mediante
el salario y se movilizan en relación con ello.
4 Incluye usuarios y consumidores, jóvenes, indígenas, prostitutas y travestis, políticos y
periodistas, hinchas de fútbol, víctimas de la represión, sacerdotes, veteranos de la guerra
de Malvinas, murgueros, ciclistas, residentes extranjeros, niños, discapacitados, homosexuales, policías y sus familiares, diabéticos y otros enfermos, mujeres, protectores de
79
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
la que corresponde el 7,9% de los hechos. Otra categoría “vieja”, que
también remite a clases sociales, los pequeños propietarios, ocupó el
segundo lugar (9,8%). Mientras categorías que poco tienen de nuevas,
como estudiantes (8,4%), pobres (5,7%), vecinos (4,5%) o dirigentes y
militantes políticos (3,9%), reunieron una cantidad de hechos que les
permite aparecer con entidad propia. No hay datos sobre el 4%. Cabe
aclarar que de los hechos realizados por asalariados (4.256), dos terceras partes (66,7%) corresponden a asalariados ocupados y un 17,5% a
desocupados (Cotarelo e Iñigo Carrera, 2005).
Más contundente aún resulta observar quiénes convocaron a tales actos. El 37,2% de los hechos fue convocado por organizaciones
sindicales, el 7,2% por organizaciones empresarias, el 7% por organizaciones político-sindicales o de desocupados y el 6,8% por organizaciones estudiantiles; los partidos y otras organizaciones políticas
convocaron el 2,2% de los hechos y las multisectoriales, el 1,1%. Hubo
6,3% de hechos sin convocatoria (espontáneos), y los llamados nuevos
movimientos sociales quedaron subsumidos en la categoría otros, a la
que correspondió el 6,9% de los hechos5; en una cuarta parte de los
hechos (25,3%) no hay datos del convocante6.
Los asalariados (principalmente los ocupados), los pequeños propietarios y los pobres –todos ellos determinados en relación con su situación
socioeconómica (la propiedad de las condiciones materiales en que se desarrolla su vida, que hacen a su situación de clase)– dan cuenta de casi las
tres cuartas partes de los hechos; el otro protagonista son los estudiantes,
categoría social nada novedosa por cierto. Las organizaciones sindicales,
las empresarias y las de desocupados, que también remiten a la organización de intereses económicos, convocan a la mitad de los hechos (51,4%).
Es esta verificación empírica la que nos lleva a poner en cuestión
el uso habitual de instrumentos de análisis que no dan cuenta del conjunto de la situación real, dejando de lado sus rasgos centrales, porque
no toman como dimensiones principales del análisis el enfrentamiento
social y las clases sociales.
animales, turistas, madres y padres por restitución de hijos, ecologistas, automovilistas y
peatones, feligreses de credos religiosos, miembros de colectividades étnicas, bomberos,
mutualistas, presos y sus familiares, familiares de víctimas de crímenes o accidentes,
ciudadanos y pueblo.
5 No consideramos nuevo al movimiento de desocupados. Si bien estuvo lejos de la magnitud que alcanzó en los primeros años de la década actual, el movimiento de los desocupados protagonizó ataques a tiendas, marchas del hambre y manifestaciones en Buenos
Aires y sus alrededores y en Rosario entre 1930 y 1934. Por lo demás, dicho movimiento
no tiene una base sociocultural sino económico-social.
6 Corresponden en su gran mayoría a saqueos de comercios producidos en diciembre
de 2001, que no fueron espontáneos, pero de los que no hay información sobre el
convocante.
80
Nicolás Iñigo Carrera
En este artículo haremos algunas consideraciones acerca de
cómo desarrollamos nuestra investigación, pasando de las personificaciones de categorías económicas (asalariados, empresarios, pobres) y
sociales (estudiantes) a un análisis basado en la confrontación (potencial o efectiva) entre fuerzas sociales que expresan los intereses contrapuestos de las clases sociales fundamentales7.
Individuos, actores colectivos, clases sociales
Nuestro punto de partida teórico es el conocimiento acumulado para
el análisis de los procesos de rebelión. No supuestos, sino surgidos de
la investigación de la realidad. Los instrumentos referidos encuentran
su asiento en la teoría social clásica, pero su aplicación a una situación
específica requiere realizar precisiones y articulaciones entre ellos, en
la misma medida en que las leyes (tendencias), propias de la sociedad
capitalista, aparecen modificadas en mayor o menor grado cuando se
analizan situaciones concretas (Marx, 1973: 546): es necesario avanzar
desde las “relaciones generales abstractas determinantes” hacia “lo concreto” como “síntesis de múltiples determinaciones” (Marx, 1968).
Aunque los hechos históricos no son resultantes de acciones individuales de dirigentes sino de un proceso que involucra a sujetos colectivos, aún hoy buena parte de la producción historiográfica se asienta en
esa concepción, que tiene su manifestación más extrema en la frase de
Winston Churchill, que afirmó que no hay historia sino sólo biografías.
Nuestro punto de partida es otro. Los dirigentes son un producto
social, resultante de una singular combinación de múltiples relaciones
sociales que convierten a un individuo en dirigente, que ocupa ese lugar
porque tiene la capacidad para servir a una necesidad del movimiento
de la sociedad en un momento específico. Producto social porque cumplen una necesidad histórica; se constituyen en mediación de ciertas
relaciones sociales que hacen a la formación y realización de una fuerza
social; y sirven a una necesidad social porque articulan la fuerza, en
confrontación con otras fuerzas sociales. Se constituyen en mediación,
en articulación de ciertas relaciones sociales que hacen al interés de
alguna de las clases sociales en confrontación.
7 Analizar los procesos históricos tomando como dimensión principal la confrontación
entre las clases sociales significa que las clases en sentido pleno no existen fuera del
enfrentamiento social; enfrentamiento que se manifiesta bajo muy diferentes formas,
incluso a nivel individual. Esta orientación teórica impide cualquier tipo de esencialismo.
Excede a este trabajo la refutación a quienes consideran un sustancialismo el análisis de
la sociedad en términos de clases sociales con el argumento de que estas son sólo una
construcción lógica y no existen en la realidad; basta la constatación empírica de la existencia de ricos y pobres, la forma más inmediata en que se manifiesta la existencia de los
grupos sociales fundamentales en el capitalismo.
81
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
La “serie infinita de paralelogramos de fuerzas” que planteó
Engels como constitutiva del hecho histórico8 es más que la simple
suma algebraica de las voluntades individuales; es un producto social,
y tiene un plus social, analógico al que señaló Marx al referirse a la
potenciación de la fuerza productiva del trabajo por la cooperación
entre los trabajadores (Marx, 1973: 259-271). Pero, además, los conjuntos humanos se mueven detrás de metas e intereses que no son
puro producto de su voluntad: existen condiciones que determinan
la existencia misma de esos grupos y, sobre esa base, sus metas e
intereses. Aunque no puedan ser consideradas las primeras, ya que
están precedidas por las determinaciones naturales, ocupan un papel
fundamental las condiciones materiales de reproducción de la vida,
que dividen a la sociedad en clases sociales: en su forma más general,
los propietarios y los no propietarios de sus condiciones materiales
de existencia. Difícilmente podrá soslayarse que la reproducción de la
vida material (y por ende las relaciones establecidas en esa actividad
por los seres humanos) constituye una dimensión basal de cualquier
análisis: sin vida material no hay humanidad y, por ende, no hay sujeto
de la Historia. Esto no significa reducir la Historia al movimiento de la
economía: el análisis de las relaciones políticas, jurídicas, culturales
(lo que ha sido sintetizado como relaciones ideológicas, ya que pasan
por la conciencia y voluntad humanas), que expresan y a la vez operan
sobre la producción de la vida material, constituye una necesidad ineludible. Ambos conjuntos de relaciones (materiales y no materiales)
deben ser considerados en su movimiento, que no es sincrónico ni
lineal sino contradictorio, con cambios cuantitativos que devienen
cualitativos. La sociedad, atendiendo a la reproducción de la vida material, se encuentra formada por grupos sociales fundamentales (en
los que pueden delimitarse fracciones y capas) que se constituyen plenamente en clases sociales en los momentos en que toman conciencia
de sus intereses (inmediatos o históricos) en confrontación con otras
clases sociales.
El sujeto colectivo de la Historia son las clases sociales en
confrontación. Las metas de las clases, en cada momento histórico,
8 “La historia se hace ella misma de tal modo que el resultado final proviene siempre de
conflictos entre gran número de voluntades individuales, cada una de las cuales está hecha
a su vez por un cúmulo de condiciones particulares de existencia. Hay pues innumerables
fuerzas que se entrecruzan, una serie infinita de paralelogramos de fuerzas que dan origen
a una resultante: el hecho histórico. A su vez, este puede considerarse como producto de
una fuerza que, tomada en su conjunto, trabaja inconsciente e involuntariamente. Pues el
deseo de cada individuo es obstaculizado por el de otro, de lo que resulta algo que nadie
quería. Así es que la historia se realiza a la manera de un proceso natural, sujeta también
ella esencialmente a las mismas leyes del movimiento. Pero [...] cada una contribuye a la
resultante, y en esa medida está incluida en ella” (Marx y Engels, 1973: 379-381).
82
Nicolás Iñigo Carrera
están vinculadas con los grados de conciencia que tienen de sí, de
las otras clases y de las relaciones entre ellas. Los grados de conciencia hacen al momento que transitan en su constitución como
clases sociales, en un proceso obvia­mente no lineal formado por
enfren­t amientos sociales. Las clases se constitu­yen en el proceso de
la lucha. Es por eso que la mirada del investigador debe centrarse
en los enfrentamientos sociales, en los que se expresa el movimiento
de la sociedad.
Esta consideración del hecho histórico aparta nuestro abordaje metodológico del de quienes analizan la acción colectiva contenciosa y discontinua, concepción teórica desde la que se han realizado las
caracterizaciones más difundidas acerca de las luchas sociales contemporáneas y que también aparece rechazando a la Historia como
resultante de la acción de los dirigentes. Esa concepción, que orienta
hoy muchas investigaciones realizadas por sociólogos e historiadores, tiene como objeto a conjuntos de individuos y sus motivaciones,
tomando en cuenta intereses, organización, movilización (control de
recursos), oportunidad y acción colectiva. El nuestro, más bien, es la
sociedad en movimiento, con los consiguientes procesos de confrontación (y alianzas) entre las clases que la componen. Charles Tilly
(1978) apela a Marx y lo coloca en la base de su modo de investigar
la acción colectiva. Pero esa apelación no llega a la práctica: para
diferenciarse de lo que llama marxismo ortodoxo9, destaca la “considerable importancia atribuida a los procesos políticos e intereses que
no están basados de manera obvia y directa en el conflicto de clases”,
algo que ni Marx ni Engels ni sus continuadores negaban. No obstante para Tilly, las clases quedan reducidas a “cualquier conjunto en
una misma relación con los medios de producción”; en el mejor de los
casos, las define en la relación con la organización de la producción.
Aunque Tilly afirma varias veces, sin desarrollarlo, que el análisis de
la lucha de clases en Marx abarca más, sólo toma en cuenta y le atribuye esta referencia a los intereses que surgen inmediatamente de
las relaciones establecidas en la actividad productiva. Desecha así los
instrumentos utilizados por el mismo Marx en el análisis del campo
de las relaciones políticas y jurídicas y las formas de la conciencia,
expuestos, por ejemplo, en la Crítica de la filosofía del derecho, en La
cuestión judía y en el mismo El capital, para no hablar de toda la elaboración posterior desde ese cuerpo teórico –por ejemplo, la forma
religiosa que toma la lucha de clases en determinadas condiciones
9 En la medida en que la teoría fundada por Marx se plantea como un método para el
conocimiento científico de la realidad, resulta una extensión abusiva aplicarle términos
propios de dogmas religiosos, con lecturas e iglesias ortodoxas o heterodoxas.
83
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
(Engels, 1970). El socialismo científico queda así reducido a un análisis de las clases en términos exclusivamente económicos10.
Sobre esa definición meramente económica de las clases sociales,
Tilly adosa una construcción inspirada principalmente por el liberalismo (John Stuart Mill), articulada sobre la movilización de recursos y
la oportunidad.
¿Cómo se expresa el liberalismo con relación al análisis de los
procesos de rebelión? La teoría de la acción colectiva tiene entre sus
limitaciones metodológicas la definición de actores colectivos que implican relaciones sociales pero no necesariamente a la sociedad, en
tanto esta contiene clases sociales, constituyentes de esos actores. En
consecuencia, puede definir, muy imprecisamente, que existe política
contenciosa cuando “gente común, frecuentemente aliada con ciudadanos más influyentes, se unen en confrontación contra elites, autoridades
y oponentes” (Tarrow, 1998: 2), aplicándolo a sociedades constitutivamente diferentes. Lo mismo ocurre cuando Tilly (1995: 20-21) define
revolución (“transferencia por la fuerza del poder del Estado”), cosificando al Estado en un aparato, e intenta aplicar un modelo de análisis
a procesos, desde la Revolución Francesa hasta la desarticulación de
los países socialistas, generados en formas de organización social distintas, regidas por leyes generales diferentes, y que, por consiguiente,
necesitan de instrumentos de análisis variados11.
En síntesis, esta orientación teórica pretende investigar la rebelión analizando las formas abstractas en las que actúa un sujeto abstracto (gente). Considera que los individuos se agrupan de diferentes
maneras de acuerdo con distintos intereses, sin atender al lugar de las
clases sociales como constitutivas de la sociedad. Partir de conjuntos
de individuos (gente) como constituyentes de los actores colectivos, y
no de las clases sociales como constituyentes de los individuos, permite
explicar su “confianza en Mill” (Tilly, 1978: 48), lo que se refleja en la
observación de motivaciones individuales más que en las tendencias
(leyes) que rigen el movimiento de la sociedad.
Este rechazo a considerar la centralidad de las clases sociales
conduce a un análisis fraccionante de la sociedad. Y este es su punto
de intersección con las teorías de los nuevos movimientos sociales a
las que nos referimos al comienzo de este trabajo. Es la pérdida de
centralidad de las clases sociales, en un análisis que coloca en pie de
10 Ver, por ejemplo, cómo considera “excepción” al análisis de Marx del gobierno de Luis
Napoleón (Tilly, 1995: 13). Lo que en Tilly es reducción en Tarrow (1998: 11-13) se vuelve
caricatura, extendida a la relación entre Marx, Lenin y Gramsci.
11 Esto no se salva con el rechazo de toda pretensión de universalidad que plantea Tilly
(2000: 11), cuando en su definición de acción colectiva limita sus “argumentos y las conclusiones” al norte de Europa.
84
Nicolás Iñigo Carrera
igualdad a cualquier movimiento social, lo que explica por qué no se ha
podido dar cuenta de la centralidad de la clase obrera en la rebelión de
los noventa.
Clases sociales, estrategias, alianzas sociales, relaciones de
fuerzas
¿Cómo abordamos nosotros el análisis de los procesos de rebelión
en Argentina, considerando como motor la confrontación entre las
clases sociales?
En primer lugar, partimos de saber que es un país dependiente donde el capitalismo, medido por la extensión de las relaciones sociales que
le son propias, está desarrollado. Esta caracterización general nos señala
dos líneas de confrontación que están potencialmente siempre presentes:
la que hace a la dimensión liberación nacional-dependencia (naciónimperialismo) y la que hace a la dimensión liberación social-explotación
(expropiados-propietarios de condiciones materiales de existencia).
Si se trata de observar la confrontación entre las clases sociales
–y el desarrollo de la lucha de clases es el desarrollo de la guerra civil–,
es fundamental observar las estrate­gias que se dan, en un momento
histórico determinado, las distintas clases sociales. El ordenamiento
en los enfrentamientos sociales permite descubrir la meta y el camino
que se ha dado una clase social en determinado momento histórico.
En todo momento existe algún tipo de conducción, explícita o no, de la
lucha: en la medida en que no hay actividad humana que no pase por
la conciencia de los que la protagonizan, los que luchan lo hacen con
una determinada conciencia de sí y del mundo que los rodea (Gramsci,
1984). Al pasar por la conciencia del sujeto colectivo que es la clase
social, el resultado son los ya citados “paralelogramos de fuerzas” a los
que hace referencia Engels. Porque dentro de una misma clase existen
grados de conciencia distintos, que se vinculan con aspectos parciales o
totalizadores de su situación, y por ello con intereses inmediatos parciales o intereses que hacen a su totalidad como seres humanos; de manera
que, si bien en definitiva sólo puede haber dos formas de conciencia,
socialista o burguesa, en ambas hay grados.
En el análisis tomamos en consideración la existencia de fracciones y capas dentro de las clases sociales. Y que, cualquiera sea la estrategia de los expropiados en un determinado momento histórico, en ella
está presente la necesidad de establecer alianzas con fracciones sociales
de otras clases sociales: para realizar su interés necesitan constituir
fuerza social, y esta fuerza sólo puede existir constituyendo alianzas,
que son las que se enfrentan en la lucha. En la fuerza social cada fracción o clase puede tener su estrategia, pero la fracción o clase dirigente
de la alianza lo es porque ha logrado presentar su interés como el in-
85
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
terés del conjunto. Y según la fracción o clase dirigente en la alianza
será el interés que se realice. Descubrir cuál sea la forma de conciencia,
determinar el grado de autoconciencia y organización alcanzado, lo
que se expresa en el interés que defiende y en la meta que se propone, y
cuáles son las alianzas que para ello establece, constituyen el problema
a resolver. Por eso, un problema planteado en nuestra investigación fue
en qué medida se formó una fuerza popular entre 1993 y 2001.
No obstante, preguntarse por el grado de constitución de una
fuerza social nos plantea también interrogantes acerca de qué tipo
de fuerza social se trata. En el análisis del movimiento de oposición
puede plantearse la existencia de tres fuerzas: de la protesta, de la
oposición obrera o popular y de la oposición burguesa. Sin embargo,
esta aproximación nos conduce a otro conjunto de problemas: ¿puede haber una fuerza de la protesta? ¿O la protesta, tal como la define
Engels (1965: 209-210), no constituye fuerza, es dispersa y se agota en
sí misma? La comúnmente denominada oposición al modelo neoliberal, que es lo que aparece en las calles en Argentina y otros países de
América Latina, ¿es oposición política? Si lo es, ¿es oposición a las
políticas del gobierno, al gobierno mismo o al sistema vigente? ¿Cómo
se entrelazan esas tres oposiciones? ¿En qué grado de constitución se
encuentra una fuerza de oposición política, lo que debería incluir una
referencia al grado de constitución de sus cuadros?
Pero, además, la existencia de una fuerza social popular en el campo de las relaciones políticas, cualquiera sea el momento de su constitución en que se encuentre, nos obliga a determinar las relaciones de
fuerzas existentes en la sociedad: desde la relación de fuerzas sociales objetiva hasta la relación de fuerzas políticas inmediata (Gramsci, 1981).
El objeto de investigación
Partir de las clases sociales en confrontación delimita el objeto de nuestra
investigación: la rebelión. Este concepto, tomado de Engels (1965), es más
preciso que conflicto o acción colectiva porque remite explícitamente a la
contraposición de los intereses históricos de las clases sociales. Y es más
abarcador que protesta y lucha porque contiene a ambas12.
Rebelión constituye una escala que toma distintas formas, desde
“la más incivil e inconsciente forma” (el robo, el delito común) (Engels,
1965: 209) hasta la insurrección13.
12 De Engels se desprende que la protesta, sea individual, como el delito, o colectiva, no
ataca la raíz de la situación que se quiere modificar.
13 Con su especificidad en cada momento histórico: Engels la determinó obrera consciente; Lenin, como armada del pueblo; en el siglo XX, la teoría del socialismo científico
incorporó la guerra revolucionaria.
86
Nicolás Iñigo Carrera
Las diferencias cualitativas permiten construir una escala desde
las formas más inconscientes y espontáneas hasta las más conscientes
y sistemáticas. El movimiento puede ascender y descender en la escala,
implica direccionalidad (aunque no necesariamente en una determinada dirección) y permite medir momentos.
Es justamente porque su método de análisis incluye una escala
de las formas de lucha que resultan de gran utilidad los aportes de la
historiografía inglesa y sus descripciones de las formas primitivas de la
rebelión (Hobsbawm, 1968) y las ideas inherentes e ideas derivadas y su
combinación (Rudé, 1981), que permiten analizar mejor las formas de
conciencia y de rebelión existentes, y contribuyen a ubicarlas de modo
más preciso en la escala14. Aunque resulta útil su análisis de la economía moral de la multitud, la referencia a una escala es menos clara en
Thompson (1979; 1995).
Cabe agregar que la construcción de esa escala permite, a la vez,
superar maneras de nominar algunas de las formas que toma la rebelión, que son de uso general, pero poco preciso, como explosión social,
azo15 o pueblada, contraponiéndoles conceptos como motín, revuelta,
toma y defensa de una posición, insurrección. Esto se vincula con un
aspecto central de nuestra investigación: el intento por conceptualizar.
Las nominaciones comunes pueden remitir a las ideas inherentes (Rudé,
1981) en una sociedad, e incluso constituir una primera aproximación
al conocimiento, pero no permiten relacionarlo con el conocimiento
científico universal, con un cuerpo teórico.
La escala de la rebelión
Un problema en sí mismo, cuando abordamos la historia latinoamericana reciente, es conocer el alcance del objeto de investigación:
una de las formas consideradas primitivas, el delito, se ha extendido. Una primera mirada asocia esa extensión al crecimiento de
una población sobrante para las necesidades actuales del capital
(que en Argentina, por ejemplo, alcanzaría a alrededor de dos tercios de la población): la necesidad de obtener medios de vida para
aquellos expropiados de sus condiciones materiales de existencia
que no pueden obtenerlos bajo la forma del salario multiplica los
14 Los primeros problemas que nos planteamos en nuestra investigación surgieron de
comprobar la existencia actual de formas primitivas, con rasgos semejantes a los analizados por esos autores, y que permitían ir más allá de la interpretación inmediata de una
resistencia al ajuste (Iñigo Carre­ra y Cotarelo, 1997: 121-122).
15 En Argentina se ha generalizado el uso del sufijo “azo” para referirse a movilizaciones
con lucha callejera. Incluso ha habido un intento por darle a “azo” estatus teórico, distinguiéndolo de “pueblada” de acuerdo al contenido de clase.
87
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
hechos delictivos16. ¿Constituyen estos hechos el escalón más bajo de
la rebelión? Si bien una porción importante forma parte del crimen
organizado, si se tienen en cuenta algunos rasgos que presenta la
participación de jóvenes pobres en relación con la propiedad privada y la autoridad establecida, aparece un elemento de rebelión. La
distinción que hace Michel Foucault entre ilegalismos y una forma
específica de ilegalismo, la delicuencia, aparentemente marginada
pero centralmente controlada, podría servir para distinguir entre
rebelión y crimen organizado17. La necesidad de separar previamente al crimen organizado, lo que constituye una investigación
en sí misma, nos ha impedido incluir el delito en nuestro registro
y análisis. Sí podemos, en cambio, incluir la revuelta, en la que el
elemento de protesta está presente, en su forma más inconsciente
(Iñigo Carrera et al., 1995).
En Argentina, determinamos un ciclo que se inició con el motín,
levantamiento espontáneo de gente oprimida, desesperada, con elementos de venganza, pero que se agota en sí mismo18. Que fue seguido, si
se atiende a las formas que se dan por fuera del sistema institucional,
por la toma y defensa de una posición o lucha de barricada, que pueden
involucrar la toma de una ciudad19, hasta llegar a la insurrección espontánea20 (Cotarelo e Iñigo Carrera, 2005).
16 No estamos haciendo referencia aquí a que, desde el régimen de dominación, y siguiendo los vaivenes de la correlación de fuerzas entre las clases sociales, se pretende
criminalizar la pobreza y la resistencia a las condiciones que se intentan imponer, constituyendo en delito las manifestaciones de la protesta, por las que (a pesar del cambio de
política gubernamental) en 2004 había en Argentina más de 4 mil procesados. Guerra a
los pobres disfrazada de guerra al delito, con “la idea del criminal como enemigo interno”
(Foucault, 2000: 93).
17 Hoy el crimen organizado constituye ramas de la actividad económica y de la organización institucional política. Por ello, cabe preguntarse en qué medida el incremento del
delito es resultante de la fase que transita el capitalismo, con el consiguiente cambio en
la consideración de lo que es legal e ilegal, e incluso de la centralidad de determinadas
actividades económicas. Debería investigarse (lo que nos aleja del análisis del delito como
forma más inconsciente de la rebelión pero no del medio en que se desarrolla) cuál es el
aspecto del delito funcional al sistema institucional vigente, en el sentido que planteaba
Foucault para el siglo XIX, y su vinculación con la penalización de la rebelión.
18 En esta forma predomina lo espontáneo, aunque debe recordarse que, como señaló
Gramsci (1984), no existe acción humana puramente espontánea porque no existe acción
humana que no pase por la conciencia y la pura espontaneidad sería la pura mecanicidad.
Lo espontáneo debe ser considerado como forma embrionaria de lo consciente. Aunque
todavía no es lucha, el motín se encuentra en su umbral. Sus protagonistas comienzan a
delimitar embrionariamente a su contrincante (Cotarelo, 1999).
19 Como ocurrió, por ejemplo, en Cutral Có-Plaza Huincul (Klachko, 2002).
20 Los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 recibieron el nombre de Argentinazo.
Dicho nombre se constituye en amalgama y ariete ideológico de una fuerza popular por
las siguientes razones: permite entroncar los hechos presentes con uno de los momentos
88
Nicolás Iñigo Carrera
Pero estas formas no deben hacer olvidar la existencia de otras
que tienden a desarrollarse dentro del sistema institucional, aunque
puedan eventualmente aparecer por fuera. Fundamentalmente, la huelga general 21 y, en particular, la huelga general con movilización, que
cumplió un papel articulador de las luchas en la década del noventa
(Iñigo Carrera, 2001).
Los hechos de rebelión
Para investigar la rebelión comenzamos por delimitar y registrar cada
uno de los hechos que la constituyen, y que son nuestra unidad de registro. A partir de dicho registro, construimos las distribuciones que hacen
observables los rasgos de la rebelión y que nos permiten aproximarnos
a algún grado de medición de las tendencias existentes en el proceso
histórico investigado. Podrá objetarse que este tipo de registro y mediciones sólo posibilita llegar a resultados exclusivamente cuantitativos.
Pero si se tiene presente la ley de la transformación de la cantidad en
calidad, se puede intentar avanzar en el conocimiento del proceso histórico analizado a partir de conocer, por ejemplo, quiénes son los sujetos
que más hechos realizan, de qué tipo de hechos se trata, cuáles son sus
metas, si los hechos son realizados en conjunto por más de un sujeto, si
existen solidaridades entre ellos, etcétera.
más altos de las luchas de masas de la historia argentina, al evocar los rasgos de combate callejero, vinculándolos con los azos de las décadas del sesenta y setenta; señala la
forma nacional que toma el hecho, colocándolo, en ese aspecto, por encima de los azos
de treinta años atrás. Invalidar el uso del término argentinazo sería pretender invalidar
esa recuperación de la historia de la lucha de las masas en Argentina. Pero el nombre de
argentinazo carece de universalidad, en dos sentidos: refiere sólo a Argentina; remite al
sufijo azo, utilizado sin precisión para denominar hechos que tienen en común el rasgo
de las acciones callejeras pero que son muy distintos entre sí, si se atiende a los intereses
presentes en ellos, sus protagonistas y los procesos históricos de los que forman parte. Por
eso, intentamos su conceptualización, para avanzar en la determinación del período en
que se inserta el hecho y en las tendencias posibles del desarrollo histórico. La descripción
de los hechos de diciembre permite señalar los cinco rasgos de la insurrección espontánea
señalados clásicamente (la muchedumbre en la calle, no organizada, que espontáneamente levanta barricadas, dando lugar a una lucha de calles, en la que las masas pasan por
encima de las organizaciones) (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2004; 2006).
21 En la huelga general, el conjunto de los obreros se une contra el conjunto de los capitalistas y se encuentran con el gobierno del Estado (Marx, 1950). En ella se expresa
potencialmente –no importa la conciencia que de ello tengan sus protagonistas– la lucha
contra la forma de organización social vigente basada en la relación capital-trabajo asalariado. Esa lucha deja de existir en potencia y alcanza su forma desarrollada cuando
toma lo esencial de la política: la organización del poder del Estado; en ese momento ya
ha superado la forma de huelga general, que deja de ser la forma principal para devenir
forma auxiliar. La huelga general es una lucha política; pero esto nada dice acerca de la
forma de conciencia de su situación ni de cómo superarla (reformista o revolucionaria)
que tienen los obreros.
89
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Este camino es el que nos permite mostrar la presencia cuantitativamente dominante de los asalariados durante el ciclo de rebelión
1993-2001 en Argentina, que por cierto dice mucho sobre la cualidad de
ese ciclo (y de la sociedad argentina), dato que permanecía ignorado en
las caracterizaciones habituales.
A la vez, el registro sistemático de los hechos de rebelión permite
determinar cuáles de esos hechos constituyen hitos en ese proceso histórico, en tanto significan cambios cualitativos, y atendienden a alguna
o varias de las dimensiones analizadas (forma de la rebelión, organización, delimitación de un enemigo, etc.). El análisis de estos hechos,
cada uno de los cuales es un proceso en sí mismo, es susceptible de
ser periodizado, y considera a las distintas dimensiones del análisis.
Por ejemplo, teniendo en cuenta quién lo realiza, algo que puede ir
cambiando en el desarrollo del hecho, bien porque se incorporen o se
retiren fracciones sociales (o personificaciones de distintas relaciones
económicas o sociales) o porque, siendo las mismas, cambia el campo
de las relaciones sociales involucrado y, por lo tanto, las metas22.
Un paso fundamental para el análisis de los hitos lo constituyó su
delimitación. Es decir, establecerlos como unidad espacio-temporal. No
siempre esa unidad es evidente ni coincide con lo que es comúnmente
aceptado. Por ejemplo, cuando se analiza lo ocurrido en diciembre de
2001 en Argentina, se suele circunscribirlo (y así nombrarlo) al 20 de
diciembre, momento del combate callejero en el centro político de la
ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, ese enfrentamiento callejero se
produjo por el ataque de la fuerza armada del gobierno (la policía) a las
manifestaciones que como respuesta popular a la declaración del estado
de sitio por parte del gobierno nacional se sucedieron no sólo en Buenos
Aires sino en varias otras ciudades de Argentina desde el anochecer del
día 19. Esta unidad es percibida cuando se nomina al hecho como 19
y 20 de diciembre. Sin embargo, esta denominación también pierde de
vista que la declaración del estado de sitio que desencadenó primero la
manifestación pacífica y luego el combate de masas se debió a la imposibilidad del gobierno de controlar otra forma de rebelión (la más primitiva), que había comenzado como saqueos de comercios para convertirse
en revuelta con elementos de motín, protagonizada principalmente por
las capas más pobres de la población; y esa revuelta, que alcanzó en
algunos lugares a devenir en motín, venía desarrollándose desde el día
13 de diciembre. Asimismo, paralelamente se producían luchas callejeras protagonizadas por asalariados de distintas provincias, por reivindicaciones inmediatas. De manera que la rebelión en las calles, bajo
22 Como, por ejemplo, un hecho (manifestación) de vecinos, que devino concentración de
ciudadanos para terminar en un motín (Iñigo Carrera et al., 1991).
90
Nicolás Iñigo Carrera
diferentes formas, se remonta al día 13; y esto nos conduce a lo que da
inicio a esa semana de confrontación callejera: la huelga general del día
13, declarada con movilización por la Confederación General de Trabajadores (CGT) (secretaría Moyano) y la Confederación de Trabajadores
Argentinos (CTA), y sin movilización por la CGT (secretaría Daer). Sin
duda pueden señalarse antecedentes del hecho de diciembre, y uno no
menor es la magnitud del llamado voto bronca (en blanco, anulado o
abstención de votar, en un país donde el voto es obligatorio), que en
octubre de 2001 ocupó los primeros lugares en muchas jurisdicciones,
e incluso, en algunas como la ciudad de Buenos Aires, el primer lugar.
Pero si se considera la lucha en las calles, el hecho se desarrolla entre el
13 y el 20 de diciembre (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2004; 2006).
A la vez, el hecho puede localizarse dentro de un ciclo de enfrentamientos sociales, de un período y de un momento.
El ciclo está constituido por un conjunto de hechos de rebelión
que, aunque están en distintos puntos de la escala de las formas de
lucha, corresponden a un mismo proceso histórico. No se trata sólo de
un incremento del conflicto y la contienda a través del sistema social.
Ciclo es utilizado en un sentido análogo al del ciclo económico: en un
período más o menos largo, el movimiento de la rebelión pasa por fases de auge o florecimiento (expansión) y otras de crisis (contracción
y estancamiento). No se trata de oleadas, sino de un movimiento en
espiral, que se expande o se contrae. A la vez, si se atiende al desarrollo
de cada ciclo puede observarse en él un proceso de génesis, formación,
desarrollo y crisis. El desarrollo del ciclo puede medirse atendiendo a
las formas que toman los hechos de rebelión que lo constituyen, en relación con la escala de la rebelión (desde el delito hasta la insurrección
consciente); en su desarrollo, pasa del predominio de las formas espontáneas a las sistemáticas o viceversa; obviamente, los ciclos alcanzan
diferentes grados en la escala, son pocos los que llegan al grado más
alto y su movimiento no es lineal. Por lo tanto, no se trata simplemente
de que haya más movilización, más acción colectiva en el número de
hechos o fracciones sociales que abarca, como parecería ser la concepción de ciclo en Tarrow (1998: 142) y Tilly (1995: 10), sino de medir su
calidad con relación a la escala. En la presente investigación hemos
delimitado un ciclo de enfrentamientos sociales que se desarrolla entre
diciembre de 1993 (motín de Santiago del Estero) y diciembre de 2001
(insurrección espontánea).
También localizamos el hecho en un período, que puede ser revolucionario o contrarrevolucionario atendiendo a quién tiene la iniciativa
y remite a una época de cambio en la estructura misma de la sociedad.
El ciclo que analizamos en Argentina se inscribe en un período contrarrevolucionario, que se inicia a mediados de la década del seten-
91
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
ta, en el que la iniciativa la tiene la oligarquía financiera. Según qué
cuadros ejerce el gobierno (militares en función política o políticos),
podemos distinguir dos fases: 1976-1983 y 1983-2001. En este período,
la oligarquía financiera construyó su hegemonía. En ese proceso de
construcción de hegemonía podemos señalar como hitos: la llamada
guerra antisubversiva, desarrollada a mediados de la década del setenta; la manera en que se resolvió la guerra de Malvinas (1982); y la salida
electoral del gobierno militar (1983). La realización de esa hegemonía
se dio después de las hiperinflaciones de 1989 y 1990. Queda planteado como interrogante si el período contrarrevolucionario terminó en
diciembre de 2001.
El momento, que nosotros observamos desde la clase obrera,
puede ser ascendente o descendente, atendiendo a las dimensiones unidad/fractura y alianza/aislamiento; es decir, si lo que prima es la unidad
de la clase obrera y su alianza con fracciones de otras clases sociales,
o si está fracturada y aislada socialmente. La revuelta de 1988-1989
se produce en el punto más bajo dentro de un momento descendente
(1988-1993); cuatro años después, comienza el ciclo 1993-2001, que
se desarrolla en tres momentos: 1993-1997 (ascendente), 1997-1999
(descendente) y 2000-2001 (ascendente) (Iñigo Carrera, 2001; Cotarelo
e Iñigo Carrera, 2005).
Avanzar en estas precisiones, que requieren necesariamente
considerar las clases y fuerzas (alianzas) sociales, nos permite superar
el plano de las personificaciones de categorías económicas y sociales
presentado al comienzo de este trabajo, determinar el grado de constitución de una fuerza popular y su estrategia y la situación (relaciones
de fuerzas) en que se encuentra.
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94
Margarita López Maya*
Notas sobre lo conceptual,
metodológico y las fuentes en el
estudio de la protesta popular
venezolana reciente
En 1996, asediada por el recuerdo imborrable de haber vivido
la mayor revuelta popular ocurrida en las ciudades de Venezuela en el
siglo XX, el Caracazo o Sacudón de febrero-marzo de 1989, sin comprender sus causas –mucho menos hacia dónde nos llevaba– comencé en el
área sociopolítica del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de
la Universidad Central de Venezuela la formulación y desarrollo de una
investigación denominada “La protesta popular en la Venezuela contemporánea”. El objetivo general de ese proyecto era comenzar la construcción de un marco interpretativo global sobre la acción colectiva del
venezolano en el período considerado por la historiografía convencional
como de modernización de la sociedad. Dicho período abarcaba, grosso
modo, desde la dictadura gomecista (que se inició en 1908 y terminó en
1935) hasta nuestros días. La meta general, según reza la formulación
elaborada en 1996, incluía varios objetivos específicos:
-- Elaborar un registro de las principales actuaciones colectivas.
-- Describir y caracterizar tales acciones.
*Historiadora. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora Titular del Centro de Estudios
del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela, Venezuela.
95
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
-- Diferenciar distintos tipos de acción colectiva buscando comprender sus particularidades.
-- Comparar las mismas modalidades de protesta en distintos momentos históricos.
-- Establecer algunos hitos en la acción colectiva.
-- Abrir una línea de investigación que permitiese entrenar en la investigación histórica contemporánea de Venezuela a estudiantes
de pre y posgrado.
-- Establecer vinculaciones académicas e institucionales con quienes en Venezuela, América Latina y otras regiones trabajaban
esta problemática.
Diez años después, al evaluar el desarrollo de las varias investigaciones
realizadas, es necesario reconocer la poca idea que entonces tenía de
la complejidad del objeto de estudio que seleccioné, o la riqueza que su
conocimiento sistemático habría de proporcionarme en la comprensión de la relación entre poder, Estado y sociedad, especialmente en
momentos en que se estaba gestando una transformación profunda del
orden político venezolano. Con el tiempo, el proyecto de investigación
se convirtió en una línea de investigación que –con diversos equipos en
distintos momentos de estos diez años– ha trabajado diferentes períodos o dimensiones de la problemática de la protesta: desde la protesta
de períodos constitucionales acotados, solos o comparados unos con
otros, hasta los marcos culturales en ciertos años, pasando por la construcción de una base de datos computarizada con una serie de más de
11 mil entradas que contiene una parte significativa de las protestas
reseñadas por la prensa en el período democrático, y aun en algunos
otros años previos importantes para la historia de las luchas populares. Otro ángulo desarrollado ha sido la protesta popular vista como
el derecho a la manifestación pacífica, dentro de la perspectiva de los
derechos humanos en sociedades democráticas.
Lo que comenzó siendo una investigación casi solitaria e inédita
en el mundo académico de las ciencias sociales venezolanas hoy es un
poco más popular y algunos investigadores/as y tesis de grado y posgrado, así como publicaciones, dan cuenta de su visibilidad como campo
de construcción de conocimiento (Stephany Ruiz, 2001). El tema de la
protesta popular, por otra parte, sufrió un protagonismo vertiginoso
en el ámbito mundial a fines del siglo XX, y promete mantenerse como
tópico de investigación de primera línea por unos cuantos años más,
vistas las significativas luchas y resistencias contrahegemónicas que se
vienen desarrollando en las naciones de todo el planeta.
96
Margarita López Maya
El propósito de este artículo es explicitar el enfoque y algunas
premisas de orden conceptual y metodológico que han orientado las
investigaciones que he realizado sobre las protestas venezolanas más
recientes, es decir, las desarrolladas por los sectores populares venezolanos desde el Caracazo de 1989 a la fecha. Son el fruto de la revisión y
el estudio de una relativamente vasta bibliografía, principalmente proveniente del campo de la historiografía y la sociología política. En este
libro se intenta contribuir a ampliar y enriquecer el instrumental a la
disposición de quienes se ocupan de estos fenómenos, a partir de relatar
la experiencia particular que en Venezuela hemos desarrollado.
Orientaciones teóricas básicas
Desde el punto de vista conceptual-metodológico, las investigaciones
desarrolladas bajo el paraguas del proyecto de investigación formulado
en 1996 buscaron una aproximación abierta y flexible a la problemática
de la acción colectiva en sociedades periféricas del capitalismo. Como
ya se señaló, estábamos orientados por la preocupación por aprehender
el fenómeno del Caracazo, y planteamos inicialmente algunas preguntas como: ¿por qué la gente se comportó de esa manera? ¿Qué quisieron expresar? ¿Qué impacto podrían tener estos hechos en el proceso
sociopolítico venezolano de mediano o largo plazo?
Luego de algunas exploraciones bibliográficas, y utilizando una
estrategia de aproximaciones sucesivas, el proyecto se fue desarrollando
con una perspectiva ecléctica, que en sus términos más generales considera la protesta, por una parte, como una acción racional de multitudes
y diversos actores, susceptible de ser comprendida mediante la sistematización, análisis e interpretación –con las herramientas adecuadas
provenientes de distintas disciplinas sociales– de información empírica.
Y, por otra parte, que la protesta es además una acción política, desarrollada principalmente por sectores que la evalúan como un instrumento
efectivo para hacer que sus demandas, sus quejas o la expresión de sus
malestares alcancen las instancias de poder donde pueden ser aliviadas
y/o eventualmente modificadas.
Este punto de partida conceptual se fue nutriendo de varias
fuentes teóricas: en primer término, del legado pionero del grupo de
historiadores ingleses de la llamada escuela británica marxista. Se
trata de las obras de George Rudé, Eric J. Hobsbawm y Edward P.
Thompson que, en lo que se refiere a las revueltas de hambre y las
multitudes en la transición de algunas sociedades europeas del antiguo régimen a la modernidad, fueron las primeras guías y estímulos
intelectuales en la aventura de ir conociendo la historia de la sociedad
venezolana desde abajo. El mayor aporte del enfoque historiográfico
marxista británico –además, por supuesto, de la perspectiva marxista-
97
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
holística que contiene– reside en el énfasis que pone en lograr la mayor
precisión descriptiva del fenómeno de la protesta, y en el permanente esfuerzo por estar alerta ante el sinfín de prejuicios que constantemente caracterizan a las fuentes y al mismo investigador, cuando
observa el comportamiento de los más vulnerables sectores de la sociedad exteriorizando su malestar social y político.
La influencia de estos autores se extiende más allá del enfoque
general. El concepto de multitud o muchedumbre histórica, limitado
a ciertos agrupamientos de contacto directo o cara a cara, elaborado
por Rudé, fue central para una primera acotación al sujeto de nuestro
objeto de estudio en el fenómeno del Caracazo (Rudé, 1971: 11). Hicimos nuestro ese concepto, caracterizando como sujetos de las protestas
entre 1989 y 1993 a multitudes venezolanas, y desechando las protestas
que se daban en otros espacios, como los medios de comunicación o
el ciberespacio (López Maya, 1999). Igualmente, tomamos de Rudé las
preguntas básicas a hacerse en una pesquisa de esta naturaleza: ¿qué
pasó concretamente? ¿Cuáles fueron las características de la muchedumbre, o las caras de la multitud? ¿Quién o cuál era el blanco contra el
que se dirigían? ¿Qué eficacia mostraron las fuerzas de la represión, la
ley y/o el orden para acallarlos? ¿Cuál ha sido la significación histórica
del hecho y sus consecuencias? (Rudé, 1971: 19-20).
Aportes conceptuales-metodológicos de Hobsbawm y Thompson
también fueron cruciales. La atención, por ejemplo, a expresiones de
protesta que lindan con la delincuencia, como es el caso de los disturbios
y su actor, el encapuchado, fue sin duda resultado de las lecturas sobre
el bandolerismo social y/o los rebeldes primitivos de Hobsbawm (1983).
Igualmente, el concepto de economía moral elaborado por Thompson,
en su clásica y conocida obra sobre los pobres ingleses del siglo XVII y
XVIII, Costumbres en común (1995), que contiene la idea de una noción
legitimadora tras la acción directa de las multitudes, un código moral
que está siendo violado por las autoridades, ha sido una referencia permanente que influencia nuestra forma de mirar el proceso de rebelión
de la sociedad venezolana durante el período que arranca en 1989 con
la imposición, por parte del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez,
de un programa de ajuste económico de carácter neoliberal ortodoxo
(Thompson, 1995: 213-293).
Sin menoscabo de la invalorable deuda que nuestras investigaciones tienen con estos historiadores, el proceso sociopolítico venezolano
difícilmente puede comprenderse con lentes hechos para entender la
transición de la sociedad inglesa o las sociedades europeas del antiguo
régimen a la modernidad. Por otra parte, también nosotros, como historiadores, nos ubicamos en un tiempo histórico diferente, y nuestro
observatorio está localizado en una geografía signada por condiciona-
98
Margarita López Maya
mientos también distintos. En tal sentido, el diálogo, la desconfianza
y la confrontación con herramientas conceptuales y metodológicas de
estos y otros autores también caracterizan nuestro método, a la luz de
reconocer que se está observando y analizando una realidad histórica
que se ubica en un contexto mundial, regional y nacional harto distinto.
Entre los conceptos difíciles se encuentra, por ejemplo, el mencionado
de economía moral, ya que alude a una cierta valoración positiva de
la idea liberal de la economía utilitaria, y su inevitabilidad dentro de
un indetenible proceso modernizador, en los términos de la inutilidad
de la resistencia dentro de la visión teleológica y el progreso típico del
conocimiento eurocéntrico, incluido el marxista. El término de rebeldes primitivos (Hobsbawm, 1983), referido a los sujetos sin identidad
de clase como precapitalistas o premodernos, o la caracterización de
modalidades de protesta como saqueos y disturbios como fenómenos
prepolíticos (Hobsbawm, 1983) son otros ejemplos, que hoy poco se
sostienen ante su incapacidad de explicar la emergencia y dinámica
de las diversas identidades dentro de lo popular, así como el uso generalizado de las modalidades confrontacionales y violentas por los más
diversos actores modernos. Sin embargo, ese diálogo y confrontación,
y los valiosos aportes críticos sobre ellos dados, por ejemplo, por John
Walton y David Seddon (1994), o por Charles Tilly (1978), permitieron
la construcción de las primeras ideas hipotéticas en relación con los
sujetos y móviles que impulsaron las protestas populares de los años de
ajuste, que expresamos en un trabajo anterior (López Maya, 1999).
En el análisis de la protesta popular venezolana de las últimas
décadas, incorporamos también definiciones y propuestas de método
de otros autores. De ellos, merecen especial mención dos académicos
estadounidenses: Charles Tilly y Sidney Tarrow. Pese a estudiar realidades también bastante distintas de la venezolana de fines de siglo,
conceptos como el de repertorio, elaborado primeramente por Tilly y
luego ampliado por Tarrow, para identificar y caracterizar el conjunto
de formas de protesta típicas de una sociedad, que son estables y sólo
cambian al producirse transformaciones profundas de naturaleza socioeconómica, o el de ciclo de protesta, para identificar los rasgos básicos de un distintivo proceso de movilización popular en una sociedad,
o la tipología general de acciones de protesta, también elaborada por
Tarrow para las protestas italianas entre 1965 y 1975 –protestas de tipo
convencional, confrontacional y violentas– nos han parecido susceptibles de aplicación al caso venezolano y fueron incorporados al diseño
de la base de datos digitalizada El Bravo Pueblo en 1999 (ver Lander
et al., 1999; Tilly, 1978; 1995; Tarrow, 1989; 1996). Otro concepto clave
fue el de la estructura de oportunidades políticas, entendido como un
momento en que se producen ciertas alteraciones políticas externas a
99
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
los grupos o actores sociopolíticos que estos perciben como aprovechables para obtener concesiones del poder (Tarrow, 1996). Son conceptos
compatibles, por otra parte, con el enfoque historiográfico de la historia
desde abajo, ayudan en la sistematización y eventual comprensión del
proceso de protestas como el incesante trabajo de los excluidos de las
esferas de poder por alcanzar la inclusión y sus derechos humanos.
Si bien no podemos ser exhaustivos en esto de mencionar deudas académicas, debemos recordar el concepto de “indignación moral”, brillantemente desarrollado por Barrington Moore, que influencia
nuestros análisis. Y también el clásico trabajo de Frances Fox Piven
y Richard Cloward, Poor people’s movements. Why they succeed, how
they fail (1977). La gente sólo se moviliza cuando ocurre un cambio de
conciencia colectiva, una alteración de la percepción que un actor tiene
de su situación, que lo lleva al convencimiento de que es injusta y, a la
vez, de que si se moviliza puede alterarla.
En 1999, sobre estas bases, construimos nuestra propia definición de protesta popular: la acción disruptiva desarrollada por multitudes, grupos y/o actores de los sectores populares destinada a hacer
público su desacuerdo o desavenencia con normas, instituciones, políticas, fuerzas, autoridades y/o condiciones sociales y políticas. El adjetivo
popular, relativo a lo que en cada sociedad se entiende por pueblo, lo
asumimos de una manera amplia incluyendo a todo el universo social
distinto a las clases dominantes, tanto a los pobres y marginales como
a las capas medias.
Con los años, el conocimiento de los rasgos básicos de la protesta
popular venezolana de la historia reciente, tanto en términos cualitativos, expresados en la identificación de los actores, sus motivaciones,
las modalidades de protesta utilizadas y la naturaleza confrontacional,
convencional o violenta de las mismas, como en las cifras numéricas,
nos permitieron evaluar la magnitud y dirección del cambio que en
las relaciones entre Estado y sociedad se ha estado desarrollando ante
nuestros ojos (que sintetizamos en una publicación reciente: López
Maya, 2006). Como desarrollamos en el artículo que presentamos en la
segunda parte de este libro, con la utilización de descriptores como las
motivaciones y la naturaleza de la protesta, nos ha sido posible encontrar vínculos entre la protesta y las luchas hegemónicas ocurridas en la
sociedad venezolana en distintos períodos.
Finalmente, como de alguna manera se ha venido insinuando a
lo largo de lo expresado anteriormente, nos inscribimos en posiciones
conceptuales que entienden el devenir sociopolítico como algo fundamentalmente abierto, si bien anclado en condiciones socioeconómicas que determinan ciertos límites en la actividad de los hombres.
Pero son las acciones de estos, sus capacidades de organización y
100
Margarita López Maya
lucha, sus esfuerzos por trascender sus intereses individuales y corporativos para dibujar proyectos sociopolíticos, y hacer, mediante la
persuasión o la violencia, que estos alcancen predominio político en
una sociedad los que señalan el rumbo humano. En nuestros trabajos, en ese marco gramsciano, inscribimos la protesta popular: una
herramienta en las luchas por alcanzar la satisfacción de demandas,
que puede ir de la más puntual o reivindicativa hasta la lucha por la
hegemonía en una sociedad.
Las fuentes: bases de datos computarizadas
Una segunda dimensión crucial en el seguimiento, análisis e interpretación de la protesta popular en la historia reciente, no sólo de Venezuela,
sino de cualquier sociedad con su actual complejidad, viene dada por
las fuentes disponibles, su calidad y la forma en que se obtienen y deben
ser tratadas para extraer de ellas la información útil para el registro de
la historia desde abajo.
A lo largo de los años, nuestras investigaciones han descansado fundamentalmente sobre información hemerográfica, recogida y sistematizada en bases de datos computarizadas. En Venezuela, es menester resaltar
que el derecho a la información no está lo suficientemente desarrollado, y
que datos provenientes de fuentes gubernamentales, como informes policiales o de inteligencia, que hubiesen podido servir de base al estudio o
de complemento a la fuente de prensa, fueron en la práctica imposibles de
obtener por primar entre los funcionarios del servicio público la idea de
que constituyen materia confidencial (Escobar Salom, entrevista, 1997).
Asimismo, fuentes privadas como ciertos medios de comunicación audiovisual también se han mostrado en diferentes momentos reacias a abrir
sus archivos o facilitar los videos de sus noticieros para la investigación
académica. Así, pues, la decisión primera en 1996-1997 fue superar estos
obstáculos y concentrarnos en el periódico como fuente central. En años
recientes, han sido más accesibles las fuentes audiovisuales, por el desarrollo que han tenido los medios comunitarios y profesionales independientes
y por el mismo interés de actores dueños de medios de comunicación privados, en su nuevo rol de cuasi-actores políticos.
La recopilación y sistematización de masas de información
hemerográfica significó concebir tempranamente un proyecto de investigación específico para esta materia, que reuniera un equipo de profesionales y estudiantes para desarrollar una estrategia metodológica
conducente a tal fin, que fuera capaz igualmente de encontrar financiamiento para alcanzar sus metas. Después de algunos primeros pasos
individuales, en 1997, bajo mi coordinación, comenzó a desarrollarse
en el CENDES de la Universidad Central de Venezuela, con apoyo financiero del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico (CDCH) de
101
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
dicha universidad, el proyecto de investigación Base de datos El Bravo
Pueblo (BDEBP, Proyecto Nº 26-50-4047-97).
La BDEBP reúne las siguientes características.
-- Su meta es construir un acervo de información sobre la protesta
popular venezolana del siglo XX.
-- Está basada mayoritariamente en información procedente del
diario El Nacional. Se trata de uno de los diarios de mayor circulación nacional, ubicado en Caracas, la ciudad capital del país, y
su posición política es independiente, no controlada por ningún
partido. El Nacional puede considerarse un diario que en general mantuvo en el siglo XX, desde su fundación en 1943, una
posición crítica al gobierno de turno. Su oposición al segundo
gobierno de Carlos Andrés Pérez fue muy radical, contribuyendo
con el proceso de su destitución en 1993. Es, además, un diario
ampliamente leído por las elites políticas y económicas del país,
lo que garantiza que las protestas que allí se reseñan no pasan
desapercibidas por ellas.
-- Cada entrada o unidad de información de la base de datos está
constituida por una reseña de prensa. En tal sentido, es una base
de datos por reseña y no por evento de protesta, con lo que difiere
de otras bases de datos que se han desarrollado en investigaciones de protesta de otras sociedades (Tarrow, 1989; Rucht, 1998).
La mayor complejidad de las tareas involucradas para lograr una
base de datos cuya unidad fuera el evento de protesta implicaba
un nivel de recursos al cual no teníamos acceso. Ello nos hizo
optar por esta decisión. La recolección por reseña de prensa no
permite que esta base de datos sea útil para estimados precisos
de naturaleza cuantitativa sobre los eventos de protesta.
-- Dicha base, por otra parte, está concebida para incluir el total
de reseñas sobre protesta publicadas por El Nacional desde su
fundación en 1943 y completar con otro u otros diarios una serie
de reseñas de protesta de los años anteriores a esa fecha. En la
actualidad, la base de datos dispone de la serie completa de las
décadas del setenta, ochenta y noventa, y están también disponibles otros años dispersos de la década del sesenta, así como años
clave del proceso sociopolítico venezolano, tales como 1935-1936,
1945-1946 y 1958.
-- Cada entrada o unidad de información está constituida por un
resumen del contenido de la reseña, si esta es larga, o una transcripción literal del contenido de la misma cuando es corta.
102
Margarita López Maya
-- Además del resumen de la información de la reseña, cada entrada o unidad de información incluye la codificación de esa información de acuerdo a un conjunto de criterios y definiciones
que se han construido y recogido en un glosario elaborado por
el equipo de investigación (Lander et al., 1999). Los campos de
codificación son nueve: actor, forma de acción, tipo de acción,
motivos, período gubernamental, carácter urbano o rural de la
protesta, ciudad o pueblo de la protesta, estado donde ocurrió
y otro (donde se coloca algún nuevo potencial código derivado
de la información). Cada campo de codificación se subdivide a
su vez en varios descriptores. Adicionalmente, la base posee un
conjunto de descriptores que caracterizan la fuente: periódico,
fecha, autor de la reseña, título y página. El software utilizado
primeramente fue Paradox 7, y hoy es el Access.
-- En los casos de algunos eventos de especial significación en el
siglo, como las protestas producidas en 1987 por la muerte del
estudiante Carballo o las de 1989 durante el Caracazo, la BDEBP
incorpora la información de reseñas de otros diarios.
-- Igualmente se ha recogido en otra base de datos de naturaleza
bibliográfica y hemerográfica información teórica y empírica
complementaria. En dicha base, para los años noventa, se fichó
íntegramente información sobre protesta de dos publicaciones
que mantenían seguimiento de las movilizaciones en Venezuela:
SIC, del jesuita Centro Gumilla y Referencias, del Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (PROVEA).
Además de la BDEBP, en Venezuela existe desde 1989 una base de datos computarizada que contiene datos sobre movilizaciones callejeras,
construida por la organización de derechos humanos PROVEA. Es una
fuente invalorable del estudio de la protesta que, a diferencia de la BDEBP
que llega hasta 1999, se mantiene hasta nuestros días. Si bien esta base
de datos, contrariamente también a la BDEBP, es más bien de naturaleza cuantitativa, pues no incorpora los contenidos de las reseñas que
la alimentan, recoge su información de varios periódicos de cobertura
nacional y regional, proporcionando un estimado más confiable del
número de protestas que se desarrollan en el país. Desde 2003 colaboramos con ellos en la elaboración del informe anual de la situación
del derecho a la manifestación pacífica en el país, lo que nos brinda un
espacio importante para el enriquecimiento de nuestro conocimiento
de las protestas, desde la perspectiva de los derechos humanos.
Gracias a estos esfuerzos, el tema de la protesta popular y su
incidencia en los cambios políticos recientes de la Venezuela contem-
103
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
poránea cuentan hoy con bases teóricas y empíricas un poco más consistentes para adentrarse en sus complejidades.
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105
Segunda parte
visión general y
estudio de casos
Carlos Figueroa Ibarra*
Protesta popular y procesos políticos
en la América Latina actual
Por alguna razón, no pocos estudios acerca de los procesos políticos en América Latina tienden a subestimar el rol de la sociedad civil,
de las multitudes y de los levantamientos en dichos procesos. Hace algunos años, un académico estadounidense hizo tal reproche a los que se
dedicaban a estudiar las transiciones a la democracia (Munck, 1991).
El último texto que he leído acerca del cual se puede hacer este
reproche es el libro de Julio Cotler y Romeo Grompone dedicado al ascenso y caída del fujimorato (2000). El lector fácilmente advierte que,
en el análisis, el descontento social es sólo el telón de fondo y, exceptuando una mención ocasional a la Marcha de los Cuatro Suyos (Cotler
y Grompone, 2000: 62), la protesta popular aparece como un lejano y
sordo murmullo.
Sin embargo, el rol de la protesta y del movimiento popular en la
caída del fujimorato no puede ser desdeñado. Desde 1992 se produjeron
marchas, manifestaciones y paros de carácter regional, en los que se
exigía la reinstalación de los gobiernos regionales disueltos por Fujimori.
Ante los rigores del autoritarismo fujimorista y de su política neoliberal,
* Sociólogo. Profesor Investigador en el Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.
109
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
estudiantes demandaron respeto a la autonomía universitaria mientras
trabajadores de la construcción, de la salud y maestros exigieron mejores
salarios y condiciones de trabajo. Trabajadores petroleros, portuarios y
telefónicos realizaron ambiciosas campañas nacionales en contra de las
privatizaciones que obligaron al régimen a restringir el derecho constitucional al referéndum (Pole y Renique, 2001).
Al retomar las tradiciones de lucha popular acumuladas a lo largo de todo el siglo, en julio de 1999 la Central General de Trabajadores
del Perú (CGTP) convocó a la primera Marcha de los Cuatro Suyos; en
agosto de ese año ocurrieron nuevas protestas populares, y en enero
de 2000, en el contexto del inicio de la campaña de Fujimori por un
tercer mandato, sindicatos, confederaciones campesinas, organizaciones estudiantiles, frentes regionales y partidos políticos de la oposición
reunieron a 30 mil personas en el centro de Lima. En marzo de ese año
se realizó la segunda Jornada Nacional de Protesta y el Paro Cívico. En
la noche del 6 de abril –cuando Fujimori resultó reelecto–, una concentración de 50 mil personas dio inicio a tres días de las más grandes
manifestaciones que se habían visto en contra del régimen. El ascenso
de la rebelión tuvo un punto culminante en la segunda Marcha de los
Cuatro Suyos, en vísperas de la tercera asunción de Fujimori, en julio
de 2000. La noche anterior a la inauguración del tercer mandato, una
gran marcha reunió en las calles de Lima a unas 100 mil personas. En
noviembre, con Fujimori fuera de Perú, se realizó exitosamente otra
Jornada Nacional de Protesta seguida por una huelga campesina de 72
horas. Cuando Fujimori envió su renuncia desde Tokio, las organizaciones populares ya habían anunciado una huelga general que habría
de iniciarse el 25 de noviembre (Pole y Renique, 2001).
Estallidos y ciclos de protesta popular
Lo sucedido en Perú es uno de los momentos culminantes de la multitud en la historia reciente de América Latina. El primero de ellos parece
ser el Caracazo, del 27 y 28 de febrero de 1989, cuando el anuncio de
las medidas de austeridad económica inició lo que se ha llamado un
ciclo u ola de protesta popular o social (López Maya, 1999; Salamanca,
1999). La rebelión que comenzó en Caracas pronto se extendió a otras
ocho ciudades del interior del país, donde la población saqueó centros
y establecimientos comerciales, construyó barricadas, cerró calles,
quemó transportes colectivos, autos y neumáticos, y creó con ello un
caos que sólo pudo ser contenido por un despliegue represivo que, en
una semana, según cifras oficiales, mató a 300 personas (López Maya,
1999: 222). Pero tal contención no minó el clima de la rebelión en los
años siguientes. Si en el período 1989-1990 se observaron 675 actos de
protesta popular, tal cifra fue elevándose cada año hasta llegar a 1.096
110
Carlos Figueroa Ibarra
en 1993-1994, para declinar luego a 561, 534 y 550 entre 1994 y 1997,
respectivamente. Al menos hasta 1994, los cierres de calles, la toma de
establecimientos y las marchas fueron las expresiones de lucha más
observadas (López Maya, 1999: 223; Salamanca, 1999: 245).
El segundo momento notable en la historia de las luchas populares de la América Latina de los últimos años es el proceso desencadenado con el alzamiento zapatista de enero de 1994, en Chiapas. Acaso
la clave del gran éxito del movimiento zapatista en el segundo lustro de
la última década del siglo XX fue haberse reconvertido aceleradamente,
de una guerrilla que buscaba el poder, en un vasto movimiento social
de gran convocatoria. Puede decirse sin temor a equivocaciones que no
ha habido guerrilla más exitosa en América Latina (lo que incluye a las
FARC de Colombia con sus 20 mil efectivos y 60 frentes en todo el país)
porque, habiendo realizado una precaria guerra de guerrillas de doce
días, tuvo efectos políticos de gran envergadura.
Como sucedió en Venezuela, el alzamiento zapatista desencadenó un ciclo de protesta popular. Un cuidadoso registro de protestas
populares observadas en México entre 1994 y 1999 ha contabilizado
más de 82 mil acciones de lucha social (cartas, plantones, denuncias,
bloqueos, boicots, marchas, enfrentamientos armados). Los datos de
los autores permiten determinar que el número de acciones de lucha social contra el gobierno mexicano se elevó a 6.742 hechos durante 1994.
En 1995 y 1996, tales hechos ascenderían aproximadamente a 12.140
y 12.221, lo que implicaría un crecimiento del 100% en relación con el
año del levantamiento zapatista. La efervescencia popular disminuiría
en un 20% en 1997 (9.818) y seguiría descendiendo hasta llegar en 1999
a los niveles de 1994 (6.345) (ERACMRI, 1999: 73-79).
El tercer momento cumbre de las luchas sociales más recientes en
América Latina indudablemente es el Argentinazo, como coloquialmente se denomina a los levantamientos populares sucedidos en Argentina
el 19 y 20 de diciembre de 2001. Se puede decir que dicho levantamiento
fue la culminación de un ciclo acumulativo de extraordinarias experiencias de luchas populares contra las medidas de austeridad económica preconizadas por el neoliberalismo. Algunos autores consideran
que un ciclo de protesta popular comenzó a partir de la pueblada1 de
Santiago del Estero el 16 de diciembre de 1993 (Laufer y Spiguel, 1999;
Iñigo Carrera y Cotarelo, 1999). Pero otro autor (Federico Schuster) ha
hecho un recuento de protestas que arrancan en 1989, en coincidencia
con el inicio de la implantación franca del neoliberalismo en el país
(Scribano, 1999: 50; Laufer y Spiguel, 1999: 15).
1 En Argentina se le llama pueblada a las rebeliones masivas de carácter urbano (Laufer
y Spiguel, 1999: 18 y 30).
111
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Entre 1989 y 1996 se registraron 1.734 protestas, de las cuales el 51%
tenía una matriz sindical (Scribano, 1999: 50; Laufer y Spiguel, 1999: 15).
Entre 1989 y 1990 comenzaron a aparecer los saqueos; estos culminarían
con el motín de Santiago del Estero en 1993, y abrirían paso a un ascenso
de las manifestaciones de protesta callejera, que tendrían otros dos momentos climáticos en las puebladas de Cutral Co, Plaza Hincul (Neuquén)
y Libertador General San Martín (Jujuy). Entre 1992 y 1999 se observaron
nueve huelgas por rama a nivel nacional, generales a nivel provincial y
generales a nivel nacional. En 1996 comenzaron a cobrar relevancia los
cortes de ruta y aparecieron los piqueteros (grupos pequeños constituidos
generalmente por desempleados) como principales protagonistas de dichos cortes (Iñigo Carrera y Cotarelo, 1999; Scribano, 1999: 53-55).
Es importante destacar que los cortes de ruta, una de las formas
de lucha más importantes de los últimos años en Argentina, se realizaron en aquellas provincias y ciudades del país en las que el nivel de
necesidades básicas insatisfechas (NBI), el déficit ocupacional y la
desocupación eran significativos. La desocupación iba desde un 12,5%
en Neuquén y Plottier hasta un 26,8% en el Gran Rosario, y pasaba por
un 17 y 19% en el Gran Buenos Aires, Gran La Plata, Mar del Plata y
Batán, Gran Córdoba, Jujuy y Palpalá, Bahía Blanca, Santa Fe y Santo
Tomé. Las poblaciones con mayor número de cortes de ruta fueron
también aquellas en las que el NBI alcanzaba porcentajes notables (entre el 25 y 48%): Cruz del Eje, Belén, Orán y Monteros. También fueron
lugares en donde se observaron reducción en la participación electoral,
mayor polarización social y privatizaciones de empresas públicas (Iñigo
Carrera y Cotarelo, 1999; Scribano, 1999: 53-55).
El Argentinazo de diciembre de 2001 resulta notable, no sólo por
tratarse del clímax de las luchas de obreros en activo y despedidos,
empleados públicos despedidos, sectores populares afectados por las
alzas de precios, contenciones salariales y privatizaciones, jubilados
reducidos en su calidad de vida, sino porque, después de años de una
hegemonía política sustentada en el control de la inflación y la paridad
con el dólar (Bonet, 2002), las clases medias se unieron a la protesta con
motivo de la retención de sus ahorros (el corralito). Esa alianza circunstancial de distintos sectores populares (piqueteros y caceroleros) en una
pueblada de nivel nacional –independientemente de las provocaciones
que haya montado el menemismo– convirtió a la creciente crisis económica en una significativa ingobernabilidad y en una afirmación de lo
popular, después de décadas en las que esto había sido desmantelado,
en el contexto de la guerra sucia observada entre 1976 y 19822.
2 Los distintos autores de los artículos que componen el Cuaderno Nº 7 de la Fundación
de Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP) en Buenos Aires coinciden en destacar
112
Carlos Figueroa Ibarra
El cuarto gran momento de la sublevación popular en América
Latina contra el neoliberalismo lo constituye el ciclo de luchas encabezadas
por la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) y
por el movimiento político Pachakutik. Al cerrarse en América Latina la
etapa del capitalismo desarrollista sustentado en el mercado interno, en
Ecuador se vivió lo que mutatis mutandis se ha vivido en otros países de
la región. Los viejos actores del movimiento popular, movimiento obrero,
campesinado, movimiento estudiantil y un abigarrado sector popular
urbano vieron mermar su protagonismo, no sólo porque en términos
políticos su fuerza menguaba por la ofensiva neoliberal, sino también
porque en el plano de la estructura social comenzó a observarse una
informalización que dio origen a nuevos sujetos sociales. La expresión
más importante de la antigua constelación social, el Frente Unitario de
Trabajadores (FUT), había conducido diez huelgas nacionales y dos paros
cívicos del pueblo entre 1975 y 1982 (Moreano, 2004).
Es en este contexto que se empieza a observar un nuevo sujeto
social aglutinado en torno al movimiento indígena, el cual desde mediados de los ochenta comenzó a tener presencia. En 1994 se produjo un levantamiento indígena contra la Ley de Fomento y Desarrollo
Agropecuario. En 1997, este movimiento participó en la movilización
que culminó en el derrocamiento de Abdalá Bucaram, y finalmente, a
principios del año 2000, su protagonismo fue incuestionable en la sublevación que acabó con el gobierno de Jamil Mahuad (Moreano, 2004).
Puede aventurarse la interpretación de que, desde el año 2000
y hasta el presente (2005), se ha observado en Ecuador un ciclo de
movilización que abarca a todos los sectores sociales afectados por las
políticas neoliberales, pero que indudablemente ha tenido su epicentro
en la CONAIE. En los años comprendidos entre el derrocamiento de
Mahuad y la asunción a la presidencia de Lucio Gutiérrez, la CONAIE
es referencia indispensable en todo ese proceso político. De igual manera, resulta incomprensible la profundización de la crisis política
que culminó en la destitución de Lucio Gutiérrez en abril de 2005, si
no se hace referencia a la salida del gobierno del movimiento político
Pachakutik en agosto de 2003, ante el precoz giro a la derecha dado
por el presidente Gutiérrez. En febrero de 2004, la CONAIE anuncia la
primera jornada de movilización nacional contra el Tratado de Libre
Comercio (TLC) y el ALCA y por la renuncia de Gutiérrez; en febrero
de 2005, se observa la participación del movimiento Pachakutik en la
convocatoria a la marcha que concentró a más de 200 mil personas; en
meritoriamente y no peyorativamente esta participación de las clases medias en el Argentinazo y en resaltar el flujo popular después de que este fuera cortado por la guerra
sucia (Gambina et al., 2002).
113
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
ese mismo mes, la CONAIE anuncia las “Movilizaciones por un Ecuador Plurinacional” y por impedir la puesta en marcha del TLC, el Plan
Colombia y un plan de privatizaciones.
Obviamente, la destitución de Gutiérrez no puede adjudicarse solamente a la ruptura del pacto político que lo había llevado a la
presidencia. Sin embargo, es indudable que dicha ruptura explica una
política de alianzas hacia la derecha, aun con el desprestigiado ex presidente Bucaram, para poder mantener la gobernabilidad. Esta política
de alianzas lo llevó, en diciembre de 2004, a cesar en sus funciones a la
Corte Suprema de Justicia, modificar la constitución del Tribunal Supremo Electoral y el Tribunal Constitucional, volver a disolver la Corte
Suprema en abril de 2005 y finalmente decretar el estado de emergencia
en Quito (lo que implicaba la suspensión de garantías constitucionales). Todas estas medidas le granjearon la oposición no solamente de la
CONAIE y de Pachakutik sino también de una amplia gama de la clase
política ecuatoriana3.
Finalmente, es preciso destacar que el quinto gran momento de
la rebelión popular en América Latina lo constituye Bolivia, que comenzó en abril de 2000 con la “Guerra del Agua” y que ha tenido su último
episodio relevante con la caída del presidente Carlos Mesa en abril de
2005. En un proceso de ascenso de luchas de masas que culminaría en
la llamada “Guerra del Gas”, en septiembre-octubre de 2003, campesinos, mineros, estudiantes aglutinados en la Central Obrera Boliviana
(COB) y la organización de los cocaleros con dirigentes de reivindicaciones étnicas y clasistas como Evo Morales y Felipe Quispe lograron
detener la entrega del gas natural a consorcios extranjeros y obligaron
a la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
El movimiento pluriclasista no puede ser reducido a una demanda de carácter nacionalista (la defensa de un recurso natural, el gas).
En realidad, la rebelión es el resultado de años de medidas neoliberales que, al igual que en toda la región, castigaron notablemente a los
sectores populares. Pero lo que resulta verdaderamente impactante en
el caso boliviano es el largo alcance de una crisis social y un proceso
político que ha estado determinado por la protesta popular. A lo largo
de los últimos cinco años, un conjunto abigarrado de diversos sujetos
colectivos ha influido poderosamente en lo que sucede en el Estado y la
política en ese país. Tan heterogéneo es ese conjunto de sujetos sociales y políticos que algún analista boliviano no ha vacilado, siguiendo
a Antonio Negri, en denominarlo “multitud” (Prada Alcoreza, 2004).
3 La información sobre Ecuador ha sido tomada de las siguientes fuentes: Minga Informativa de los Movimientos Sociales, (2004; 2005); Ferrari, (2004); Rolong, (2005);
Tamayo G., (2005a; 2005b; 2005c; 2005d; 2005e); Burch, (2005).
114
Carlos Figueroa Ibarra
Con la Guerra del Agua, comenzada en abril de 2000, el movimiento
popular logró la salida de la transnacional del agua y la anulación del
proyecto para privatizar dicho recurso. Con la Guerra del Gas, en octubre de 2003, la sublevación logró la renuncia del símbolo del gobierno
neoliberal, Gonzalo Sánchez de Lozada, y la derogación de la ley de
hidrocarburos. Finalmente, con un tercer momento cumbre en junio de
2005, la movilización popular derribó el gobierno de Carlos Mesa.
Se trata pues de grandes cúspides, algunas no circunscriptas a
un evento particular, sino al entrelazamiento de varios eventos a lo largo de varios años, como ha sucedido en Bolivia y Ecuador. Sin embargo,
la visibilidad de estos hechos no nos debe llevar a perder de vista lo que
sucede en otros lugares de la región.
Neoliberalismo y protesta popular
En Guatemala, la guerra sucia destruyó o debilitó el tejido social de la
resistencia antineoliberal. En la década del setenta, se desarrolló un
notable movimiento popular articulado en torno a lo sindical, sin el
cual resulta inexplicable el alzamiento guerrillero posterior. Cuando
las medidas neoliberales empezaron a implantarse en el país, tal movimiento había sido desarticulado mediante el terrorismo de Estado más
cruento de América Latina. Los años noventa observaron un crecimiento del movimiento de los pueblos indígenas y de los derechos humanos,
mientras el movimiento sindical no se recuperaba del descabezamiento
observado años atrás (Figueroa Ibarra, 1999).
Entre 1982 y 1983, no quedaba mucho de la red de organizaciones sindicales, campesinas y populares que se habían convertido
en las protagonistas de la vida política en la década anterior. No obstante, hubo destellos de protesta popular que resultan significativos
si recordamos que se daban en un contexto fuertemente represivo: la
huelga de los trabajadores municipales de 1982 (Castañeda, 1993: 278),
el amplio y explosivo movimiento contra el alza del transporte urbano
de septiembre de 1985, la huelga de miles de trabajadores del Estado en
1987 (Figueroa Ibarra, 1999: 133 y 136) y la gran huelga de cortadores
de caña en 1989 (Bastos y Camus, 2003: 31). Durante todos estos años,
se observó en Guatemala una suerte de democracia restringida. Esto
significa que, aunque el nivel de represión había disminuido relativamente y las fuerzas armadas se habían retirado del gobierno del Estado,
los aparatos del terror continuaban actuando y los militares tutelaban
a los civiles en la conducción estatal.
Ciertamente, la acentuación de la injusticia provocada por el
neoliberalismo generaba estallidos de cólera popular, pero en el caso
centroamericano, y en particular en el guatemalteco, por las razones
apuntadas, acaso habría que descartar en el inicio de la posguerra el
115
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
patrón de protestas que pudo observarse en el Caracazo de febrero de
1989 (Figueroa Ibarra, 1999: 142 y 145). Esto fue cierto en el contexto
inmediato de la posguerra, cuando el resarcimiento de las víctimas
de las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante
los años de la guerra y la reivindicación de los derechos de los pueblos
indígenas (principales víctimas de dichas violaciones) pasaron a un
primer plano. Sin embargo, a principios del siglo XXI, observamos
en Guatemala una compleja interrelación entre lo étnico y lo clasista,
entre lo étnico y la reivindicación de los derechos humanos. Más aún,
las demandas laborales han aumentado su importancia y el cuadro
empieza a tener, mutatis mutandis, algún parecido con lo que se observó en la década del setenta. Todo aquel que lea crónicas de las
luchas populares en los últimos tiempos en Guatemala (OSAL, 2003;
GHRC-USA/FHRG/Fundación Rigoberta Menchú Tum/RPDG, 2003)
advertirá una creciente movilización social que tiene al menos cuatro objetivos: luchas campesinas por la tierra (ocupaciones), luchas
salariales, luchas contra las privatizaciones de los servicios de salud
y educación, y luchas contra las implicaciones que tienen los diversos
proyectos imperiales sobre la región centroamericana (TLC y Plan
Puebla Panamá) (Figueroa Ibarra, 2004).
En Colombia, las medidas precursoras del neoliberalismo ensayadas durante el gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1977) provocaron el Paro Cívico Nacional de 1977. Este inició un ciclo de protesta
popular que tendría en 1978 su momento climático, por el número de
huelguistas (el mayor de dicha década) y por el número de paros cívicos, el más alto registrado entre 1958 y 1981. Sin embargo, en la década
del ochenta, pese a las medidas de carácter neoliberal que comenzó a
tomar el gobierno de Belisario Betancur, probablemente debido a la escalada de violencia, la protesta popular no adquirió los niveles de 1977 y
1978. Aun así, pese a la ausencia de paros cívicos –como los observados
entre 1977 y 1978– en el quinquenio 1981-1985 el número de huelguistas
para cada año estuvo entre los 700 y casi 900 mil. Entre 1988 y 1991, se
observó otro repunte huelguístico que involucró anualmente entre 900
mil y más de un millón de huelguistas, para decrecer en un 50% en los
años siguientes (Medina, 1999: 113-114 y 123).
Así pues, desde los albores del neoliberalismo, sus rigores provocaron todo tipo de actos de resistencia. Los contextos y causas desencadenantes fueron diversos en los países de la región. En México, Venezuela,
Argentina, Chile y Uruguay resulta evidente que el neoliberalismo
desmanteló beneficios sociales y calidad de vida propios de la versión
latinoamericana del Estado benefactor. El anuncio de medidas de austeridad y encarecimiento de la vida, por un presidente que como candidato había ofrecido lo contrario, precipitó el Caracazo en Venezuela
116
Carlos Figueroa Ibarra
y el inicio de las puebladas en Argentina. La confiscación temporal de
cuentas bancarias desencadenó el Argentinazo de 2001. El anuncio de
que Fujimori se reelegiría por tercera vez inició el ascenso de la protesta popular en Perú. La reforma del artículo 27 de la Constitución,
que daba por finalizado el reparto agrario y permitía la venta y la renta
del ejido, fue uno de los hechos que alentaron la rebelión zapatista en
Chiapas, en 1994.
Dos autores, Walton y Shefner, constataron que entre 1976 y 1989
se observaron en la región 80 campañas de protesta contra la austeridad
(Almeida, 2001: 1). En el período comprendido entre 1996 hasta agosto
de 2001, la revisión de algunos diarios latinoamericanos y estadounidenses dio cuenta de 281 campañas y 969 protestas en toda la región
(Almeida, 2001: 1) 4. Las proporciones de tales campañas tuvieron un
comportamiento oscilatorio, con cúspides que significativamente son
cada vez más grandes que la anterior, en 1997, 1999 y 2000. De igual
manera, el epicentro de las protestas pasó de Perú, Argentina, República Dominicana, Brasil, Bolivia y Venezuela, en los ochenta y principios
de los noventa, hacia Ecuador, Colombia, Honduras, Nicaragua y El
Salvador, entre 1996 y 2001 (Almeida, 2001: 5-6). Podemos aventurar
la hipótesis de que para el primer lustro del siglo XXI ese epicentro ha
estado en Argentina y se ha trasladado a Bolivia y Ecuador.
Nuevos actores, nuevas formas de lucha
Ciertamente nuevos actores y nuevas expresiones de lucha han surgido
en todo este proceso. El desmantelamiento de industrias y el decaimiento de productos de primoexportación han hecho desaparecer a antiguos
sujetos. El mercado del narcotráfico hizo surgir a otros.
En Bolivia, en el Chapare, la población pasó de 5 a 35 mil familias (unas 200 mil personas) en veinte años, que viven de la producción
y comercialización de la coca. El incremento poblacional se nutrió de
los masivos despidos en las minas –los legendarios mineros bolivianos
prácticamente han desaparecido–, de la población campesina expulsada por las sequías en las altas mesetas en Los Andes, y de los contingentes de desocupados que las ciudades expulsaron5. Esta multitud
abigarrada ha constituido a los cocaleros, que han sido en los noventa
4 El autor del trabajo que consigna estos datos define a las campañas como luchas extensas contra una política específica de austeridad y a la protesta como los sucesos individuales que se observan en una campaña (marchas, cortes de ruta, huelgas, etcétera).
5 La desaparición de los mineros del estaño debe ser matizada, puesto que formas de empleo minero parecen continuar en Bolivia. En la Guerra del Gas, las noticias nos informan
de la presencia de mineros en la rebelión. Se trata, según una comunicación oral al autor
de Álvaro García Linera, de mineros que trabajan por su cuenta.
117
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
uno de los ejes del movimiento popular boliviano (Gironda C., 2001:
393-399). Los cocaleros del Putumayo, Guaviare y de la Baja Bota Caucana, en Colombia, han encabezado un fuerte movimiento para que los
reconozcan como movimiento social y no como simples delincuentes
(Ramírez, 2001).
Surgido de tradiciones de lucha campesina desde los años setenta, nutrido con ex obreros industriales que perdieron su trabajo y con
marginales residentes en las periferias urbanas, el Movimiento de los
Sin Tierra (MST) se convirtió desde los años noventa en la parcela más
conocida e influyente del movimiento social brasileño.
En Ecuador, en los últimos años del siglo XX, las distintas etnias
agrupadas en la CONAIE se consolidaron como el epicentro de una
poderosa fuerza social que debió ser tomada en cuenta para restablecer
la gobernabilidad. A partir del segundo lustro de los ochenta, como ya
se ha dicho, el movimiento étnico resultó ser la gran novedad en Guatemala, como también sucedió con los mapuches en Chile.
Ex obreros y ex mineros convertidos en luchadores agrarios, trabajadores rurales y marginales urbanos con demandas campesinas,
burócratas, estudiantes, pueblos indígenas, desempleados, ambientalistas, mujeres: tales son algunos sujetos del abigarrado movimiento
de protesta social en América Latina. Las formas de expresión de la
protesta incluyen también novedades, además de los ya antiguos cacerolazos: marchas a caballo y con machetes que evocan al imaginario
zapatista y villista, tambores y cornetas propias de las porras deportivas, crucifixiones, desnudamientos públicos, perforaciones de piel y
extracciones de sangre, ollas populares, marchas del silencio, apagones,
bocinazos, misas, procesiones y rezos, marchas carnavalescas, todas
ellas manifestaciones lúdicas que se alternan con el drama de los motines, rebeliones, cortes de ruta, huelgas y la represión del Estado que
las suceden.
En medio de todo, esta diferenciación, drama y manifestaciones
lúdicas, los obreros parecen seguir jugando un papel significativo. Entre las 281 campañas de protesta contra la austeridad observadas entre
1996 y 2001, el sujeto más activo fue la clase obrera con su participación
en el 56% de dichas campañas (Almeida, 2001).
Protesta popular y procesos políticos
La abigarrada composición, su desigual nivel de propuesta política alternativa y la rebelión popular han tenido un desigual efecto político y
social en las distintas sociedades en las que se han observado.
El alzamiento zapatista en Chiapas tuvo entre sus consecuencias
un nivel de dotación de tierras sin precedentes en una región en la que
la reforma agraria se había escamoteado o aplicado con morosidad: en
118
Carlos Figueroa Ibarra
1994, las organizaciones campesinas tomaron 698 predios de entre 2 y
33 hectáreas, y entre 1995 y 1996, las autoridades agrarias tuvieron que
entregar más de 250 mil hectáreas invadidas a través de la indemnización de sus antiguos propietarios. Los efectos del alzamiento zapatista
también cambiaron la geografía electoral a nivel municipal en las regiones aledañas al levantamiento y, pese a que después el zapatismo pregonó el abstencionismo electoral, lo que facilitó al partido gobernante
–Partido Revolucionario Institucional (PRI)– retomar el control, lo hizo
con un número de votos cada vez más reducido (París Pombo, 2001).
En Brasil, los efectos del crecimiento del MST también son impresionantes. Entre 1974 y 1984, el país observó 115 asentamientos,
mientras que entre 1985 y 1989 tal cifra se elevó a 615, para disminuir
a 478 en el quinquenio siguiente y subir a 2.750 entre 1995 y 1999,
totalizando casi 4 mil asentamientos rurales en el período (Mançano
Fernandes, 1999; Souza, 1999).
Si bien el proceso de constitución programática de los movimientos populares en América Latina es incompleto, no pueden desdeñarse
sus impactos políticos. En Venezuela, el Caracazo abrió un ciclo de
protesta popular que puso en crisis terminal al sistema de partidos
políticos y a la institucionalidad acordada en el Pacto de Punto Fijo de
1959, además de abrirle el paso al fenómeno del chavismo. En Ecuador,
el movimiento de los pueblos indígenas ha derrocado o contribuido a
la renuncia o destitución de varios presidentes y generó una crisis de
gobernabilidad que obligó a la Casa Blanca a intervenir para frenar un
proceso de consecuencias impredecibles.
Detrás del triunfo del entonces coronel Lucio Gutiérrez en las
elecciones presidenciales de fines de 2002 se encuentra la notable movilización social generada por la CONAIE. Como también detrás de
su destitución en 2005 se encuentra la crisis de gobernabilidad que se
empezó a observar en ese país a partir de su ruptura con la CONAIE
y con Pachakutik. En Perú, el movimiento popular fue un factor no
desdeñable en el fin del fujimorato. En Argentina, la creciente protesta
popular desde 1993 precipitó la primera caída del arquitecto del neoliberalismo, Domingo Cavallo, en 1996; terminó con la presidencia de De
la Rúa y de Rodríguez Saá; y generó un proceso en el cual la legitimidad
de la mayoría de los partidos políticos y del Estado se puso en entredicho. El gobierno de Néstor Kirchner y su tímido deslinde en relación
a las políticas económicas de los anteriores gobiernos es inexplicable
sin la rebelión de diciembre de 2001. En México, el zapatismo marcó el
principio del fin de la hegemonía del salinato y, junto a la oposición de
izquierda y de derecha, fue un factor sin el cual no se explica la conclusión de las siete décadas de hegemonía priísta.
119
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Democracia, neoliberalismo y continuidad de la protesta
popular
Cabe iniciar la parte final de este trabajo planteando que las esperanzas puestas a fines de los años setenta en la democracia representativa,
como “forma óptima de la dominación burguesa” en América Latina,
no se vieron cumplidas (O’Donnell, 1997: 72 y 88).
En un mundo globalizado en el cual la soberanía es redefinida
incluso en los países centrales, la reivindicación de la nación, que las políticas económicas de las dictaduras militares habían desvirtuado, no se
observó. Más aún, al profundizar las políticas económicas neoliberales,
las democracias representativas surgidas en la región profundizaron su
desmantelamiento.
El balance de la restauración de la ciudadanía en el contexto de
los regímenes posdictatoriales también es magro. El surgimiento de
nuevas formas de autoritarismo que se visten de democracia, la persistencia de la represión política, sobre todo en los momentos de rebelión,
la existencia de poderes invisibles (narcotráfico y resabios de la guerra
sucia), las institucionalidades informales que desvirtúan a las formales,
la intensificación de las ausencias estatales merced al neoliberalismo,
el surgimiento de poderes y actos de justicia informales en campos y
ciudades, el crecimiento desenfrenado de la pobreza urbana y rural, el
incremento del crimen organizado y la delincuencia común en los cascos urbanos, el énfasis en el recurso punitivo para frenar la delincuencia, la demanda de significativos sectores sociales para que los derechos
ciudadanos se maticen en el caso de los delincuentes son todos factores
de violencia y desciudadanización para la mayor parte de la población
en América Latina.
Ciertamente, como hemos intentado demostrar en este trabajo,
lo popular es un hecho crecientemente significativo en la región. Pero
esta presencia creciente no necesariamente se da en un juego de interlocución que provee al Estado de insumos para negociar la satisfacción de la “justicia sustantiva”. Más bien lo popular está surgiendo en
América Latina en el contexto de un creciente y contradictorio espíritu
antiestatal y antipartidos políticos y en el marco de dificultades cada
vez mayores del Estado para resolver las demandas sociales. “Que se
vayan todos” dicen en Argentina, y no faltan los que se denominan
“autoconvocados” en rechazo a todas las organizaciones políticas y sociales (Barrios, 2001). Falta ver si este rechazo es consistente, si deriva
en una creciente crisis de representación, en la cual los sujetos sociales
emergentes no se reconocen en los partidos políticos y desprecian a
las clases políticas. O, como ha sucedido en ocasiones anteriores, no
implica forzosamente una reformulación del sistema de partidos políticos. La historia reciente presenta ejemplos ambiguos. El rechazo
120
Carlos Figueroa Ibarra
a la clase política en Argentina, que se observó durante la rebelión de
2001 y en los meses que le siguieron, no necesariamente se tradujo en
abstencionismo o voto en blanco en las elecciones presidenciales de
2003. El peronismo se encuentra dividido en diversas fracciones, pero
es a través de estas o de movimientos políticos como el que encabeza
Elisa Carrió que las fuerzas sociales buscan incidir en el proceso político argentino. En Venezuela, en cambio, la protesta popular tuvo su
continuidad con la crisis de los partidos políticos tradicionales y el
surgimiento de una fuerza política nueva, de gran arraigo popular y
también, al mismo tiempo, de matices autoritarios. En Bolivia, la protesta popular ha actuado alternativamente como acotamiento desde
abajo a las políticas neoliberales, pero también ha tenido expresión en
la política institucionalmente establecida a través de la participación
en las elecciones del Movimiento al Socialismo y de las candidaturas
presidenciales de Evo Morales.
Es imprescindible mencionar la novedad de la protesta popular
en América Latina en cuanto a sujetos y formas de lucha. Pero como
justamente ha sido señalado (Pole y Renique, 2001), también resulta
imprescindible no exagerarla. Detrás de las grandes movilizaciones populares en Perú que culminaron con la caída de Fujimori, se encuentra
la recuperación de una larga trayectoria de la izquierda peruana que
arranca desde los años veinte (Pole y Renique, 2001). Las grandes marchas cocaleras en Bolivia se nutren de la vigorosa experiencia sindical
y de lucha de los ya prácticamente desaparecidos mineros, lo que se
expresa en la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Las asambleas populares, la revocabilidad, el
rendimiento de cuentas, formas de democracia directa y organización
de los piqueteros en Argentina provienen de las mejores tradiciones del
movimiento obrero (Laufer y Spiguel, 1999). Detrás del MST en Brasil,
se encuentran la acumulación de la memoria de las luchas campesinas, metalúrgicas y de las comunidades eclesiales de base, y no es una
casualidad que los referenciales político-ideológicos e íconos de dicho
movimiento sean Ernesto “Che” Guevara, Mao Tse Tung, Fidel Castro,
Lenin y Marx (Souza, 1999).
Aun en medio de grandes rupturas con el pasado, no es posible
negar matrices y raíces de ciertos movimientos sociales. El zapatismo
es el resultado de un movimiento guerrillero que nació recuperando
las tradiciones y líneas ideológicas de las insurgencias de los años sesenta y setenta (Tello Díaz, 2000). La eclosión del movimiento étnico
en Guatemala a partir de los noventa resulta inexplicable sin la labor
organizativa de las organizaciones revolucionarias o insurgentes de la
segunda mitad del siglo XX y sin la gran rebelión campesina que dichas
organizaciones encabezaron entre 1979 y 1981.
121
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Concluimos pues que la continuidad en lo popular, en medio de
sus novedades, es un reflejo de la persistencia de los grandes conflictos
políticos y sociales de la región que se observan pese a las transiciones
desde las dictaduras militares. La institucionalidad posdictatorial en
América Latina está en crisis, porque la democracia política que sucedió a las dictaduras no ha podido resolver lo popular.
Y seguirán sucediéndose trances semejantes a los que estamos
observando mientras este hecho no tenga una resolución sustancial.
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125
México
Luisa Ortiz Pérez*
Repertorios
y herramientas desobedientes
Las contribuciones del zapatismo
a la lucha contrahegemónica
Los argumentos que presentaré en esta ocasión responden al
desarrollo de la hipótesis de trabajo con la que he analizado y estudiado
el discurso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desde
1997. Dicha hipótesis reza que la estrategia política del ejército rebelde
indígena mexicano corresponde a una articulación contrahegemónica de
lenguaje y de acción política contundentemente antagónica, que busca
no solamente cuestionar el accionar del Estado mexicano en sus políticas económicas, su maltrato a la democracia y su olvido consciente de
la población indígena, sino además contender mediante la construcción
de formas radicales de resistencia y confrontación el discurso político
del statu quo, utilizando para ello repertorios retóricos y convocando a
acciones políticas capaces de fracturar las articulaciones hegemónicas
del viejo PRI-gobierno1, piedra de toque del sistema político mexicano2.
* Profesora Investigadora de la Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del
Rosario, Bogotá, Colombia.
1 PRI-gobierno es una abreviación que recupera el argumento analítico clásico de la
unión entre el Ejecutivo nacional y la estructura del Partido Revolucionario Institucional
(PRI) en la conducción de los asuntos del Estado y la construcción, a través de su discurso
político, de la cultura política nacional.
2 Considerando que esta fractura, junto con la crisis económica y los escándalos de corrupción, de abuso de poder y de liderazgo de la cúpula priísta, finalmente abrirían una
129
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Por la hipótesis y por la Selva Lacandona han pasado ya muchos
años, y aquellos argumentos que inicialmente se describen como la
combinación entre contingencia y buena suerte hoy se erigen como repertorios de lucha no violenta y de resistencia civil que se han enraizado
en los discursos y las estrategias de muchos otros movimientos en el
hemisferio, además de influenciar directa y positivamente a los mismos
zapatistas y sus nuevas generaciones de resistentes para seguir la lucha
y conservar los principios y el discurso étnico-político de esta famosa
rebeldía mexicana.
Enumero y analizo la evolución de algunos de los repertorios más
importantes y sobresalientes de la lucha zapatista a lo largo de los diez
años de existencia del movimiento, y esbozo algunos ejemplos de cómo
estos repertorios son influencia obligada para comprender procesos de
formación de subjetividades políticas indígenas3 en el continente.
Antes de dirigirme al desarrollo de cada una de las etapas de
este análisis, una breve aclaración con respecto a las claves conceptuales que lo posibilitan. No es una casualidad que encontremos en los
trabajos que estudian, desde lo micro o lo macro, a los movimientos
sociales consideraciones históricas con respecto a la forma en que algunos repertorios exitosos se convierten en referentes obligados para
enunciar otro tipo de luchas políticas. Sin embargo, en este trabajo
y otros subsecuentes, espero poder hacer justicia a la naturaleza antimoderna del pensamiento crítico y abandonar la nostalgia por el
zapatismo original, en primer lugar, dejando así de lado el razonamiento positivista que orilla a los movimientos a perder la esencia que
los volvía interesantes en el inicio: la impredecibilidad, el capricho, la
fe en los fines y la pasión por los medios. Sugiero que, lejos de tener
nostalgia por el EZLN que fue, debemos observar al EZLN que es y el
que será, por un lado.
Por otro, el proceso de reciclaje y de apropiación de repertorios de lucha que articulan a la postre discursos hegemónicos en su
rango, su dimensión y su proporción debe ser leído con cuidado. Y es
que es innegable4 que el zapatismo se ha constituido en una referencia
obligada para las luchas, resistencias y desobediencias indígenas en el
continente, vaciando de significado los argumentos conservadores y
ventana de oportunidad para que el Partido Acción Nacional (PAN) y su candidato Vicente
Fox vencieran al PRI por primera vez en la historia moderna del país, en las elecciones
presidenciales del año 2000.
3 Concepto que he venido desarrollando en mi investigación reciente sobre desobediencia
civil y resistencia indígena en procesos de construcción de identidades políticas contraestatales, antimercado y políticamente contestatarias (Ortiz Pérez, 2005a).
4 Tal como lo mostré en Ortiz Pérez (2005b).
130
Luisa Ortiz Pérez
estadocéntricos sobre lo indígena, sobre el enemigo o sobre el discurso
del movimiento que lo esgrime.
Las herramientas de análisis que utilizo suponen la comprensión
del significante de repertorio como una constelación históricamente específica de estrategias de poder. Dicho término, introducido por Charles
Tilly (citado por Piven y Cloward, 2002), representa “un inventario de
medios disponibles” de acción colectiva, e implica que los medios disponibles están en mayor o menor grado determinados por los arreglos
institucionales o, de acuerdo con Piven y Cloward (2002), por estrategias
de lucha. Así, llevando más allá el concepto, leo al repertorio como un
acto de habla5 indecidible, que, articulado por discursos preexistentes de
rebeldía, enuncia y posibilita la definición de estrategias y tácticas políticas de resistencia. En otras palabras, el acto de lenguaje es la bisagra
entre la resistencia como oralidad y la resistencia como acción política.
Desarrollaré el argumento de este trabajo en tres partes. La primera tratará la construcción del discurso zapatista desde la apropiación
de significantes y viejas prácticas revolucionarias a la nueva rebeldía. La
segunda insiste en la manera en que esta nueva rebeldía reclama la identidad política y subjetiva indígenas. Allí resalto algunos de los actos de
lenguaje en los que la racionalidad indígena aparece. Por último, desarrollo una parte final en la que de los actos de lenguaje se derivan repertorios
de acción política. Esto se realiza leyendo la Sexta Declaración de la Selva
Lacandona a la luz de la historia estratégica del EZLN.
Parte 1: ¡Ya basta! El discurso del zapatismo6
Gloria Muñoz Ramírez, en su EZLN: 20 y 10, el fuego y la palabra (2003),
califica la etapa naciente del zapatismo como la fase de la guerra.
El EZLN logró un éxito militar y político al ocupar siete ciudades de Chiapas durante la ofensiva del primero de enero de
1994. Se trató, como lo explicaron más tarde los zapatistas, de
dar un golpe inicial muy fuerte con el fin de llamar la atención.
Y lo lograron. A partir de ahí la historia tomaría otro giro y
pronto los fusiles callarían para darle paso a la palabra, principal arma de la lucha zapatista (Muñoz Ramírez, 2003: 85).
Si tomamos la premisa de Muñoz Ramírez como punto de partida para
el análisis de aquellos repertorios que traducen el sentir rebelde y la
oposición que los zapatistas experimentan en relación con el discurso
hegemónico, es necesario describir la forma en que la guerra se con5 Traducción de la categoría analítica de Wittgenstein de speech-act.
6 El ¡Ya basta! se erige como el grito de batalla del EZLN en la famosa Primera Declaración de la Selva Lacandona (EZLN, 1994: Vol. 1).
131
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
vierte en un acto discursivo enunciado simbólicamente por el zapatismo: es una forma de violencia tropológica. Es decir, una violencia que
responde a una representación figurada de la forma de hacer política
en el México posrevolucionario. Para nadie, por lo menos en México,
es extraño conocer las implicaciones sociales y políticas del uso de la
fuerza, el costo de las expresiones de bandolerismo o de ultraje físico, y
las repercusiones materiales o morales si estas responden a la defensa
de los valores compartidos por la revolución institucionalizada, como
pueden ser la dignidad y el patriotismo. Innumerables narrativas de
sangrientas guerras como la de los Cristeros, de violentas iniciativas
de gobierno como la expropiación de la industria petrolera, o del ejercicio de la violencia contra los “enemigos de la revolución” en el 1968,
por ejemplo, hacen alarde de que en el México posrevolucionario no se
escatiman esfuerzos (ni vidas) con el fin de defender la identidad y la
soberanía de la nación mexicana. Claro que estos esfuerzos están mediados por una enorme dosis de miedo, represión, populismo y caudillismo, que inmoviliza cualquier otra posible expresión de política o de
oposición estructural que critique el esfuerzo violento como una forma
legítima de “hacer patria”.
Y, sin embargo, este es el tipo de guerra que pelea el EZLN en
contra del discurso hegemónico; una guerra que antepone la justa causa
de la defensa de la identidad y el nacionalismo en contra de los detractores de la justicia social y de la dignidad revolucionaria. Detractores
encarnados por la figura de Carlos Salinas de Gortari, presidente y reformador del discurso del nacionalismo revolucionario, quien de forma
arbitraria desmonta, a inicios de los noventa, las complejas articulaciones discursivas del histórico y populista Estado benefactor revolucionario, en pos de una catacrisis reformista, la del desarrollo y la integración
de México a los mercados globales.
En palabras de Salinas de Gortari, hablando de la ideología nacionalista del liberalismo social:
Para mi gobierno, Juárez simbolizaba a la República y Zapata a
la justicia, y ambos a la nación y al pueblo. Ellos inspiraron nuestra propuesta de modernización nacionalista y popular desde
la primera mitad de la década de los noventa. Por eso nuestro
liberalismo fue social y no estatista, fue propuesta, apelación a
la inteligencia y no a la doctrina (Salinas de Gortari, 2000).
La dislocación discursiva que la retórica salinista introduce, al contraponer los discursos, las racionalidades y la fuente de soberanía lingüística y estatal, ofrece una ventana de oportunidad única para el
zapatismo. Y es que, al antagonizar al nuevo liberalismo social con el
histórico y conflictivo nacionalismo revolucionario, se debilitaba la le-
132
Luisa Ortiz Pérez
gitimidad de las acciones del PRI-gobierno y se dejaba sin línea política
a las huestes de la “revolución institucionalizada”.
Para Lorenzo Meyer, este problema puede ser ejemplificado con
la siguiente afirmación:
Una revolución ideal, el espíritu que la animó, y que aún puede
ser fuente de inspiración y ahí está el movimiento zapatista
de Chiapas, como botón de muestra [...] y por otro lado, no
se puede negar la revolución real, la que realmente ocurrió
y no la imaginada, ni la del discurso [que] resultó ser, en
mayor o menor medida, una de las causas de los problemas
mal resueltos o simplemente no resueltos, a los que nos enfrentamos hoy y que hacen de la vida colectiva mexicana una
experiencia llena de frustraciones y peligros (Meyer, 1997: 2;
énfasis propio).
Sostengo que Meyer es tremendamente certero en argumentar que la revolución, al ser dislocada, libera de lleno el control hegemónico del poder
institucional, y añado que esta liberación dejará el factor violencia/guerra
como un significante flotante que, esperando ser re-articulado por los gobiernistas o sus opositores, regresa a la configuración de repertorios clásicos, históricos y efectivos. Así, justifico el recurso al discurso de violencia
física que el EZLN recupera en su antagonismo en contra del reformado
discurso hegemónico (ver Ortiz Pérez, 2004a: Capítulos 3 y 4).
Por nosotros HOY DECIMOS ¡BASTA! Somos los herederos de
los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos millones y llamamos a todos nuestros hermanos
a que se sumen a este llamado como el único camino para no
morir de hambre ante la ambición insaciable de una dictadura
de más de 70 años encabezada por una camarilla de traidores
que representan los grupos más conservadores y vendepatrias
(EZLN, 1994: Vol. 1, 33).
Tanto la nueva violencia zapatista como la vieja violencia revolucionaria son generadoras de soberanía, y reproducen el poder político antes
verdadero y justo de una revolución mexicana idealizada y de una Constitución política elevada al nivel mítico.
Se le retira al gobierno federal la custodia de la Patria. La
Bandera de México, la Ley Suprema de la Nación, el Himno
Mexicano y el Escudo Nacional estarán ahora bajo el cuidado
de las fuerzas de la resistencia hasta que la legalidad, la legitimidad y la soberanía sean restauradas en todo el Territorio
Nacional (EZLN, 1995: Vol. 2, 192).
133
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Proponiendo esto, Volpi, en su La guerra y las palabras. Una historia
intelectual de 1994, argumenta refiriéndose a la lucha zapatista que
“gracias a una gigantesca sinécdoque [en 1994] Chiapas se convirtió
en México” (2004: 22).
En resumen, si la guerra con tintes de moral revolucionaria genera en el pasado reconocimiento como repertorio de formación de
poder político, y viendo cómo el EZLN denuncia al gobierno federal
como traidor y lo releva de sus obligaciones para con la patria, entonces
los detentores de la violencia revolucionaria institucionalizada por el
estado de cosas serían los zapatistas, y sus cadenas de articulación discursiva, las válidas. Adicionalmente, y no menor en importancia, este
México resignificado en Chiapas ocuparía el lugar de nación que se debe
defender y la guerra recuperaría al México revolucionario.
Este juego retórico constituye el primer legado del zapatismo que
deseo resaltar en este trabajo: la resignificación de la revolución y de
la guerra digna como un repertorio válido y efectivo en contra de las
reformas neoliberales salinistas.
Parte 2: el discurso zapatista en clave indígena
Habiendo expuesto la dimensión retórica de la lucha zapatista y de la
recuperación de la dignidad revolucionaria, es relevante explorar las estrategias que el EZLN desarrolla con el fin de convertir el discurso de la
rebeldía indígena en acción política. En otras palabras, el interrogante
que deseo plantear en este segundo intervalo es el siguiente: ¿cómo se
hace política desde el discurso indígena?
Cabe aclarar que en este caso propongo que el concepto de rebeldía indígena sea acompañado por el de política indígena. La razón
para ello reside en la comprensión de lo indígena como un valor intrínsecamente rebelde (Ortiz Pérez, 2004b). Y es que, si asumimos que el
discurso indígena es una figura transgresora de facto, cualquier acto de
habla involucra su forma de vida, convicciones o percepción del mundo,
particulares a lo indígena. Entonces, si el diseño de mundo que define
subjetividades y relaciones políticas es naturalmente antagónico a la
cosmogonía del indígena, el sujeto debe rebelarse primero frente a la
norma política de la sociedad que lo excluye y después frente al discurso
occidental del mundo que no lo enuncia. En consecuencia, si suponemos que el indígena es doblemente rebelde, podemos comprender a
la rebeldía como proceso de construcción de identidad y a la posición
subjetiva indígena como un reclamo político radical.
Debemos entonces preguntarnos sobre la forma de hacer política
desde el discurso indígena, y rescatar las contribuciones del zapatismo
a la acción política y las estrategias de rebeldía.
134
Luisa Ortiz Pérez
La toma de decisiones en clave zapatista: el acuerdo
El consenso democrático es ponderado como uno de los valores “civilizados” de Occidente sobre el cual reposa toda la confianza de la sociedad civil, la soberanía de los estados y la legitimidad de los regímenes políticos.
Hoy en día, en nombre del consenso, estamos dispuestos a comprometer
hasta algunos de nuestros espacios más íntimos o privados con el fin de
que el bien común se vea asegurado. Para garantizar la protección de la
colectividad de las amenazas en contra de la seguridad de la sociedad
civil en Colombia7, por ejemplo, la población está dispuesta a que se le
revisen sus efectos personales y ser víctima de requisas incómodas no
solamente en los aeropuertos o terminales de transporte, sino también
en la entrada de los cines, los baños, los edificios de oficinas y bancos.
La población cede un poco de su soberanía individual y colectiva, la comodidad de no ser invadida o de mantener la privacidad de sus efectos
personales, todo en aras de preservar el bien común.
Ni hablar de la forma en que en Londres, París, Nueva York o
Copenhague se ha extendido este tipo de medidas durante los últimos
meses. Podría pensarse que se trata de medidas de corto plazo y que
responden a situaciones pasajeras; que el libre tránsito y la privacidad
serán restaurados cuando el fenómeno sea contenido. En términos occidentales y urbanos, se puede entonces sacrificar a corto plazo o en un
contexto de peligro latente la soberanía de forma “consensuada”.
Ahora, en el caso del zapatismo, el ejemplo antes citado no pone
el acento en el peligro, la extensión de los plazos o el nivel de sacrificio
de la soberanía que es impuesto, sino en el tránsito que la decisión ha
tenido que recorrer para poder ser acatada por los miembros de la comunidad. La decisión de llegar a una discusión para las comunidades
indígenas rebeldes es denominada acuerdo; este consiste en la toma
de opinión de todos los miembros de la comunidad que estén en posibilidad de expresar su opinión –niños y niñas incluidos– con el fin de
tomar decisiones que los incluyan, y que no impliquen sacrificio, sino
satisfacción8.
El acuerdo es un proceso complejo y dispendioso, por el tiempo
que lleva escuchar las opiniones de todos y tomar decisiones con las
7 Amenazas que son encarnadas desde el discurso hegemónico estatal por los actos de
terrorismo, violencia y secuestro que son perpetrados por las guerrillas de las FARC, el
ELN y los ejércitos paramilitares de las AUC.
8 Resulta relevante aclarar que, al sugerir que el acuerdo es un mecanismo de comunicación política y de generación de estrategias, estoy haciendo referencia en la comunicación
a un modelo ideal de democracia deliberativa habermasiana y a las decisiones a consensos
entre la sociedad civil y las instituciones tomadoras de decisiones. El acuerdo, como una
forma de hacer política desde la clave discursiva indígena, descentra a la comunicación
de nociones de democracia y a los consensos de expectativas de panaceas pacíficas.
135
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
que todos se sientan satisfechos. En el caso de la decisión de realizar el
levantamiento indígena y de hacerlo en enero de 1994, podemos estimar
que en el territorio zapatista se realizaron asambleas comunitarias durante un año, en promedio, si contamos con que la decisión de acción
política había sido expresada durante la conmemoración de los 500
años de la conquista española en octubre de 1992, y el levantamiento
fue finalmente decidido en diciembre de 1993, fecha en la que se escribe
el primer comunicado político de la organización dirigido al público9.
Si anteponemos la racionalidad occidental de las democracias
liberales, encontramos que el acuerdo no es un proceso efectivo cuando
de decisiones rápidas se requiere, o un proceso que pueda ser asumido
por comunidades que no cuenten con los recursos económicos para
sostener a la comunidad en su conjunto mientras el acuerdo se realiza.
Adicionalmente, el acuerdo ha sido un proceso riesgoso, debido a la
forma en que las comunidades han sido manipuladas en el pasado al
tomar decisiones cuando no cuentan con toda la información necesaria,
particularmente por intereses económicos gubernamentales, que han
implicado la cesión de tierras, en el caso de las obras de reubicación del
río Usumacinta o de la creación de la Reserva de los Montes Azules que
desplazó a las comunidades hacia la Selva Lacandona.
¿Cuál es el tipo de racionalidad que es utilizado para proponer
que esta sea la forma de toma de decisiones y el sello representativo de
la seguridad con la que los zapatistas se comprometen con las causas
que defienden? Propongo pensar en la racionalidad como la que emana de la forma de hacer política en el contexto indígena, en la que la
convicción de que se ha participado en la decisión de forma incluyente
genera lazos indisolubles de solidaridad, respeto y fortaleza, además
de cohesión y coherencia, elementos fundamentales en la realización,
gestión y conservación de la resistencia civil.
Desde su creación, el EZLN ha llenado el escenario estratégico
y de comunicaciones de reuniones en las que el acuerdo como forma
de toma de decisiones era el protagonista. De estas reuniones se derivan decisiones muy importantes y se generan instituciones que hoy en
día aseguran la pertinencia del movimiento: el Consejo Indígena de
Mujeres y la revalorización de la Ley Revolucionaria de Mujeres; los
Caracoles, ahora ya Juntas de Buen Gobierno; y/o las comunidades
en resistencia, existentes en los estados de México, Guerrero, Morelos,
Oaxaca, Quintana Roo y Chiapas.
9 Documento llamado “El despertador mexicano”, difundido el 1 de enero de 1994 durante el levantamiento, pero que viene fechado en diciembre de 1993, que es cuando se realiza
la última reunión de acuerdo entre los líderes del Consejo Coordinador Revolucionario
Indígena y los estrategas Marcos y David –muerto en Ocosingo en enero (EZLN, 1994:
Vol. 1, 36-48).
136
Luisa Ortiz Pérez
La oralidad como código ético
La forma en que los códigos de comportamiento ético se construyen, siguiendo a Wittgenstein (1988: Aforismos 66-67) en sus consideraciones
sobre parecidos de familia –family resemblances–, implica la enunciación de actos de habla y su reiteración constante. La enunciación y reiteración tienen la finalidad de articular la acción política de los espacios
lingüísticos a los momentos prácticos. Así, por ejemplo, si decimos que
somos respetuosos de la justicia y de la dignidad, el compromiso con la
palabra tiene la misma dimensión ética que el compromiso de acción.
Exploraremos este escenario en dos ejemplos de acción política indígena: mandar obedeciendo y para nosotros nada y para todos, todo.
El centro de este argumento gira en torno al supuesto de que no habría razón por la que una enunciación específica derivara en una acción
política contradictoria. Y este es el espíritu de la forma de organización
política zapatista. Organización política en la que los cargos de elección
popular deben mandar obedeciendo. Este lema surge de “la forma de funcionar de las comunidades indígenas, donde las autoridades son elegidas
por acuerdo y pueden ser revocadas si no cumplen las expectativas y el
dictado de la población” (Vázquez Montalbán, 1999: 275).
Este mandato define el código de comportamiento y de deliberación en atmósferas libres y democráticas en lo comunitario que el zapatismo invoca. Se refiere a la tradición popular indígena de concebir la
soberanía popular como proceso de rendición de cuentas, y de responsabilidad para con aquellos a quienes se sirve, no a quienes se gobierna.
Este tipo de idea y práctica puede rastrearse en discursos republicanos
que introdujeron en Occidente estas nociones de representación y de
mandato popular, que no requieren de un pacto social en contexto indígena, debido a que el pacto está implícito en la cultura, y a que el estado de
cosas, natural y cósmico, antecede cualquier creación humana o acuerdo
comunitario. Adicionalmente, este mandato involucra a todo miembro de
la comunidad como servidor y como gobernante simultáneamente.
Para nosotros nada y para todos, todo es explicado por el subcomandante Marcos en referencia al imaginario guevarista de la revolución en la Selva Lacandona.
Es un imaginario cercano a nuestra forma de organización,
en términos de las tácticas guerrilleras de la lucha foquista de
Guevara, ya que nuestra meta era claramente confrontar al
ejército nacional, antes de que el zapatismo se convirtiera en
la mezcla actual llamada neo-zapatismo [y abandonara la prerrogativa de la confrontación física y pasara a la confrontación
retórica] La parte que se rescata entonces es la parte humana,
el sentimiento de sacrificio, el compromiso con la causa y con
137
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
las consecuencias de estos compromisos así como con las convicciones [...] de un guerrillero que se involucra en una lucha
por construir un sueño, una utopía, con todo en contra suya
(subcomandante Marcos en Le Bot, 1997: 266).
Contrariamente a lo que se pueda pensar, para nosotros nada es asimilado a la forma de hacer política indígena, como argumenta el
jesuita Robles:
El espacio abierto con nuestras armas, en opción sin retorno
previsible, con la vida jugada de una vez por todas, es de ustedes [un equipo de negociación en San Andrés] Se lo ofrecemos
y les pedimos que lo aprovechen. No tenemos línea alguna que
dar. El diálogo de San Andrés Sacam’chen de los Pobres y San
Cristóbal de las Casas es foro para ustedes. Lo que decidan lo
propondrá en el diálogo el EZLN. Les pedimos sólo llegar a
consensos para poder apoyarlos10.
Este acto de habla confirma la manera en que, desde su pasado violento,
el EZLN expresa políticamente las relaciones de subordinación eludiendo claramente que estas sitúen al mensaje zapatista como el dominador,
anteponiendo el poder de la soberanía popular a estos procesos. Una
soberanía legítima e indígena, en la que los dividendos son colectivos:
para todos, todo.
A manera de conclusión de esta sección, resulta evidente que la
oralidad y la toma de decisiones en clave indígena enriquecen los parámetros de la acción política zapatista derivada de los actos de palabra
rebeldes y de prácticas políticas consecuentes con los principios populares de gobierno. Ahora es importante evidenciar, en la última parte
de este argumento, la forma en que el discurso zapatista conecta la
dimensión de repertorio y de discurso hegemónico a las nociones de
acción política y hegemonía.
Parte 3: la acción política evoluciona en repertorios
hegemónicos
Esta es nuestra palabra sencilla, que busca tocar el corazón
rebelde de la gente humilde y simple como nosotros, pero también, como nosotros, digna y rebelde (EZLN, 2005).
Con esta introducción reaparece en escena, apenas hace pocos meses,
el zapatismo. Un zapatismo que, a pesar de los augurios pesimistas de
10 Extraído de las memorias del sacerdote jesuita Ricardo Robles, quien en octubre de
1995 participó como asesor en las mesas de diálogo de los Acuerdos de San Andrés. Ver <http://sjsocial.org/documentos/ez9510.html>.
138
Luisa Ortiz Pérez
muchos críticos de la acción política rebelde, no anuncia su muerte, su
derrota o su depresión política. Muy al contrario, esta vez aparece más
agresivo, guerrerista y sincero que antes, con enunciados del tipo: “De
lo que somos; de dónde estamos ahora; de cómo vemos el mundo; de
cómo vemos nuestro país que es México; de lo que queremos hacer; y
de cómo lo vamos a hacer” (EZLN, 2005)11.
Podemos especular que responde a la ciclotimia de los momentos de acuerdo y las decisiones, como ya lo mencionara con anterioridad; podemos también asumir que se debe a un cálculo político
experto y atinado, que hace que el Comité Clandestino Revolucionario
Indígena (CCRI) decidiera regresar a la esfera pública justo cuando
el ambiente político estaba listo para recibirlo; finalmente, también
podemos rechazar los supuestos anteriores e intentar relacionar en
forma genealógica los supuestos de esta Declaración de la Selva Lacandona (DSL) con los repertorios zapatistas presentes y vigentes en
la lucha, para comprender el mensaje que comunica. Decido escoger
la última de las opciones, debido a que mi interés es vislumbrar la
manera en que, si conocemos el pasado del EZLN, no sólo otorgamos
un voto de confianza a su rebeldía en el futuro, sino que legitimamos
la fuerza de sus repertorios y la justicia de su lucha al entenderlos.
No es la primera vez que en las enunciaciones recientes del EZLN12
entrevemos un ejercicio de recuperación del pasado con el fin de explicar
las razones por las que el repertorio rebelde es invocado para servir a la
lucha indígena. Todas las DSL comienzan recapitulando la historia del
levantamiento y las razones por las que los zapatistas se encuentran en
rebeldía. Esta recapitulación ha resultado muy útil para el análisis debido a las variaciones en la historia, al énfasis en los distintos momentos, al
uso variado del lenguaje, pero en particular a las diversas justificaciones
que derivan del recuento de la historia. Los argumentos pasan desde el
resentimiento y el odio que la herida colonial deja en el presente indígena,
comunes en la 1DSL y la 4DSL, a la rebeldía como la última estrategia
válida y vigente cuando el discurso hegemónico del Estado mexicano ha
cerrado todas las puertas, en la 2DSL y la 5DSL. La 3DSL juega con el
11 Estos son los títulos de los apartados de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona,
difundida en junio de 2005.
12 Divido la historia del EZLN en tres períodos históricos: el primero, zapatismo temprano, comprende desde el levantamiento hasta el retiro de los Acuerdos de San Andrés
(1994-1997); el segundo, el silencio zapatista, abarca el período de ausencia mediática
con las estrategias de contención de las marchas hacia el DF (1998-2001); finalmente, el
tercer período es el de la institucionalización del zapatismo, que comprende la formación
de los Caracoles, las Juntas de Buen Gobierno y la devolución del poder a la sociedad
civil (2002-2005). Es relevante notar que el primer período cuenta con cuatro DSL y los
subsecuentes, con sólo una cada uno.
139
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
reverso de la herida colonial, evocando el orgullo de pertenecer al pasado
indígena y haber sobrevivido a la ocupación del capital y la injusticia.
Esta 6DSL recuerda el origen recurriendo a una nueva forma de
contar la historia del EZLN, argumento que no sugiere que el repertorio
de rebeldía cambie, sino que evoluciona y se convierte en un elemento
de sorpresa para el joven que no conoce al movimiento, el enemigo que
cree conocerlo, el viejo amigo que necesita recuperar la fuerza, y para
el zapatista mismo.
La sencillez del lenguaje es impactante. Y es que este discurso
que ha tenido el tiempo de madurar, de sofisticar su uso conceptual, ha
sabido explotar muy bien la forma en que la sencillez indígena de sus
conceptos es mucho más efectiva que la radicalidad revolucionaria de
sus afirmaciones iniciales en la comunicación de sus ideales. Este es un
discurso de la sociedad civil empoderada, y de los repertorios a prueba
de discurso hegemónico. Habla el zapatismo hegemonizado.
Nosotros somos los zapatistas del EZLN, nos levantamos en
armas en enero de 1994 porque vimos que ya está bueno de
tantas maldades que hacen los poderosos, que sólo nos humillan, nos roban, nos encarcelan, y nos matan, y que nadie hace
nada (EZLN, 2005).
A diferencia de muchas otras ocasiones en las que la fuerza de los argumentos esconde el miedo, este mensaje del EZLN es revelador. Diez
años después del inicio del levantamiento, el pasado recordado es un
presente vivo, vigente, terrible.
Porque resulta que nosotros del EZLN somos casi todos puros
indígenas de acá de Chiapas, pero no queremos luchar sólo
por su bien de nosotros, o sólo por el bien de los indígenas
de Chiapas, o sólo por los pueblos indios de México, sino que
queremos luchar junto con todos los que son gente humilde
y simple como nosotros y que tienen gran necesidad, y que
sufren la explotación y los robos de los ricos y sus malos gobiernos aquí en nuestro México y en otros países del mundo
(EZLN, 2005).
El repertorio mejor logrado del EZLN a la fecha es este manejo mesiánico
de la apropiación de las causas del otro, por medio de la integración del
otro y de su problemática a su propia historia. En este caso, la madurez
del zapatismo actual incluye demiúrgicamente a los indígenas, y también
a los “simples y humildes” de México y del mundo. Este repertorio de
acción política siempre ha resultado en un poder de convocatoria y de
seguidores, bases de apoyo y movimientos solidarios al EZLN, quienes en
momentos de necesidad han salvado la vida misma de los rebeldes.
140
Luisa Ortiz Pérez
La primera sección de esta 6DSL termina evocando un viejo significante de la época de la 2DSL, la noción del espejo, que siempre aparece cuando el EZLN se mira a sí mismo con dolor viejo y nuevo.
Y entonces pues nosotros lo vimos todo eso y nos pensamos
en nuestros corazones que qué vamos a hacer. Y lo primero
que vimos es que nuestro corazón ya no es igual que antes,
cuando empezamos nuestra lucha, sino que es más grande porque ya tocamos el corazón de mucha gente buena, y también
vimos que nuestro corazón está como más lastimado, que se
ha herido más. Y no es que está herido por el engaño que nos
hicieron los malos gobiernos, sino porque cuando tocamos los
corazones de otros pues tocamos también sus dolores. O sea
que como que nos vimos en un espejo (EZLN, 2005).
La forma en que es narrada la situación actual del EZLN devela el
siguiente repertorio zapatista, recurrente no sólo en Declaraciones de
la Selva Lacandona, sino en todo tipo de comunicados, y es la estrategia periodística de realizar crónicas de eventos desde adentro. Resulta
interesante asumir al presente como un recuerdo, constituyéndolo en
una forma de expresar abiertamente el deseo de un presente distinto.
Esta dimensión psicoanalítica revela la existencia de un presente alterno en territorio zapatista, que escapa a las enunciaciones del discurso
hegemónico de los expertos, los comunicadores y los medios de comunicación, por no mencionar las fuentes gobiernistas de burócratas y
tomadores de decisiones.
El EZLN decidió entonces el cumplimiento, sólo por su lado (o
sea que se dice “unilateral”, porque sólo un lado) de los Acuerdos de San Andrés en lo de los derechos y la cultura indígenas.
Durante cuatro años, desde mediando el 2001 hasta mediando
el 2005, nos hemos dedicado a esto (EZLN, 2005).
El simbolismo mítico que han adquirido los Acuerdos de San Andrés ha
sido construido por las estrategias de comunicación internas al EZLN y
es constantemente evocado como comodín de legitimidad para la lucha
zapatista. Nunca se permitiría que la opinión pública olvidara que el
gobierno mexicano, encabezado por cualquiera que sea presidente en
este momento, faltó a su palabra y traicionó al EZLN. Este es el mensaje
que el EZLN nunca deja de emitir.
Adicionalmente, en la 6DSL aparece también el otro mito legitimador de la lucha zapatista, encarnado en la tensión constante entre
la vida militar del zapatismo y su pura esencia política y pacífica. Este
mito se convertirá en el futuro cercano del EZLN, a raíz de las nuevas
estrategias de la lucha global antiterrorista representada por el presi-
141
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
dente George W. Bush, y en la que vergonzosamente el Estado mexicano
ha pedido se incluya a la lucha zapatista13.
Y también vimos que el EZLN en su parte político-militar se estaba metiendo en las decisiones que le tocaban a las autoridades
democráticas, como quien dice civiles. Y aquí el problema es que
la parte político-militar del EZLN no es democrática, porque es
un ejército [...] y vimos que no está bien eso de que está arriba lo
militar y abajo lo democrático, porque no debe ser que lo que es
democrático se decida militarmente, sino que debe ser al revés:
o sea que arriba lo político democrático mandando y abajo lo
militar obedeciendo. O tal vez es mejor que nada abajo sino
que puro planito todo, sin militar, y por eso los zapatistas son
soldados para que no haya soldados (EZLN, 2005).
El tránsito del EZLN en el espectro que se define entre lo político y lo
militar ha sido siempre sujeto de discusión. Incluso, durante las distintas consultas que los zapatistas han realizado a la sociedad civil, la
pregunta sobre la desmovilización del EZLN y su integración a la vida
política mexicana siempre recibe los porcentajes más altos de aceptación. Y de la misma manera que la sociedad sueña con verlos sin fusil,
ellos se aferran a este desde el argumento simbólico de la necesidad
de retener espacios de resiliencia, de violencia simbólica latente y de
legítima defensa para cuando las fuerzas del Estado los atacan –lo que
sucede cotidianamente.
Sin embargo, la 6DSL toma la ruta de la desmovilización del
ejército zapatista, recuperando la retroalimentación que ellos mismos
han recibido de experiencias sin violencia armada, pero sí simbólica,
en numerosos países de América Latina.
Y queremos decirle a los pueblos latinoamericanos que es para
nosotros un orgullo ser una parte de ustedes aunque sea pequeña [...] queremos decirle al pueblo de Cuba [...] al pueblo
norteamericano, a los hermanos y hermanas Mapuche [...] a
los venezolanos [...] a los hermanos y hermanas indígenas Uruguay [...] a los que están sin tierra en Brasil [...] y a los hermanos
y hermanas de África, Asia y Oceanía (EZLN, 2005).
El esbozo de cadenas de significación que relacionan la lucha zapatista
con eventos y movilizaciones acontecidas en el mundo revela otro de los
13 “Por su lado, el secretario de Gobierno Santiago Creel envió a los EU una lista de los
considerados ‘terroristas’ en México. Quien esté en la lista, con razón o sin razón, pronto
le podría llegar la factura. Al mismo tiempo asoman nuevamente las identificaciones de
los grupos guerrilleros en el país con grupos terroristas” (CIEPAC, 2001).
142
Luisa Ortiz Pérez
repertorios de lucha clásicos del EZLN. Cadenas en este caso de equivalencia, articulando la importancia de las agendas, la legitimidad de
la rebeldía y la equidad y solidaridad que los zapatistas comparten con
“todos los que resisten y luchan, con sus modos y en sus países” (EZLN,
2005). Estas cadenas han generado campos de discursividad que privilegian la difusión de los ideales zapatistas, y ubican al EZLN en el
centro de la enunciación de rebeldía y de formas de lucha no violenta.
Adicionalmente, las cadenas equivalentes están acompañadas de cadenas de diferencia que demarcan y delimitan el terreno del enemigo/s.
Diferencias claras entre los que se rebelan y los señores del capitalismo
global, la globalización neoliberal, los imperialistas, los colonialistas,
el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, los políticos mexicanos
que privatizan, entre otros.
En primer lugar, las cadenas discursivas transformadas en acción
política directa y de confrontación anuncian que el EZLN a partir de ahora “mantendrá su compromiso con el cese al fuego ofensivo y su rechazo
al uso de la fuerza en contra de las fuerzas gubernamentales y las fuerzas
militares” (EZLN, 2005). Un rasgo que podría parecer contradictorio con
lo argumentado en la primera sección de este análisis; y que sin embargo
adquiere gran coherencia política, como parte del discurso hegemónico
de rebeldía y de un acto de habla hegemónico que pone las reglas del
juego y deslegitima aquellas que no están en concordancia.
En segundo lugar, el EZLN “mantiene su compromiso de insistir
en la vía de la lucha política con la iniciativa pacífica que encabeza”
(EZLN, 2005). O en otras palabras, su compromiso ético con la no alineación y el rechazo de las negociaciones políticas no emanadas de
acuerdos democráticos. En tercer lugar, el EZLN refrenda también su
compromiso con la defensa, el apoyo y la obediencia a las comunidades indígenas zapatistas “que lo forman y son su mando supremo, y
sin interferir en sus procesos democráticos internos y en la medida de
sus posibilidades, contribuir al fortalecimiento de su autonomía, buen
gobierno y mejora de sus condiciones de vida” (EZLN, 2005).
Para concluir esta sección, es relevante resaltar que estos supuestos de acción futura son enunciados desde un futuro ya vivido,
y se basan no solamente en actos discursivos enunciados por el zapatismo sino en espacios concretos y materiales de posibilidad política.
El primer compromiso ha sido honrado desde 1995, fecha en la que el
cese al fuego zapatista fue firmado con el fin de asegurar la vigencia
de los Acuerdos de San Andrés. Es muy interesante constatar la coherencia que los actos de habla adquieren cuando son respaldados por la
acción política de una comunidad que, al ver los repertorios en acción,
construye en torno a ellos un orden político y de justicia que corresponde a su cosmovisión, en este caso la indígena en rebeldía. El segundo
143
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
compromiso se ha confirmado recientemente con el rechazo del EZLN
a pactar con la institucionalidad política mexicana, inclusive con el
candidato presidencial de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, a
quien califican del siguiente modo:
Un personaje egocéntrico de centro [...] quien al compararse con
Francisco I. Madero –prócer de la gesta revolucionaria y autor
del célebre mandato constitucional: Sufragio Efectivo No Reelección– olvidó que fue Madero el que se alió con los porfiristas,
el que le dio la espalda al Plan de Ayala –baluarte del zapatismo
del siglo XX. López Obrador es un personaje que piensa ocupar
el poder desde arriba y por arriba (EZLN, 2005).
La posición antialianzas del EZLN refleja una postura crítica histórica
en el zapatismo frente a una izquierda que hoy en día no representa
los intereses de los marginados, los olvidados y los que, cansados del
sistema, han decidido hacer de la desobediencia su forma de vida. Por
su lado, la izquierda mexicana discute en la actualidad el costo de una
presión y de un discurso político encarnado y enunciado por los zapatistas, que desvirtúe la vía electoral para llegar al poder.
Finalmente, el tercer compromiso es respaldado por la ceremonia de devolución del poder a los Caracoles o Juntas de Buen Gobierno,
que desde mediados de 2003 están ejerciendo la decisión y el poder
popular indígena en soberanía y autonomía.
Para finalizar los comentarios sobre la 6DSL, podemos rescatar que
los actos de habla zapatistas no solamente construyen acción política, sino
que fincan y reconocen los repertorios de lucha que han logrado convertir
al EZLN en un actor y un enunciador hegemónico de la rebeldía.
Conclusión
Diez años han transcurrido ya desde que los primeros mensajes firmados
desde un lugar de la Selva Lacandona nos relataban tantas y tantas cosas
que habían construido y de las que a veces no teníamos idea. Ahora, si ponemos atención a la manera en que los juegos retóricos, actos de habla y repertorios de acción política zapatistas han evolucionado y madurado, estamos
frente a un ejemplo palpable y de referencia obligada para comprender procesos de formación de subjetividades políticas indígenas en el continente, y
de acción política para todos los demás movimientos rebeldes.
El primer juego retórico que el zapatismo nos ofrece es el proceso de resignificación de discursos históricos hegemónicos con el fin
de que el pasado enunciado incluya al presente y al futuro, desde la
clave indígena para el zapatismo y en discurso rebelde desde la enunciación del subcomandante Marcos. “Hacer la guerra con palabras y no
con armas” resulta un enunciado tanto vanguardista como tradicional,
144
Luisa Ortiz Pérez
dentro del imaginario discursivo de aquellos para los que la revolución
y la violencia no son métodos legítimos de hacer política, pero sí de
enunciar discurso.
La segunda contribución del EZLN es la forma de hacer política
desde el discurso indígena y rescatar su acción política y estrategias
de rebeldía desde sus actos de habla y prácticas discursivas. Resulta
evidente que la oralidad y la toma de decisiones en clave indígena enriquecen los parámetros de la acción política zapatista derivada de los
actos de palabra rebeldes, como mandar obedeciendo o para nosotros
nada y para todos, todo.
Y el tercer aporte del zapatismo es recogido en tres etapas, resaltando los repertorios más característicos de los diez años de lucha
rebelde indígena. El repertorio mejor logrado, a mi criterio, es lo que
llamo manejo mesiánico de la apropiación de las causas del otro, por
medio de la enunciación del otro en la propia historia del zapatismo.
Este recurso siempre fue una prerrogativa de los historiadores de la
hegemonía; mitólogos que deciden quién entra y quién sale de los libros
de la historia; y sin embargo, a la manera de “Todos somos Marcos”, el
EZLN articula y se solidariza con la causa de todos aquellos que buscamos “un mundo donde quepan otros mundos”.
De la misma manera, otro repertorio recurrente no sólo en Declaraciones de la Selva Lacandona, sino en todo tipo de comunicados, es
la estrategia periodística de realizar crónicas de eventos desde adentro.
Asumir el presente como un recuerdo, constituyéndolo en una forma
de expresar abiertamente el deseo de un presente distinto. Un presente
alterno en territorio zapatista, que siempre está acompañado de la certeza simbólica y la solidez imaginaria.
Finalmente, el esbozo de cadenas de significación que relacionan
la lucha zapatista con eventos y movilizaciones acontecidas en el mundo
revela las cadenas de equivalencia que, articulando la importancia de
las agendas, la legitimidad de la rebeldía y la equidad y solidaridad,
justifican el zapatismo y lo sitúan a la vanguardia de la movilización
rebelde global y en contra de las agendas neoliberales, imperialistas.
Para terminar, podemos concluir que, sobre la base de los argumentos presentados en este trabajo, la relación discursiva y política entre
los actos de lenguaje, la acción política y los repertorios de resistencia
y confrontación del discurso político del statu quo es visible y digna de
resaltar en la agenda zapatista. Y los repertorios exitosos de contrahegemonía política se muestran capaces de fracturar las articulaciones
estadocéntricas, y de enriquecer la lucha política en rebeldía de los movimientos dignos del continente. El resto siempre estará por verse.
145
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
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147
Países andinos
Margarita López Maya*
Luis E. Lander**
Venezuela: protesta popular
y lucha hegemónica reciente***
Desde mediados de los años ochenta, Venezuela ha sido vista tanto interna como externamente como una sociedad caracterizada
por la incesante movilización de su gente. Especialmente a partir de la
masacre de El Amparo en 1988 y sobre todo del Caracazo de 1989, se han
registrado numerosas protestas que con algunos años más turbulentos
que otros continúan hasta el presente. Esta situación ha cambiado profundamente la manera en que muchos percibían a la sociedad venezolana. A inicios de los ochenta, existía una idea generalizada según la cual
los venezolanos se ubicaban entre las sociedades menos movilizadas de
América Latina. Se argumentaba que su sólida democracia, aceitada
por la renta petrolera del Estado, había permitido establecer y consolidar canales de mediación y representación eficientes que conjuraban el
conflicto social pronunciado y/o violento. Los venezolanos eran “dife* Historiadora. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora Titular del Centro de Estudios
del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela, Venezuela.
** Ingeniero mecánico con estudios de Doctorado en Ciencias Sociales. Director de la
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, Venezuela.
***Versión actualizada y ajustada para el presente volumen de “Venezuela: continuidades y novedades de la protesta popular”, artículo de los mismos autores publicado en
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales (Caracas) Vol. 12, Nº 1.
151
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
rentes” al resto de América Latina, ya que parecían haber superado la
continua turbulencia sociopolítica de otras sociedades. Esto llegó a manifestarse en el mundo académico con la aparición de alguna literatura
que sostenía la condición de excepcionalidad de la sociedad venezolana
en relación con el resto de la región. Tal teoría fue contradicha por las
últimas dos décadas y obligó a mirar de nuevo la “política de la calle”
que se desarrolló en Venezuela desde 1958.
Con la información empírica proporcionada por la Base de datos
El Bravo Pueblo (BDEBP) y los informes anuales sobre la situación del
derecho a la manifestación pacífica que realiza el Programa Venezolano
de Educación Acción en Derechos Humanos (PROVEA) –una organización de derechos humanos–, en este artículo se exploran las protestas
de antes y después de la década del ochenta para poner en evidencia
que, si bien hay cambios interesantes en relación con el pasado, las protestas de ayer no eran tan distintas a las de hoy, ni en frecuencia, ni en
motivos, ni en otras características. Partiendo principalmente de esas
fuentes, puede observarse que la situación de las décadas recientes no
es tan novedosa y que la paz, armonía y unidad que se reconocían por
los años setenta eran más “ilusorias” que reales. También en el pasado
se vivieron períodos de alta efervescencia y movilización callejera, que
eran reseñados por la prensa y los medios audiovisuales, aunque no
llegaban a afectar seriamente la legitimidad del sistema político y de
sus actores principales, así como tampoco la del Estado surgido de los
pactos constitutivos acordados a partir de 1958.
El análisis cubre el período que va desde 1958 hasta 2005 según
una perspectiva comparada. Para contextualizar la política de la calle
que estaremos siguiendo, es pertinente recordar que en Venezuela,
una alianza cívico-militar acabó en enero de 1958 con la última dictadura militar que conociera el país, y se echaron desde entonces las
bases de un sistema político democrático, a partir de un conjunto de
compromisos y pactos entre actores políticos y sociales, de los cuales
el más conocido y emblemático sería el llamado “Pacto de Punto Fijo”.
Los pactos constitutivos de la democracia venezolana incluyeron como
bloque hegemónico a los partidos signatarios de Punto Fijo, es decir,
a los partidos Acción Democrática (AD), Socialcristiano COPEI, y en
menor grado a la Unión Republicana Democrática (URD), a los sindicatos afines a estos partidos, organizados en la Confederación de
Trabajadores de Venezuela (CTV), al sector empresarial representado
en la patronal Fedecámaras, a la jerarquía de la Iglesia Católica y a las
Fuerzas Armadas. Hubo una expresa exclusión del Partido Comunista
de Venezuela (PCV) y de sindicatos afines a esa tendencia política,
lo que aunado a otros factores –como la influencia de la Revolución
Cubana desde 1959 y la represión sindical ejercida por el gobierno de
152
Margarita López Maya y Luis E. Lander
Betancourt durante la recesión económica de inicios de los sesenta–
llevaría a este partido junto al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un desprendimiento de la AD, a la lucha armada que se
desarrolló durante los años sesenta. El Estado venezolano, respaldado
por las fuerzas aliadas en los pactos constitutivos, derrotó a la guerrilla tanto política como militarmente, dando paso en los años setenta
a un reajuste del sistema político, con una parcial incorporación de
la izquierda venezolana al juego político institucional, y el debilitamiento de formas insurreccionales de política y de organizaciones de
ideología de izquierda. Esta situación se vio alterada a mediados de los
ochenta, cuando los pactos constitutivos de la democracia venezolana
comenzaron a presentar fisuras, en virtud de las transformaciones que
se estaban dando en el contexto internacional y nacional en el marco
de la globalización neoliberal (López Maya et al., 1989).
Las protestas recientes: visibilidad y características
En respuesta al anuncio de un programa de ajuste macroeconómico de
orientación neoliberal por parte del recién instalado segundo gobierno
de Carlos Andrés Pérez (1989-1993), se produjo en Caracas y las principales ciudades del país un masivo estallido social. El Caracazo o Sacudón, como ha sido conocido este episodio violento, tuvo lugar entre el
27 de febrero y el 3 de marzo de 1989, puso al descubierto un proceso
de deslegitimación del sistema político venezolano que ya venía en marcha, y abrió además la puerta para posteriores sucesos, como los dos
golpes de Estado fallidos de 1992 y la destitución del presidente Pérez
en 1993. Un antecedente dramático y determinante en ese proceso de
deslegitimación fue la masacre de El Amparo, ocurrida en octubre de
1988, cuando fuerzas militares y policiales venezolanas asesinaron a un
grupo de pescadores en una región fronteriza con Colombia, simulando
un enfrentamiento con guerrilleros de ese país. Gracias a dos sobrevivientes y a la activa movilización de la población, la verdad salió a la
luz pública, lo que provocó una indignación generalizada. Estos dos
episodios, muy cercanos en el tiempo, significaron un momento de inflexión en la magnitud de la protesta popular en Venezuela. La extensión,
duración, fuerza y violencia del Caracazo no tienen parangón en nuestra
historia reciente1. En particular, este hito histórico obligó a prestarle
mayor atención a un fenómeno al que, aunque siempre había estado
presente, no se le había dado demasiada importancia: la política de la
calle. Entendemos por ello la interacción que se produce en el espacio
público, la calle, entre actores sociales y políticos, incluyendo las multi1 Para información y análisis sobre el Caracazo, puede verse, entre otros, Cuadernos del
Cendes (1989), Politeia (1989), Coronil y Skurski (1991) y López Maya (2003b).
153
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
tudes y diversas representaciones de la autoridad. Recurren a la política
de la calle principalmente los sectores de la sociedad más débiles y más
alejados de los centros de poder, ya que por lo general carecen de otros
canales de comunicación con los poderosos (Eckstein, 1989: 28).
Como una de las tantas consecuencias del Sacudón, se constituyó
una organización no gubernamental de defensa de los derechos humanos, PROVEA, que comenzó a llevar un registro anual de la situación
de los derechos humanos en el país, entre ellos el derecho a la manifestación pacífica. Gracias a esta iniciativa, contamos hoy con una fuente
de información bastante fidedigna de la cantidad, actores, motivos y
respuestas de las autoridades a la movilización popular venezolana en
esta última década y media.
Más recientemente, una iniciativa académica independiente, en
la Universidad Central de Venezuela, ha ampliado la información recopilada por PROVEA, construyendo una base de datos de movilizaciones
populares con la ambición de cubrir todo el siglo XX: la Base de datos
El Bravo Pueblo (BDEBP). Esta es más limitada en las fuentes que la de
PROVEA, pues se alimenta de un solo periódico de cobertura nacional,
El Nacional, a partir de su fundación en 1944 y otros periódicos en años
previos, mientras PROVEA se nutre de varios diarios nacionales y regionales. Sin embargo, la BDEBP proporciona información más exhaustiva y cualitativa de las protestas, y cuenta ya con una cobertura temporal
más amplia que la de PROVEA. Apoyándonos en la información proporcionada por ambas fuentes, es posible hacer una exploración de las
movilizaciones en los años recientes y contrastar ese comportamiento
con el de años previos al Caracazo.
Con todas sus limitaciones y problemas, la fuente hemerográfica
ha venido siendo valorada como importante insumo para la investigación
sobre el conflicto social (Tarrow, 1989: 357-365; Franzosi, 1996: 377). No
obstante, es necesario tener en cuenta algunas características de esta
fuente, así como de las diferencias de las dos bases de datos con las que
trabajaremos. Ambas, como ya mencionamos, se alimentan de noticias
de periódicos y adolecen por lo tanto de las distorsiones propias de esta
fuente. La prensa diaria tiende a darle mayor visibilidad a lo “noticiable”,
es decir, a aquellos eventos más belicosos y violentos, omitiendo con frecuencia acontecimientos menos perturbadores. La línea editorial de los
diarios también influye en la cobertura que se le da a este tipo de eventos,
pudiendo esta línea variar de un año a otro, con lo que puede cambiar
la frecuencia y detalle de las reseñas de protestas. En los años recientes,
por otra parte, medios gráficos privados en Venezuela como El Nacional y
El Universal han desarrollado una intensa actividad política opositora al
gobierno de Hugo Chávez, manipulando el número de participantes y/o la
importancia de las movilizaciones que enfrentan al gobierno y achicando
154
Margarita López Maya y Luis E. Lander
o no registrando aquellas que lo apoyan, lo que introduce una distorsión
adicional. Además, las dos bases de datos que se utilizarán para el análisis tienen diferencias en su diseño. La de PROVEA tiene como unidad
de registro los eventos de protesta ocurridos en el país, mientras que la
BDEBP tiene como unidades las notas periodísticas de El Nacional. A la
vez, los informes anuales de PROVEA abarcan desde el mes de octubre
de un año al de septiembre del siguiente. Por ello, los números proporcionados por una base y otra no son directamente comparables. No obstante
estas limitaciones, alimentándonos con ambas y sin pretender alcanzar
datos numéricos precisos, disponemos de una buena visión del comportamiento y las características de la protesta popular en Venezuela antes
y después del Caracazo.
Los números de PROVEA y las reseñas de El Bravo Pueblo
De acuerdo con PROVEA, en los dieciséis años que van de octubre de
1989 a septiembre de 2005 se produjeron un total de 15.611 manifestaciones en el país, lo cual equivale a 2,67 por día incluyendo todos los
fines de semana, vacaciones y días de fiesta (ver Cuadro 1). Se trata de
un número significativo. Es preciso mencionar que en estas cifras, hasta 2001-2002 no se incluyen ni las huelgas ni los paros, pues PROVEA
no los consideró formas de manifestación. Se destacan en esta fuente
dos períodos pico de la serie. El primero ocurre entre 1991 y 1994 y el
segundo, entre 1999 y 2003.
En el primer período, se desarrolló una severa crisis política que
tuvo sus momentos más dramáticos en los fallidos golpes de Estado de
febrero y noviembre de 1992. A partir de estos, el gobierno de Pérez entró en un proceso acelerado de pérdida de apoyos políticos que culminó
con su destitución por parte del Congreso Nacional, en mayo de 1993, al
dictaminar la Corte Suprema de Justicia que existían méritos para su enjuiciamiento por malversación de fondos públicos. Fue reemplazado por
un gobierno interino presidido por el historiador Ramón J. Velásquez,
quien culminó el período constitucional y fue reemplazado por el nuevo
presidente, Rafael Caldera, electo en los comicios de diciembre de 1993.
Durante esos años, encontramos que el promedio diario de protestas se
elevó a 2,75, nuevamente sin incluir los paros. El segundo pico, entre 1999
y 2003, se corresponde con los primeros cinco años del gobierno de Hugo
Chávez Frías. Este gobierno ha significado la emergencia de una nueva
elite con un proyecto político alternativo para Venezuela, que ha tenido
tanto numerosas como masivas manifestaciones de apoyo y de rechazo.
En estos años, el promedio sube a 3,5 protestas diarias, lo que pudiera
evaluarse como un período de mucha mayor movilización. Sin embargo,
desde el informe 2001-2002, PROVEA ha incorporado también el dato de
los paros laborales, lo que abulta un poco el promedio.
155
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Cuadro 1
Protestas y reseñas de protestas (1983-2005)
Período
Total de protestas PROVEA
Total de reseñas BDEBP
Octubre 1983 a septiembre 1984
----
283
Octubre 1984 a septiembre 1985
----
157
Octubre 1985 a septiembre 1986
----
191
Octubre 1986 a septiembre 1987
----
124
Octubre 1987 a septiembre 1988
----
121
Octubre 1988 a septiembre 1989
----
225
Octubre 1989 a septiembre 1990
675
156
Octubre 1990 a septiembre 1991
546
220
Octubre 1991 a septiembre 1992
873
159
Octubre 1992 a septiembre 1993
1.047
185
Octubre 1993 a septiembre 1994
1.099
190
Octubre 1994 a septiembre 1995
581
176
Octubre 1995 a septiembre 1996
628
245
Octubre 1996 a septiembre 1997
632
197
Octubre 1997 a septiembre 1998
422
186
Octubre 1998 a septiembre 1999
855
272
Octubre 1999 a septiembre 2000
1.414
329
Octubre 2000 a septiembre 2001
1.312
----
Octubre 2001 a septiembre 2002
1.262
----
Octubre 2002 a septiembre 2003
1.543
----
Octubre 2003 a septiembre 2004
1.255
----
Octubre 2004 a septiembre 2005
1.467
----
15.611
3.416
975
201
Total
Promedio por período
Fuente: PROVEA (1989-2004); BDEBP (2003).
Por su parte, la BDEBP nos muestra para los años recogidos un total de 3.416 reseñas de protesta registradas, lo que corresponde a 0,55
registros por día. Esta base de datos también indica unos años pico,
correspondiendo el primero al período del cambio del gobierno de Luis
Herrera Campins a Jaime Lusinchi, envuelto en las turbulencias provocadas por el “viernes negro”. Así se denominó al día en que el gobierno
de Herrera Campins anunció, en febrero de 1983, una devaluación del
bolívar y un control cambiario, que volvieron consciente para la mayoría de la población la dimensión de la crisis económica que vivía el país
y contribuyeron a la derrota del partido de gobierno en las elecciones
de fines de ese año. Destacan por su intensidad de protesta en esta base
de datos, lo mismo que en la de PROVEA, el período correspondiente al
Caracazo así como los primeros años del gobierno de Chávez.
156
Margarita López Maya y Luis E. Lander
La naturaleza y los motivos de las acciones según la BDEBP
En la BDEBP, la naturaleza de las protestas reseñadas se clasifica en tres
categorías: convencionales, confrontacionales y violentas. Se entiende por
convencionales aquellas protestas más rutinarias, con frecuencia legales y
que, si no lo son, no despiertan entre los participantes, observadores y autoridades sentimientos de temor o angustia. Se clasifican como confrontacionales aquellas que, sin llegar a agresiones físicas entre los antagonistas,
ni dañar propiedades o bienes, suscitan sentimientos de temor o angustia.
Son ejemplos de este tipo los cierre de vías, concentraciones y marchas
combativas sin permiso y huelgas de hambre. Por último, para la BDEBP
son protestas violentas las que producen deterioro o destrucción de propiedades públicas o privadas y/o daños a la integridad física de personas participantes o no de la protesta. La mayor visibilidad de protestas de naturaleza
confrontacional y violenta –en particular las confrontacionales– indica en
las sociedades períodos de turbulencia y/o transformación sociopolítica
(Tarrow, 1989). En el siguiente cuadro se observa la distribución de las
protestas reseñadas por la BDEBP de acuerdo con esta clasificación.
Cuadro 2
Naturaleza de las protestas (1983-2000)
Período
Total reseñas
BDEBP
Convencionales
Confrontacionales
%
Violentas
%
%
Octubre 1983 a septiembre 1984
283
164
57,9
98
34,6
21
7,4
Octubre 1984 a septiembre 1985
157
105
66,9
40
25,5
12
7,6
Octubre 1985 a septiembre 1986
191
154
80,6
33
17,3
4
2,1
Octubre 1986 a septiembre 1987
124
72
58,1
14
11,3
38
30,6
Octubre 1987 a septiembre 1988
121
81
66,9
22
18,2
18
14,9
Octubre 1988 a septiembre 1989
225
86
38,2
63
28,0
76
33,8
Octubre 1989 a septiembre 1990
156
51
33,7
74
47,4
31
19,9
Octubre 1990 a septiembre 1991
220
111
50,5
53
24,1
56
25,5
Octubre 1991 a septiembre 1992
159
16
10,6
71
44,7
72
45,3
Octubre 1992 a septiembre 1993
185
45
24,3
70
37,8
70
37,8
Octubre 1993 a septiembre 1994
190
54
28,4
70
36,8
66
34,7
Octubre 1994 a septiembre 1995
176
61
34,7
50
28,4
65
36,9
Octubre 1995 a septiembre 1996
245
45
18,4
104
42,4
96
39,2
Octubre 1996 a septiembre 1997
197
84
42,6
67
34,0
46
23,4
Octubre 1997 a septiembre 1998
186
79
42,5
70
37,6
37
19,9
Octubre 1998 a septiembre 1999
272
42
15,4
172
63,2
58
21,3
Octubre 1999 a septiembre 2000
329
153
46,5
125
38,0
51
15,5
3.416
1.403
----
1.196
----
817
----
201
83
41,3
70
34,8
48
23,9
Total
Promedio por período
Fuente: BDEBP (2003).
157
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Llama la atención cómo las reseñas de protestas violentas, que en
los primeros años de la serie constituían menos del 10% del total,
desde 1986 en adelante pasan a tener siempre porcentajes de dos
dígitos. Se registran como períodos especialmente violentos los de
1991-1992 y 1992-1993, correspondientes a la crisis política ya señalada del segundo gobierno de Pérez, y el período 1995-1996. Este
último corresponde a los años de aplicación del programa de ajuste
macroeconómico conocido como la Agenda Venezuela. Desde mediados de los noventa, se observa una tendencia a la disminución
porcentual de las protestas violentas.
En la BDEBP, como ya se señaló, se clasifica como “violenta”
cualquier protesta que implique daños a bienes y/o agresiones a personas sin asignar responsabilidad por la violencia. Entran entonces,
entre las clasificadas como violentas, las protestas reprimidas por el
Estado. PROVEA, por su parte, registra año a año el número de movilizaciones reprimidas. En trabajos anteriores hemos establecido la
relación entre la represión y el aumento de la violencia en las manifestaciones (López Maya, 2003a).
De acuerdo con los datos de PROVEA, el segundo período
constitucional del presidente Pérez (1989-1993) fue signado por la
intensidad de la represión violenta del Estado hacia la protesta. Una
de cada tres protestas fue reprimida y se produjo un saldo altísimo de muertos. Además de la represión atroz ejercida durante el
Caracazo, sólo en el año 1992, después del fracasado golpe del 4
de febrero, se registraron 26 muertos en manifestaciones pacíficas
(PROVEA, 1991-1992). Cambios en este comportamiento del Estado hacia la protesta comienzan a manifestarse durante el segundo
gobierno de Rafael Caldera (1994-1998), que asumió una posición
menos represiva hacia las movilizaciones. Asimismo, la emergencia
de nuevos actores políticos en los gobiernos regionales y locales
determinó un cambio en las actitudes del poder, en sus diferentes
niveles, hacia la manifestación pacífica. Disminuyó la criminalización hacia ella, presente desde los años sesenta, cuando se la había
asociado con la opción de la lucha política por la vía armada, y
como tal se la reprimía violentamente, iniciándose esfuerzos para
reglamentar el uso de la represión (ver López Maya, 2003a). Hacia
mediados de ese período constitucional, la proporción de manifestaciones reprimidas había descendido a 1 de cada 6. Las muertes en
manifestaciones públicas también disminuyeron; en 1996 no se produjo ninguna. Se redujo asimismo el uso de armas de fuego en las
manifestaciones pacíficas (PROVEA, 1994-1999). Con el gobierno de
Hugo Chávez Frías, la protesta adquiere un estatus de mayor reconocimiento e institucionalización. Una de cada 24 protestas fue repri-
158
Margarita López Maya y Luis E. Lander
mida en 1998-1999, una de cada 28 en 2000-2001, una de cada 25 en
2001-2002, una de cada 36 en 2002-2003, y una de cada 33 en 20032004 (PROVEA, 1998-2004). Para el período 2004-2005, ¡de cada 80
manifestaciones pacíficas, 1 fue reprimida! Con lo cual parece que
estamos en presencia de una tendencia que parece consolidarse.
El uso de armas de fuego en manifestaciones públicas también ha
disminuido –si bien no suficientemente– y se eleva su prohibición
a rango constitucional. En los seis primeros años de este gobierno,
ocho muertes ocurrieron en manifestaciones pacíficas (PROVEA,
1998-2004) 2 . Para 2004-2005 no se registró ninguna muerte. Este
desarrollo ha contribuido a una disminución de la violencia en las
protestas, si bien en los informes de PROVEA correspondientes a
2002-2003 y 2003-2004 se observó un repunte de la violencia, que no
estuvo relacionado con la represión, sino con la aguda confrontación política que se vivió tras el golpe de Estado y hasta el referendo
revocatorio de agosto de 2004 (PROVEA, 2002-2004).
Las reseñas de protesta clasificadas como confrontacionales
por la BDEBP aumentan su participación porcentual en el total de
las protestas reseñadas a partir del período 1988-1989, año del Caracazo. Hasta ese período, el promedio porcentual de reseñas que
daban cuenta de protestas confrontacionales –agresivas, mas no violentas– fue del 21,4%. A partir de 1988-1989, las protestas de este tipo
incrementan su visibilidad para alcanzar un promedio de 38,5% de
la totalidad de protestas reseñadas hasta el año 2000. En la segunda
mitad de la década del noventa, coincidiendo con la disminución
de las protestas violentas, observamos un incremento mayor en los
porcentajes de reseñas de protestas confrontacionales. En ese último
lustro de la década, el porcentaje de reseñas para ese tipo de protestas asciende al 43%. Sobre este interesante dato volveremos después. Por último, las reseñas de protestas convencionales muestran
un comportamiento casi opuesto a lo señalado para las violentas. A
principio de la serie, sus porcentajes superan holgadamente la mitad
de las reseñas registradas, mientras que en los años de turbulencia
política disminuyen y vuelve a notarse un incremento de su visibilidad después de mediados de la década del noventa.
La BDEBP también clasifica las reseñas de acuerdo con las
motivaciones de las protestas. Para ello utiliza más de 90 descripto2 Las muertes por acciones represivas durante el golpe de Estado del 11 de abril y días
siguientes de 2002 no son contabilizadas en el informe correspondiente de PROVEA. Las
del 11 de abril, por no existir a la fecha un informe confiable de lo ocurrido; y en los días
siguientes, por caer la responsabilidad en el gobierno de facto de Pedro Carmona. En el
informe de 2002-2003 se registran 4 muertes, pero 3 de ellas como resultado de acciones
represivas a una manifestación violenta.
159
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
res. Para la presente exploración los hemos agrupado en dos grandes
grupos. El primero congrega los descriptores de naturaleza socioeconómica, es decir, todas las protestas motivadas por condiciones materiales de vida. El segundo recoge las motivaciones relacionadas con
derechos de naturaleza civil y política. Para facilitar comparaciones,
en el cuadro siguiente, además de los totales absolutos, se presentan
los porcentajes correspondientes. La última columna recoge los datos
de reseñas cuya motivación no está claramente establecida. En este
cuadro los totales no coinciden con los del Cuadro 2, porque aquí se
totalizan los motivos de las protestas y no las reseñas. En algunas
reseñas, la protesta registrada tiene más de un motivo, y estos pueden
corresponder a las dos categorías.
Cuadro 3
Motivos de las protestas (1983-1999)
Período
Total motivos
Socioeconómicos Civiles y políticos
Otros
Total
%
Total
%
Total
%
Octubre 1983 a septiembre 1984
296
253
85,5
37
12,5
6
2,0
Octubre 1984 a septiembre 1985
174
151
86,8
18
10,3
5
2,9
Octubre 1985 a septiembre 1986
215
198
92,1
16
7,4
1
0,5
Octubre 1986 a septiembre 1987
135
71
52,6
62
46,0
2
1,5
Octubre 1987 a septiembre 1988
125
86
68,8
39
31,2
0
0,0
Octubre 1988 a septiembre 1989
312
223
71,5
82
26,3
7
2,2
Octubre 1989 a septiembre 1990
176
149
84,7
23
13,1
4
2,3
Octubre 1990 a septiembre 1991
54
42
77,8
9
16,7
3
5,6
Octubre 1991 a septiembre 1992
223
127
57,0
91
40,8
5
2,2
Octubre 1992 a septiembre 1993
221
159
71,9
60
27,1
2
0,9
Octubre 1993 a septiembre 1994
226
175
77,4
41
18,1
10
4,4
Octubre 1994 a septiembre 1995
204
142
69,6
49
24,0
13
6,4
Octubre 1995 a septiembre 1996
293
241
82,3
38
13,0
14
4,8
Octubre 1996 a septiembre 1997
218
178
81,7
32
14,7
8
3,7
Octubre 1997 a septiembre 1998
199
149
74,9
40
20,1
10
5,0
Octubre 1998 a septiembre 1999
304
195
64,1
106
34,9
3
1,0
Fuente: BDEBP (2003).
Puede observarse que la inmensa mayoría de las protestas reseñadas
tienen motivaciones de naturaleza socioeconómica. Llama sin embargo la atención que, en unos pocos años particulares, las protestas
motivadas por demandas civiles y políticas sobrepasan la tercera
parte de la totalidad registrada. Tales son los casos de 1986-1987,
1987-1988, 1991-1992 y 1998-1999. Aunque una explicación acabada
160
Margarita López Maya y Luis E. Lander
de las razones de estos comportamientos sobrepasa los alcances de
este artículo, información empírica señala que se corresponden con
períodos de agitación política particularmente alta. En el período
de 1986 a 1988 se produjeron movilizaciones significativas por reformas políticas, especialmente referidas a la descentralización del
poder central. Estas manifestaciones contribuyeron a crear un clima que permitió la materialización de propuestas recogidas por la
Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) y que
condujo a la aprobación de leyes de descentralización (ver Gómez
Calcaño y López Maya, 1990). En el período 1991-1992 ocurrió el
golpe de Estado del 4 de febrero, y 1998-1999 correspondió al primer
año de gobierno de Chávez, con toda la movilización alrededor del
proceso constituyente.
Para poder observar con mayor detalle estas motivaciones, hemos subdividido cada grupo en tres subgrupos. El primer subgrupo
(A) surgido del grupo de las motivaciones de naturaleza socioeconómica está conformado por las protestas por las condiciones y derechos para la producción, como peticiones de tierra, de subsidios,
contra impuestos, solicitando créditos, etc. El segundo (B) aglomera
motivaciones referidas a servicios públicos: salud, educación, agua,
transporte, etc. El subgrupo C engloba a todas las motivaciones que
giran en torno a los ingresos: sueldos, contratos colectivos, jubilaciones, trabajo, etc. El segundo grupo, que recoge las motivaciones
relacionadas con derechos de naturaleza civil y política, comprende a su vez el subgrupo A, conformado por las motivaciones referidas a los derechos humanos: maltratos, muertes, represión, etc.; el
subgrupo B, a derechos civiles como justicia, libertad de expresión,
leyes, reglamentos, etc.; y el tercer subgrupo, el C, que agrupa las
motivaciones más directamente políticas como fraudes electorales,
democratización, autonomía, corrupción, etc. En el siguiente cuadro
se recogen las motivaciones de las protestas reseñadas de acuerdo
con los porcentajes de esta reclasificación.
161
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Cuadro 4
Motivos de las protestas por subgrupos (1983-1999)
Período
Socioeconómicos
Civiles y políticos
Total
A (%)
B (%)
C (%)
Total
A (%)
B (%)
C (%)
Octubre 1983 a septiembre 1984
253
7,5
25,3
67,2
37
56,8
21,6
21,6
Octubre 1984 a septiembre 1985
151
12,6
30,5
57,0
18
33,3
16,7
50,0
Octubre 1985 a septiembre 1986
198
11,1
20,7
68,2
16
56,3
12,5
37,5
Octubre 1986 a septiembre 1987
71
1,4
42,3
56,3
62
85,5
6,5
8,1
Octubre 1987 a septiembre 1988
86
29,1
27,9
43,0
39
64,1
23,1
12,8
Octubre 1988 a septiembre 1989
223
32,7
34,5
32,7
82
70,6
18,3
8,5
Octubre 1989 a septiembre 1990
149
10,7
44,3
45,0
23
30,4
21,7
47,8
Octubre 1990 a septiembre 1991
42
26,2
54,8
19,0
9
44,4
11,1
44,4
Octubre 1991 a septiembre 1992
127
18,9
48,8
32,3
91
57,1
7,7
35,2
Octubre 1992 a septiembre 1993
159
26,4
26,4
47,2
60
45,0
16,7
38,3
Octubre 1993 a septiembre 1994
175
25,7
48,6
25,7
41
80,5
14,6
4,9
Octubre 1994 a septiembre 1995
142
7,8
50,0
42,3
49
57,1
22,4
20,4
Octubre 1995 a septiembre 1996
241
26,6
34,0
39,4
38
65,8
10,5
23,7
Octubre 1996 a septiembre 1997
178
21,9
36,0
42,1
32
59,4
31,3
9,4
Octubre 1997 a septiembre 1998
149
20,1
24,2
55,7
40
50,0
27,5
22,5
Octubre 1998 a septiembre 1999
195
18,5
33,3
48,2
106
47,2
14,2
38,7
Fuente: BDEBP (2003).
Entre las socioeconómicas, las motivaciones predominantes son aquellas agrupadas en los subgrupos B y C, es decir, las que tienen que ver
con servicios públicos y niveles de ingresos, respectivamente. Entre
ambas, siempre superan el 70% del total de motivaciones socioeconómicas reseñadas. De los 16 períodos que aparecen en el cuadro,
en 11 las motivaciones de ingreso predominan. Entre las reseñas de
protestas de motivación civil y política, el subgrupo A –de los derechos
humanos y que comprende entre otros descriptores los de represión,
agresión, allanamiento, muerte, vida, violencia y reclutamiento–
predomina en 13 de los 16 períodos registrados. En 11 de ellos, este
subgrupo contabiliza más de la mitad de las reseñas motivadas por
razones civiles y políticas.
En síntesis, estos años recientes se han caracterizado por una
protesta intensa, que desde 1989, según PROVEA, en promedio supera
las 2 movilizaciones diarias, incluyendo días domingos y feriados y sin
contar los paros laborales, que son una de las protestas mayoritarias
de los venezolanos y que esa base de datos sólo registra como manifestación a partir del informe anual 2001-2002. Las protestas violentas a
partir de mediados de los ochenta pasan a tener porcentajes de dos dígitos en las protestas de la BDEBP; sin embargo, tendieron a disminuir a
162
Margarita López Maya y Luis E. Lander
fines de los noventa, lo que se relaciona con un cambio en la actitud del
Estado hacia ese derecho. Las protestas de naturaleza confrontacional,
que antes del Caracazo eran menos de un cuarto del total de reseñas,
después de ese acontecimiento superan al tercio del total y tienden a
hacerse más visibles en los años recientes, llegando hasta un 43% en el
segundo lustro de la década del noventa. Ellas señalan una sociedad en
la que las relaciones de poder están en transformación. Las motivaciones predominantes en estos años tienen que ver con remuneraciones y
demandas de servicios públicos, aunque al final de la serie la visibilidad
de las demandas civiles y políticas tiende a aumentar. Entre las protestas de motivaciones civiles y políticas predominan aquellas que exigen
el respeto a los derechos humanos básicos de la ciudadanía, tales como
la vida, la dignidad como persona y la integridad física.
Una mirada comparativa a la protesta desde 1958
Evaluemos a continuación qué tan novedosas son las características de
las acciones colectivas de protesta de los años recientes al contrastarlas
con información empírica de años anteriores para ubicarlas en un contexto más amplio. Pero comencemos por revisar algunas interpretaciones que fueron hechas sobre las movilizaciones y protestas populares
de los años previos al Caracazo.
La supuesta pasividad de las masas ha sido considerada por Juan
Carlos Rey (1989), uno de los politólogos de mayor reconocimiento académico en Venezuela, como una de las condiciones básicas que le permitió
al sistema político venezolano fundado en 1958 funcionar de manera exitosa en las décadas previas a los años que hemos revisado previamente.
En enero de 1958 fue derrocada la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez, y se inició un régimen de gobiernos democráticos que fue tenido
como modelo en la región latinoamericana y que se mantuvo hasta la
actualidad. Rey argumentó, poco después del Caracazo, que la lógica de
la democracia venezolana implicaba el fortalecimiento de grandes y pocas organizaciones partidarias, conformadas vertical y autoritariamente,
que por medio de una relación entre ellas propia de un juego de no suma
cero3 buscaron desde 1958 en adelante –con bastante éxito– la estabilidad política. Los signatarios de los pactos constitutivos de la democracia
venezolana temían que, si no se canalizaban las demandas del pueblo a
través de estas organizaciones, se produciría un desbordamiento que acabaría con el sistema, o lo volvería inmanejable e incontrolable. El juego de
3 En ciencias políticas, se considera un juego de no suma cero la situación en la que
ninguno de los actores sacrifica algo de sus intereses y recursos para alcanzar un fin, en
este caso, la estabilidad del sistema democrático. En Venezuela, esto era posible por los
recursos materiales y políticos del petro-Estado.
163
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
no suma cero fue posible gracias a la renta petrolera del Estado. Así pues,
la democracia venezolana, según Rey, implicaba la desmovilización y no
participación de las masas. Sin duda, a juzgar por los datos expuestos,
ello parece haber cambiado.
Por su parte, Moisés Naím y Ramón Piñango (1984: 553) sostuvieron que “las primeras décadas de la democracia presentan una
sorprendente ausencia de conflictos abiertos permanentes”. Afirmaron
que el conflicto abierto no aparecía como factor determinante en la
dinámica de la sociedad y que, procesos que en otros países produjeron grandes traumas, en Venezuela se habían superado sin mayores
turbulencias sociales. Señalaban como ejemplos la pacificación de la
insurgencia armada en los años setenta y la paz laboral.
Por su parte, Steve Ellner (1995) señala que, si bien estas interpretaciones tienen fundamentos históricos que las sustentan, exagerarlas
ha llevado a conclusiones sobre las características de nuestra sociedad
que han probado ser poco precisas o erróneas. En el caso de las movilizaciones –lo que hemos llamado política de la calle–, dichas afirmaciones parecieran querer indicar que hasta mediados de los ochenta estas
fueron de poca frecuencia, así como poco relevantes para la dinámica
de la sociedad. También se ha afirmado que las protestas de las décadas iniciales de la democracia de 1958 eran más ideológicamente motivadas, menos referidas a condiciones inmediatas de vida y de menor
intensidad y conflictividad que en la década y media que acabamos de
revisar (ex ministro Ramón Escobar Salom, entrevista, Nueva York, 23
de mayo de 1997). ¿Qué tan cierto será esto? Seguidamente haremos la
exploración de algunos años de esas décadas.
La BDEBP tiene recolectada hasta ahora información sobre protesta venezolana de diversos años del período democrático venezolano de
1958 en adelante. Aprovechando este reservorio de información, hemos
tomado dos años de cada década entre 1958 y 1999 con el fin de comparar
algunas de las características de las movilizaciones en ese tiempo. Nos
interesa examinar qué tan diferentes han sido tanto en frecuencia, o más
precisamente en su visibilidad en la prensa, así como en naturaleza y motivaciones. Los años escogidos no responden a criterios elaborados, pues
la BDEBP no tiene aún información completa del período. Procuramos
tomar de cada década un año electoral y un segundo año cualquiera. La
selección de los años 1958 y 1959 obedeció a que de esa década son los
dos años de instauración del régimen democrático en Venezuela. Y de la
década del noventa, los años escogidos fueron 1998 (año electoral) y 1999
(primer año del gobierno de Chávez). Insistimos en lo que ya señalamos
al inicio de este estudio: la información proporcionada por esta base de
datos, más que ser cuantitativamente precisa, proporciona un estimado
de la frecuencia y características de la protesta.
164
Margarita López Maya y Luis E. Lander
Contraviniendo convencimientos generalizados, incluso entre quienes hemos estudiado las movilizaciones populares de los años recientes,
los años seleccionados no muestran diferencias apreciables en cuanto al
número de reseñas registradas con los años considerados en la primera
parte de este estudio. Si tomamos los años previos a la década del ochenta,
y recordando la advertencia sobre la imprecisión cuantitativa de la información de esta base de datos, tenemos que en promedio el número de reseñas alcanza las 356, muy por encima del promedio de 210 que registramos
en el Cuadro 1. Si se evalúa lo hasta ahora cubierto en la BDEBP sobre la
década del setenta, podríamos estar en presencia de una década que holgadamente supera el promedio de reseñas de las décadas posteriores. Por
ejemplo, para 1973 se registran 843 reseñas; para 1977, 744 reseñas; y 561
para 1978. Estos datos contradicen incluso a quienes han reconocido la
movilización y las protestas como un fenómeno permanente de la sociedad
venezolana. Por ejemplo, Richard Hillman (1994: 4) sostiene que tanto los
años sesenta como los ochenta están llenos de continua turbulencia civil y
que sólo en los setenta se vivió una relativa calma. Fueron esos los años del
llamado boom petrolero, cuando la crisis vivida en el Medio Oriente produjo un alza de los precios del petróleo en los mercados internacionales, que
implicó años de bonanza fiscal para los países productores.
Presentamos a continuación un cuadro, similar al Nº 2, con la naturaleza de las protestas reseñadas de acuerdo con la clasificación que nos
proporciona la BDEBP, para los dos años seleccionados de cada década.
Cuadro 5
Naturaleza de las protestas (varios años)
Año
Total
1958
1959
Convencionales
Confrontacionales
Violentas
Total
%
Total
%
Total
%
358
230
64,3
95
26,5
33
221
133
60,2
79
35,8
9
4,1
1961
211
132
62,6
55
26,1
24
11,4
1963
153
55
36,0
25
16,3
73
47,7
1970
353
22
6,2
268
75,9
63
17,9
1973
843
431
51,1
271
32,2
141
16,7
1983
163
148
90,8
8
4,9
7
4,3
1989
236
80
33,9
87
36,9
69
29,2
1998
168
77
45,8
68
40,5
23
13,7
1999
354
43
12,2
239
67,5
72
20,3
9,2
Fuente: BDEBP (2003).
Como puede observarse, la idea de que en décadas previas la naturaleza de las protestas y movilizaciones era menos conflictiva no es más
165
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
que una ilusión. Si bien en los años iniciales de la instauración de la
democracia las protestas violentas reseñadas son inferiores al 10% del
total, en los sesenta y setenta aumentan, apareciendo el año 1963 como
especialmente violento. Se trató de un año electoral y los grupos políticos
comprometidos con la lucha armada habían llamado a la abstención. La
confrontación entre el gobierno de Betancourt y los grupos alzados en
armas fue especialmente intensa y violenta, lo cual seguramente es una
parte importante de la explicación de este fenómeno. Las protestas de
naturaleza confrontacional para los años seleccionados muestran fluctuaciones erráticas. En todo caso, por la forma en que ha sido construido
el cuadro, que toma sólo dos años de cada década, no resulta posible
identificar tendencias. Hay de todas maneras un par de años, 1959 y 1970,
con porcentajes de protestas confrontacionales superiores al tercio del
total. Sólo una evaluación de series anuales ininterrumpidas prolongadas, como la hecha con el Cuadro 2, permitiría identificar períodos sostenidos de turbulencia similares a la segunda mitad de los noventa, pero
no puede descartarse que se hayan producido. Finalmente, las protestas
más convencionales son mayoritarias en 6 de los 10 años seleccionados
y, al igual que como vimos en el Cuadro 2, este tipo de protesta pierde
visibilidad en años de mayor turbulencia sociopolítica.
En los cuadros siguientes se registran los motivos de la protesta.
El primero de ellos (Cuadro 6), al igual que el Nº 3, presenta los motivos agrupados en dos categorías gruesas, socioeconómicas y civilespolíticas, para resaltar la relación porcentual entre ambas.
Cuadro 6
Motivos de las protestas (varios años)
Año
Total motivos
1958
1959
Socioeconómicos
Civiles y políticos
Otros
Total
%
Total
%
Total
385
193
50,1
178
46,2
14
%
3,6
234
128
54,7
86
36,8
20
8,5
1961
207
134
64,7
64
30,9
9
4,3
1963
154
37
24,0
99
64,3
18
11,7
1970
403
292
72,5
104
25,8
7
1,7
1973
851
580
68,2
167
19,6
104
12,2
1983
163
134
82,2
27
16,6
2
1,2
1989
325
250
76,9
70
21,5
5
1,5
1998
182
142
78,0
33
18,1
7
3,8
1999
392
246
62,8
143
36,5
3
0,8
Fuente: BDEBP (2003).
166
Margarita López Maya y Luis E. Lander
En este cuadro se observa, al igual que en el Nº 3, que las protestas
socioeconómicamente motivadas predominan, salvo en 1963, por sobre
las motivadas por razones civiles y políticas. Sin embargo, ese predominio para los primeros años del cuadro, antes del viernes negro de 1983,
no es tan pronunciado como para los años posteriores. Mientras para
los seis primeros años, de 1958 a 1973, el porcentaje promedio de las reseñas con motivaciones socioeconómicas alcanza el 55,7% del total, en
los cuatro años finales este porcentaje se ubica en el 75%, casi 20 puntos más alto. Esto es consistente con los datos del Cuadro 3, que tiene
la serie temporal ininterrumpida desde 1983 a 1999. Allí el porcentaje
promedio de las reseñas de protestas motivadas por razones socioeconómicas es del 74,3%. En el Cuadro 6 también se destaca, al igual que
en el anterior, el año 1963 como atípico. Para dicho año, las protestas
por motivaciones políticas y civiles sobrepasan sustancialmente a las de
carácter socioeconómico, corroborando las razones de tensión política
indicadas anteriormente.
El Cuadro 7 (a continuación), similar al Nº 4, afina los criterios
de clasificación de las motivaciones, subdividiendo cada una de las categorías gruesas del cuadro anterior en tres subgrupos.
Cuadro 7
Motivos de las protestas por subgrupo (varios años)
Año
Socioeconómicos
Civiles y políticos
Total
A (%)
B (%)
C (%)
Total
A (%)
B (%)
1958
193
10,4
24,4
65,3
178
30,0
7,3
C (%)
60,7
1959
128
6,3
21,1
72,7
86
50,0
18,6
31,4
1961
134
16,4
30,6
53,0
64
29,7
14,1
56,3
1963
37
2,7
16,2
81,0
99
12,1
2,0
85,9
1970
292
4,8
49,7
45,5
104
27,9
45,2
26,9
1973
580
8,6
35,5
55,9
167
49,7
19,8
30,5
1983
134
16,4
26,1
57,5
27
81,5
7,4
11,1
1989
250
29,2
36,0
34,8
70
75,7
7,1
17,1
1998
142
25,4
27,5
47,2
33
60,6
27,3
12,1
1999
246
16,7
38,6
44,7
143
41,3
10,5
48,3
Fuente: BDEBP (2003).
Al igual que señaláramos para el Cuadro 4, en este podemos apreciar
que, entre las motivaciones socioeconómicas, las predominantes son
aquellas agrupadas en los subgrupos B y C, es decir, las respectivamente referidas a servicios públicos y niveles de ingresos. Entre ambas
superan siempre el 80% del total de motivaciones socioeconómicas re-
167
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
señadas. Se repite el predominio de las motivaciones de ingreso. Entre las reseñas de protestas de motivación civil y política, el subgrupo
C, de motivaciones propiamente políticas –que comprende entre otros
descriptores los de democracia, corrupción, elecciones, política, autonomía– predomina en 3 de los 6 primeros años. Se observa aquí una
diferencia con las motivaciones a partir de los años ochenta, cuando los
derechos humanos tienen un claro protagonismo.
Protesta y lucha hegemónica
De acuerdo con la exploración que hemos hecho, la protesta popular
venezolana que desde los años ochenta ha estado tan presente en la
vida cotidiana de la sociedad no es un fenómeno tan novedoso como
muchos pudieran creer. El número de reseñas de acciones colectivas de
protestas de los años que hemos tomado como muestras de las décadas
anteriores nos indican que en número son similares, cuando no superiores, al promedio anual que hemos registrado para la última década
y media. Asimismo, salvo cambios en los énfasis, las motivaciones de
las protestas también se repiten.
Parece importante subrayar, no obstante, las diferencias que detectamos. Desde 1958, cuando se instaura el sistema democrático en
Venezuela, y hasta inicios de los setenta, encontramos un mayor equilibrio numérico entre las protestas motivadas por demandas socioeconómicas y las impulsadas por motivaciones civiles y políticas. A partir de
entonces, el predominio de las protestas primeras pasa a ser avasallante
sobre las segundas. Además, en los primeros años del período democrático, entre las protestas motivadas por razones civiles y políticas, las referidas a demandas estrictamente políticas (las contenidas en el subgrupo
C) tienen la mayor visibilidad. Esto refleja el clima de turbulencia política
que se vivía, propio de una lucha hegemónica que alcanzaría en los años
setenta una resolución a favor de las fuerzas signatarias de los pactos de
1958, que derrotarían así la propuesta revolucionaria del PCV y el MIR.
En los informes de PROVEA de los últimos años se observan señales de
que estamos en una etapa similar: desde que el presidente Chávez y las
fuerzas que lo respaldan ejercen el poder, las protestas políticamente
motivadas han aumentado, tanto en términos absolutos como relativos.
Incluso, se reconoce que muchas de las protestas que aparecen como
motivadas por demandas socioeconómicas, en realidad, tienen un claro trasfondo político (PROVEA, 2001-2002: 500). Vivimos, pues, nuevamente años de lucha hegemónica. Es de destacar, sin embargo, que los
últimos dos informes muestran una tendencia a la baja, pero esta es aún
muy tenue como para asegurar que la lucha tiende a debilitarse.
La resolución de la lucha por la hegemonía en los años setenta a
favor de los actores de los pactos significó el fortalecimiento de la legi-
168
Margarita López Maya y Luis E. Lander
timidad del sistema y de sus principales actores, y este estado de cosas,
en combinación con la bonanza petrolera de la misma década, permite explicar, por lo menos parcialmente, la percepción de paz social y
armonía más o menos generalizada que se tiene de esos años y que en
alguna literatura de principios de los ochenta llegó al extremo de presentar a la sociedad venezolana como carente de conflictos abiertos. Es
en esta época cuando comienzan a aparecer las interpretaciones de una
supuesta excepcionalidad de la sociedad venezolana. En la información
proporcionada por la BDEBP se observa que en los primeros años de la
década del ochenta las protestas fueron muy predominantemente convencionales, con cifras de un solo dígito para las protestas violentas4.
Desde una perspectiva histórica de más largo plazo, sin embargo, no
era esta una situación normal, sino que se trató de un breve período
de “tregua”. Las situaciones de exclusión social y cultural de carácter
histórico no resueltas, y el deterioro de las condiciones de vida de las
mayorías una vez pasados los años de bonanza petrolera de los setenta,
fueron alimentando el escenario para la irrupción de un nuevo ciclo de
conflictos y lucha política. Sin embargo, sí resultan observables cambios en el tipo de demandas políticas de las protestas recientes. Desde
los hechos de la masacre de El Amparo, y más acentuadamente desde
el Caracazo, la conciencia pública ha dado un salto de avance en su
atención a las violaciones de los diferentes derechos humanos.
Como hemos visto, la protesta es un fenómeno permanente en
nuestra sociedad y constituye una equivocación que distorsiona el análisis exagerar la supuesta pasividad de sectores populares durante períodos prolongados, como sugiere alguna literatura. Lo que sí cambia,
sin embargo, es la función de la protesta en la dinámica social. En
períodos de lucha hegemónica, la política de la calle interviene directamente en la confrontación con el poder establecido y eso se expresa en
los cambios en su naturaleza y motivaciones. Se vuelve más confrontacional y violenta, y las motivaciones directamente políticas adquieren
mayor relevancia. Por el contrario, en períodos en los que la hegemonía no está en disputa, donde son mayores la legitimidad y estabilidad
del sistema político, las acciones colectivas de protesta por demandas
socioeconómicas copan prácticamente todo el espacio. Son menos confrontacionales y violentas. Las capacidades de negociación de los actores demandados son también más amplias. Pero a diferencia de los
años sesenta, cuando la protesta era criminalizada desde el Estado y
fuertemente reprimida, provocaba una espiral de violencia, desde me4 Además del año 1983 que aparece en el Cuadro 5 con un porcentaje de protestas violentas del 4,3%, en la BDEBP para el año 1981 ese porcentaje es del 7,3% y para 1982,
del 5%.
169
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
diados de los ochenta, y sobre todo en los años de gobierno de Chávez,
esa criminalización ha disminuido y con ello también la represión. Por
eso, la lucha por la hegemonía se expresa ahora principalmente mediante acciones colectivas de naturaleza confrontacional.
En Venezuela el Estado pudo, financiado por la renta petrolera,
mantener a raya la protesta entre los años setenta y hasta mediados de
los ochenta. Su eficiencia para conjurar el conflicto desarticuló buena
parte de los intentos de organización independiente de los sectores populares. Con frecuencia la protesta fue simplemente la antesala de una
negociación de cúpulas entre dirigentes sindicales y gremiales con partidos políticos e instituciones del Estado. Ello puede explicar el hecho
de que, si bien había mucha protesta, esta no daba paso a movimientos
u organizaciones sociales. Con el sostenido deterioro de la economía y
el proceso de deslegitimación del sistema político –este último agudizado a fines de los ochenta–, esa situación se alteró irreversiblemente. La
protesta nuevamente tomó un papel protagónico en la lucha política y
las demandas redistributivas no pueden ser ya satisfechas por los mecanismos clientelares y corporativos del pasado. Están ahora dadas las
condiciones para pasar de la protesta a una dinámica de movimientos
y organizaciones sociales populares.
En los años más recientes, a este complejo proceso se han añadido nuevos elementos que sobrepasan los alcances de esta indagación.
Desde fines de 2001 han emergido nuevos actores en la política de la
calle. Sectores de las clases medias y altas también hicieron uso de los
espacios públicos en la lucha actual por la hegemonía en Venezuela.
Ellos, liderados por medios de comunicación privados y actores como
los partidos tradicionales, o agrupaciones sociales como gerentes petroleros organizados, propugnan un proyecto alternativo al “bolivariano”
que consideran antimoderno y autoritario. En la calle han buscado y
logrado por momentos equipararse a las movilizaciones populares que
respaldan al presidente. En años recientes, este nuevo ingrediente potenció aún más la visibilidad de la protesta, toda vez que estos actores
han contado con recursos económicos poderosos, tales como diversos
medios privados de comunicación audiovisual e impresos, que comparten y participan directamente de los propósitos de dichas movilizaciones. También estos sectores tienen ante sí el desafío de su organización
para mejorar y profundizar la calidad de su relación con el Estado
venezolano y con la democracia.
Esta exploración ha contribuido a revelar ciertos aspectos de la
complejidad de la relación entre la sociedad venezolana y el Estado que
se expresa en la política de la calle. En las modalidades, naturaleza y
motivaciones de la protesta, examinadas en perspectiva histórica, fue
posible detectar permanencias y cambios en la interacción entre actores
170
Margarita López Maya y Luis E. Lander
populares y aquellos que han tenido acceso al poder. La exploración
de la política de la calle es una herramienta metodológica con capacidad para reflejar el grado de legitimidad del sistema político y sus
actores en determinados períodos. Esta misma metodología, en una
perspectiva comparativa entre sociedades latinoamericanas, podría
enriquecer nuestro análisis sobre las características de esta relación.
Especialmente en tiempos como los actuales, cuando la política de la
calle se ha hecho omnipresente y extremadamente creativa en toda la
región de América Latina.
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172
Raúl Prada Alcoreza*
Genealogía de la multitud
Seis años de luchas sociales en Bolivia
Ha vuelto la discusión sobre los nombres, las definiciones, los
conceptos y las clasificaciones sociales. ¿Cómo identificar a los movimientos sociales desatados como respuesta a la destrucción socioeconómica dejada por el neoliberalismo? ¿Encontramos allí al proletariado?
¿Se trata de nuevas clases o, más bien, de una nueva descomposición de
las clases, un nuevo desclasamiento, como ocurrió cuando se formó el
proletariado? Antonio Negri y Michael Hardt sugieren volver a utilizar
el nombre de multitud para referirse a los nuevos fenómenos sociales,
en el contexto de la globalización. En esa misma perspectiva, aunque
con otra tonalidad, lo hace también Paulo Virno, al hablarnos de la
gramática de la multitud. Este retorno a la categoría de multitud usada
por Spinoza no sólo abre un debate, sino que también nos enfrenta
nuevamente a los secretos del lenguaje, del que no salimos nunca enmarcándonos en nuestro hábito de nombrar.
¿Por qué multitud es mejor que proletariado en el análisis y la
interpretación de las luchas sociales contemporáneas? ¿No es mejor
hablar de una modificación en el ámbito de las relaciones entre lengua*Sociólogo. Profesor de la Universidad Autónoma Gabriela René Moreno y de la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, Bolivia. Miembro del grupo
COMUNA. Constituyente en la Asamblea Constituyente de Bolivia.
173
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
jes y referentes espacio-temporales? Con esto estamos diciendo que la
situación del lenguaje hoy no es la misma que durante el siglo XIX y la
mitad del XX. Durante la segunda mitad del siglo pasado el lenguaje se
diseminó, emergieron desde su interior sus partes componentes, cada
una de ellas reclamó la representación de la totalidad. Este proceso
abrió nuevas posibilidades al lenguaje. Se volvió más rico y expansivo.
Se complementó también de otra manera con las prácticas e instituciones sociales. Las transformaciones tecnológicas también redituaron su relación con el lenguaje. Tomando en cuenta este contexto de
transformaciones podemos ver al lenguaje como matriz, pero también
como flujo, estructura, desplazamiento, composición, invención. Es de
esperar entonces que los usos del lenguaje también cambien. Proletariado ya no quiere decir lo mismo, y algo parecido ocurre con multitud
y clases sociales. Las condiciones de significación de estas palabras
han cambiado.
No estamos apostando a una especie de metafísica el lenguaje.
No decimos que sólo han cambiado las condiciones del lenguaje; decimos que han cambiado las condiciones de articulación del lenguaje
con las instituciones. Lo que decimos supone la modificación y transformación de las instituciones mismas, de su mapa, de su disposición
en el mapa. No dejamos de percibir una transformación en la geografía
social. En los antiguos usos del lenguaje, se diría, de cambio en la realidad o, mejor, en los recortes de realidad. Empero, no hay que olvidar
que la realidad de la que se hablaba no es independiente de los usos
del lenguaje. Esa realidad se hace visible en el lenguaje. Tendríamos
que hablar entonces de una compleja relación entre articulaciones del
lenguaje; relación que se abre a las articulaciones de estas articulaciones con composiciones institucionales, con configuraciones espaciotemporales. Hablamos entonces de los distintos niveles del lenguaje, de
diferentes sedimentaciones del lenguaje, estratificaciones del lenguaje,
que componen formas de expresión y formas de contenido. Podemos hablar de una mezcla entre prácticas, usos, articulaciones, composiciones
del lenguaje y prácticas, comportamientos, conductas, instituciones,
conglomerados institucionales, formaciones sociales. Estos planos de
consistencia pueden dar cuenta de la ubicación, el valor, el estancamiento, el desplazamiento y la diseminación de los sentidos.
Durante la modernidad se utilizó la concepción de clase social en
plural para describir el cuadro diferenciado de la sociedad. Primero se
usó para describir el cuadro económico. Las clases sociales respondían
a funciones económicas. Esto se puede ver en el cuadro económico
de Quesnay. Saint-Simon transfirió la diferenciación del cuadro económico a un cuadro social. Las clases económicas no sólo aparecían
descriptas sino que también asumían una forma dinámica; se enfren-
174
Raúl Prada Alcoreza
taban una a otras. El sentido de la dinámica de clases venía dado por la
lucha de clases en el contexto de la Revolución Francesa. El socialismo
francés retoma esta herencia teórica, y le otorga mayor precisión. Marx
y Engels desarrollan la teoría de la lucha de clases en el contexto de las
sociedades estructuradas por el modo de producción capitalista. Se trata de un campo de intensidades, desplazamientos, contradicciones que
atraviesan, componen y corroen el espacio social. En esta historia de
contradicciones y antagonismos, el proletariado surge como una clase
compuesta por la disolución de las otras clases. Por lo tanto, aparece
como límite de las clases sociales, donde estas dejan de ser clases para
reconocerse en su disolución completa, cuando pierden toda propiedad
y les queda sólo su cuerpo, susceptible de convertirse en mercancía.
El cuerpo como mercancía es la fuerza de trabajo. La lucha de clases
adquiere su mayor nivel de intensidad desde la perspectiva del proletariado, la última clase, la que no tiene nada que perder. Su lucha tiende,
a su vez, a disolver la sociedad de clases. El proletariado liberará a las
clases explotadas de las cadenas impuestas por el capitalismo. En la
descripción marxista, el proletariado no sólo adquiere personalidad
propia sino que también se convierte en sujeto como conciencia de clase para sí. La figura que se describe es la del obrero uniformado que
llena las ciudades industriales. Proletariado, término plural, define a
esa clase liminar explotada por el capital. El proletariado es el portador
de una nueva sociedad, es el sepulturero de la sociedad capitalista y el
creador de la sociedad comunista.
La Comuna de París, las insurrecciones de 1848, las huelgas
y paros, las luchas por las ocho horas de trabajo son los escenarios
en los que el proletariado adquirió un perfil histórico. La expansión
de las luchas sociales modernas al Oriente va a enriquecer la forma
y contenido del proletariado. Las tesis del Oriente, que desarrollaran
Lenin y Trotsky, son la expresión mejor lograda de los nuevos rasgos
del proletariado, a escala mundial. La complejidad de las formaciones
sociales en el Oriente, en los bordes y periferia del capitalismo, trata de
ser pensada a partir de modificaciones en las formaciones enunciativas marxistas, desplazamientos de las prácticas discursivas. El sentido
del proletariado cambia en ese nuevo horizonte que define la alianza
obrero-campesina. Alianza que permite plantear la posibilidad de la
revolución proletaria a partir del quiebre en el eslabón más débil de la
cadena capitalista.
El siglo XX se abrió con la insurrección de los guerreros del cielo
celeste, tai ping, los llamados boxer, en la China ocupada por las potencias colonialistas. En Bolivia se abrió con la Guerra Federal y dentro de
ella con la rebelión aymará. De 1910 a 1919 transcurrió la Revolución
Mexicana. Todas estas subversiones se dieron en la periferia capitalista.
175
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Ninguna de ellas fue proletaria. Se trató prioritariamente de campesinos en México, de indígenas en Bolivia, de guerreros taoístas en China.
Fue una lucha por la reforma agraria, por la defensa de las tierras de
las comunidades, y una guerra abierta contra la ocupación colonial.
Todos estos objetivos tuvieron que ver con la expansión capitalista y las
consecuencias perversas que provoca en las formaciones sociales convulsionadas de la periferia. Son otras clases las que se levantan contra
las instituciones de propiedad de la tierra, la ley de exvinculación, la
extraterritorialidad de las ciudades-puertos ocupadas, la extraterritorialidad de las embajadas imperialistas. Las contradicciones desatadas,
convertidas en antagonismos, no son directamente contra el capital,
sino contra las formas políticas y económicas que instaura el capital
en las lejanas tierras de la periferia. ¿Cómo nombrar a estas clases no
proletarias? ¿Se encuentran en proceso de proletarización? No, de ninguna manera. Se enfrentan a instituciones neocoloniales, instituciones
que refuerzan paradójicamente la expansión del capital. Esta expansión
aleja a estas clases, a las que incluso podemos llamar comunidades,
de su pasado. Las somete a una actualidad destructiva. Por eso ellas
se resisten, se rebelan y se sublevan. Esta es la matriz de las luchas de
liberación nacional. Estas luchas congregaron a conglomerados sociales en descomposición, afectados por la corrección que provocan los
diagramas de poder gamonal y colonial, los agenciamientos concretos
de poder, las instituciones sostenidas al amparo de los estados bárbaros, al servicio del sistema mundo capitalista, de las instituciones de
ocupación. Estas rebeliones en la periferia capitalista constituyeron
otros sujetos. Lecturas de mediados de siglo XX las identificaron con el
nacimiento de la conciencia nacional. Pero, a mediados de dicho siglo se
tenían otras realidades; se incorporó el proletariado a estas multitudes,
levantando banderas de liberación nacional.
Las alianzas del proletariado con las otras clases explotadas, no
sólo campesinas, construyeron perfiles políticos de transición, perfiles de liberación nacional mezclados con proyectos socialistas. Por eso
se utilizaron en estos discursos nacionalistas términos como alianza
de clases en el sentido de una dirección histórica, influenciados por
ideologías socialistas, hasta por discursos marxistas. Estas alianzas
de mitad del siglo XX se identificaban con un proyecto de futuro; en
cambio las alianzas, si las podemos llamar así, se identificaban con
un pasado perdido, que quería ser recuperado. Ambas subversiones se
dan en un mundo capitalista en distintos tiempos de su evolución. A
fines del siglo XX y comienzos del XXI, se asiste a nuevas rebeliones
e insurrecciones anticapitalistas, en otra etapa de los ciclos largos del
capital. Como afirma Negri, el proletariado profesional ha desaparecido, también el proletariado masa, y aparece un proletariado nómada,
176
Raúl Prada Alcoreza
articulado en su sufrimiento y subversión a otras clases en disolución.
Negri, Hardt y Virno identifican al sujeto de estas rebeliones de fines de
siglo y comienzos del nuevo como multitud. Desarrollando una mirada
retrospectiva, ¿estamos autorizados a hablar de una genealogía de la
multitud en todo el siglo? Trataremos de responder a esta pregunta, no
sólo desde una perspectiva teórica, sino también a la luz de la historia
reciente y la historia larga, pasando por el ciclo mediano, la historia
del siglo XX. Ello puede ayudarnos a responder la pregunta sobre los
alcances de las categorías de proletariado y multitud. Puede permitirnos evaluar su conexión, su disociación y diferencia en el transcurso
del tiempo social.
Genealogía de la multitud
No interesa averiguar qué concepto resulta más adecuado para dar
cuenta de las luchas sociales en la actualidad del capitalismo globalizado, si proletariado o multitud. No se trata de saber qué concepto tiene
mayor correspondencia con la realidad, haciendo paráfrasis a Tarky.
En primer lugar, habría que decodificar realidad, lo que se entiende
por realidad. Empero no estamos en esta discusión; la realidad no deja
de ser una totalización ideal, una construcción de la razón, como en
el caso de naturaleza, como diría Kant. Estamos lejos de aceptar que
la realidad es la absoluta exterioridad, pues esa realidad nombrada no
deja de ser también una construcción, sobre todo en sentido creativo.
Volviendo al tema, proletariado y multitud son interpretaciones de procesos constitutivos de subjetividades alterativas a las formas de dominación del capital. Forman parte del lenguaje, de las prácticas discursivas;
por lo tanto, forman parte de las articulaciones entre composiciones
del lenguaje y composiciones no lingüísticas, composiciones sociales
y subjetivas. Son también formas de relaciones entre instituciones del
lenguaje e instituciones sociales; empero, también se trata de relaciones
entre líneas de fuga lingüísticas y líneas de fuga sociales. Sobre todo
esto último importa cuando se trata de comprender los usos del concepto, la categoría o la palabra de multitud.
La multitud se opone al pueblo, como explica Paulo Virno; la multitud no se opone al proletariado, sino que multitud y proletariado se
complementan. El proletariado deviene multitud. La multitud se opone
al pueblo, de la misma manera que se opone al Estado (Virno, 2005). El
pueblo es la base de legitimidad del Estado; es la voluntad general que
delega su poder al soberano. En cambio, la multitud se niega a transferir
el poder al soberano. Podríamos decir que la multitud constituye su propia autonomía. Es inmediatamente autónoma. Se constituye en voluntad
inmediata, en voluntad colectiva, que se realiza en la acción multitudinaria. La multitud es aprensible y comprensible desde la condición de
177
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
posibilidad epistemológica de campo configurante del acontecimiento.
Acontecimiento entendido como devenir de múltiples singularidades. La
multitud es un acontecimiento social y político. Sin embargo, debemos
cuidarnos de separar el concepto de multitud de los contextos donde
emerge. La multitud adquiere significación histórica concreta cuando
se toma en cuenta el perfil propio del acontecimiento social en cuestión.
No se trata solamente de vincular la práctica discursiva a la práctica
política, el discurso a la acción, sino de lograr una interpretación que
sea posible a partir de los horizontes de visibilidad que abre la acción
misma. La acción y el conocimiento no están desligados de la praxis. No
sólo hablamos de la praxis que construye el conocimiento, de la praxis
de investigación, de la práctica teórica, sino que hablamos de la praxis
política. El conocimiento, la comprensión, la interpretación y el análisis
están íntimamente ligados a los efectos políticos y, por lo tanto, a las
prácticas que ocasionan esos efectos.
Alguien dirá que lo anterior es una tesis marxista. Ciertamente,
se le parece. Sin embargo, es de notar que no se trata de la dialéctica.
No se busca una síntesis entre teoría y praxis. No se trata de la unidad
de la pluralidad. Se trata de la multiplicidad que no deviene unidad,
sino que se mantiene en el devenir de campos de intensidades, de la
articulación de planos de consistencia. El acontecimiento como multiplicidad de singularidades exige un pensamiento que, a su vez, sea
acontecimiento. La clave se encuentra en cómo se articulan los planos
del lenguaje a los planos de los campos sociales. La clave está en cómo
se forma una máquina de guerra. La multitud adquiere sentido como
máquina de guerra.
La dinámica molecular de la multitud
No vamos a hacer un estado del arte del concepto de multitud. No
vamos a revisar su nacimiento en los escritos de Nicolás Maquiavelo,
menos detenernos en la exorcización que hace Thomas Hobbes de la
multitud, defendiendo desesperadamente el concepto de pueblo. Para
los fines de este ensayo optaremos por circunscribirnos al ámbito de las
recuperaciones contemporáneas de la multitud, realizando un breve recorrido por los ensayos de Gilles Deleuze sobre el tema. Retomaremos el
trabajo de interpretación de Antonio Negri. En este camino, tenemos los
despliegues analíticos de la multitud en dos polémicos libros de Michael
Hardt y Antonio Negri: Imperio (2000) y Multitud (2004). Asimismo,
nos abriremos a los aportes de Paulo Virno, especialmente los del texto
“Gramática de la multitud”. En esta perspectiva, haremos también una
evaluación teórica y práctica de los usos del concepto de multitud en
COMUNA, particularmente en los trabajos de mi autoría (Prada Alcoreza
en COMUNA, 2000; 2001; 2002; 2005; Prada Alcoreza, 2004).
178
Raúl Prada Alcoreza
No podemos comenzar esta evaluación de la multitud sin antes
plantearnos algunas hipótesis de trabajo. Quizá la más importante
tiene que ver con la constitución histórica de la multitud, sobre todo
con la forma de su constitución. Esta forma no sólo se diferencia de la
forma de constitución del pueblo, que tiene que ver con la conformación de la voluntad general, y con la construcción de la representación
de la totalidad, tanto de la sociedad como de los ciudadanos. También
se vincula con el pacto de la unidad, el contrato social, base de legitimidad sobre la que se sostiene la soberanía. Ernesto Laclau habla de
una construcción discursiva del pueblo, que pasa por el ámbito propiamente discursivo, el nivel de los significantes vacíos, que exceden
en su desmesura los contenidos empíricos, mediante los cuales una
demanda particular adquiere universalidad y hegemonía, interpretando y articulando el resto de las demandas en cuestión. La construcción
de pueblo se da recurriendo también al desplazamiento retórico del
discurso (Laclau, 2005). Se puede entender la construcción de pueblo
como la construcción de una identidad colectiva que pasa por la evolución concurrente de las demandas. La evolución de las demandas pasa
por las peticiones, que se convierten en reclamos, los cuales devienen
en demandas democráticas, y adquiren una subjetividad más amplia
al convertirse en demandas populares. Este desarrollo de las demandas define una frontera interna, distingue pueblo de Estado, además
de hacer posible la constitución del pueblo mediante una articulación
equivalencial de las demandas.
La multitud vive otro proceso, diferente a la universalización del
pueblo, distinta a la hegemonía de la demanda que interpreta a las
demás. La multitud no se hace posible a través de la articulación equivalencial de las demandas, una especie de combinatoria de las demandas. La multitud aparece como un acontecimiento de singularidades,
singularidades irreductibles, por lo tanto resistentes a la equivalencia y
a la generalización. La multitud no es la construcción de una identidad,
sino que más bien se manifiesta como un devenir de identidades, un
magma de significaciones. Las singularidades no desaparecen, aunque
dialogan, establecen alianzas, formando consensos, sí, pero como en
un mapa cambiante de alianzas y acuerdos, de objetivos y postulados.
No es que hay algo en común, como un sentido común, sino que la
comunidad, como existencia plural, padece, se conmueve, es afectada,
por la acción que desencadena, la rebelión que hace emerger de sus entrañas, la insurrección que expande atravesando los espacios del poder.
La multitud es un campo configurante cambiante. La política es vivida
por la multitud como conflicto social.
En El retorno de la Bolivia plebeya (Prada Alcoreza en COMUNA,
2000) se trabajó para el análisis de la guerra del agua (abril de 2000) en
179
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
una hermenéutica de la violencia, que se propuso como tarea deshilvanar el acontecimiento a partir de las singularidades. El acontecimiento,
compuesto por singularidades, no estaba exento de sentido. En el texto
se escribió lo siguiente:
El acontecimiento está constituido por singularidades, estas singularidades se distribuyen y dispersan dibujando el
perfil circunstancial con la masa aleatoria de los hechos.
Las singularidades tienden a converger hacia un punto de
saturación y de diferenciación, a partir del cual se pasa a
conformar otro acontecimiento. El acontecimiento se remite
a sus dos modos de acontecer, evidentemente en la figura de
acontecimientos concretos, delimitados y temporalizados,
pero también en la prefiguración de acontecimiento puro, de
acontecimiento en su condición trascendental. Pervivencia
del acontecimiento más allá del espacio y del tiempo (Prada
Alcoreza en COMUNA, 2000: 94-95).
El acontecimiento en su condición trascendental es un a priori; es el
acontecimiento puro, como tal, como posibilidad. Empero este a priori
no se encuentra en el nacimiento, aunque miente el origen; se encuentra,
paradójicamente, en la emergencia actualizada del acontecimiento, en el
presente. Pero en un presente pensado como ruptura, como dislocación.
¿Podríamos decir que esta condición trascendental del acontecimiento es el sentido? ¿Qué hay de la multitud como acontecimiento social
compuesto por múltiples singularidades sociales, políticas, culturales
y subjetivas? La multitud es la condición subjetiva del acontecimiento.
Obviamente no como conciencia histórica sino como potencia social,
como poder de los cuerpos plurales, motivados por afectos, pasiones,
deseos, razones. Podemos hablar entonces de la multitud como autonomía de lo colectivo respecto a las formas de poder enajenadas, como
por ejemplo el Estado y las instituciones. La multitud como perspectiva
de las sociedades sin Estado.
Para comprender la producción del acontecimiento, para comprender la praxis de la multitud, es menester comprender la irreductibilidad de las singularidades. En el texto mencionado se afirma:
Lo que se opone a la forma de lo personal, lo general y lo individual es la idea de singularidades, que deben ser tomadas en su
pluralidad como anti-generalidades, que son impersonales y
pre-individuales. La idea de singularidades nos permite abordar la multiplicidad del acontecimiento, tanto en su campo
de dominio como en su potencia genética (Prada Alcoreza en
COMUNA, 2000: 98).
180
Raúl Prada Alcoreza
Las singularidades no pueden generalizarse, son irreductibles, impersonales y pre-individuales. Las singularidades pueden ser concebidas
a partir de otro horizonte distinto a la universalidad. Se trata del horizonte relativo al espesor de las multiplicidades, espesor que puede ser
visualizado, palmado, conmensurado en el flujo de las temporalidades,
como devenir de multiplicidades. La multitud está conformada por
multiplicidad de singularidades, las mismas que aparecen en sus formas concretas organizativas, grupales, redes comunitarias, filiaciones
y alianzas, fragmentos geográficos de clase, fragmentos y flujos de la
proletarización en los contextos determinados por los ciclos históricos
del capital. La multitud se compone de emplazamientos, desplazamientos y reemplazamientos de subjetividades, que aparecen como formas
de reconocimiento, formas del lenguaje, escrituras agramáticas de los
cuerpos. La multitud es un desplazamiento espacio, temporal y subjetivo de flujos y movimientos de cuerpos, motivados por afectos, deseos,
pasiones, razones y proyectos políticos, inherentes a la naturaleza de
los problemas asumidos, de las demandas expresadas, de las formas
políticas inventadas por la revuelta de lo colectivo.
No es fácil captar el acontecimiento de la batalla, ella transcurre por encima del combatiente; este sólo ve sus actos particulares, pero no capta la verdad eterna del acontecimiento. Hace
falta una larga conquista para llegar a este más allá del valor
y la cobardía, hace falta encontrar la capacidad trascendental
para captar lo puro de la batalla, encontrar esta facultad que
es una intuición volitiva. No hablamos, como se ve, de una
intuición sensible, de una intuición intelectiva y de una intuición imaginativa, como es el caso de los enunciados críticos
de Kant, sino de una voluntad inmanente al acontecimiento
(Prada Alcoreza en COMUNA, 2000: 98-99).
¿Se habla acaso de la intuición de la multitud al hablar de la intuición
volitiva? Para afirmar esto habría que concebir antes una voluntad de
la multitud. ¿Cómo podríamos hablar de la voluntad de la multitud
cuando nos referimos a una multiplicidad? En todo caso, tendríamos
que hablar de multiplicidad de voluntades. Sin embargo, en el texto
mencionado, no se habla de intuición de la multitud, sino de intuición
del acontecimiento, intuición volitiva, que puede llegar a tenerla el combatiente herido de muerte, que a decir de Deleuze “no es ni cobarde ni
valiente, que ya no puede ser ni vencedor ni vencido, completamente
más allá, sosteniéndose allí donde se sostiene el acontecimiento, participando allí de su terrible impasibilidad” (1989: 118). La intuición volitiva
es la síntesis de voluntades que desean la realización de un campo de
posibilidades, que definen horizontes de futuro. Se trata de un conoci-
181
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
miento desiderativo. Es a partir de este horizonte de visibilidad que se
comprende el presente y el pasado, se le da sentido a lo que ocurre en el
ahora, se rescata el sentido inmanente del acontecimiento.
Se ha dicho que la intuición volitiva puede abarcar los horizontes
problemáticos del acontecimiento, pero lo hace como intuición trascendental, evidentemente no sensible, es decir, no relativa a la forma pura
del espacio y el tiempo, sino como una intuición relativa a la voluntad
trascendental. Voluntad pura no mediada por la experiencia, voluntad
originaria, anterior a toda voluntad empírica. En otras palabras, condición de posibilidad de la acción misma, condición que da forma a nuestros impulsos, a nuestros anhelos, querencias y deseos. Les da lugar,
las cobija, como convirtiéndose en morada. La voluntad es el territorio
de los impulsos, los instintos, los anhelos, las querencias y los deseos;
es un territorio que cobra vida precisamente al cobijar estas pasiones,
y adquiere perfiles circunstanciales en forma de síntesis coyunturales. La intuición volitiva es como un acontecimiento anticipado, que se
adelanta al devenir, preforma las acciones transformadoras del mundo.
Mediante esta actividad volitiva se capta el mundo tal como debería ser
y a partir de esta prefiguración se vislumbra el mundo tal como es o,
por lo menos, tal como parece ser. El mundo tal como debería ser es el
futuro. El mundo tal como es tiene que ver con el pasado. El presente
es el acontecimiento, cuando actuamos gobernando las cosas, iluminándolas, sacándolas de las profundidades en donde se encuentran
atrapadas. En el acontecimiento actuamos y movilizamos las cosas,
les damos vida, las hacemos presente (Prada Alcoreza en COMUNA,
2000: 99-100). En el texto en cuestión se hace perceptible el acontecimiento a partir de la intuición volitiva, intuición ínfimamente ligada
a las motivaciones desencadenadas por la acción de la multitud. Por
lo tanto, la multitud no solamente es concebida como acontecimiento
social y político, sino también y sobre todo como el sujeto primordial
de la intuición volitiva.
Ahora, lo que importa es saber cómo se ha formado el concepto
de multitud a partir de la experiencia histórica concreta, a partir de la
vivencia de los eventos desatados por los movimientos sociales en la
historia reciente de Bolivia.
La multitud en los movimientos sociales
La forma en la que aparecen los movimientos sociales en Bolivia al comenzar el siglo XXI es novedosa por la composición social, por la forma
de organización, por su gestación a partir de las asambleas de base,
por sus localismos, sectorialismos, gremialismos, comunitarismos,
que terminan gestando sus propias alianzas, expandiendo los alcances
de las movilizaciones. El perfil plural de las movilizaciones hace a los
182
Raúl Prada Alcoreza
movimientos sociales compuestos de multiplicidades y singularidades,
que tienden a manifestar sus propias autonomías. En la guerra del agua
emergió la multitud con su propia criatura, la Coordinadora del Agua
y de la Vida. Coordinadora que supuso la organización de todos los
sectores alzados contra la privatización del agua, desde los campesinos
hasta los profesionales, pasando por los ejes articuladores de la movilización antiglobalizadora, los regantes y los fabriles, así como también
las juntas de vecinos y los guerreros del agua, jóvenes estigmatizados
por la sociedad que se convirtieron en los héroes de la guerra del agua.
En El retorno de la Bolivia plebeya se describen estas circunstancias del
siguiente modo:
Los guerreros del agua dejaron en suspenso los engranajes
del Estado, su forma gubernamental fue vencida, la disponibilidad de decir, así como la decisión de los dispositivos
políticos, quedaron conculcados por la fuerza de la masa.
La iniciativa de la acción quedó en manos de la multitud abigarrada que tomó las plazas y las calles, sitió también los
cuarteles, asediando con la elocuencia popular de las piedras
las vetustas fortalezas de un orden decadente (Prada Alcoreza
en COMUNA, 2000: 89-90).
En este caso, la multitud no es meramente una construcción teórica, tal
como la describimos antes, sino que viene a ser una emergencia que se
hace visible. Se trata de la emergencia de los cuerpos afectados por el
neoliberalismo, las políticas de privatización, los procesos de globalización, las formas recurrentes del capitalismo contemporáneo, el cuarto
ciclo del capitalismo, según Giovanni Arrighi, etapa del capitalismo
desterritorializado, según Antonio Negri, la restauración prolongada de
las herencias coloniales, de acuerdo a las interpretaciones de COMUNA.
La multitud viene a ser una configuración desde la perspectiva de la
agitación de los cuerpos, su convulsión e irradiación política. La multitud se construye a partir de las nociones comunes que devienen de
la experiencia y de las prácticas. Esta configuración está íntimamente
ligada al poder de los cuerpos, a lo que pueden los cuerpos, a la potencia corporal. Esta construcción inductiva nos retrotrae a las tesis
ontológicas, epistemológicas y éticas de Baruch Spinoza. Este filósofo
crítico, que Negri caracteriza como la anomalía salvaje, también desarrolla dos tipos de construcciones conceptuales, una línea deducida de
la razón, la otra inducida desde la práctica (Hardt, 2004). En el primer
caso, estamos ante una crítica de la filosofía racionalista de Descartes,
crítica combinada con tradiciones naturalistas del Renacimiento. En
el segundo, estamos ante una ruptura de Spinoza con la tradición filosófica, cambiando radicalmente la perspectiva del análisis, lleván-
183
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
donos a la inmanencia del cuerpo. Por lo tanto, podemos deducir dos
epistemologías en la evolución de Spinoza. La referencia a este filósofo
exuberante, expulsado del reino español y de la sinagoga, no es casual,
no sólo por el uso del concepto de multitud, remontándonos a una genealogía del concepto, sino sobre todo por el método, que deja de ser
meramente geométrico, para llegar a ser un método práctico. Michael
Hardt afirma al respecto:
La piedra de la revolución que produjo Spinoza en la epistemología es su concepción del rol de la noción común entendida
como el vínculo entre la imaginación y la razón. Spinoza desmitifica la razón. En el argumento especulativo de la Parte II
(de la Ética), Spinoza define la razón en un estilo cartesiano,
matemático. La razón era un sistema dado de verdad necesaria, de modo que la producción de la razón era completamente
oscura. Por lo tanto, el primer género de conocimiento (imaginación, opinión y revelación), la fuente del error, no podía
desempeñar ninguna función positiva en un proyecto de búsqueda de la verdad; la única estrategia podía ser su negación.
Ahora bien, en el proyecto práctico del pensamiento de Spinoza
hallamos una importante distinción entre las diferentes formas del primer género de conocimiento y una valoración de la
imaginación. La imaginación suministra una indicación real
(aunque fluctuante y contingente) del estado de los cuerpos y
las relaciones que están presentes. La noción común interviene
con la capacidad de hacer que la imaginación sea permanente
y necesaria: la combinación no niega la imaginación, sino que
en cambio la lleva al plano de la razón (Hardt, 2004: 200).
No nos olvidemos de que Spinoza distingue tres géneros de conocimiento. El primer género consiste en la imaginación, la opinión y la
revelación; el segundo género es la razón y el tercero, la intuición. El
primer género es la fuente del error, pero también, como se ve, la matriz de los otros géneros de conocimiento. Esto último es importante,
pues cuando leemos a Negri, Hardt y Virno, el manejo que hacen de
la categoría multitud parece responder a tres consideraciones. Una
primera tiene que ver con la herencia teórica del Renacimiento, rescatada en plena clausura del siglo XX, y en el contexto del nacimiento
del siglo XXI, que apunta al horizonte de una nueva época. La segunda consideración tiene que ver con el uso de la categoría multitud y
parece responder a una adecuación conceptual, adecuación que responde a un nuevo perfil histórico de la subsunción del trabajo al capital. Este nuevo perfil expresa la diseminación del proletariado masa,
del proletariado uniformizado, que trabaja en las grandes usinas. La
184
Raúl Prada Alcoreza
adecuación teórica responde entonces a las actuales condiciones del
proletariado nómada, versión posmoderna de la explotación capitalista contemporánea. La tercera consideración tiene que ver con que la
multitud no deja de ser parte de la nueva formación discursiva marxista en polémica con el marxismo modernista del siglo XX. Estas tres
consideraciones no toman en cuenta el sentido práctico, desarrollado
por Spinoza en la Ética (1977), retomado por la crítica de la filosofía, asumido en las subversiones teóricas del materialismo aleatorio1.
Desde esta otra perspectiva, que podríamos llamar una epistemología
práctica, la multitud viene a ser también y sobre todo una figuración, una configuración y una reconfiguración de la experiencia de las
luchas sociales antiglobalizadoras, anticapitalistas y anticoloniales.
Forma parte del imaginario social de los movimientos sociales.
El perfil de la multitud durante la guerra del agua aparece en la
bullente explosión de rebeliones que atraviesan la ciudad de Cochabamba, los valles y la zona del Chapare, llegando a la cordillera y la puna
cochabambina, de donde bajan contingentes campesinos sindicalizados
y ayllus:
La Coordinadora del Agua emerge del esfuerzo multitudinario de los poderes locales dispersos en la geografía de la urbe
y en el mapa de las territorialidades concretas del valle. Se
trata en realidad de una red de alianzas de diferentes estratos
de una sociedad abigarrada. Lo que los une es la lucha por el
control del agua, que en el fondo es una lucha por la reproducción social, por el destino de la vida social. Se encuentran articulados en la Coordinadora característicos sectores
como los regantes, distribuidores del agua, que controlan
pozos locales, las juntas de vecinos, los fabriles, los maestros
urbanos y rurales, asociaciones civiles, agrupaciones de profesionales, movimientos de jóvenes. Los combatientes de la
Coordinadora se llaman a sí mismos como los guerreros del
agua (Prada Alcoreza en COMUNA, 2000: 90).
Como puede apreciarse, la multitud viene a ser la emergencia de una
matriz de redes y estrategias sociales. Podríamos decir que se construye por la subversión de la práctica (Prada Alcoreza, 1986). La mayoría
de la población, la mayor parte de la sociedad, entra en contradicción
con el modelo de privatizaciones. La gota que hace rebalsar el vaso es
el intento desmedido de la privatización del agua, elemento vital para
la reproducción de la vida. Es el momento en que la contradicción se
convierte en un abierto antagonismo con las políticas del gobierno neo1 Título de un libro póstumo de Luis Althusser. Ver también Alain Badiou (2002).
185
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
liberal. Estas contradicciones abarcan no solamente al proletariado fabril, sino también a amplios sectores de la población no obrera. Si bien
el sindicato fabril sirve de catalizador de la lucha, de articulador de la
Coordinadora del Agua y de sujeto de la convocatoria, la incorporación
de otros estratos de la sociedad, la gestación del movimiento a partir
de organizaciones territoriales, las alianzas suscitadas y consolidadas
en asambleas y cabildos, muestran la complejidad del conglomerado
social levantado. Esta articulación de diferencias, composición de singularidades hacen la multitud.
La multitud, en su momento de emergencia, supone un orden de
relaciones. En el caso de la guerra del agua, tendríamos que hablar de
un orden de relaciones en torno al agua. A las preguntas de cuál es este
orden de relaciones y de qué síntesis histórica cristaliza la significación
social del agua, se respondió con cinco proposiciones, en el texto en
cuestión. En primer lugar, se trata de una red de consumo y de distribución. En segundo lugar, de un mapa de fuerzas que disputan el control
del agua, buscando direccionalizar su uso, su posesión, sus finalidades,
así como sus recorridos. En tercer lugar, se trata de una nueva forma
emergente de organización de la movilización y representación social.
En cuarto lugar, de la abolición de la significación social del estado de
cosas globalizado por vías de la privatización. En quinto lugar, del horizonte utópico que avizora la creatividad de la acción de la multitud.
Las jornadas de abril de 2000 son visualizadas a partir de un
armazón conformado en distintos planos de la realidad: el plano expandido por el consumo, el mapa intenso de las fuerzas, las estructuras de
las organizaciones, la resignificación de las cosas y los hechos, además
del horizonte utópico abierto.
Es que la guerra por el agua no podría ser evaluada en su
múltiple dimensionalidad sino a partir de la demanda de su
consumo, la distribución y concentración de las fuerzas intervinientes, la movilidad y el carácter de las organizaciones,
la lucha por el sentido y la legitimación social, así como el
valor histórico de la apertura hacia las posibilidades de futuro. Ocurre también como si todos estos planos de realidad se
cruzaran y dieran lugar a una interpretación mayúscula, a un
entrelazamiento abigarrado de alta intensidad. Se concentra
la multitud y es como si se evocara el espíritu de la comunidad,
se concentra la temporalidad y es como si la historia diera un
salto a otro escenario que sale del campo de lo cotidiano, se
concentran las voluntades y es como si se amplificaran las
potencialidades de la masa social incandescente. La guerra
por el agua rememora antiguas luchas, pero también convoca
186
Raúl Prada Alcoreza
a su fantasma, que llega del porvenir como promesa (Prada
Alcoreza en COMUNA, 2000: 93).
La guerra del agua define las matrices sociales de la rebelión que, durante seis años consecutivos, van a sostener los movimientos sociales
bolivianos, desde abril de 2000 hasta mayo y junio de 2005. La rebelión
social tiene su propio itinerario, con sus altas y bajas, con sus flujos y
reflujos; comprende hitos importantes en la construcción de la memoria
corta de esta historia reciente: el bloqueo de caminos de septiembre de
2000; la marcha indígena por la Asamblea Constituyente; las elecciones
de 2002; el motín policial de febrero de 2002, con el subsecuente desborde de muchedumbres y masas en las ciudades de La Paz y El Alto;
la guerra del gas de octubre de 2003, con la consiguiente renuncia del
presidente y el colapso del gobierno, lo que inició la primera transición
política; la movilización nacional de mayo y junio de 2005, impidiendo la materialización de la conspiración conservadora, que buscaba
restaurar el orden perdido de los partidos tradicionales neoliberales,
imponiendo una segunda transición, con la sustitución constitucional
del presidente de la Corte Suprema de Justicia, acompañada de la salida
electoral a la crisis política.
Estos hitos, que son como las cumbres de los recorridos de los
movimientos sociales, vinieron acompañados por otros desplazamientos menos intensos, menos extensos, quizá más locales o sectoriales,
que podemos figurar como relativos a los niveles intermedios de la montaña, los montículos del ciclo de la rebelión: la continuidad abrumadora
de las marchas cocaleras, que comenzaron antes del año 2000, y que
por lo tanto tienen su propia ruta; las marchas cíclicas de los maestros
por aumentos salariales y otras reivindicaciones gremiales –además de
oponerse a la Reforma Educativa– que se dan insistentemente cada año,
siguiendo también su propio derrotero; las sucesivas marchas de los y
las prestatarias, sucesión que tuvo un desenlace dramático con la toma
de la superintendencia de bancos por parte de aguerridas dirigentes
prestatarias que se introdujeron en el inmueble forradas de dinamitas;
la marcha de los jubilados, ancianos y ancianas que reclamaban por
sus jubilaciones, en contra de la privatización de los fondos de los seguros sociales; las marchas de la clase sandwich, ex trabajadores que
se encontraron atrapados en medio del camino entre la anterior ley de
jubilación y la nueva; el bloqueo de caminos de los cooperativistas mineros, que reaparecen después de febrero, con la típica indumentaria
del legendario proletariado minero, con guarda tojos, chamarras de
cuero y dinamita en mano; las marchas de la Central Obrera Boliviana
(COB), desde Caracoles a la sede del gobierno; la lucha de los estudiantes de la ciudad de El Alto por su universidad pública.
187
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Pasando a otro nivel, y continuando con las metáforas montañesas, tenemos también las quebradas y los valles de la rebelión, que
corresponden a los reflujos de los movimientos sociales en el período
considerado: un lapso corto, empero problemático, que se da un tiempo
después de las elecciones, cuando se comienzan a plantear diferencias
agudas entre direcciones y bases, instrumentos políticos y movimientos
sociales; un lapso largo, que dura como dos años, que transcurre durante la primera transición, cuando se remontan momentos críticos para
los movimientos sociales, como cuando se da lugar al referéndum sobre
los hidrocarburos, referéndum promovido por el gobierno transitorio;
lapso abiertamente problemático debido a la distancia marcada entre el
instrumento político y los movimientos sociales. Tomando perspectiva,
aplicando una mirada retrospectiva, podemos decir que el despliegue
de la potencia social se desarrolló de un modo permanente, aunque de
una manera compleja y contradictoria, pero manteniendo una evolución
sostenida de la sublevación. La cúspide de la movilización nacional logró
materializarse entre mayo y junio de 2005, desplazando portentosamente
el bloqueo de caminos y el sitio de las urbes hacia la ciudad de Santa
Cruz, urbe y entorno rural convertidos en la línea más intensa de los
enfrentamientos. Esta expansión, en combinación con el juego de poderes, logró el desenlace de la crisis en la ciudad de Sucre, la capital de la
república. El juego de poderes se produjo entre las maniobras del Congreso, el Ejecutivo, los comités cívicos, los medios de comunicación, las
empresas transnacionales, en contraposición a los movimientos sociales.
En Sucre se reunió el Congreso para sesionar, buscando una sustitución
constitucional forzada en la persona del resistido presidente del Congreso
y en la perspectiva de un estado de sitio y la represión a los movimientos
sociales. Una vez que arribaron los parlamentarios a la ciudad de Sucre,
el movimiento social tomó la capital, emboscó a los congresistas, tendiéndoles lo que se dio en llamar un corralito. Al Congreso no le quedó otra
opción más que renunciar a su conspiración, reconocer los hechos, su
situación insostenible en la capital, avalar otra salida constitucional –que
no estaba en sus planes– y habilitar con ello el adelanto de las elecciones nacionales. Luego de esta derrota de la santa alianza conservadora,
oligárquica, cívica, parlamentaria y transnacional, el Congreso volvió a
sesionar en la sede del gobierno.
En la ciudad de La Paz, después de largas diatribas, se llegó a un
acuerdo político que consistió en juntar las llamadas dos agendas, la
agenda de octubre de 2003, que correspondía a los movimientos sociales, y la agenda de enero de 2005, que correspondía al Comité Cívico de
Santa Cruz. En su diseño estratégico, la agenda de octubre propuso la
nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea
Constituyente. De manera contrapuesta, la estrategia del Comité Cívico
188
Raúl Prada Alcoreza
planteó un referéndum autonómico y la elección de prefectos. El acuerdo político consistió en las elecciones nacionales y de prefectos para
diciembre de 2005, además de la convocatoria a la Asamblea Constituyente y el referéndum autonómico para julio de 2006. Las elecciones se
realizaron el 18 de diciembre, después de una perturbadora pelea por
los escaños, que tuvo por objetivo la postergación de las elecciones. La
victoria contundente, por mayoría absoluta, del Movimiento al Socialismo (MAS) trazó un nuevo escenario político. La derrota electoral de
los sectores conservadores colocó en una situación vulnerable a la derecha, e hizo difícil mantener en términos de legitimidad sus objetivos
y proyecto político, consistente en continuar con el modelo neoliberal y
lograr los llamados gobiernos autonómicos.
Considerando este contexto político y social, comprendiendo la
gama de coyunturas sucesivas, además de sus desenlaces y las aperturas
a nuevos horizontes políticos, la victoria del MAS no puede explicarse
sin ese impresionante tejido alternativo de la movilización social. Las
condiciones de la victoria política se crearon en los intensos escenarios
construidos por los movimientos sociales. El paso raudo por las distintas coyunturas, vertiginosamente empujadas por la turbulencia social
y política, creó nuevos horizontes de visibilidad, a un ritmo intenso. En
este tiempo de luchas sociales se construyó un intelecto general, y nuevos
sujetos sociales, modificando la mentalidad de las masas, destruyendo
valores y prejuicios heredados, para construir nuevos valores, que son la
base de la autovaloración de indígenas, mestizos y trabajadores. La victoria electoral fue un hecho político construido por la subversión social.
Volviendo a la construcción práctica de la multitud, a partir de
la experiencia boliviana, vemos que esta se constituye en abril de 2000,
en plena guerra del agua. Antes no había multitud. Esta es un arte de
organización, mediante el cual es posible marchar hacia una combinación política que aumente la fuerza de los cuerpos. No debemos olvidar
que, para pensar realmente en términos de poder, se debe plantear la
cuestión en términos de cuerpo (Spinoza en Deleuze, 1989). Todo lo que
el cuerpo puede hacer puede pensarse también en sentido del derecho
natural. Desde esta perspectiva, la ley de la naturaleza ya no se refiere a
una perfección final, sino al deseo inicial, al apetito más fuerte (Spinoza
en Deleuze, 1989). Las auténticas leyes naturales son normas de poder,
no reglas de deber. La expresión del poder libre de cualquier orden moral
es el principio ético de la sociedad. A propósito de esta ética de la multitud, afirma Deleuze:
Ir al extremo de lo que uno puede hacer [aller jusqu’au bout de
ce qu’on peut] es la tarea propiamente ética. Este es el momento
en que la Ética toma el cuerpo como modelo: pues todo cuer-
189
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
po extiende su poder tan lejos como puede hacerlo. En cierto
sentido, todo ser, cada momento, va hasta el extremo de lo que
puede hacer (Deleuze, 1989).
A partir de la organización de los encuentros sociales se da el paso del
derecho natural al derecho civil. El derecho civil no niega al derecho
natural, ni se produce ninguna síntesis dialéctica entre ambos, de tal
modo que se conserva y supera la contradicción. No se trata de una
concepción dialéctica que en realidad conserva y restaura lo negado.
Al contrario, el derecho civil preserva e intensifica el derecho natural, de la misma manera que la razón fortifica la imaginación (Hardt,
2004: 209). Concurre en este proceso la transformación de la multiplicidad en multitud. Hardt dice que la multitud es la multiplicidad que
se ha hecho fuerte (Hardt, 2004: 209). Nosotros podemos afirmar que
la multitud es la potencia social que se ha realizado como ética y como
política. Los vínculos sociales se han transformado, los viejos valores
han sido destruidos y se han creado otros nuevos, la cohesión social
adquiere dimensiones expansivas y niveles de empatía que no podían
lograrse antes, en las condiciones de una multiplicidad aterida. En estas
condiciones, el gobierno de la multitud es la democracia. Al respecto,
debemos aclarar que se trata de la democracia radical, para que no se
confunda esta afirmación con una apología de la democracia representativa, delegativa y formal, que no es más que la simulación burocrática
e institucional de la democracia. La democracia para Spinoza es el
gobierno absoluto de la multitud.
Este derecho, definido por el poder de la multitud, se llama generalmente Estado. Y es absolutamente controlado por quien,
a través del consenso común, maneja los asuntos de la república […] Si este cargo corresponde a un concilio compuesto por
la multitud general, el Estado se llama entonces democracia
(Spinoza, 1977).
Clase obrera y multitud
Durante el período dominante neoliberal de 1985 a 2000, las resistencias dispersas no constituyeron una multitud, sino que se trató de resistencias locales, sectoriales y gremiales, afincadas en organizaciones
que no terminaban de formar redes, tejidos ni entramados sociales. En
gran parte, estas organizaciones eran la fragmentación de lo que fue la
centralidad proletaria minera y su entorno, centralidad conformada y
expandida a lo largo de la historia sindical. Podemos datar la historia
concentrada del sindicalismo en Bolivia desde las postrimerías de la
guerra del Chaco hasta los días del hundimiento de la Unidad Democrá-
190
Raúl Prada Alcoreza
tica y Popular (UDP), cuando se derrumbaron la hegemonía y la dirección de la COB, que llegó a ser, después de esta caída y hasta nuestros
días, una organización que sólo agrupa a una minoría de los obreros
sindicalizados, además de los maestros, gremialistas y campesinos. En
el proceso de reproletarización, la extensa mayoría de los trabajadores
no se encuentran sindicalizados. En las condiciones del retorno tardío a
un capitalismo salvaje, en pleno proceso de globalización, se conformó
un proletariado nómada, que se movía al margen de los congresos de
la COB y en los umbrales del sindicalismo. La COB no se preocupó de
organizarlos, menos de sindicalizarlos. Fueron iniciativas como la de
los fabriles de Cochabamba las que buscaron que se organizasen nuevos
sindicatos de las trabajadoras que trabajan a destajo para las empresas
que las subcontratan, en las circunstancias de la flexibilización laboral.
Desde 1985 hasta nuestros días se vive la crisis del sindicalismo obrero,
el achicamiento y pérdida de convocatoria de la COB, la desvalorización
de su rol durante las crisis económicas provocadas por las políticas
neoliberales de privatización y ajuste estructural, el achicamiento del
Estado, las reformas estatales, las reformas políticas como la Ley de
Participación Popular y la Reforma Educativa, funcionales a la globalización. La crisis de la república se hizo patente cuando estallaron las
rebeliones de los movimientos sociales desde abril de 2000. A lo largo de
los seis años de luchas sociales, desde la primera guerra del agua hasta
la segunda guerra del gas, en mayo y junio de 2005, la participación de
la COB fue colateral. La otrora gloriosa central de los trabajadores de
Bolivia no logró recuperar su brillo.
La historia del sindicalismo obrero tiene su propio recorrido conmovedor: desde la constitución de la Federación de Fabriles, en 1946,
hasta la caída de la UDP, pasando por la fundación de la COB, en 1952
–fundación acompañada por el clamor inmediato de la Revolución Nacional–, pasando también por la lucha obrera contra la decadencia de
la revolución –lucha que tuvo el desenlace de antagonismo abierto, de
enfrentamiento militar en las pampas de Sora Sora en 1963; tampoco
podemos obviar la participación abierta de la COB en la conformación
de la Asamblea Popular. Esta historia quedó en la memoria. No se ha
vuelto a actualizar.
Podemos hablar también de una historia larga del sindicalismo
boliviano. Guillermo Lora escribe y describe la Historia del movimiento
obrero boliviano desde 1848 (Lora, 1967-1980), trazando un itinerario
que pasa por distintas etapas de desenvolvimiento, desde mediados del
siglo XIX hasta nuestros días, incluyendo, claro está, el último período
de crisis del sindicalismo obrero. Los antecedentes del sindicalismo boliviano se encuentran en los gremios artesanales. En su etapa formativa
se caracterizaron por estar condicionados por relaciones precapitalistas
191
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de producción. La historia del sindicalismo propiamente dicha comienza
después de la Guerra Federal, cuando se instaura el régimen liberal.
La historia contemporánea del movimiento obrero boliviano
presenta dos etapas claramente definidas. En la primera época, que va desde 1920, predomina la marcha ascendente de la
feudal-burguesía, representada primordialmente por el liberalismo, hacia el monopolio del poder político. Luego vienen
los esfuerzos desplegados por la clase obrera en el sentido de
lograr su independencia, organizarse e inspirar su actuación
en sus propios intereses (Lora, 1967-1980: II, 11).
Parte de este proceso vino impregnado por formas de organización
como las mutuales y las cooperativas. Los sindicatos se van a dar luego
como formas de autoorganización de la clase obrera, en las condiciones
del desarrollo capitalista desigual y combinado. De acuerdo con Lora,
el proceso de sindicalización forma parte de la dialéctica de la conciencia de clase. En sentido hegeliano, podríamos decir de la experiencia
de la conciencia de clase, que consiste en la superación de la contradicción entre conciencia en sí y conciencia para sí, en la síntesis de la
conciencia de clase, conciencia histórica de la clase, la conciencia como
conocimiento de la historia. La construcción de la independencia de
clase pasa por la formación de organizaciones autónomas, pero sobre
todo por la incorporación de la ideología revolucionaria. La historia del
movimiento obrero boliviano pretende ser una demostración empírica
de este desarrollo de la conciencia de clase. Revisando la historiografía
documentada del libro, lo cierto es que parece ser una historia larga y
prolongada, dramática y contradictoria, bajo la mirada trotskista del
partido revolucionario. Una larga historia documentada, donde abunda
la proliferación de organizaciones, que corresponden más bien a una
multiplicidad de perfiles de la formación de la clase obrera en un país
periférico del capitalismo, cuya formación social abigarrada sustenta
combinaciones organizacionales e ideológicas compuestas y disímiles.
Se nota una fuerza sustentadora y duradera de los momentos constitutivos del proletariado boliviano, que fueron de carácter gremial,
acompañados de una formación discursiva anarquista. Quizá por esta
razón el anarcosindicalismo ha perdurado a lo largo de los períodos
históricos por los que ha transitado el proletariado bolivariano, incluso
después de la insurrección de abril de 1952, la revolución inconclusa
o la revolución traicionada2. Para Lora, el momento en el que la clase
2 La Revolución inconclusa es el título de un libro de Adolfo Guilli. Otro autor llamado
Liborio Justo, cuyo apodo es Quebracho, tiene otro libro sobre la Revolución Nacional de
1952, titulado La Revolución traicionada.
192
Raúl Prada Alcoreza
obrera boliviana salta de la conciencia en sí a la conciencia para sí, se
desplaza de las luchas económicas a las luchas políticas, se produjo en
el Congreso de Catavi de marzo de 1946 y en el Congreso de Pulacayo
en noviembre del mismo año. El primero corresponde al Tercer Congreso de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y
el segundo, a un Congreso Extraordinario. El Congreso Extraordinario
se debió a la situación de emergencia creada por el derrocamiento del
gobierno populista de Walberto Villarroel por parte de la alianza sorprendente entre la llamada rosca de la oligarquía minera y el Partido
de la Izquierda Revolucionaria (PIR) de orientación stalinista. Dicha
alianza puede explicarse por la desajustada proyección de la alianza de
la Unión Soviética con las potencias liberales democrático-burguesas
en guerra contra la Alemania nazi y la Italia fascista. De acuerdo a la
interpretación pirista, la extensión de esta alianza a un país como Bolivia equivalía a aliarse con la odiada oligarquía minera en lucha contra
el supuesto fascismo criollo encarnado por el gobierno de Villarroel. La
desubicada proyección se acentúa por el hecho de que el derrocamiento del gobierno populista se dará después de culminada la Segunda
Guerra Mundial, cuando se avizoraba el comienzo de la Guerra Fría.
El Congreso de Pulacayo ingresa a la memoria obrera no tanto por el
contexto en el que se desenvuelve sino por sus tesis aprobadas. Lora
escribe sobre el significado de las tesis de Pulacayo.
El documento sindical-político titulado Tesis Central de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, más
comúnmente conocido con el nombre de Tesis de Pulacayo,
constituye la Biblia del movimiento obrero del país. Su importancia arranca de haber elevado a la altura de la enunciación
programática las tendencias revolucionarias inconscientes
que se agitaban y se agitan en el seno de las masas explotadas
(Lora, 1967-1980: IV, 473).
La Tesis de Pulacayo expresa los contenidos de una lectura desde la
teoría de la revolución permanente de las condiciones de la lucha de
clases en Bolivia. La caracterización de Bolivia como un país atrasado,
que resume y combina las etapas del desarrollo capitalista mundial
en el terreno de las condiciones de la formación social boliviana, el
reconocimiento del papel de vanguardia del proletariado minero, la inmediata ligazón entre las tareas democrático-burguesas no cumplidas
y el cumplimiento inmediato de tareas socialistas, todo ello recuerda a
las tesis orientales, que corresponden a la adecuación del marxismo a
las condiciones de las formaciones sociales del Oriente, donde prepondera el campesinado y el proletariado es una minoría. En estas tesis
orientalistas ya se postulaba la necesidad de la revolución socialista en
193
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
países atrasados, preponderantemente de mayoría campesina, pues se
los evaluaba como los eslabones débiles en la cadena de dominación
imperialista. Como puede verse, desde esta interpretación, la Tesis de
Pulacayo puede ser valorizada no sólo como el momento crucial del
paso de la conciencia en sí a la conciencia para sí de la clase obrera, por
lo menos en los ámbitos discursivos, sino también como un documento
sindical donde se plasmó la revolución permanente como horizonte de
la revolución boliviana, además de recogerse las experiencias de las
revoluciones socialistas en los países orientales. Esta es la dignidad del
documento sindical mencionado. La tesis minera se convirtió en la tesis
de la COB y fue el paradigma político del movimiento obrero boliviano
hasta la Asamblea Popular de 1971.
Luego de la derrota de la Asamblea Popular, la Tesis de Pulacayo se quedó sin el sustento de convencimiento del que gozaba en los
trabajadores, en especial sin sustento político. No había sido siquiera
interpelada por los resultados de la Revolución Nacional de 1952, que
no llevó al poder al partido de los trabajadores sino a un partido que
amalgamaba amplios y disímiles sectores sociales, aglutinados en un
partido populista como es el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR). Los gobiernos del MNR del período de la Revolución Nacional
fueron vistos como parte de un proceso en la experiencia contradictoria de la clase obrera. En cambio, la derrota de la Asamblea Popular
fragmentó al Partido Obrero Revolucionario, portador del espíritu de
la Tesis de Pulacayo. Estas tesis, que expresan la concepción de la revolución permanente, no fueron retiradas de los Congresos de la COB
sino mucho después de la caída de la Unidad Democrática y Popular
(UDP) en 1984. No obstante, nunca volvieron a tener la vigencia subjetiva de la que gozaron hasta la Asamblea Popular. Hoy podemos decir
que la Tesis de Pulacayo fue más un entusiasmo teórico y político que
un acierto político. Seis décadas después, podemos afirmar que la Tesis del Congreso extraordinario de los mineros no pudo imaginar otra
clase de movimientos y articulaciones, como las dadas a partir de los
movimientos indígenas, las movilizaciones populares, que articulan
dinámicas moleculares de clase más fluidas y expansivas. Entre 2000
y 2005, en Bolivia se dan formas de movimientos y de movilizaciones
anticoloniales, anticapitalistas y antineoliberales que adquieren las formas de multitud.
A modo de cierre
Multitud y clase obrera no se oponen, tampoco se contradicen y menos
son antagónicas. Ambas categorías o conceptos están atravesados por
sus propias historicidades. Están afectados por las interpretaciones que
se hicieron en su momento, en contextos y coyunturas donde el perfil
194
Raúl Prada Alcoreza
del movimiento obrero o de la multitud venían dibujados por el desligue
de las prácticas de la lucha de clases. El proletariado en Bolivia corresponde a la centralidad obrera y su entorno; a la centralidad minera y
su entorno. Se podría decir a la hegemonía de la clase obrera y a la vanguardia de movimiento minero en el contexto de la alianza de las clases
explotadas. La multitud no tiene una centralidad, por lo tanto, tampoco
un entorno. Cualquier sector social en contradicción con el capitalismo
puede ser el centro virtual de la lucha de clases; puede irradiar entornos, recorridos y entrelazamientos. Las redes sociales de los sectores
sociales movilizados recrean las estructuras de la rebelión. La multitud
no solamente es el acontecimiento de múltiples singularidades sociales,
sino que este acontecimiento está atravesado por redes, entramados
y estructuras sociales, formas que se encuentran constantemente expuestas a las dinámicas de sus propias adecuaciones. Hablamos tanto
de formas de organización como de formas de expresión, pero también
de formas de constitución de las subjetividades. Utilizando un lenguaje
lacaniano podríamos decir que también se trata de las formas de constitución de lo real a través de la travesía de la fantasía. El excedente del
significante, la sustitución simbólica y el llenado del vacío se escalonan
en una alucinante proliferación ideológica (Žižek, 2003).
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196
Carlos de la Torre*
Protesta y democracia en Ecuador:
la caída de Lucio Gutiérrez**
Con la destitución del presidente Lucio Gutiérrez el 20 de abril
de 2005, son tres los mandatarios ecuatorianos depuestos antes de concluir su período y ocho las personas que han ocupado la Presidencia
desde agosto de 1996. En la cesación de Gutiérrez se repitieron los rituales que se dieron en los conflictos que terminaron con los mandatos
de Abdalá Bucaram en febrero de 1997 y de Jamil Mahuad en enero
de 2000. Al igual que estos, Gutiérrez fue cesado por una combinación
de movilizaciones “populares” y maniobras de dudosa legalidad de los
legisladores de oposición, que involucraron a las fuerzas armadas como
“garantes” del orden democrático y como últimos intérpretes de quién
debería ser el presidente. Es así que una vez más se vinieron al suelo los
sueños de los arquitectos de la última transición a la democracia y de la
Constitución de 1998, que buscaron forjar un sistema político estable,
gobernable y moderno que escapase de los ciclos de populismo-cambio
ilegal de gobierno. Al igual que en el pasado, el populismo en Ecuador
* PhD en Sociología. Profesor Coordinador de Estudios Políticos en FLACSO-Ecuador.
** El presente trabajo se basa en parte en mi investigación “Populismo, democracia, protestas y crisis políticas recurrentes en Ecuador”, publicado en Europa América Latina
2006 (Río de Janeiro: Fundación Konrad Adenauer) Nº 21.
197
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
sigue siendo una fuerza fundamental en la política, y persisten las prácticas clientelares, corporativistas y canibalísticas entre los políticos. A
diferencia del pasado, los militares no ocupan directamente el poder,
más bien avalan los actos de dudosa legalidad de los políticos. Pese a
los altos costos para la institucionalidad de las fuerzas armadas, estas
continúan siendo los últimos jueces de la política.
El presente artículo analiza las protestas y las visiones de la democracia articuladas durante la última crisis política en Ecuador, contextualizándolas dentro de las crisis de 1997 y 2000. Durante estos episodios
se evidenció que, a diferencia de los académicos que aceptan la definición
de la poliarquía o de la democracia liberal como las más útiles para la
reflexión y el análisis, para la mayoría de los ecuatorianos la definición
de democracia está en juego, por lo que es importante analizar detalladamente cómo la entienden. Sólo una minoría acepta la visión liberal y para
muchos la democracia se basa en la representación directa de la voluntad
popular sin representantes y en actos litúrgicos en los cuales el pueblo
expresa su voluntad apropiándose de los espacios públicos.
Este caso es además interesante e irónico, pues Gutiérrez irrumpió en la política cuando lideró los eventos que terminaron en la destitución del presidente Mahuad en enero de 2000 y fue “víctima” de
protestas y conspiraciones que terminaron en su destitución en abril
de 2005. Si bien tanto el 21 de enero de 2000 como los eventos de abril
de 2005 fueron calificados como golpes de Estado por los mandatarios
defenestrados (Gutiérrez, 2005) y sus colaboradores, algunos líderes de
los movimientos sociales, políticos, académicos y partícipes los vieron
como la escenificación de la verdadera democracia.
El artículo está dividido en seis secciones. La primera describe
cómo Gutiérrez llegó al poder. Luego se discuten brevemente los parámetros institucionales y culturales dentro de los que tuvo que gobernar.
La tercera sección estudia la crisis política que se dio dentro de un
contexto de estabilidad económica. A continuación se estudian las protestas en contra de Gutiérrez y se las compara con los actos de acción
colectiva que se produjeron durante los procesos que culminaron en las
destituciones de Bucaram y Mahuad. La quinta explica las diferentes
visiones de la democracia articuladas durante estos episodios de acción
colectiva. La última revisa las respuestas estatales, que se caracterizaron por niveles relativamente bajos de represión.
Del golpe de Estado a la Presidencia
El coronel Lucio Gutiérrez incursionó en la política cuando lideró junto
a Antonio Vargas, presidente de la Confederación de Nacionalidades
Indígenas del Ecuador (CONAIE), un golpe de Estado o rebelión popular en contra del presidente Jamil Mahuad el 21 de enero de 2000. Pese
198
Carlos de la Torre
a que existe una amplia bibliografía sobre el tema, nunca se conocerá
con certeza lo que ocurrió ese 21 de enero, pues una amnistía del Congreso a los involucrados selló la posibilidad de conocer el verdadero rol
que jugaron las fuerzas armadas. Parecería que al menos hubo cinco
conspiraciones. De acuerdo con Napoleón Saltos (2000a; 2000b), catedrático universitario y líder de la Coordinadora de Movimientos Sociales, que tuvo un papel protagónico en estos acontecimientos, se dieron
dos conspiraciones que involucraron a los movimientos sociales y a los
militares. En la primera, Antonio Vargas (presidente de la CONAIE),
Napoleón Saltos y otros líderes de los movimientos sociales sostuvieron conversaciones con coroneles del ejército, entre los que se destaca
Gutiérrez, sobre la importancia de reemplazar al gobierno de Mahuad
y establecer una nueva democracia (Vargas, 2000: 43). Es importante
anotar que no todos los líderes de la CONAIE estuvieron de acuerdo y
al tanto de dichas conversaciones (Lluco en Lucas, 2000; Pacari, 2004).
Los líderes de los movimientos sociales que dialogaron con los mandos
medios también discutieron y coordinaron acciones con el alto mando
del ejército, en particular con los generales Carlos Mendoza y Telmo
Sandoval (Vargas, 2000; Saltos, 2000a: 171). Además de esta conspiración, en sus memorias, el general Carlos Mendoza Poveda (2000) acusa
a Benjamín Ortiz, ministro de Relaciones Exteriores de Mahuad, de
tratar de instigar un autogolpe de Estado que fue frenado no sólo por
la falta de interés de las fuerzas armadas sino también por las fisuras
entre los colaboradores del presidente Mahuad (Herrera Araúz, 2001:
27). El coronel Jorge Luis Brito (2000) describe una cuarta conspiración en la que los generales Mendoza y Sandoval maniobraron junto al
vicepresidente Gustavo Noboa para que reemplazara a Mahuad. Este
complot nominado como la defensa del orden constitucional, aparentemente, fue también el privilegiado por algunos políticos. De paso se
menciona una quinta conjura del presidente del Congreso Juan José
Pons, quien quería emular los sucesos del 7 de febrero de 1996, cuando
se destituyó a Bucaram y no se permitió que la vicepresidenta Rosalía
Arteaga ocupara el solio presidencial, que pasó a manos del presidente
del Congreso de ese momento, Fabián Alarcón.
Si bien no se conocen con exactitud los detalles de las conspiraciones y el rol de las fuerzas armadas, los acontecimientos del 21 de
enero son más claros. La CONAIE y la Coordinadora de Movimientos
Sociales propusieron que se establecieran los parlamentos de los pueblos. Estos fueron entendidos como formas de democracia directa y
como un poder dual ante un gobierno y un Estado que fueron calificados como poco democráticos y representativos, por lo que se demandó
que los parlamentos de los pueblos reemplazaran a los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. La estrategia consistió en que, además de
199
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
paralizar las carreteras, un grupo de indígenas tomaran los edificios de
los tres poderes. El 20 de enero los manifestantes cercaron el Congreso
y la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y el 21 los militares que resguardaban el edificio del Congreso permitieron la entrada de los casi 7 mil
manifestantes, en su mayoría indígenas (Hernández et al., 2000: 18;
Herrera Araúz, 2001: 56). Estos ingresaron junto a 195 oficiales menores del ejército, de la Escuela Politécnica del Ejército, de la Academia
de Guerra y 150 “Héroes del Cenepa” (en referencia al último conflicto
armado con Perú). En el Congreso se posesionó la Junta de Salvación
Nacional integrada por el presidente de la CONAIE, el coronel Gutiérrez, y el ex presidente de la CSJ, Carlos Solórzano. Luego de que el
alto mando militar retirara su apoyo al presidente Mahuad, que nunca
renunció y que calificó a este evento como un golpe militar, este debió
salir del Palacio de Gobierno. Los ocupantes del edificio del Congreso se
dirigieron junto a otros manifestantes al Palacio de Gobierno. Una vez
que ingresaron, comenzaron las negociaciones entre los coroneles y el
alto mando militar. Acordaron que Gutiérrez fuese reemplazado por el
general Carlos Mendoza, jefe del Comando Conjunto que además estaba
encargado del Ministerio de Defensa. Luego de pocas horas, Mendoza
comunicó a Vargas y a Solórzano:
Señores, esto queda disuelto, renuncio, yo me voy […] Los líderes de la CONAIE le rogaron que no se retire, que espere
“una semanita, un mesecito, unos días más” […] Vargas quiso
volver a cerciorarse: ¿Entonces nos deja? Mendoza cerró la
charla con un “se quedan los dos solos...”. Y se fue como vino
(Hernández et al., 2000: 77-78).
La siguiente, en cambio, es la versión del coronel Brito (2000: 103):
[Vargas, el presidente de la CONAIE] les acusó a los generales
Mendoza y Sandoval de traidores y además dijo “señores generales, nosotros no queremos el poder; queremos que ustedes
se hagan cargo del poder […] impidan que los políticos y los
banqueros corruptos nos quiten el pan de la boca”.
Las fuerzas armadas fueron partidarias de la llamada sucesión constitucional y argumentaron que, como Mahuad había abandonado el poder,
Noboa era su legítimo sucesor. Noboa tomó posesión de la Presidencia de
la República en el Ministerio de Defensa en la madrugada del 22 de enero
y luego de unas horas fue ratificado por el Congreso Nacional.
Varias razones se han expuesto para explicar esta rebelión o golpe de Estado. La más importante fue el sentimiento de indignación
provocado por las políticas económicas del gobierno de Mahuad. La
economía ecuatoriana entró en una crisis generalizada (ver Cuadro 2).
200
Carlos de la Torre
La inflación pasó del 36% en 1998 al 52% en 1999 y al 96% en 2000. El
desempleo se incrementó del 11% en 1998 al 14% en 1999. El Producto
Interno Bruto (PIB) por habitante se redujo del 0,6% en 1998 al -7,6%
en 1999. Dentro de este contexto de crisis generalizada, y con niveles de
hiperinflación que literalmente se comían los salarios, provocó gran indignación el uso de los fondos del Estado para rescatar a la banca privada. El congelamiento de los depósitos y las revelaciones de que Mahuad
financió su campaña electoral con las contribuciones de banqueros a
los cuales favorecieron sus políticas de Estado fueron interpretados por
gran parte de la población como actos de corrupción intolerables.
Las fuerzas armadas y sectores nacionalistas de la población se sintieron traicionados por la firma de la paz con Perú, en la que supuestamente
el gobierno de Mahuad cedió gran parte del territorio nacional. La falta de
claridad sobre cuál sería el papel de las fuerzas armadas luego de esa paz y
la reducción del presupuesto de dichas fuerzas molestaron profundamente
a los militares. Estos además habían sufrido los efectos de la depreciación
de sus salarios por la inflación, el congelamiento de sus depósitos y el incremento de sus deudas en dólares por la vertiginosa caída del sucre ante el
dólar (Álvarez Grau, 2000: 76). Los sentimientos nacionalistas del ejército y
de la población de la sierra se exacerbaron con la discusión sobre las autonomías regionales y el temor de que Guayaquil se separase de Ecuador.
Gutiérrez, en su proclama del 21 de enero, cuando desconoció
la autoridad del presidente Mahuad, del Congreso y de la CSJ, articuló
una concepción populista sobre la democracia: “La soberanía radica en
el pueblo, cuya voluntad es la base de la autoridad, y haciendo gala de
ese derecho, en forma soberana, democrática, mayoritaria y directa, sin
representantes, ha elegido a sus representantes” (Herrera Araúz, 2001:
62-64). Y más tarde ese día, cuando respondió a las acusaciones del
presidente Mahuad de haber protagonizado un golpe de Estado, expresó: “Es una elección soberana, es una elección directa, es una elección
mayoritaria” (Herrera Araúz, 2001: 96).
De acuerdo con Gutiérrez, dado que la democracia radica en el
pueblo, no se necesitan canales institucionales para expresar su voluntad. La verdadera democracia es plebiscitaria y se la vive cuando se ocupan espacios públicos. Es por esto que la “toma” del Congreso por los
indígenas de la CONAIE, por militares de rango medio y por sectores
de izquierda de Quito fue vivida como un momento en el cual el pueblo
se hacía dueño de uno de los pilares del poder político del que se sentía
excluido y no representado (Dieterich, 2000; Herrera Araúz, 2001).
Gutiérrez utilizó la retórica populista de confrontación del pueblo, que él dijo encarnar, en contra de la oligarquía simbolizada por los
“políticos corruptos”. Se presentó como una persona de origen popular
que ha triunfado y se ha sacrificado por su patria. Pese a sus orígenes
201
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
sociales humildes (proviene de una familia de colonos de la Amazonía)
y al color oscuro de su piel, llegó a puestos de prestigio en las fuerzas
armadas, confirmando las creencias de que estas constituyen un mecanismo de movilidad social. Cuando sintió el “llamado” de su patria, no
dudó en liderar los eventos del 21 de enero de 2000, a los que interpretó
como “una revolución nacida de las entrañas mismas del pueblo ecuatoriano”, en la que lo “podían matar, o podía ir preso, o podía perder la
carrera militar” (Dieterich, 2000: 62-64).
Para participar en las elecciones de 2002, organizó la Sociedad
Patriótica (SP), un partido político formado por ex militares y ex policías
con una ideología nacionalista. La ideología autoritaria y nacionalista
de la SP, como lo señala Bertha García (2005), tenía raíces en la formación militar de sus integrantes. Apoyándose en la Doctrina de Seguridad
Nacional, que tanto Gutiérrez como los ex militares aprendieron en su
formación militar, la SP sentía un gran desdén tanto por los políticos
como por la política, entendida como el debate innecesario sobre lo público. Durante la campaña electoral de 2002 apeló a la unidad de los
indígenas, del pueblo y de los militares, ejemplificada el 21 de enero,
como la alternativa a la “pseudo democracia” ecuatoriana. Su triunfo
se explica, en parte, por sus alianzas con la izquierda ecuatoriana y el
movimiento indígena. Pero también por la buena acogida de su retórica
de la antipolítica y la imagen de los militares como gente del pueblo que
no se vende a intereses antinacionales. En una entrevista, por ejemplo,
manifestó que usa el traje safari verde militar “porque a la gente le gusta
verme vestido así y no como aniñado [niño bien]” (El Comercio, 2002).
Gutiérrez obtuvo el 21% del total de los votos en la primera vuelta electoral de octubre de 2002 y el 55% en la segunda vuelta, cuando
derrotó al multimillonario Álvaro Noboa, otro outsider de la política.
El triunfo de Gutiérrez fue interpretado por sectores de izquierda como
la posibilidad de que se produjera una refundación del país. La participación del movimiento indígena y el hecho de que dos de sus líderes
históricos fuesen nombrados como ministros de Agricultura y de Relaciones Exteriores parecía indicar un nuevo renacer. Norman Whitten
(2003), por ejemplo, calificó a estos eventos como “inversiones simbólicas”: momentos de cambio social que no necesariamente significan la
alteración del orden social pero que manifiestan grandes cambios de las
relaciones sociales de herencia colonial en un país en que por primera
vez los indígenas y un hombre proveniente de la Amazonía y de piel más
mestiza que blanca ocupaba la Presidencia.
El sistema político
Cuando fue posesionado el 15 de enero de 2003, Gutiérrez se enfrentó
con las mismas disposiciones institucionales –como el presidencialis-
202
Carlos de la Torre
mo, la segunda vuelta electoral y la adopción de un sistema de votación
mayoritario y de listas abiertas– que habían dificultado que sus antecesores pudiesen gobernar y que contribuyeron a los derrocamientos de
los presidentes Bucaram en 1997 y Mahuad en 2000 (Burbano de Lara,
s/f; Pachano, 2004). Los partidos políticos se habían fragmentado e
incrementado en número. Desde el retorno a la democracia, al menos
nueve listas han competido en las diferentes elecciones y al menos nueve partidos han tenido algún tipo de representación en el Parlamento
(Pachano, 2004: 73). Los partidos funcionan como maquinarias electorales personalistas y, junto con los políticos, están desacreditados en los
sondeos de opinión pública. Es más, las destituciones semilegales de los
presidentes Bucaram, Mahuad y Gutiérrez por el Congreso evidencian
que la democracia entendida como el respeto a los procedimientos no
siempre se cumple. De la misma manera, una condición básica de la
democracia, que implica que se respete la voluntad de los ciudadanos en
las urnas, no se cumple desde febrero de 1997, pues tres presidentes que
ganaron elecciones libres fueron sustituidos con artimañas legales.
Estudios empíricos han demostrado que los partidos políticos
ecuatorianos de diferentes ideologías se relacionan con los pobres a través
del clientelismo (Menéndez-Carrión, 1986; Freidenberg, 2003; Burgwall,
1995). El clientelismo funciona como una herramienta de dominación y
como una estrategia de los pobres para conseguir recursos. La legitimidad
de los caciques depende de los recursos y de la información que puedan
distribuir entre sus redes. Los pobres apuestan a varios caciques y estos no
tienen más lealtad con un político que la que les dicta la capacidad de dicho
político de “hacer obras”. Con una mentalidad de suma cero, los políticos
están más interesados en captar los recursos del Estado para asegurar la
lealtad de clientelas a través de la distribución de recursos que en respetar
los procedimientos democráticos (De la Torre, 2000: 86). El continuo intercambio entre favores y votos ha ido conformando una cultura política
basada en lealtades particularistas. Ya que los políticos no hacen valer
los derechos universalistas que están escritos en las constituciones, como
por ejemplo el acceso a la salud o a la educación, sino que hacen favores
a grupos específicos, como ayudar a conseguir una cama en un hospital
o un cupo en la escuela, los derechos son entendidos y vividos como favores. La mayoría de los pobres no son reconocidos como personas con
derechos y obligaciones, ni tampoco se ven a sí mismos como ciudadanos.
Sus prácticas cotidianas para sobrevivir los sitúan en relaciones de dominación, amistad y lealtad con políticos que hacen favores y dicen amar y
sacrificarse por los pobres. Si a esto se añade la ausencia de un Estado de
Derecho, que proteja a todos los individuos de la violencia estatal y de los
abusos de poder de los poderosos, no sorprende la importancia de las redes
clientelares para la sobrevivencia de los pobres.
203
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
La fragmentación de los partidos políticos, su falta de representatividad nacional y la importancia del clientelismo y el corporativismo
como formas de representación local y regional se han manifestado
en la baja votación alcanzada por los candidatos presidenciales. Como
lo ilustra el Cuadro 1, los candidatos que han ganado las elecciones
presidenciales pasaron a la segunda vuelta con menos del 30% del
total de los votos (a excepción de Durán y Mahuad) y, en el caso de
Gutiérrez, con apenas el 21%.
Cuadro 1
Porcentaje de votos obtenidos en las elecciones presidenciales (1979-2002)
Año elección
Candidato
Partido
Votos primera vuelta (%) Votos segunda vuelta (%)
Jaime Roldós
Sixto Durán Ballén
CFP
PSC
27,70
23,86
68,49
31,51
León Febres Cordero
Rodrigo Borja
PSC
ID
27,20
28,73
51,54
48,46
1988
Rodrigo Borja
Abdalá Bucaram
ID
PRE
24,48
17,61
54,00
46,00
1992
Sixto Durán
Jaime Nebot
PUR
PSC
31,88
25,03
57,32
42,68
1996
Abdalá Bucaram
Jaime Nebot
PRE
PSC
26,28
27,17
54,47
45,53
1998
Jamil Mahuad
Álvaro Noboa
DP
PRE
34,92
26,61
51,17
48,83
2002
Lucio Gutiérrez
Álvaro Noboa
PSP
PRIAN
20,64
17,39
54,79
45,21
1979
1984
Fuente: Elaboración en base a datos del Tribunal Supremo Electoral.
Con estas restricciones institucionales, y debido a la importancia del clientelismo para conseguir y mantener votos, no asombra que los presidentes
que, con la excepción de Rodrigo Borja durante los dos primeros años de
gobierno, no obtuvieran una mayoría en el Parlamento, tuviesen que recurrir a la compra de votos de legisladores y a buscar alianzas con políticos
que no tienen alicientes para pactar más allá de la búsqueda de prebendas
particularistas para distribuir entre la clientela de su provincia.
Cuando Gutiérrez ganó la Presidencia en la segunda vuelta electoral, su partido SP alcanzó únicamente 5 diputados de un total de 100, por
lo que no tuvo más opción que buscar el apoyo de los llamados legisladores independientes incurriendo en escándalos con la compra de votos.
Luego de su ruptura con el movimiento indígena y el partido de izquierda
Pachakutik a los seis meses de estar en el poder, gobernó con una alianza
electoral bajo la mesa con el derechista Partido Social Cristiano (PSC).
Esta alianza se rompió luego de las elecciones para dignidades locales
204
Carlos de la Torre
del 17 de octubre de 2004, en las que triunfaron los partidos tradicionales
y en las que apenas sobrevivió la SP. En noviembre de 2004, los ex presidentes León Febres Cordero, líder del PSC, y Rodrigo Borja, líder del
partido socialdemócrata Izquierda Democrática (ID) y los diputados de
Pachakutik buscaron seguir un juicio político a Gutiérrez. Este sobrevivió armando una nueva mayoría legislativa con dos partidos personalistas y populistas, el PRE de Abdalá Bucaram y el PRIAN del millonario
Noboa. El gobierno sorprendió a la oposición cuando una nueva mayoría
de legisladores acaparó la presidencia del Congreso, conformó un nuevo
Tribunal Supremo Electoral (TSE) y cesó a la CSJ reemplazándola por
una nueva con personalidades ligadas al PRE y al PRIAN.
A partir de noviembre de 2004, Gutiérrez radicalizó su retórica
populista al presentar estas maniobras como parte de la lucha ética y
moral entre el pueblo, al que dijo encarnar, y la oligarquía ligada al ex
presidente León Febres Cordero, símbolo de la derecha gamonal ecuatoriana, sus empresas familiares y los políticos de siempre. La lógica
populista de Gutiérrez fue inicialmente exitosa. No sólo logró desmovilizar a la oposición, sino que pudo neutralizarla y sumar aliados que
compartieron su odio a Febres Cordero. La estrategia del gobierno también consistió en profundizar las divisiones del movimiento indígena.
Luego de la ruptura de Gutiérrez con la CONAIE, la Federación de
Indígenas Evangélicos (FEINE) vio en él la posibilidad de captar organismos y recursos estatales que estaban en manos de la CONAIE. Sus intereses coincidieron con la estrategia del gobierno de dividir a la CONAIE, cuya
participación había sido importante en los derrocamientos de dos presidentes. Durante el gobierno de Gutiérrez se vio a una CONAIE fragmentada y
paralizada frente a una FEINE movilizada y apoyada por el gobierno.
Lo que parecía un éxito del gobierno para fines de 2004, al menos
en cuanto logró mantenerse en el poder con una nueva mayoría parlamentaria, con un movimiento indígena fragmentado y dividido y unas fuerzas
armadas controladas por personas leales al presidente, se transformó en
una crisis política que concluyó con su salida en abril de 2005.
Una crisis política
A diferencia de las crisis que terminaron con las caídas de Bucaram y
Mahuad, que se dieron en contextos de paquetazo económico1, y de la
crisis económica generalizada de 1999-2000 (ver Cuadro 2), Gutiérrez
fue cesado pese a la relativa estabilidad económica que vivió el país
durante su período y a la ausencia de un paquetazo económico.
1 En enero de 1997 aumentaron los precios de los servicios básicos del “gas de uso doméstico en un 245%, la energía eléctrica en un 300%, el transporte en un 60% y los teléfonos
en cerca de 1.000%” (El País, 1997: 2).
205
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Gutiérrez asumió el poder cuando la economía empezaba su
recuperación y se afianzaba la dolarización durante el gobierno de
Gustavo Noboa (2000-2002) (López-Cálix, 2003). Al igual que otros
neopopulistas (Roberts, 1995; Weyland, 1996), si bien durante su campaña electoral se manifestó opositor a las políticas neoliberales, apenas
subió al poder firmó una carta de intención con el FMI y nombró a
tecnócratas ligados a grupos empresariales para que dirigieran su política económica ortodoxa (Burbano de Lara, 2003). Es por ello que los
sectores de izquierda que lo habían apoyado se sintieron traicionados
por el “coronel [que] mató pronto las esperanzas” (Acosta, 2004).
Cuadro 2
Indicadores macroeconómicos selectos
Año
Crecimiento del PIB
por persona (%)
Inflación (%)
Tasa de desempleo
(%)
Balanza comercial
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2,4
0,6
-7,6
1,3
3,6
1,9
1,2
4,5
30,6
36,1
52,2
96,1
37,7
12,5
7,9
2,7
9,2
11,5
14,4
9,0
10,9
9,2
11,5
s/d
38.451 -908.005 -777.229
-36.153
179.497
-511.534 1.699.815 966.809
Fuente: Elaboración propia en base a datos proporcionados por el economista Hugo Jácome, de FLACSO-Ecuador, en 2006.
La política del gobierno resultó en la estabilización de la economía.
Como lo indica el Cuadro 2, se puede observar que el nivel de inflación
bajó del 12,5% en 2002, al 7,9% en 2003 y al 2,7% en 2004. La reducción
de la inflación permite que los actores puedan prever sus prácticas económicas y reduce el empobrecimiento de los sectores medios y pobres
que dependen de un salario. También se dio un crecimiento del PIB
por persona que llegó al 4,5% en 2004. Esta recuperación se basó en los
altos precios del petróleo y en las remesas de divisas provenientes de
emigrantes que bordearon el 6% del PIB (Sánchez, 2004: 53). El 45% de
las remesas no viene de Estados Unidos sino de países de la Comunidad
Europea, en especial España e Italia (Sánchez, 2004). Sin embargo,
como también lo demuestran estos datos, la dolarización tiene cuellos
de botella en la balanza comercial y en la poca productividad de la economía (Larrea, 2004b). Además, no ha logrado solventar los problemas
estructurales de un desempleo que alcanzaba el 11,5% en 2003, pese a
la migración que comprendió al 3% de la población económicamente
activa (López-Cálix, 2003: 6), ni de un subempleo que afectaba al 40%
de la fuerza laboral (Larrea, 2004a: 48). Los niveles de pobreza, que
206
Carlos de la Torre
llegaron al 68% en mayo de 2000, se redujeron al 49% en diciembre de
2001 y al 45% en 2003 (Larrea, 2004a).
En este contexto de estabilidad macroeconómica, con políticas
monetarias ortodoxas y fieles a los designios del FMI y con un equipo
de tecnócratas aprobados por las elites empresariales, era difícil imaginar que se produjera una crisis política y que Gutiérrez no pudiera
terminar su gobierno. Los errores políticos de Gutiérrez, junto a su
debilidad institucional que lo obligó a aliarse con el PRE y el PRIAN,
explican su caída.
Las protestas
Las protestas masivas en contra del gobierno de Gutiérrez comenzaron
el 26 de enero, cuando Jaime Nebot, el alcalde del PSC de Guayaquil,
convocó a una manifestación a la que mayoritariamente asistieron personas de estratos superiores por la autonomía provincial y que pedían
que el gobierno cambiase sus políticas. Un mes después, miles de quiteños –de clase media para arriba– marcharon por el Estado de Derecho
que había sido violentado con la designación de la CSJ, en contra de la
violencia estatal y de los atentados y amenazas en contra de periodistas
y políticos de la oposición (Levoyer, 2005: 20).
El regreso de Bucaram de su exilio por ocho años en Panamá, el
2 de abril de 2005, fue uno de los detonantes de la indignación moral de
muchos ciudadanos de clase media para arriba en contra del régimen de
Gutiérrez. Bucaram pudo regresar al país gracias a que el presidente de
la CSJ, Guillermo Castro, militante de su partido político e íntimo amigo
suyo, revocó las órdenes judiciales en su contra. El espectáculo mediático
del retorno del exiliado líder populista marcó el futuro de Gutiérrez, y se
convirtió en una de las razones principales que condujeron a su caída. Es
así que una de las consignas que más se escucharon durante las protestas de abril en Quito fue “que se vaya Bucaram y también su edecán”, en
referencia a que el presidente Gutiérrez había servido en este rol durante
el corto gobierno de Bucaram (agosto 1996-febrero 1997).
Junto al retorno de Bucaram, la radicalización del discurso de
Gutiérrez en cuanto a que la lucha era entre la oligarquía corrupta
que no pagaba sus deudas y el pueblo, encarnado en él, polarizó al
país en una lucha maniquea entre el gobierno y la oposición. En esta
disputa, algunos políticos de la oposición golpearon las puertas de
los cuarteles, como cuando el alcalde de Quito, Paco Moncayo, y el
prefecto de Pichincha, Ramiro González, miembros del partido socialdemócrata ID, en asambleas públicas y con el aplauso de los asistentes, pidieron a los militares que retirasen su apoyo a Gutiérrez. Las
protestas, que habían ido subiendo de tono durante el mes de marzo,
llegaron a proporciones masivas en Quito y Cuenca a partir del 13 de
207
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
abril. A través de una pequeña emisora de Quito, Radio La Luna, que
abrió sus micrófonos al público, y de mensajes por celulares, miles
de personas, en su mayoría de clase media, se convocaron para salir
a las calles. Para el 20 de abril la situación, en palabras del comando
conjunto de las fuerzas armadas, era insostenible. Para evitar el derramamiento de sangre, retiraron su apoyo al presidente, que poco
antes había sido cesado en sus funciones por una nueva mayoría del
Congreso, que argumentó que había abandonado el poder cuando
en realidad estaba atrincherado con un fuerte resguardo policial y
militar en el Palacio de Gobierno en Quito.
Resulta interesante y muy relevante notar que tanto los medios
de comunicación como gran cantidad de ciudadanos comunes sostienen que el gobierno de Gutiérrez cayó en las calles. Esta visión ilustra,
por un lado, la creencia de que las protestas en sí mismas tienen la fuerza para deponer presidentes. Es así que se han construido las caídas
de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez como producto de grandes movilizaciones populares, dejando de lado el rol de los políticos y de las fuerzas
armadas en sus destituciones. Las aseveraciones de que la democracia
está en las calles también demuestran que, para muchos actores, la
democracia es entendida como la ocupación de espacios públicos.
La incorporación de sectores que habían estado excluidos de
la política se inició con el populismo de José María Velasco Ibarra
(1934-1935; 1944-1947; 1952-1956; 1960-1961; 1968-1972). A diferencia
de interpretaciones que privilegian el respeto a las normas liberales
y la construcción de instituciones, lo democrático se entendió desde
el velasquismo como la ocupación de espacios públicos y la participación litúrgica en rituales en los que los líderes populistas escenifican
la voluntad popular a través de discursos maniqueos en contra de la
oligarquía (De la Torre, 2000).
La estrategia del gobierno de Gutiérrez ante quienes cuestionaban su popularidad fue presentar los sondeos de opinión pública que
le adjudicaban una popularidad de alrededor del 35% –un récord en el
país luego de dos años de gobierno– y hablar de las encuestas de “carne
y hueso”, esto es, de las muchedumbres que vitoreaban al presidente.
Gutiérrez creyó que en las calles y en las plazas es donde se expresa la
verdadera democracia. Es por ello que la estrategia del gobierno fue
responder a las manifestaciones de la oposición con contra-manifestaciones. Por ejemplo, la marcha de la oposición por la democracia en
Quito fue respondida con una contra-manifestación a la que se llevó
gente en ómnibus desde varias provincias. Poco importaron las críticas
de que se pagaba a los que se manifestaban a favor del gobierno o las
denuncias de que el grupo de choque progobiernista “Cero Corrupción”
estuviese integrado por personas con antecedentes penales. Lo que va-
208
Carlos de la Torre
lió fue tener gente en las calles para defender al gobierno y demostrar a
la opinión pública su popularidad medida por el número de asistentes
a estos actos plebiscitarios.
Si bien la estrategia de llenar las vías públicas le falló al gobierno,
la oposición poco a poco le fue ganando terreno hasta que lo desbordó,
luego de que Gutiérrez descalificara como “forajidos” a quienes protestaron a partir del 13 de abril. Muchos ciudadanos buscaron llegar
a los espacios desde donde se ejerce el poder para apoderarse de sus
símbolos. La creencia de que tanto Bucaram como Mahuad habían sido
echados por las protestas populares funcionó como un mito movilizador. Muchos buscaron repetir estas hazañas soportando las descargas
de gases lacrimógenos e intentando sortear las barricadas con las que
Gutiérrez se había acorralado en el Palacio de Gobierno.
Además de tomar los espacios donde están los símbolos del
poder, las muchedumbres atacaron las instituciones que reflejaron lo
que interpretaron como la “politiquería” y la “corrupción” de la época de Gutiérrez. Es así que se rompieron los vidrios de los edificios
donde sesionó el Congreso, y se atacó y golpeó a algunos diputados
(Hurtado, 2005). Uno de los blancos de la violencia colectiva fue el
Ministerio de Bienestar Social. Este se convirtió en el símbolo de lo
que muchos ciudadanos vieron como lo peor de Gutiérrez y sus colaboradores, esto es, el uso de los bienes públicos para las políticas de
patronazgo y clientelares del gobierno (Pérez, 2005). En la mañana
del miércoles 20 de abril, los antigutierristas buscaron defender a
Quito de quienes fueron traídos en ómnibus para apoyar al gobierno. Varios opositores fueron hacia el Ministerio de Bienestar Social,
donde en un combate con piedras y palos de a poco fueron ganando
terreno a los defensores del gobierno. Luego de que se disparara desde el edificio y desde afuera hiriendo a dos personas, alguien lanzó
un cóctel molotov y comenzó el incendio del edificio del Ministerio.
Se utilizó el fuego para erradicar lo que muchos vieron como la podredumbre del Ministerio, y así purificarlo.
En un interesante trabajo sobre las protestas de abril de 2005,
Franklin Ramírez Gallegos (2005) destaca su carácter novedoso. A diferencia de las protestas lideradas por organizaciones de los movimientos
sociales y por los partidos políticos, los manifestantes se autoconvocaron a través de Internet, teléfonos celulares y llamadas a Radio La
Luna. Se utilizaron tácticas y repertorio de la vida cotidiana como fueron las cacerolas y el papel higiénico para protestar, por ejemplo, en el
cacerolazo del 13 de abril y el rollazo del 16. Muchos jóvenes usaron las
consignas de las barras del fútbol, “poguearon” o bailaron chocando
sus cuerpos y saltando, y “zapearon” buscando ambiente, como en las
noches de farra, y encontrando amigos. A diferencia de los paros y las
209
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
huelgas, se utilizó la noche para protestar. De esta manera los partícipes, que fueron en su mayor parte de clase media, podían trabajar
durante el día.
Además de tener aspectos novedosos, durante estos episodios
se activaron las formas de protesta que la gente normalmente utiliza. Es por ello que muchos jóvenes colegiales y universitarios –que
además, según la Cruz Roja, constituyeron la mayor proporción de
heridos atendidos durante las protestas– atacaron con piedras a los
policías, pues protestar para ellos significa entrar en una confrontación. La mayor parte de quienes protestaron pertenecía a la clase
media. Los estudiantes de derecho de la Universidad Católica fueron
los primeros en manifestar su descontento con la forma en la que se
destituyó a la CSJ y se nombró a una nueva. Algunas ONG de clase
media como Participación Ciudadana estuvieron al frente y fueron
las primeras víctimas de la violencia del grupo de choque “Cero Corrupción”. Las organizaciones –tanto políticas como sociales, como
la CONAIE– que fueron protagonistas durante las protestas contra
Bucaram y Mahuad estuvieron ausentes. La única organización que
actuó fue la FEINE de los indígenas evangélicos, que marcharon
para defender al gobierno.
Si bien valores universalistas y abstractos como la defensa del
Estado de Derecho y de la democracia motivaron a muchos a protestar,
durante estos episodios se evidenció el clasismo y a veces el racismo
de quienes utilizan valores como la democracia para descalificar y silenciar a quienes fueron construidos como carentes de racionalidad.
Siguiendo con una larga trayectoria en la cual se construye a los seguidores populistas como masas ignorantes, desorganizadas y peligrosas,
y a sus líderes como exponentes de todo lo negativo de la democracia,
durante estas protestas se conformaron oposiciones binarias que legitimaron como ciudadanos a unos, diferenciándolos de los acarreados
y pagados por el gobierno. Esta estrategia discursiva articulada por
los medios de comunicación y por los comentarios de ciudadanos que
se dieron a través de la línea abierta de Radio la Luna diferenció a los
ciudadanos de los acarreados; a quienes se movilizaron por valores de
quienes lo hacen por la paga; a los habitantes de Quito, que supuestamente encarnan valores y formas de ser cultas, de las hordas invasoras
de provincianos; a los quiteños de los “monos” (costeños) y de los “jíbaros” amazónicos. Este discurso clasista, regionalista y a veces racista
llevó a que estudiantes amazónicos de FLACSO, por ejemplo, fuesen
atacados por ser supuestamente gutierristas.
210
Carlos de la Torre
Cuadro 3
Movilizaciones en contra de Bucaram (1997), Mahuad (2000) y Gutiérrez (2005)
Actores de las movilizaciones
1997
2000
2005
Frente Unitario de Trabajadores
Cámaras de la producción
Asamblea de Quito
Jóvenes organizados por grupos de
izquierda
Mujeres
Partidos políticos
Indígenas
Clase media y media alta
Sectores populares
CONAIE
Coordinadora Movimientos Sociales
Héroes Cenepa
Oficiales menores FF.AA.
Jóvenes de izquierda
Indígenas
ONG
FEINE (indígenas evangélicos)
Grupos ad hoc (Ruptura 25)
Clase media y media alta
Jóvenes
Mujeres
Jóvenes de grupos de izquierda
(el último día)
2000
2005
Levantamiento indígena
Toma de símbolos de poder estatal
Humor y subversión de símbolos
de poder
Toma de espacios públicos
Formas de celebración del
fútbol, música
Uso de objetos cotidianos
(cacerolas, papel higiénico,
etc.)
Marchas nocturnas
Humor y subversión de
símbolos de poder
2000
2005
No a la corrupción
No al neoliberalismo
Refundar la democracia
No a la corrupción
Contra el autoritarismo
Defensa del Estado de Derecho
Fuera todos
No al TLC
Defensa de Quito (ciudadanos
versus acarreados, monos,
amazónicos, evangélicos)
1997
2000
2005
Paquetazo económico
Debilidad institucional del presidente
Paz con Perú
Crisis económica y financiera
Paz con Perú
Estabilidad económica
Debilidad institucional del
presidente
Formas de protesta
1997
Levantamiento indígena
Toma de iglesias
Paro/huelga
Marchas
Ocupación de espacios públicos
Humor y subversión de símbolos de
poder
Valores
1997
No a la corrupción
No al neoliberalismo
Democracia
No al estilo chabacano de Bucaram
Defensa de la cultura
Defensa de Quito (contra turcos,
monos, lúmpenes)
Contexto de las movilizaciones
Fuente: Elaboración propia.
211
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
El Cuadro 3 ilustra algunas diferencias y continuidades de las formas
de movilizaciones, de los actores, los valores y los contextos en que se
dieron las protestas en contra de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. Lo
que primero llama la atención es que los actores principales de las protestas contra Bucaram y Mahuad, esto es, los indígenas de la CONAIE,
estuviesen ausentes en las movilizaciones contra Gutiérrez. En estas
estuvieron presentes los indígenas evangélicos que, siguiendo las pautas
de comportamiento de la CONAIE, buscaban espacios de poder estatal
que estaban en manos de ella. El movimiento obrero, que tuvo una
fuerte participación en las protestas contra las políticas de ajuste de los
ochenta (León y Pérez, 1986), tuvo su último protagonismo en las movilizaciones contra Bucaram. También es importante notar el declive de
los partidos como líderes de las movilizaciones en Quito. Los actores
que más se destacan son los jóvenes, que tienen menos obligaciones que
los adultos, por lo que los costos de su participación son menos altos.
Las clases medias y medias altas se movilizaron en contra de Bucaram
y Gutiérrez y estuvieron ausentes en la caída de Mahuad, que fue el episodio de movilizaciones con actores de origen social más humilde. Los
más pobres estuvieron ausentes en las movilizaciones contra Gutiérrez,
y presentes en las que se hicieron a su favor.
Las formas de protesta han cambiado junto a los actores. Los
sindicatos han privilegiado las huelgas y los paros, que debido a la crisis y debilidad del movimiento obrero han ido perdiendo importancia
como formas de acción colectiva. Desde los años noventa, los indígenas
inventaron un nuevo repertorio de protesta con los levantamientos, que
son formas de acción colectiva en las que las comunidades bloquean las
carreteras y marchan hacia los centros del poder político provincial o
nacional. Como lo señala Ramírez Gallegos (2005), los grupos no organizados o poco organizados de clase media que protestaron contra
Gutiérrez utilizaron estrategias de la vida cotidiana y de la fiesta, y
se concentraron y marcharon por las noches para no interferir en los
horarios de trabajo.
Pese a estas diferencias, perduran algunas formas a través de
las cuales se manifestaron la indignación y la disconformidad con
los presidentes defenestrados. La más importante es que quienes protestan no se contentan con concentrarse en espacios públicos como
pueden ser una plaza, una carretera o una avenida. Estos buscaron,
además, apropiarse y tomar los espacios y símbolos del poder estatal.
Ello explica que la estrategia de los manifestantes no fue sólo reunirse
y escuchar discursos, sino llegar al Palacio de Gobierno. El éxito de
las movilizaciones que terminaron con los gobiernos de Bucaram y
Mahuad hizo que funcionaran como mito movilizador de que el pueblo
puede tumbar gobiernos durante las protestas contra Gutiérrez. Una
212
Carlos de la Torre
segunda forma de protesta, que convive con las innovaciones tanto de
los levantamientos indígenas como de las protestas de abril, fue buscar
la confrontación con la policía. Protestar en Ecuador es un ritual en el
que los manifestantes hacen barricadas para impedir la circulación.
Cuando aparece la policía se da una lucha ritual entre las pedradas de
los manifestantes y los gases, piedras y a veces toletazos con los que
los agentes del orden les responden. La tercera continuidad es el uso
del humor para burlarse y subvertir los símbolos del poder. Es así que,
en enero de 2000, los indígenas obligaron a que señores mestizos bien
trajeados bailaran, se pintaran la cara y tomaran un trago. También
los jóvenes de clase media utilizaron el humor y las formas de vivir el
fútbol y la fiesta en las protestas contra Gutiérrez y Bucaram.
Los valores que guiaron las protestas fueron éticos y morales. Las
principales razones fueron el malestar por la corrupción; la indignación
moral porque se ha roto el pacto social de dominación al utilizar de forma
descarada las prácticas habituales de coima y soborno durante el gobierno
de Bucaram (De la Torre, 2000); el descaro del gobierno de Mahuad de
salvar a la banca inepta y corrupta con el erario público; o la indignación
por cómo las instituciones estatales fueron acaparadas por familiares de
Gutiérrez. Todos ellos fueron motivos para que muchos salieran a las calles. Junto a esta indignación moral también se articularon valores que
rechazan el modelo económico neoliberal, pues rompe con una serie de
pactos y entendimientos de lo que debe ser la dominación justa en la que
el Estado da una serie de beneficios, como son los subsidios, y tiene una
serie de compromisos con diferentes sectores de la población. Las clases
media alta y alta también se movilizaron por valores estéticos que abarcan
desde cómo debe comportarse un primer mandatario hasta consideraciones sobre el origen social y étnico de los presidentes. A estos grupos les
molestó el estilo chabacano y “vulgar” de Bucaram y Gutiérrez, quienes
además fueron vistos como advenedizos sociales por sus orígenes étnicos
de “turco contrabandista” o “amazónico de color verde”. Un buen ejemplo
del regionalismo, clasismo y racismo de las elites es el editorial del renombrado intelectual Simón Espinosa con el que llamó a la desobediencia civil
de los quiteños en contra de Bucaram:
Quito en este régimen está condenado a muerte por abandono.
Los quiteños a ser granputeados en las oficinas. Los periodistas y los indios a ser plantados en las entrevistas por una raza
insolente, malcriada, infatuada (Hoy, 1996; énfasis propio).
La tan mentada democracia
En las caídas de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez la democracia fue el valor
más importante. Se pueden diferenciar tres visiones de lo que los actores
213
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
consideraron que es la democracia. La primera, la menos aceptada por
la población pero que circula entre algunos académicos y políticos, es
la visión normativa de la democracia liberal y el Estado de Derecho. La
segunda, muy extendida entre los protagonistas del 21 de enero y articulada por algunos sectores en las caídas de Bucaram y Gutiérrez, es la
visión marxista de la democracia, entendida como un sistema económico
y social y como una forma de mandato político directo que no necesita de
la mediación de representantes. La tercera visión es la democracia como
una forma de participación en la que el pueblo ocupa directamente los
espacios que simbolizan el poder político y de los cuales se sienten excluidos los de abajo. Esta visión populista de la democracia va acompañada
de discursos maniqueos a favor del pueblo en contra de la oligarquía, que
es vista como la fuente de todos los males de la nación.
La visión de la democracia liberal no tiene mayor acogida entre
la población pues, por ejemplo, pocas voces se alzaron para cuestionar
la falta de legalidad y el atropello a la normativa con la que se cesó a
los tres presidentes defenestrados. En el caso más claro de golpe de Estado según esta visión, que fue la destitución de Mahuad, una encuesta
realizada el 7 de febrero de 2000 señalaba que “el 51% de la población
estuvo de acuerdo con la formación del triunvirato. El 72% de la población piensa que no hubo ‘golpe de Estado’ sino una ‘rebelión popular’”
(Paz y Miño, 2002: 33).
Es interesante que muchos de los políticos que salieron en “defensa de la democracia” y en contra del golpe de Estado de 2000 hayan
tenido prácticas poco consistentes y bastante instrumentales ante la
democracia. Los ex presidentes Mahuad, Osvaldo Hurtado y Rodrigo
Borja, pocos años antes, habían sido protagonistas del golpe de Estado
en contra de Bucaram. Esto demuestra que la mayoría de los políticos
ecuatorianos, y aun los que en sus escritos han calificado a este régimen
como el más deseable, tienen actitudes instrumentales ante la democracia. No deja de resultar interesante que, pese a su instrumentalismo, los
políticos sigan considerando que la democracia es el mejor régimen político. Desde el siglo XIX los legisladores han buscado modelos formales
y constitucionales de democracia y han dictado leyes basadas en una
tradición liberal importada y normativa. Estas proclamas han ido de
la mano con prácticas políticas que no respetan las leyes, los principios
y las constituciones liberales que ellos mismos han proclamado. Con
excusas sobre la ingobernabilidad de sus compatriotas o argumentos,
como los de Velasco Ibarra, de que la voluntad popular está más allá
de las normas de la democracia liberal, permanentemente han violado
las constituciones.
Si bien los políticos pisotean las constituciones y los procedimientos de la democracia liberal, buscan artimañas legales para ca-
214
Carlos de la Torre
muflar los golpes de Estado como movimientos basados en la legalidad.
Esta búsqueda de artificios legales no sólo obedece a la necesidad de
complacer al Departamento de Estado de EE.UU., que ahora es contrario a los golpes de Estado. Es sobre todo una necesidad imperiosa de
basar aun los actos ilegales en un supuesto marco legal. Estas prácticas
han sido una constante en la historia del país, pues los golpes de Estado
fueron la excepción, y las rupturas al orden democrático se revistieron
de formalidades democráticas, ya sea a través de los nombramientos
por el Congreso o por asambleas constituyentes (León, 2004: 96).
Considero que este apego instrumental y esquizofrénico a la legalidad por parte de los políticos se explica por su interés de continuar con
el juego democrático, en especial con las elecciones. En estas se juegan
desde los egos de quienes se sienten salvadores y redentores de la patria,
hasta intereses económicos y corporativos. Las elecciones, además, activan redes clientelares que permiten a los políticos, los caciques y sus
clientelas obtener desde bienes y servicios hasta puestos de trabajo. A
los políticos no les conviene entregar el poder a los militares, sino continuamente entrar en el juego electoral, pese a que a los pocos días de
que el nuevo mandatario asuma el poder ya empiecen a intrigar acerca
de cómo tumbarlo para seguir con el ciclo de destituciones hechas con
artimañas legales y nuevas elecciones.
Otra característica de las defensas a la democracia liberal, también herencia del siglo XIX, es que se basan en un menosprecio a los de
abajo. El miedo, la aversión y el asco de las elites hacia sus compatriotas
más pobres y menos blancos han ido de la mano con la idea de que la
democracia liberal es una empresa civilizadora que educará y modernizará a los de abajo, siempre vistos como no preparados aún para
ejercer sus derechos democráticos. Esta ambigüedad entre defender la
democracia liberal y temer al “populacho” es una constante en la forma
en que las elites políticas han entendido a la democracia.
La visión marxista sobre la democracia fue la más articulada
durante el 21 de enero de 2000, pero también fue la posición de sectores
de izquierda durante las caídas de Bucaram y Gutiérrez. Desde esta
corriente política y filosófica, la democracia tuvo varios significados.
Para empezar, fue la inspiración de la estrategia de la sublevación de
enero de 2000 de construir un poder dual, y de presentar a las asambleas y parlamentos de los pueblos como instancias genuinamente democráticas. También inspiró la conformación de asambleas populares
luego de la caída de Gutiérrez. La democracia para los marxistas fue
entendida no sólo como un régimen político sino y, sobre todo, como
una forma de convivencia social basada en políticas económicas que
favorezcan a la mayoría de la población. La democracia es vista por sus
resultados en tanto distribución del ingreso, gasto público del Estado,
215
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
etc. Además, se presentó a la democracia directa y sin intermediarios
como una alternativa realmente participativa frente a la democracia
formal-liberal. Algunos marxistas idealizan a la comunidad andina
como “una organización que enfrenta al Estado” y que tiene una “visión
civilizadora alternativa” (Saltos, 2000b: 216). Un buen ejemplo de esta
visión de la comunidad indígena como un espacio donde se ejerce un
modelo diferente y superior de democracia, basado en la participación
de todos y en el consenso, es el siguiente análisis del ex presidente de la
CONAIE, Luis Macas, y de los antropólogos Linda y Jim Belote sobre
el movimiento indígena:
La participación de los miembros de las comunidades en los
procesos de toma de decisiones se da en las reuniones de los
cabildos. Esto significa que las acciones de la comunidad están gobernadas por el consenso y se mantienen discusiones
hasta alcanzarlo. Se toman decisiones sobre actividades en
las mingas, regulaciones de las comunidades […] y los gastos
de los fondos de la comunidad […] Los mejores ejemplos y la
expresión más completa de los esfuerzos colectivos son los varios levantamientos y marchas indígenas de los años noventa
(Macas et al., 2003: 224).
El ejemplo anterior idealiza y silencia algunos problemas de estas formas de democracia directa supuestamente basadas en el consenso. Para
empezar, no se toman en cuenta las diferenciaciones económicas, de
género, generacionales y de nivel educativo entre los miembros de la
comunidad. Se asume que todos tienen el mismo poder para que su
voz sea escuchada y cuente con la misma autoridad. Se desconoce que
los hombres silencian y no escuchan a las mujeres. Además se olvida
que quienes han tenido acceso a la educación manejan los códigos y
reglas del lenguaje (“culto” o burocrático) que les permiten que su voz
tenga autoridad frente a quienes poseen menos estudios o ninguno y
por lo tanto carecen de las competencias para que su voz sea escuchada
(Fraser, 1999). Por último, se pasan por alto los mecanismos autoritarios y coercitivos de la comunidad, tales como las multas a quienes no
participan en las acciones que han acordado la mayoría, o aquellos que
se oponen a las decisiones de las mayorías y que corren el peligro del
ostracismo social si osan diferir en estas comunidades pequeñas.
Una tercera manera de entender la democracia es la que yo denomino como populista (De la Torre, 2000). Esta tiene dos componentes.
Por un lado, la democracia es vivida como las acciones en las que “el
pueblo” expresa su voluntad ocupando los espacios públicos de los cuales se sentía y estaba excluido. La “toma” del Congreso por parte de los
indígenas de la CONAIE, por ejemplo, fue vivida como un momento en
216
Carlos de la Torre
el que los indígenas se hacían dueños de uno de los pilares del poder
político del que se sentían excluidos y que no los representaba. De ahí
la cantidad de fotos que se sacaron en los asientos de los diputados.
También esto explica la importancia que tuvieron las marchas al Palacio de Gobierno para tomar este espacio en donde reside el poder. La
lucha por dominar las calles y las plazas también se evidencia en las
estrategias del gobierno de Gutiérrez de tener las calles llenas de gente
vitoreando al mandatario (aunque sea con pagados) y de la oposición
de tomar las calles.
A diferencia de la democracia liberal, que se basa en el gobierno
de la mayoría pero no en la unanimidad de opiniones e intereses, en
el populismo no existe un campo reconocido para expresar el disenso,
pues está basado en “la unión y la identidad total entre un representante
y aquellos que buscan ser representados” (Plotke, 1997: 28). Quienes
no son parte de los seguidores que aclaman al líder son invisibilizados, silenciados, no son tomados en cuenta y pueden ser reprimidos
(Urbinati, 1998: 116-119). Las formas de representación populista tienden a no respetar el marco normativo existente, que es visto como un
impedimento para que se exprese la voluntad popular encarnada en el
líder. Esta actitud instrumental ante las leyes “reduce los mecanismos
constitucionales a un medio que sirve al poder político, y el uso repetido
de medidas y prácticas extra-institucionales debilita la autoridad del
Estado y del sistema legal” (Peruzzotti, 1997: 101).
Otro elemento de esta visión populista sobre la democracia es la
construcción de la política como una lucha antagónica entre el pueblo
y la oligarquía. Si bien esta confrontación discursiva ha estado presente
en la política ecuatoriana desde los años treinta y cuarenta, los grupos
sociales asignados a estas categorías no han permanecido inmutables.
En los cuarenta, Velasco Ibarra, al igual que muchos grupos de la sociedad civil, construyó los términos pueblo y oligarquía con referentes
eminentemente políticos. La oligarquía fueron las “argollas” del partido
liberal que se mantenía en el poder gracias al fraude electoral, y el pueblo eran los ciudadanos cuya voluntad electoral no se respetaba. Esta
construcción política del pueblo excluía a quienes no podían votar por
ser analfabetos y a los indígenas y afroecuatorianos, que en su gran
mayoría eran analfabetos y que por lo tanto no votaban ni eran considerados como parte de la nación (De la Torre, 2000).
Desde la creación de la Concentración de Fuerzas Populares
(CFP), a fines de los años cuarenta, la categoría “pueblo” adquirió significados sociales (Guerrero, 1994). El “pueblo” fue definido como los
pobres que se diferencian de la oligarquía y de los ricos en términos
socioeconómicos, culturales, políticos y de estilos de vida. Cuando se
dio una dimensión étnica a la oposición del pueblo contra la oligarquía,
217
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
se sostuvo que la lucha es entre la “gente de ‘aristocracia’ y los ‘cholos’”
(CFP, 1958: 19). Bucaram compartió esta elaboración del pueblo como
las clases bajas mestizas (De la Torre, 1996). Si bien mencionó a los
diferentes grupos étnicos en sus discursos, y desde el poder creó un
Ministerio de las Etnias, su concepción de quién es el pueblo se basaba más en la concepción cefepista del pueblo como las clases bajas
cholas que se enfrentan a los aniñados que en una visión multicultural
del pueblo. Bucaram no entendió los grandes cambios que se habían
dado en los imaginarios políticos desde la irrupción del movimiento
indígena. A partir de los noventa, los líderes del movimiento indígena
y de organizaciones negras han utilizado el término “pueblo” cuando
hacen demandas al Estado. Exigen pertenecer al pueblo ecuatoriano
pero manteniendo su cultura o nacionalidad. El 21 de enero de 2000,
los líderes indígenas y los militares encabezados por Gutiérrez articularon una visión diferente de quién es el pueblo. El verdadero pueblo son
los indígenas que ocupan los espacios públicos de los cuales se sienten
marginados como el Palacio de Justicia y el Congreso. Es por esto que
Antonio Vargas manifestó: “El pueblo ha ganado, ni el ejército, ni los indígenas sino el pueblo ecuatoriano […] aquí estamos indios, militares,
el pueblo” (Herrera Araúz, 2001: 85). Y manifestó, durante la toma del
Congreso, que “aquí confluye todo el pueblo” (Hernández et al., 2000:
48). Los indígenas, anteriormente excluidos de la construcción imaginaria del pueblo, pasaron a ser parte sustancial e importante de este.
No sólo encarnaron al pueblo, sino que también fueron vistos como su
vanguardia en las luchas contra la corrupción, las políticas de ajuste
estructural y en defensa de la soberanía nacional.
Las respuestas estatales
Las protestas que terminaron con la caída de los tres presidentes tuvieron muy poca represión. Durante la caída de Bucaram, murió una
persona y en la caída de Gutiérrez, dos –una por asfixia y la otra en un
accidente automovilístico. ¿Qué factores explican estos bajos niveles
de represión?
El primer factor tiene que ver con el carácter regionalizado del
sistema político ecuatoriano. Como lo señala Jorge León (2003), una de
sus características es que, debido a la fragmentación de las elites, estas
han tenido que negociar la incorporación de nuevos actores. Es así que
se han creado ciclos de protesta a través de los cuales sectores excluidos
buscan su incorporación en el pacto corporativista ecuatoriano. Desde
los años noventa, a través de movilizaciones y otras formas de protesta,
los indígenas demandaron no sólo que el Estado les reconociera sus
derechos culturales, sino que los incorporara a su dirigencia y a su intelectualidad en el aparato estatal, controlando la educación bilingüe,
218
Carlos de la Torre
la etno-medicina o programas de etno-desarrollo. La incorporación
corporativista tiene efectos contradictorios. Por un lado, la sociedad se
democratiza al incluir a quienes antes estaban marginados, pero esta
incorporación puede terminar desmovilizando, pues los líderes indígenas han asumido el doble papel de representantes del Estado ante sus
comunidades y de sus comunidades ante el Estado.
El movimiento indígena fue incorporado al pacto corporativista
luego de la destitución de Bucaram. La Constitución de 1998 incluyó
el cambio de la identidad nacional de mestizo a pluriétnico y multicultural, y se reconocieron los derechos colectivos de los indígenas.
Además la CONAIE fue encargada de controlar la educación, la salud y
los proyectos de desarrollo para los indígenas. Luego del 21 de enero se
consolidó su incorporación con el triunfo de su candidato presidencial,
Lucio Gutiérrez, en las elecciones de 2002. Parecería que la ausencia de
la CONAIE en las últimas protestas no sólo se debe a los problemas de
unidad interna provocados por el paso del movimiento indígena por el
poder y a las políticas clientelares del gobierno de Gutiérrez que buscaron dividirlo. Su ausencia también se explica por los costos de su
incorporación corporativista que los ha transformado en funcionarios
del Estado. Es preciso señalar también los efectos de los proyectos de
etno-desarrollo promovidos por el Banco Mundial, que despolitizaron
a los dirigentes indígenas transformándolos en gestores de proyectos
de desarrollo (Bretón, 2003).
La respuesta estatal no sólo ha incorporado, también se ha basado
en una relación particular de las fuerzas armadas con la población. Para
comenzar, las fuerzas armadas, como señala Anita Isaacs (1991), aprendieron durante la última dictadura (1971-1979) que uno de los factores
más graves contra su institución son las divisiones internas. Los militares
han respondido ante las protestas buscando no atentar contra su unidad
interna y han preferido “retirar” su apoyo a los presidentes antes que
reprimir, por los altos costos que ello podría tener para su unidad y su
imagen. Además, tanto Bucaram como Gutiérrez politizaron a las fuerzas armadas y atentaron contra su unidad interna al involucrarlas en el
manejo de las aduanas y otras dependencias estatales.
Por último, como lo señala Diego Pérez Enríquez (2004), los militares actúan como si fuesen un partido político, por lo que se relacionan con los sectores pobres con la lógica asistencialista y clientelar de
los partidos políticos. Esta tradición de compromiso hacia los pobres
les impediría reprimir, pues ello afectaría su imagen populista-asistencialista. Si a esto se suma el hecho de que con el fin de la carrera
militar recién empieza la carrera política de algunos uniformados como
el mismo Gutiérrez, el alcalde de Quito o el ex general Paco Moncayo,
entre otros, resulta más fácil comprender que en momentos de posible
219
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
confrontación y represión los militares opten por retirar su apoyo al
presidente antes que enfrentar con las armas a los manifestantes.
Conclusiones
Este artículo ha analizado las protestas y las visiones de la democracia
que se articularon durante los eventos que terminaron en las destituciones de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. Para empezar, y a diferencia
de la visión de muchos de los actores sociales y políticos, las caídas del
poder de los tres presidentes no pueden reducirse al rol de las protestas,
pues tanto los políticos como los militares fueron actores institucionales clave en estos procesos. Estos tres mandatarios fueron electos
con una serie de constricciones institucionales. Como lo han señalado
varios politólogos (Burbano de Lara, s/f; Mejía Acosta, 2002; Pachano,
2004), el presidencialismo y la segunda vuelta electoral presentan una
serie de dificultades para la gobernabilidad. El presidencialismo agudiza el personalismo. Además, genera dos fuentes de legitimidad, una en
el Congreso y otra en la Presidencia, que no tienen mayores alicientes
para cooperar y que más bien han generado una “actitud hostil, de
oposición de los partidos que no están en el gobierno hacia el Ejecutivo
[…] y una resistencia de los presidentes de ceder parte de su poder”
(Burbano de Lara, s/f).
Dadas estas debilidades provocadas por las reglas del juego
político, los presidentes que no han tenido mayorías en el Congreso
tuvieron que pactar con partidos que no estaban interesados en la gobernabilidad sino en sus posibilidades electorales en la nueva contienda. Además, la lógica de que la política se basa más en la lógica de la
guerra que en los pactos llevó a que tanto los primeros mandatarios
como los políticos de la oposición utilizasen mecanismos de dudosa
legalidad para mantenerse en el poder o para defenestrar al presidente.
Asimismo, los políticos han involucrado a las fuerzas armadas en sus
asuntos y las han llamado a ser el último intérprete de cómo se resolverían estas crisis. Los militares, debido a la necesidad de mantener su
unidad interna, han avalado los actos poco legales de los políticos. A la
vez, debido a su tradición de trabajo asistencialista y clientelar con los
más pobres, no han reprimido a la población.
Las protestas se dieron en diferentes contextos socioeconómicos
y políticos, por lo que sería necesario investigar si las hipótesis estructuralistas son suficientes o si tienen que complementarse con estudios de
cómo la gente común entiende lo económico desde lo ético y lo moral.
Parecería que lo económico es leído e interpretado desde visiones morales y éticas de los parámetros de la dominación aceptable (Thompson,
1991). Las protestas en contra de Bucaram, por ejemplo, se dieron por
la indignación que provocó que el Estado rompiera con el pacto de do-
220
Carlos de la Torre
minación y no subsidiara servicios básicos como la luz o el gas para uso
doméstico. También causó indignación el uso de los recursos estatales
durante el gobierno de Mahuad en beneficio de la banca corrupta e
inepta. Por último, Gutiérrez fue destituido en un contexto de recuperación económica en el que no se produjeron incrementos en los precios
de los servicios básicos, no se congelaron los depósitos bancarios ni se
vivió la angustia de la hiperinflación. Las protestas se debieron a valores
morales, como la indignación por el retorno de Bucaram y la apropiación
por parte de Gutiérrez y sus allegados de todas las dependencias estatales, a los que se sumaron valores estéticos clasistas y a veces racistas de
sectores de clase media alta que vieron en Gutiérrez a un imitador de
Bucaram que no tenía ni el abolengo, ni el color de la piel, ni las “buenas
costumbres” necesarias para ser presidente.
El recorrido por las diferentes visiones de lo que fue la democracia para los partícipes ilustra que el respeto a las normas y procedimientos de la democracia liberal no son importantes ni siquiera para los
pocos políticos que en sus escritos han disertado sobre las virtudes de
esta forma de gobierno. Es más, para muchos de quienes se rebelaron,
la palabra golpe de Estado no tiene mayor sentido. Por ejemplo, la líder
histórica del movimiento indígena que fuese ministra de Relaciones
Exteriores en el gobierno de Gutiérrez, Nina Pacari (2004), manifestó
en una entrevista: “Para nosotros no hay la concepción de golpista, es
otro el análisis que nosotros hacemos”.
Esta falta de arraigo de lo democrático, en el sentido liberal, en
las prácticas de los políticos, de los líderes de los movimientos sociales y
de los militares va junto a la debilidad de la ciudadanía y del Estado de
Derecho como formas en las cuales los ciudadanos se relacionan entre sí
y con el Estado. En lugar de darse una igualdad de todos los ciudadanos
ante la ley, hay una diferenciación entre unos pocos que están más allá
de las leyes, o que sólo las obedecen cuando son de su conveniencia, y
las grandes mayorías que son objeto de la fuerza represiva de la ley. La
mayoría de los pobres, para subsistir, debe romper el orden legal cuando
invaden terrenos para construir sus viviendas o cuando ocupan los espacios urbanos para vender en el sector informal. No sólo se trata de que
la ley no regula las relaciones sociales, sino de que los pobres no pueden
hacer uso de los derechos que supuestamente les otorgan las constituciones. Para acceder a los servicios públicos, por ejemplo, tienen que ir en
nombre de algún poderoso que los recomiende para que los funcionarios
públicos los atiendan o deben suplicar un favor a un dependiente estatal.
Debido a la falta de derechos ante el Estado, los pobres muy pocas veces
demandan y luchan por una ampliación del Estado de Derecho o para
hacer valer sus derechos de ciudadanos. Más bien recurren a prácticas
que, aunque resultan eficaces en conseguir el bien deseado, no se basan
221
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
en la ciudadanía sino en prácticas paternalistas o en prebendas y privilegios de los grupos corporativos (De la Torre, 2003).
Independientemente de su ideología política, de su visión sobre
la democracia y de su etnicidad, la mayoría de los actores no tuvo reparos en aliarse con los militares. Estas tres crisis políticas terminaron
cuando las fuerzas armadas retiraron su apoyo a los presidentes electos
y avalaron los actos del Congreso, que designó a sus sucesores empleando artimañas legales tales como la “incapacidad mental” de Bucaram
–sin pruebas psiquiátricas sobre su locura– o el abandono del poder de
Mahuad y Gutiérrez, cuando estos seguían en el Palacio de Gobierno. El
constante llamado de los civiles para que los uniformados les resuelvan
sus problemas se ilustró en los pedidos públicos del alcalde de Quito y el
prefecto de la provincia de Pichincha para que las fuerzas armadas retiraran su apoyo a Gutiérrez en marzo de 2005, o en los llamados a que
los militares depusieran a Mahuad. Gutiérrez explicó su participación
en el 21 de enero con estas palabras: “A través de los medios de comunicación, la radio, la televisión, los periódicos, la gente pedía a gritos
prácticamente la actuación de los militares” (Dieterich, 2000: 60).
A diferencia de algunos líderes de los movimientos sociales que
creyeron que la solución a los problemas de la democracia sería la entrega del poder a los militares, en enero de 1996, cuando el líder de
la Coordinadora de Movimientos Sociales, Napoleón Saltos, visitó los
cuarteles, o en enero de 2000, cuando junto a Antonio Vargas pidió que
estos fueran intervenidos, los políticos, si bien involucraron a las fuerzas armadas para que les solucionaran sus problemas de gobernabilidad, no buscaron entregar el poder a los militares porque las elecciones
son su razón de existir. Es así que uno de los elementos que explican la
durabilidad de la democracia, a la vez que su inestabilidad, son los flirteos de los políticos para echar al gobernante de turno de manera casi
constitucional, con el objetivo de que se produzcan inmediatamente
nuevas elecciones.
Es interesante que la mayoría de los actores haya basado sus
acciones y luego interpretado estos hechos con un lenguaje que combina elementos de la visión marxista sobre la democracia directa con
la visión populista de la democracia. El marxismo ha sido la principal
corriente teórica para interpretar la realidad. Esta corriente ha irradiado desde las universidades y desde los centros de “Altos Estudios
Militares”, donde varios intelectuales marxistas dan cátedras y conferencias, una concepción sobre la democracia vista ya sea como políticas
de Estado distribucionistas e igualitarias o como formas de expresión
directa de la voluntad popular. Desde los años treinta y cuarenta, el populismo ha sido la manera privilegiada de incorporación de los sectores
previamente excluidos. Las visiones marxista y populista comparten un
222
Carlos de la Torre
desdén por la democracia representativa vista, o bien como una forma
de dominación de clase, o como no representativa y excluyente. Además
buscan que el pueblo, categoría que es definida de acuerdo con los intereses de los líderes, sea el verdadero protagonista de la democracia.
Dicho protagonismo se basa en la ocupación de espacios públicos, en
discursos que resaltan sus virtudes frente a la maldad de la oligarquía y
en la búsqueda de una comunidad libre de explotación donde los iguales
y los pares lleguen a consensos sin la necesidad de intermediarios.
Ya que el pueblo no puede autorrepresentarse y autoconstituirse, pues no está ahí como un dato empírico, sino que es una relación
de posicionalidades construidas, no se escapa de la conclusión de que
siempre se necesita de expertos o de elites que expresen, articulen, descubran y glorifiquen lo que ellos consideran como lo popular. Esta búsqueda del pueblo no sólo legitima a quienes se autoproclaman como sus
representantes, sino que también se basa en la exclusión de quienes no
son pensados dentro del campo de lo popular y que, por lo tanto, son
parte del bloque en el poder o no existen en el imaginario y el discurso
político populista. En sus reflexiones sobre el jacobinismo, François
Furet señaló que el principio de legitimidad revolucionaria se fundamentaba en el pueblo, una categoría “imposible de personificar” (1985:
49). El poder residía en “las manos de quienes podían hablar por el
pueblo” (Lefort, 1988: 109-110). La política sólo podía tener políticos
que encarnaran los buenos valores populares o enemigos del pueblo.
Es así que los políticos se convirtieron en los ventrílocuos que hablan
en nombre del pueblo, dicen personificarlo y lo constituyen. El pueblo
se transformó en un principio de legitimidad del poder bastante ambiguo. Por un lado, los políticos tienen que personificarlo, constituirlo,
mimarlo y entenderlo, por lo que orquestan manifestaciones y mitines
para demostrar y escenificar la voluntad popular, y por lo que también
distribuyen recursos al pueblo. Pero, por el otro, la voluntad popular
sólo es pensada como un dato moral-ético homogéneo que no admite
divergencias, contradicciones o variaciones, por lo que estas búsquedas
de la identidad del pueblo-unitario con el líder pueden terminar en
experiencias populistas autoritarias o en el totalitarismo del egócrata
magistralmente analizado por Claude Lefort (2004).
Si bien las protestas han democratizado a la sociedad ecuatoriana
pues, como lo han señalado los estudiosos de los movimientos sociales,
los cambios siempre se han conseguido utilizando tanto mecanismos
legales como actos y estrategias no institucionales (Cohen, 1986; Tilly,
1986), las protestas también pueden tener consecuencias peligrosas
para la democracia. No porque protestar atente contra la institucionalidad; más bien el peligro radica en que muchos actores –como algunos
de los líderes de la CONAIE en 2000 y de los movimientos sociales en
223
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
1997 y 2000 y los políticos en las tres crisis analizadas– hayan pactado
y llamado a que las fuerzas armadas tengan la última palabra de cómo
resolver estas crisis. ¿Hasta cuándo no reprimirán y/o decidirán tomar
directamente el poder estatal?
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Whitten, Norman 2003 “Epilogue” en Whitten, Norman (ed.) Millenial
Ecuador (Iowa City: Iowa University Press).
227
Brasil
Eliel Machado*
MST e neoliberalismo:
avanços, limites e contradições da
luta pela terra no Brasil**
Introdução
A partir de meados dos 1980 surgiram vários movimentos sociais que
pareciam ocupar o “vácuo” político deixado pelos movimentos e partidos
revolucionários das décadas anteriores (1960-1970). Na América Latina,
este processo veio acompanhado da instauração de regimes eleitorais,
ou seja, inaugurava-se uma nova etapa política na região: com o fim das
ditaduras militares, uma nova “onda” reordenava as relações políticas do
subcontinente com eleições diretas para escolha dos seus representantes
máximos. No Brasil, fruto de intensas mobilizações populares, este processo culminou em 1989, quando o povo brasileiro foi convocado a eleger
o novo presidente da república, depois de 21 anos de ditadura militar.
* Professor de Ciência Política da Universidade Estadual de Londrina (PR). Coordenador do Grupo de Estudos de Política da América Latina (GEPAL) e membro do Núcleo
de Estudos de Ideologias e Lutas Sociais (NEILS/PUC-SP).
** Este artigo é uma versão modificada e adaptada de um dos capítulos de nossa tese de
doutorado, intitulada “Mal-estar da democracia no Brasil e na Argentina nos anos 90:
lutas sociais na contramão do neoliberalismo”. Em razão disso, as discussões e considerações teóricas desenvolvidas neste texto, referentes aos sem-terra, remetem-se aos
anos 1990 e 2000. Agradeço a Renata Gonçalves (UEL/NEILS) pela leitura atenta e
pelas críticas pertinentes.
231
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Sob o contexto do fim da “guerra fria”, do fim das ditaduras militares e do estabelecimento de regimes democráticos limitados que se
inserem os chamados “novos” movimentos sociais, dentre os quais, no
Brasil, se destaca o Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra
(MST). Os sem-terra atuantes neste movimento empunham a bandeira
da “transformação social” e se apresentam como defensores de uma
sociedade anticapitalista e socialista1. Dada a importância política e
ideológica que assumiu no cenário político brasileiro e, até mesmo,
latino-americano, para o conjunto das classes populares e suas organizações, propomo-nos a discutir seu papel na dificílima e complexa
tentativa de contribuírem na constituição dos trabalhadores em classe.
Para isso, dividimos este artigo em três partes: na primeira, problematizamos teoricamente algumas questões referentes à (des)constituição
do proletariado em classe; em seguida, procuramos compreender como
este processo se passa no MST a partir de algumas observações sobre o
caráter de sua base social; e, por fim, recuperamos sinteticamente sua
história política e como este processo ocorre em alguns acampamentos
e assentamentos que pesquisamos2.
Alguns apontamentos teóricos sobre a (des)
constituição do proletariado em classe
Marx e Engels afirmam, logo no início do primeiro capítulo do Manifesto do Partido Comunista, que a história da humanidade até aquele
momento tem sido a história da luta de classes. Mais adiante, quando
discorrem sobre a constituição das classes fundamentais –a burguesia,
de um lado, e o proletariado, de outro– afirmam que este último assim
que nasce inicia sua luta contra a burguesia. De forma sumária, portanto, interpretamos que as classes são uma construção histórica, típica
dos seus embates de classes, ou seja, constituem-se na luta de classes.
Ao procurarem constituir os trabalhadores em classe, os semterra deparam-se com limites próprios de sua base social: não se encontram diretamente em confronto com o capital, portanto, não constituem
1 Há inúmeros artigos, dissertações, teses e livros sobre o MST, sua história e suas lutas. Não iremos nos remeter a nenhum deles em especial, a não ser em alguns momentos que consideramos importante. Mas, ressaltamos que nos valemos, principalmente,
das seguintes contribuições: Harnecker (2002); Gohn (2000); Petras (1997); Fernandes
(1999); Stedile e Fernandes (1999); Bogo (2003); Zibechi (1999); Mauro e Pericás (2001);
Morissawa (2001); Buzetto (2002); Pagotto (2003); Pizzeta (1999); Mauro (1999); Gonçalves
(2005); além de publicações de autoria do próprio MST: jornal, revista, cartilhas, panfletos, Internet, etc.
2 Trata-se da nossa pesquisa, durante o desenvolvimento da tese de doutorado, em
alguns acampamentos e assentamentos no estado de São Paulo e, eventualmente, no
estado do Paraná.
232
Eliel Machado
o núcleo duro da relação entre capital e trabalho. Dizemos que estão
fora do “núcleo duro” da relação entre capital e trabalho porque sua
base social é constituída, basicamente, por trabalhadores rurais semiproletários ou semi-assalariados (Germer, 2002). Desse modo, só podem afetar a produção capitalista indiretamente, ou seja, nos planos
político e jurídico-ideológico, quando questionam as formas burguesas
de propriedade. Nesse sentido, se não se confrontam diretamente com
o capital, pelo menos desafiam o Estado burguês ao questionarem as
formas de propriedade e as políticas estatais voltadas para o capital
agrário-exportador, principalmente o agronegócio. De alguma maneira desvendam o que ele procura ocultar: seu caráter de classe. Mesmo
nestas condições, teimam em fazer luta de classes e em lutar por transformação social. Voltaremos ao tema mais adiante.
Não duvidamos da importância dessa discussão, pois os setores
do proletariado mais diretamente ligados ao núcleo central da relação
capital/trabalho atravessam uma crise política e ideológica profunda
que afeta, inclusive, os que estão “fora” dessa relação. Quando olhamos
para os anos 1990 e observamos, pelo menos em alguns países da América Latina, que os principais protagonistas das resistências populares
à implantação das políticas neoliberais foram os setores “marginais” da
relação capital/trabalho, começamos a entender o porquê recaía sobre
eles toda a fúria repressiva (física e ideológica) do Estado burguês, bem
como dos seus aparelhos ideológicos, principalmente os meios de comunicação de massa. Para estes “aparelhos da ordem” era uma questão
de honra deslegitimar, perante a opinião pública, as reivindicações, os
valores e as práticas políticas desses movimentos.
Quando nos propomos discutir a organização do proletariado em
classe é preciso ter em conta que embora na década de 1990 se tenha
observado a predominância de um protagonista “marginal” daquela
relação tradicional, isso de forma algum supõe que o trabalho assalariado desapareceu. Ou seja:
Apesar da crise pela qual atravessa há duas décadas, o movimento operário não é uma força em extinção. Sem dúvida,
perdeu a centralidade sociológica e simbólica característica
da época fordista. Seu “brilho”, ligado ao imaginário heróico do proletariado industrial, desapareceu. Não é o único
autor do conflito social nem a vanguarda da luta pela autoemancipação dos dominados. Em todo caso, a questão da
“hegemonia operária” não se coloca mais nesses termos. Este
ator mantém não somente uma capacidade de perturbação
anticapitalista como também a capacidade de reivindicação
e positivação de seus próprios objetivos, como se manifesta
233
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
a relativa renovação sindical em curso ao longo do último
período (Vakaloulis, 2000: 161).
A despeito do movimento operário não se ter esgotado completamente,
ganharam relevância no cenário político latino-americano movimentos sociais de base mais heterogênea. Se o foco de ação do movimento
operário eram (e são) as questões ligadas ao trabalho assalariado (emprego, salário, tempo de trabalho, aposentadoria etc.):
As mobilizações coletivas suscitadas pelas políticas públicas
constituem um segundo eixo do conflito contemporâneo. Concernem, entre outras questões, à modernização do Estado, da
escola, da saúde, da gestão dos fluxos migratórios, à produção
e aplicação das disposições de segurança. Estas mobilizações
se produzem principalmente porque a confrontação e o debate
públicos, quando existem, não têm incidência maior sobre as
políticas públicas. Em geral, o poder político se limita a tratar
os problemas sociais de forma limitada, separada e parcial
(Vakaloulis, 2000: 161).
Enfim, estes dois pólos de protesto popular, apesar da separação metodológica, estão estreitamente ligados.
As mobilizações trabalhistas tendem a se ligar aos grandes
temas da sociedade em função de uma dupla evolução. Por
um lado […] a atividade produtiva significa para o trabalhador
poder obter nesta suas motivações vitais, os valores e capacidades subjetivas que obtém de todos os âmbitos da vida onde
está implicada sua existência. Por outro, a esfera do trabalho se
estende para além das fronteiras da empresa no sentido estrito
do termo. A irrupção societária no trabalho assalariado […] e
a impregnação fora do trabalho pelo processo de valorização
do capital constituem dois aspectos complementares de uma
“centralidade” do trabalho ao menos paradoxal (Vakaloulis,
2000: 162).
Ainda que muitos movimentos sociais se apresentem como anti-sistêmicos, portanto, reivindiquem a superação das dificuldades inerentes
à acumulação capitalista, não se deve perder de vista as bases materiais sobre as quais sustentam suas lutas e o desenvolvimento dessas
bases depende do grau de desenvolvimento do próprio capitalismo. É
claro que os sujeitos protagonistas das lutas não são agentes passivos
do processo e, além disso, precipitam situações políticas e ideológicas
que, muitas vezes, não têm ressonância em suas próprias bases sociais.
Apoiando-nos teoricamente nas discussões empreendidas por Marx,
234
Eliel Machado
ao analisar as causas que tornaram impossível as revoluções do século
XIX pelo proletariado francês, ele sugere que na França o capitalismo
ainda não estava totalmente desenvolvido e, menos ainda, o proletariado. Isto é: subtraímos dessas análises uma questão de fundo, qual seja,
que o desenvolvimento do proletariado está condicionado ao desenvolvimento da burguesia industrial. Um dos termômetros para medir tal
desenvolvimento é a sua capacidade de organização da classe em nível
nacional. Nos termos sugeridos por Marx:
A luta contra o capital em sua forma moderna, desenvolvida,
a luta contra o capital em sua fase culminante –isto é, a luta
do assalariado industrial contra o burguês industrial– constitui, na França, um fato parcial que depois das jornadas de
fevereiro não podia fornecer o conteúdo nacional da revolução
[…] Os operários franceses não podiam dar um passo à frente,
não podiam sequer tocar num fio de cabelo da ordem burguesa, enquanto a marcha da revolução não sublevasse contra
esta ordem, contra o domínio do capital, a massa da nação
–camponeses e pequenos burgueses– que se interpunha entre
o proletariado e a burguesia; enquanto não a obrigasse a unirse aos proletários como a vanguarda sua (Marx, s/f: 119-120).
O desenvolvimento político do proletariado está condicionado, em geral,
ao desenvolvimento da burguesia industrial, “sob cujo domínio adquire
ele existência nacional que lhe permite elevar sua revolução à categoria
de revolução nacional, criando os meios modernos de produção, que
hão de transformar-se em outros tantos meios para a sua emancipação
revolucionária” (Marx, s/f: 119)3
Por sua vez, os camponeses, pequenos proprietários rurais, a
despeito de viverem sob as mesmas condições miseráveis do proletariado, não têm o seu desprendimento, pois se encontram ideologicamente presos à defesa de suas (pequenas) propriedades. Em suma,
como afirma Marx:
Sobre diferentes formas de propriedade, sobre as condições
sociais de existência, ergue-se toda uma superestrutura de sentimentos, ilusões, maneiras de pensar e concepções de vida
distintas e peculiarmente constituídas. A classe inteira os cria
e os forma sobre a base de suas condições materiais e das relações sociais correspondentes (Marx, s/f: 224) 4.
3 Algo que não se verificou, por exemplo, na Comuna de Paris de 1871.
4 Nesta mesma obra, O 18 Brumário de Luís Bonaparte, o autor discute a questão da (des)
constituição do campesinato francês em classe. Em linhas gerais, elenca os seguintes ele-
235
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Em tese, portanto, o desenvolvimento do capitalismo leva o proletariado a se desenvolver política e ideologicamente (adquirir consciência
revolucionária, constituir-se em classe e formar partido político), até
porque estará submetido à exploração do capital e nada mais terá a
perder, a não ser os seus grilhões: “De todas as classes que hoje se
defrontam com a burguesia, só o proletariado é uma classe verdadeiramente revolucionária” (Marx e Engels, 1988: 85). O proletariado é, potencialmente, a classe mais desprendida dos valores que fundamentam
a sociedade burguesa, a propriedade privada dos meios de produção:
ele tem somente a sua força de trabalho e é obrigado a vendê-la, como
se fosse uma mercadoria, em troca de salário.
Vale a pena destacar que estas discussões não podem ser deslocadas das conjunturas históricas, ou como bem lembra Boito Jr.:
É no terreno das formações sociais em conjunturas específicas
que se decide a formação do operariado em classe. Não há, no
plano das relações de produção e das forças produtivas capitalistas, que representa o nível econômico do modo capitalista
de produção, nada que torne inevitável, ao contrário do que
sugere o economicismo, a formação da classe operária como
classe ativa (2003: 246).
De fato, sabemos que a constituição do proletariado como classe é complexa, pois não se constitui linearmente, de maneira evolutiva. Por outro
lado, também se forma no embate com outras classes. Nesse sentido:
Às vezes, a organização da classe avança mais rapidamente
no plano econômico; às vezes, no plano político-ideológico. Às
vezes, as lutas obtêm grandes vitórias no interior do sistema
capitalista, mas não demonstram capacidade (ou mesmo vontade) de transformá-lo. Derrotas podem servir de estímulos
a grandes avanços no curto prazo, como ocorreu na Rússia,
em 1905. Ou um recuo desordenado que pode significar anos
de desorganização, como aconteceu após o golpe de 1964, no
Brasil. Ou, para ficarmos neste mesmo país, derrotas desmoralizantes podem gerar grande apatia operária e popular, sem
que exista o recurso à repressão política direta, como parece
estar ocorrendo na presente conjuntura. Do exposto também
mentos: condições econômicas semelhantes que se opõem a outras classes sociais; modos de vida diferentes e interesses diferentes; cultura diferente de outras classes sociais;
constituir-se como uma comunidade; ligação nacional e não somente local; e organização
política. Sem estes elementos, os camponeses são incapazes de fazer valer seus interesses
de classe em seu próprio nome; quer através do Parlamento ou de uma convenção. Com
isso, não podem se representar, têm que ser representados (Marx, s/f: 277).
236
Eliel Machado
se desdobra a tese acerca do caráter relacional das classes sociais. Uma classe não se constitui em um espaço vazio, mas
em relação com as demais classes, frações de classes, camadas
e categorias sociais. Portanto, as classes não se constituem
como pura materialização de conceitos em sua abstração
maior (Almeida, 2005: 281-282).
Ao analisarmos a composição social de classe dos sem-terra, observamos que o problema é complexo e bastante polêmico, o que nos obriga a desenvolver um pouco melhor esta temática, uma vez que, como
dissemos antes, este movimento, assim como outros, não se confronta
diretamente com o capital. Senão vejamos.
O desenvolvimento do capitalismo industrial intensificou o processo de urbanização precária e foi incapaz de suprir as “carências”
urbanas do proletariado. Mais ainda:
O capital se mostrou incapaz de inserir plenamente todos na
esfera produtiva, acarretou as mais diversas situações (subemprego, por exemplo), levando, inclusive, à redefinição das
lutas. Este novo surto de desenvolvimento capitalista e correspondente crescimento e maior diversificação do proletariado
esteve na base de uma nova arrancada das lutas sindicais e
partidárias dentro de um contexto bastante peculiar: o de ditadura militar (Gonçalves, 2005: 90).
Em linhas gerais, tratava-se da formação de um novo e heterogêneo
proletariado e, por isso mesmo, assistia-se uma nova configuração de
classe (Sader em Gonçalves, 2005: 90).
Como se sabe, a implantação do modo de produção especificamente capitalista no campo ocorreu basicamente em duas fases distintas: a primeira delas entre 1958/59 a 1966 e a segunda em 1967/68. Esta
segunda fase ocorreu sob a ditadura militar e permanece até os dias
atuais. Mas, como alerta Gonçalves (2005: 71):
Em amplas áreas do estado de São Paulo, as relações sociais no
campo não eram tipicamente capitalistas: não se estabelecia
uma relação de contrato entre, de um lado, o ‘trabalhador livre’,
ou seja, totalmente separado dos meios de produção e dotado
de capacidade de produzir atos jurídicos e, de outro, o proprietário destes meios de produção, transformados em capital.
A questão, portanto, que se coloca é a seguinte: a dominância do
modo de produção capitalista não significa exclusividade de relações
sociais capitalistas no interior da formação social brasileira: “Pelo
contrário, boa parte destas relações sociais no campo […] era mar-
237
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
cada por fortes vínculos de dependência pessoal” (Gonçalves, 2005:
72). Em suma, o capital pode lançar mão de relações de trabalho
e de produção não-capitalistas para produzir capital (Oliveira em
Gonçalves, 2005: 72). Esta heterogeneidade social, entre os setores
populares, não pode ser desconsiderada.
Germer (2002) considera a agricultura brasileira capitalista e em
rápido processo de desenvolvimento. Assim, para ele, a sua estrutura de
classes está cada vez mais polarizada entre burguesia e proletariado.
Em linhas gerais, o campo brasileiro tem a seguinte composição social:
grande burguesia agrária (10,6%), média burguesia (8,2%); camada intermediária: pequena burguesia (16,7%), produtor simples (9,8%); força
de trabalho (54%), entre semi-assalariados e proletariado (permanentes
e temporários) 5.
Para os objetivos de nossa análise, os dados sobre a composição
de classe são importantes por dois motivos básicos: em primeiro lugar,
porque revelam que o desenvolvimento do capitalismo no campo está
ligado a uma burguesia agroindustrial:
As lavouras dos produtores capitalistas são, em sua maioria,
formadas por culturas de exportação, mais rentáveis e de rentabilidade mais estável, utilizando tecnologias desenvolvidas
(como a soja/trigo, milho empresarial, cana-de-açúcar, laranja, cacau etc.) ou culturas de mercado interno de amplo consumo, como o arroz (Germer, 2002: 270).
Em segundo lugar, porque ajuda a compreender melhor que o MST
“tem a sua base social predominantemente no semiproletariado agrário, isto é, entre os pequenos agricultores semi-autônomos (aqui denominados semi-assalariados), cuja área total é menos que 20 hectares
e que ou não têm terra própria, ou não têm sequer equipamentos de
tração animal para o seu trabalho, ou não possuem ambos. Este é o
segmento em que as contradições com o desenvolvimento capitalista
da agricultura são mais acentuadas, o que origina uma postura mais
contundente de contestação ao sistema estabelecido […] Apesar da
heterogeneidade de situações concretas existentes no interior do segmento de pequenos agricultores semiproletarizados, eles apresentam,
entretanto, uma homogeneidade maior no plano político, pelo fato de
que a estrutura capitalista da agricultura os exclui e esmaga inapelavelmente” (Germer, 2002: 276).
5 Dados obtidos do IBGE, Censo Agropecuário de 1995/1996 (em Buzetto, 2002: 19). Alguns esclarecimentos: considera-se como grande burguesia agrária os proprietários rurais
com área superior a 100 ha; a média burguesia, entre 50-100 ha; a pequena burguesia, entre
20-50 ha; e os semi-assalariados com menos de 20 ha.
238
Eliel Machado
O proletariado propriamente dito, ou seja, os “assalariados puros” estão fora da base do MST. Segundo Germer, esse setor não constitui, politicamente, a camada dirigente da classe trabalhadora rural, a
despeito de sua significativa expressão numérica. Por sua vez, embora
tendo influência sobre os sindicatos de trabalhadores rurais assalariados, a Central Única dos Trabalhadores (CUT) hesita em apostar no
processo de organização dessa luta, preferindo manter-se ligada aos
pequenos produtores de mercadorias. Considerando-se a posição e o
papel político desempenhado pelo semiproletariado, deparamo-nos
com um paradoxo:
Em primeiro lugar, a sua situação concreta de classe está mais
próxima do proletariado rural, entretanto, este mantém-se vinculado à organização –o DNTR6 da CUT–, que congrega principalmente pequenos produtores de mercadorias, com os quais
as suas afinidades concretas são muito menores, enquanto o
semiproletariado possui a sua própria organização –o MST.
[…] Em segundo lugar, embora o proletariado rural constitua
o segmento que tem, concretamente, as contradições mais agudas com a estrutura capitalista, é o semiproletariado que assume, através do MST, a posição de luta mais contundente contra
o sistema, através da sua bandeira principal, que é a reforma
agrária sob o controle dos trabalhadores (Germer, 2002: 281).
Essas questões sinalizam algumas dificuldades políticas enfrentadas
pelo MST para organizar as suas bases, pois, do ponto de vista políticoideológico e das necessidades concretas, os “assalariados puros” e os
“semiproletários” são dois setores do campo popular muito próximos.
Porém, no plano concreto da luta não trilham os mesmos caminhos, a
não ser em algumas ocasiões especiais como ocorreu durante a Marcha dos 100 mil sobre Brasília, em 1999. Levando-se em conta que o
“proletariado puro” é numericamente superior ao “semiproletariado”,
as coisas se complicam ainda mais, dado o potencial de luta que o primeiro poderia engendrar em conjunto com o “semiproletariado” e não o
faz: a Contag, representante desse segmento, tem 15 milhões de filiados
e a CUT totaliza 21 milhões (Comparato, 2003). Por outro lado, o MST,
que representa o “semiproletariado”, tem apenas 250 mil famílias ou
500 acampamentos e 1.500 assentamentos.
Comparato faz uma segunda comparação: o número de greves
(Contag) com o número de ocupações (MST e Contag). Nos anos de
6 Departamento Nacional de Trabalhadores Rurais, hoje inexistente na estrutura organizacional da CUT. Em seu lugar foi criada a Confederação Nacional dos Trabalhadores
Agrícolas (Contag).
239
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
1997 e 1998, as greves foram superiores ao número de ocupações: 462
ocupações contra 563 greves em 1997; 446 ocupações contra 580 greves
em 1998. A partir daí, Comparato tira duas conclusões:
Em primeiro lugar, a visibilidade de uma organização não
depende de seu tamanho. Em segundo lugar, ocupações de
terras têm chamado muito mais a atenção do que greves. Esse
resultado já era esperado, pois as ocupações de terra e a defesa
da reforma agrária vão de encontro ao sistema de propriedade
privada (2003: 136-137).
O MST tem clareza de suas limitações e se depara com elas à medida
que se esforça para superá-las procurando ampliar seu leque de atuação
no campo popular. Germer (2002), entretanto, chama a atenção para
o paradoxo que existe com o fato de o “proletariado puro” ou o trabalhador assalariado hoje não se constituir no setor dirigente das lutas
no campo, mas sim o “semiproletariado” organizado em torno do MST.
Bertero, de outro lado, crítica o protagonismo dos sem-terra, considerando-o extemporâneo, pois as lutas do proletariado urbano e rural são,
nas condições atuais do desenvolvimento capitalista, praticamente as
mesmas: “Tudo indica que, ao se aprofundarem as transformações no
campo e elevar o nível de organização e consciência dos trabalhadores,
especialmente os assalariados, o acesso à terra não mais poderá permanecer figurando como bandeira unitária do sindicalismo”. Por esse
ângulo, “a terra é, segundo se viu, convertida em capital. Razão pela
qual a sua reivindicação é extemporânea” (Bertero, 2000: 119).
Estas críticas, ao se voltarem apenas para a análise do núcleo
duro das relações de produção, perdem a dimensão política das lutas
do MST, ou seja, o questionamento ao regime jurídico de propriedade.
Embora os sem-terra não atinjam diretamente este núcleo, atacam a
propriedade privada, especialmente nos planos político-jurídico e ideológico. Em outros termos, os avanços, potencialidades e limites de
suas lutas estão umbilicalmente ligados à crise do movimento operário
contemporâneo.
A luta pela reforma agrária do MST ultrapassa a distribuição de
terra e tem se politizado bastante. Mesmo o proletariado puro não compondo a base social do MST, o movimento dá sinais da possibilidade
de construção de uma sociedade socialista. Seus assentamentos têm se
mostrado não somente “ilhas de resistência” ao neoliberalismo como
também espaços reais de construção de novas relações sociais e de produção, mesmo sob a hegemonia burguesa. Trata-se, indiscutivelmente,
de redutos populares de contra-hegemonia. Assim, a bandeira da reforma agrária ganha atualidade política e ideológica: em primeiro lugar,
ao imprimir-lhe uma identidade de classe popular contra a burguesia
240
Eliel Machado
agrária; em segundo, ao apontar as contradições e limites do capitalismo; em terceiro, ao sinalizar formas de produção anticapitalistas,
mesmo sob o domínio burguês; e, finalmente, ao universalizar a luta
como potencialmente pertencente a todos os trabalhadores explorados
e expropriados pelo capital.
É no marco contemporâneo dessas contradições e desafios que
se encontram os sem-terra.
MST, neoliberalismo e luta anti-sistêmica
A primeira “semente” do MST foi plantada em plena ditadura militar,
quando ocorreu a ocupação da Fazenda Macali, em Ronda Alta (RS),
em setembro de 1979. Essa ocupação estimulou outras que se espalharam por vários estados do país, principalmente nas regiões sul e sudeste. A despeito do caráter localizado, já havia nelas um elemento que
as identificava: a forma de organização (Fernandes, 1999: 76). Apenas
cinco anos mais tarde, em 1984, é que surge oficialmente o MST. Naquele período, portanto, as ocupações eram coordenadas pelas pastorais,
mas esboçavam a presença de vários movimentos de sem-terra: Movimento dos Agricultores Sem-Terra do Oeste (Mastro) e Movimento dos
Agricultores Sem-Terra do Sudoeste (Mastes), ambos no Paraná; em
São Paulo, surgia o Movimento dos Sem-Terra do Oeste e o Movimento
dos Sem-Terra de Sumaré:
Na realidade, todas as lutas eclodiam em diversos lugares ao
mesmo tempo. A divulgação das lutas pela Igreja e, em pequena parte, pela imprensa fez com que surgissem a necessidade
e o interesse de se trocar experiências […] Foi com a troca de
experiências que a articulação nacional desses movimentos
começou a ser construída na perspectiva de superação do isolamento e em busca da autonomia política […] As lutas acontecem no campo, porém o processo de conquista da terra não
acontece só no campo, mas sobretudo na cidade. Assim, uma
articulação nacional poderia permitir a construção de uma
forma de organização social que fortaleceria esse processo de
conquista, construindo uma infra-estrutura para a luta (Fernandes, 1999: 76-77).
Das ocupações de terra no sul, sudeste e Mato Grosso do Sul, entre o
final da década de 70 até meados dos 80, os sem-terra acumularam
força política para despontaram oficialmente no cenário nacional, em
janeiro de 1984, com o seu Primeiro Encontro Nacional. Esse evento
contou com a participação de pelo menos cem militantes de 13 estados brasileiros. Um ano depois, em Curitiba (PR), ocorreria o Primeiro
Congresso do MST, contando com a presença de 1.500 delegados repre-
241
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
sentando 23 dos 25 estados brasileiros. Harnecker (2002: 36) destaca
que “en este congreso –a diferencia de la posición adoptada por varios
sectores de la izquierda– se define una posición política de no pacto con
la Nueva República”.
As palavras de ordem do MST sintetizam um pouco de sua história.
Em seu I Congresso (1985) a palavra de ordem era “Sem terra
não há democracia”. Duas questões se apresentavam: de um lado, o fim
da ditadura militar e a luta pela democratização do país e, de outro,
o que os sem-terra compreendiam por democracia: ela não poderia se
restringir às eleições, mas deveria avançar em direção à democratização
dos meios de produção e à efetiva participação popular nos processos
decisórios.
Durante a Assembléia Nacional Constituinte de 1988, o MST tomou
emprestada uma palavra de ordem muito utilizada pelas Ligas Camponesas nos anos 60: “reforma agrária na lei ou na marra”. Claro, a crítica
era que se acreditava na lei, mas se sabia dos seus limites. Portanto, caso
não avançasse, a luta deveria obrigar o governo a realizá-la.
Em 1990, o MST realiza seu II Congresso, em Brasília, contando
com a presença de 4 mil delegados. É desse período a palavra de ordem “Ocupar, resistir, produzir”. Essas três palavras carregam um forte
significado político e ideológico: “ocupar” era uma forma de contestar
aqueles que condenavam esta forma de luta; “resistir”, para sobreviver
à forte repressão policial durante o governo Collor; e “produzir”, para
enfrentar os latifundiários e a imprensa em geral que diziam que as terras continuavam improdutivas após a ocupação e que os trabalhadores
a queriam apenas para comercializá-la.
Em seu III Congresso, em 1995, realizado com a presença de 5 mil
delegados, o MST lança outra palavra de ordem: “Reforma agrária, uma
luta de todos!”. O movimento atento aos limites e ao caráter imediato
que a luta pela terra pode adquirir, procura ampliá-la aos outros setores
populares (urbanos e rurais), como forma de não se isolar.
Durante os dois mandatos do presidente Cardoso (1995-2003),
a criminalização e a repressão ao movimento foram uma constante.
Além disso, o governo colocou em prática uma política de Estado
abertamente favorável às frações agro-exportadoras. Em função do
favorecimento estatal à concentração de capital nas mãos de poucos,
em seu IV Congresso (1998), em Brasília, o MST levantou o lema:
“Reforma agrária, por um Brasil sem latifúndio”. Apesar de todas as
ações governamentais e dos grandes meios de comunicação, participaram desse congresso mais de 11 mil sem-terra. A capacidade de
organização e mobilização do MST foi testada ano a ano, congresso a
congresso, mas principalmente nas marchas, manifestações, ocupações e nos assentamentos.
242
Eliel Machado
O MST tem se destacado no cenário das lutas populares brasileiras pelas ocupações de terras e marchas. Além de ocupar terras consideradas improdutivas e que não cumprem a função social prevista na
Constituição de 1988, os sem-terra ocupam prédios públicos –como a
sede do Instituto Nacional de Colonização e Reforma Agrária, órgão do
Ministério do Desenvolvimento Agrário–, agências bancárias etc. Em
1997 e 1999, o movimento realizou duas importantes marchas pelo país
que lhe renderam repercussões internacionais. Em 1997, entre 17 de
fevereiro e 17 de abril, os caminhantes realizaram a Marcha Nacional
por Emprego, Justiça e Reforma Agrária, quando percorreram mais de
1.000 quilômetros a pé. Em 1999, entre 26 de julho e 7 de outubro, a
Marcha Popular pelo Brasil, cujo lema “Terra, trabalho e democracia”,
mobilizou mais de 100 mil pessoas. Foi um evento de importância política especial para os movimentos sociais em geral, por ter sido coordenado por um amplo leque de forças políticas, dentre eles o MST, CUT,
Central dos Movimentos Populares (CMP), Movimento de Mulheres
Trabalhadoras Rurais (MMTR), Movimento dos Pequenos Agricultores
(MPA) e Confederação Nacional dos Bispos do Brasil (CNBB)7.
A combinação de movimento popular, com luta política e sindical
requer do MST flexibilidade na sua forma de organização interna. Nos
acampamentos, normalmente submersos no calor da luta política mais
imediata –confronto direto com a polícia, a justiça, os jagunços, etc.–
os sem-terra praticamente vivem em estado permanente de assembléia.
As discussões e avaliações políticas coletivas são muito importantes e
visam garantir a permanência de todos no acampamento. Chegam a
viver quatro anos embaixo da lona-preta e, sem dúvida alguma, é um
exercício “pedagógico” fundamental para a formação política de cada
um. Nesse período, crianças, adolescentes, homens, mulheres, idosos
“fazem” política diuturnamente. Para Fernandes a ocupação é um dos
principais momentos da luta pela terra:
O futuro do assentamento possui suas raízes neste processo. E
este é um processo violento, em todos os sentidos, para as pessoas
que dele participam. É a violência da fome, do frio, da sede, da polícia, da justiça, dos jagunços, da falta de apoio, em que colocam
em risco suas próprias vidas, etcétera (Fernandes, 1999: 240).
7 Os anos de 1999 e 2000 foram de grandes mobilizações que envolveram outros movimentos sociais, como a Contag e o MPA: “O ano de 1999 terminou com mais de 500
acampamentos do MST, agrupando em torno de 72 mil famílias. E, de acordo com um
estudo feito pelo próprio governo, só há espaço na atual política agrícola para 600 mil
proprietários rurais. Os 4,2 milhões restantes ficarão marginalizados […] Na semana de
17 a 24 de abril de 2000, que incluía as comemorações dos 500 anos do descobrimento do
Brasil, o MST ocupou mais de 150 latifúndios improdutivos no país, envolvendo perto de
20 mil famílias” (Morissawa, 2001: 163).
243
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Não duvidamos dessa importância, mas enquanto os acampamentos têm
um caráter transitório, os assentamentos são mais “permanentes”, pois são
neles que os “novos” laços sociais e as “novas” relações de produção se expressarão. Neles, portanto, o quadro político é outro. E, por isso, entendemos que os desafios do MST aumentam. Por se situarem em outro patamar
da luta de classes, os assentamentos não vivem em estado de assembléia
permanente e nem se encontram no calor da luta política mais imediata.
Neles, os sem-terra vão plantar e colher aquilo que faz parte de suas reservas políticas e ideológicas, ou seja, o que entendem que seriam as relações
de produção socialistas. Ao lado desse aspecto, um outro desafio se interpõe: a capacidade política de se manter vinculado ao movimento8.
A estrutura de organização dos acampamentos é praticamente
a mesma em todos eles: formam núcleos de famílias, setores, grupos,
comissões, equipes, coordenação, assembléia geral, etcétera:
Durante esse momento, os acampados desenvolvem algumas
práticas da luta popular para levar a realidade do acampamento para a cidade. Uma das formas de informar a opinião pública acerca da sua situação e pressionar o Estado é a caminhada.
A caminhada é um ato público em movimento, onde centenas
de trabalhadores ocupam as rodovias percorrendo centenas
de quilômetros, passando por diversas cidades, conquistando
apoio e divulgando a luta pela terra (Fernandes, 1999: 240).
As marchas, caminhadas, ocupações de terra e de edifícios públicos, palácio do governo, secretarias, institutos, etc., fazem parte das “invenções
democráticas”9 dos sem-terra, pois além de serem massificadas são pedagógicas: têm forte conteúdo político-ideológico –ao desafiarem as rela8 Uma das formas de vínculo é a presença quase constante de assentados prestando solidariedade, apoio e contribuindo para a organização dos acampamentos.
9 Expressão que tomamos de Lefort (1983), mas com um sentido diverso. Como se sabe,
Lefort está preocupado em confrontar as virtudes da democracia sobre o totalitarismo. A
democracia, em seu entendimento, é portadora de direitos ou da busca pelos direitos ainda
não existentes: trata-se do direito a ter direitos. Segundo Chauí, referindo-se à iniciativa dele,
“a democracia é invenção porque, longe de ser a mera conservação de direitos, é a criação
ininterrupta de novos direitos, a subversão contínua do estabelecido, a reinstituição permanente do social e do político. Como criação de direitos, como reconhecimento das divisões
internas e das diferenças constitutivas do social e do político, a democracia abre para a história no sentido forte da palavra” (Chauí, 1983: 11). Entretanto, cabe lembrar que a democracia
burguesa pode significar o inverso também: a retirada de direitos. Basta tomarmos o exemplo
da Argentina na década de 1990, quando, de um lado, o Estado patrocinou políticas favoráveis
à “oligarquia financeira” e, de outro, ações que visaram suprimir direitos dos trabalhadores.
Estes, por sua vez, empreenderam uma luta de caráter defensivo e de sinal negativo, procurando evitar a perda de direitos conquistados há décadas. Portanto, as manifestações populares
naquele país não se traduzem em lutas para a conquista de novos direitos, mas para evitar
perdê-los e, nesse sentido, não empreendem uma luta de sinal positivo (Cotarelo, 2000: 79).
244
Eliel Machado
ções de poder inerentes à sociedade de classes, incitam à transformação
social. Para os termos deste artigo, portanto, estas “invenções” do MST
designam formas de organização, de luta e de resistência à hegemonia
burguesa. As classes populares nos embates políticos ao poder burguês
engendram formas democráticas de organização, estabelecem padrões
de comportamento social e político distintos das sociedades burguesas.
O trabalho assume o caráter socializador e concreto, deixando de ser
alienado e abstrato. Investem na formação política de seus militantes e
praticam formas horizontais de decisão e de poder. Combatem os privilégios e defendem os princípios da igualdade e da solidariedade de classe.
Enfim, reivindicam e praticam o internacionalismo de classe.
As relações sociais nos acampamentos tendem a mudar: homens
cozinham e cuidam das crianças enquanto as mulheres fazem a segurança; todos se inserem em algum setor (segurança, educação, saúde, higiene, alimentação, almoxarifado, etc.) e, portanto, assumem alguma tarefa
no acampamento; todos fazem curso de formação política; e as crianças
e adultos são alfabetizadas, normalmente pelo “método Paulo Freire”10.
Uma das principais lições dos acampamentos é a prática da solidariedade de classe e a distribuição coletiva do que recebem como doação. As
principais refeições também são compartilhadas por todos11.
Em uma de suas cartilhas, o movimento agrega os seus princípios organizativos:
1. Direção coletiva, colegiada, fugindo do presidencialismo e do
personalismo; 2. divisão de tarefas entre toda a militância, ampliando os espaços e dando oportunidade a todos queiram participar; 3. profissionalismo ou formação permanente de quadros
e militantes; 4. disciplina […] 5. planejamento das atividades; 6.
amor ao estudo: pesquisa, leitura, reflexão em grupo; 7. vinculação com as massas ou vínculo permanente com a nossa base; 8.
crítica e autocrítica, pois não somos perfeitos (MST, 2001: 31).
10 O chamado “método Paulo Freire”, em linhas gerais, se refere à forma de alfabetização
de adultos e crianças por meio de temas geradores, extraídos da própria realidade dos
“educandos”. Trata-se, assim, de uma metodologia de ensino dialógica, o que exige dos
“educadores” conhecerem a realidade social, política e econômica dos “educandos” e, ao
mesmo tempo, que levem em conta o saber popular.
11 Não generalizamos estas observações, pois se referem à nossa visita a um acampamento do interior de São Paulo. É provável que em outras partes do país, devido às
especificidades culturais, sociais, econômicas, políticas e ideológicas, algumas questões
assumem mais importância que outras. Para efeito de esclarecimento, entre os anos de
2001 e 2003, vistamos o acampamento “Chico Mendes” (Jacareí-SP), o pré-assentamento
Fazenda Santa Rita (São José dos Campos-SP) e dois assentamentos: Paranacity (PR) e
Itapeva/Itaberá (SP), na Fazenda Pirituba. No assentamento da Fazenda Pirituba tivemos
a oportunidade de realizar várias visitas em praticamente todas as suas seis áreas.
245
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
As formas de organização do movimento refletem as suas lutas, portanto,
suas instâncias sempre foram flexíveis. Em alguns momentos, contou com
instâncias que hoje não existem mais, bem como instâncias que existem
atualmente não existiram no passado. O MST é um movimento de massas
que se articula horizontal e verticalmente. Dado o seu tamanho, número de
militantes e por estar presente em praticamente todo o território nacional,
seu desafio é não reproduzir uma estrutura burocrática criticada por ele.
Em linhas gerais, a estrutura do MST se compõe, em ordem de
importância, da seguinte maneira: Coordenação Nacional, Direção Nacional, Coordenação Estadual, Direção Estadual, Coordenações Regionais e Coordenação dos Assentamentos e Acampamentos.
O Congresso Nacional é a maior instância do movimento, sendo
realizado a cada cinco anos com a participação de delegados de todos
os estados onde o movimento está organizado. Os delegados são eleitos
nos Encontros Estaduais levando-se em conta a quantidade de famílias
assentadas e acampadas em cada estado. De um congresso a outro é
fixada a cifra total de delegados ao Encontro ou ao Congresso.
O MST também realiza Encontros Nacionais a cada dois anos.
Nesta oportunidade participam representantes de cada estado (os
membros da Coordenação Nacional), a Comissão Nacional dos Assentados, as equipes, setores e comissões nacionais e um representante
por estado das secretarias. Segundo Harnecker (2002), o número de
participantes nesses encontros tem variado entre 200 e 1.500 delegados.
Dadas as dificuldades para mobilizar tanta gente, o MST tem adotado
a realização de encontros regionais.
A Coordenação Nacional, da qual participam aproximadamente
90 pessoas, é responsável pelo cumprimento das resoluções tomadas
nos congressos e encontros nacionais. Todas as medidas políticas que
afetam o MST em nível nacional estão sob sua responsabilidade. Entretanto, ela não decide tudo o que deve ser feito em cada estado: “Al
contrario, cada municipio y cada estado tiene autonomía para tomar
sus propias decisiones” (Harnecker, 2002: 287)12.
A Direção Nacional do movimento é composta por, aproximadamente, 26 membros, eleitos de forma direta e secreta nos encontros nacionais. Cada delegado tem direito a votar em 26 nomes que se
apresentam de forma individual, sendo eleitos aqueles que obtenham
mais de 51% dos votos. Caso alguém não obtenha esse percentual não
12 Ainda segundo a autora, “no nível nacional ou estadual se discutem os grandes passos
a seguir; reflete-se e se pensa se o caminho que se está seguindo é o correto. E, sobretudo,
se analisa o comportamento das forças do inimigo: os grandes latifundiários e o governo.
Também é o lugar onde se discutem as coisas mínimas gerais que o Movimento pode
fazer em todos os Estados: cartilhas de estudo, audiências, encontros ou manifestações”
(Harnecker, 2002: 288).
246
Eliel Machado
é eleito: “Los candidatos son presentados por al menos 25 firmas o por
la dirección anterior. Por lo general, en cada estado, las diferentes instancias presentan los nombres de los compañeros que consideran más
capacitados, más preparados” (Harnecker, 2002: 289).
A estrutura organizacional do movimento lembra a dos partidos
de esquerda: núcleos de base, coordenações e direções estaduais e coordenação e direção nacional. A eleição numa instância superior depende
dos delegados da instância imediatamente inferior. Apesar das semelhanças, a prática política do movimento, em geral, não resvala em autoritarismo. Não significa que seja uma estrutura perfeita e que, em alguns
momentos, uma ou outra liderança não tenha agido com personalismo.
Com essa estrutura, o MST não corre o risco de burocratização,
algo muito comum em inúmeros partidos e sindicatos de esquerda?
Duas questões, pelo menos, o diferencia dessas organizações e, a nosso
ver, estão relacionadas com as suas “invenções democráticas”: de um
lado, a forte presença das massas em todo o processo de luta, mas sem
“basismo” ou práticas populistas; de outro, o perfil das suas lideranças
que não gozam de “privilégios” pelos cargos que ocupam e, além disso,
estão ligadas aos seus assentamentos ou acampamentos de origem.
A prática burocrática nos partidos e sindicatos populares geralmente se reveste em direções verticalizadas e autoritárias, além de sustentar privilégios dos seus presidentes e diretores. No MST esses riscos
estão reduzidos: a sua estrutura verticalizada se cruza com movimentação horizontal; a formação política é uma das questões de princípio para
o movimento, portanto, desde o acampamento ela estimula o surgimento
de novos líderes. Ser líder no movimento significa assumir tarefas e responsabilidades: coordenar núcleos, setores, instâncias, cooperativas, etc.
O movimento, portanto, deve ser capaz de diversificar e multiplicar as
tarefas a todo o momento, para que seus militantes possam ser incluídos
nelas e assumam responsabilidades perante o coletivo13.
Na verdade, os líderes do MST compartilham de muitas características dos líderes de outros movimentos sociais latino-americanos
como, por exemplo, do Exército Zapatista de Libertação Nacional
(EZLN). Nestes movimentos, como observa Petras:
Los nuevos líderes son “reflexivos”, a pesar de estar inmersos en
las actividades cotidianas. Marcos pasa noches en vela leyendo,
tomando notas, escribiendo en los márgenes de libros y ensayos.
Del mismo modo, los dirigentes del MST no ponen objeciones
a los largos viajes en autobús de sus giras por el centro del país.
13 Há um dado importante a ser ressaltado: o movimento, por questão de segurança,
nunca divulgou os nomes de todos os membros da Direção Nacional, mas, apenas, o de
cinco, aqueles que mais aparecem nos meios de comunicação de massa.
247
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Tal como me dijo João Pedro Stedile, es el mejor momento para
leer, pensar y rumiar sobre temas complicados (1997: 240).
Líderes como Che Guevara, Fidel Castro, Salvador Allende e Juan Domingo Perón não correspondem em nada com as características dos
líderes do MST, EZLN e outros movimentos sociais:
Os novos líderes são excelentes organizadores e dirigentes
efetivos, não carismáticos, oradores arrebatadores […] Não
impõem suas idéias aos militantes valendo-se do fervor emocional. Os convencem mediante o debate. Como a maioria de
nós, nem sempre estão dispostos a receber críticas e às vezes se
mostram evasivos quando não têm a resposta a uma situação
difícil. Não obstante, é evidente que vivem os graves problemas
dos militantes como parte dos seus próprios: a vida social e a
existencial não são realidades distintas (Petras, 1997: 240).
As lideranças do MST se expõem aos mesmos riscos que qualquer militante do movimento, o que lhes garante a lealdade e o apoio das bases.
E, como os líderes estão vinculados às bases, vivem a vida do movimento e, em decorrência, adquirem respeito e autoridade. Atitudes assim
inibem os desvios personalistas, pois são legitimadas nos acampamentos e assentamentos do movimento.
Os assentamentos do movimento representam o seu maior desafio, visto que concretizam a possibilidade de “construção antecipada do
socialismo”. Sob a hegemonia burguesa neoliberal, o desafio se torna
ainda maior, porque o Estado, representando os interesses comuns das
classes dominantes, procura inviabilizá-los. Como a luta não é apenas
econômica, mas principalmente política e ideológica, o Estado conta
com o apoio dos grandes meios de comunicação para isso14.
Além das marchas, caminhadas, passeatas, ocupações etc., a força política do MST pode ser medida pelas frações territoriais15 que estão
sob seu controle:
14 Segundo Comparato, “os documentos extraídos da imprensa […] sugerem que haja
uma concordância, em todos os veículos jornalísticos, no sentido de apresentar negativamente o MST” (2003: 119).
15 Os assentamentos entendidos como frações territoriais está em Fernandes: “A territorialização da luta pela terra é aqui compreendida como o processo de conquistas
de frações do território pelo MST e por outros movimentos sociais. Entendemos que o
assentamento como fração do território é um trunfo na luta pela terra”. A seguir complementa: “A fração do território é conquistado na espacialização da luta, como resultado
do trabalho de formação e organização do movimento […] A partir do processo de espacialização da luta pela terra, o MST se territorializou e, hoje, está organizado em 22
estados brasileiros” (1999: 241-242).
248
Eliel Machado
Organizar esses territórios e discutir com o povo não é nada
fácil, mas também não é impossível de se fazer. Os assentamentos, de certa forma e em menor medida, são territórios
nossos. Mesmo com todas as dificuldades, entramos de cabeça erguida em qualquer um deles, que nos servem, inclusive, de refúgios contra prisões preventivas, mas que não se
assemelham de forma alguma com a delimitação territorial
das Forças Armadas Revolucionárias da Colômbia (FARC).
De uma maneira ou de outra, porém, temos oito milhões de
hectares que virtualmente estão sob nosso controle (Mauro,
1999: 94)16.
Os assentamentos do MST não são todos organizados da mesma maneira17. Como advertimos antes, dada a dimensão territorial brasileira
e a complexidade que assume a luta pela terra em cada região do país
nossas observações se restringem basicamente aos assentamentos da
Fazenda Pirituba, situada nos municípios de Itapeva e Itaberá, na região sudoeste do estado de São Paulo18.
Na Fazenda Pirituba existem seis assentamentos com aproximadamente 350 famílias. A área total da fazenda é de 17.500 hectares.
Como os processos de ocupação e assentamento ocorreram em períodos distintos e se ligam à própria formação do MST na década de 1980,
há várias formas de produção e organização das famílias assentadas.
Em algumas áreas estão assentados filhos e filhas dos sem-terra que
16 Outros números do MST: em 2000, havia 240 mil famílias assentadas e 80 mil famílias acampadas. Mas, tudo isso, tem um preço, muitas vezes alto na luta contra a ordem
neoliberal: trabalhadores rurais presos, entre 1989 e 2001, 2.170, sendo que entre 1994 e
2001, no governo Cardoso, foram 948; trabalhadores assassinados: de 1980 a 2003 foram
1.671; entre 1994 e 2002, no governo Cardoso, 323 (Fontes: CPT, MST). Dados disponíveis
no sítio do MST <www.mst.org.br/biblioteca>.
17 Com uma base social predominantemente constituída por “semi-assalariados”, os
desafios do MST aumentam se imaginarmos uma cultura patriarcal, individualista e
machista que muitos camponeses trazem consigo. Os riscos de não quererem trabalhar
a terra de forma coletiva ou de preferirem o lote individual são constantes. Para isso, a
vida coletiva nos acampamentos aliada à formação política do movimento são fundamentais para provocarem mudanças nas consciências conservadoras desses homens e
mulheres. Nos acampamentos as práticas coletivas não envolvem a questão da propriedade privada, que se dará de fato no assentamento. Mas a forma de luta coletiva para
a conquistar a terra tem um efeito pedagógico que pode provocar a adesão dos mais
conservadores ao trabalho coletivo posterior, ou pelo menos que mantenha alguma
forma de cooperação nos assentamentos.
18 Tivemos a oportunidade de conhecer também um assentamento em Paranacity, no
interior do Paraná. Trata-se de um assentamento com aproximadamente 25 famílias que
vivem numa agrovila, possui cozinha coletiva e produz de forma socializada. Além disso,
situa-se bem próximo da área urbana.
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
constituíram famílias e participaram das ocupações no final dos anos
1980 e ao longo dos anos 199019.
Cada assentamento da Fazenda Pirituba tem uma organização
da produção e da vida social diferente. Não apenas isso, mas determinados assentamentos que no início optaram por uma forma de produção,
hoje mesclam com outras. O MST define que mais importante que as
formas de cooperação é o ato de cooperar (CONCRAB, 1998: 61)20. Entre elas as mais comuns: mutirão, puxirão, troca de serviço; núcleos de
produção; associações; grupos semicoletivos; grupos coletivos; cooperativas de prestação de serviço de um assentamento (CPS); cooperativas de prestação de serviços regionais (CPSR); cooperativas de crédito;
cooperativas de produção e prestação de serviço (CPPS); cooperativa
de produção agropecuária (CPA)21.
O Estado burguês, através do Incra, adota um modelo de reforma
agrária voltado para a propriedade familiar. O MST, por sua vez, tem
como princípio básico o estímulo à cooperação e ao trabalho coletivo
da terra. As disputas de concepções assumem contornos políticos e
ideológicos. Segundo a CONCRAB, com tal política, “determina-se o
tamanho dos lotes individuais e se planeja pequenas propriedades que
apenas reproduzem a realidade da região […] Ou seja, a lógica da Estrutura Fundiária do assentamento é contrária a uma possível coope19 As famílias começaram a ser assentadas em maio de 1984 nas áreas I e II (89 e 53
famílias respectivamente); em dezembro de 1986, foi a vez da área III (73 famílias); em
fevereiro de 1991, foram assentadas 51 famílias na área IV; em setembro de 1992, 39 famílias na área V; e, em 1994, 150 famílias ocuparam e, em seguida, foram despejadas da
área VI (tiveram que acampar às margens da rodovia). Somente a partir de 1996 é que
foram assentadas, em caráter emergencial, 52 famílias (Itesp em Pagotto, 2003: 118).
20 Confederação de Cooperativas Agrícolas de Reforma Agrária do Brasil, ligada ao MST.
21 No primeiro caso, o mutirão, trata-se da forma mais simples de cooperação e ocorre
ocasionalmente entre os assentados individuais; no segundo, os núcleos de produção,
também são assentados individuais que se unem; nas associações –para a aquisição de
animais, transporte, benfeitorias, comercialização, etc.– os lotes são familiares ou semicoletivos, portanto, a associação apenas presta algum serviço de interesse comum;
nos grupos semicoletivos, os lotes são familiares, mas mantêm uma ou duas linhas de
produção em conjunto, voltadas para o mercado; nos grupos coletivos, toda a produção é
coletiva, possuem estatuto e regimento interno (sem registro legal) e a comercialização é
em conjunto, mas no nome de cada assentado; as CPS planejam e organizam as principais
linhas de produção de todos os assentados, independente da forma como produziram
(lote familiar, semi-coletivo ou coletivo); as CPSR, também conhecidas como Cooperativas Regionais, têm as mesmas atribuições das CPS, mas com um raio de abrangência
maior; as cooperativas de crédito têm por finalidade facilitar o acesso ao crédito para os
assentados; as CPPS planejam, organizam, transformam e comercializam uma ou mais
linhas de produção coletiva ou individual (lote familiar); as CPA são coletivas, uma vez
que a terra está nas mãos da cooperativa, além disso, a propriedade é social (os trabalhadores são os donos) e a produção é social (os donos trabalham e repartem as sobras entre
si conforme o trabalho aportado de cada um) (CONCRAB, 1998: 61-62).
250
Eliel Machado
ração” (1998: 72). O papel do Estado nos assentamentos é fundamental
“na implementação das políticas agrícolas tradicionais (preços, crédito,
seguro agrícola, etc.), nas políticas de desenvolvimento regional e nas
políticas que viabilizem novas formas de produção agrícola e agro-industrial num determinado assentamento” (1998: 73)22.
Voltando à Fazenda Pirituba, resta-nos perceber como os semterra reagiram à ideologia capitalista da produção individual. Antes
de tudo, apesar da heterogeneidade das áreas, todas elas, à exceção da
última que é um pré-assentamento, trabalham no sistema de cooperativas. Segundo Pagotto, a área I que se iniciou numa proposta totalmente
coletiva, encontra-se atualmente parcialmente coletivizada:
O capital social continua coletivo; são desenvolvidas algumas
atividades conjuntas, mas a produção é realizada individualmente. Do planejamento centralizado na cooperativa, passaram a descentralizar a produção nos grupos, ou melhor, a
produzir de modo semicoletivo (2003: 120).
Este assentamento, a despeito das casas se situarem em lotes individuais e por ser um dos pioneiros, “liberou” alguns assentados para
a militância no MST. Um deles, inclusive, é membro de sua direção
nacional, atua na organização de novos assentamentos e na formação
de cooperativas. Um outro é responsável pela programação da rádio
Camponesa FM que alcança os municípios vizinhos.
A área II, ao contrário, que se iniciou na produção individual,
está se voltando para a produção e comercialização de forma coletiva.
A área III, onde encontramos alguns filhos de assentados das
áreas I e II, tem uma história peculiar.
Dois grupos de famílias se dividiram e se organizaram da seguinte forma: um deles organizou a Copaese; o outro optou
pela produção individual. Posteriormente, o grupo coletivo se
dividiu em três: um, com oito famílias; outro com nove; e, por
último, a Copava que, atualmente, conta com 34 famílias cooperadas, num total de 63 associados (Pagotto, 2003: 121).
Os dois grupos familiares, um com oito e o outro com nove, produzem
coletivamente e alguns assentados participam das marchas e outras ma22 Nas avaliações do MST, “o desenvolvimento da agricultura está cada vez mais dependente e integrado ao modelo de desenvolvimento da indústria e ao potencial de mercado.
Esses elementos influem decisivamente no desenvolvimento da cooperação nos assentamentos. Estes não estão vinculados ao potencial de mercado da região. E a indústria
como um todo está apenas voltada para o modelo empresarial monocultor de agricultura.
Dificultando a existência de tecnologias, máquinas e insumos industriais adaptados a
outros modelos cooperativos” (CONCRAB, 1998: 73).
251
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
nifestações do MST. Não fazem parte da Copava por divergências internas
em relação às formas de organização da cooperativa. Aliás, dentre as cooperativas da Fazenda Pirituba, a Copava é uma das mais produtivas23.
Outra característica peculiar da Copava se refere à remuneração
dos associados que varia de acordo com o número de horas trabalhadas
por cada um, controle realizado por um setor da cooperativa. Assim,
o total da produção é obtido pela soma total das horas trabalhadas e
o valor da produção multiplica-se pela quantidade de horas trabalhadas pelo agricultor: “O trabalho cooperativo garante ao associado um
adiantamento mensal, além da cota de gêneros de subsistência, como o
leite, feijão, arroz e carne” (Pagotto, 2003: 121).
A organização da vida social neste assentamento foi feita no sistema
de agrovila e alguns membros da cooperativa estão liberados para a militância no MST, inclusive assumiram papel político importante na organização do movimento na região do ABC paulista. Por se tratar de uma agrovila,
encontramos no assentamento bar, mini-mercado, igreja evangélica, capela, escola de ensino fundamental e campo de futebol. As mulheres cultivam
uma horta medicinal e comercializam alguns cosméticos naturais.
A área IV funciona num sistema misto: alguns optaram pelo
sistema individual de produção e outros estão cooperativados. Os assentados estão divididos em núcleos de produção (leiteria, agricultura,
suinocultura, etc.) e são auxiliados pela cooperativa.
Na área V os sem-terra estão organizados em cooperativa e cultivam
a terra coletivamente, mas há também lotes individuais (produção familiar). A despeito de todos inicialmente terem iniciado o assentamento de
forma coletiva, alguns assentados saíram da cooperativa e passaram a cultivar os lotes individualmente. Duas observações importantes cabem aqui:
de um lado, não romperam com o MST, sentem-se parte dele, colaboram,
na medida do possível, com as campanhas de solidariedade do movimento.
Evidentemente que, pelo fato de trabalharem individualmente em seus lotes, isso dificulta uma maior participação nas marchas, caminhadas, atos
públicos, etc. De outro, mesmo estando fora da cooperativa, não se opõem
veementemente à produção coletiva. Admoestam dois aspectos: primeiro, a
forma como ela foi sendo organizada no decorrer dos anos; em segundo, o
comportamento individual de alguns assentados que prejudica o conjunto.
Tal comportamento se refere a uma certa acomodação no trabalho, já que
o esforço individual está diluído no coletivo. A Copava, da área III, resolveu
o problema ao controlar o número de horas trabalhadas de cada um.
23 Segundo Pagotto, com base no banco de dados da cooperativa, “na safra de 1998/1999,
enquanto o estado de São Paulo produziu 20,2 sacas/ha de feijão, 59,5 sacas/ha de milho
e 32,5 sacas/ha de soja, somente esta Área atingiu níveis superiores: 21,9 sacas/ha de
feijão, 74,4 sacas/ha de milho e 41,3 sacas/ha de soja. Uma variação de 10 a 25% acima
dos índices do Estado” (2003: 119).
252
Eliel Machado
Dois outros fatores chamam a atenção neste assentamento: em
primeiro lugar, a liberação de militantes para ajudarem na organização e fortalecimento do MST, inclusive atribuindo-lhes papel político
importante: gerir um dos “cartões de visita” do movimento, a Loja da
Reforma Agrária, em São Paulo, capital. Em segundo lugar, alguns
militantes, que vivem no assentamento, são coordenadores do setor
de frente de massas do movimento e realizam um trabalho de recrutamento de pessoas junto às favelas nos bairros pobres dos municípios
de Itapeva e Itaberá 24.
Enfim, a área VI, por se tratar de um pré-assentamento, as casas
são provisórias, não há luz elétrica nem esgoto. Nela, todavia, esboça-se
a organização do trabalho de forma semicoletiva e individual.
As “invenções democráticas” no MST ou em qualquer outro movimento social não estão imunes às contradições próprias das sociedades capitalistas. Em um mesmo espaço político ou em uma mesma
fração territorial convivem práticas democráticas e de inspiração socialista com formas políticas vinculadas à ideologia burguesa. No MST, o
“novo” e o “velho” são disputados no mesmo espaço geográfico. Segundo Zibechi (1992):
O MST combina aspectos que negam a sociedade capitalista
com outros que a reproduzem. É impossível que um movimento represente a negação absoluta, a inversão total, da sociedade em que está imerso. As continuidades se colam, amiúde,
nas características da estrutura organizativa […] nos estilos
mais ou menos verticais de direção, na escassa ou baixa participação dos membros, no autoritarismo interno, na cultura
que emite um movimento ou partido, seus vínculos com as
instituições e um longo etc. A particularidade do MST é que
encarna uma ruptura muito maior com a sociedade atual que
outros movimentos. Ou, dito de outra forma, que o novo tem
um peso maior e mais decisivo que o velho.
Com isso, é possível afirmar que o “novo” está na democratização da
formação das lideranças (formação e informação não são privilégios de
poucos), na ação direta e extraparlamentar, na preservação da autonomia em relação aos partidos e sindicatos, nas discussões sobre questões
candentes (participação política das mulheres, agroecologia e identidade étnica), na mística que possibilita e estimula novas subjetividades
(fraternidade, solidariedade, etc.), na potencialidade de abarcar várias
facetas da vida (política, social, cultural, econômica, religiosa, etc.),
24 O setor de frente de massas é o coletivo encarregado de comandar as mobilizações e
recrutar novos militantes para o movimento.
253
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
na realização de uma reforma agrária a partir de baixo, ou melhor,
criando-se uma nova sociedade dentro da velha (Zibechi, 1999: 83).
Os assentamentos da Fazenda Pirituba revelam em boa medida
que o “novo” se reveste na capacidade democrática dos assentados em
socializar os espaços sociais, culturais e políticos, além do econômico,
como pertencentes e integradores de todos: a semana dos sem-terrinhas, os jogos olímpicos entre as diferentes áreas do assentamento,
as comemorações de datas importantes que fazem parte de suas histórias de luta. Ressalte-se aí mais uma das “invenções democráticas”
do MST: a mística.
Segundo Fernandes, “a mística é um conjunto de práticas desenvolvidas em todas as dimensões do espaço de socialização política.
Ela alimenta a esperança e o sonho dos trabalhadores em movimento”
(1999: 232). Fora isso, ela tem a capacidade de resgatar a memória das
lutas dos oprimidos contra os opressores, portanto, assume um caráter
universal. Nos momentos de confraternização ou celebração são relembrados episódios históricos, como as lutas dos negros brasileiros contra
a escravidão, a importância de Farabundo Martí, Che Guevara, Simon
Bolívar para a libertação latino-americana, etc.
No MST, um dos aspectos relevantes das “invenções democráticas” refere-se ao vínculo real que o movimento mantém com os assentados, tanto por meio da liberação de militantes para atuarem no
movimento, como pela mobilização deles em diversas manifestações
públicas. Um dos princípios fundamentais do movimento é que cada
acampamento ou assentamento procure os meios financeiros de viabilizar as suas participações nas atividades de massa do MST. Quando observamos que delas participam trabalhadores sem-terra vindos
dos mais diversos rincões do país, isso demonstra não só a capacidade
de se autoviabilizar, mas, principalmente, que esta exigência é mais
uma oportunidade de politizar os recursos financeiros, através de campanhas de arrecadação de dinheiro para o movimento. Fora isso, ela
também é pedagógica: procura quebrar as possibilidades de práticas
“paternalistas” internas.
Breves considerações
Os sem-terra parecem sinalizar que o centro da luta de classes é mais
amplo que aquilo que, convencionalmente, alguns setores do marxismo
apontam, em nome da “ortodoxia”, como a contradição fundamental entre a burguesia e os assalariados puros. Não duvidamos, porém, que os
sem-terra se confrontam muito mais diretamente com a dominação do
capital, propriamente dita, mesmo se encontrando “fora” das relações
de produção capitalista. Em outros termos: questionam tal dominação
através dos embates políticos com o Estado burguês. Na prática, ques-
254
Eliel Machado
tionam o aparente paradoxo entre o “assalariado puro” que, em tese,
deveria ser o protagonista da revolução e eles, o “exército industrial
de reserva”, em tese “contra-revolucionários”, que se colocam à frente
dos processos de transformação social. Ora, ao adquirirem identidade
coletiva e lutarem pela transformação do capitalismo, assumem, como
classe, o papel que, teoricamente, caberia aos trabalhadores diretamente ligados às relações sociais de produção capitalista.
Pelo fato de não constituírem diretamente o núcleo duro da
relação capital/trabalho e, mesmo assim, lutarem por uma sociedade anticapitalista, o alcance político-ideológico da luta política para
a constituição da classe é limitado. Somente se for capaz de agregar a
esta luta os produtores diretos, portanto, aqueles que se confrontam
diretamente com o capital, é que se poderá vislumbrar algo novo no
cenário político brasileiro.
Como os trabalhadores assalariados puros não estão em condições subjetivas de tomar a dianteira do processo revolucionário –entre
outros motivos porque perderam força política e ideológica durante a
implantação do projeto neoliberal–, os novos protagonistas, ao assumirem a tarefa da revolução, propõem novas formas para realizá-la, isto
é, não estão sendo nos mesmos moldes até então conhecidos.
Esses “novos” sujeitos, potencialmente revolucionários, desafiam
os ícones da democracia burguesa (liberdade, igualdade, fraternidade)
e apresentam à sociedade suas “invenções democráticas”: democracia
direta, decisões por assembléia, trabalho concreto e compartilhado,
horizontalidade, igualdade nas relações de gênero, acesso à informação
e à formação política a todos. Trata-se daquilo que arriscamos chamar
de “construção antecipada do socialismo” em práticas aparentemente
cotidianas, mas que sinalizam para mudanças mais profundas nas relações capitalistas. Evidentemente que, tal “construção” deve ser compreendida dentro de limites e contradições típicas das lutas que travam
com o sistema capitalista como um todo e, portanto, não estão imunes
às investidas políticas, ideológicas e econômicas impostas pelo Estado
burguês brasileiro. A “construção antecipada do socialismo” não elimina a necessidade de ruptura revolucionária do sistema capitalista, mas,
nem por isso, deixa de exercer um papel pedagógico importante para
os trabalhadores25.
25 Enfatizamos, mais uma vez, que tal “construção” deve ser pensada nos limites da
hegemonia capitalista, portanto, tem um sentido mais pedagógico para os sujeitos envolvidos. Nesse sentido, o embate com o capitalismo é político-ideológico ao se questionar a
propriedade burguesa. Diferimo-nos, portanto, dos autores da chamada “economia solidária” que, pelas condições da luta que ensejam, não propõem a ruptura revolucionária,
bastando o desenvolvimento de formas cooperativas de produção dos trabalhadores.
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
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257
María Celia Cotarelo*
Las protestas contra el FMI y la
política estadounidense en la
Argentina reciente (2000-2006)
La década del noventa estuvo signada por el discurso y las acciones de alineamiento automático de casi todos los gobiernos de Latinoamérica con la política de Estados Unidos. Las relaciones carnales1
pusieron de manifiesto la profundización de la situación de dependencia de los países de la región, exaltada entonces como el mejor de los
mundos posibles.
Hoy en día, en cambio, el discurso dominante parece haber virado hacia posiciones críticas, incluso desafiantes, hacia las políticas
neoliberales impulsadas por los sucesivos gobiernos estadounidenses y
los organismos internacionales de crédito, en particular el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Este discurso ha sido acompañado, en ocasiones, por hechos
políticos concretos. En este sentido, la IV Cumbre de las Américas
y la III Cumbre de los Pueblos, celebradas en la ciudad argentina de
Mar del Plata en noviembre de 2005, constituyeron dos hechos de
* Historiadora. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora Titular del Centro de Estudios
del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela, Venezuela.
1 Expresión utilizada por Guido Di Tella, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno
de Carlos Menem.
261
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
gran impacto político. En la primera, los presidentes de los países
integrantes del Mercado Común del Sur (Mercosur) y de Venezuela
lograron impedir el anuncio de la firma del Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA) a nivel continental que proponía el gobierno
de EE.UU. En la segunda, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez,
proclamó la muerte del ALCA y el nacimiento de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) ante unas 40 mil personas y junto
a numerosos dirigentes sociales y políticos, artistas y deportistas, integrantes de organizaciones gremiales y de desocupados, entre muchos otros. Posteriormente, la Cumbre de Presidentes del Mercosur
celebrada en la ciudad argentina de Córdoba en julio de 2006 marcó
un nuevo avance en esa misma dirección. En dicha Cumbre, a la que
también asistieron los presidentes de Bolivia, Chile y Cuba, se oficializó la incorporación de Venezuela al bloque regional y se celebró un
acuerdo comercial con Cuba, entre otras decisiones; los presidentes
Hugo Chávez y Fidel Castro participaron también como oradores en
el acto final de la Cumbre de los Pueblos, que se desarrolló paralelamente. Estos hechos políticos muestran, pues, que la confrontación
con las políticas impulsadas por EE.UU. y organismos internacionales
forma parte de la política llevada adelante desde algunos gobiernos de
la región, tomando forma institucional, y ya no sólo de movimientos
populares sociales y políticos de resistencia.
Lo que media entre ambas situaciones –de dependencia aceptada
y celebrada a dependencia criticada y desafiada– es la crisis económica
y política de fines de la década del noventa y la lucha protagonizada
por los pueblos de Latinoamérica en la última década, que alcanzó sus
mayores grados de extensión e intensidad a partir de 2001.
¿Significa esto que este cambio de discurso y de política es exclusivamente producto de las luchas populares y del acceso al gobierno
de movimientos sociales que han planteado esa confrontación en los
últimos años? ¿Se trata de una típica maniobra gatopardista por parte
del bloque dominante, que se monta sobre la movilización popular para
desviarla de sus metas y asegurar la continuidad de su dominación?
¿Existe una parte de la clase dominante –y más precisamente de su cúpula, la oligarquía financiera– en estos países que impulsa esta política,
en confrontación con otras fracciones de su misma clase? ¿Cuál es el
alcance y cuáles son los límites de esa confrontación? ¿Constituye un
cambio político cualitativo de largo aliento o es sólo un cambio superficial y coyuntural? Estas preguntas forman parte de la agenda de discusión de los movimientos sociales, y las diversas respuestas determinan
los alineamientos políticos actuales en buena parte de la región.
Este proceso político presenta especificidades propias en cada
país, por lo que no puede considerárselo como un proceso unívoco. En
262
María Celia Cotarelo
el presente trabajo, sólo me referiré a esas especificidades en Argentina
entre los años 2000 y 2006.
A fin de aproximarnos a conocer la naturaleza y el carácter de
esta nueva situación, describiré aquí brevemente el desarrollo del proceso de luchas contra las políticas impulsadas por el FMI y EE.UU.,
en el marco de un proceso de rebelión más general contra los efectos
económicos, sociales y políticos de las políticas neoliberales.
Diciembre 2001: punto culminante de la lucha popular
en la Argentina actual
Los efectos de la ofensiva de la oligarquía financiera sobre el conjunto
de la masa trabajadora y explotada, a través de las políticas neoliberales aplicadas en la década del noventa –y que tienen sus antecedentes
desde 1976– son bien conocidos. Crecimiento de la población sobrante
para las necesidades inmediatas del capital, indicado, entre otros, por
el aumento abrupto en las tasas de desocupación y subocupación; creciente pauperización de fracciones obreras y de pequeña burguesía;
concentración de la propiedad y la riqueza en menos manos; pérdida de
conquistas históricas de la clase obrera, que se expresa en un deterioro
acelerado de los niveles salariales y las condiciones laborales; repulsión
de los espacios políticos que ocupaba la mayor parte del pueblo, lo que
se pone de manifiesto en la crisis de representación de los partidos e
instituciones políticas (Iñigo Carrera y Podestá, 1997). A estos y otros
efectos se sumó la profundización de la situación de dependencia de
Argentina con respecto a los países imperialistas, en particular EE.UU.,
expresada en la pérdida de hecho de la moneda nacional –a partir de la
convertibilidad del peso– y la consecuente dolarización de la economía;
pérdida del control sobre los recursos estratégicos, con la privatización
de las empresas públicas; mayor extranjerización de la economía; crecimiento exorbitante de la deuda externa, entre otros.
La resistencia sostenida y masiva a estos efectos se desarrolló
desde que empezaron a ser evidentes para buena parte de la sociedad.
El motín de Santiago del Estero en diciembre de 1993 (Cotarelo, 1999)
marcó el inicio de un ciclo de rebelión, cuyos principales protagonistas fueron, en primer lugar, los trabajadores asalariados ocupados, a
los que posteriormente se sumaron fracciones de pequeña burguesía
asalariada y no asalariada y capas de trabajadores desocupados que se
fueron organizando en el llamado movimiento piquetero. Manifestaciones callejeras con elementos de motín en varias provincias, luchas de
barricadas y tomas de ciudades, huelgas parciales y manifestaciones
pacíficas fueron algunas de las formas que asumió la rebelión en esos
años, que se articuló, en varios momentos, en las huelgas generales nacionales convocadas por algunas o todas las centrales sindicales. En el
263
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
transcurso de este ciclo se fue delineando un enemigo, encarnado por
los gobiernos –nacional, provinciales y municipales–, los políticos en
general, los capitales extranjeros dueños de las empresas privatizadas
y, hacia el final del ciclo, el FMI, EE.UU. y los bancos.
La insurrección espontánea de diciembre de 2001 constituye la
culminación de ese proceso de rebelión iniciado en 1993 y un punto de
inflexión en el período2. A lo largo de nueve días, desde el 12 hasta el 20
de diciembre, el proletariado en sus distintas capas y fracciones, en su
activo y su reserva, y la pequeña burguesía asalariada y no asalariada,
pobre y acomodada, se movilizaron en casi todo el territorio nacional,
protagonizando revueltas del hambre, motines, manifestaciones, huelgas
generales, construcción de barricadas y combates callejeros que, en su
conjunto y desarrollo, constituyeron una insurrección espontánea. Hemos caracterizado a esa insurrección como nacional, antiimperialista,
democrática y popular. En las acciones mismas se esbozó como enemigo
no sólo al gobierno y los políticos sino a la cúpula de la burguesía, visualizada en los bancos y las empresas privatizadas (Iñigo Carrera y Cotarelo,
2003). A la vez, la lucha de los excluidos del poder político se produjo
entrelazada con la lucha en el interior de la clase dominante, puesta de
manifiesto desde tiempo antes en las denuncias de corrupción, en las
disputas entre partidos políticos y en las presiones de algunas fracciones
de burguesía a favor de una devaluación del peso, entre otros. Como es
sabido, el resultado inmediato del enfrentamiento social de diciembre
fue la caída del gobierno de la Alianza Unión Cívica Radical (UCR)FREPASO y la asunción de un nuevo gobierno, lo que expresa el inicio
de un cambio en la alianza social en el gobierno del Estado.
Uno de los rasgos de dicha insurrección fue, pues, el repudio a
empresas de servicios públicos y bancos de capital extranjero, y símbolos de la penetración estadounidense en el país –como los locales de
McDonald’s– que constituyeron uno de los blancos de la indignación
y la lucha popular, por ser visualizados como responsables centrales
de la situación de crisis que se vivía. Este hecho marcó el fin de un ciclo de luchas desarrollado en el momento de mayor subordinación con
respecto a la política de EE.UU. y de mayor intervención del FMI en el
diseño y aplicación de las políticas locales, asumidas y exaltadas desde
los gobiernos de turno.
Sin embargo, a pesar de la intensificación y profundización
de la situación de dependencia del país, como producto de la fuerte
2 En diciembre de 2001 se cerró el ciclo de rebelión abierto en 1993, caracterizado por
la resistencia obrera y popular a los efectos de la realización de la hegemonía del capital
financiero en Argentina. Queda pendiente determinar si se cerró también el período contrarrevolucionario abierto con el golpe de Estado de 1976.
264
María Celia Cotarelo
ofensiva de la oligarquía financiera en la década del noventa, fue
sólo hacia el final del ciclo de rebelión 1993-2001 que los trabajadores y otros sectores del pueblo comenzaron a protagonizar protestas
específicas contra el FMI, EE.UU. y las empresas extranjeras, sobre
la base de un arraigado sentimiento popular de rechazo a la política
imperialista estadounidense, la crisis del llamado modelo neoliberal
en el conjunto de Latinoamérica y las luchas de resistencia que atravesaron la región.
Nos referiremos aquí, pues, a algunos de los hechos ocurridos
entre 2000 y 2006, en los que se expresó oposición a manifestaciones del
imperialismo, tales como el FMI, la política estadounidense en Irak y
el proyecto del ALCA, en los que distintas fracciones y capas de la clase
obrera y la pequeña burguesía tuvieron activa participación.
Breve descripción de los hechos
El 31 de mayo de 2000 se constituye en el inicio de un momento de luchas
que tuvieron como eje central el rechazo a las políticas impuestas por el
FMI y a distintas expresiones del imperialismo estadounidense, lo que
no significa que en todos los casos se tratara de luchas contra el imperialismo como tal. Ese día se realizó una marcha contra el FMI organizada
por la Confederación General del Trabajo (CGT) (secretaría Moyano).
Se movilizaron a la Plaza de Mayo 40 mil trabajadores de numerosos
gremios, desocupados, estudiantes, jubilados, amas de casa, pequeños y
medianos empresarios y veteranos de la guerra de Malvinas. La marcha
contó con la adhesión de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA),
de todos los organismos de derechos humanos, numerosos partidos de
izquierda, grupos anarquistas, Montoneros, la Federación Universitaria
Argentina (FUA) –incluyendo a militantes de Franja Morada (UCR)– y
otras agrupaciones de estudiantes universitarios, así como organizaciones y dirigentes políticos y sociales que forman parte del régimen de dominación, tales como el Partido Justicialista de la provincia de Buenos
Aires, conducido por Eduardo Duhalde3; el entonces vicegobernador
y luego gobernador de esa provincia, Felipe Solá; varios intendentes
justicialistas del Gran Buenos Aires (GBA), como Juan José Álvarez4,
3 El ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, ex vicepresidente de la Nación
durante el primer gobierno de Menem, futuro senador nacional en 2001 y presidente
de la Nación en 2002, dispuso el inicio de una campaña de recolección de un millón
de firmas en la provincia para apoyar la propuesta del Papa Juan Pablo II orientada
a que las entidades financieras internacionales y los países más ricos permitieran
el despegue de las naciones más pobres reviendo las obligaciones del pago de las
deudas (Clarín, 2000a).
4 Encomendó a los concejales de su partido que presentaran un proyecto de adhesión
a la marcha, que fue votado por todo el Concejo (Clarín, 2000b). Álvarez fue secretario
265
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de Hurlingham; dirigentes del PJ como Antonio Cafiero, Aldo Rico,
Luis Patti, Moisés Ikonicoff, Fernando Galmarini y Herminio Iglesias;
el bloque de la Alianza UCR-FREPASO de Hurlingham5; el dirigente
Gustavo Béliz6; el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner;
diputados nacionales de los bloques orientados por Domingo Cavallo y
Béliz y quince diputados de la gobernante Alianza UCR- FREPASO;
partidarios del ex coronel Mohamed Alí Seineldín y un representante
de la iglesia católica, Guillermo García Caliendo. En su discurso, Hugo
Moyano dijo que “vamos a hacer cacerolazos, apagones, les vamos a
pegar donde les duele, vamos a organizar con las PyMEs, con el agro,
vamos a llamar a una desobediencia fiscal para que el esfuerzo de los
argentinos no se lo lleve la deuda externa”; agregó que “este pueblo organizado que derrotó a la dictadura militar también va a derrotar a la
dictadura financiera” y acusó a Carlos Menem de “haber rematado las
empresas del Estado” y “duplicado la deuda externa” (Clarín, 2000d).
Los manifestantes quemaron un muñeco que representaba al Tío Sam,
apedrearon locales del BankBoston y el Banco Río (este último, de capitales españoles) y arrojaron una bomba molotov contra un locutorio
de Telefónica (también de capitales españoles).
Ese día también hubo marchas en distintas ciudades del país:
Neuquén, Córdoba, San Juan, La Rioja, Catamarca, Resistencia (Chaco), San Salvador de Jujuy, Río Gallegos (Santa Cruz), Rosario (Santa
Fe), Paraná (Entre Ríos), General Alvear (Mendoza) y Viedma (Río Negro). Se movilizaron miles de trabajadores estatales, docentes, judiciales, de hospitales, estudiantes universitarios y militantes de izquierda,
convocados principalmente por las CGT locales y la CTA, que realizaron
actos frente a casas de gobiernos provinciales y bancos de capitales
estadounidenses y quemaron banderas de ese país.
Esta movilización a nivel nacional resulta interesante por varios
motivos. En primer lugar, fue la primera manifestación masiva de oposición al FMI en este ciclo. En segundo lugar, la convocatoria partió
desde el movimiento obrero organizado, principal convocante, como
hemos dicho, del proceso de rebelión contra los efectos de las políticas
neoliberales (Cotarelo e Iñigo Carrera, 2004). Y en tercer lugar, parde Seguridad durante el gobierno de Duhalde y en 2005 ocupó ese mismo cargo en el
gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
5 El presidente del bloque de la Alianza dijo que su bancada “adhiere a la marcha en
rechazo a las políticas monetarias implementadas por el FMI y la banca mundial que
provocan la marginación y el empobrecimiento de los países” (Clarín, 2000c).
6 Miembro del Opus Dei, fue ministro en los gobiernos de Menem y de Kirchner y aliado
electoral del ex ministro de Economía del gobierno de Menem, Domingo Cavallo, en la
Ciudad de Buenos Aires.
266
María Celia Cotarelo
ticiparon todos los que, más tarde, accederían al gobierno del Estado
tras la caída de De la Rúa en diciembre de 2001. A la vez, a partir de
entonces se registró un aumento de las luchas contra el FMI, EE.UU.
y empresas de capital extranjero, algunas de las cuales revistieron un
fuerte impacto político.
La presencia de quienes integraron la alianza social que asumió
el gobierno en 2002 permite señalar que esta manifestación constituyó
uno de los primeros pasos encaminados a confrontar con la alianza
social que detentaba el gobierno en esos momentos, es decir, con la
alianza defensora de las políticas neoliberales, que se ponía de manifiesto una intensificación de la lucha al interior de la cúpula de la
burguesía. En esa confrontación –uno de cuyos ejes principales pasaba
por la crítica al rol jugado por el FMI en la década pasada–, los representantes de la iglesia católica, incluyendo a cuadros políticos vinculados a ella, ocuparon un papel central, tal como se observa también
a nivel internacional7.
La movilización entre 2001 y 2006
Entre 2001 y 2006, como hemos dicho, los hechos que presentaron algún grado de oposición a las políticas imperialistas giraron en torno
a los siguientes ejes: la protesta contra las políticas de ajuste dictadas
por el FMI y contra el pago de la deuda externa; la protesta contra la
invasión a Irak; y la oposición a la incorporación del país al ALCA8.
Protestas contra el FMI
Las negociaciones con el FMI en torno al pago de la deuda externa y a
un nuevo plan de ajuste constituyeron uno de los ejes principales tanto
de la política gubernamental como de la protesta social y política en el
período. El conjunto de la sociedad se alineó en torno a este eje, tal como
puede observarse a través de comunicados y declaraciones de distintas
organizaciones sindicales, sociales y políticas y de las diversas protestas
que se llevaron a cabo. Centrales sindicales y sindicatos, organizaciones
de desocupados, agrupaciones estudiantiles, organismos de derechos
humanos, cooperativas de empresas recuperadas, asambleas populares,
organizaciones de pequeños comerciantes, de pequeños empresarios y de
ahorristas, partidos políticos y distintas expresiones de la iglesia católica
se pronunciaron en contra de la aplicación de políticas impuestas desde
7 Cabe recordar, en este sentido, el rol jugado por el Papa Juan Pablo II.
8 A estos se agregan, aunque de menor importancia, hechos de protesta por la pérdida
de la soberanía nacional y contra la dependencia, el repudio a la invasión a Afganistán,
el repudio al envío de tropas argentinas a Haití, el rechazo al ataque israelí a El Líbano,
entre otros.
267
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
el FMI y del pago de la deuda externa a expensas de los intereses nacionales y populares; mientras que, por el contrario, desde los gobiernos
y desde los grandes empresarios se sostuvo la necesidad de llegar a un
acuerdo. Señalaremos aquí sólo algunas de estas expresiones.
Tras varias protestas, desarrolladas a lo largo de 2001, en las que
el rechazo a las políticas impulsadas por el FMI apareció acompañando
otros reclamos, el 1 de diciembre de ese año la CGT Moyano emitió un
comunicado que afirmaba:
El gobierno de Fernando de la Rúa, Cavallo y el FMI confiscó
virtualmente los salarios y los depósitos de todos los argentinos, transformándolos en rehenes de la banca usuraria. Los
trabajadores no vamos a quedarnos cruzados de brazos frente
a este robo y frente a esta virtual liquidación de la nación. La
dolarización es la última etapa de la denigración nacional y
el inicio de una etapa colonial para quienes defendemos la
libertad, la democracia, el trabajo, la dignidad y la identidad
nacional (Clarín, 2001b).
La entidad llamó a “todos los sectores gremiales, empresarios, sociales,
profesionales y a la Iglesia Católica y a los demás credos para que salgan en
defensa de esta tierra antes de que sea demasiado tarde” (Clarín, 2001b).
Por su parte, la CGT Daer manifestó su oposición a cualquier intento
de dolarización o devaluación del peso y se pronunció en contra de nuevos
ajustes. Estas declaraciones anticipaban en parte los hechos que llevaron a la
caída del gobierno de De la Rúa, en los que nuevamente apareció la alianza
de fracciones sociales que se expresó en mayo de 2000, una parte de las cuales logró acceder al gobierno a comienzos de 2002 (gobierno de Duhalde).
Tras la caída del gobierno de la Alianza UCR-FREPASO, el efímero gobierno de Adolfo Rodríguez Saá (del 22 al 30 de diciembre de
2001) declaró al país en default, ante los aplausos de los legisladores
nacionales de las distintas bancadas.
Durante el gobierno de Eduardo Duhalde (desde el 1 de enero de
2002 hasta el 25 de mayo de 2003), se sucedieron numerosas visitas de
funcionarios del FMI –cada una de las cuales fue objeto del repudio popular– y negociaciones entre el gobierno argentino y ese organismo. En
esos momentos, se produjo un primer cambio en los alineamientos políticos en torno a esta cuestión: el sector del PJ encabezado por Duhalde
y la CGT Daer 9 –algunos de cuyos dirigentes pasaron a formar parte del
9 Ante un encuentro con el titular del FMI, el secretario general de la CGT, Rodolfo Daer,
declaró que la deuda externa es ilegal: “El endeudamiento fue realizado mayoritariamente por un gobierno dictatorial que costó miles de desaparecidos y no se puede pagar,
menos aún con exigencias que someten a los pueblos” (Crónica, 2002b), y planteó la necesidad de reestructurar la deuda externa argentina con una quita del 60%.
268
María Celia Cotarelo
gobierno– abandonó la posición crítica y de rechazo a establecer nuevos
acuerdos con el FMI sostenida en mayo de 2000, en consonancia con
la postura de los grandes empresarios agrupados en la Asociación Empresaria Argentina (AEA)10. Por lo tanto, algunas fracciones sociales,
que formaban parte de la alianza que determinó la caída de De la Rúa
y que inicialmente habían apoyado, aunque críticamente, al gobierno
de Duhalde, pasaron a la oposición y convocaron a movilizarse contra
el acuerdo con el FMI, que finalmente se firmó. Tal fue el caso de las
fracciones obreras organizadas en la CGT Moyano, que en mayo de
2002 llevaron a cabo la primera huelga general durante ese gobierno.
La movilización contra el FMI continuó, pues, en esos años, protagonizada por fracciones obreras y de pequeños propietarios. Entre los
convocantes se contaron organizaciones de desocupados y de pobres,
como la Federación de Tierra y Vivienda (FTV), la Coordinadora de
Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, la Corriente Clasista y Combativa (CCC), el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados
(MIJD), el Bloque Piquetero Nacional, el Movimiento de Trabajadores
Desocupados (MTD) Aníbal Verón, el Movimiento Barrios de Pie y el
Movimiento Territorial de Liberación; organizaciones sindicales, como
la CGT Moyano, la CTA y la Asociación de Trabajadores del Estado
(ATE); cooperativas de fábricas recuperadas, como la de la empresa de
cerámicas neuquina Zanón; asambleas barriales; organismos de derechos humanos, como la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Madres
de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Abuelas de Plaza de Mayo e
HIJOS; de ahorristas; de pacientes de hospitales públicos; de pequeños
y medianos empresarios, como la Federación Económica de Buenos
Aires; estudiantiles, como la Federación Universitaria de Buenos Aires
(FUBA); partidos y grupos políticos, como Izquierda Unida, Partido
Obrero, Partido Comunista Revolucionario, Partido de los Trabajadores
por el Socialismo, Movimiento al Socialismo, Quebracho y Autodeterminación y Libertad.
Las protestas se dirigieron contra la presencia en el país de
representantes del FMI, contra las políticas propiciadas por este organismo y el gobierno nacional que las llevaba adelante (mayo y julio de
2002), contra empresas multinacionales, España, EE.UU. e Inglaterra
(julio de 2002) y contra bancos extranjeros. Algunas de las consignas
fueron “Hoy como ayer, ellos o nosotros”, “Fuera el virrey Duhalde”,
“Patria sí, colonia no”, “Por la segunda y definitiva independencia”,
10 “Es muy difícil que las empresas podamos funcionar sin tener un sistema financiero que funcione”; los integrantes de la AEA se pronunciaron a favor de “un sistema
económico de libertad de mercado, de propiedad privada y de seguridad jurídica” y
de un rápido acuerdo con el FMI, ya que “es una condición para reinsertarnos en el
mundo” (Clarín, 2002).
269
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
“Fuera el Fondo Monetario y O’Neill de la Argentina” y “Fuera yanquis
de América Latina”.
Se llevaron a cabo dos huelgas generales (mayo de 2002), jornadas nacionales de protesta, marchas, cortes de rutas y calles, escraches11
y apedreos de edificios de empresas extranjeras; se quemaron banderas
estadounidenses e inglesas, e imágenes del Tío Sam.
Sin embargo, buena parte de estas protestas se realizó en condiciones de fragmentación en el campo del pueblo, por lo que no se logró articular las luchas en un movimiento social y político de carácter popular.
La asunción del gobierno de Néstor Kirchner, en 2003, trajo aparejado un nuevo cambio en el discurso presidencial y en los alineamientos políticos.
En agosto de 2003, Kirchner expresó que “no se puede seguir
condenando a nuestros pueblos a la pobreza y la marginación para simular el cumplimiento de una deuda impagable” y firmó un documento
conjunto con el presidente venezolano, Hugo Chávez, de visita en el país,
pidiendo “una reducción en el capital y tasas de interés justas” (Clarín,
2003a). Finalmente, en septiembre de ese mismo año, el gobierno firmó
un acuerdo con el FMI, que no contemplaba compromisos de reformas
estructurales, a diferencia de los firmados por gobiernos anteriores.
Este acuerdo recibió el apoyo de numerosos sectores, como por ejemplo
la CGT Moyano, que declaró:
Nosotros ya lo habíamos respaldado desde el principio por la
firmeza del presidente Néstor Kirchner de no haber accedido a
los requerimientos del FMI, porque traían como consecuencia
más hambre, más desocupación y más miseria para los argentinos […] el acuerdo está dentro de lo que había manifestado
el Presidente, ya que se hizo desde la dignidad, que es lo que la
Argentina está recuperando” (Clarín, 2003b).
También fue respaldado por la CGT Daer y la CTA, así como por varios
sindicatos y agrupaciones de desocupados, como la FTV y el Movimiento Barrios de Pie.
El discurso presidencial de desafío a los dictados del FMI y a
los acreedores externos estuvo presente en numerosos actos oficiales;
entre ellos, el 17 de febrero de 2004 en Jujuy, ocasión en la que el presidente Kirchner dijo: “Si quieren apretar que aprieten”, desafiando a
bonistas y acreedores; también expuso su intención de aglutinar a la
población detrás de la estrategia por la deuda. Los 3 mil manifestantes,
11 El escrache es una manifestación dirigida contra personas o instituciones en la que se
denuncian actitudes, acciones o políticas vergonzosas o perjudiciales para el pueblo, que se
ponen así en evidencia ante la comunidad y en la que el elemento de repudio es central.
270
María Celia Cotarelo
en su mayoría de la CTA y la CCC, corearon “Yo sé que Kirchner no va
a pagar / ni un peso al Fondo le va a dar”. También el 1 de marzo de ese
año, cuando Kirchner inauguró las sesiones ordinarias del Congreso,
se concentraron unas 15 mil personas en la plaza. Estuvieron presentes
varios intendentes justicialistas del GBA, trabajadores camioneros y
encargados de edificios convocados por sus respectivos sindicatos, así
como desocupados organizados en la FTV, que llevaron un gran cartel
con los rostros de los presidentes Kirchner, Luiz Inácio Lula da Silva,
Hugo Chávez y Fidel Castro.
En 2005, el gobierno nacional negoció una quita de la deuda externa del orden del 75% para los acreedores privados. Y finalmente, en
diciembre de 2005, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, atestado de empresarios, economistas, políticos, gobernadores, legisladores,
sindicalistas, militantes de derechos humanos y funcionarios que lo
vivaron y aplaudieron, Kirchner anunció que cancelaría toda la deuda
con el FMI, de 9.810 millones de dólares, antes de fin de ese año, para
lo que se utilizaría parte de las reservas del Banco Central12; lo fundamentó afirmando:
[De esa manera] ganamos grados de libertad para la decisión
nacional […] en los últimos 30 años vimos avanzar la continua
dependencia de programas que Argentina acordó con el FMI.
Y el resultado ha sido exclusión, pobreza, indigencia y la destrucción del aparato productivo (Clarín, 2005).
Esta decisión recibió un amplio respaldo por parte de grandes, medianos y pequeños empresarios, el movimiento obrero organizado, algunas
organizaciones de desocupados y de derechos humanos13, mientras que
12 Dos días antes, el gobierno de Brasil había anunciado la misma medida, que había
sido elogiada por el FMI.
13 Los grandes empresarios nucleados en AEA declararon que “se trata de un hecho
muy positivo que refleja la fortaleza actual de la economía argentina”; “esta iniciativa es
posible gracias a la política de disciplina fiscal implementada por el gobierno nacional”.
Según el presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez, “fue una medida
excepcional que nos ayuda a crecer y a tener un proyecto de país. Nunca antes se había
tomado una decisión de tal envergadura por la deuda”. Alberto Álvarez Gaiani, presidente
de la cámara que agrupa a los empresarios de la alimentación, señaló que “es un claro
éxito de este gobierno”. Para el presidente de la Cámara Argentina de Comercio, Carlos
de la Vega, “es la primera vez que se comienza a pensar en el largo plazo”. Osvaldo
Cornide, de CAME, dijo que “no significa romper con el FMI sino negociar en condiciones
soberanas”. Según Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria Argentina (FAA),
“el objetivo de dejar de depender del FMI es importante y marca autonomía”. Para Raúl
Lamacchia, titular de la Federación Económica de Buenos Aires, “el anuncio del presidente Kirchner es histórico, significando una decisión audaz […] ello significará recuperar
la total independencia económica”. Coincidió con esto Rubén Manusovich, presidente de
Fedecámaras: “Es una decisión soberana de no repetir viejas recetas como las que nos
271
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
los partidos de la oposición y la mayoría de las organizaciones de desocupados y estudiantiles se pronunciaron en contra14.
De esta manera se habría terminado, por el momento, con los
condicionamientos explícitos a la política económica por parte de las
distintas misiones del FMI, y se resolvió una de las demandas principales del proceso de movilización descripto.
En síntesis, en contraposición a la alianza social que se expresó
políticamente en los gobiernos de Menem y De la Rúa, emergió en 2000
otra alianza social, integrada por diversas fracciones del pueblo y del
régimen social y político vigente, que levantaba la bandera de la oposición a las políticas impulsadas por el FMI y al sometimiento nacional
que estas implicaban. Tras los hechos de diciembre de 2001, una parte
de esas fracciones accedió al gobierno, pero su política hacia el FMI no
implicó ningún cambio significativo con respecto a las políticas seguidas por los gobiernos anteriores, por lo que se mantuvo un intenso y
extendido estado de movilización por parte de las fracciones del pueblo
–fracciones obreras y de pequeña burguesía. Sin embargo, esa movilización se desarrolló en condiciones de fragmentación y dispersión
en el campo popular. Finalmente, el gobierno de Kirchner asumió el
discurso dominante en esa movilización popular, que provocó un nuevo realineamiento político, y realizó una parcialidad de los intereses
presentes en la lucha de 2000-2001.
Protestas contra la invasión a Irak
La invasión de EE.UU. y sus aliados a Irak, ocurrida a fines del gobierno
de Duhalde y comienzos del de Kirchner, suscitó una gran cantidad de
hechos de protesta. El 15 de marzo de 2003, en el marco de una jornada
sugiere el FMI”. Por su parte, el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, declaró que
“esto lo hizo Juan Domingo Perón cuando rechazó al FMI y luego de su retorno pagó la
deuda que tenía la Argentina”; “el presidente Kirchner es un hombre que ha logrado que
el país retorne a su soberanía y por eso lo apoyamos” (Clarín, 2005).
14 El dirigente de centroderecha Mauricio Macri señaló que “no apunta a resolver ninguno
de los problemas acuciantes que hoy sufre la Argentina”; la dirigente del ARI, Elisa Carrió,
dijo que “supone acceder a lo solicitado por el FMI, cuya política global era salir de los
países con alta exposición en materia de deuda. Esto implica que la Argentina abandona
la posibilidad de hacer que el FMI sea copartícipe de los costos de la crisis”; “pagar con el
superávit fiscal es a costa de la redistribución de los ingresos entre los argentinos”. Para
Roberto Iglesias, de la UCR, “es una medida innecesaria, de alto contenido mediático y
demagógico […] Se puede interpretar que estamos siguiendo una estrategia del Grupo de
los Siete, que quiere sanear el desfinanciamiento de los organismos como el FMI”. Según
Carlos Menem, “esto es el fruto de una política de aislamiento internacional reforzada con
el comportamiento oficial en la Cumbre de Mar del Plata”; “el gobierno comprendió que no
puede cumplir las condiciones del FMI”. También formularon críticas los dirigentes Luis
Zamora (Autodeterminación y Libertad), Patricio Echegaray (Partido Comunista), Margarita Stolbizer (UCR) y Alberto Natale (Partido Demócrata Progresista), entre otros.
272
María Celia Cotarelo
de protesta mundial contra la invasión, más de 10 mil manifestantes
marcharon a la embajada estadounidense en Buenos Aires y quemaron
banderas de ese país, convocados por más de cien organizaciones de
desocupados, de izquierda, de derechos humanos, religiosas y asambleas barriales, entre otras. Las consignas fueron “No a la guerra” y
“Ninguna colaboración argentina con la agresión”.
A lo largo de los meses siguientes, se sucedieron movilizaciones
llevadas adelante por trabajadores desocupados, trabajadores de fábricas recuperadas, pobres, estudiantes primarios, secundarios y universitarios, docentes, ex combatientes de la guerra de Malvinas, ahorristas,
integrantes de asambleas barriales, artistas plásticos y actores, jóvenes
de la comunidad árabe, militantes sindicales, pacifistas, de organismos
de derechos humanos y de partidos de izquierda. Marchas de decenas
de miles de manifestantes, escraches a las embajadas de EE.UU. y España y a empresas de capitales estadounidenses (como McDonald’s, Wal
Mart y Citibank), actos de repudio y lectura de documentos antibélicos
y de oraciones religiosas, quema de banderas estadounidenses y de muñecos con la imagen de George Bush, en Buenos Aires, GBA, Neuquén,
Mar del Plata, La Plata, Salta y Córdoba fueron los instrumentos para
expresar la protesta contra la invasión.
La convocatoria a estas movilizaciones estuvo en manos de organizaciones tan diversas como la Asociación Madres de Plaza de Mayo,
Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Abuelas de Plaza de Mayo,
HIJOS, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y otros organismos de derechos humanos; la CCC, la FTV, el MTD Aníbal Verón,
el MIJD, la Juventud de la CTA, el Movimiento Barrios de Pie, el Movimiento Sin Trabajo (MST) Teresa Vive; la Asociación Argentina de
Actores; la agrupación No Pasarán; el Comité No a la Guerra, por la
Paz; la Federación de Jóvenes Árabes en la Argentina; la FUA, la FUBA;
Amnistía Internacional; Autoconvocados contra la Guerra, la Secretaría de Educación de la Ciudad de Buenos Aires; y el Premio Nobel de la
Paz Adolfo Pérez Esquivel.
Entre las consignas de las protestas se encontraban “No a la guerra imperialista contra Irak” y “Bush, fascista, vos sos el terrorista”.
El cambio de gobierno producido en Argentina tras las elecciones
presidenciales de abril de 2003 marcó una modificación en la movilización contra la política de EE.UU. A partir de entonces, la convocatoria
partió, en algunos casos, desde el mismo gobierno, y contó con el apoyo
de diversas fracciones del pueblo.
El primer hecho que pareció anunciar un cambio en esta política
se produjo el 26 de mayo de 2003, al día siguiente de la asunción del presidente Kirchner, cuando unas 20 mil personas se concentraron frente
a facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires para escuchar
273
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
a Fidel Castro –quien había asistido a la asunción presidencial–, hecho
inédito en Argentina; durante el acto, los asistentes cantaron consignas
contra Bush y EE.UU. El 17 de agosto de ese mismo año, el presidente
Chávez llegó a Buenos Aires y transmitió su programa Aló Presidente
desde el Canal 7 (estatal), en un espacio cedido a la “Hermana República
Bolivariana de Venezuela”. Estuvieron presentes numerosos dirigentes
políticos, intelectuales y artistas, junto con desocupados agrupados en el
Movimiento Barrios de Pie –una organización de desocupados que forma
parte de la alianza en el gobierno, e incluso algunos de sus dirigentes ocupan cargos políticos. Ambos hechos anticiparon el nuevo alineamiento
regional que se desarrollaría durante el gobierno de Kirchner.
Otro hecho protagonizado por integrantes de la alianza en el gobierno ocurrió el 10 de junio de 2003, cuando desocupados agrupados
en el Movimiento Barrios de Pie repudiaron la presencia del secretario
de Estado de EE.UU. Su principal dirigente declaró:
Hoy no venimos a pedir ningún plan social, venimos a reclamar
independencia de EE.UU., venimos a repudiar a este criminal de
guerra yanqui, llamado Colin Powell, que ha provocado cientos
de miles de muertes de niños inocentes y pobres en la invasión de
EE.UU. a Irak. Vienen por las tropas de soldados argentinos, vienen por la inclusión de Argentina en el ALCA, vienen por el pago de
la deuda externa y vienen para imponernos más planes de hambre
para el pueblo, y esto no lo podemos permitir (Crónica, 2003).
Asimismo reclamó “una fuerte unidad latinoamericana frente a los poderosos” (Crónica, 2003). Militantes de partidos de izquierda realizaron un acto aparte para “repudiar la presencia de Powell y reclamamos
que todas las posiciones en relación al ALCA se tomen sobre la base de
una consulta popular al pueblo argentino”; llamaron a “hacer grande el
camino latinoamericano, el camino está propuesto desde San Martín,
desde Bolívar, para hacer realidad la segunda independencia de nuestra
Argentina” (Crónica, 2003).
Cabe señalar que, a diferencia de lo ocurrido en la Guerra del
Golfo durante el gobierno de Menem, el gobierno de Kirchner no envió
tropas para participar de esta invasión15, lo que coincidió con las demandas populares al respecto.
Oposición al ALCA
Se registraron algunas expresiones a favor del ingreso de Argentina al
ALCA, como por ejemplo por parte de Carlos Menem, de economistas
neoliberales y de representantes de la gran burguesía (directivos de las
15 Aunque sí se enviaron tropas a Haití.
274
María Celia Cotarelo
siderúrgicas Techint y Acindar), en 2002. Pero se trató de manifestaciones minoritarias y aisladas. Fueron mucho más numerosas las voces
contrarias al proyecto estadounidense de integración regional.
Las primeras manifestaciones importantes en este sentido se produjeron en abril de 2001, durante el gobierno de De la Rúa. Entre ellas
se cuenta un acto organizado por la CGT Daer el 5 de abril, convocado
bajo el lema “Otra América es posible” y “No al ALCA”, en el que hablaron
representantes de centrales sindicales de distintos países de América. Al
día siguiente, trabajadores agrupados en la CGT de Moyano protestaron
en la Plaza de Mayo, en un acto con un fuerte tono nacionalista y antinorteamericano (Clarín, 2001a); en el palco se encontraba el representante
de la Pastoral Social de la iglesia católica. Por su parte, ese mismo día,
la CTA encabezó otro acto, en la plaza del Congreso, con la participación
de miembros de unas sesenta organizaciones sindicales, sociales, no gubernamentales y partidos de izquierda; estuvieron presentes dirigentes de
Argentina –como Adolfo Pérez Esquivel y Alfredo Bravo– y de otros países
latinoamericanos. Luego marcharon al hotel Sheraton, frente al cual estaban concentrados militantes de partidos de izquierda. Un grupo rompió
las vidrieras de sucursales de los bancos Nación, Galicia y Boston y de un
McDonald’s. Luego arrojaron piedras, petardos y bombas molotov contra
el hotel y la policía. También hubo movilizaciones de rechazo al ALCA en
Jujuy, donde 200 trabajadores municipales y desocupados agrupados en la
CCC marcharon y cortaron rutas; y en La Matanza (GBA), 2.500 desocupados y jubilados nucleados en la CCC y la Comisión Nacional de Desocupados también cortaron una ruta y quemaron banderas estadounidenses.
Fueron varias también las protestas contra el ALCA realizadas a
nivel regional, que contaron con la participación de distintos sectores
de la sociedad argentina. Entre ellas, podemos mencionar las movilizaciones convocadas por el Congreso Anfictiónico Bolivariano y otras
organizaciones, tanto en Buenos Aires como en Córdoba, Rosario, Neuquén y Mendoza, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, México, Ecuador
y Venezuela, bajo el lema “Por la unidad latinoamericana y contra el
ALCA”, en el Día de la Unidad Latinoamericana; participaron organizaciones políticas, sociales y de derechos humanos, así como asambleas
barriales (Crónica, 2002a). El 22 de agosto de 2002, unos 5 mil manifestantes marcharon con las consignas “Otro mundo es posible, otra
Argentina es posible”, “No al neoliberalismo”, “No al ALCA”, en el marco de la reunión del Foro Social Mundial en Buenos Aires; participaron organizaciones de derechos humanos, de desocupados, sindicales,
asambleas barriales, partidos de izquierda y ecologistas.
El 12 de abril de 2003 organizaciones sociales, sindicales, piqueteras, de derechos humanos y culturales, y partidos de izquierda
participaron en la II Asamblea Nacional contra el ALCA.
275
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Ya durante el gobierno de Kirchner, el 14 de noviembre de ese año, en
una protesta organizada por Autoconvocados No al ALCA bajo la consigna
“Por la vida y la soberanía. No al ALCA, la deuda externa y la militarización”,
miles de niños y jóvenes de todo el país, junto a sus familiares y maestros,
marcharon a la Casa de Gobierno, donde entregaron una carta dirigida al
presidente, solicitando que nuestro país “no adhiera a ningún acuerdo internacional que amenace el futuro de nuestro pueblo”. También entregaron
una declaración con más de 100 mil firmas en rechazo al ALCA. Durante ese
mismo mes, se realizó una consulta popular ad hoc, en la que votaron más
de 2 millones de personas, según Autoconvocados No al ALCA16.
Este proceso de movilización llegó a su punto culminante en las mencionadas IV Cumbre de las Américas y III Cumbre de los Pueblos, celebradas en la ciudad argentina de Mar del Plata en noviembre de 2005, y en la
Cumbre de Presidentes del Mercosur llevada a cabo en la ciudad argentina
de Córdoba en julio de 2006 y la Cumbre de los Pueblos simultánea. Como
ya señalamos, en ellas los gobiernos del Mercosur y distintos sectores del
pueblo impidieron la instalación del ALCA a nivel continental, así como ratificaron un alineamiento regional que incluye a Cuba, Bolivia y Chile.
Algunos resultados
De esta breve descripción se desprende que, en el lapso analizado, los
hechos de protesta contra la intervención del FMI en el diseño de políticas internas, el proyecto del ALCA y la política estadounidense no
fueron llevados a cabo sólo por militantes políticos o sociales, sino que
constituyeron hechos masivos, en los que participaron distintas capas
y fracciones de la sociedad.
Asimismo, no se trató de hechos protagonizados únicamente por
los sectores de izquierda de los movimientos de desocupados, de fábricas
recuperadas, de asambleas populares, de derechos humanos, estudiantil
y sindical, tal como se sostiene desde estos mismos movimientos, y como
sería esperable. Si bien tales sectores cumplieron un rol importante, no
lo fue menos el cumplido por el conjunto del movimiento obrero organizado sindicalmente en las dos CGT y la CTA, por la iglesia católica y por
cuadros políticos del régimen político y social vigente.
16 La consulta popular incluyó tres preguntas. En relación con la primera –¿Está de
acuerdo con que la Argentina ingrese al ALCA?– 2.162.263 personas (96%) votaron No;
67.570 votaron Sí (3%) y 22.525 votaron en blanco o impugnaron. La segunda pregunta
–¿Está de acuerdo con que la Argentina siga pagando la deuda externa?– recibió 1.982.075
votos negativos (88%), 202.712 votos afirmativos (9%) y 67.571 votos en blanco o impugnados (3%). Y a la tercera pregunta –¿Está de acuerdo con que la Argentina autorice
el ingreso al territorio nacional de militares de Estados Unidos para bases o ejercicios
conjuntos?– 2.184.787 personas (97%) respondieron No; 22.524 (1%), Sí y 45.047 (2%)
votaron en blanco o impugnaron. Total de votos escrutados en todo el país: 2.252.358. Ver <www.enredando.org.ar/noticias_desarrollo> 26 de diciembre de 2003.
276
María Celia Cotarelo
Fue precisamente la movilización de mayo de 2000 convocada
por la CGT Moyano, en la que confluyeron todos los sectores mencionados, la que marcó el inicio de un momento en que estas luchas se
constituyeron en uno de los ejes de la movilización en este período.
Este momento de luchas involucra una disputa al interior de la
oligarquía financiera, en la cual una parte de esta apeló a la movilización popular para confrontar con otra, que en ese momento detentaba
el gobierno del Estado. Uno de los ejes en torno a los cuales se dio esa
confrontación –que tomó la forma de lucha contra el neoliberalismo–
fue el de las políticas imperialistas expresadas en el papel del FMI en la
política de subordinación nacional a los intereses del capital financiero
y, en particular, de los capitales estadounidenses, la política exterior
de EE.UU. y el establecimiento del ALCA. De esta manera, el pueblo y
esta fracción de la cúpula de la burguesía confluyen en la lucha contra
el mismo enemigo, aunque con distintos intereses, y están dadas las
condiciones para la conformación de una alianza.
La movilización popular, que alcanzó su punto culminante en la insurrección espontánea de diciembre de 2001, fue determinante para lograr
el desplazamiento de la alianza neoliberal del gobierno y el subsiguiente
cambio de política en relación con ese eje de confrontación. Sin embargo, no logró constituirse una fuerza popular de carácter antiimperialista
–manifestado en la fractura al interior del campo popular y la limitación
de las metas trazadas por la mayoría de las fracciones involucradas–, lo que
permitió que la oligarquía financiera mantuviera, hasta el momento, la iniciativa política, pero tras haberse realizado al menos una parcialidad de los
intereses contenidos en diciembre de 2001. El gobierno de Kirchner expresa
la mayor parte de la alianza social que se constituyó en 2000 –integrada
por fracciones obreras, de pequeña burguesía y de la oligarquía financiera,
representados, entre otros, por la mayor parte de las organizaciones sindicales, una parte del movimiento de desocupados, las organizaciones de
derechos humanos, una parte del movimiento de empresas recuperadas,
junto con organizaciones empresarias y cuadros políticos pertenecientes a
partidos del régimen social y político vigente, entre otros. Esta alianza confronta con las fracciones de la oligarquía financiera desplazadas en 2001 y,
a la vez, en su interior se desarrolla una disputa entre quienes consideran
que los objetivos ya han sido alcanzados y quienes pretenden avanzar más
allá de los objetivos trazados planteando metas antiimperialistas.
Por lo tanto, en otras palabras, la decisión de una fracción de la
oligarquía financiera de confrontar con otra fracción de la misma capa
dio impulso a la lucha popular, creando condiciones más favorables para
su extensión y desarrollo. A la vez, esta lucha popular permitió el cambio
en la relación de fuerzas al interior de la oligarquía financiera, dado que,
tras el punto culminante de esa lucha –la insurrección espontánea de
277
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
diciembre de 2001– y el proceso de movilización subsiguiente, fue posible
el cambio de alianza social en el gobierno, quedando desplazada la fracción dominante hasta entonces. Finalmente, este cambio en la relación
de fuerzas al interior del bloque dominante se extendió al conjunto de la
sociedad, y se creó un terreno más favorable para la lucha popular.
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Iñigo Carrera, Nicolás y Podestá, Jorge 1997 “Las nuevas condiciones en
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(Buenos Aires: PIMSA) Documento de Trabajo Nº 5.
278
Daniel Campione*
“Reaparición obrera” en Argentina
a partir de 2004**
El momento más álgido de la crisis argentina, luego de diciembre
de 2001, coincidió con una disminución del conflicto en el movimiento
de los trabajadores ocupados en las luchas obreras, que perdió protagonismo en términos relativos en los años 2002-2003, en consonancia con
la fuerte activación de los trabajadores desocupados y sus reivindicaciones1. Hace un tiempo señalábamos como interrogante “la posibilidad
de que se produzca un proceso de activación en el movimiento obrero
ocupado, bajo la dirección o al margen de las direcciones sindicales
tradicionales” (Campione y Rajland, 2004).
* Politólogo. Profesor de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP)
Buenos Aires, Argentina.
**Trabajo presentado en el XXV Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), celebrado en Porto Alegre, Brasil, entre el 22 y 26 de agosto de 2005
(Grupo de Trabajo Sociedad Civil: Protestas y Movimientos Sociales).
1 En términos de cantidad de conflictos, el año en el que se visualiza un verdadero “repliegue” es 2003. Con sólo 122 paros y medidas de fuerza, fue el año de menor cantidad
de conflictos desde 1980. El año anterior, 2002, había presentado 285 conflictos, lo que
ya constituía un retroceso frente a 2001, que había tenido 358 (ver Centro de Estudios
Nueva Mayoría, 2004a).
279
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Ese incremento de “visibilidad” se ha producido desde los últimos meses del año 2004, sobre todo a partir de la aparición de algunos conflictos de vasta repercusión, que terminaron con triunfos,
parciales o totales, de los trabajadores en huelga. A ello se unió, para
fortalecer el carácter “ejemplar” de las luchas, el hecho de que algunas
de las más resonantes emanaron de sectores de oposición a las conducciones sindicales, o de organizaciones con orientación ideológica
y formas organizativas diferenciadas de las mayoritarias en el movimiento sindical.
El nuevo “auge” de la conflictividad obrera podría datarse a partir del último cuatrimestre del año 2004, momento en que se hizo más
notorio un incremento que atravesó todo el año. En particular se manifestó en torno a dos conflictos: el de los trabajadores del transporte subterráneo de pasajeros de Buenos Aires y el que afectó a las compañías
telefónicas2. Ambos gremios ya habían tenido medidas de fuerza, que
en todos los casos fueron encabezadas por conducciones preexistentes3,
y ya habían afrontado luchas, incluso exitosas, aunque estas no tuvieron
el nivel de repercusión pública que alcanzaron las de los últimos meses4.
En las luchas más recientes, en cambio, quedó muy visible el triunfo
obtenido por los trabajadores, en primer lugar en el plano salarial, y
luego en otras reivindicaciones5.
2 Si tomamos la dimensión estrictamente cuantitativa, 2004 es un año de marcado incremento de los conflictos obreros con respecto al año anterior. Pasan de 122 en 2003, a 256
en 2004. De todas maneras es preciso tener en cuenta que, tomados en una comparación
más amplia, tanto 2003 como 2004 son años de baja conflictividad, ya que el promedio
de los últimos veinticinco años es de 387 conflictos, y el año récord, 1988, presentó 949
(Centro de Estudios Nueva Mayoría, 2004b).
3 El cuerpo de delegados que encabezó el conflicto de subterráneos tiene mandato desde
el año 2000. La conducción del sindicato telefónico –Federación Obreros y Empleados
Telefónicos (FOETRA)-Buenos Aires– lleva años al frente del gremio.
4 Resultan interesantes las declaraciones de Claudio Marín, secretario adjunto de
FOETRA-Buenos Aires (sindicato telefónico): “Hace un año y medio hicimos una pelea
salarial donde logramos un aumento superior a este: un 40 y pico por ciento. Pero nadie
nos dio bola. Lo que está cambiando es la sensación de que se puede ganar, y de que es
necesario organizarse y pelear. Me parece que hay una revalorización de lo colectivo. No
de los sindicatos, pero sí de la organización gremial, por eso me parece que somos bien
vistos por la opinión pública” (Lavaca.org, 2005).
5 En diciembre de 2004, los trabajadores telefónicos, agrupados en FOETRA logran un
aumento del 20% sobre la masa salarial y una suma fija extraordinaria, tras una serie
de medidas de fuerza iniciadas en noviembre, que incluyó un paro de seis días en Telecom y Telefónica, la ocupación de Centros de Transmisión Nacional y manifestaciones
callejeras con masiva concurrencia. El 15 de diciembre se levanta el plan de lucha de los
trabajadores de los trenes subterráneos de Buenos Aires, iniciado 26 días atrás. Lograron
aumento salarial de 100 pesos, incremento de adicionales y pago de horas nocturnas
(OSAL, 2004).
280
Daniel Campione
Comenzado el año 2005, algunos conflictos se prolongaron, como
el de subterráneos, y aparecieron otros nuevos, como el del Hospital
Nacional Pediátrico y el de la aerolínea de propiedad estatal (LAFSA),
que también alcanzaron vasto impacto. La visibilidad de estos reclamos
puede atribuirse en parte a su ubicación metropolitana y en sectores
que afectan la vida cotidiana de parte importante de la población, pero
también por la tónica de estar encabezados por comisiones internas,
opositoras o al margen de las conducciones sindicales. En los últimos
meses se fue ampliando la cantidad y variedad de gremios que entraron
en conflicto con vasta resonancia, incluyendo zonas geográficas periféricas, como una prolongada medida de fuerza en la industria pesquera
de la Patagonia. Los trabajadores del sector público vieron recrudecer
su conflictividad, en todos los niveles –nacional, provinciales y municipales–, con dos casos notables en la provincia de Santa Cruz, Caleta
Olivia y Pico Truncado6.
Daremos preeminencia en este trabajo a las tendencias que permiten visualizar este auge de conflictividad, tanto en las prácticas y
conformación del movimiento obrero, como en su recepción por otros
sectores de las clases subalternas.
Los factores condicionantes del desenvolvimiento de
los conflictos
La reactivación económica ha sido muy significativa en la Argentina de
los años 2003 y 2004. Es certera la frecuente afirmación de que lo que
ha ocurrido no es otra cosa que una recuperación de la economía desde
una recesión profunda y prolongada, que recién ahora llega a niveles
de producción y consumo similares a los de 1998, año en que comenzó
la larga recesión. Pero para tomar una idea del impacto del proceso de
reactivación en la percepción colectiva, es necesario tener en cuenta que
la economía argentina venía de retroceder el 4,4% en 2001 y el 10,9%
en 2002. Y de allí pasó a un crecimiento del 8,8% en 2003 y el 9% en
2004 (INDEC, 2004a). La inversión de la tendencia difícilmente podría
ser más acentuada, y apunta a continuar en niveles similares en 2005
(según datos provisorios, se estaría creciendo al 9,2% anual). Esto se
reflejó incluso en un moderado retroceso de los índices de pobreza y
desempleo, aunque en ambos casos los niveles siguen siendo más desfa6 Desde el punto de vista cuantitativo, es 2005 el año en el que se produce un sensible
aumento del nivel de conflictividad. En los primeros seis meses se registraron 361 conflictos, es decir, más de un centenar por encima del total del año anterior. Junio de 2004,
con 127 conflictos, fue el junio de más alta conflictividad desde 1980 hasta ahora (el que
le sigue, junio de 1990, presentó 72 conflictos). Cabe señalar que, entre los conflictos de
junio de 2005, la preponderancia de los del sector público es muy amplia –alrededor del
80% (Centro de Estudios Nueva Mayoría, 2005).
281
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
vorables que al comenzar la crisis, lo que habla de una asimetría en la
recomposición económica, que tiende a desfavorecer a los trabajadores
asalariados y sectores de menores ingresos en general. Los datos oficiales para el segundo semestre de 2004 en el plano nacional indican
un 40,2% de la población bajo la línea de pobreza, con más del 15% en
situación de indigencia. Si se toman los hogares, los situados bajo la
línea de pobreza son el 29,8% (INDEC, 2004b). Es preciso considerar
que en los primeros años de la década del noventa hubo momentos en
los que el índice de pobreza se ubicó por debajo del 20%.
La evolución del desempleo en las últimas dos décadas marca el
tránsito desde una situación de virtual pleno empleo a los porcentajes
de trabajadores desempleados más elevados de la historia del país, o al
menos desde que se llevan registros confiables. La desocupación era del
2,6% en 1981 y del 4,8% en 1982. Hay que esperar la década del noventa
para encontrarse con porcentajes superiores al 10%. En mayo de 2002,
esta tasa llegó a situarse por encima del 21%, para luego descender paulatinamente a cifras por debajo del 15, pero que, si se contabiliza como
desocupación a quienes reciben subsidios (Planes Jefas y Jefes de Hogar),
siguen bordeando el 20%. En el trimestre enero-marzo de 2005, el porcentaje de desempleo abierto fue del 13%, lo que se incrementó el porcentual del trimestre anterior, que fue del 12,1%. Hacia fin de este último
año, se registró un nuevo descenso, con el 10,1% (INDEC, 2005).
De todas maneras, se ha expandido la percepción de que a favor
del crecimiento económico las empresas están obteniendo mayores beneficios, lo que les otorga mayor margen para pagar incrementos salariales y otras ventajas económicas, si se las presiona adecuadamente.
Y como contrapartida, existe conciencia de que el salario se deterioró
después de febrero de 2002, a favor de la devaluación y los fuertes incrementos de precios que la acompañaron7. A impulso de la recuperación
económica, se ha dado en algunas ramas un incremento de la demanda
de mano de obra que, pese a la situación de elevado desempleo, encuentra dificultades para reclutar trabajadores capacitados para los puestos
7 La inflación durante el año 2002 totalizó el 41%, en medio de una profunda recesión
económica y una altísima desocupación, que se conjugaron para hacer que ese deterioro
del poder adquisitivo no fuera acompañado por aumentos salariales. La inflación de 2003
descendió abruptamente (a menos del 4% anual), y se produjeron incrementos de suma
fija, pero el deterioro de poder adquisitivo no se modificó en sentido favorable a los trabajadores. Los años 2004 y especialmente 2005 fueron escenario de una nueva aceleración
inflacionaria: el índice de inflación entre diciembre de 2004 y el mismo mes de 2005 sufrió
un incremento del 12,3%. El incremento entre diciembre de 2001 y el mismo mes de 2005
fue del 74,1%. En cuanto a los sueldos de los trabajadores, los del sector privado incluidos en convenios colectivos lograron en algunos casos aumentos por encima del nivel de
inflación, pero no ocurrió lo mismo con los estatales y con los privados informales o no
incluidos en convenios colectivos (INDEC, 2005).
282
Daniel Campione
que se crean. Los trabajadores de esas ramas comprenden que la posibilidad de represalias drásticas ante medidas de fuerza de las empresas
tiene un nuevo límite en la escasez de personal de reemplazo. Además,
en los sectores en plena producción, cualquier paro o disminución de
tareas implica pérdida de ganancias al dificultar la satisfacción de la
demanda preexistente, cuando no la rescisión de contratos o la puesta
en riesgo del acceso a mercados externos.
Los trabajadores han utilizado en algunas ocasiones recientes la
conjunción de la holgada situación financiera de las empresas y el poder
de daño que tiene una huelga sobre una cadena de producción con alta
demanda e intenso ritmo de trabajo. El caso más claro fue el paro de
terminales automotrices, un sector orientado centralmente a la exportación, en un mercado altamente competitivo y condicionado a la alta performance de los proveedores, incluyendo la puntualidad de las entregas.
La huelga fue desatada en un momento de auge de la producción para la
exportación, y “sacada a la calle” mediante un corte de ruta en un punto
neurálgico. Las medidas de fuerza contribuyeron a un rápido cierre del
conflicto con incrementos salariales para los trabajadores8.
Estas condiciones generales redundan también en el planteo de
reivindicaciones que no son de tipo salarial, para las que también se
percibe que existen condiciones más favorables para su triunfo. Así se
plantean la disminución de la jornada de trabajo, la instauración de
regímenes horarios menos “flexibles”, y el mejoramiento de la relación
de trabajo para asalariados precarizados o “tercerizados”. Las reformas
regresivas implantadas en los años noventa comienzan a ser objeto de
cuestionamiento por la acción obrera, que se rebela contra las condiciones de trabajo precarias, las jornadas de trabajo sobreextendidas, la
continua vigilancia patronal. Cierto alivio de las condiciones generales
empuja a poner en entredicho retrocesos históricos identificados con
una oleada político-cultural signada por el neoliberalismo, para la que
ya ha pasado su momento de esplendor.
También opera una actitud gubernamental que no privilegia la
represión ni se alinea automáticamente con los patrones, como ocurría
unos años atrás. Este cambio de actitud responde en buena medida al
temor a que se recree el deterioro de la gobernabilidad, como en 20012002. Desde el aparato estatal, y sobre todo en el Ministerio de Trabajo,
se ha tendido a estimular el retorno a las negociaciones colectivas, y en
general se ha establecido una política de diálogo, que se compatibiliza
sin embargo con que el Poder Judicial genere acusaciones criminales
selectivas contra los que participan en huelgas, ocupaciones y otros
actos de protesta, mostrando así distintas caras del poder estatal.
8 El paro y corte de ruta simultáneos ocurrieron el 7 de junio de 2005.
283
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Juega asimismo un papel en las clases subalternas aquello que
podríamos denominar el “espíritu del 20 de diciembre”. La sensación de
pérdida del miedo, de recuperación de la posibilidad de transformación
social mediante la acción colectiva estaba “retrasada” en el movimiento
obrero. En ese retraso influía tanto la terrible situación de desempleo y
declive de la actividad como la acendrada influencia de direcciones sindicales que no apostaban al conflicto y que habían generado un hábito
de los trabajadores en ese sentido. Ante la mejora relativa de la situación
y la aparición de luchas exitosas, la espesa capa de temor y escepticismo
que mantuvo relativamente retraído al movimiento obrero durante una
etapa queda parcialmente disipada, y la activación se expande de una
rama de actividad a otra. En la sociedad argentina se había impuesto
desde el poder, con perseverancia y coherencia dignas de mejor causa,
una pedagogía precisa, con los trabajadores como destinatario principal. “Ramal que para se cierra” afirmaba el presidente Carlos Menem,
refiriéndose expresamente al ferrocarril, pero apenas implícitamente
a cualquier actividad que osara tomar medidas de fuerza. Nada podía
esperarse de la organización, de la acción colectiva, de la lucha; ese era
el mensaje subyacente. Más gradualmente, y más tarde que en otros
sectores, pero tal vez con mayor fuerza y arraigo, ese modo de ver el
mundo retrocede en los ámbitos obreros. Las huelgas que terminan
con arreglos exitosos para los trabajadores comienzan a ser moneda
corriente, los medios de comunicación operan como caja de resonancia,
y la idea y la práctica de la lucha como modo de conquistar o reconquistar derechos vuelven a abrirse paso.
Tercerización y subcontratación en entredicho
Existe un área de conflicto que no tiene directa relación con el crecimiento económico ni con la actividad gubernamental. La “tercerización” ha
sido una estrategia de las patronales que generalizó una modalidad que
tradicionalmente se aplicaba en la construcción y algunas actividades
minoritarias. La mecánica es que la empresa se centre en el negocio
principal, el que mejor conoce y del que extrae sus mayores ganancias,
y contrate externamente servicios accesorios: logística, limpieza, transporte, reparaciones, seguridad, etc. La realidad es que esta modalidad
suele utilizarse para empeorar las condiciones de estabilidad y los niveles
salariales de los trabajadores que no dependen de la empresa principal.
También tiene el efecto colateral de fortalecer e institucionalizar las divisiones entre trabajadores de los mismos lugares de trabajo, desarticulando la unidad al crear una multiplicidad de dependencias patronales,
además de representaciones sindicales diferenciadas.
El objetivo es similar al de la precarización, cuando se toman
trabajadores con modalidades que no reconocen la existencia de la re-
284
Daniel Campione
lación laboral, o le quitan la posibilidad de estabilidad y permanencia,
bajando costos y eludiendo responsabilidades para la empresa.
Esa tendencia patronal avanzó durante los años noventa y aun
después con escasos obstáculos. Incluso se dio el caso de que grandes
sindicatos se sumaron a la modalidad en su propio beneficio, constituyéndose en subcontratantes bajo la modalidad de cooperativas de
trabajo, disfrazándose de agencias de colocaciones para trabajadores
temporarios, avalando la contratación de pasantes, locaciones de obra9
y otras modalidades precarias.
Algunos de los últimos conflictos colocaron el tema en un lugar
central, y desarrollaron la solidaridad de los trabajadores estables y
reconocidos con las otras situaciones más endebles, y se logró el triunfo
de que se equiparara a los trabajadores de las subcontratistas o a los
situados en condiciones precarias.
Uno de los casos más resonantes en este campo lo han protagonizado los trabajadores de la empresa Taym junto al cuerpo de delegados
del subterráneo, al haber logrado incluir a empleados de limpieza, que
antes estaban bajo el sindicato de maestranza, en una categoría laboral
del convenio colectivo de Metrovías, que es el de la Unión Tranviarios
Automotor (UTA). Con esta lucha han logrado triplicar el sueldo y reducir la jornada de trabajo. De esta forma, los trabajadores de control de
evasión del subte tomaron también este reclamo, y lograron asimismo
ser contratados por una empresa que al igual que Taym pertenece al
grupo empresario Roggio, concesionario del subterráneo.
Los telefónicos de FOETRA-Buenos Aires han salido a dar pelea
en este sentido: se propusieron lograr la representación de todos aquellos trabajadores que las empresas Telecom y Telefónica han ubicado
de forma fraudulenta bajo el encuadramiento de otros sectores, como
son comercio y construcción. Previamente han resuelto el problema
de la estabilidad, la precariedad de los contratos y la recomposición
en los salarios.
En algunos casos, la situación de tercerización o subcontratación
abarca a miles de trabajadores, como en el yacimiento petrolífero Cerro
Dragón, en el sur del país, donde habría unos dos mil trabajadores empleados de subcontratistas que están afiliados al sindicato de albañiles
(Unión Obrera de la Construcción) y no al sindicato petrolero, y se lucha
por incluirlos en el régimen petrolero, más favorable a los trabajado9 “Pasantía” es el nombre que recibe en Argentina un peculiar contrato de aprendizaje,
dirigido a estudiantes, que so pretexto de contribuir a su formación los hace trabajar en
condiciones de indefensión y precariedad. La locación de obra encubre la relación laboral
bajo la apariencia de que no existe un trabajador sino un técnico o profesional independiente, que cobra por un resultado específico y no por tiempo de trabajo y carece por tanto
de la cobertura legal que corresponde a los trabajadores asalariados.
285
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
res10. Otro caso, en el ámbito industrial, se ha dado en la productora de
hierro Zapla, de Jujuy.
Hace muy poco tiempo se presentó un conflicto muy limitado en
sus alcances cuantitativos, pero de fuerte significado simbólico, en un
sector de trabajadores de la multinacional McDonald’s, encarnación
simbólica por excelencia de los modos posfordistas de organización de
la producción, el trabajo y el consumo.
En torno a estos procedimientos se juegan a veces disputas intersindicales, ya que en muchas oportunidades sectores del sindicalismo más conservador se prestan complacidos a que, a cambio de la
incorporación de un sector de trabajadores, se permita a la empresa
empleadora pagar menores salarios y colocar en peores condiciones a
un sector de los trabajadores que emplea.
Está por verse si este costado de la conflictividad deriva en un
punto de inflexión en el proceso de cesión de conquistas y precarización que los trabajadores han sufrido en las últimas décadas. Lo cierto
es que, en general, en el marco de conflictos más amplios, aparece la
reivindicación de homogeneizar el régimen de los trabajadores de una
misma empresa, recuperando valores y prácticas de solidaridad, y con
la tendencia a poner en revisión la pérdida de conquistas y las innovaciones regresivas que patronales y Estado instauraron, en especial
durante la década del noventa.
Reagrupamiento de las vertientes radicalizadas
Desde poco después de diciembre de 2001 ha existido la Asamblea Nacional de Trabajadores, que adoptó un perfil más ligado a los movimientos piqueteros (de desocupados) que a las organizaciones de trabajadores
ocupados, lo que en algún sentido se ha revertido últimamente.
En los dos últimos años, ha aparecido un núcleo impulsado desde
la fábrica recuperada Zanón, primero en forma de una agrupación regional, la Coordinadora del Alto Valle11, y luego en forma de una iniciativa
más amplia, agrupada en torno a un periódico, denominado Nuestra Lucha12. Los últimos meses se han visto jalonados por plenarios que inten10 Tras ocho días de huelga, los dos mil trabajadores de Cerro Dragón lograron un 100%
de aumento, al parecer sin haber alcanzado todavía su reconocimiento como trabajadores
petroleros (García, 2005).
11 Alto Valle del Río Negro es el nombre que recibe una zona del norte de la Patagonia
argentina, caracterizada por la producción de fruta, y en la que se encuentran las ciudades de General Roca, Cipolletti, Neuquén, Allen, Villa Regina y otras.
12 Se trata de un periódico editado por los trabajadores de Zanón y el sindicato de ceramistas de Neuquén, de frecuencia mensual, que aparece desde el año 2003. Informa
sobre las luchas de los trabajadores y otros sectores del movimiento social. Se edita en
papel y en Internet.
286
Daniel Campione
tan articular a las nuevas corrientes. Y el 1 de mayo de 2005 dio lugar a
un acto importante, que reunió a variadas agrupaciones de trabajadores
desocupados, junto a agrupaciones piqueteras y partidos de izquierda, y
se plasmó en un documento unificado que de alguna manera plantea un
programa de acción para el corto y mediano plazo del conjunto de las
organizaciones de las clases subalternas. Allí se afirma:
El movimiento obrero ha entrado en acción. El ascenso actual
viene precedido por las grandes luchas estatales y docentes de
mediados del año pasado. Desde fines de 2004 y en 2005, la
gran huelga de los trabajadores telefónicos y el gran triunfo de
los trabajadores del subterráneo, que venían de conquistar las
6 horas, abrieron una nueva oleada en donde los trabajadores
se lanzan a recuperar lo perdido en estos años recuperando
conquistas laborales y salariales, sobre todo, luego de la devaluación duhaldista, rompiendo el cepo salarial (Vocos, 2005).
A partir de esa constatación, se enlazan los argumentos para plantear
un conjunto de reivindicaciones obreras y de los trabajadores desocupados, completadas con condenas a las políticas del gobierno.
Un analista ha mencionado la conformación de una suerte de
“cofradía obrera” (Vocos, 2005), definida como un conjunto de sectores
de base que han tomado la lucha de compañeros de otras actividades
como propia, solidarizándose y apoyándolos en cada conflicto. Una de
las expresiones más elevadas en este sentido es la de los trabajadores del
subterráneo, que han parado el servicio recientemente, en solidaridad
con el conflicto en una línea aérea estatal y un hospital pediátrico. Las
huelgas de solidaridad, particularmente aborrecidas por las patronales
y el Estado, han retornado al escenario. Si bien el ámbito de predominio
de las conducciones sindicales tradicionales no se ha alterado sustantivamente, direcciones sindicales definidas como alternativas o de oposición han ganado un lugar importante en actividades del transporte y
los servicios públicos.
Un punto de convergencia de sectores radicalizados del movimiento obrero ha sido la lucha por la jornada de seis horas para todos
los trabajadores, concebida a la vez como mejora de las condiciones
de vida generales y como instrumento para combatir la desocupación,
forzando el ingreso de nuevos trabajadores en grandes cantidades. En
octubre de 2004 se lanzó un Movimiento Nacional por la Jornada de
Seis Horas, impulsado desde los trabajadores de subterráneos, con la
consigna de abreviar la jornada sin reducción de salarios. El mensaje
de solidaridad era claro: los obreros de esa rama, que reconquistaron
recientemente la jornada limitada (en su caso por razones de insalubridad), superan intereses estrechamente corporativos y encabezan el
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
reclamo por la extensión de la conquista a todos los trabajadores13 y la
generación de puestos de trabajo para desempleados, y buscan así la
solidaridad activa con las organizaciones piqueteras.
Otro síntoma de reactivación de corrientes radicalizadas es la
creación o activación de iniciativas intelectuales y artísticas ligadas al
movimiento obrero. Grupos de investigadores como Economistas de
Izquierda o el Taller de Estudios Laborales dedican parte sustantiva de
sus esfuerzos a la colaboración con el movimiento obrero. Son emprendimientos que datan de tiempo atrás, en algunos casos con varios años
de existencia, pero que encuentran ahora una particular resonancia,
y se asocian a reivindicaciones como la jornada de seis horas o emprendimientos de comunicación de los trabajadores “clasistas” como
el mencionado periódico Nuestra Lucha. Un conjunto de realizadores
cinematográficos y videastas llamado Grupo Alavío, con diez años de
actividad, con varias producciones sobre el movimiento piquetero y
fábricas recuperadas, ha realizado últimamente una producción titulada “Por una jornada laboral de seis horas”, que inauguró el acto por la
reivindicación que mencionáramos antes (Trabajadores y Delegados del
Subte, 2004). Iniciativas que antes tendían a centrarse en el movimiento
de desocupados o en las fábricas recuperadas se vuelcan ahora a reflejar
luchas obreras, procurando registrar el nuevo viraje en las luchas.
Movimiento obrero y piqueteros
A partir de 2003 se asistió a un desgaste y relativo repliegue de las organizaciones piqueteras, acompañado en la última etapa por tentativas
de reflexión colectiva, reagrupamiento y búsqueda de alianzas por fuera
del sector de desempleados y de articulaciones con proyección política.
El sentido común suele señalar entre las causales del desgaste piquetero el creciente desafecto hacia ellos de la clase media. En realidad,
también entre los trabajadores asalariados se ha generado desconfianza
y repudio hacia las acciones de los desempleados. Particularmente en
los amplios sectores que, por sus lugares o modalidades de trabajo,
se encuentran más directamente afectados por los cortes de ruta (los
del transporte urbano, todos los que se desempeñan en la zona céntrica de Buenos Aires, etc.). En los últimos meses, corrientes sindicales
combativas han tomado activamente en cuenta ese estado de ánimo
de los trabajadores, y han procurado tender caminos de acercamiento.
En testimonios provenientes de empresas en conflicto puede rastrearse
esta actitud, a través de acciones de solidaridad de los piqueteros con
trabajadores en conflicto, como ha ocurrido en el subterráneo o en el
hospital Garrahan. Los desocupados colaboran con el desarrollo de la
13 El acto inaugural fue el 29 de octubre de 2004, con la asistencia de 3 mil personas.
288
Daniel Campione
medida de fuerza, a través de medidas de solidaridad efectiva, y de ese
modo contribuyen a revertir las resistencias que se han generado entre
los trabajadores. En una reciente entrevista, un delegado de subterráneos, Roberto Pianelli, relataba:
Hicimos una jornada donde participaron la FTC, el Polo Obrero, el Teresa Vive, el MTR, todas las organizaciones de desocupados, que participaron haciendo un bloqueo y repartiendo
propaganda favorable a la huelga en las bocas del subte. Algunos compañeros preguntaban por qué venían, qué es lo que
quieren. Y otros con reticencias: “Son los que me cortan el camino y yo llego tarde al laburo”. Entonces hicimos asambleas
con ellos. Eso logró que se empezara a revertir la situación de
demonización, sumado a que las organizaciones de desocupados vinieron a solidarizarse cuando tuvimos conflictos largos
(Lavaca.org, 2005).
Con un alcance más general, se impulsan iniciativas que estimulan la
convergencia entre trabajadores ocupados y desocupados, como núcleo
de entendimientos sociales más amplios. En esa línea se ha generado,
en 2004, el Frente Popular Darío Santillán, que reúne a corrientes del
movimiento piquetero con agrupaciones que actúan en el terreno sindical. También hubo otras creaciones, como la mencionada de Nuestra
Lucha, y la mayor presencia de organizaciones de integración “mixta”
existentes desde antes, como la Asamblea Nacional de Trabajadores.
Algunas corrientes de izquierda parecen estar revisando la actitud
de los últimos años, de privilegiar en la práctica las acciones de los
desocupados sobre la actuación entre quienes conservan su trabajo,
y hasta se insinúa una cierta inversión de la corriente, en tanto que
destacan la pertenencia obrera de los movimientos de desocupados,
identificación que, por otra parte, siempre se reivindicó desde el interior de tales agrupaciones.
Movimiento obrero y empresas recuperadas
Las estimaciones sobre la cantidad de establecimientos “recuperados” y
de trabajadores involucrados son imprecisas, y suelen variar bastante.
De todas maneras coinciden en no elevarse mucho más allá de doscientas empresas y de una decena de miles de trabajadores. Por encima
de los criterios estrictamente cuantitativos, la relevancia y repercusión
alcanzadas superan lo que aquellos indicarían. La recuperación de empresas tiene un gran valor ejemplar, y sigue creciendo a través de nuevas
empresas que entran en crisis y son recuperadas. Se ha venido convirtiendo en un mecanismo habitual de mantenimiento de las situaciones
de trabajo en condiciones de abandono, quiebra o vaciamiento por parte
289
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de los empresarios. Todo el tiempo aparecen nuevas empresas recuperadas, más allá de la floración del fenómeno en los meses subsiguientes
a diciembre de 2001, de la mano de la activación social y política asociada al momento más agudo de la crisis. Incluso en establecimientos
de envergadura, como el importante frigorífico La Foresta, que luego
de una prolongada crisis empresaria fue recuperado en estos últimos
meses. La recuperación sigue siendo un núcleo de conflictividad, que
se despliega con variadas causas y modalidades.
Los trabajadores enfrentan distintos adversarios a la hora de
hacerse con o afirmarse en el control de las empresas. Las antiguas
patronales en algunos casos; en otros, empresarios aspirantes a encargarse de las plantas mediante compra, locación u otros mecanismos;
más síndicos, administradores o jueces con frecuencia interesados en
que la organización obrera ceda el paso nuevamente a patronales privadas. Desde el caso señero de Zanón, en el que siguen produciéndose
tentativas de reprivatizar la empresa, pasando por el conflicto desatado
en Ymca por problemas económicos y la confrontación entre dos “centrales” de empresas recuperadas, hasta el de empresas importantes en
situación de crisis y en las que aparece en el horizonte la posibilidad de
recuperación por los trabajadores, como la productora de lácteos Parmalat, el cuadro de las empresas recuperadas es todo menos estable. Su
presencia pública sigue siendo elevada, y sobre ella se montan incluso
variadas operaciones políticas, muchas de las cuales están dirigidas
desde ámbitos de gobierno.
Una mención aparte merece la empresa Zanón, de Neuquén que,
acompañada por la conducción del sindicato de ceramistas de dicha provincia, al que pertenecen sus trabajadores, se ha proyectado una y otra
vez hacia el escenario nacional con consignas del tipo “Si los trabajadores
podemos manejar una fábrica, podemos manejar el país” y presentándose como modelo de administración obrera exitosa a través del aumento
de la producción y el incremento del número de trabajadores.
Últimamente ha tomado particular relieve el hotel Bauen, del
centro de Buenos Aires, que controlado por una cooperativa de trabajadores se ha convertido en virtual punto de encuentro de variadas
organizaciones sociales, que organizan allí congresos, conferencias y
debates. El trabajo específico como hotel se vincula a la actividad social
y política, y lo convierte en una suerte de centro político-cultural de los
movimientos de lucha y resistencia. El establecimiento sufrió un allanamiento y una tentativa de desalojo, pero su caso se ha dotado de una
visibilidad que hace difícil el éxito de tales acciones14. En cuanto a su
14 El allanamiento se produjo el día 5 de junio de 2005. El motivo esgrimido fue problemas de seguridad en el edificio.
290
Daniel Campione
funcionamiento como empresa, tiene la particularidad de que de unos
40 trabajadores iniciales ha pasado a 115, expandiendo así la planta de
personal.
Las estructuras sindicales tradicionales
Estas siguen mayormente incólumes, mas allá del fortalecimiento de
corrientes antiburocráticas, la autonomización de comisiones internas y
la atención despertada por conflictos que no controlan. Incluso algunos
sectores demuestran capacidad de encabezar conflictos que incluyen
acciones fuertes cuando las situaciones son propicias, como ocurrió durante el mes de junio en tres terminales automotrices de primera línea
(Ford, Volkswagen y Daimler Chrysler), con un corte de ruta de vasta
resonancia protagonizado por varios centenares de trabajadores de esas
empresas situadas en la zona suburbana norte de Buenos Aires.
Lo más importante en el plano institucional fue la reunificación de la CGT en una sola central (se hallaba dividida desde los años
noventa). Pero rápidamente se produjeron divergencias en el seno de
la nueva conducción provisoria, con el resultado, hasta ahora, de una
virtual escisión de la central. De todas maneras, resulta significativo
que los que se escindirían son un sector ahora minoritario, pero que
fue mayoría durante muchos años. Inversamente, el nuevo líder, Hugo
Moyano, es el representante de una tendencia que se distingue por su
propensión a la realización de movilizaciones amplias y actitudes más
combativas. Dicha conducción se encuentra más próxima al tradicional “vandorismo”15 que al sindicalismo empresario característico de
los noventa. Encabeza una coalición heterogénea, pero de consolidarse no escapará al sesgo movilizador y limitadamente combativo de
su dirigente máximo y sus aliados más antiguos y consecuentes, los
gremios del transporte. Más que de una crisis global de la burocracia
sindical, puede hablarse de una situación crítica para los sectores más
afines a las reformas neoliberales de los noventa, que basan su predominio en los servicios a los afiliados y las buenas relaciones con las
patronales y otros sectores de poder, pero que tienen escasa capacidad
de lucha y movilización.
La corriente que ahora aparece imponiéndose tiene que ver con
cierto combativismo de las décadas anteriores, y se ha inclinado decididamente al apoyo al gobierno actual. De todos modos, la entronización
15 Por Augusto Timoteo Vandor, dirigente sindical emblemático de posiciones que tendían
a una visión corporativa del movimiento obrero, compatible con una actitud “combativa”
en la lucha reivindicativa, pero ligada a una estrategia de acatamiento a las relaciones
fundamentales de la sociedad capitalista. Vandor fue muerto en 1969 por guerrilleros vinculados al peronismo. Durante los noventa, predominó un sindicalismo poco propenso a
las luchas y a planteos reivindicativos en general.
291
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de esta nueva conducción de la CGT podría derivar en un nuevo impulso
de la central para competir en la actitud de movilización y combatividad
con los sectores o las comisiones internas que activen los conflictos.
El hecho es que la reunificación surgió en 2004, con impulso
oficial, como una vía para devolver protagonismo a la organización
sindical tradicional, y subsidiariamente como un operativo de “salvataje” de los sindicatos más conservadores, que se habían quedado sin
política más allá de los límites más estrechamente corporativos. Un año
después, estos últimos gremios parecen volver al punto de partida de
relativo aislamiento corporativo mientras la nueva conducción cegetista
quedó en parte paralizada por las disputas internas estalladas de inmediato a la unificación. El gobierno cuenta así con una CGT que tiende
a serle adicta, pero que puede verse presionada a adoptar posiciones
de combatividad creciente, lo que por otra parte contradice la práctica
que sus dirigentes desarrollaron en etapas anteriores, en el MTA y en
la CGT “rebelde”16.
En contraposición, a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA),
que aparecía en los albores del gobierno de Kirchner como la central obrera más cercana a este, se le ha negado la personería gremial como entidad
sindical de tercer grado, lo que desató un reclamo de dicha organización
en pro de la libertad sindical. La CTA ha desarrollado en los últimos tiempos una actitud menos expectante hacia el gobierno de Kirchner, aunque
sin volcarse a una oposición neta. Por ejemplo, su principal sindicato, la
Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), se incorporó a una instancia
de negociación que hasta ese momento había rechazado: las convenciones
colectivas de trabajo de la administración pública. Sin embargo, en otra
dirección, encabeza fuertes conflictos gremiales en curso, especialmente
en el área de salud de la provincia de Buenos Aires.
Ni las clases dominantes, ni el gobierno, ni tampoco las conducciones sindicales parecen tener una política clara para esta nueva
etapa, y el proyecto de contrarrestar a expresiones nuevas mediante el
estímulo a la acción sindical viene demostrando sufrir contradicciones
complejas y ser de dudoso éxito.
La cuestión de la democracia sindical
El debate en torno a la democracia sindical tiene décadas de vigencia
en Argentina. Por un lado, por la existencia de direcciones sindicales
que manejan los estatutos gremiales, y las elecciones tanto del sindicato
como de nivel de establecimiento, y que mantienen alianzas tanto con
los empleadores como con las autoridades estatales para que avalen
16 Estando la CGT dividida en dos conducciones antagónicas, la que lideraba Moyano, de
tendencia más “combativa”, era denominada de ese modo en los medios de comunicación.
292
Daniel Campione
su actuación y las normas que imponen. Si bien no puede afirmarse
válidamente que esas conducciones mantienen su predominio sólo por
el fraude electoral y la connivencia con las patronales y el Estado, lo
cierto es que esas prácticas se asocian en un lugar no secundario con
el consenso, a menudo pasivo y resignado pero efectivo, que mantienen
en franjas mayoritarias de la clase trabajadora en Argentina, y con el
paralelo y sistemático sabotaje al fortalecimiento de corrientes de oposición u organizaciones sindicales autónomas de su dominio.
La legislación argentina continúa con una normativa que tiende
al monopolio de representación sindical. En la generalidad de los casos,
existe un solo sindicato por actividad dotado de la denominada “personería gremial”, que es el único que puede designar delegados protegidos
contra despido, declarar medidas de fuerza legales, percibir aportes de
las propias patronales, etc. Las restantes organizaciones pueden actuar,
pero sin tener ninguno de los derechos de representación y protección
que enumeramos.
Esa carencia de libertad de agremiación ofrece una base para
el mantenimiento de prácticas antidemocráticas, pero estas se sustentan de modo aún más directo en un sistema sindical que no prevé la
representación de minorías en la conducción, que no da lugar a la revocatoria de mandatos y que reconoce escasas facultades a los niveles
de base, cuyos mandatos son sencillos de tergiversar (Lucita, 2005).
Todo ello se conjuga con la vigencia de estatutos que exigen requisitos
desmedidos cuando no absurdos para presentar listas a elecciones. De
todas maneras, no debe perderse de vista el componente de consenso
que las direcciones sindicales más burocratizadas mantienen, en gran
medida basado en concepciones de conciliación de clases y confianza
en la colaboración con el aparato estatal, provenientes de la tradición
del peronismo, con el que sigue identificándose la mayoría de los trabajadores, si bien sin el fervor del pasado. Y tampoco debe olvidarse
que buena parte de ese consenso no deriva de la representación sindical en su sentido más estricto, sino de una serie de servicios, auxilios
y ventajas que los sindicatos oficiales pueden proveer a sus afiliados,
vía atención sanitaria, servicios turísticos, auxilios económicos, ayuda
escolar, capacitación, patrocinio legal. A ello se suma una red menos
explícita de intercambios de tipo clientelista, de patrocinios informales
ante las patronales, de consecución de empleo en el gremio (a veces
en la propia estructura sindical) para familiares y amigos. Todo este
sistema se ha visto deteriorado en lo financiero y en su apoyo político
en los últimos años, pero no ha caducado, ni mucho menos. Se ha visto
incluso a algunos dirigentes sindicales hacer campaña para ser reelegidos basados en sus dotes de administradores, marginando cualquier
proselitismo ligado a la conducción reivindicativa. Las oposiciones de-
293
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
mocratizadoras y combativas suelen no asignar su real dimensión a
esta intrincada gama de relaciones de las burocracias sindicales y el
asentimiento que ella les proporciona, lo que los lleva en muchos casos
a estrellarse frente a un problema cuya importancia, y a veces su misma
existencia, desconocen.
También existe el problema de que las agrupaciones de origen peronista o afín, por más opositoras y antiburocráticas que sean, abrevan
por lo general en un modelo de conducción también verticalista y con
tendencias autoritarias, reacio a las representaciones minoritarias y al
rol protagónico de las asambleas. En la CTA, por ejemplo, reivindican
la libertad de agremiación contra el régimen de personería gremial,
pero mantienen una actitud mucho más circunspecta respecto de la
implantación de otros rasgos democratizadores.
La relación con el gobierno
El gobierno de Kirchner ha desarrollado en el plano de la política laboral en general, y hacia los sindicatos en particular, uno de sus empeños
rectores: el de recuperar el lugar de estadista para el personal gobernante, y la ubicación del aparato estatal como árbitro de un conflicto
social que cuenta con tres partes y en el cual la administración es la
que tiene la última palabra. Ante la fuerte presencia pública de las organizaciones de desocupados, expresada sobre todo en las frecuentes
manifestaciones y cortes de calles, apuntó a incrementar la actividad y
presencia sindical, como factor de equilibrio frente a la gravitación casi
exclusiva en los ámbitos públicos de los piqueteros y las organizaciones
de izquierda durante los años 2002 y 2003. En su momento favoreció la
reunificación de la CGT, elaboró acuerdos políticos con amplios sectores del sindicalismo para las elecciones de octubre de 2005 y estimuló
la posibilidad de que recuperen un lugar importante las negociaciones
colectivas entre sindicatos y empresarios con auspicio estatal17.
En términos jurídicos y simbólicos, el papel arbitral del Estado en
materia laboral tiene su máxima expresión en los convenios colectivos de
trabajo. Ellos son la expresión quintaesencial de la conciliación de clases
en un Estado capitalista moderno, que participa de las tratativas y da el
exequatur a los acuerdos alcanzados desde una posición tutelar, no sólo
de protección de la ley, sino de custodia de la equidad material y social de
los arreglos. Sólo su homologación da forma al convenio, que a partir de
allí se comporta en la práctica como una ley, en cuanto norma general y
obligatoria, cuyos efectos van más allá de las partes signatarias. El año
2004 fue, en efecto, el del resurgimiento en gran escala de los convenios
17 En Argentina rige un sistema de negociaciones colectivas de trabajo establecido en los
años cincuenta, que suele tener largos períodos de “letargo” en su aplicación efectiva.
294
Daniel Campione
colectivos, instancia bastante relegada desde 1990, un lapso de trece años
en el que el número de convenciones colectivas fue bajo, y en general se
celebraban por empresa y no por rama o actividad. El gobierno colocó
en el Ministerio de Trabajo a un destacado abogado laboralista, con una
larga trayectoria de vinculación con organizaciones sindicales tales como
la Unión Obrera Metalúrgica (UOM)18. La política que se ha fijado, avalada por el gobierno de Kirchner, es la de reequilibrar las cargas al interior
del movimiento de las clases subalternas. Los piqueteros son visualizados
como un adversario menos deseable y compatible con la gobernabilidad
que el sindicalismo. El gobierno ha estimulado la intensificación de negociaciones salariales formales (convenios colectivos) como parte de sus
esfuerzos para normalizar la escena social y devolver protagonismo a la
conducción sindical, en particular en sus vertientes más tradicionales. A
lo largo del primer trimestre de 2005, se celebraron 82 convenios, de los
cuales 59 contuvieron aumentos salariales. Según datos oficiales del Ministerio de Trabajo, durante 2004 se concretaron 349 convenios colectivos, lo que duplica el promedio de los diez años anteriores. Y se ha vuelto
a las negociaciones no por empresa sino por actividad, que prácticamente
habían desaparecido durante los noventa (MTEySS, 2005). Mas allá de
que el contexto económico favorece el florecimiento de las convenciones,
ello articula con la política gubernamental en la materia en cuanto a recolocar al sindicalismo tradicional en un lugar de conducción de amplios
sectores de las clases subalternas. Nada mejor para ello que facilitar la
obtención de mejoras por la vía en principio consensual, no conflictiva,
de las convenciones colectivas. Además, ello le permite al Estado eludir
tanto el rol de pasivo legitimador de los avatares del mercado como el de
regulador coercitivo de las relaciones laborales, y autocolocarse en un
supuesto “equilibrio” en su nivel de intervención. Tras decretos que otorgaron aumentos a los trabajadores públicos y privados, en estos últimos
meses se ha anunciado que la vía para los reajustes es la del convenio.
De esta forma, desde el gobierno se instaura la “normalidad”, pero no
una que remite al preludio inmediato de la crisis, sino a las prácticas
imperantes antes de la era Menem.
Es preciso señalar que al comenzar a aplicarse efectivamente un
convenio colectivo para la administración pública, firmado en 1999, los
trabajadores estatales ingresan en gran escala en esta modalidad, ampliando el espectro tradicional, básicamente limitado a los asalariados
con patrones en el sector privado.
Así despunta una tentativa, en cierto modo exitosa, de normalizar la conflictividad gremial, canalizándola a través de negociacio18 Carlos Tomada es, en efecto, un famoso abogado laboralista, ligado al sector sindical,
pero también a la docencia universitaria y de posgrado en la materia.
295
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
nes que, en la mayor parte de los casos, logran mejoras salariales
para los trabajadores representados. Las conducciones sindicales
tienen oportunidad de lograr aumentos salariales sin conflicto, o
con medidas de fuerza acotadas y vigiladas desde la autoridad laboral. Y en muchos casos, cámaras empresariales de actividades en
crecimiento se hallan relativamente proclives a otorgar incrementos
salariales con tal de evitar confrontaciones que puedan afectar su
nivel de producción y ventas.
A modo de conclusión
El proceso que estamos analizando puede entenderse como parte de una
transición que se articula con varios procesos vividos en la Argentina
reciente. La pretensión de colocar al movimiento obrero en el lugar de
un repliegue definitivo, de un declive de su gravitación tanto subjetiva
como estructural ha sido desmentida una vez más por los hechos. De
lo que se trata, en todo caso, es de un conjunto social que emerge de
una profunda reestructuración, en la que sufrió importantes retrocesos
en sus conquistas y derrotas en sus luchas, adaptándose a una nueva
situación y a prácticas que tienden a renovarse parcialmente. Y que
invita a reconceptualizar, no a abandonar, la idea de la gravitación del
movimiento obrero en Argentina, que por cierto debe incluir a los trabajadores desempleados y a los que realizan su trabajo en modalidades
contractuales y organizativas que no están configuradas al modo de
la relación salarial clásica ni están incluidas en las representaciones
sindicales tradicionales.
Durante largos años, las acciones predominantes por parte de las
patronales y el Estado tendieron a recluir a los trabajadores en un nivel
de acción y conciencia circunscripto al impulso económico-corporativo
más primario, a debilitar su nivel de organización y diluir la conciencia
de pertenencia a un universo de trabajadores. Este proceso mundial
se experimentó con particular agudeza en Argentina, y las expresiones obreras se vieron en gran medida reducidas a defender, a menudo
sin éxito, sus conquistas históricas. Hoy los resultados de las reformas
conocidas como neoliberales ya no son amenazas a tratar de conjurar,
sino hechos a revertir. Las últimas luchas obreras en Argentina las ponen en tela de juicio con progresiva claridad, y comienzan a lograr algunos triunfos en orden a revertirlas, cierto que con un tiempo de retraso
con respecto a otras expresiones de las clases subalternas. Estas luchas
llevan en su interior las semillas de la rebelión popular de 2001-2002.
Es importante, con todo, visualizar esta reactivación no sólo en
sus potencialidades, sino también en sus límites, ya que suelen predominar visiones económico-corporativas de la situación de conflicto que,
si bien pueden plantearse solidaridad al interior de la clase o visualizar
296
Daniel Campione
los beneficios de la expansión de las luchas, tienden a circunscribirse a
lo reivindicativo, sin cuestionar las relaciones sociales más en general
ni plantearse la articulación con otros sectores sociales19.
El movimiento es incipiente; sólo alcanza a una parte de los trabajadores, con epicentro en el ámbito estatal y algunos sectores del
transporte, las comunicaciones y los servicios. La perspectiva predominante en los trabajadores que entran en conflicto no es la de transformación revolucionaria de la sociedad, ni siquiera de reformas decisivas,
sino de recuperación del nivel de vida y de poner coto al poder casi
ilimitado adquirido por las patronales en los lugares de trabajo. Si el
pacto con los trabajadores originado en los años cuarenta ha sido dejado sin efecto a lo largo de la década de los noventa por las patronales y el
Estado, ha pervivido, con variantes, como cosmovisión mayoritaria en
la sociedad argentina, y los discursos que plantean de alguna manera
el retorno a políticas sociales universales, negociaciones tripartitas, y
políticas económicas proteccionistas de la producción local continúan
teniendo un eco mayoritariamente favorable.
De todos modos, la reactivación del movimiento obrero marca
un aporte importante a la expansión de las prácticas de lucha social
y del cuestionamiento a las reformas neoliberales. Más allá de las expectativas favorables despertadas por el gobierno actual y de la pervivencia de una conciencia marcada por un deseo de “retorno al pasado
feliz” y proclive a la confianza en la recuperación del papel regulador
del Estado, las contradicciones tenderán a agudizarse, en un orden
social que carece de bases para un sólido ascenso de las condiciones
de vida y de la participación política efectiva para el conjunto de las
clases subalternas.
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ocupados en la Argentina de los últimos años: novedades y
continuidades en su participación y organización en los conflictos”,
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agosto, mimeo.
19 Puede compartirse en general lo que se señala en un artículo muy reciente: “Uno de los
problemas principales es que la lucha salarial expresa una ‘subjetividad elemental’, sindicalista, corporativa, que separa la pelea económica de las luchas políticas. No obstante la
existencia de jalones más avanzados, lo que prima de conjunto, circunscripto por la lucha
salarial, es la idea de una lenta evolución de recomposición sindical que influye en las
nuevas organizaciones y referentes de los trabajadores. Hay corrientes en el movimiento
obrero que se adaptan a este estadio elemental de las luchas de las masas, transformando
este momento inicial en un fin en sí mismo” (Meyer y Gutiérrez, 2005: 27).
297
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298
Orietta Favaro
Graciela Iuorno*
Sujetos, política y conflictos en la
Patagonia argentina
Los años ochenta en América Latina se caracterizaron por un
fuerte endeudamiento externo, la crisis de la deuda de 1982 y sus continuas negociaciones, conjunto de cuestiones que colocaron a la región
en condiciones de aplicar los postulados del Consenso de Washington.
Para el caso de Argentina, se introdujeron modificaciones a la estructura económica con la resistencia de los trabajadores que tenían fuerza
sindical y política. Estos actores ejercían presión sobre el Estado y las
empresas, limitando la capacidad de hacer rentables las inversiones;
la crisis no sólo era política, se extendía al ámbito social y económico,
donde el bloque de poder inducía una redistribución regresiva del ingreso acompañada de una constante inflación (Gambina y Campione,
2002: 36-37). La crisis hiperinflacionaria de 1989-1990, similar a la de
2001-2002, se inscribe en el marco de las crisis mundiales por imponer
un modelo de acumulación con predominio de la valorización financiera, y expuso el conflicto entre las fracciones de la clase dominante para
definir el nuevo régimen de acumulación y apropiarse del excedente,
movilizando recursos de poder para que el Estado instrumentara medi*Docentes e investigadoras de la Universidad Nacional del Comahue y del Centro de
Estudios Históricos de Estado, Política y Cultura, miembros de CLACSO. Neuquén,
Argentina.
299
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
das económicas que favorecieran a una u otra fracción. Las condiciones
internacionales permitieron el triunfo de la fracción burguesa a favor
de las políticas neoliberales (entre otras, apertura del mercado, ajuste
fiscal y privatizaciones). La resolución de la crisis se concretó en la
esfera gubernamental en un proyecto que se inició con dictaduras en
América Latina, países donde se ensayaron políticas luego dominantes
en los estados centrales. En Argentina, la dictadura de 1976, que se
propuso desarticular el intervencionismo económico y restablecer la
libertad de mercado, había triunfado con la adhesión de empresarios y
dirigentes de los principales partidos, y dejó como herencia una fuerte
crisis estatal y un deterioro en la sociedad, la política y la cultura. Luego
del desorden de la transición, Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical
(UCR), en 1983, se presentaba como un garante del orden y fundador
de una nueva era. Con la promesa de la democracia se conmovió a la
ciudadanía, harta de vivir en la incertidumbre y la improvisación de los
sucesivos gobiernos, y “aunque el proceso legaba un Estado destruido,
entregaba la posta también de un mito estatal que probaba ser capaz
de sobrevivir al agotamiento de recursos que antaño parecieran inagotables” (Novaro y Palermo, 2003: 543-544).
En este contexto de la historia reciente argentina, el objetivo central de este artículo es plantear consideraciones y caracterizaciones
sobre las protestas, cortes de ruta, puebladas y conflictos de los sujetos
sociales involucrados en áreas subnacionales poseedoras de recursos
(entre otros, los hidrocarburos) frente a las privatizaciones de los años
noventa. Asimismo, analizar las acciones colectivas más importantes
de los empleados públicos provinciales en el marco del ajuste fiscal de
dicha década. Nos interesa efectuar una aproximación a los casos en
las provincias patagónicas (Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y
Tierra del Fuego1) por dos razones fundamentales.
En primer lugar, porque la historiografía nacional destinó vastos
espacios y las editoriales privilegiaron los estudios de cientistas sociales cuyos trabajos tienen como área de análisis, en general, la pampa húmeda y el litoral argentino. Sin poner en duda su cientificidad
y seriedad académica, una deficiencia importante de la que adolecen
esas prácticas historiográficas es el exiguo tratamiento destinado a los
análisis sobre las provincias argentinas, en este caso particular, las de
la Patagonia.
En segundo término, porque las políticas neoliberales aplicadas
en Argentina a partir de los noventa dieron lugar, por una parte, a movilización, resistencias y huelgas de los empleados públicos en las pro1 La región patagónica, con Tierra del Fuego incluida, representa el 35% de la superficie
del país, el 7% de la población y el 7% del PBI.
300
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
vincias patagónicas afectados por la reforma del Estado y el ajuste fiscal
y, por otra, a la privatización de las principales empresas estatales que
explotaban recursos fundamentales, lo que provocó protestas, cortes
de rutas, puebladas y la emergencia de un sujeto nuevo: el piquetero.
Se trata de un sujeto social que se instaló como actor político en la
escena nacional y cuya metodología de acción, con especificidades propias, se reprodujo en otras localidades poseedoras de recursos mineros,
así como en algunas ciudades del conurbano bonaerense, ligadas a los
cambios en los sectores populares producto del proceso de desindustrialización que se desplegó en el país desde los años setenta.
Voces convergentes, resultados divergentes en los
nuevos espacios
Es necesario recordar que los espacios de estudios fueron territorios
nacionales entre 1884 y 1955, año en que se convirtieron en nuevas provincias argentinas. Nos referimos, entre otras, a Neuquén, Río Negro,
Chubut y Santa Cruz. Tierra del Fuego se provincializó recientemente,
en 1991. La denominada “Revolución Libertadora” que derrocó a Perón
pospuso la efectiva institucionalización de los nuevos estados hasta
1958, año en que eligieron por primera vez a sus gobernadores.
El Estado nacional tuvo un papel predominante, no sólo por la
relación de dependencia en la que mantuvo a estas áreas, en las que
designó a las autoridades por más de setenta años, sino también porque
explotaba prioritariamente sus recursos, entre otros, el petróleo y el
carbón, a través de empresas como Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF), Yacimientos Carboníferos Fiscales (YCF) y Hierro Patagónico
Sociedad Anónima Minera (HIPASAM). Desde su conformación, las
nuevas provincias tuvieron una fuerte vinculación con el poder central
y reprodujeron en su interior administraciones centralizadas y economías estatizadas, ya que la mayoría de ellas dependen, aún hoy, de las
regalías que ingresan por concepto de exportación de sus recursos. Los
casos de Río Negro y Tierra del Fuego muestran algunos matices diferenciadores –fruticultura y turismo–, aunque la línea planteada resulta
la generalidad en el espacio patagónico.
La presencia de la instancia federal en la década del setenta también fue importante en la creación de parques industriales, promoción
industrial, regional y sectorial, con tasas de subsidios y beneficios otorgados por los regímenes, que indujeron la radicación de ramas industriales e incentivaron su instalación y la creación de establecimientos
de reparación, descentralizándose rubros de la economía (y del conflicto). Con la incorporación del capital multinacional se modificó la
configuración territorial, impulsando el crecimiento de determinadas
provincias o regiones, mientras otras se rezagaban considerablemen-
301
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
te. Las economías regionales sufrieron la falta de crédito, las elevadas
tasas de interés y los vaivenes macroeconómicos y, si bien los procesos
de industrialización y modernización llegaron al área patagónica, la
velocidad del crecimiento fue inferior a la zona del litoral y dispar en el
interior de las propias provincias de referencia. En este orden, la empresa pública tuvo un papel notable como motor de desarrollo a través de
la inversión estatal y, aunque con características heterogéneas, mostró
niveles de eficiencia y calidad en las prestaciones de servicios. Siempre
afectadas por la crisis política y la discontinuidad de su conducción,
fueron organismos que en más de una oportunidad se utilizaron como
instrumentos de política económica; por ejemplo, para aumentar la
recaudación general del Estado.
La dictadura de 1976 tuvo un proyecto basado en el diagnóstico
de la crisis que hicieran los militares con anterioridad al golpe y una
concepción sobre la vía para solucionarla. Se trataba de una crisis crónica –según las fuerzas armadas– enraizada en un modo perverso de
relación con la sociedad y el Estado; los militares negaban la política
y trataron de eliminar toda forma de disenso. En esta circunstancia,
cada espacio con partidos provinciales y nacionales no fue ajeno a esa
“modernización desde arriba para ejercer una dominación social conservadora” fundada en las políticas liberales del ministro José Alfredo
Martínez de Hoz (Sidicaro, 2004: 92). La privatización de la vida política que hizo el régimen autoritario no impidió los “sótanos del poder”,
es decir, que la política se llevara tras bambalinas y se convirtiera en un
escenario vedado y velado donde se decidieron prácticas de catacumbas, nuevos sujetos sociales –invirtiendo representaciones– que fueron
convocados subrepticiamente a estos verdaderos tinglados subterráneos, sucedáneos de las arenas políticas tradicionalmente expuestas a
la luz pública (Oszlak, 1984: 39).
La privatización de la sociedad no derivó en la desaparición de la
política, sino en la transformación de sus prácticas. Varias cuestiones,
entre ellas la guerra de Malvinas (1982), que para los patagónicos tiene
un enorme significado, pusieron fin a los cuarteles de invierno. Dicho
conflicto armado había sido la última estrategia de la dictadura para
prolongar la dominación militar. La guerra contra un enemigo externo,
que llevó a una sociedad a quedar prisionera de su lógica, fracasó y
el desorden total del régimen, sumado a la situación económica y social, creó una crisis generalizada. La descomposición castrense alentó
a los actores políticos con aspiraciones a una refundación democrática
que no implicaba la reedición de anteriores transiciones; por ello, las
fuerzas políticas se reunieron en la Multipartidaria (organización que
agrupaba a todos los partidos políticos) para desarrollar una estrategia
moderada y de negociación con el régimen en retirada; sin un poder
302
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
civil estructurado y totalmente movilizado, pero pudiendo actuar como
canal de expresión de grupos de interés de la sociedad. Muchos de los
que votaron a Alfonsín tenían como objetivo derrotar a la dictadura, y
cerrar de esta manera un ciclo. Pero los problemas continuaron, aunque las autoridades democráticas tenían el camino para crear el orden
utilizando la fuerza legítima; en la región ya a mediados de los ochenta
se produjeron acciones colectivas que movilizaron distintos recursos y
oportunidades políticas. Las demandas sociales tempranamente fueron
expresadas de forma pública por sindicatos y organizaciones socialeseconómicas; hubo rebeliones populares que operaron con rasgos definidos de localización y singularidad, por ejemplo, entre otras, la huelga de
hambre de los obreros de la construcción (UOCRA) neuquinos en 1984
(Carrario y Campos, 1996: 30-31), las huelgas de los docentes rionegrinos (UNTER) en 1987, los tractorazos de los productores valletanos2 en
los años setenta, la pueblada de Las Lajas (Neuquén) en 1987, la rebelión
popular de Catriel (Río Negro) en 1987.
Protestas, resistencias y conflictos en los noventa
Las protestas y resistencias de los sujetos sociales en la Argentina de
los noventa, frente a la política estatal de ajuste fiscal y privatización
de empresas públicas, condicionadas por las secuelas de la dictadura
militar, provocaron alteración en la direccionalidad peronista del movimiento obrero. Por un lado, estaban vigentes los efectos del régimen con
su correlato de víctimas de la represión de origen popular y, por otro, la
descomposición de la dominancia peronista en el movimiento obrero,
en un proceso que se aceleró durante el gobierno de Carlos Menem.
La desindustrialización que se llevó a cabo desde la dictadura y
posteriormente la reforma del Estado provocaron severas consecuencias
tanto en la instancia central como en la sociedad. Disminuir la intervención estatal en la economía fue una consigna clave, que afectó servicios
y preparó el camino para la privatización posterior al generalizar la idea
sobre la ineficacia del intervencionismo en áreas de servicio. Las medidas económicas, políticas y sociales produjeron cambios en el mundo del
trabajo, que disminuyeron los asalariados y el salario real; se incrementaron los trabajadores autónomos con deterioro del sistema previsional y
las obras sociales bajo control de los sindicatos (Lobato y Suriano, 2003:
115-121). Pocos años después, Menem no sólo llevó adelante una ruptura
con la tradición peronista, sino que también, con ciertas ambigüedades
inicialmente pero con decisión después, asumió como propio el programa
neoliberal. La apertura de la economía, la desregulación y la privatización
2 Esta modalidad de protesta se produjo sobre la Ruta Nacional 22, también en los años
ochenta y en los noventa.
303
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de las empresas públicas se convirtieron en el eje de la etapa inicial que
incluyó la hiperinflación de 1990 (Sidicaro, 2005: 41-43), lo que dio lugar a
acciones colectivas, que en parte son procesadas por el sistema político en
su dimensión nacional y provincial. Si bien lideró la protesta en los primeros años de los noventa, al sindicalismo (la CGT Azopardo con Ubaldini
y la CTA) que reunía los reclamos de docentes y de empleados estatales y
de salud en las provincias no le fue posible armar una estrategia global
frente al modelo económico que se imponía. La reestructuración de la
administración pública afectó a los empleados estatales porque perdían
sus empleos, tenían problemas con el cobro de sus salarios y se producía
el congelamiento de la carrera administrativa. A su vez se daba la privatización acelerada de las empresas del Estado, a veces sin grandes movilizaciones de protestas, excepto pocos casos, y sin apoyo de los sindicatos,
que en su mayoría ingresaron en el proceso de negociación con el gobierno,
transformando la economía. Sus resultados provocaron la constitución de
sujetos y organizaciones, aunque sin demasiada articulación, que tomaron
la forma y dinámica propias de una resistencia característica de las transformaciones operadas en el régimen de acumulación que emergía, y los
trabajadores asumieron la diversidad frente a lo nuevo, tanto territorial
como sindical (Gambina y Campione, 2002: 173-178). Fueron expresiones
signadas por la inorganicidad, que se mostraron a través de diferente configuración, con la desarticulación del activo militante organizado por los
sindicatos, grupos y partidos políticos. El sujeto de la protesta, en tiempos
del disciplinamiento social y sindical, llevó a que la mayoría de las acciones
tuvieran como objetivo reivindicaciones inmediatas, y pocas orientadas a
modificar las políticas del gobierno.
Las protestas contaron como punto de partida con la desarticulación de la sociedad del trabajo y el retiro del Estado como garante y
promotor del bienestar, y se dieron en localidades patagónicas –origen
de las acciones colectivas– donde el peso de la población en su relación
con el Estado provincial o con la actividad industrial era y es muy importante. En algunas oportunidades alcanzaron un pico de intensidad
en relación con la crisis, en la participación y en los métodos utilizados,
que las convirtieron en un conflicto social con una variedad de protagonistas, y se creó una oportunidad política, en una unidad de intenciones, sentimientos y emociones con intereses que se elaboraron en el
escenario de las situaciones específicas. El conflicto, excepto en las fábricas recuperadas (Aiziczon, 2005: 175-204), salió del lugar del trabajo
y se entrelazó con la pobreza, la precariedad y la desocupación. Es que
la tradicional relación del sindicalismo con el peronismo puso en entredicho el monopolio sindical de la representación; por ello se apeló a
otra organización que incorporó desde sus inicios a los desocupados. La
intensidad de una crisis puede provocar violencia sobre el orden social
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Orietta Favaro y Graciela Iuorno
y político y depende de la percepción que tengan los protagonistas de la
misma; el conflicto brinda certidumbre a los adversarios, lo que afirma
la identidad en disputa por algo definido (Farinetti, 2003: 60-75).
La sociedad patagónica entre el ajuste y la privatización
La reforma del Estado y el ajuste fiscal
A pesar de que históricamente el diseño institucional argentino caracterizó al Estado federal como centralista, el grado de centralización se
incrementó en los años noventa. Suponía una mayor concentración en
la toma de decisiones en el nivel nacional y una pérdida relativa de peso
de las provincias; por ello, los estados vieron restringida su capacidad
de gestión y la gobernabilidad jaqueada por la aplicación de políticas de
ajuste. Estas fueron generadas desde la instancia nacional y no tenían
en cuenta la especificidad de cada caso local, lo que provocó niveles de
conflictividad social que no pudieron ser procesados por el gobierno
al carecer de margen de maniobra debido a su dependencia financiera. Las crisis adquirieron dimensiones diferentes en cada una de las
provincias. Sin embargo, en la mayoría se aplicó una serie de medidas
estandarizadas que redefinieron la relación Nación-provincias. No tuvieron características estrictamente financieras, sino que respondieron
a un estilo de gestión que predominó, al subsidio a sectores económicos
regionales de baja productividad pero con capacidad de presión política, a los regímenes de promoción industrial sin instancias de real control y evaluación del impacto, a la transformación de los bancos locales
en cajas chicas de la administración pública, a la apelación del empleo
como política social, a la escasa presión tributaria; todos los factores
mencionados, entre otras cuestiones, constituyeron distintas facetas del
mismo problema: la ausencia de una estrategia de desarrollo provincial,
más allá de la conflictiva relación con el poder central y la responsabilidad que le cabe al Estado nacional (Escandell, 1997: 124-126).
Esta situación es aplicable con mayor intensidad a las provincias
patagónicas, porque el Estado estuvo presente en su conformación, en la
de su sociedad y en la determinación de los recursos cuya explotación, a
través de la presencia de las empresas estatales, definió sus economías.
Por ello consideramos pertinente comparar las protestas y movilizaciones en los casos de estudio. Recordemos que la irrupción de la rebelión
popular denominada el Santiagueñazo marcó un hito determinante del
ciclo ascendente de la protesta social –en el interior del país– caracterizado por la naturaleza “universal” de las acciones colectivas con
relación a los motivos, es decir, la deuda salarial en varias provincias, y
además contra la corrupción en otras (Farinetti, 2005: 228).
En Río Negro, la expansión del Estado provincial desde el advenimiento de la democracia fue significativa; a las tradicionales políticas
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
públicas de fomento y apoyo, en los noventa se le sumó la prestación de
servicios considerados estratégicos aumentando el nivel de deuda pública
en disonancia con la direccionalidad impuesta desde el orden nacional:
“Río Negro es la única provincia que no registra ninguna clase de avances
en el proceso de privatizaciones” (Río Negro, 1995). El resultado electoral
nacional –Menem reelecto presidente– no pasó desapercibido en la provincia; por un lado porque Masaccessi, su gobernador, fue el candidato
por el radicalismo y, por otro, porque finalizó una manera de concebir la
gestión pública y la instancia local con una estructura providencialista
(Villca, 2004: 97). La transición en el gobierno provincial exacerbó los
conflictos internos del partido gobernante y, a principios de 1995, la plaza
financiera se retrajo, y se abrió una nueva etapa para las finanzas públicas
rionegrinas. Coincidiendo con el clivaje nacional que significó el año 1995,
la ocupación del Consejo Provincial de Educación por los docentes marcó
el inicio una etapa de violencia con el desalojo compulsivo de los ocupantes del edificio por el grupo especial de la policía provincial (BORA). En
este sentido, el accionar sindical de los empleados y docentes provinciales
puede analizarse en dos momentos diferenciados; no obstante, existe en
todo el proceso una constante: la red sindical continuó siendo el espacio
de sociabilidad por excelencia y el gremio predominante, los estatales
Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) –dado que no existe un
desarrollo industrial significativo–, fue más proclive a la negociación que
a la confrontación con el gobierno.
A comienzos de 1995, los sindicatos movilizaron un abanico de formatos de protesta, como el corte de calles, ocupación de edificios públicos,
concentración de trabajadores en las plazas, radios abiertas, movilizaciones
y retención de servicios, que daban cuenta de la diversidad del repertorio y
de la unidad de sentidos, frente al atraso en el pago de los salarios.
Las discusiones e intereses de los diferentes actores socioeconómicos rionegrinos se articularon con las multisectoriales. Esta forma de organización se multiplicó en Argentina en el período que se inició con los
hechos de diciembre de 2001; sin embargo, las demandas sociales urgentes
–los remates de propiedades, el retraso en el pago de salarios, etc.– originaron la emergencia de multisectoriales no sólo en Río Negro, sino también
en Chubut, La Pampa, Santa Fe y otras provincias del litoral. También
surgieron frente a situaciones de crisis política. Semejantes a las asambleas populares, se instituyeron como frentes amplios movilizando a los
sectores medios y creando condiciones para relacionar a los trabajadores
con los productores primarios, los comerciantes, los pequeños y medianos
empresarios y los referentes de la iglesia. Por lo tanto, en su interior se
produjo una lucha política intensa entre una posición que limitaba el programa de acción con estrategias negociadoras y otra que apuntaba a una
participación hegemónica de los trabajadores dentro de este frente único.
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Orietta Favaro y Graciela Iuorno
La Multisectorial rionegrina organizada a partir de comisiones internas,
sindicatos de base, organizaciones de desocupados y jubilados (estos últimos actuaban por medio de coordinadoras) se diluyó tempranamente, y
fracasó por las rupturas entre las organizaciones sindicales.
Desde el régimen político provincial (1983), se buscó consolidar una
sociedad cimentada en los valores de la convivencia y el pluralismo político;
para ello se reformó la Constitución (1988), se propuso el traslado de la
Capital Federal a Viedma (Díaz Honorio, 1989: 84-96) y se planteó la descentralización de la administración pública con organismos en diferentes
regiones de la provincia. No obstante los discursos, las prácticas condujeron a la acumulación política y la ocupación del aparato del Estado que,
a su vez, era colonizado por el partido radical y penetrado por los actores
empresariales y corporativos (Alíani et al., 2000:10). El cambio de signo
político partidario en la Nación empujó al gobierno y al partido provincial
al establecimiento de acuerdos con el ala política –apoyando la reforma de
la Constitución Nacional que permitía la reelección de Menem–, mientras
se confrontaba con el Ministerio de Economía. En 1991, la aplicación de la
Ley de Convertibilidad limitó las posibilidades de mantener la política de
expansión del gasto, lo que desembocó en la firma del Pacto Fiscal (1993).
La crisis del fisco local se manifestó en toda su magnitud con la situación
mundial originada por el “tequila” mexicano, por su dependencia de los
créditos bancarios –situación muy distinta a la de las restantes provincias
patagónicas; asimismo la falta de adecuación a los imperativos del sistema
y la ausencia de auxilios desde la instancia central llevaron al gobierno a la
cesación de pagos, deterioró la gobernabilidad en la provincia. Los ingresos
de Río Negro provienen de los impuestos provinciales y de aportes nacionales como la coparticipación federal y regalías por electricidad y petróleo.
Sin embargo, no es una provincia petrolera, ya que tiene diez veces menos
ingresos que Neuquén en ese rubro.
Las diversas acciones de protesta desarrolladas por los empleados
públicos durante varios meses (1995) provocaron la intervención de la
Gendarmería Nacional. Superando el clásico aislamiento sectorial, los
congresos extraordinarios de estatales en diferentes localidades de Río
Negro fueron los escenarios en la toma de decisiones para la lucha, como
también lo fueron las acciones en oposición a la implementación de los
bonos estatales (Cedepre) con los que se pagaban los salarios a los empleados públicos.
Esta primera etapa (1991-1995) estuvo signada por las crisis financieras y la política de creación de empresas públicas de servicios estratégicos,
sin rentabilidad, pero con propósitos clientelísticos y prebendarios (Favaro
e Iuorno, 2005: 41-65). Establecer el pacto institucional de gobernabilidad
con el principal gremio de los estatales (UPCN) acompañó el proceso de
reforma administrativa, implicó la pérdida de estabilidad de los empleados
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
estatales y el disciplinamiento de la administración pública, es decir, erosionó las bases para la instalación del modelo neoliberal en la provincia.
El peso del ajuste se descargó sobre los agentes del Estado, a los que se les
redujo su salario, pagándoles con bonos. La construcción del nuevo pacto
institucional tuvo como instrumento la Mesa de Reconversión, integrada
por un amplio arco de instituciones políticas, sindicales y sociales. Dicho
espacio posibilitó legitimar la dirección de las políticas públicas. Del abanico de actores socioeconómicos, el frutícola fue el más beneficiado aunque el
más endeudado; la privatización del banco provincial viabilizó la creación
del Banco Residual de Río Negro3, al cual transfirieron sus pasivos, alejando a los grandes productores de la amenaza de remates, quiebras y liquidaciones. El problema salarial, eje de las acciones colectivas organizadas por
los gremios que plantearon un mayor grado de unidad en la acción, contó
con el apoyo de otros sectores de la sociedad rionegrina.
Durante la segunda etapa (1995-1999), que corresponde a la asunción del nuevo gobierno, el nudo del conflicto pasó por la defensa de la Caja
de Previsión Social, y la oposición de los gremios a su transferencia a la
Nación. De este modo, se generó la emergencia de dos líneas sindicales, que
condujeron a la ruptura interna del Frente Estatales Rionegrino (FER), de
reciente conformación. La primera, representada por la UPCN, adhirió a
la posición oficial, mientras que las asociaciones que conformaban la CTA
se opusieron a la misma y presentaron un proyecto para la permanencia de
la Caja en la provincia. A través de un congreso educativo, elaboraron una
propuesta, y lograron que no se aplicaran los cambios en el marco de la
Ley Federal de Educación (LFE-1993) (Gómez, 1995: 5). Los intersticios del
poder funcionaron; no se produjo la renuncia del gobernador ni la intervención federal y el sistema político local continuó en su modo de operar, con
capacidad para llevar adelante la legitimidad del partido gobernante; los
opositores al gobierno (PJ) no pudieron instalar en la agenda de la opinión
pública el problema de la corrupción política, sin que se dimensionaran
conceptos, enfoques, expresiones, como coordenadas de la situación que
se pretendía destacar. El fin de la convertibilidad y la devaluación de la
moneda crearon una arena favorable para la economía y las finanzas por el
ingreso de las exportaciones, el mayor nivel de la actividad turística, de los
servicios a la producción y la recuperación de la construcción (Landriscini,
2004: 265). Sin embargo, en la geometría variable de la ciudadanía aún no
se atenuó la inequidad, la fragmentación social y regional en el territorio.
En Neuquén, por acción del Estado nacional y del Estado local, se
constituyó una sociedad demandante con un gobierno que no duda en utilizar
3 La provincia aprueba tardíamente la privatización y concesión de Empresa de Energía de
Río Negro (EDERSA), Dirección Provincial del Agua (DPA), Servicios Aéreos Patagónicos
(SAPSE), Puerto de San Antonio (SAE) y Servicios Ferroviarios Patagónicos (SEFEPA).
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Orietta Favaro y Graciela Iuorno
políticamente las necesidades de la ciudadanía para consolidar un modelo de
poder. Su continuidad determinó la creación de una estrategia de crecimiento fundado en la expansión de sectores extractivos y financieros cuya renta
quedó fuera de la región, a lo que debe sumarse el estancamiento sufrido por
las actividades vinculadas a la producción y PyME agroindustriales. Desde
los años setenta, una positiva tasa de migración como consecuencia de la
actividad hidrocarburífera en la región determinó un crecimiento económico
no muy ordenado y sin que el Estado provincial tuviera un proyecto de desarrollo regional. El modelo extractivo presentó síntomas de agotamiento en los
noventa, y la privatización de YPF marcó el punto de inflexión.
Luego de la primera pueblada en Neuquén (1996), la segunda, en
1997, vino de la mano del conflicto docente. En efecto, dentro de las reformas neoliberales, recordemos la aprobación de la LFE y la Ley de Educación Superior (LES-1995), legislación hacia la cual la sociedad local fue
refractaria. La provincia mostraba signos de la crisis de las políticas de
bienestar y colocaba al gobierno de Felipe Sapag (en su quinto mandato)
en la disyuntiva de ensayar políticas de ajuste.
Marzo de 1997 se inició con una huelga docente en el marco de un
conflicto entre el sindicato que agrupa a estos trabajadores, la Asociación
de Trabajadores Docentes Neuquinos (ATEN), y la instancia política local4.
El sindicato docente venía en huelga desde tiempo atrás, no sólo porque se
oponía a las reducciones salariales (zona desfavorable), sino porque estas
eran simultáneas con la reforma educativa; la situación se extendió a toda
la provincia, en alianza con la Unión de Trabajadores de la Educación de
Río Negro (UNTER). Los docentes neuquinos salieron a la calle cuestionando y rechazando el proyecto educativo que el gobierno quería implementar. Así, huelgas, reuniones, marchas, movilizaciones, con el apoyo de
padres y alumnos –quienes renovaron su apoyo– permitieron crear el clima
del conflicto5, que adquirió ribetes impensados cuando se solidarizó y se
unió con la lucha de la población cutralquense por los efectos de la privatización de YPF.
La huelga de los trabajadores de la educación en Neuquén se inició
como lucha sectorial, y adquirió un carácter masivo que sumó a la comunidad educativa y a otros sectores sociales, mostrando a nivel nacional
que se podía combatir desde los sindicatos. La lucha, en el contexto de las
4 ATEN forma parte de la CTA. Nació en los últimos años del gobierno de la dictadura de
1976. En 1997, el sindicato tenía 8 mil afiliados, más de la mitad de los trabajadores de la
educación de la provincia, y predominaban los afiliados de la capital neuquina. La CTA,
que agrupa a sindicatos estatales, se caracteriza por su oposición política al Movimiento
Popular Neuquino (MPN).
5 Conflicto que se potenció por sus componentes políticos, ya que no sólo rechazó la aplicación de la LFE sino que también solicitó reivindicaciones de tipo económicas (puestos
laborales, salario, etcétera).
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
medidas de ajuste del gobierno provincial, exigía la derogación de la LFE
y transitó más hacia confrontación que hacia la conciliación (tendencia
esta última que sustentaba la mayoría de las conducciones sindicales del
país y la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República
Argentina –CTERA), combinando métodos nuevos como las asambleas de
base en las que imperaba un fuerte protagonismo de los docentes en la
toma de decisiones. La huelga duró 35 días y, a pesar de las medidas coactivas, adquirió contundencia cuando el pueblo cutralquense decidió cortar
la Ruta Nacional 22 para apoyar esta reivindicación de ATEN.
A raíz de la segunda pueblada (1997), la protesta se amplió a toda la
provincia –se instaló en la escena nacional–, dando lugar a una situación
particular, insurreccional, que frenó la aplicación de la LFE; se recuperaron los puestos de trabajo y se mantuvieron los derechos laborales. No
obstante, las diferencias ideológicas internas dentro de ATEN –que se observaron en las últimas asambleas6 – permitieron aceptar las condiciones
propuestas por el gobierno local con el compromiso de continuar la lucha
por Cutral Co en el marco de la CTA. La nueva situación, que dentro del
sindicato provocó una profunda fractura –aún sin saldarse– no sólo debilitó al gremio docente que abandonó a los habitantes de esas localidades,
quienes sufrieron la represión de la Gendarmería y la muerte de Teresa
Rodríguez. Asimismo, derivó en una constante acusación de traidores por
parte de cada uno de los intervinientes en este doble conflicto: al interior
de los docentes-al interior de los piqueteros y fogoneros de las localidades
petroleras (Petruccelli, 2005: 125-162). A pesar de que en las localidades
petroleras se pidió –sin éxito– la renuncia del gobernador, se destituyó al intendente, y el MPN perdió las elecciones en esa localidad desde las puebladas. Cutral Co es una de las pocas ciudades neuquinas donde no gobierna el
partido local. La respuesta al conflicto es política; la sociedad cutralquense
–donde por años residió la familia Sapag y se conformó el MPN– le quitó
representatividad al partido local7.
Pocos años después, en abril de 2006 –mostrando su recuperación
de la derrota de 2003–, nuevamente el conflicto docente cubrió la escena
local. La demanda de salario e infraestructura en las escuelas para iniciar
las clases llevó al gremio a una huelga, con cortes de rutas y asambleas en
6 Una de las dirigentes más importantes en ATEN era Marta Maffei, quien luego pasó a la
CTERA y en la actualidad es legisladora por el ARI. Es necesario recordar que la CTERA
levantó la consigna de derogación de la LFE.
7 Recordemos que, luego de las protestas en los enclaves petroleros, se crean en 1996 los
Planes Trabajar (PT), diseñados por el Ministerio de Trabajo y los economistas del Banco
Mundial, que cofinanció el programa durante el primer año. Los PT funcionaron hasta
2001 y eran distribuidos a las provincias, cuyos gobernadores decidían a qué municipios
se les giraban los fondos; por lo tanto, el clientelismo del PJ y de la UCR, según donde
fuera, se presenta en la asignación de los recursos.
310
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
las áreas de acceso a la explotación de zonas productoras de petróleo. “El
reclamo docente tuvo un sesgo demasiado sectorial y no se politizó a fondo;
el puente –esta vez– quedó demasiado lejos; la capital fue traicionada por
el interior, los piquetes fueron más visibles y eficaces que la huelga misma”
(Lizárraga, 2006: 7).
Al comienzo, en el contexto de las internas del partido local, los
obreros petroleros apoyaron la demanda de los docentes que, promovidos
por las seccionales del interior y dando otro cariz al conflicto, habían cortado el circuito productivo petrogasífero. El prolongado conflicto (más de
treinta días) y la presión del gobierno llevaron a sus militantes a levantar
los piquetes en un enfrentamiento entre obreros petroleros y docentes. Los
medios nacionales reflejaron tardíamente los sucesos –posiblemente continuaban vigentes los hechos en Las Heras– y contrariamente a la huelga de
1997, que había contado con el apoyo de la sociedad neuquina, este conflicto
–al quedar circunscripto a lo sectorial, unido a la debilidad de la dirigencia que fluctuaba entre llegar a un arreglo y continuar con el conflicto– se
resolvió provisoriamente con un incremento salarial que no atendía a las
demandas del sector.
Neuquén tiene un gobernador ausente. El hombre que ha sido
elegido para ocupar el Poder Ejecutivo está mucho tiempo
afuera de la provincia y se desvela más por su candidatura
presidencial que por administrar los asuntos del Estado provincial. Coherentemente con este esquema, le preocupa más
su imagen en el escenario nacional que la solución misma de
los problemas neuquinos (Río Negro, 2006a).
En Chubut, la “Revolución Argentina” puso en marcha proyectos de promoción industrial que permitieron la creación de organismos de planificación, similares al de Neuquén (Copade) y de Río Negro (Dirección
de Planeamiento). En este orden se crearon, por una parte, el Consejo
de Planeamiento y Acción para el Desarrollo (COPLADE) y, por otra, la
Corporación de Fomento de la provincia (CORFO-Chubut), que coordinaba las actividades económicas. Se definieron tres polos de desarrollo,
vinculados a los principales centros poblacionales: Norte (con epicentro
en Trelew), Sur (Comodoro Rivadavia) y Oeste (Esquel-Trevelin), en los
que se instalaron parques industriales con actividades clave diferentes y complementarias: textiles, aluminio y pesca, respectivamente. El
proceso industrializador, con mayor impacto en la provincia entre 1973
y 1985, permitió la creación de puestos de trabajo industrial directo,
con una importante inversión y tecnología, y se incrementó de modo
significativo el PBI. Ello provocó crecimiento poblacional, constituido
por la fuerte inmigración extraprovincial, la urbanización (alcanzaba
su techo la ganadería), la polarización poblacional y la transformación
311
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de la estructura económica local. El punto de inflexión lo constituyó la
década del ochenta, en un efecto arrastre producto de las políticas de
la dictadura para todas las áreas del país que, sumado al impacto de
las políticas de los noventa, llevó también a la desindustrialización y
reconversión de la economía local.
En efecto, los factores que impulsaron el crecimiento de Chubut
–la promoción industrial, las obras públicas y la expansión del empleo
estatal– quedaron fuera de escena8. Así la desocupación creció, se hizo
el ajuste y se implementó la apertura económica9 (Ibarra, 2000: 1-24).
La desestatización de los años noventa produjo un fuerte impacto en
la población que, desocupada, buscó alternativas como la autoorganización empresaria, el ingreso en la administración pública, la creación de microemprendimientos y cooperativas de trabajo, etc.; es decir,
una multiplicidad de actividades y nuevos agentes económicos que no
ocultaban el conflicto producto de la privatización. Se puso fin a la
presencia estatal en su doble papel de impulsor del desarrollo en un
área productiva –en el contexto de la industrialización por sustitución
de importaciones (ISI)– y garante de la integración territorial.
Antes de la privatización de YPF (1991), el conflicto social estalló en
varios núcleos urbanos de esa provincia, en particular en Comodoro Rivadavia. El ajuste fiscal recayó fundamentalmente en los empleados públicos
del Estado y servicios, y el atraso en el pago de los salarios llevó a acciones
individuales y colectivas. En este caso, nuevamente los docentes son motorizadores del Chubutazo (octubre de 1990), que provocó la renuncia del
gobernador Néstor Perl, con juicio político de por medio. En este conflicto
tuvieron un papel destacado los trabajadores del sector público, que en numerosas asambleas tomaron decisiones con la presencia de dirigentes de la
Asociación Trabajadores del Estado (ATE), de la Asociación Trabajadores
de la Educación Chubutense (ATECH) y con la participación de dirigentes
de los partidos opositores –UCR, Partido Autónomo Chubutense (PACH) y
Movimiento de Integración y Desarrollo (MID)–, quienes se solidarizaron
con el reclamo. El justicialismo no logró resolver la crisis agravada por
las fracturas internas. Los requerimientos y movilizaciones intensificaron
el conflicto frente a la soledad del gobernador, que ni siquiera recibió el
apoyo del gobierno nacional, al que había adherido. Los diferentes sectores
participantes desarrollaron acciones conjuntas a partir de intereses contrapuestos: los docentes, los padres, el sector público y de servicios. Pero
además, igual que en Río Negro, es dable destacar la labor ejercida por las
comisiones multisectoriales, conformadas por la representación de dis8 El empleo público, que había crecido en un 85% desde 1983-1989, se redujo un 10%
entre 1990 y 1991.
9 La desocupación pasó del 4,8% en 1987 al 13,9% en 1992.
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Orietta Favaro y Graciela Iuorno
tintos sectores socioeconómicos de la comunidad chubutense (entre ellos
estudiantes secundarios y universitarios), los barrios, organismos e instituciones de la comunidad. No obstante, estas comisiones fracasaron, pues
contradictoriamente estuvieron presentes en ellas la unidad y la desarticulación. Y no sólo en la Multisectorial, por razones políticas o ideológicas;
también merece subrayarse el caso del sindicato de los petroleros (SUPE)
que, a pesar de las concesiones de las áreas del recurso y la privatización
de la empresa, no colaboró en la percepción de la crisis, de modo que las
indemnizaciones a los empleados de la compañía estatal que se plegaron
al retiro voluntario provocaron, tiempo después, un importante número
de desocupados (Comodoro Rivadavia tuvo en 1993 el mayor índice de
desocupados del país).
El Estado, en alianza con las fracciones burguesas que pretendían la
recomposición del capital, presionó para la liberalización y precarización
de las condiciones de trabajo, con una fuerte restricción de la capacidad
negociadora del sindicalismo que ya no tenía el papel de contención social
del pasado, a lo que debe agregarse la sutura que proporciona la ideología
de la resignación, el individualismo y el miedo. Los diarios chubutenses
mostraron la movilización con sus matices; uno de ellos decía al respecto:
Para analizar la movilización de la antevíspera que pretendió
ser un “chubutazo” pero resultó un “chubutín”, [se debe] separar primeramente la paja del trigo, por cuanto una cosa es el
malestar estrictamente local (sueldos no abonados, hospitales
desabastecidos, enseñanza paralizada, una pésima conducción de gobierno, una corrupción generalizada, etc.) y otra es
la crítica que puede hacerse a la política económica nacional
y el plan de ajuste exigido por Menem. La “rabia” volcada a la
calle, hace una semana, se debió exclusivamente a una condena popular por el manejo irresponsable del gobierno del doctor
Perl, quien malgastó los recursos chubutenses en nombramientos, certificados superonerosos de la obra pública y otros
gastos superfluos, arribando a un estado de crisis financiera
de tal magnitud que, por primera vez en muchísimo tiempo
en la provincia, se dejó de abonar en término los haberes a los
empleados públicos, a la clase pasiva y a los proveedores del
Estado (El Oeste, 1990).
Respecto de Santa Cruz, es también un enclave económico de empresas
estatales (YPF, YCF y Gas del Estado), con escasa industrialización y
mayoría de población empleada en servicios derivados de estas actividades, construcción y comercio. Hacia los años ochenta, la explotación
de los recursos –carbón y petróleo– se constituyó en el núcleo del desarrollo económico provincial y principal fuente de empleo, aportando el
313
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
70% de las regalías al presupuesto local. En esta provincia, la crisis de
las regalías de 1987 por los precios internacionales del petróleo afectó
el pago de los salarios. En un principio la instancia local intentó absorber la crisis, pero en mayo de 1990 –en una situación semejante a
la experimentada en Chubut– se produjo una importante movilización,
protesta y huelga de los estatales por los salarios atrasados. Participaron varios sectores y gremios, la administración pública, los docentes,
los municipales y los judiciales; hechos que condujeron al derrocamiento del gobernador. Este había intentado frenar el conflicto con un aumento salarial imposible de efectivizar que sólo intensificó la protesta
–reprimida fuertemente– y complicó la situación política, lo que llevó
al acuartelamiento de la policía en función de la quita de apoyo por
parte del Ejecutivo. El juicio político al gobernador fue promovido por
la propia fuerza gobernante (el PJ) debido a la división intrapartidaria
expresada, por un lado, por el representante ganadero de la zona sur y
futuro presidente del justicialismo local, quien lideraba el Movimiento
Renovador Peronista (MRP), y por otro, por Néstor Kirchner –intendente de Río Gallegos entre 1983-1989–, creador del Frente para la Victoria
Santacruceña (FVS)10. En la interna peronista nacional de 1989, disputada entre Antonio Cafiero y Carlos Menem, el MRP se había inclinado
por este último y el Frente kirchnerista, por Cafiero (Luque et al., 2003:
98-141). Tras las elecciones que permitieron llegar al gobierno a Menem,
el gobierno provincial no encontró en él el apoyo suficiente para sortear
la crisis interna. Los poderes políticos se hicieron ingobernables frente
a la situación económica social y el gobernador fue destituido en junio
de 1990. En este escenario, los intereses de sectores sociales locales y
económicos permeabilizaron lo político, y las diferencias se expresaron
en el interior del justicialismo, fuerza política dominante en la provincia (Gatti, 2003: 27-40).
Por último, en Tierra del Fuego –única zona franca del país–, la
creación de áreas industriales, dotadas de la infraestructura y los servicios comunes necesarios, estimulada por políticas de promoción industrial regional y sectorial, hoy está fuertemente cuestionada, y se pone
en duda su continuidad; no obstante, existe un sector de la administración política nacional que pretende su ampliación y robustecimiento.
Recordemos que, como consecuencia de la expansión de la década del
noventa, se establecieron alrededor de 150 aglomeraciones industriales
localizadas, mayoritariamente, en provincias con trayectorias industriales breves como San Luis, La Rioja, Chubut, Entre Ríos y la provincia que
nos ocupa. Sin embargo, contrariamente a lo previsto, gran parte de las
10 Igual denominación recibió el frente que se articuló para las elecciones legislativas
de 2005.
314
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
aglomeraciones presentaban bajo nivel de ocupación; mayoritariamente
eran establecimientos medianos, vinculados a la inadecuación de la política de promoción para la instalación de pequeñas plantas. A fines de
2005, el gobierno nacional definió la suerte de los proyectos de radicación
de nuevas industrias electrónicas (28 en total), para contrarrestar la producción proveniente de Brasil (Kantor, 2004: 3).
Tierra del Fuego, tradicionalmente con escasa población, mayoritariamente inmigrante (73%), concentrada en dos polos (Ushuaia y
Río Grande), tiene como actividad económica el turismo, la industria
textil, la petroquímica y la electrónica. De tener 13.527 pobladores en
1970, pasó a 101.187 en 2001, vale decir que se septuplicó luego de tres
décadas de zona franca. La promoción del espacio fueguino creció al
calor de la legislación emitida por los tramos finales del gobierno militar del general Alejandro Lanusse (1972) –aunque se puso en práctica
años después– y con la creación, por razones estratégicas, de un polo
electrónico en el contexto de una concepción militar-estatal de impulsar la radicación de empresas con la exención de casi todos los impuestos (aunque las industrias se convirtieron en ensambladoras de piezas
importadas con arancel cero, provenientes de Japón y Corea).
En este espacio convertido en provincia en 1991, las políticas
neoliberales implementadas desde el gobierno nacional no fueron aplicadas –en general– por el primer gobernador, dado que la prioridad
a comienzos de los noventa era la organización institucional de este
nuevo estado argentino.
Privatización de las empresas estatales
En la Patagonia, los recursos mineros e hidrocarburíferos dieron lugar
a una modalidad de ocupación del territorio que no se circunscribió a la
explotación de los mismos, sino que abarcaba una red de equipamientos sociales, culturales, recreacionales y residenciales para el personal
permanente. Implicaba una estrategia de desarrollo urbano y regional
que excedía lo que una empresa realizaba en función de maximizar
sus ganancias, es decir que YPF, YCF y otras compañías subsidiaban
el lugar donde se asentaban. Esta intervención permitió el crecimiento
de una amplia gama de actividades comerciales y de servicios, pero sin
concretar una diversificación productiva. Por ello, constituyeron históricamente economías de enclave, destinadas a extraer petróleo, gas o
hierro (Rofman, 1999: 95).
En este orden de cosas, recordemos que tradicionalmente en
Argentina la explotación petrolera y carbonífera se concentró en dos
empresas estatales: YPF e YCF. Su sola presencia en el mercado incluía
una acción social que dejaba de lado cualquier cálculo tradicional de
rentabilidad empresarial. Los cambios producidos desde 1991 conlle-
315
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
varon impactos sociales muy profundos en las áreas de estudio, ya que
la extracción y explotación de los recursos en el sur argentino constituyeron un factor estratégico para el desarrollo integral de la zona de
influencia de la actividad. A diferencia de los procesos agroindustriales,
la explotación de los recursos trajo repercusiones intra-regionales, ya
que se remiten importantes volúmenes a los centros nacionales de consumo, industrialización o exportación, sin modificaciones del producto
en área de extracción; la región sólo “recupera” parte por el mecanismo
de la regalía (Rofman, 1999: 94-96).
La denominada Reforma del Estado en la década del noventa supuso, entre otras cuestiones, la desregulación del mercado, el predominio
del capital financiero, la recomposición de la tasa de ganancias de los
grupos económicos nacionales, extranjeros y los bancos, siendo el ajuste
y el proceso de privatización de las empresas estatales sus aspectos más
conocidos. Sin embargo, para que esto ocurriera, desde mediados de los
años setenta, con la política de la dictadura de 1976, la política laboral
de las empresas estatales en general y de YPF en particular fue de “reestructuración”, hecho que se consolidó en los noventa.
En Neuquén la protesta y movilización de la población cutralquense se produjeron en 1996 y 1997, cinco años después de concretar la venta de la empresa estatal, en un espacio donde se mantuvo la
industria y su sujeto social: el obrero petrolero. Recordemos que la
primera pueblada –contundente y masiva en su apogeo, como frágil y
desamparada en el momento de las definiciones– fue provocada por el
reclamo de los vecinos cutralquenses, que solicitaban la instalación de
una industria que para generar puestos de trabajo en lugar de la privatizada YPF. El gobernador Felipe Sapag anuló el contrato con la empresa
canadiense Agrium que instalaría una planta de fertilizantes en las ex
localidades petroleras (Cutral Co y Plaza Huincul)11, argumentando la
imposibilidad de concretar la inversión estatal comprometida y que
acompañaría a la privada. La decisión se dio en el contexto de la lucha
facciosa en el interior del partido gobernante, el MPN, hegemónico en
el sistema político neuquino. Este hecho fue el detonante de varios años
de incertidumbre y fatigas de los pobladores de las localidades de referencia, que tuvieron como expresión las puebladas del 20 al 26 de junio
de 1996, con barricadas encendidas, corte de ruta, pueblada y piqueteros. Este nuevo actor –el piquetero–, cuyo origen se encuentra en las
puebladas cutralquenses, estaba lejos de cualquier planteo ideológico,
11 Plaza Huincul era el campamento-población de YPF creado en 1918, año del descubrimiento del petróleo en Neuquén; y Cutral Co, una localidad creada en 1933, como
producto del asentamiento de obreros que trabajaban en YPF o en empresas privadas
cercanas a la compañía estatal.
316
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
no le interesaba el poder y descreía de las dirigencias políticas y gremiales. Si bien reconocía haber votado por alguno de los partidos políticos
–provincial o nacional–, tenía una imagen particular de la política. Los
piqueteros pedían ser incluidos y reclamaban fuentes de trabajo con
compromisos –de parte del Estado provincial y/o la privatizada YPF– a
corto, mediano y largo plazo.
En el área neuquina, la empresa YPF provocó más de 4 mil
desocupados sobre una población que no excedía los 50 mil habitantes
entre los dos poblados de estudio12. Los ex ypefianos no tuvieron asesoramiento –nacional o provincial– para sus “inversiones” en microemprendimientos locales, que fracasaron en la mayoría de los casos;
pero además, los trabajadores fueron abandonados en los momentos
centrales de la privatización por el sindicato (SUPE), que negoció durante el proceso, lo que acentuó la desprotección y fragmentación de
los mismos (Svampa y Pereyra, 2003: 108).
Si bien hubo promesas a los habitantes por parte del gobierno
local, la protesta de los cutralquenses se plasmó en un conflicto. En la
medida en que avanzaba, los protagonistas afirmaban su identidad al
adquirir mayor percepción de la crisis y observar la fisura en el orden
político. Aunque en este caso la estrategia terminó escurriéndose, los
procesos compartidos y las decisiones colectivas permitieron aunar
los esfuerzos, pasando de la inorganicidad a la organicidad territorial.
Con el hecho de tornar visibles sus reclamos, se pasó a encontrar un
lugar donde reunir esos reclamos: el corte de la Ruta Nacional 22,
para que fuera visibilizado el conflicto que permitió la aparición de
la asamblea y la democracia directa, sin enlaces con los sindicatos ni
los políticos. No se desconocía al gobierno, aunque sí a las mediaciones políticas, lo cual hizo que los sujetos del conflicto se sentaran a
negociar con aquel, de igual a igual, a partir de la relación de fuerza
alcanzada por el corte de ruta y la asamblea. La movilización concretada por la población cutralquense arrastró a la propia dirigencia
política, ya que los mismos intendentes de las dos localidades debieron
adherir a la convocatoria.
Es necesario recordar que el abandono de la comunidad ypefiana estuvo oscurecido por un tiempo; por un lado, por los retiros, las
licencias, las indemnizaciones, la posibilidad de convertirse en “empresarios” a partir de la creación de PyMEs con contratos de servicios con
YPF que, entre otras cuestiones, congelaba el estallido de las puebladas.
Por otro lado, por el lento desmantelamiento de la estructura social de
la empresa y la tarea de contención hacia los trabajadores –y por exten12 En 1990, la empresa YPF contó con aproximadamente 50 mil empleados; luego de la
reestructuración, que incluyó “retiros voluntarios” y despidos, pasó a tener 5.600.
317
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
sión hacia todo el pueblo– que llevaba a cabo YPF, empresa que ofrecía
la principal fuente de trabajo. Era una situación caracterizada por la
garantía laboral y de jubilación que se derrumbó.
Toda la vida comunitaria gira en torno a la empresa, que
controla el hospital, los servicios, el club, provee de elementos
básicos, otorga subsidios familiares y bonificaciones, buenos
salarios […] ascenso social, cobertura de salud y acceso a
la vivienda, proveedurías, cines, instalaciones deportivas de
todo tipo, incluyendo estadios y equipos de fútbol por barrios
(Klachko, 2005: 42).
La justicia federal declaró su incompetencia frente a las puebladas
y la decisión de reprimir continuó con la llegada de la Gendarmería,
mientras el reclamo al gobernador Sapag se hacía más contundente. La
pueblada mostró su fuerza y la necesidad de concretar un acuerdo que
terminara con el conflicto; por ello, la demanda de “reparación histórica” continuó vigente y el corte se levantó frente a los compromisos que
se firmaron y la fuerte política asistencial que se llevó a cabo por parte
del gobierno provincial y municipal.
La segunda pueblada vino de la mano del conflicto docente en
abril de 1997 –al que nos referimos con anterioridad– no sólo en apoyo
a los educadores sino también por el incumplimiento de las promesas del gobierno local, y se operó el surgimiento de un efímero actor:
el fogonero cuestionador del piquetero, a quien acusó de traicionar la
esencia de la pueblada y acordar con el MPN (Favaro et al., 1997: 1427). Este conflicto culminó con la muerte de Teresa Rodríguez, producto del enfrentamiento entre gendarmes, policías y pobladores. La
situación descripta, más la marcha que convocó a toda la comunidad
de la capital neuquina, determinaron el retiro de las fuerzas de seguridad. Es importante resaltar que los desocupados por la privatización
de YPF en Neuquén, cuyo accionar se reprodujo rápidamente en Tartagal-Mosconi (Salta), no tuvieron un papel importante en las futuras
movilizaciones, puebladas o cortes de ruta. Las razones son múltiples
y complejas (¿Los motivos los afectaron menos? ¿Lograron puestos de
trabajo en otros lugares? ¿Sobrevivieron con las PyMEs? ¿O fueron
ayudados por el Estado provincial?). Es que se desarrolló una política
de cooptación por el gobierno emepenista, que se colocó al frente de la
pueblada, recordando su tradicional lucha contra el “centralismo” que
había perjudicado los intereses de la provincia. Asimismo, el gobierno
local tuvo un accionar importante luego de las puebladas; algunos dirigentes gestionaron beneficios para los protagonistas –incluyendo la
propia petrolera, que intervino ofreciendo planes sociales– y se puso en
318
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
marcha El Mangrullo13, entre otras medidas, como reparación histórica
para las comunidades petroleras. Por el tipo de emprendimientos, el
programa de Sapag de volver a la tierra, a través del Proyecto 2020 –primera propuesta completa de planificación y reconversión económica
en Neuquén–, fructificó en esta área hidrocarburífera por excelencia
(Favaro et al., 2000: 37-48).
No olvidemos que, poco después de la segunda pueblada neuquina,
se dieron piquetes y puebladas en las localidades petroleras salteñas –en
el marco de una crisis general de las provincias del norte argentino– que
duraron varios días, produjeron adhesiones de diferentes sectores y organizaciones sociales, con la conformación de una multisectorial que operaba
en la definición de un actor político firme por sus acciones posteriores (se
desarrollaron organizaciones de desocupados, en las que tuvo que ver la experiencia de la protesta en Neuquén) (Svampa y Pereyra, 2003: 125-126).
Para Río Negro, el petróleo no fue ni es el recurso central de su
economía, pero la explotación asciende en algunas áreas con nuevos
descubrimientos y explotaciones, entre ellas el área colindante a Catriel
–que forma parte de la denominada cuenca neuquina– con presencia
importante de empresas privadas. En este sentido, entre 1977-1980, esa
área con reservas identificadas se entregó –mayoritariamente por contrato– al capital privado. Recordemos que en 1959 se inició la construcción del oleoducto Catriel-El Medanito, por medio del cual el recurso
iba al litoral-pampa húmeda14.
Con la privatización de YPF, la inestabilidad del asentamiento
poblacional –la población provenía de otras provincias y localidades–
provocó la migración hacia otros lugares donde se explotaba el recurso15. En este escenario, el retiro de la empresa estatal fue gradual y, para
13 El Mangrullo es un yacimiento gasífero importante que fue entregado a los municipios de las dos localidades del conflicto para su explotación y beneficio. Se creó un ente
(ENIM) para la licitación de la exploración y explotación, que adjudicó el yacimiento a
una empresa privada, la petrolera brasileña Petrobras (2003). La reconversión productiva
no se produjo aún; lo que se obtiene en concepto de explotación del yacimiento se destina
a financiar capacitación, préstamos solidarios y nuevas PyMEs. Prácticamente no hay
reconversión productiva, sino que las pequeñas empresas están destinadas a la fabricación de productos agropecuarios.
14 Los yacimientos de mayor producción en el territorio provincial son: Señal Picada
(YPF), Entre Lomas (Pérez Companc), Barranca de los Loros (YPF), El Medanito (YPF),
Medanito SU-25 de Mayo (Pérez Companc-Bridas), estas últimas, áreas colindantes con
la provincia de La Pampa que en su conjunto aportan el 71% del total de la producción
petrolera rionegrina.
15 El origen de los trabajadores petroleros en Catriel puede clasificarse por rubros: perforadores catamarqueños, inyectores santiagueños, ingenieros mendocinos, geólogos cordobeses y platenses. El lugar tiene mucha importancia hasta los años ochenta, porque
luego no se hallaron nuevos yacimientos (R.G., geólogo, testimonio oral, junio de 2005).
319
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
los años noventa, YPF tenía pocas explotaciones, y operaba sólo en un
yacimiento (Señal Picada).
Con el nuevo contexto, el gobierno provincial, con el apoyo de la
Nación, lanzó propuestas alternativas vinculadas al riego, con el objetivo de concretar el desarrollo agropecuario en una zona que buscaba
una salida económica que sustituyera progresivamente la explotación
petrolera. La situación provocó escasos conflictos en esa área16; de todos modos, Catriel no logró articularse en la matriz productiva del
departamento en el que se encuentra incorporado administrativamente
y fracasaron la mayoría de los microemprendimientos17. A fines de los
años ochenta, se produjeron cortes de rutas y de puente; no obstante, las
razones por las cuales se movilizó la población catrilense fueron diversas. Por una parte, hubo acciones colectivas motivadas por problemas
limítrofes con el ejido colindante y, por otra, influyó la inequitativa distribución de las regalías del gobierno provincial al municipio de Catriel.
Actualmente el gobierno efectúa inversiones en canales de riego para
colocar en producción un número significativo de tierras que a largo
plazo modificarían la economía de enclave local, se orientan al perfil
productivo del Alto Valle de Río Negro y Neuquén.
El desarrollo de una economía alternativa para Catriel es un
viejo proyecto que naufragó a lo largo del tiempo, y aún hoy,
luego de cuatro décadas de explotación petrolera, no hay salida económica diferente que involucre ni más ni menos que el
futuro de la comunidad (Río Negro, 2003).
Es que el precio del petróleo y lo que recibe el municipio en concepto
de regalías no modificaron –por ahora– la economía de este enclave
petrolero rionegrino.
Comodoro Rivadavia (Chubut) era (y es) la ciudad más importante dentro del área de la Cuenca del Golfo San Jorge (CGSJ),
ya que allí se asentaron la administración, servicios y comercio
vinculados al petróleo, además de ser la de mayor concentración
de habitantes e importante en términos económicos y productivos. La petrolera estatal actuaba sobre el resto de las actividades,
y era su eje dinamizador; por ello, cuando se puso en marcha el
16 Antes de 1959, Catriel contaba con 537 habitantes; en 1970 ascendió a 5.322 y en 1990
alcanzó los 18.500. Hoy la población oscila alrededor de los 12.300 habitantes.
17 En varias oportunidades se discutieron a nivel provincial y nacional proyectos de riego,
agrícolas y ganaderos, con la finalidad de encontrar una alternativa económica al petróleo en Catriel. Incluso se evaluó la posibilidad de ampliar la frontera agropecuaria nacional y que el área se constituyera en parte de un corredor comercial y turístico con Chile,
a través del paso Pichachén, en el departamento de Ñorquín, en el norte neuquino.
320
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
programa privatizador, impactó en la región con una fuerte contracción en el mercado laboral, que provocó desocupación y subocupación. La Administración Comodoro Rivadavia de YPF redujo
su planta de personal de 4.983 trabajadores (en 1990) a 518 (en
1993) (Von Storch, 2002: 73), y la población ocupada de Comodoro Rivadavia pasó de un 22,8% (en 1991) a un 1,9 (en 1993), datos demostrativos del significado de esta actividad en la ocupación.
Ahora bien, esta ciudad llegó a ser el centro urbano con menor crecimiento relativo en la década del noventa, si se toman en conjunto
las localidades más importantes18, a lo que debe anexarse la disminución de los volúmenes de producción petróleo de YPF y la rigidez
del sector que contrae la oferta de puestos de trabajo19. En esta localidad, impactó con intensidad la crisis generada por las reformas
de los noventa, dando lugar al más alto índice de desocupación de
la Patagonia, con el 50% de la población económicamente activa
(PEA) que se encontraba sin trabajo. Esto se relacionó con la política
respecto de YPF en el contexto de la privatización, ya que –como se
sabe– la actividad petrolera es inductiva de otras actividades, por
lo que cualquier modificación en la modalidad empresaria supone
efectos determinantes en el área. La brusca reducción de personal
en las empresas, en general, que trabajaban en el Complejo San Jorge (norte de Santa Cruz y sur de Chubut) provocó contracción no
sólo en otras actividades como la construcción, comercio e industria
manufacturera, sino en la totalidad de la economía provincial. De
este modo, las mujeres emergieron como las que “trabajaban”, y se
ubicaron en la franja de subocupadas con horario reducido, en servicios personales y comercios minoristas. Si bien el Estado local creó
instituciones para ofertar empleo, fue el Estado nacional el que puso
en marcha los PT en 1996, luego de las protestas, precisamente, en
los enclaves petroleros neuquino y salteño.
Desde 1994 se produjo en la zona una creciente precarización
laboral, que afectó las firmas industriales que abastecían a la petrolera
por la reducción de la demanda de bienes de capital, igual que el comercio y los servicios, sectores de ocupación de mano de obra importantes
y dinámicos, y surgió con fuerza la tercerización con un sobredimensionamiento de la estructura. Esta situación intensificó la proporción
de población ubicada en la administración pública, operando, por una
parte, como amortiguador de la contracción laboral (desempleo encubierto) y, por otra, en aumento del clientelismo político. Pero además,
18 Comodoro Rivadavia creció el 28,8%; Trelew, el 48,1%; y Puerto Madryn, el 119,2%.
19 Es la época del Plan Houston y Petroplán.
321
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
como en el resto de las áreas petroleras, en la de la CGSJ20, el impacto
de la privatización sobre las representaciones sociales fue muy grande.
Un Estado dentro de otro Estado, que expresa un modelo de bienestar
como sistema de organización interno jerárquico, y marca –la petrolera– su impronta en la vida cotidiana y las relaciones sociales de los
habitantes del sur (Von Storch, 2002: 83).
El fracaso de las alternativas que se desarrollaron con la privatización también acelera en esta área el regreso de ex agentes ypefianos
a sus provincias de origen, y las ciudades pasan de ser receptoras a
registrarse como lugares de éxodo de población.
En este orden, las protestas en Santa Cruz se produjeron con
un débil papel de la oposición frente a la crisis de 1990. El conflicto
social se aceleró en la medida en que la interna política se trasladó a la
sociedad y simultáneamente a que en esa provincia se daba una fuerte
defensa de YPF y de los trabajadores por parte del SUPE. Se anexa a
ello la tarea de los mineros de Río Turbio por la privatización de YCF,
de modo que se unió la protesta de unos y de otros, con acciones concretas como la toma de la mina. El estado local –gobernado por Kirchner
(1991) – intentó hacerse cargo de empleos y financiamiento de los microemprendimientos producto de la fluidez de dinero con la venta de
los activos públicos.
Desde 1994, el yacimiento de propiedad estatal-provincial se
mantuvo bajo administración y gerenciamiento privados en la forma
de una sociedad anónima –Yacimientos Carboníferos de Río Turbio
(YCRT) – conformada entre un holding del empresario Tasselli y otro
de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza (FATLYF).
En el mismo año, una movilización popular y numerosas asambleas,
en las que los trabajadores denunciaron el caos en la empresa y el claro
objetivo del concesionario de vaciarla, condujeron al corte de la Ruta 40
en Río Turbio y, años más tarde, la situación de la cuenca minera llevó
a que se repitiera la experiencia de 1994. El avance del concesionario
sobre los salarios de los trabajadores, las condiciones laborales, el deterioro de la explotación de la mina y los contratos precarios derivaron en
la toma de la empresa y en movilizaciones en Río Turbio y Río Gallegos.
Si bien el conflicto fue el más intenso desde el inicio de la concesión,
sólo se destrabó a partir del acuerdo en la sede del Ministerio de Trabajo
de la Nación, entre la empresa (YCRT) y ATE, y se convirtió –por sus
resultados– en un fracaso para los trabajadores. En 1999 se conformó
una agrupación que propuso el control obrero de la empresa estatal, y
20 Es necesario señalar que muchos operarios petroleros radicados con sus familias en
Comodoro Rivadavia se desplazaban (y se desplazan) diariamente desde esa ciudad hacia
los yacimientos y empresas en la cuenca de referencia, en Santa Cruz.
322
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
que provocó la confrontación entre dos sectores sindicales: la lista verde
que respondía a Víctor De Genaro y la lista negra, que se definió como
“clasista, por la democracia y anticapitalista”. Estas posiciones emergieron en el contexto de la inflexión nacional de 2001, situación que,
sumada a las deudas de salarios y a despidos de obreros contratados,
originó la convocatoria a una asamblea comunitaria que movilizó a la
población y puso fin a la concesión, regresando la empresa a producir
bajo control estatal. Había preocupación en los trabajadores cuando se
discutió la perspectiva de fijar el rumbo de la mina, discusión que contó
con el aporte de organizaciones invitadas con sus propuestas técnicoproductivas y posiciones políticas.
En síntesis, la cuenca San Jorge es una subregión dentro de la
Patagonia que tiene concentración poblacional en las zonas urbanas,
población escasa en las otras áreas, y una sociedad de constitución
reciente debido a que sus habitantes tienen diversas procedencias:
extranjeros europeos y de países limítrofes. La actividad económica predominante es de signo extractivo primario exportador al área
pampeana, tiene puestos de embarque y se desarrollan actividades –en
concomitancia con la actividad petrolera central en la región– en localidades tales como Comodoro Rivadavia (1907), Cañadón Seco (1944),
Caleta Olivia (1960), Pico Truncado y Las Heras (1993)21. Yacimientos
Petrolíferos Fiscales fue el agente productivo que sostuvo la actividad y
dinamizó la zona (Cicciari, 1997: 195). Recordemos que, en los noventa,
en el contexto de una importante huelga y movilización en reclamo de
salarios atrasados en Santa Cruz, la CGT Regional de la provincia –de
la que formaba parte el SUPE– cuestionó las políticas recesivas de esos
años y pidió la defensa de los recursos naturales y la continuidad de las
empresas del Estado con asiento en dicha provincia. Estas expresiones
daban cuenta de las diferencias dentro de la dirigencia del sindicato,
cuyos trabajadores, desde inicios del año 1990, se habían resistido con
huelgas a la entrega de áreas exploradas por la empresa estatal, con el
apoyo de las seccionales de Mendoza y Neuquén. En realidad, la situación de Santa Cruz era similar a la de otras provincias patagónicas,
agrupadas en la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI) con el objetivo de unificar los reclamos por las
deudas en concepto de regalías mal liquidadas por parte del gobierno
nacional (Auzoberría et al., 2005: 2-15).
Contrariamente a los otros estados, fue penetrante el conflicto
en el sector petrolero y en el resto de las empresas privatizadas; se
inició inmediatamente después de la venta, con ciclos de gran intensi21 Los años que figuran entre paréntesis indican la fecha del descubrimiento o puesta en
explotación del yacimiento y/o área.
323
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
dad; intervino ATE e incluso los propios gremios petroleros privados
en las acciones y denuncias a la política ejecutada por el menemismo.
En el año 2002 se sucedieron los cortes de ruta –desocupados y trabajadores– en las localidades petroleras mencionadas anteriormente,
y desde el gobierno local se denunció el involucramiento del gobierno
nacional para generar inestabilidad. A través del Sindicato de Petroleros Privados de Santa Cruz, Repsol YPF ofreció puestos de trabajo y
la provincia insistió en que se constituyeran cooperativas para realizar
obras públicas en el norte provincial (CELS, 2003: 267). A mediados
de 2004, para frenar el conflicto social en Pico Truncado y Las Heras,
con el argumento desvirtuado de paz social, se sentaron a la mesa de
negociación las operadoras petroleras de Repsol YPF y representantes
del municipio local, y se firmó lo que se denominó Convenio de Cooperación, por medio del cual el gobierno municipal recibe fondos para
pago de subsidios de desempleo, dando lugar a problemas entre los
trabajadores de la UOCRA, que ganan casi lo mismo por doce horas de
trabajo. Así, la comuna se involucra como garante de la tranquilidad
social y se instituye en controladora de los intereses de la actividad extractiva. El conflicto, que presentó una dimensión sociolaboral hasta
constituirse en el emergente de una crisis que tuvo un condicionante
estructural, desembocó a su vez en una crisis de gobernabilidad, que
llevó a la renuncia del gobernador (2006). Los argumentos esgrimidos
para la renuncia se refirieron a la cuestión de las obras públicas y a
desavenencias entre el gobierno provincial y la Nación.
En el mismo sentido, es necesario reflexionar sobre el cierre de
HIPASAM en Río Negro. La mina de hierro, que otrora fuera la más
grande de Latinoamérica 22, se ubica en un espacio originalmente de
asentamientos transitorios de poblaciones nativas. Convertida en empresa estatal en la década del cuarenta, implicó un enclave económico
en la zona costera rionegrina. Tras el descubrimiento del hierro en esos
años, la localidad desplegó un apogeo económico treinta años después,
con la explotación minera por parte de la firma HIPASAM, encabezada
por Fabricaciones Militares que abastecía a Somisa23. La mina de Sierra
Grande, que comenzó a producir en 1971, cerró por decreto presidencial
en 1992, y dejó a la población en una quimera; en el barrio de los ex mi22 Fue la mina subterránea más grande de Latinoamérica, con 414 m de profundidad y
98 km de longitud.
23 El 98% del hierro que se extraía de Sierra Grande era consumido por la planta siderúrgica instalada en San Nicolás de los Arroyos (Buenos Aires): Somisa (1971-1992).
Paradójicamente, en el cierre de su campaña electoral por la primera presidencia (1989),
Menem promete desde el socavón de la mina la “revolución productiva” (H.M., estudiante
de Historia en la Universidad Nacional del Comahue y nativo de Sierra Grande, testimonio oral, junio de 2005).
324
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
neros, hoy abandonado, se pergeña construir una cárcel extramuros24.
El gobierno rionegrino se hizo cargo de la mina en 1993, con el nombre de Hierro Patagónico Rionegrino Sociedad Anónima (HIPARSA) y
asumió el compromiso de llevar adelante un proceso de privatización;
no obstante, administró hasta recientemente la escasa producción. En
1991 fueron despedidos por la empresa 25 52 trabajadores, lo que provocó un corte de ruta por más de cinco días, que contó con el apoyo de la
Multisectorial rionegrina. Más de doscientos manifestantes, apostados
en la Ruta Nacional 3, la obstruyeron en reclamo de la reincorporación
de los despedidos26. En todo ese proceso, tuvieron un papel central las
mujeres de los trabajadores en las organizaciones y espacios en donde
actuaron, como por ejemplo en la manifestación en la capital de 1991.
Esta es apenas la parte visible de un fenómeno mucho más profundo:
las nuevas relaciones que se establecen entre la mujer y el territorio
que emerge de la reestructuración económica argentina en las últimas
décadas. Desde esta perspectiva, es necesario subrayar que las mujeres
de los mineros en el caso de Sierra Grande dieron lugar a los primeros
piquetes de la década (1991)27.
La escasa población que resistió abandonar el lugar recompuso
la actividad económica a través de una forma parcial de explotación
turística de las Playas Doradas28; y la mina se destina a un tour para
mostrar a los visitantes lo que fue la actividad productiva. Este se denomina “viaje al centro de la tierra” y consiste en un descenso de 70 m, que
cada vez tiene menos visitantes a raíz de un accidente. Hoy la población
24 La población actual de la localidad de Sierra Grande es de alrededor de 6 mil habitantes. Antes del cierre, luego de un crecimiento explosivo en los años setenta, la localidad
contaba con 16 mil habitantes. Con la paralización de la explotación de la mina a partir
de 1992, el lugar sufrió un éxodo poblacional superior al 60%.
25 Hacia 1993, HIPARSA contaba con 40 empleados y un subsidio de 800 mil pesos
anuales.
26 La prensa local y la nacional informaron sobre los diferentes cortes que se producían
en distintos momentos, sin que se concretara la reincorporación de los trabajadores. Uno
de los motivos que impidieron este reconocimiento legal fue que no se resolvieron en la
Secretaría de Trabajo los certificados de HIPARSA, lo que condujo a los empleados a
denunciar las maniobras de la firma para provocar el despido.
27 En septiembre de 1991, las mujeres de Sierra Grande fueron protagonistas de un corte
de ruta que se constituyó en una de las primeras puebladas del país. Los estudiantes
secundarios hicieron una sentada en una escuela técnica y los obreros reclamaron en
Buenos Aires por la continuidad de su fuente laboral.
28 La villa turística, que se fundó en los años setenta, tuvo un lento desarrollo hasta los
noventa, momento en que se integró a la ruta de la costa, desde ese lugar hasta Puerto Madryn, pasando por Las Grutas y otros pequeños balnearios de reciente creación,
uniendo más de 135 km.
325
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de Sierra Grande tiene 9.500 habitantes y, ante la inactividad minera,
la reactivación económica pasa por la pesca, el turismo y la administración pública (Díaz y Carreño, 2003). En definitiva, la mina se cerró,
no se privatizó; en cuanto a la inversión privada –es necesario tener en
cuenta que una mina es inviable sin el subsidio del Estado– sólo aparece en el horizonte un grupo empresario de origen chino (Sinosteell
Wenling Pan) que se podría asociar al grupo Minera Sierra Grande A
Grade Trading (Río Negro, 2006b)29. Un testimonio dice al respecto:
Cuando Somisa se privatiza, no quiere más pellets de HIPASAM,
porque se podía abastecer con el hierro brasileño que era de mejor calidad. No había posibilidad de exportar nuestro producto.
Eso acompañó la decisión nacional de no buscar comprador,
sino directamente liquidarla (Río Negro, 2005a).
Al momento de redactar el presente trabajo sale el primer embarque
con producción de la mina, la última extraída antes de la producción
efectiva por parte del nuevo grupo empresario (Río Negro, 2006c). En
el puerto rionegrino de Punta Colorada fueron cargadas –en el muelle
que volvió a funcionar tras diecisiete años de inactividad– en el buque
de bandera panameña Láser, en sus siete bodegas, 60 mil toneladas de
hierro con destino a China.
La particular modalidad de privatización del complejo carbonífero de Río Turbio y el cierre de HIPASAM-Sierra Grande conjugaron
la presencia de contextos operativos de privilegio, escaso nivel de inversión, crecientes márgenes de explotación de los trabajadores y una débil
y complaciente institucionalidad regulatoria. Conllevaron nulos beneficios públicos, una considerable transferencia de recursos nacionales a
manos privadas y una década de estancamiento en el aprovechamiento
energético que adoleció de la falta de una política integral que incluyera
el carbón (Nahon, 2005: 58-81). Las consecuencias socioeconómicas de
la reestructuración y privatización de empresas públicas acicatean a las
familias que viven de la actividad minera con similares y diversos comportamientos de reproducción social, que oscilan entre la necesidad de
quedarse para la mujer y la de buscar otro lugar para el hombre. En un
caso –Río Turbio– los hombres sólo se alejaron para obtener ingresos
para el sustento familiar; en el otro –Sierra Grande– las mujeres resistieron con hogares “sobrevivientes” (Federico, 1997: 153-164).
29 En el momento de escribir este trabajo, la prensa local informó sobre la reactivación
de la ex HIPASAM, ahora Compañía Minera Sierra Grande, con el objetivo de volver a
extraer mineral, hecho que permitió la incorporación de mano de obra local. La compañía
Smastell Corporation Wenling Pan se dedica a la extracción y producción de hierro para
la fabricación de maquinarias y manufacturas para la construcción.
326
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
Reclamos y conflictos en nuevos y viejos sectores
productivos dentro de la actividad privada
Recordemos que la producción industrial tuvo como objetivo la expansión de la industria en determinadas áreas de producción para
compensar desequilibrios o desigualdades regionales. En realidad,
la promoción industrial operó como un mecanismo que acentuó el
proceso de concentración y demostró su vinculación con la desconcentración espacial de la actividad vinculada al uso de los regímenes
por parte de las fracciones de capital emergentes. Muchas empresas
fueron viables desde la rentabilidad sólo a partir de que se relocalizaron en regiones con altos incentivos fiscales, lo que aumentó la concentración económica. Inicialmente sólo tenían ventajas área limitadas,
por ejemplo, Tierra del Fuego y otras provincias; luego se agregaron
otras instancias bajo los regímenes especiales. Asimismo, se llevó a
cabo una trama de subsidios –a través de las exenciones al impuesto al
valor agregado– en estados como Santa Cruz, Chubut, Neuquén y Río
Negro, siendo el IVA aproximadamente la mitad del subsidio efectivo
por valor agregado (Yanes y Gerber, 1990: 28-42).
En lo que respecta a Chubut, sufrió una importante desaceleración del crecimiento económico en los años ochenta, con incremento de
la desocupación, enmarcado en el agotamiento de los regímenes industriales, que impactaron de modo diferencial sobre distintas ciudades de
la provincia, en particular en Puerto Madryn y Trelew, y se plasmó en
una merma del crecimiento del nivel de producción del sector industrial,
vinculado a la actividad textil y a la metalurgia de aluminio30. Después de
haber sido una actividad generadora de empleo, la tendencia se debilitó a
mediados de esos años, y se hizo visible la crisis hacia fines de la década
(Ibarra, 2000: 1-24). A ello se agregó el deterioro de la producción agropecuaria, desplazada por la pesquera como el rubro más importante dentro
de las actividades primarias, sosteniendo la actividad económica por su
significativa participación en el producto bruto de las ciudades costeras
alrededor de Puerto Madryn.
En el caso de Tierra del Fuego, el momento de mayor dinamismo
ocupacional se vivió tras la recuperación de la democracia, con 121 industrias y 6.331 empleados, quedando sólo 47 y 3.154 respectivamente
en 1996. Esta situación de precariedad laboral motivó la emergencia
de acciones colectivas con diversas movilizaciones, protestas, cortes y
paros, hasta cobrarse una vida. El sector electrónico ocupó en su mejor
30 Recordemos que Puerto Madryn –puerto de aguas profundas con más de 60 mil habitantes– es la localidad chubutense en la que se encuentra instalada la planta de aluminio
Aluar. Desde Trevelin, a 500 km al oeste de Puerto Madryn, se la provee de energía eléctrica a través de la Central Hidroeléctrica de Futaleufú. La empresa exporta el 74% de su
producción, mayoritariamente a mercados de América Latina.
327
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
momento a 5.132 operarios; luego llegaron las cesantías, los despidos
y los cierres masivos de fábricas y la inundación del mercado con productos del exterior sin restricciones. Además de la industria electrónica,
se desarrollaron servicios, comercios y administración pública cuyo
dinamismo se vinculó a esa actividad ya que la construcción, la madera y la lana son fuentes de trabajo estacionales. En los años noventa
estalló en esa provincia un conflicto de los metalúrgicos –nueve plantas
frente al Canal de Beagle31– por el despido de trabajadores de varias
empresas radicadas y el pedido de aumentos salariales motivados en
las desventajas –en términos de costos– de residir en esa área (la provincia es tres veces más cara que cualquier otro lugar de la Patagonia).
Las huelgas tuvieron el apoyo de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM)
y de otros gremios y sindicatos como la CTA, con piquetes frente a las
fábricas –sin ocupación de las mismas– y movilizaciones de toda la
población fueguina. Los docentes, los trabajadores del gremio de la
construcción, portuarios y comercio fueron los más importantes en las
movilizaciones de esos años, que provocaron una fuerte tensión social,
que preocupó al gobierno nacional –quien acusó a los obreros en huelga
de “agitadores profesionales”– y a las autoridades locales como al entonces gobernador perteneciente al Movimiento Popular Fueguino (MPF)
y al intendente de Río Grande (radical). Las movilizaciones tuvieron
el apoyo de prestigiosas figuras del cine y de la política nacional como
Pino Solanas, Patricio Echegaray y Enrique Mathov. Luego de casi veinte días de conflicto se llegó a un arreglo que no fue duradero, pues el
problema se reinició (en agosto de 1994) a partir de una serie de sucesos
en algunas fábricas y se instaló el tema de la concentración32. Despidos,
cierres de plantas, tomas pacíficas, marcha y movilizaciones caracterizaron el clima de extrema tensión a comienzos de 1995 en la isla, con
la presencia y la represión de tropas de la Gendarmería, que provocó
la muerte de Víctor Choque, un joven obrero salteño de la construcción
–junto con una treintena de heridos–, como consecuencia de un balazo
en la cabeza, en medio de una manifestación que reclamaba frente a la
jefatura de la policía provincial la libertad de los trabajadores detenidos
días antes. Se trata del primer ciudadano muerto en una protesta social
desde la instalación de la democracia en Argentina, lo que marca una
suerte de continuidad con un acontecimiento de proporciones analógi31 Las nueve plantas de Ushuaia pertenecen a cinco empresas. Entre las más importantes, cabe mencionar a Kenia Río Grande, Philips, JVC, Foxman, Vinisa, Sanyo, Philco,
Noblex, Hitachi y Aurora.
32 Bajo la promoción industrial (Ley 19640), se instalaron cerca de 150 empresas entre
Ushuaia y Río Grande, que llegaron a triplicar la población de la isla entre 1976 y 1988.
Hacia 1994, quedaron aproximadamente 40 empresas.
328
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
cas, como el asesinato de un joven manifestante en Buenos Aires el 31
de marzo de 198233.
Desde 1996 hasta finalizar su mandato, la inestabilidad política
del gobierno de la provincia se relacionó con causas enmarcadas en el
incumplimiento de los deberes públicos e irregularidades financieras,
que provocaron el despido de trabajadores de los PT, pagos de los sueldos estatales en cuotas, cierre de instituciones de acción social y una
reducción significativa de los gastos administrativos. Entre noviembre
y diciembre de 1999, se produjo un conjunto de protestas en contra del
proyecto que envió el gobernador fueguino a la Legislatura, que proponía
el recorte del 60% del adicional remunerativo por zona desfavorable a
los trabajadores de la administración central y establecía un régimen de
jubilaciones anticipadas. La Intendencia local y la Legislatura provincial
fueron los puntos de unicidad de la marcha pacífica. Por una parte, el
decreto firmado por el gobierno que establecía una reducción del 30%
provocó también una marcha, pero con menos participación que lo calculado por los gremios organizadores, no obstante obtener el apoyo de
la UOM. Por otro, durante 2005, los obreros metalúrgicos de las fábricas
electrónicas, convocados por la UOM, adhirieron a un paro general por
24 horas y reclamaron la reincorporación de los contratados que habían
quedado sin trabajo, además de un aumento salarial del 30%.
Luego de 2001, con el ciclo ascendente de la protesta social a nivel
nacional, la Legislatura provincial sancionó, dos años después, una ley
de expropiación de las dos fábricas de la empresa Aurora-Grundig (Renacer) que había cerrado sus puertas en 1998, y otorgó a los trabajadores
la posibilidad de constituirse en cooperativa –experiencia de colectivo
obrero con ciertas similitudes a la desarrollada por los trabajadores
de la ex Zanón, fábrica sin patrones, “bajo control obrero” (FaSinPat).
Mientras esta ley es el primer antecedente provincial de expropiación de
una fábrica, los obreros y obreras ceramistas neuquinos y su sindicato
siguen esperando “que los legisladores provinciales le den tratamiento
al proyecto de ley presentado en la Legislatura” (Comunicado de Prensa
Ceramista, 2006). En 2004, la fábrica hizo entrega al gobierno fueguino
de electrodomésticos para viviendas populares y llevó a los obreros y
obreras de la Comisión de Lucha a sostener un discurso legitimante y
optimista, vinculado a que pudieron romper el esquema fordista de los
salarios. Mientras tanto, en Río Grande, trabajadores estatales de ATE
y militantes radicales se manifestaron contra el gobernador –radical,
ahora kirchnerista– quien adjudicó la responsabilidad de planificar las
33 En los orígenes de los piquetes hubo una serie de muertes: Teresa Rodríguez en
Cutral Co (Neuquén, 1996); Aníbal Verón en Tartagal (Salta, 2000); Carlos Santillán y
José Barrios en Mosconi (Salta, 2001).
329
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
acciones colectivas a los intendentes de Río Grande y Ushuaia, ambos
de su partido.
En 1994, la provincia fue escenario de una prolongada lucha gremial de los trabajadores metalúrgicos por la pérdida de sus fuentes laborales, situación que se apaciguó con la gestión del obispo de Santa Cruz.
Las responsabilidades cruzadas entre el gobernador y la justicia llevaron
a los gremios a pedir la renuncia del gobernador –acorralado por la crisis
y con la imposibilidad de que la Legislatura aprobara el ajuste provincial–, momento de tensión que disminuyó con la asunción del nuevo gobernador y el inicio de negociaciones con los distintos sectores.
Una actividad relativamente nueva en la economía de
las provincias costeras: la pesca
El caso de la pesca
Otro recurso que tuvo un significativo impulso y convocó al conflicto
fue la pesca. El crecimiento de la actividad desde fines de la década del
setenta aumentó en los noventa con las empresas radicadas en Chubut,
que solicitaron licencias para practicarla, lo que activó un convenio
de reciprocidad, y se sumaron a las veinte compañías que desde 1990
operaron en la costa santacruceña. En cuanto a la pesca de altura,
esta evolucionó de un modo interesante en la década del ochenta, y
dinamizó a Puerto Deseado demandando servicios y personal técnico
especializado. A lo largo de estos años, la participación de compañías
subsidiarias de extranjeras aumentó y aumenta, como así también la
constitución de empresas mixtas integradas por capital argentino y
extranjero, tendencia que se profundizó notablemente después de los
noventa. Es decir que, desde esos años, se inauguró un momento que
da cuenta del cambio productivo provincial tras la crisis del carbón y
la ganadería, pero ligado a la actividad pesquera, que contrariamente a
las anteriores es básicamente de capital privado (Pellanda y Fernández,
2000: 932-979). Recordemos que en los años cincuenta, con las políticas
desarrollistas y el proyecto de explotar y desarrollar la pesca comercial
en la costa patagónica, se construyó un puerto de aguas profundas: San
Antonio Este (SAE), en Río Negro, que ofrecía ventajas impositivas para
las sociedades interesadas en establecerse en la región, que implicaron
el desarrollo industrial con radicación de capitales nacionales (Galme,
Pesquera Saic) y más tarde extranjeros, cuya producción se comercializa en el mercado interno y en centros europeos como España e Italia.
Actualmente existe la Cámara Argentina-Patagónica de Industrias Pesqueras (CAPIC) y la Federación de los Trabajadores de la Industria de Alimentos (FTIA). La primera estaba cercana al acuerdo en
los conflictos con los grupos empresariales, y la segunda apuntaba a
lograr en la lucha por los incrementos salariales la homologación con
330
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
el sindicato que obtuviera la mejor negociación. Entre el 20 de abril y
fines de mayo de 2005, se desarrolló una disputa en el sector a partir
de la movilización organizada por los trabajadores de Puerto Madryn,
quienes convocaron a acciones de protesta impidiendo el ingreso de
insumos para las empresas productoras –mayoritariamente de capital
extranjero– con piquetes en la Ruta Nacional 3 y en las 1 y 4 provinciales, cerrando de esta manera la ciudad. Con el apoyo de la sociedad
local, los protagonistas denominaron a esta acción como el segundo
Madrinazo34. Con la pretensión de regionalizar el conflicto, los fileteros
chubutenses se concentraron con gomas encendidas frente a la planta
Alpesca (SAO) y otro grupo de piquetes se dirigió a la planta pesquera
Tramar SA de Sierra Grande, con la intención de obtener una negociación de un salario mínimo como el logrado por los trabajadores pesqueros de Comodoro Rivadavia (Río Negro, 2005b). El conflicto no se
resolvió rápida y satisfactoriamente por la intransigencia de todas las
partes. En octubre de 2005, nuevamente se paralizó –por más de tres
meses en algunos puertos– la industria pesquera en Puerto Deseado,
Chubut, Ushuaia y Mar del Plata; los sindicatos reclamaban la vigencia
de la Resolución 254/05 que ataría sus salarios al dólar, cuestión aún
sin resolver.
La matriz productiva del Alto Valle de Río Negro y Neuquén:
la fruticultura
Por último, es necesario realizar algunas consideraciones sobre la situación de la fruticultura, recurso fundamental del Alto Valle de Río
Negro y Neuquén durante décadas, y los conflictos reeditados por los
productores, los tractorazos, a partir de los años noventa. Hacia mediados de esa década, producto de la resolución del conflicto con los
estatales rionegrinos, se mostró (y muestra) con claridad el nexo entre
el poder económico y político rionegrino –no así el caso del neuquino–
cuando el gobernador electo (1995) acordó, con el apoyo del gobierno
nacional, la concesión del puerto de SAE a la más importante exportadora de fruta: Expofrut35. Esta empresa, originalmente constituida por
capitales regionales, pasó mayoritariamente a capital extranjero (de
origen italiano). El grupo, transformado en sociedad anónima, tiene su
34 Estas acciones colectivas lograron una repercusión local y nacional que no se daba
desde 1984, cuando el pueblo madrynense se dirigió al puerto para repudiar la presencia
de naves norteamericanas, acontecimiento conocido como el Madrinazo.
35 Si bien la devaluación de la moneda argentina permite la recuperación de dos empresas
importantes del valle como son Tres Ases y Moño Azul, la empresa Expofrut es la más
importante, con 5 mil ha en el Alto Valle de Río Negro, además de contar con galpones,
insumos y apoyo financiero.
331
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
centro en el país europeo y un directorio local. Frente a esta concentración de capitales en el principal rubro del valle rionegrino, los pequeños
y medianos productores, con unidades de producción de entre 10 y 15 ha,
quedaron desamparados, no sólo porque no había política del Estado
provincial orientada a otorgar subsidios, sino porque no podían competir ni hacer frente a las consecuencias de las nuevas orientaciones
que conducen a la concentración de capital (Salinas, 2006: 8). Por una
parte, los efectos de ciclos de la fruticultura, el salario de los trabajadores, los problemas del transporte y de la venta hoy están totalmente
supeditados a las situaciones del mercado y, sobre todo, a la imposibilidad financiera de ingresar tecnología adecuada para las nuevas condiciones de la oferta y la demanda. El productor es el único dentro del
rubro que no tiene paritaria y que, en el contexto de las políticas de los
años noventa, protesta contra el Estado local y nacional a través de los
tractorazos, siendo el primero en el nuevo ciclo ascendente de la protesta
(1993) que finalizó con el procesamiento de tres actores que la lideraron
(luego en 1995 y 1999, momento en el que aparece el Movimiento de Mujeres en Lucha). En general, las protestas de los productores terminan
judicializadas y direccionadas por el propio gobierno local36 y atadas a
subsidios de la Nación que llegaron retaceados (C.C., productor del Alto
Valle, testimonio oral, junio de 2005).
En enero de 2006, volvieron los tractores a la ruta y a las calles;
la Federación de Productores de Río Negro y Neuquén (integrada por
dieciséis cámaras) realizó una protesta en busca de mejores precios para
la venta de peras y manzanas. La modalidad consistió en el bloqueo del
paso a todos los camiones que transportaban frutas al puerto de San
Antonio Oeste (SAO, Río Negro), liberando los transportes interurbanos.
La decisión de los productores sumó complejidad al escenario frutícola
que mantenía un conflicto paralelo entre los empresarios nucleados en la
Cámara Argentina de Fruticultores Integrados (CAFI) y la intersectorial
conformada por los gremios Unión de Trabajadores Rurales (UATRE),
Camioneros (UTA) y Sindicato de Trabajadores de la Industria del Hielo y
Manufacturas de la República Argentina (STIHMPRA), quienes plantearon las protestas por carriles diferenciados; por ejemplo, los empresarios
luchaban por la disminución de retenciones (del 10 al 5%). La estrategia
de movilización consistió no sólo en cortar el acceso al puerto, sino la
salida de los galpones y los caminos entre las chacras. El levantamiento
de la mayoría de los piquetes llegó con un principio de acuerdo entre los
sectores en conflicto y el gobierno provincial, que ofició de mediador en
36 Las empresas incrementaron sus ganancias en un 260% (en 2001-2005). Se trató de la
protesta de los productores de 1999, al frente de la cual se colocó el mismo gobernador
Pablo Verani.
332
Orietta Favaro y Graciela Iuorno
la denominada “mesa frutícola”. Después de varias reuniones, la mesa
logró un entendimiento con la Federación de Productores y la CAFI con
el gobernador rionegrino, y se obtuvieron 2 centavos de dólar por kilo
para la manzana y 14 centavos para la pera y un subsidio del gobierno
nacional de 8 millones de pesos.
Reflexiones finales
En las provincias de la Patagonia argentina se produjo un verdadero
paisaje de insurgencia colectiva, cuando se profundizó el desempleo a
partir de la política de ajuste fiscal, reforma del Estado y privatizaciones
de los años noventa. Los trabajadores y ex trabajadores jugaron un papel
central, aparecieron sujetos y movimientos de resistencia –nuevos y viejos
convivieron y se complementaron– contra los efectos de esa política.
Los medios utilizados por los patagónicos dentro del repertorio
de estrategias no sufrieron grandes mutaciones; antes bien, las rutas
nacionales que comunican entre sí los territorios del sur argentino y con
el área metropolitana significaron y significan para los actores sociales
de la región el escenario de protesta social por excelencia –desde la década del setenta– dado que, por una parte, el corte paraliza, retiene los
flujos de intercambio de mercaderías y bienes y, por otra, provoca perjuicios al importante flujo turístico nacional e internacional. El corte de
ruta como modalidad de acción colectiva se nacionalizó en los noventa,
cuando los comunicadores de los medios nacionales lo instalaron en el
escenario central. En otras palabras, la ruta ha sido un bien simbólico
aglutinante, por más de medio siglo, del imaginario colectivo.
En el marco de los cambios macroestructurales de la actual fase
del capitalismo y del poder coercitivo del Estado, en la dimensión local
se afectaron intereses y oportunidades políticas que dieron forma a las
acciones colectivas de desocupados, trabajadores y gente común, organizándose en defensa de los valores compartidos a lo largo del espacio
patagónico, con resultados diversos. Según las oportunidades políticas,
en algunos procesos la acción colectiva insurgente desembocó en la pérdida de las elecciones a intendente del partido hegemónico (Cutral Co,
Neuquén, 1997), situación amarrada por el interjuego del faccionismo
de los sectores dirigentes; en otros contextos, las protestas conllevaron
la renuncia del gobernador y el juicio político, como en Santa Cruz
(2006) y Chubut (1990). Finalmente, el distanciamiento de la forma de
negociación con la instancia central de la gestión saliente del partido
dominante –como es el caso del recambio de gobernador en Río Negro
(1995)– fue la modalidad utilizada para recuperar la gobernabilidad y
evitar la intervención nacional. Al margen de esta caracterización se encuentra la isla de Tierra del Fuego, que en los años de referencia transita
la etapa de construcción de las nuevas instituciones estatales.
333
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
En el espacio de estudio, y atendiendo a las especificidades locales,
irrumpe lo diverso de los sistemas políticos y de las culturas provinciales,
y se observan continuidades con las prácticas rutinarias del clientelismo
que permitieron la obtención de logros materiales para algunos manifestantes y operaron en las diferencias de los conflictos. En este sentido, el
clientelismo tuvo (y tiene) para la mayoría de los habitantes patagónicos
–por ser sociedades de “construcción estatal”– una imagen social de que
no existe algo o alguien distinto en la política, que no sea el Estado, para
resolver las necesidades de las personas. Por ello, la salida a la ruta terminó siendo la metodología de acción de las organizaciones emergentes
frente a los problemas, que confrontan fuera del sistema político debido
a su oclusión, porque esa metodología no sólo decide sobre las cuestiones cotidianas de los más pauperizados, sino que también les genera un
cierto empoderamiento individual y nuevos liderazgos.
En definitiva, la protesta en los estados patagónicos no se reestructura o potencia en el ciclo ascendente –caracterizado por las
asambleas barriales y cacerolazos iniciados en diciembre de 2001 en
determinadas áreas del país–, lo que impide realizar generalizaciones y establecer regularidades en la nueva fase de la beligerancia en
Argentina. El sentido y las formas de la protesta conservan no sólo la
huelga como modalidad de lucha, sino que el actor convocante de la
protesta continúa siendo el gremio, el sindicato y será uno u otro según
cada situación específica (UOCRA, UOM, CTA, ATE, UPCN, CAFI). Por
lo tanto, en la insurgencia actual, se complejizan los significados de la
lucha, de las rutinas aprendidas y de los comportamientos ejercidos mediante un proceso de selección, que dan cuenta del repertorio políticocultural de las acciones colectivas de los sujetos sociales patagónicos
en las últimas décadas.
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338
Beatriz Rajland*
Movilización social y transformación
política en Argentina:
de autonomías, articulaciones,
rupturas y cooptaciones**
Introducción
El punto de partida de estas reflexiones son las movilizaciones de
diciembre de 2001 en Argentina y la emergencia y/o potenciación de
formas organizativas y luchas novedosas, que avanzaron en la conformación de identidades y representaciones sociales. Interesa su proyección a la actualidad, ya que, pese al registro actual de una tensión
evidente en lo que a sus aspectos tradicionales se refiere, el momento
de inflexión que significaron signa hasta hoy el escenario, las acciones
y los discursos sociales y políticos. En esta reflexión, desarrollaremos
aspectos del proceso de una de esas organizaciones, la de los piqueteros,
sobre la que nos detendremos en dos casos puntuales: el Movimiento
Barrios de Pie (MBP) y el Movimiento Territorial de Liberación (MTL)
desde 2001 hasta la actualidad. Caracterizamos y/o problematizamos
el panorama actual por los siguientes factores.
* Profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora de la Fundación de
Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP), Argentina.
** El presente trabajo fue elaborado con la colaboración de Martín Cortés, docente de la
Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigador de la FISyP.
339
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
-- El alto grado de fragmentación de las organizaciones.
-- Las respuestas positivas –de algunos sectores de estas organizaciones– a las políticas “desde arriba”, tendientes a desarmar la
movilización popular, especialmente por medio de mecanismos
de cooptación (sea a través de instrumentos de asistencia social,
por la colocación de algunos dirigentes en puestos estatales o
por la combinación de esto con conformidades básicas de tipo
ideológico-político por parte de las organizaciones cooptadas).
-- La existencia de otros sectores que fueron evolucionando del mero
reclamo de subsidios a la promoción de iniciativas de desarrollo de
“trabajo genuino”, de tipo cooperativo, solidario, neutralizando eficazmente el componente clientelista y de asistencialismo tradicional.
-- La posibilidad y necesidad de convergencia de estos últimos sectores de trabajadores desocupados con las luchas crecientes de
los trabajadores ocupados.
-- El debate sobre democracia participativa en relación con los movimientos analizados.
-- La falta de articulación política de las luchas sociales, que se
traduzca en propuestas o alternativas de carácter más universal,
dirigidas hacia transformaciones políticas.
Algunos señalamientos
Nos reafirmamos en el convencimiento de que, para abordar este tema,
se hace imprescindible partir del significado de las jornadas del 19 y
20 de diciembre de 2001 en Argentina1. Ellas fueron como un hito, un
punto de inflexión, una resistencia llevada a ofensiva popular –con millares de personas en las calles– que se tradujo en el repudio y la huída
del presidente Fernando De la Rúa, en el rechazo a las prácticas de la
política hegemónica, como culminación de un amplio y profundo proceso de deslegitimación socioinstitucional generalizada.
Señala Susana Murillo:
El 2001 marca, junto a la visibilidad de los efectos destructivos
del modelo económico, el inicio del fin de la legitimidad política del nuevo pacto social basado en el consenso por apatía
(lo cual no implica, sin embargo, que la apatía haya sido desterrada) (2004: 268).
1 No reiteraremos análisis ya abundantemente formulados por varios autores, entre los cuales
podemos mencionar a Lucita (2002), Svampa y Pereyra (2003), Zibechi (2003), Iñigo Carrera
y Cotarelo (2004) y Campione y Rajland (2006). Sólo señalaremos algunos puntos nodales.
340
Beatriz Rajland
Se trató, en parte, de la eclosión de las tensiones acumuladas en el contexto socio-económico-político, y de una consecuencia de las políticas
neoliberales en Argentina, particularmente –pero no sólo– del período
de la década del noventa.
Aclaremos: decimos “particularmente, pero no sólo” porque,
como ya es sabido, la implementación del modelo de acumulación neoliberal fue la base político-económica del golpe genocida de 1976, que
también se continuó con los gobiernos constitucionales de Alfonsín
–tras el breve interregno de Grinspun– y particularmente con el de
Menem en los noventa. En este contexto, fueron surgiendo nuevas expresiones políticas relacionadas con los sectores sociales mayoritarios,
que padecieron más severamente los efectos de estas políticas y crisis
combinadas, que se fueron expandiendo y consolidando (Ainstein et
al., 2005).
Las características de las nuevas modalidades de demanda social, que comienzan a aparecer a comienzos de la década del ochenta
y se generalizan y consolidan entre mediados y fines de los noventa,
se encuentran representadas en el modo “territorializado” en que se
manifiestan los reclamos. La conflictividad social tiende a producirse y manifestarse preponderantemente en aquellos ámbitos donde aún
persisten los espacios de negociación, conflicto y socialización: el territorio. Por ello, no es casual que el antecedente directo de las formas de lucha aparecidas y generalizadas en los noventa hayan sido las
ocupaciones de tierras urbanas en la periferia de Buenos Aires, en la
forma de asentamientos, a comienzos de la década del ochenta, en plena
dictadura militar (Clichevsky, 1990; Izaguirre et al., 1991). Estas luchas,
vinculadas a la propiedad de la tierra y a la organización de la vida
del barrio alrededor de los servicios básicos (que tendrán su expresión
máxima en los tarifazos e impuestazos2) van a constituirse en parte de
la historia de las acciones territoriales.
Esas acciones, esa organización, esas luchas tienen como actores
principales a las víctimas del proceso de desindustrialización creciente
iniciado en los setenta, especialmente bajo la dictadura cívico-militar,
que no sólo fueron los desocupados fabriles sino también la clase media, fundamentalmente media baja, empobrecida como consecuencia
de tales políticas. Estos protagonistas, especialmente después de 2001,
se constituirán en uno de los componentes de los más tarde llamados
piqueteros. El otro componente, que en realidad es el que da origen a la
forma de lucha piquetera (de corte de rutas), es el que tiene su expresión
en las protestas, movilizaciones y luchas de los trabajadores despedidos
de una de las empresas clave del Estado como lo fue YPF (petróleo).
2 Movimientos de vecinos de protesta por el desmesurado aumento de tarifas e impuestos.
341
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Este hecho formó parte de la política de privatizaciones, que de manera
acelerada afectó al conjunto de las empresas públicas, y que produjo los
despidos en los años noventa.
Así, ya desde 1996-1997, en Cutral Co y Plaza Huincul, las carreteras
habían comenzado a convertirse en ámbito de denuncia y lucha, de resistencia y conquista. Las formas de lucha ahí desarrolladas fueron adoptadas luego por buena parte de los desocupados, tanto los recientes como
los ya francamente estructurales (aquellos cuya situación se remonta a los
años setenta), y se extendieron también a las calles en el ámbito urbano.
El “piquete”, entonces, se va constituyendo, en todos estos años,
como la manera en que se efectiviza la construcción social de
una modalidad de intervención y socialización política de los
sectores sociales marginados de los espacios tradicionales de
mediación con el Estado (Ainstein et al., 2005).
Los despidos tuvieron un “efecto dominó”, que permitió el avance hacia
la mayor flexibilización y precarización del trabajo a lo largo de toda la
década del noventa. Se aplicaron nuevas formas de contratación (por
ejemplo, los contratos de “prestación de servicios” y la tercerización),
desvinculando a los que trabajaban de la sindicalización, en un proceso
tan acelerado como el del continuado recorte de los derechos y la seguridad social que habían sido conquistados en largos años de lucha.
Estas transformaciones, operadas en un contexto de ajuste del
gasto público y de desindustrialización, aceleraron notablemente el proceso de quiebre del poder sindical, reorientando
sus fines y limitando su peso específico dentro de la sociedad,
y acentuaron el proceso de territorialización de las clases populares, visible en el empobrecimiento y la tendencia a la segregación socio-espacial (Svampa, 2005: 43).
La política y la economía
En el transcurso de los años constitucionales, es decir desde fines de
1983 en adelante, tuvo lugar una sistemática apropiación del consenso
del pueblo por parte de los gobernantes, que también sistemáticamente incumplieron sus promesas, lo que produjo una profunda crisis de
representación política o, en verdad, crisis política o crisis del sistema
de dominación en Argentina. A la expresión de rechazo a la política
tradicional que se evidenció en las elecciones del 14 de octubre de 2001,
le siguió la eclosión política que significaron las jornadas del 19 y 20 de
diciembre de ese mismo año. Las luchas y resistencias del movimiento
social en nuestro país no estaban aisladas, sino que eran parte de la ola
de crecimiento de las mismas en toda América Latina.
342
Beatriz Rajland
A partir de esta realidad, se observa el desarrollo de nuevos movimientos sociales, o el potenciamiento de los existentes, que particularmente expresan en su lucha las consecuencias catastróficas para los pueblos
de la aplicación de los programas neoliberales: miseria, desocupación,
hambre, despojo del patrimonio de los pueblos, políticas imperialistas
–que, como es suficientemente conocido, tuvieron especial cumplimiento
en Argentina, país modelo y ejemplo en la implementación de las políticas
diseñadas y aprobadas en el Consenso de Washington y ejecutadas a través
de los organismos financieros internacionales.
De las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 emergieron y/o
se potenciaron formas organizativas y de lucha novedosas, que fueron
avanzando hacia la conformación de variadas identidades y representaciones sociales, en un camino no lineal, con avances y retrocesos, pero
también con fragmentaciones y cooptaciones varias desde el aparato
estatal. Nos referimos al surgimiento del movimiento de asambleas barriales, a los movimientos piqueteros, de trabajadores desocupados, al
aumento y papel de las denominadas “fábricas recuperadas”, a la institucionalización social de los “cartoneros” o “recicladores”.
Estos nuevos emergentes sociales se fueron constituyendo o fortaleciendo en la lucha, teniendo claro contra qué, pero no siempre para
qué. Sin embargo, la calle, el contacto cuerpo a cuerpo de trabajadores
sin trabajo, capas medias sin medios y sectores empobrecidos, proveyó
la visualización general de que el programa neoliberal había destruido
el aparato productivo nacional, mientras que algunos fueron más allá
y visualizaron que el neoliberalismo es, en realidad, un modelo del
sistema capitalista; vale decir que es el capitalismo en sí el que genera
esa miseria y destrucción en beneficio de elevar su tasa de ganancia,
centralizando y concentrando cada vez más profundamente el capital
y naturalizando la desigualdad social (Rajland, 2004).
Lo señalado desmiente la afirmación –de amplia difusión– acerca
de que la política se subordinó a la economía. No hay tal subordinación,
sino correspondencia. El ejercicio del poder político no hizo más que
asegurar la implementación de los planes económicos programados,
diseñados desde el centro hacia las periferias, pero aplicados por los
que en la periferia han sido los titulares justamente del poder político.
De autonomías y “horizontalidades”
La mayoría de las nuevas expresiones del movimiento social enarboló
consignas de autonomía y horizontalidad, en respuesta a las prácticas
clientelísticas y punteriles3 habituales de la política hegemónica. Mani3 Punteriles deriva de puntero, denominación que se utiliza para señalar a aquellos pequeños caudillos barriales que son los amanuenses, representantes o delegados de las figuras
343
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
festaron frecuentemente un rechazo profundo por lo que se denominó
“lo político”, en beneficio de mistificar como un absoluto el valor de “lo
social”4. Es así que, partiendo de una premisa crítica absolutamente
justa y justificada, aquellos principios sostenidos a ultranza muchas
veces se tradujeron en un distanciamiento del conjunto social, de la
construcción común de alternativas y de la idea de lucha por el poder
político, restringiendo el espectro de posible expansión y articulación
de lo económico-social-reivindicativo con lo político o la lucha política
consciente, sin perjuicio de que, no obstante, con el desarrollo de esas
nuevas expresiones del movimiento social, se hubiera avanzado en términos de formación de conciencia colectiva.
La movilización comenzó un proceso de reflujo a partir de mediados de 2002, relacionado con cierto agotamiento respecto a la movilización permanente, pero también con maniobras de cooptación
oficial, lo que sin embargo no opacó la resistencia desplegada.
Los ya casi míticos piqueteros, designación o nombre que ya resulta insuficiente por la multiplicación de actividades que abarcan5, se
habían constituido, sin duda, en la parte más activa y de mayor visibilidad de expresión de la lucha en las calles, lo que coadyuvó a su evolución en organización y conciencia, en especial la conciencia de que ser
desocupado no supone perder la calidad de ser trabajador, con todo lo
que ello implica (Campione y Rajland, 2006). La táctica en la mayoría de
estas organizaciones ha sido la de la doble acción: producir posibilidades
de trabajo –vía la promoción y organización de emprendimientos o microemprendimientos– y exigir a las instituciones del Estado la asistencia
mínima, que con carácter clientelista implementan desde el poder6 y que,
políticas que dirigen o pretenden dirigir los partidos del sistema hegemónico, y que emplean prácticas clientelísticas o directamente violentas para conseguir adhesiones.
4 En realidad, esta aparente dicotomía está sostenida en la propia ideología del poder
dominante, que tiende a legitimar lo social (aunque tampoco siempre) y deslegitima lo
político, en tanto y en cuanto se trate de luchas contrahegemónicas, a las que les reserva la
calificación de “manipulación de dirigentes”. En esta misma línea, ver Mazzeo (2004).
5 Coincidimos también con Mazzeo (2004: 26) en cuanto a que “sin dudas un diálogo entre las diversas tradiciones teóricas aportará a la comprensión del ‘fenómeno’ piquetero,
pero más vale tener presente que el movimiento se conformó y se sigue conformando al
ritmo del despliegue del conflicto social y político”.
6 Los subsidios asistenciales, cualquiera sea su denominación, se llamen Planes Trabajar
o Jefes y Jefas de Hogar, fueron implementados –como es sabido– con carácter políticoclientelista desde el poder (tener en cuenta que se llegaron a distribuir casi 2 millones de
planes Jefes y Jefas de Hogar, sin duda la mayor inversión de este tipo de planes sociales
en América Latina). Se programaron por los sucesivos gobiernos constitucionales para
evitar que se desencadenaran conflictos sociales difíciles de encauzar por los sectores
dominantes, en especial luego de las jornadas de lucha del 19 y 20 de diciembre de 2001
y de la escasa legitimidad del presidente Eduardo Duhalde, y luego de los bajos guaris-
344
Beatriz Rajland
en un momento, varios movimientos de desocupados consiguieron cambiar, neutralizando el componente clientelista y con él el “punteril” y el de
asistencialismo tradicional, para impulsar la generación de mecanismos
de solidaridad y producción, ya sea de valores de uso para los propios
grupos de desempleados o de emprendimientos de mayor aliento.
Pero, paulatinamente, esta propia acción, unida a la transformación en culto de la autonomía y el horizontalismo reivindicados en nombre
del ejercicio de una más pura democracia, conseguía realmente convertirla en un democratismo altamente sectorial, local, micro, desarticulado
políticamente. No pudieron los piqueteros eludir la fragmentación de las
organizaciones, impulsada por propios y ajenos, que llega hoy a su más
alto grado. Algunas, como mencionamos antes, fueron objeto de cooptación por parte del poder político –en aplicación de su estrategia de dividir
el movimiento en “los duros” y “los blandos”, intentando aislar a los primeros y asimilar a los segundos– para lo que jugó un papel significativo la
implementación de mecanismos de asistencia social que, aunque focalizados y limitados7, resultaron eficaces en lo inmediato. A ello se sumó, con
el gobierno del presidente Kirchner, la colocación de algunos dirigentes en
puestos estatales. No obstante, otras organizaciones fueron evolucionando
del mero reclamo de subsidios a la promoción de iniciativas de desarrollo
de “trabajo digno” y/o “genuino”8, de tipo cooperativo, de criterio solidario,
desarrollando una autonomía organizativa positiva respecto al Estado.
¿La identidad de piquetero reemplaza a la de
desocupado?9
¿Es válido formularse este interrogante? ¿Hay una “identidad piquetera” o hay variadas identidades piqueteras? No me refiero siquiera a
si está construida una identidad piquetera, sino a la mera posibilidad
mos electorales con los que asumiera el presidente Néstor Kirchner. “La única política
sistemática del Estado nacional para hacer frente a la progresiva crisis de empleo fue el
lanzamiento, en 1996, del Plan Trabajar […] 2002, Plan Jefes y Jefas de Hogar […] marcada ambigüedad al no constituir ni un seguro de desempleo, ni una política asistencial,
ni una política de reinserción laboral, sino todas esas características a la vez. Los planes
ölanes¨ (subsidios) y la asistencia alimentaria fueron el núcleo de la política de contención
del gobierno y se convirtieron, con el correr de los años, en el centro de la negociación con
las organizaciones para poner fin a los cortes de ruta” (Svampa, 2005: 244).
7 Nos referimos a los magros subsidios de $ 150 (US$ 50) o a las bolsas de alimentos.
8 A estas calificaciones de trabajo “digno” y “genuino” se les dan interpretaciones o atribuciones diversas e incluso contradictorias. No es la intención del presente trabajo adentrarse en el tema –aunque tenemos una posición al respecto–, ya que lo desnaturalizaría.
Es por ello que utilizamos los conectores y/o entre ambos términos.
9 Los interrogantes que me formulo, y que están plasmados en este apartado, se han
suscitado con la lectura de Svampa (2005).
345
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
de construirla. Es totalmente diferente de la identidad de trabajador,
ocupado o desocupado, porque independientemente de que también es
necesario que estos construyan su identidad elevando su grado de conciencia, intrínsecamente conservan la posibilidad de construirla y con
ello de transformarse en fuerza activa –claro que no mágicamente. Ello
es así porque una presunta “identidad piquetera” pareciera estar vinculada fuertemente a un clientelismo y una ideología emanados desde
“arriba”. La masividad de los planes de “ayuda”, por un lado, contribuye
a paliar la situación de subsistencia, pero por otro contiene el conflicto
social de fondo. Es verdad que dicha situación hace crecer a las fuerzas
piqueteras, pero también ha resultado evidente que recompuso, respecto de muchas de las organizaciones, sus lazos con el Partido Justicialista, por lo menos en su versión ora duhaldista, ora kirchnerista. Hoy
desde el poder ya no se interpela a los “trabajadores”, sino a la clase
media y a los piqueteros. Esa pareciera ser el área de referencia del
gobierno de Kirchner, claro que con la debida diferenciación, como ya
lo señaláramos, entre “duros” y “blandos”10.
En definitiva, la “identidad” aludida del “piquetero” pareciera
tener más que ver con la adhesión a un núcleo social que lo contiene y
estimula a la acción y no al quietismo (esto es importante) que con la
función en la estructura socioeconómica (que es el caso del trabajador
–ocupado o desocupado).
Un claro ejemplo de lo que afirmamos es que comúnmente, cuando se logra conseguir trabajo, se abandona el movimiento piquetero y se
pasa a otro estatus: el de trabajador. Hemos dicho ya que, durante 2002,
los piqueteros fueron la fuerza más activa de la lucha popular, particularmente la más visible, la que puso la calle en la vidriera, de forma diferente a otras anteriores, como espacio público expropiado/apropiado
y no reservado prioritariamente sólo a los peatones, demostrando que la
lucha también se instala cotidianamente en ella. Esta particularidad es
quizás uno de los logros más importantes de esos años y aún –de algún
modo– continúa siéndolo. Podríamos decir que resignificaron la plaza
y la vía pública, calles o rutas. Pero la pregunta pertinente es: ¿cuánto
puede prolongarse una lucha como esa sin plasmarse políticamente (no
en términos estrictamente partidarios)?
Hoy encontramos un panorama de fragmentación altísimo,
que no se detiene y sobre el cual operan las políticas del bloque dominante de alternancia entre negociación y cooptación, de otorgamiento de planes sociales11 y de herramientas y subsidios para proyectos
10 Expresada desde la campaña electoral de 2003.
11 De estos, las organizaciones manejan sólo el 10%; el resto es “administrado” por los
punteros políticos regionales, zonales y barriales.
346
Beatriz Rajland
“productivos” micro (los microemprendimientos), de sostenimiento
de subsistencia, pero también de criminalización de la protesta social. Las políticas kirchneristas de integración e institucionalización
de algunas organizaciones (complacientes o consustanciadas con su
quehacer) y control, intento de disciplinamiento y aislamiento de
otras (combativas y además algunas con propuestas de fondo) han
tenido éxito en tanto abanico de estrategias respecto al estado de la
opinión pública y su manipulado consenso proclive a la estigmatización de la protesta, su demonización, condena social, judicialización
y aumento de la represión. Todo ello en aras de la famosa “gobernabilidad”, que sólo se traduce como contención del conflicto y las
luchas sociales.
Estas políticas desde el poder actúan en un escenario de la más
escandalosa desigualdad. Hoy el decil más rico tiene una relación de
34,6 respecto del decil más pobre. Es cierto, como se propaga, que el
nivel de crecimiento de la economía ha llegado a importantes guarismos. Sin embargo, no hay una política económica que la oriente a la
redistribución, en vez de destinarla al pago de la deuda externa y la
acumulación de ganancias por unos pocos. Por ello, el porcentaje de
la población por debajo de la línea de pobreza permanece muy alto;
para 2004, ascendía a alrededor de un 40,2% de la población, del cual
aproximadamente el 50% está en la indigencia.
Ya en junio de 2004, de acuerdo con el informe oficial del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), Argentina tenía la
peor distribución del ingreso de los últimos treinta años. Los niveles de
desempleo, aunque declinaron algo desde 2003 merced a la ola de bonanza económica, se mantienen en altos guarismos porque, como antes
señalamos, el crecimiento económico no representa redistribución del
producto social, si para ello no existe una voluntad política que así lo
decida. De manera que hoy el desempleo se sitúa en alrededor del 13%,
a lo que debe sumarse otro tanto en la categoría de subempleados12.
Añadimos que la recuperación de los niveles de producción coexiste y
se asienta sobre un cuadro de mayor explotación laboral (más desocupados, más trabajadores clandestinos y menores salarios), mayor empobrecimiento social (más pobres y más indigentes) y mayor desigualdad
distributiva (Lozano et al., 2006).
12 Es importante señalar que las estadísticas oficiales consideran como ocupados a aquellos que reciben los planes Jefes y Jefas de Hogar o cualquiera de las otras variantes del
mismo tipo. Que el INDEC así los considere es un dislate total porque, si lo que brindan
dichos planes son subsidios, el subsidio nunca puede generar el concepto de trabajador
ocupado, ya que precisamente se le otorga a quien está desocupado para que pueda subsistir.
347
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Resumiendo
Podríamos sintetizar la descripción de las dificultades del proceso de
desarrollo del movimiento piquetero hasta la actualidad en forma dialéctica: por un lado, la declarada “despolitización” de la militancia en
aras de lo reivindicativo-social, ligada a las políticas focalizadoras del
Estado; por otro, y paradojalmente, tal despolitización generó otro tipo
de politización que cuestionó el clientelismo y se propuso un nuevo tipo
de organización, más horizontal, otro estilo y otra lógica de construcción política, aunque no se la quisiera percibir como política. Ese quehacer se propuso democratizar los movimientos pero, al mismo tiempo,
ese rechazo in limine a todo lo político los fue escindiendo justamente
de los objetivos más abarcativos (que no pueden ser más que objetivos
políticos) que dirigieran la lucha hacia el cambio sistémico, hacia el
poder, de manera que como resultado se territorializó la lucha, pero al
mismo tiempo también se territorializaron los objetivos, se focalizaron
hacia miras más reducidas13.
Se focalizó desde “abajo”, pero ello fue indirectamente funcional a la focalización desde “arriba”. Se colectivizó, pero se individualizó. Lo particular del barrio, de grupos de vecinos con problemas
cotidianos similares, ocupó el lugar principal del encuentro. Hubo
intentos de unirse con los otros en la misma situación de otros barrios,
otros grupos de vecinos, otro “territorio”, pero no se logró la expansión hacia una lucha mancomunada, sino que primó la fragmentación
de movimientos, de objetivos, de estrategias. El poder apareció, no
como el objetivo político para el conjunto de las clases subalternas,
para el conjunto del pueblo, sino para una parcela territorial a la cual
se está adscripto. La labor de cooptación y clientelismo hará el resto
para fragmentar cada vez más la organización y la lucha, lo que de
alguna manera significa un cierto grado de esterilización. Aquí, la
parcelación hace perder la perspectiva de totalidad. La fragmentación
no es sólo del movimiento sino de la visión de una estrategia, que en
última instancia favorece al poder hegemónico.
En este contexto es que hemos hecho especial hincapié, desde la
introducción del presente trabajo, en la existencia, junto a la realidad
descripta, de otros sectores que fueron evolucionando y profundizando
la lucha de los desocupados, desde el mero reclamo de asistencia a la
promoción de iniciativas de producción de trabajo, con formas cooperativas, solidarias, creativas, demostrando que lo que falta no es trabajo
sino empleo, es decir, aquello que implica la relación social generada
por el capital; y esto alude a otras categorías económicas que tienen
13 En alguna nota periodística, Naomi Klein destacó su fascinación por el “encanto de lo
pequeño”, en referencia a las luchas sociales.
348
Beatriz Rajland
que ver con un proyecto de país para las mayorías y no para las elites
económicas. En definitiva, un proyecto que apunte hacia el poder en
su totalidad. Un país para el trabajo (en el sentido genérico de clase) y
no para el capital.
Han sido algunos de los grupos más radicalizados –en el sentido
de más claras definiciones de izquierda– los que lograron ese desarrollo
más dinámico, afianzándose en el espacio territorial, pero desde una
comprensión de ser parte del movimiento de los trabajadores, intentando converger con las luchas crecientes de los trabajadores ocupados.
“El tema del trabajo es un tema complejo, particularmente porque no vivimos en una sociedad donde la crisis esté dada por una crisis
de producción. Acá lo que hay es una crisis de consumo” (Carlos Chile,
2005)14. Con la flexibilización laboral y el modelo que nos han impuesto,
se ha generado una ruptura cultural en nuestro país, lo que hace pensar
en la necesidad de trabajar sobre la cultura del trabajo.
Dos movimientos, dos estrategias, dos perspectivas
Habíamos señalado que nos detendríamos en dos casos puntuales, paradigmáticos en relación con la caracterización que hemos hecho en
los análisis anteriores: el MBP y el MTL; pero previamente necesitamos plantear algunas premisas, pues a lo largo de este trabajo hemos
hablado reiteradamente de cooptación, de “cooptados”. Reflexionemos,
entonces, un poco acerca del significado de esos vocablos.
¿Qué implica la cooptación? En primer lugar, se trata de una política activa respecto de los sectores en lucha en general, que se propone
tomar sus aspectos y sectores adaptables a la institucionalidad estatal
y dividir y aislar a grupos más radicales que cuestionen más profundamente el statu quo. En este sentido, las medidas concretas (materiales y
simbólicas) que facilitan la cooptación de un determinado grupo tienen
como destinatario no sólo a dicho espacio, sino sobre todo al campo
popular en general, ya que inscriben sobre él fisuras que dificultan su
potencial acción común.
Para que se establezcan mecanismos de cooptación en la relación
entre un gobierno y un determinado sector político deben darse varias
condiciones de ambos lados: en primer lugar, el grupo o sector político
debe llevar adelante una práctica y una ideología que no se presenten
como incompatibles por principio con el bloque dominante. Por otro
lado, desde la instancia gubernamental deben emanar medidas activas
que seduzcan a un grupo para acercarlo a su horizonte político. Esas
medidas serán tanto de carácter indirecto –como por ejemplo acciones
de gobierno que produzcan identificación en determinados sectores so14 Carlos Chile es el secretario nacional del MTL.
349
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
ciales– como de carácter directo –tales como concesiones materiales
dirigidas a un movimiento o espacio en particular.
La Argentina de nuestros días presenta algunos casos en los que
parece posible hablar de cooptación casi inmediatamente. A primera vista, debemos mencionar a los llamados “piqueteros oficialistas”, concepto
que contiene en su composición paradojal signos del mecanismo aquí
tratado: originariamente se ha identificado al piquete con una medida
combativa de interrupción no sólo del flujo del capital (el corte de ruta
como significado de la detención del intercambio, el comercio y la circulación –metodología luego trasladada simbólicamente al corte de calle)
sino incluso de la propia acción del Estado. En este sentido, la idea de que
existan piquetes “oficialistas” ya nos da cuenta de cierto alejamiento del
interlocutor primigenio e implica cierta falacia. Desde luego que la cantidad de piquetes realizados por estos grupos ha descendido en guarismos
comparativos entre 2002 y 2006, pero más importante aún es resaltar
que, cuando se llevan a cabo, se realizan contra objetivos –en la mayoría
de los casos– establecidos por el mismo gobierno (recordemos que muchos de estos sectores intentaron “garantizar” el boicot a la Shell, luego
de que dicha compañía se negara a cumplir acuerdos de precios con el
gobierno, vale decir que actuaron como verdadera fuerza de choque del
mismo; y los ejemplos pueden ser muchos más).
Concretamente, hoy se denomina “piqueteros oficialistas” a varias organizaciones de diverso origen que comulgan con la mayor parte de las acciones de gobierno de Kirchner, y aparecen cada vez más
alejadas de las posiciones de la multiplicidad de grupos autónomos y/o
territoriales surgidos en los últimos años, de los cuales generalmente
formaron parte. Son aquellas organizaciones que se insertaron a través
de sus dirigentes en instancias públicas gubernamentales, a partir de
su reconocimiento público como mediaciones políticas representativas
de los “pobres urbanos” y como gestores reconocidos en la distribución
de asistencia social a cambio de abandonar la lucha en las calles por la
obtención de políticas oficiales de promoción de empleo “genuino” (de
conformidad con Ainstein et al., 2005).
El Movimiento Barrios de Pie
Precisamente hemos tomado el caso del MBP porque ilustra cabalmente el fenómeno de la cooptación en este momento, particularmente en
una de sus acepciones. Más aún, es una especie de ícono del acuerdo
político de algunas organizaciones sociales con el gobierno de Kirchner.
No tomamos este caso solamente por la presencia de su principal referente en un importante cargo del Ministerio de Desarrollo Social (Jorge
“Huevo” Ceballos es, desde mediados de 2004, director nacional del
Área de Asistencia Comunitaria del Ministerio de Desarrollo Social),
350
Beatriz Rajland
sino también porque ha tenido una rica y combativa historia en el plano
de la resistencia, lo que nos permite reflexionar de manera más acabada
sobre las diferentes condiciones que deben darse para poder hablar de
la existencia de cooptación.
El MBP nació en diciembre de 2001 como producto de la necesidad de organizarse a nivel nacional de un conjunto de movimientos
de trabajadores y trabajadoras desocupados que venían desarrollando
diferentes trabajos territoriales desde hacía tiempo en muchos barrios
de distintas provincias de Argentina. Durante 2002, el MBP se asentó en
Buenos Aires, en el conurbano bonaerense y en 12 provincias del país
(Barrios de Pie-Corrientes, 2005).
Los orígenes de la organización pueden rastrearse varios años
antes. Su estructura de trabajo barrial se construyó sobre las múltiples
iniciativas abiertas por la Corriente Patria Libre (CPL), que lo constituyó,
siendo en consecuencia el referente político del movimiento15. La historia
de la CPL puede darnos una idea sobre las prácticas y discursos que hoy
ubican al movimiento tan cercano al gobierno de Néstor Kirchner.
Durante los noventa, su principal bandera fue la reivindicación del
Che Guevara y una recuperación de la tradición de la lucha armada revolucionaria de las décadas del sesenta y setenta. El trabajo barrial de la
organización se acercó cada vez más a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), organización sindical alternativa a la “oficial” Confederación
General del Trabajo (CGT). Dicha relación se profundizó de tal manera
que, hacia 1999, la juventud de la CPL comenzó a trabajar en los barrios
como “Juventud de la CTA”, siendo prácticamente su representante. Para
esa misma época, las tendencias de la organización hacia el peronismo
de izquierda eran cada vez mayores, al punto que su publicación oficial,
la revista En Marcha, sufrió un importante cambio en su portada. A la
clásica imagen del Che Guevara se agregó la de Eva Perón. En paralelo, el
acercamiento de los principales referentes de la organización, Humberto
Tumini y Jorge Ceballos, a núcleos peronistas identificados como de izquierda era cada vez mayor (en 1997 y 1999, la CPL se presenta a elecciones en el Frente de la Resistencia junto con Jorge Reyna y un grupo de
viejos militantes de la organización peronista Montoneros).
En la medida en que la oposición al gobierno era indudable (tales los casos respecto al presidente De la Rúa y, en menor medida, al
presidente Duhalde), el MBP compartió múltiples acciones directas e
instancias de coordinación con una multiplicidad de agrupaciones piqueteras de izquierda.
15 La CPL ha formado, junto con el Partido Comunista Congreso Extraordinario (una escisión del Partido Comunista hacia finales de los ochenta), el movimiento político Libres
del Sur, de claro y directo apoyo al gobierno del presidente Kirchner.
351
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Los antecedentes y la trayectoria de la CPL (sustento político)
como del MBP (organización social) muestran un fuerte basamento en
la idea fuerza de la “liberación nacional”, entendida fundamentalmente en oposición a un enemigo externo, encarnado en esta época en las
instituciones financieras internacionales y las potencias extranjeras. La
idea de un desarrollo nacional autónomo parece ser el objetivo político,
que décadas atrás se encarnaba en el proyecto del socialismo nacional,
idea que no se encuentra tan presente en las banderas de ambas organizaciones en nuestros días. De cualquier manera, es allí, en el núcleo de
la soberanía nacional, en torno a significantes muy afines a reivindicaciones históricas del peronismo –que el gobierno de Kirchner pretende
representar y actualizar– que puede rastrearse el hilo de compatibilidad
entre este último, la CPL y el MBP, circunstancia que permite dar inicio a mecanismos de cooptación. Es en su perfil ideológico y político
(“ideología” en sentido amplio, como fundamentalmente en la tradición
en la que se inscribe el movimiento –la idea de liberación nacional)
donde puede buscarse la relación de afinidad entre un gobierno y un
movimiento social como el que estamos tratando. En este sentido, la
cooptación no aparecería como un acto de “traición” o transformismo,
en la medida en que no se trata sencillamente de un cambio en los horizontes políticos de un movimiento, sino de la convicción de que buena
parte de dichos horizontes son reconocidos e incluso transitados por
un gobierno. La profundización de la cooptación se articula al ritmo en
que la relación de afinidad se hace más sustantiva y comienza, al mismo
tiempo, a contemplar mecanismos de dependencia material.
En la conmemoración del cuarto aniversario del estallido social de diciembre de 2001, en un acto separado de las organizaciones
que sostienen posiciones críticas respecto al gobierno, la CPL y el MBP
expresaron: “Hoy tenemos un gobierno que se preocupa por el pueblo
porque es producto de la lucha popular”, al tiempo que remarcaron la
importancia de la integración regional latinoamericana, leída en términos de articulación entre los diferentes gobiernos de la región. Ya hacia
mediados de 2004 comienza a darse una creciente incorporación de
diferentes cuadros del MBP a cargos gubernamentales. Aun cuando el
caso del mencionado Ceballos resulta emblemático por ser el referente
del movimiento, el proceso no se agota, ni por lejos, allí16.
Al mismo tiempo, y en la medida en que la afinidad crecía, organizaciones como Barrios de Pie fueron particularmente beneficiadas
16 Tres municipios de la provincia de Corrientes le otorgan el manejo de las políticas
sociales a este movimiento. Lo mismo se replica en varias provincias más. Si bien se hace
difícil estimar un número exacto a nivel nacional, provincial y municipal, puede considerarse que más de un centenar de funcionarios de diverso orden son parte del MBP.
352
Beatriz Rajland
por programas como el Plan Arraigo y el Manos a la Obra, de construcción de viviendas y microemprendimientos productivos; así como
por la adjudicación de los conocidos subsidios Jefes y Jefas de Hogar.
Este entramado de identificación política y reconocimiento simbólico y
material que se ha establecido entre el gobierno de Kirchner y el MBP
nos permite pensar que efectivamente hay mecanismos de cooptación
funcionando. En tal sentido, dichos mecanismos poseen, al menos en
este caso, dos características distintivas.
-- No se trata de “traición” o de abandono de un proyecto político,
sino de la adaptación de algunas aristas del mismo a una situación
política dada, en la cual un gobierno emprende un camino con el
que estas organizaciones se identifican, incorporándose a la realización de ese proyecto que las incorpora y con quien se identifica.
-- Por tanto, la cooptación en el caso en análisis no descansa principalmente en favores materiales –aunque los contiene– sino en
una afinidad ideológica y política –preexistente, según hemos
visto– de la cual estos son expresión.
Hipotetizamos que la forma en que el MBP está estructurado ha vuelto
a la organización más propensa a los mecanismos de cooptación. En
efecto, la excesiva concentración de decisiones relevantes en la cúpula
dirigencial, esto es, en la CPL, produce un desplazamiento en importantes acciones políticas e ideológicas del movimiento que, en vez de
estar sustentadas en las prácticas cotidianas de base, pasan a depender
de las voluntades de sus máximos referentes.
En enero de 2003, algunos comedores de Buenos Aires y alrededores deciden irse del movimiento, planteando como razón principal su
desacuerdo con la necesidad de pertenecer a Patria Libre para alcanzar
cargos decisorios (<www.lafogata.org/ 003movi/movi1/mov_bases.htm>),
así como la falta de transparencia y la toma de decisiones en forma absolutamente jerárquica.
Los hechos señalados a modo de ejemplo dan cuenta de los
efectos de la cooptación en términos de desarticulación del campo
popular. El mecanismo en sí, la incorporación del MBP en el proyecto gubernamental, se ha dado sustentado en una afinidad entre
sus dirigentes y el proyecto de Kirchner. Afinidad esta que comenzó
como un tímido acercamiento ideológico y terminó por fortalecerse
con la plena integración de cientos de cuadros del MBP en diferentes
cargos de las diversas instancias estatales, al tiempo que las bases
del movimiento se ven ampliamente favorecidas por la asignación de
programas y ayuda social.
353
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
El Movimiento Territorial de Liberación
En la contracara del MBP se encuentra el otro ejemplo que hemos
tomado: el MTL, ampliamente reconocido por su resistencia y lucha
contra las políticas que nos siguen sumiendo en los efectos de los programas neoliberales y por la construcción de proyectos que se traducen originalmente en la generación de trabajo genuino, enmarcados en
estrategias dirigidas al desarrollo de movimientos políticos y sociales
comprometidos con cambios estructurales.
Su origen proviene de las luchas contra los desalojos de inmuebles que habían sido ocupados por los faltos de vivienda y de trabajo,
lanzados a la calle con familia y enseres magros. Se consolida como
organización entre 2001 y 2002, expandiéndose a distintas regiones del
país dentro de contextos predominantemente urbanos y, según su “Proyecto de declaración de principios”, “con la firme voluntad de construir
una práctica contraria a la del sistema dominante” (MTL, 2002). Esta
declaración deja en claro la posición del MTL, que se constituye como
territorial, pero no con una concepción cerrada, sino integrada con el
conjunto de la lucha de todos los sectores populares.
Queremos replantearnos la recuperación de nuestra cultura y
de nuestros valores en contraposición con lo que nos han impuesto, haciéndonos creer que la cultura de los ganadores y de
los McDonald’s iba a resolver nuestras históricas miserias. No
sólo no las han resuelto sino que las han agravado a niveles que
superaron lo imaginable. A esto denominamos contracultura
[…] Para ello tenemos que enfrentarnos con los responsables
de nuestras desdichas, los dueños del poder, los responsables
del hambre, la desocupación y la mortalidad infantil, hay que
construir desde lo simple a lo complejo, desde lo cotidiano
[...] una práctica autogestiva que actúe fuertemente sobre la
autoestima del campo popular y genere espacios de poder en
manos de quienes menos tienen. A esto denominamos PODER
POPULAR (MTL, 2002).
El MTL se considera un movimiento social y político porque entiende
que la lucha social debe transformarse en lucha política para no quedarse sólo en lo reivindicativo.
Somos parte de un nuevo movimiento histórico que emerge de
la peor crisis sociopolítica e institucional que haya transitado
nuestra patria y nos proponemos aportar a la construcción de
un movimiento que recupere lo nacional y popular, transformándolo en fuerza revolucionaria (MTL, 2002).
354
Beatriz Rajland
En este párrafo puede advertirse con claridad la contundente posición del MTL, absolutamente diferenciada de otros movimientos, y
que tiene correspondencia con lo que hemos venido desarrollando en
estas reflexiones.
¿Cómo definen quiénes son o quiénes los constituyen?
Nuestro movimiento está constituido por todos los habitantes
del territorio: desocupados, ocupados, estudiantes, jubilados,
jóvenes, etc. Estamos presentes en todos los espacios sociales
de los barrios donde habita nuestro pueblo: casas tomadas,
asentamientos, villas, inquilinatos, entidades vecinales, cooperativas. Nuestro mayor compromiso y esfuerzo está con los
excluidos, con los pobres, con los marginados, y allí desarrollamos nuestra arma más afilada: la solidaridad que sólo el
pueblo puede tener con el pueblo (MTL, 2002).
Es oportuno aclarar que el MTL se nutre también de militantes sociales y políticos de izquierda de larga tradición17. Ello señala que no se
trata de un movimiento que responda a una sola cultura. Como todo
movimiento, contiene una diversidad de culturas y metodologías en su
interior, basadas en la idea de construir una democracia participativa.
El párrafo que a continuación se transcribe nos exime de otros comentarios en cuanto a las estrategias del movimiento.
Vamos por más y mejor solidaridad, por espacios propios de
autogestión, por la reapertura de las fábricas para reconstruir la cultura del trabajo, por las huertas comunitarias y
las granjas-escuela, por más y mejores experiencias de microemprendimientos que preserven nuestra dignidad y nos
rescaten de la exclusión. Vamos en la emergencia por más
comedores y merenderos para luchar contra la desnutrición
infantil y el hambre […] Vamos por la Reforma Agraria que
devuelva la tierra a quienes la trabajan y por las fábricas para
los obreros. Vamos por la educación igualitaria para todos,
por la salud y la vivienda. Vamos por un proceso cultural con
amplia participación popular que sea herramienta de nuestros intelectuales. Vamos por una sociedad donde nuestros
científicos puedan poner todos sus conocimientos al servicio
de su pueblo (MTL, 2002).
Como se puede percibir, lo que se plantea es un programa que contextualiza la lucha de los piqueteros y los desocupados dentro del panorama
17 Entre otras, puede señalarse una fuerte vinculación con el Partido Comunista.
355
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
del conjunto de los intereses de las clases subalternas, y las propuestas
son en su consecuencia. Así, sale de la focalización en el sector en el que
se ha constituido para expandirse en la construcción de una política
de poder. Se constituye, construye y proyecta en la concepción de la
necesidad del trabajo en común de los distintos sectores del pueblo. No
sólo no niega la política, sino que formula y hace política.
Aportando iniciativas concretas
En el contexto y escenario que venimos describiendo, surge el proyecto de vivienda popular –conocido como “megaproyecto”– de la calle
Monteagudo (en la ciudad de Buenos Aires) elaborado, gestionado y
conducido por el MTL. Institucionalmente, esta iniciativa se organizó
en forma cooperativa, pero sólo a los efectos formales y legales de
garantía y personería jurídica, exigidos por el proveedor de fondos (el
Banco de la Ciudad de Buenos Aires). Hoy en día, es el proyecto de este
tipo más importante que existe en la capital, y sin duda el más relevante con que cuenta el movimiento piquetero. Se trata de una iniciativa
absolutamente original, en contraste con el proyecto del gobierno del
presidente Kirchner en materia similar. Este último consiste en la
construcción de casitas a partir de la constitución de cooperativas
basadas en núcleos que reciben planes Jefes y Jefas de Hogar, transformando a los trabajadores desocupados en monotributistas (calidad
del aporte fiscal). Se les aporta una suma de $ 20 mil (cerca de US$7
mil) para construir una casa, pero no como salario, sino que con ese
dinero deben pagar el arquitecto, comprar los materiales y efectuar la
construcción. Esta modalidad es en realidad parte de la flexibilización
laboral: tener ocupados a los desocupados, solucionarles el problema
de la vivienda a algunos, pero sin generar trabajo genuino y continuo;
sin perspectivas.
El proyecto de Monteagudo, en cambio, constituye una cooperativa que se transforma en empresa constructora; los trabajadores que
se desempeñan en la obra, que son alrededor de 200, cobran salarios,
perciben seguridad social, jubilación, se sindicalizan: son trabajadores
que recuperaron el cien por ciento de todos sus atributos como tales;
no son cuentapropistas encubiertos. La gestión es llevada a cabo por el
conjunto de la organización social y bajo la modalidad política del movimiento, de modo que si bien los operarios no integran necesariamente
la cooperativa de trabajo, sí son políticamente parte del MTL. Todo esto
se encuentra en correspondencia con el propósito de la organización en
análisis, que es el de reconstruir una cultura del trabajo. Los trabajadores no construyen para sí, sino que operan bajo la dependencia del MTL
y reciben, además del salario, la capacitación en un oficio. Intentan
hacer emprendimientos productivos que subsistan. En resumen:
356
Beatriz Rajland
-- Es una experiencia de inclusión urbana, original en tanto se plantea como emprendimiento habitacional, realizado por trabajadores en su calidad de tal, pertenecientes a un movimiento social que
se constituye en empresa constructora bajo la forma de cooperativa y distribuye las viviendas entre sus integrantes más necesitados,
lo que se resuelve democráticamente en forma asamblearia.
-- El emprendimiento se realiza con el crédito suministrado por el
Estado municipal, bajo la responsabilidad y dirección del MTL.
-- Se trata de la realización de un emprendimiento de vivienda popular que, enmarcado dentro de la política pública de vivienda
en Buenos Aires, resulta gestionado, elaborado y conducido por
una organización político-social con características autónomas
respecto del Estado (y de las políticas de gobierno).
Resultaría demasiado extenso explicar las transformaciones y dinámicas
de la política pública de acceso a la vivienda popular en el contexto de
Buenos Aires y de toda la Región Metropolitana. Sin embargo, baste decir
que, en los últimos veinte años, la producción de vivienda pública de interés
social por parte del Estado fue muy escasa, o casi nula, frente a una problemática que fue creciendo en importancia. La resolución de esta necesidad
por parte de los sectores sociales de bajos recursos consistió –como sucede
en la mayor parte de las metrópolis latinoamericanas– en la utilización de
mecanismos informales de ocupación de suelo urbano disponible18, mediante asentamientos irregulares (villas miseria) (Yujnovsky, 1984), a través
de la ocupación de inmuebles desocupados o en desuso (Rodríguez, 1997) o
como inquilinos de viviendas colectivas populares de alquiler (conventillos
y hoteles-pensión) (Pastrana, 1995). Todas estas modalidades funcionaron,
y lo siguen haciendo en la actualidad, dentro de una lógica de mercado
informal de vivienda popular (Ainstein et al., 2005).
En este contexto, el emprendimiento del MTL se plantea como
un desafío y una construcción diferente a lo conocido, con los siguientes rasgos.
-- Se financia con un crédito del Gobierno de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires y es ejecutado por una cooperativa conformada
a tal efecto por el MTL.
-- Se construye una urbanización con aproximadamente 330 unidades de vivienda implantadas en un área de renta media de la
ciudad, que abarca un terreno de 18 mil m2 (casi 2 ha).
18 Disponibilidad derivada de su condición de no apto para su urbanización (inundable
o cercano a fuentes de contaminación) o por ser espacios vacantes de equipamientos en
desuso o con algún grado de deterioro y obsolescencia.
357
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Para resumir la originalidad del proyecto:
-- Es un emprendimiento de envergadura, con financiamiento público pero con una gestión autónoma realizada por el MTL.
-- La filosofía del MTL sostiene que, en sus emprendimientos, los
trabajadores deben constituir una relación salarial (con los beneficios sociales e identitarios que ello conlleva) y no transformarse
en “socios” de una empresa cooperativa o gobierno. Además, deben pertenecer a la organización.
-- La adjudicación de la vivienda no será necesariamente para los
constructores sino que se resuelve en una asamblea del MTL,
sobre la base de las necesidades de sus miembros.
El emplazamiento de la construcción (barrialmente) no es casual y se
relaciona con la intención explicitada por los dirigentes del MTL respecto de este proyecto. En este sentido, uno de los responsables máximos
de esta organización, Carlos Chile, señala:
Lo que queremos es que este conjunto [de viviendas] de la calle
Monteagudo no se transforme en un depósito de pobres. Al
contrario, la idea nuestra es incorporarlo al barrio, darle mucha vida social. No sólo que accedan a la vivienda, sino ayudar
a cambiarla en un proceso que, por supuesto […] está atado a
la realidad del país (Entrevista personal).
Es por este motivo que buscaron un terreno en un barrio que tuviera un
emplazamiento que desde el inicio del proyecto permitiera la integración
social con un barrio tradicional de la ciudad. En un principio, la idea de
que se instalaran piqueteros en el barrio fue muy mal recibida por los
vecinos, ya que era vista como una amenaza a la seguridad y una profundización de la degradación que ya venía existiendo. Pero, en la medida en
que la obra fue progresando y comenzó a vislumbrarse su lógica de emplazamiento, los vecinos comenzaron a mirar con mejores ojos al emprendimiento, debido fundamentalmente a que traía un nuevo dinamismo a un
barrio que –con un importante componente residencial– se encontraba
degradado por la existencia de muchas unidades desocupadas y obsoletas
de antiguos depósitos, fábricas y talleres desactivados hace años. En los
hechos, muchos de ellos comenzaron a poner locales comerciales en los
frentes de sus propias casas, previendo la futura residencia de un importante contingente de personas (alrededor de unas 1.500).
Paradójicamente, pareciera que este emprendimiento autogestionado por una organización política procedente de un sector social
estigmatizado promueve una redinamización de un sector urbano que
se encontraba estancado (Ainstein et al., 2005). Todas estas caracterís-
358
Beatriz Rajland
ticas que mencionamos hasta ahora refieren claramente la peculiaridad
de este emprendimiento. Debemos incluir dentro de ellas también la
manera particular de la lógica de asignación de las viviendas construidas. Como mencionáramos, estas no se entregarán a quienes las hayan
construido –o no necesariamente–, sino que la asignación tendrá una
lógica política y social coherente con las modalidades organizativas del
MTL. Los ítems a tomar en cuenta en este sentido son el grado de compromiso e implicación política con el Movimiento y, por otro lado, las
condiciones ambientales de cada núcleo familiar (con independencia
de que hayan sido o no constructores). Obviamente, todo el proceso de
preparación e inicio del megaproyecto no se desenvolvió sin conflictos.
Carlos Chile recuerda:
Estábamos en condiciones de comenzar, entonces vinieron del
Instituto de la Vivienda a proponer qué empresa constructora
iba a realizar la obra. Le dijimos que nosotros mismos como
empresa íbamos a construir. Nos respondieron que estábamos locos de verdad […] Eso es imposible. Nos decían que no
podíamos abarcar todo lo que hace a la construcción de 326
viviendas y diez locales comerciales a la calle […] Ese fue el
momento de mayor lucha y de muchas presiones. Y así ahora
lo estamos haciendo. Esto es de nuestra responsabilidad y les
estamos probando que se puede hacer. Y sabemos que en la
oficina de compras no pasa nada “por debajo de la mesa” (Entrevista personal).
En este sentido, resulta claro que la operatoria que permitió la viabilidad del proyecto fue consecuencia de una concurrencia entre la reorientación política del Instituto de la Vivienda (hacia un gerenciamiento
social tercerizado de sus proyectos) y la necesidad del MTL de generar
un emprendimiento a gran escala que le otorgara visibilidad pública
y eficacia política sin perder ciertas condiciones de independencia y
autonomía relativa de decisión (Ainstein et al., 2005). En conclusión, si
bien todo lo que hasta aquí transmitimos puede resultar controvertido
o controvertible para diversos puntos de vista, lo que interesa señalar
es que este tipo de iniciativa19 representa una interesante combinación
de diversas modalidades de operación y gestión, ciertamente peculiar y
provocativa, situada en el universo de las organizaciones sociales, que
la saca de la limitación de los microemprendimientos para instalarla
como un actor en el proceso económico. Claro está que pudiera entra19 En 2006, se le agregó la compra de una mina en la provincia de Jujuy para su explotación con características similares a las ya enunciadas para el megaproyecto de construcción de viviendas.
359
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
ñar la posibilidad de que la organización social se transformara en una
especie de empresa sui generis, como afirman algunas voces críticas.
No obstante, el desafío es no tener una estrategia lineal para enfrentar
las consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales, sino
todo lo creativa y flexible que se necesite, sin dejar los principios constitutivos del Movimiento de lado. Si esto podrá o no resultar, depende
de la iniciativa y la coherencia ideológico-política del propio MTL, del
contexto político-económico en el cual se desarrolle, de la persistencia
de la estrategia de permanecer independiente del Estado y como parte
del movimiento popular y sindical en su conjunto.
Hasta el momento, las declaraciones y acciones del MTL van en
esa dirección: se autoidentifican como piqueteros (real pero sobre todo
simbólicamente); participan en iniciativas políticas hacia la conformación de frentes de unidad; y son también parte convocante de todas las
luchas que se desarrollan en el país, particularmente con relación al no
pago de la deuda externa, la exigencia de redistribución, la oposición
a la implementación del ALCA, la denuncia de la criminalización de
la protesta social, y en el mundo, contra las políticas militaristas del
imperialismo, los efectos de la globalización sistémica, en denuncia
de los Tratados de Libre Comercio, en apoyo a la iniciativa del ALBA
planteada por Venezuela y otras similares.
En relación con posicionamientos, resulta una buena señal que
el MTL se haya incorporado a la recientemente elegida dirección de la
CTA. Esto instala la cuestión que hemos formulado en la introducción
del presente trabajo, acerca de la posibilidad y necesidad de convergencia de los sectores de trabajadores desocupados no cooptados con
las luchas crecientes de los trabajadores ocupados. Y se constituye en
un avance en dirección a la mancomunidad necesaria de las acciones
que enfrenten, desde una subjetividad compartida entre trabajadores
ocupados y desocupados, la desigualdad denunciada, la naturalización
de la pobreza por parte de los sectores hegemónicos (sobre lo cual se
montan las políticas focalizadas), la redistribución inequitativa, la continuidad de las privatizaciones, el magro salario, la desocupación, entre
otras fundamentales cuestiones.
Volviendo a contextualizar para tratar de entender
De todo lo expuesto surge lo que constituye una preocupación central,
referida al tema de la relación entre el movimiento social y el político.
Hoy en Argentina esa relación está desarticulada, más aún, casi ausente, y se traduce en el rechazo de lo político desde el movimiento social,
que lleva a dejar de lado la cuestión fundamental del poder político.
Estas ideas no son nuevas; son parte de una concepción basista,
que alimenta la dicotomía y de alguna manera recluye al movimiento
360
Beatriz Rajland
popular en el margen de lo social, obstaculizando la trascendencia de
su resistencia y lucha hacia el campo de lo político. Falta, por tanto, la
articulación política de las luchas sociales; que estas se traduzcan en
propuestas o alternativas de carácter universal, dirigidas hacia transformaciones políticas. Y ello nos interesa particularmente, en tanto y
cuanto “consideramos que la articulación de lo social y lo político, ya
no meramente de los movimientos sociales y políticos como entidades
diferenciadas sino de lo social en lo político y de lo político en lo social,
es la piedra angular de la construcción de sujetos sociales capaces de
producir los cambios reales dirigidos a la ruptura sistémica” (Rajland,
2006). Argentina no ha emergido de la crisis política profunda 20 –parte de una crisis hegemónica del bloque dominante, permanentemente
reciclada– que aun existiendo desde bastante antes, tuvo su pico de
visibilidad más alto en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Esta crisis es un problema de poder político, es decir, de quién
detenta el poder político (no el gobierno, sino el poder). Precisamente, lo
que desde el gobierno como expresión del poder político aparece claro
luego de 2003, en la acuciante búsqueda de consenso, es la pretensión
de la vuelta a la “normalidad”, entendiendo por tal el hecho de que no
se pongan piquetes en las calles, salvo los funcionales al gobierno. No
se desean protestas ni organización de las luchas. Se pide “confiar” en
las autoridades, esperar, ser pacientes, o sea, desarmar la movilización
popular, ya que ella puede llegar a condicionar las conductas de los
gobernantes, aunque intenten resistirla. Y si no se desarticula por el
convencimiento, por la persuasión, la cooptación y la prebenda, se recurre a la criminalización de la protesta social.
Para hacer frente a esta realidad, se necesita debatir y hacer más
política, y no menos como algunos quisieran o como se ha planteado
en los más variopintos movimientos, postura que en última instancia
resulta funcional al poder dominante. El problema es la consolidación
de prácticas políticas, que aún no se ha dado. Y si bien –con características diferenciadas al momento de alza que representó 2001-2002– siguen
las luchas, las acciones creativas, la gesta de nuevas formas de reapropiación del territorio, de subjetivación y de recreación de los lazos sociales, falta reconocerse los unos a los otros como movimiento social y
político antagónico integrado, disruptivo pero no en aislamiento, sino
en articulación.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo pasar de la formulación a la efectivización? Este es el desafío y la tarea actual a indagar, investigar, desarrollar. No sólo es necesario hacerlo, sino que resulta imprescindible.
20 Crisis que incluye la de la representación política.
361
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
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363
Carlos Moreira*
Problematizando la historia de
Uruguay: un análisis de las relaciones
entre el Estado, la política y sus
protagonistas
El objetivo del presente trabajo es presentar una reflexión
sobre las relaciones entre el Estado, la política y sus protagonistas en
el Uruguay contemporáneo, a partir de poner en cuestión la idea convencional que sugiere que en esta sociedad la confrontación o violencia
política entre actores ha sido inexistente y/o poco relevante, y que actores distintos a los partidos políticos carecen de significación.
El trabajo se divide en tres partes y un epílogo. En primer lugar,
se realiza un recorrido histórico por la evolución del Estado uruguayo,
proponiendo una estructura de tres grandes épocas consolidadas y dos
etapas de transiciones. En segundo lugar, se presenta a los protagonistas de la dinámica estatal y política uruguaya para las épocas consolidadas, es decir, para aquellos momentos en que las reglas del juego
funcionaron afianzadamente. En tercer lugar, se interpreta el papel de
los actores en las etapas de transiciones, entendidas como aquellas donde se definieron las reglas del juego. Por último, se dedica el apartado
final a las conclusiones del trabajo, a modo de reflexión acerca de las
características de la época actual.
* Politólogo. Director de FLACSO Uruguay.
365
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
El Estado uruguayo: épocas consolidadas y etapas de
transiciones
El Estado en Uruguay ha jugado un papel tan preponderante que hay
quienes sostienen que, habiendo sido anterior al colono y contemporáneo
del ganado, en la época colonial fue el Estado (español) el que fundó a
la sociedad civil en la Banda Oriental (Barrán y Nahum, 1984; Nahum,
1993). La presencia del imperio español fue determinante para el triple
legado que la época colonial dejó como sello distintivo al Uruguay independiente: un país al mismo tiempo pradera, frontera y puerto (Reyes
Abadie et al., 1966).
Lograda la independencia del dominio español y portugués tras la
decisiva intervención inglesa, la Banda Oriental se separó de las Provincias Unidas para intentar transformarse en un Estado independiente. De
esta manera, desde su creación formal en 1830 hasta 1876 el proto-Estado
uruguayo estuvo caracterizado por límites territoriales permeables, carencia de monopolio de los medios de coerción, injerencia extranjera,
déficit de legitimidad y aluvión migratorio en un país vacío.
Esta época de inestabilidad y guerras civiles abrió paso a una
etapa de transición cuando, en el último cuarto del siglo XIX, el Estado uruguayo siguió un proceso de lenta emergencia con el militarismo
modernizador inaugurado en 1876 con la dictadura del coronel Latorre,
quien se propuso –ni más ni menos– “organizar lo que está desorganizado” (Machado, 1972). Sus sucesores militares (con los partidos Colorado y Nacional o Blanco influyendo tras el telón) continuaron su obra y,
para cuando los partidos políticos volvieron a tomar el control institucional del país en 1890, el Estado uruguayo estaba siendo transformado
en el sentido de la modernización capitalista: la reforma educativa, la
delimitación de la propiedad con el alambramiento de los campos y su
protección con la organización del Poder Judicial, la aprobación del Código Rural, el ejército profesional y el desarrollo de las comunicaciones
(ferrocarril, telégrafo, etc.) fueron algunos de los legados.
En 1904 culminó el proceso de construcción del Estado al caer
derrotado el caudillo nacionalista Aparicio Saravia quien, con un movimiento propio del siglo anterior, pretendió cuestionar la irresistible
tendencia histórica al monopolio de la coerción que sobre un territorio
con fronteras nacionales representaba el Partido Colorado. En otras
palabras, el nuevo siglo trajo una sociedad civil débil y un Estado como
única instancia capaz de transformar el invento del Foreign Office inglés
en un país.
A partir de allí se inicia una nueva época, con José Batlle y Ordóñez
(quien gobernó entre 1904-1907 y 1911-1915). Y fue con el batllismo
que el Estado adquirió “un papel activo y decisivo”, a través de dos
grandes olas estatizadoras: la primera entre 1911 y 1912, y la segunda
366
Carlos Moreira
entre 1928 y 1933. Ambas implicaron la creación de la mayor parte de
las empresas públicas uruguayas: el Banco de la República y el Banco
de Seguros del Estado en 1911, el Banco Hipotecario del Uruguay en
1912, el Frigorífico Nacional en 1928, la Usina y Teléfonos del Estado
(UTE) en 1931 y la Administración Nacional de Combustibles, Alcohol
y Portland (ANCAP) el mismo año (Frega y Trochón, 1991). En cuanto
a la legislación social, fue durante la fase conocida como del “impulso”
del primer batllismo (Real de Azúa, 1964), entre 1904 y 1916, que se
promulgaron las principales leyes: ley de ocho horas, sábado inglés para
el comercio, ley de la silla, semana de seis días de trabajo para obreros
industriales, reglamentación de los despidos, prohibición del trabajo
nocturno en las panaderías, descanso semanal obligatorio, seguro de
desempleo, vivienda y comida a todo indigente, retiros y pensiones, ley
de jubilaciones, etc. Si tomamos en cuenta que en este período también
se promulgaron la serie de leyes que ampliaban los derechos políticos (como el sufragio universal masculino y la representación proporcional), parece justificarse la llamada excepcionalidad del país en el
contexto latinoamericano, al combinar el batllismo tempranamente un
Estado de Bienestar con la democracia política.
En 1916, la convocatoria a la elección de una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución de 1830 fue la ocasión para
que el electorado se expresara plebiscitariamente sobre las reformas.
En la primera vez que se aplicaba el sufragio universal masculino, el
resultado electoral fue interpretado como un castigo del electorado al
radicalismo reformista batllista. Vendría así el llamado “Alto de Viera”,
en honor al presidente, que llamó a enlentecer el ritmo de las reformas
para satisfacción de los sectores conservadores. Al “impulso” siguió su
“freno”, según la lúcida expresión de Real de Azúa (1964).
Se suele situar en el golpe de Estado de Gabriel Terra, en 1933, el
momento de quiebre de la euforia de los años veinte, el despertar de la
“Suiza de América”, el fin del primer batllismo. Sin embargo, aunque
inicialmente se pensó en una reacción conservadora, lo cierto es que
se dio continuidad a muchas de las tendencias reformistas: el sistema
educativo se mantuvo sin cambios, se crearon el Ministerio de Salud
Pública, el Instituto Nacional de Vivienda, el Consejo Económico y
Social (de carácter corporativo) y el Instituto de Jubilaciones y Pensiones del Uruguay. Luego del golpe “bueno” de Baldomir, en 1942,
que restauró el funcionamiento democrático, el batllismo vivió la primavera de la segunda posguerra. En esta variante, el neobatllismo
desarrolló la industrialización por sustitución de importaciones y las
políticas distributivas apoyadas en los excedentes del comercio exterior, cimentando la época conocida como “el Uruguay feliz”. A su vez,
el sistema político vio la fuerte irrupción de empresarios y sindicatos
367
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
como grupos de presión sobre el Estado, en paralelo con la actuación
de los partidos tradicionales.
A mediados de los años cincuenta, se inició una etapa de transición cuando el neobatllismo dio señales de agotamiento debido a causas
externas (caída de los precios de los productos primarios) e internas
(estancamiento ganadero y agrícola de antigua data, industrialización
bajo protección estatal y para un mercado interno demasiado pequeño).
Así, las demandas de los diferentes sectores sociales encontraron un
Estado sin recursos en el contexto de una economía que tendrá crecimiento nulo durante las próximas dos décadas. La crisis del modelo
batllista en los años cincuenta fue el prólogo del Uruguay violento de los
sesenta y setenta, que culminó con el golpe de Estado de 1973.
Durante la dictadura cívico-militar (1973-1985), se inició una
nueva época que llega hasta nuestros días. Si bien los militares no realizaron cambios sustanciales en la estructura estatal, impulsaron una
apertura económica y procesos de liberalización y desregulaciones que
en los hechos significaron el comienzo de la fase posbatllista del Estado uruguayo. Iniciada la transición a la democracia con el triunfo del
Partido Colorado, durante el gobierno del Sanguinetti (1985-1999) se
continuó con la política de apertura económica iniciada por los militares, acompañada de un control estricto del gasto público y utilizando
reiteradamente el veto hasta dejar al Parlamento en un papel apenas
nominal. El objetivo fue lograr el equilibrio presupuestal y, en contraste
con la tradición universalista del Uruguay feliz, comenzaron a aplicarse
programas sociales selectivos dirigidos a los sectores más pobres de la
población (Filgueira, 1995). En 1990, con la llegada de Lacalle, del Partido Nacional, a la Presidencia de la República, el tema de la reforma
del Estado comenzó a tener una firme presencia en el discurso público.
Los propósitos gubernamentales dirigidos a privatizar las empresas
públicas se convirtieron en un proyecto de ley que el Poder Ejecutivo
envió al Parlamento. Dado que el sector gobernante no tenía mayoría
parlamentaria, este proyecto sufrió diversas modificaciones fruto de las
transacciones para lograr tal mayoría, que derivaron en la aprobación
parlamentaria de dos leyes, bajo las denominaciones aceptadas de Ley
de Puertos y Ley de Empresas Públicas. Puestos en marcha por diversos
sectores políticos y sociales los mecanismos constitucionales para la
realización de una consulta popular, la citada Ley de Empresas Públicas fue parcialmente derogada con el plebiscito de noviembre de 1992
y ello obligó a iniciar una vía de reforma empresarial en el marco del
aparato estatal (Moreira y Narbondo, 1998). Con el retorno del Partido
Colorado a la senda del triunfo electoral, se inició el segundo mandato
de Sanguinetti (1995-2000) y la transformación del Estado adquirió
un nuevo impulso y globalidad sumida en un frenesí reformista que
368
Carlos Moreira
incluyó dimensiones decisivas del quehacer nacional como la seguridad
ciudadana, la seguridad social, la educación pública, el régimen electoral y el sistema de energía eléctrica. La administración del presidente
Jorge Batlle (2000-2005) continuó con el proceso de desregulación y
transferencia de actividades al sector privado, y finalmente, el gobierno
de Tabaré Vázquez iniciado el 1 de marzo de 2005, prepara para 2007
una ofensiva reformista según las principales líneas y objetivos de la reforma administrativa iniciada en 1996, que consolidará la tendencia al
retiro del Estado de una serie de actividades decisivas para la sociedad
y reforzará su papel como regulador del mercado. En síntesis, Uruguay
vive una época posbatllista y desde hace tres décadas tiene lugar un
proceso de transformaciones sin pausas que impulsa al pesado Estado
uruguayo a ir mutando silenciosa y (quizás) originalmente, dejando
atrás el modelo desarrollista.
Los protagonistas de las épocas consolidadas:
partidos políticos y corporaciones
La democracia y sus actores han seguido un camino largo y sinuoso en
la historia de Uruguay, desde la independencia a nuestros días. En el
siglo XIX, las divisas tradicionales colorada y blanca, conformadas por
grupos de gauchos tras sus caudillos en permanente guerra civil, marcaron a fuego la política local. Luego de la modernización militaristacolorada del último tercio del siglo XIX, entre 1904 y 1958 el modelo
batllista (combinando democracia y bienestar) fue la gran instituciónmarco para los uruguayos. Presentada en la historiografía tradicional como una construcción intencional de José Batlle y Ordóñez, sin
embargo, recientemente diferentes perspectivas reflejan la saludable
intención de hacer historia política tomando en cuenta el papel protagónico de los partidos políticos o las corporaciones, según se trate de la
hipótesis partidocéntrica o corporativa, respectivamente.
Para los primeros, el país es un caso de Estado de partidos, es
decir que se da “una fusión de la identidad partidaria con el Estado
mismo” (De Riz, 1982: 12). Para esta perspectiva, cuyo origen está enlazado al nacimiento de la ciencia política en Uruguay (Pérez Antón,
1984; 1985), el legado más importante de las tres primeras décadas del
siglo XX fue la conformación de un sistema de partidos fuerte, que se
hizo cargo de la administración estatal. Al igual que en las llamadas
teorías pluralistas, los autores de la hipótesis partidocéntrica focalizan
en explicar la historia política uruguaya como la de un Estado moderno
democrático y expresan prácticamente el punto de vista que los partidos políticos tradicionales de Uruguay (Nacional y Colorado) tienen
sobre sí mismos, especialmente el último. La historia del siglo XX se
escribe tomando en cuenta dos procesos centrales: la competencia entre
369
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
grupos con pluralidad de intereses y la participación de la ciudadanía a
través de elecciones libres e imparciales. De esta manera, la democracia
uruguaya sería un tipo de poliarquía instalada una vez constituida la
nación independiente y moderna, a través de transformaciones paulatinas, llevadas a cabo desde arriba por un líder progresista (José Batlle y
Ordóñez), quien accedió a las demandas en favor de cambios realizadas
pacíficamente por diferentes sectores de la vida social. Actualmente,
se continúan sosteniendo las ventajas de esta perspectiva, y como sus
inspiradores pluralistas, se esfuerzan en mostrar tales razones porque
sobreviven de los partidos políticos.
Ahora bien, para la hipótesis partidocéntrica, lo que queda fuera
de los partidos “no entra en la foto”: sindicatos, empresarios, militares,
iglesias, movimientos sociales. En cierta manera son considerados actores disfuncionales al sistema político (y a la democracia). En realidad, no
hay una perspectiva alternativa a la hipótesis partidocéntrica, sino más
bien matices a la misma, complementarios más que críticos, que no reconocen un sólo núcleo, y que de manera general se apoyan en una visión
corporativista de la política uruguaya. En ocasiones, se trata de estudiosos que parten de la presencia de los partidos en la política uruguaya, y
ponen bajo la lupa, por ejemplo, la coparticipación en la administración
pública de los dos partidos tradicionales, para luego detectar algunos
indicios de presencia corporativa empresarial (Pérez Pérez, 1987; Frega y
Trochón, 1991), militar (Maronna y Trochón, 1988) o sindical (Zubillaga,
1985; Lanzaro, 1986). También se sugiere que la partidocracia uruguaya
está atravesada por una red dinámica y compleja de intereses corporativos, que provocó una corporativización de la política en la década del sesenta o, en una perspectiva que acentúa el enfoque clasista, que el Estado
es instrumento de la clase dominante y nunca es neutral respecto a los
intereses de la misma. En ese sentido, lógicamente, se concluye que en el
caso uruguayo se trata de un Estado burgués, cuyo funcionamiento democrático siempre tuvo representantes empresariales (industriales y estancieros) en los órganos de conducción. Y a pesar de que dicha presencia
fue constante a través del siglo, el momento de ascenso directo y masivo
de los empresarios a la conducción gubernamental llegó con la crisis del
modelo batllista a partir de mediados de los cincuenta. ¿Significa esto un
cuestionamiento de la hipótesis partidocéntrica? Indudablemente que sí,
y así lo dicen expresamente sus mentores:
No estamos simplemente ante un fenómeno de sobre representación […] sino ante un fenómeno más profundo: el dominio
directo de los mecanismos del Estado por parte de los miembros de la clase dominante, desplazando a los “representantes”
políticos de origen medio o bajo (Stolovich y Rodríguez, 1987).
370
Carlos Moreira
La hipótesis corporativa y sus énfasis clasistas han enfrentado críticas
por parte de autores que sostienen la autonomía del Estado y la política
(incluyendo el sistema de partidos) respecto a las clases sociales. Algunos ven esta autonomía como una tendencia de larga duración, ya sea
como producto de la ausencia de una clase dominante, o de una sociedad
“inmóvil” en relación de dependencia perpetua respecto de un Estado
“desmesurado”, o de políticas públicas que sencillamente no responden
a los intereses de clases (Aguiar, 1977; 1980; 1984; Finch, 1980).
Analizando estas perspectivas, resulta que la cuestión de divergencia entre partidocéntricos y corporativistas trata acerca de la naturaleza y grupos que caracterizan la mediación política en la democracia
uruguaya. Para los primeros, los grupos de interés expresan demandas
de la sociedad que luego son canalizadas a través de los partidos políticos, que procesan o agregan esas demandas. Esto es posible –para el
caso uruguayo– porque los partidos políticos dominan a los grupos de
interés al punto que aparentemente hasta los moldean ideológicamente.
La cuestión central es que los grupos de interés no tienen mayor autonomía respecto de los partidos. A partir de esta distinción entre partidos
políticos y grupos de interés, la versión uruguaya del corporativismo
sostendrá que, aproximadamente desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial, comenzó a darse en Uruguay un modelo corporativista de formación de intereses, que dio por tierra con el modelo pluralista, en tanto
se relaciona con un declive de los partidos políticos y sus capacidades de
proponer programas coherentes, así como con la menor efectividad de
la capacidad estatal. Quizás el punto de contacto más claro que tienen
partidocéntricos y corporativistas es considerar a la política como un
juego con reglas en el que los actores compiten e intercambian, y donde
el resultado nunca es de suma cero. ¿Pero qué sucede cuando las reglas
no existen, o son enteramente nuevas o están en proceso de cambios?
La virtud fundamental de las hipótesis partidocéntrica y corporativa
es reconocer el papel de los partidos políticos y las corporaciones uruguayas como canalizadores de demandas y representantes de intereses
sociales en épocas consolidadas de la evolución del Estado y la política
en Uruguay, es decir, cuando existen reglas del juego suficientemente
afianzadas. Pero a todas luces, las mismas resultan insuficientes para el
estudio de coyunturas especiales como las etapas de transición, donde
se lucha por establecer nuevas reglas y desaparecen las posibilidades
de considerar sin más a los partidos políticos y las corporaciones como
los actores centrales de los procesos históricos.
Los protagonistas en etapas de transiciones
La diferencia entre épocas consolidadas y etapas de transiciones es
aquella que existe entre las reglas del juego y el juego de establecer las
371
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
reglas. En términos teóricos, estas se establecen en ciertos momentos
fundacionales, que son aquellos en los que los resultados de la interacción no se limitan a ajustes o cambios más o menos parciales (y
negociados) de las reglas ya existentes, sino a la emergencia de nuevas
reglas, a la redefinición más o menos completa de las reglas tradicionales para dar sentido e inaugurar una época. En esta línea, Uruguay tuvo
dos etapas de transiciones, a saber: entre 1876 y 1904, con el proceso
modernizador que marcó el fin del proto-Estado decimonónico y el
nacimiento del batllismo; y entre 1958 y 1973, con la crisis del modelo
batllista y la emergencia de la época posbatllista. Ambas significaron
la emergencia de actores que, a diferencia de las épocas consolidadas,
cumplieron el papel de contendientes armados con proyectos antagónicos sobre la época por venir. En otras palabras, Uruguay sería una
ilusión sin la violencia política, bastante menos estudiada que la otra
cara de la moneda, el compromiso.
Entre enero y septiembre de 1904, como resultado de la guerra
civil, la larga crisis del Uruguay decimonónico tuvo un principio de
solución cuando el triunfo de los colorados y la derrota de los blancos
cerraron la etapa montonera del caudillismo rural armado, que tuvo
en Aparicio Saravia su último representante. Ese año se enfrentaron
50 mil hombres armados, hubo 3 mil bajas y el país cambió de senda;
murió el Uruguay “feudal” y nació el Uruguay “moderno”. El desenlace
de la guerra civil de 1904 fue la emergencia del Estado y la política batllista, y dejó pocos problemas sin resolver, marcando la solución final
a una de las más importantes controversias políticas y sociales que sobrevivían (penosamente) desde el último cuarto del siglo XIX, esto es,
la desigualdad en el acceso a la tierra y la altísima concentración de la
propiedad. Cuando el país, con el militarismo modernizador de Latorre
y Santos, representantes de un ejército de raíz colorada, en respaldo de
los grandes estancieros y sus flamantes derechos de propiedad surgidos
del alumbramiento de los campos, comenzó a avanzar hacia el monopolio de los medios de coerción, se encontró con que los blancos (y sus
gauchos sin tierra) dominaban seis departamentos y “habían logrado
convertirse en un Estado dentro del Estado” (Barrán y Nahum, 1972:
53). La etapa de transición hacia el Uruguay moderno significó la eclosión de estas contradicciones, el agotamiento de las posibilidades de
cooperación y acuerdos, la polarización y su resolución en una guerra
civil. Asomó una nueva época y se redefinieron las reglas del juego, e
ineludiblemente esto implicó un juego de suma cero en el que sólo podía
haber un ganador y un perdedor.
Mientras el Estado moderno emergía de la guerra civil, la nueva época también significó una reestructura del régimen político. Es
preciso decir que, en Uruguay, primero fue el Estado y después la de-
372
Carlos Moreira
mocracia. No hubo nítidamente simultaneidad entre ambos aspectos,
ni tampoco se pasó –sin más y como resultado de la guerra civil– de un
régimen oligárquico a la democracia de masas. En realidad, según los
optimistas, la democracia elitista y restringida del siglo XIX dio paso
a la democracia plena con el plebiscito de 1916 o la Constitución de
1919, y según los pesimistas, con las leyes electorales de los años 1924
y 1925, o sólo en la década del cuarenta, es decir, entre veinte y cuarenta años después del fin de la guerra civil. De modo que 1904 no fue una
fecha mágica, sino un punto de inflexión (por supuesto, decisivo) en
un lento proceso de construcción del Estado y la democracia en Uruguay, que abarcó al menos medio siglo entre 1876 y 1925. La violencia
política fue la partera de la nueva época y, por ende, Uruguay no fue
una excepción a la manera en que emergió el orden político moderno
en otras partes del mundo. Si la militarización y la guerra fueron los
procesos centrales en la conformación original del Estado uruguayo,
luego continuó a lo largo del siglo XX la tendencia al aumento de las
funciones civiles del mismo, lo que comprendió la afirmación de su
carácter empresarial y asistencialista, la coparticipación de la administración estatal entre los partidos tradicionales y las corporaciones,
y el desarrollo de redes clientelares entre el Estado y la sociedad civil
(Nahum, 1993; Zabalza, 1989).
Con la extensión del sufragio, el modelo batllista se consolidó
como la manera compleja y uruguaya de incorporar las masas a la
vida política del emergente país. Si bien Uruguay no contó con un
movimiento rural capaz de jugar un papel central en la política de
la época, ni con una clase obrera autónoma o una burguesía fuerte,
de todos modos esos actores poco organizados y con baja conciencia
necesitaron ser integrados políticamente para legitimar un régimen
social benigno. En otras palabras, la incorporación de los sectores
populares blancos, los obreros y la burguesía a la política llevó a la necesidad de extender el sufragio y construir ideológica y socialmente el
consenso, lo que superó incómodos clivajes clasistas y no clasistas. Y
ello se realizó por los partidos políticos tradicionales desde el Estado.
Antes del batllismo, antes de 1904, antes de la guerra como solución
final, Uruguay era apenas un invento del Foreign Office inglés. Con el
batllismo, nació el país, las alianzas fundantes que marcarán el mundo real de los uruguayos en el siglo XX, y se construyeron el Estado,
el régimen político y la nación, es decir, el mundo como idea y sentimiento, el espejo donde mirarse. Antes de 1904, las masas rurales que
integraron las huestes de Aparicio Saravia combatían contra el fusil,
el telégrafo y el ferrocarril en manos del ejército colorado. Después,
con la derrota, pasaron a ocupar un papel en la periferia de la nueva
época en tanto masa de maniobra electoral. Recién en 1958, con la
373
Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
crisis del modelo batllista, lograrían despertar de su largo letargo tras
las huellas del carismático (y populista) Benito Nardone.
En épocas consolidadas como la del batllismo, la consideración
del papel jugado por las clases medias es importante para comprender a Uruguay como un caso de desarrollo capitalista tempranamente
consolidado en el contexto latinoamericano. Con una clase obrera subordinada, sectores rurales marginales y una burguesía débil y poco
organizada, el papel político relativamente más activo en esos casos
lo tuvieron los sectores medios, a veces incluso con apoyo obrero. El
eje coordinador estuvo siempre en manos del Estado de partidos, director de orquesta del siglo XX uruguayo entre 1904 y 1973. De esta
manera, las demandas de la clase obrera y de las clases populares en
general fueron satisfechas por un Estado partidocrático que, frente a
actores clasistas políticamente débiles y desorganizados, se convirtió
en el actor político por excelencia, con cierta autonomía de los intereses de clase (Finch, 1980). Hasta los años cincuenta, en Uruguay,
los obreros fueron batllistas desde el momento en que el Estado hizo
lugar a sus demandas y fue innecesaria la existencia de un movimiento
sindical centralizado y combativo. Como en Suiza, los obreros uruguayos fueron simpatizantes del partido liberal y su régimen. De esta
manera, sistemáticamente hasta 1958 el Partido Colorado ganó todas
las elecciones realizadas y los partidos de izquierda jamás superaron,
en conjunto, el 8% de los sufragios. Por ello, cuando llegó el momento
de las vacas flacas, el movimiento obrero como tal no pudo intentar
una seria estrategia contestataria, al carecer históricamente de fuerza
y proyecto propio. En otras palabras –parafraseando a Polanyi–, entre
1904 y 1958 en Uruguay predominó un “pacifismo pragmático” (1975:
119) y, si bien existieron conflictos políticos, amenazas de las fuerzas
armadas al poder civil, golpes de Estado y huelgas reprimidas, la paz se
mantuvo gracias al sistema de equilibrio que fueron el propio Estado y
el régimen político batllista centrado en los partidos y en las corporaciones empresarial y sindical.
Cuando a mediados de los años cincuenta el gasto público asociado a los ingresos del país por exportaciones comenzó a disminuir, el
estallido de los conflictos sociales encontró que la ingeniería batllista
de construcción del consenso era una institución frágil para tiempos
de crisis. Y el régimen político comenzó a cerrarse sobre sí mismo.
En la década del sesenta, el pasaje del sistema colegiado al sistema
presidencialista, los procesos de concentración de las decisiones en el
Poder Ejecutivo y la suspensión de las garantías individuales fueron
una clara expresión de ello, y la protesta social se tornó masiva, caótica
y violenta. Los primeros excluidos en manifestarse fueron los sectores
populares rurales marginados del régimen y del Estado desde 1904,
374
Carlos Moreira
siendo decisivo su regreso a la escena política en 1958 para terminar
con la hegemonía del Partido Colorado y darle la victoria electoral al
Partido Nacional. En segundo lugar siguió el movimiento obrero, con
el liderazgo de los sindicatos creados con posterioridad a 1940. Estos
nuevos sindicatos, que a instancias del neobatllismo participaron de los
ámbitos estatales donde se regulaba la relación capital-trabajo, si bien
carecieron de los compromisos históricos de la vieja clase obrera con el
batllismo, fueron un actor demasiado joven como para alentar –como
clase– esperanzas de victorias estratégicas. En tercer lugar, la izquierda
–excluida de los arreglos de los partidos tradicionales–, fuertemente
crítica del aspecto clientelar del modelo estatal como del mecanismo del
régimen político conocido como la ley de lemas, comenzó un proceso de
unificación a comienzos de los años sesenta, que culminó en 1971 con la
formación del Frente Amplio. Pero los intentos de la izquierda electoral
(como de los obreros radicalizados) por constituirse en fuerzas contestatarias y encontrar canales de acceso al Estado a través del régimen
político se mostraron vanos para mediados de los sesenta. Y así, ante
el cierre progresivo de la democracia batllista, sólo quedó a los sectores
radicales la apelación a la violencia política extraparlamentaria.
En 1958, los contemporáneos a la victoria electoral de los blancos
sobre los colorados vivieron la misma como el momento crucial del
siglo XX. Por primera vez, desde 1904, los colorados fueron derrotados
y asumió el gobierno un movimiento de base rural. No fue el fin, pero
sí el comienzo del fin para el modelo desarrollista. Durante los dos sucesivos gobiernos blancos, a la crisis económica siguieron las protestas
de la sociedad civil y el surgimiento de los grupos guerrilleros urbanos,
en especial el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros bajo el
liderazgo de Raúl Sendic. A mediados de los sesenta, el régimen político
(ahora nuevamente en manos de los colorados) respondió a las protestas sociales concentrándose, asociando eficacia en la solución de la crisis con mayor exclusión, menos democracia, esto es, censura de prensa,
represión callejera, militarización de la vida social (Gillespie, 1995). Ante
el fracaso de estas medidas y el crecimiento de la violencia tupamara,
a comienzos de los setenta nació en los sectores conservadores de los
partidos políticos tradicionales la apelación a las fuerzas armadas para
definir una lucha que trascendía las condiciones de existencia del modelo batllista e involucraba las del Estado mismo. En septiembre de 1971,
el gobierno democrático encargó a los militares eliminar al rival armado, lo que se hizo plenamente para ese mismo mes de 1972 (Di Candia,
2004; Trías y Sempol, 2003; Costa Bonino, 1985). Entonces, la consigna
de eliminar al enemigo se extendió, bajo el paraguas de la Doctrina de
la Seguridad Nacional, a todo el movimiento social y político opositor
al gobierno. Con la crisis se desmoronaron dos legitimidades, la del
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
Estado y la del régimen político, y la violencia como expresión decisiva
de las crisis interdependientes del Estado y el régimen político significó
el réquiem para el modelo batllista.
No hay sociedad sin reglas del juego, ni reglas del juego sin actores dominantes que las hagan cumplir. Cuando fallan las alternativas
pacíficas, el orden político se define a través de la violencia. El golpe
de gracia para las soluciones pacíficas lo constituyeron las elecciones
de 1971. El triunfo de Bordaberry –adalid de la mano dura y confeso
corporativista– determinó el pasaje a una fase de violencia estatal y
social abierta. Ella implicó una aceleración de la descomposición de los
viejos tiempos y la emergencia de los nuevos. De esta manera, cayendo
en el abismo, la violencia volvió a cumplir –como en 1904– su papel
estratégico en la definición de las reglas del juego. Con los Tupamaros
y otros grupos guerrilleros de un lado, y los militares del otro, el país
resbaló al tiempo de la “terrible dignidad de la sangre” (Methol Ferré,
1973: 139; Fernández Huidobro, 2005). Con la derrota de los guerrilleros, los militares dieron un golpe de Estado en 1973, que significó que
los ganadores comenzaron el asalto final a las instituciones para aplicar
las reglas del juego de la nueva época: modernización tecnocrática pro
mercado, democracia minimalista y discurso basado en las bondades
de la eficiencia privada y la necesidad de superar el dualismo entre lo
moderno y lo atrasado que, en su perspectiva, representaba el batllismo
(Garcé, 2003; Filgueira et al., 2003).
Conclusiones
En el presente trabajo intentamos problematizar la historia de Uruguay o, mejor dicho, cierta visión (dominante) sobre ella. La historia
contemporánea de este país se ha centrado en el modelo batllista y
su crisis, y se ha escrito (a veces combinadamente) de tres maneras
distintas. Algunos prefieren referirse a los acontecimientos como expresión de voluntades y esfuerzos supremos de los grandes hombres;
otros analizan fundamentalmente las organizaciones y actores colectivos; y más allá, otros fijan su atención en las circunstancias, los
condicionamientos estructurales, los lineamientos y directrices de la
historia. Entre los primeros están quienes sostienen que el Uruguay
moderno es resultado, por ejemplo, de la visión de José Batlle y Ordoñez,
y entre los segundos, los que afirman el papel de los partidos políticos,
los empresarios y/o los sindicatos. Finalmente, hay quienes hablan en
clave mundial y se centran en los avatares de los precios de la carne,
los cueros o la lana en el mercado internacional. Y es posible que cada
quien tenga parte de razón.
Estas miradas históricas tienen en común pensar a Uruguay
como un país de consensos: el uruguayo haciendo política es, se dice,
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Carlos Moreira
alguien esencialmente negociador; vive para evitar el estallido, busca (y
encuentra) una solución para cada diferencia, logra que los antagonismos nunca sean extremos (Real de Azúa, 1971; 2000; Rama, 1987). En
este trabajo, sin embargo, se ha intentado hacer un esfuerzo por iluminar lo que está en las sombras, y con fines analíticos se han establecido
tres grandes épocas consolidadas y dos etapas de transiciones en la
historia de Uruguay. Entre las primeras, el proto-Estado decimonónico, el batllismo y el posbatllismo; y entre las segundas, el militarismo
modernizante del último cuarto del siglo XIX y el conservadurismo
represivo de los años sesenta y setenta del siglo XX.
Esta periodización ha resultado útil para identificar preliminarmente el papel de algunos actores con relación al Estado y la política en
Uruguay y, sobre todo, para resaltar un aspecto en el que las ciencias
sociales nacionales han mostrado un curioso desinterés: la violencia política. Como en una operación intelectual de correr velos, rara vez se habla
de ella en nuestros libros de historia del siglo XX, donde predominan el
consenso, la paz y el bienestar, y a menudo las guerras civiles de 1904 y
1972 son presentadas como desbordes y excesos militaristas de actores
radicalizados y marginales (Lessa, 2003). La extensión por décadas de
las épocas consolidadas que siguieron a las transiciones y sus momentos
violentos ha llevado a que los analistas crean que la reproducción en paz
y cooperación del orden corresponde al deber ser de la política uruguaya,
y a que toda ruptura deba ser vista como una pérdida del sentido de la
política nacional. En este marco, la adecuada comprensión del papel de
la violencia política como partera de las nuevas épocas sirve para desmitificar la historia uruguaya como una épica de paz permanente. Es cierto,
la violencia política lejos ha estado de ser una constante del siglo XX
uruguayo, y quizá por ello mismo nunca ocupa un lugar determinante en
los análisis. Sin embargo, el papel central (y no periférico) que ha tenido
en la historia del país deriva de que con ella encontramos el momento
de definición de las reglas del juego. No solamente como desenlace, sino
también como principio. La brevedad de los períodos bélicos y la posibilidad de cooperar y convivir que siguieron al desenlace de la violencia
–con la integración incluso de los perdedores– confluyeron para que predominara la visión de Uruguay como una sociedad amortiguadora del
disenso, igualitarista y pacífica, donde se combinaban excepcionalmente
bienestar y democracia. No es que neguemos la parte de verdad que le
corresponde a esta perspectiva, pero Uruguay es tanto un país resultado de los cambios consensuados como un producto de la violencia.
El proceso de formación y desarrollo de Uruguay ha dado lugar a una
trama compleja de consensos entrecortada por enfrentamientos violentos, donde estos últimos constituyeron los núcleos de transiciones entre
épocas consolidadas. La historia de Uruguay ha sido la de un pacifismo
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Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina
utilitarista que persistirá mientras demuestra ser eficaz para mantener
las reglas de una época consolidada.
Ahora bien, queda para un próximo trabajo caracterizar más definidamente la época posbatllista. Sabido es que el clientelismo como
fenómeno central del modelo batllista tendió a desaparecer, la coparticipación se vació de contenido ante el avance de formas tecnoburocráticas
de conducción centralizada, el asistencialismo sufrió recortes profundos
y el Estado empresario, la última trinchera batllista, continúa sometido a
un creciente asedio que hace difícil pronosticar su futuro (Moreira, 2005).
En otras palabras, ha habido un encogimiento de la estructura pública
estatal y una ampliación hacia el mercado de múltiples áreas de actividad
económica y social; y este proceso de retirada estatal con transferencia
de funciones públicas a la órbita no estatal ha sido lento y azaroso. En
Uruguay se produjo un corte sin retorno con el Estado batllista, y es
necesario abandonar las perspectivas que ven monótonamente las políticas públicas en su origen y desarrollo a partir del Estado y los partidos
políticos. Desde el punto de vista político, la fase posbatllista se ha caracterizado por el predominio de la competencia electoral y el compromiso
sobre el conflicto violento y global, aunque acompañado de un proceso de
decadencia del Parlamento (tradicionalmente fuerte sostén del Uruguay
batllista) y de los partidos políticos (Moreira, 2003). El desarrollo de una
conducción política autoritario-tecnocrática del Estado ha exigido otra
forma de hacer política, con un lugar muy limitado para los controles representativos. Quizás estemos presenciando la consolidación en Uruguay
de fenómenos propios de la democracia posliberal, aunque en todo caso
estamos seguros de que la política ya no tiene como actores centrales a
los partidos y las corporaciones (Arditi, 2005). También se han producido
profundas grietas en la estructura social uruguaya, con un incremento
notable de la cantidad de pobres y la desigualdad, asociado a la pérdida
de centralidad del eje capital/trabajo. En conjunto, se asiste a la emergencia de nuevos sujetos sociales con originales formas de identidad social
de tipo horizontal, que incluso se articulan al Estado y la política desde
una dimensión supranacional. Desde esta perspectiva, el posbatllismo ha
significado tanto la sustitución del mecanismo económico desarrollista
por uno centrado en el mercado y las exigencias del capital financiero,
como la aparición de novedosos diseños institucionales de lo público.
Ya no hay partidos políticos ni corporaciones que deban ser entendidos
como organizaciones omnipresentes que articulan intereses sociales y
que, en la competencia, ocupan el Estado para configurar las políticas
públicas a la manera del batllista, sino que la capacidad estatal, la institucionalidad política y sus protagonistas han sufrido transformaciones
propias de una nueva época.
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Carlos Moreira
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Se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2008
en los talleres de Gráficas y Servicios SRL
Sta. María del Buen Aire 347 (1277)
Primera edición, 1.500 ejemplares
Impreso en Argentina
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