1 Interpretación y poesia Nos enseña Lacan en su última enseñanza que todo discurso tiene un efecto de sugestión. El sujeto delira, allí en donde no hay, enredado con el parentesco y la novela familiar, trae a la sesión indefectiblemente su ficción, la que le da el sentido, habla-goza adormecido, y lo único que lo despabila es algo de lo real que conmueve, despierta al no comprender. El analista esta advertido de que el discurso del amo tapona, y que el sujeto esta rendido ante él, entonces, hay aquí la posibilidad de un goce que podría eternizar el inconsciente interpretativo. Desde la primera entrevista, se buscará que en el parlêtre aparezca la voluntad de gozar hablando, de jugar con el significante, para sacar algunas consecuencias de sus dichos, como dice Lacan, el inconsciente no es el ser que piensa, pues allí, le da al cascabel del sentido. El analista apuntará a lo singular tomando el divino detalle, lo que está al margen para bordear lo real de la lengua. La pregunta es, ¿Cómo usar la palabra tocando el borde pulsional? Si el significante es incompatible con la pulsión ¿de qué resonancia se trata? Voy a tomar particularmente, en este breve escrito, la vertiente poética de la interpretación, pues intento aproximarme a pensar la indicación Milleriana, hacer “un esfuerzo de poesía”. Allí nos dice que si un significante no va en el sentido de la identificación, y su finalidad es el goce, eso es poesía, pues la poesía violenta el sentido. 2 Claramente, no es la poesía metafórica occidental, sino aquella que se puede usar para intentar tocar por medio del significante un poco de real. Leer la letra de goce usando la escucha, la presencia del analista es soporte de la interpretación que objeta el infinito del inconsciente, esta incluirá en el equívoco una x, un enigma, posibilitando que el sujeto haga un esfuerzo de colocar allí su deseo. No se trata, en la sesión de un hablar cualquiera, no es como piensa el neurótico que debe obtener algo, con la idea de lo útil, ese es el lado hombre de la formula, del todismo del amo dador de sentido, que cretiniza, que insiste en lo universal, dicho de otra manera la debilidad mental; sino que es un decir que al igual que en la poesía, los significantes no se relacionan más que por el placer sonoro, la asociación libre es un esfuerzo de poesía. De esta manera, el analizante se vuelve más poeta, se aparta de la novela, pues las identificaciones que son asuntos de familia, significantes viejos, irán cayendo, y se desprenderá el Uno del Otro. Las vueltas dichas darán lugar a un bien decir, que hará consonancia con su singular modo de gozar, esa es la apuesta. La interpretación, esa sutileza, que no encaja en la cadena, abre la dimensión del sin-sentido, marcando el goce del síntoma. El decir del analista intenta situar lo que determina al sujeto, llegar al hueso, llevándolo a esos significantes sueltos sobre los que ha delirado, aislarlos, aproximándolos a su condición de letra, de tyché La dirección es a hacer resonar la pulsión como eco en el cuerpo, recorriendo el litoral de lo real, separando de contexto, de la intención, 3 así, el analista sorprende, con un corte poético, basado en el equívoco homofónico, gramatical o lógico, pues la polisemia de la palabra posibilita vía la resonancia el despertar. Lacan, toma la escritura poética china de Francois Cheng, para demostrar la interpretación que marca el S1 asemántico, se trata de una escritura poética, que hace un forzamiento, los poetas chinos canturrean, modulan, y desde la tonalidad hasta la modulación, hay deslizamiento. La poesía, posibilita el encuentro con los límites de la palabra, con el muro, con la tachadura. El psicoanálisis Lacaniano, es un contra psicoanálisis, Miller nos advierte, en relación a nuestra clínica “Porque en el inconsciente transferencial sigue vigente una intención, un querer decir, un querer que se diga algo cuando el inconsciente real no es intencional, sino que se encuentra bajo la modalidad del “así es”. Que se puede decir es nuestro “Amen”(1). Cristela Stur (1)Miller, J. A., “Lo real en el siglo XXI”, El Orden Simbólico en el Siglo XXI, pág. 436