EL SENTIDO DE LO HUMANO Por Wilfrido Zúñiga

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EL SENTIDO DE LO HUMANO
Por Wilfrido Zúñiga Rodríguez, Filósofo, Especialista en Docencia
Investigativa Universitaria. Junio 19 de 2009.
Nuestros modernos conocimientos de la prehistoria, generados desde el
más exigente método científico, nos hablan de un universo nacido de la
nada en una inflación progresiva, que tras millones de años formó
inmensas nubes de gas que atraídas sobre sí por la gravedad dio origen
a estrellas, de cuyas cenizas emergieron los elementos más pesados
dando lugar a planetas.
En un milagro todavía no del todo claro, de uno de los miles de millones
de planetas que pueden existir en este universo, sabemos de uno donde
nació la vida. Que arrastrándose al principio, logró surgir desde formas
elementales
hasta
complejidades
cada
vez
más
crecientes
cristalizándose en organismos cada vez más complejos y sofisticados en
su especialización.
Sabemos además que hace aproximadamente 150 millones de años una
inmensa roca, un cometa, descendió desde el espacio matando
alrededor del 90% de las especies animales y vegetales de entonces,
gracias a eso, pudo prosperar una variedad de marsupial mamífero que
hasta entonces no tenía otro camino que ser devorado haciendo las
veces de simple eslabón de la cadena alimenticia en cuya cúspide
reinaban los grandes saurios.
Por azares y adaptaciones evolutivas aquel modesto mamífero dio
origen a los grandes troncos, hasta las ramas y divisiones menores y
complejas en nuestro árbol genealógico vital. En aquel incierto camino
algunas especies caen víctimas de cambios climáticos que inciden sobre
los ecosistemas afectando las especializaciones de las que dependían.
Los homínidos se bifurcan hasta nuestros actuales simios y primates
pero una rama se especializa y desarrolla cerebros más grandes dando
una ventaja sobre los demás, son altamente competitivos y tienen la
característica de la pérdida de su pelaje, son “monos desnudos” estos
llegan hasta el hombre de cromañón y el homo sapiens. El hombre de
cromañón se extingue y no pocos paleontólogos creen que fueron los
homo sapiens, los responsables de su extermino en una guerra sin
cuartel y de verdadera “limpieza étnica”, la primera de la que se tendría
noticia.
Este advenedizo “mono desnudo” descubre el fuego, somete a las
demás creaturas que le superan en tamaño y fuerza, y en solo 25 mil
años - un “soplo” en la escala de tiempo cósmica - esta especie, la
nuestra, se hace dueña de este mundo como lo demuestran los
registros fósiles e históricos.
Tras una mirada optimista nos parece que el hombre así descrito nos
sorprende con su éxito, ha salido victorioso de cada uno de los retos
impuestos por la naturaleza, ha sorteado los azares y peligros que
suponían otras especies y hasta ha sabido poner a su favor fuerzas
pavorosas y adversas.
Pero hoy por hoy este “triunfador” de la evolución cósmica se enfrenta a
problemas totalmente nuevos, camina a tientas mientras se acostumbra
a la oscuridad que él mismo ha formado. Debe estar atento, porque
fracasar a estas alturas de la historia sería el único fracaso, pues no hay
segundas oportunidades. Hasta ahora nuestro “mono desnudo” ha salido
avante gracias a su poderoso cerebro híper desarrollado, y, a propósito,
es este cerebro el único que puede salvarlo. Todo depende del uso que
se le dé en los próximos años, porque la especialización del cerebro
tiene también su historial de luchas marcada en su compleja estructura;
en él convergen los sentimientos de misericordia y compasión por los
sufrimientos de las demás creaturas, pero también las reacciones
violentas y crueles a veces disparadas con nefastas consecuencias. El
mito del ángel y el demonio alternándose cada uno el manejo de los
impulsos humanos se convierte en su yugo. Ni ser de luz completo ni
habitante de las oscuridades, la condición humana nos habla de su
dicotomía esencial. Y es este el problema capital al que se enfrenta el
hombre: debe descubrir qué es el hombre.
Aunque semejante problemática ya la ha tenido que encarar antes, hoy
se le demanda una respuesta acosado por un nuevo reparo, pues los
viejas proposiciones que antes ensayó y le resultaron útiles en su
momento, hoy han entrado en crisis, agrietando su mundo,
condenándolo a una fractura antropológica. Se le exige al hombre
moderno, una introspección, un confrontarse consigo en nombre no de
un individuo sino en nombre de la humanidad.
No es que el hombre cambie, para nuestra sorpresa somos los mismos
tipos humanos ahora que hace 25 mil años como atestiguan los restos
fósiles. Lo que en definitiva ha cambiado es nuestro mundo de manera
dramática, la perspectiva con la cual nos vinculábamos a este. Por eso
esta pregunta no está dirigida al hombre de la antigüedad ni al del
Medioevo o al renacentista, pues nos consta que estos tenían, gracias a
su cosmovisión, claro quiénes eran o hacia dónde dirigir sus ideales;
esta pregunta es para ser respondida por el hombre contemporáneo,
contradictorio, confundido y que reclama una identidad, se trata de
cuestionar a ese hombre dado en llamarse “postmoderno”.
Absortos en preguntarle al mundo lo que era, el hombre olvidó
preguntarse quién es. En el primer caso, las respuestas fueron halladas
de manera espectacular; la ciencia desarrollada en los dos últimos siglos
supera en eficacia y número todos los demás milenios de la humanidad,
ya se ha explorado el universo en sus millones de galaxias y miríadas de
átomos, pero en lo que concierne a la pregunta por el sí mismo el
avance ha sido lento, apenas si se le está retomando. Lo difícil de este
interrogante estriba en la pérdida moderna de los absolutos que antes
sustentaban las cosmovisiones de las formas culturales; la relativización
del mundo actual, hace que desconfiemos de los meta relatos que se
abroguen una verdad absoluta. Las propuestas políticas y religiosas que
radicalizan las posiciones personales - que por cierto cada vez más se
convierten en un refugio de individuos anhelantes de un sentido a toda
costa - desde hace poco tiempo vienen siendo miradas como fanatismos
sin sentido, anacronismos en un mundo siempre cambiante. Sin un
referente de sentido fuerte toda toma de postura se presenta como
provisional, y los hombres, apenas conscientemente, se ven
sorprendidos entre la necesidad de concebir el mundo sobre una base
firme y entre su entorno social que les muestra lo necio de esta
intención.
“Nuestro punto de partida estriba en la crisis global que padece el
hombre actual que podemos sintetizar como ausencia de un destino feliz
o de un futuro-presente sano y agradable, digno y gozoso; y también,
simplemente, como falta de sentido: por qué vivo y para quién vivo. Soy
¿pero vivo? Soy ¿pero me aman?”1.
Ante la crisis generalizada en términos antropológicos se plantean serios
interrogantes sobre el futuro del hombre y su puesto en el mundo. La
pérdida de los referentes otorgadores de sentido se hace cada vez más
evidente. Es necesario acrecentar la búsqueda en este orden.
El enorme aumento de los conocimientos científicos y tecnológicos, y la
asistencia a un mundo en términos de globalización, planetización, aldea
universal, postmodernidad, plantea un difuso interrogante sobre el
significado humano de esta gigantesca empresa cultural. No se puede
seguir soñando con que el programa científico pueda conseguir casi
automáticamente una vida mejor2 o que la creación de nuevas
1
BENNÀSSAR, Bartomeu. Dios, futuro humano para todos. Madrid. BAC. 2000, p. 3.
Buena parte de la investigación científico-técnica está construida sobre el pretendido de mejorar las
condiciones de vida del ser humano. Su intención y razón, al menos en un nivel teórico, está orientada a
conseguir este objetivo. Pero cuando se evidencia que, en muchas ocasiones, la realidad de la miseria
humana aumenta en términos cada vez más alarmantes, colocando de relieve lo contrario, se generan grandes
2
estructuras sociales pueda proporcionar la clave última y definitiva para
superar las “miserias” humanas3.
Ambas posibilidades han sido ensayadas por la humanidad pero ante la
pobreza de los resultados obtenidos tales propuestas nos obligan a ser
muy precavidos y cautos a la hora de proponerlas como la única
panacea mágica de soluciones o como la encarnación de utopías
sociales con alguna capacidad de salvación.
Las inmensas posibilidades positivas ofrecidas por la civilización global
postmoderna, científico-técnica e industrial al hombre no están exentas
de ambigüedades y dificultades. Un mundo dominado exclusivamente
por la ciencia o la tecnología podría, ser inhabitable, no sólo en la
perspectiva biológica, sino sobre todo, desde el punto de vista espiritual
y cultural4.
El aumento progresivo de los conocimientos científicos y la creciente
desorientación en los laberintos de las especializaciones, van
acompañados cada vez más de una gran incertidumbre respecto a lo
que constituye el ser profundo y último de hombre5.
Conocer, comprender, develar, volver inteligible el mundo ha sido la
tarea del hombre en toda su historia. Reflejo de la necesidad constante
de volverse él mismo comprensible. Sin embargo esto no aparece con
tanta claridad en las circunstancias actuales. La asistencia a un mudo
con escenarios y circunstancias tan particulares y definitivas hace difícil
esta tarea. Estamos en una época verdaderamente paradójica, pues
aquello que le da al mundo su nombre y lo explica (el hombre) no tiene
palabras para describirse y explicarse a sí mismo. Este es el sino
trágico–cómico en que estamos sumidos actualmente.
interrogantes frente este pretendido de la ciencia.
3
Cf. GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. introducción a la antropología filosófica. Salamanca.
Sígueme. 2005, p. 11.
4
Ibíd., 12
5
El científico austriaco Edwin Schrödinger ya desde los años cincuenta llamaba la atención sobre este tema.
En su libro “Ciencia y humanismo” ha cuestionado enfáticamente la pretendida felicidad, en términos de
mejores condiciones de vida, que la humanidad ha alcanzado gracias al programa científico. Se pregunta si
es cierto que toda esta empresa de ciencia y tecnología realmente mejora las condiciones de vida del ser
humano. En última instancia la pregunta está dirigida a cuestionar el valor de la ciencia con relación al
hombre. A la pregunta por el valor de la ciencia natural, responde: “…su objetivo, alcance y valor son los
mismos que los de cualquier otra rama del saber humano. Pero ninguna de ellas por sí sola tiene ningún
alcance o valor si no van unidas. Y este valor tiene una definición muy simple: obedecer al mandato de la
deidad délfica: nwqi seauton, conoce a ti mismo. O, por decirlo en pocas palabras según la retórica de
Plotino (Enn. VI, 4, 14): hmeij de, tinej de hmeij, “Y nosotros, ¿qué somos en el fondo?”…Parece claro
y evidente, pero hay que decirlo: el saber aislado, conseguido por un grupo de especialistas en un campo
limitado, no tiene ningún valor, únicamente su síntesis con el resto del saber, y esto en tanto que esta síntesis
contribuya realmente a responder al interrogante tinej de hemeij (“¿qué somos?”) de la deidad délfica: Su
pregunta fundamental gira en torno a si es cierto que toda esta empresa de ciencia y tecnología a la que
asistimos realmente mejora las condiciones de vida haciendo eco de la vieja pregunta de si efectivamente la
ciencia hace más humano al hombre”. Cfr. SCHRÖDINGER, Edwin. Ciencia y Humanismo. Matatemas.
Barcelona. 1998. pp. 14-15
Son corriente los términos globalización, postmodernidad, pluralidad...,
hablamos y sentimos el mundo en términos de multi y pluriculturalidad,
de pluralismos religiosos, de relativismos extremos... ¿Es pertinente,
entonces, en un mundo con estas características preguntar por el
hombre? ¿Sigue siendo relevante las búsquedas de quienes somos, a
dónde vamos, de dónde venimos? La antigua pregunta antropológica,
por el puesto del hombre en el mundo, parece revestirse hoy de una
importancia capital. "Y nosotros, ¿quiénes somos nosotros en resumidas
cuentas?"6 Preguntas de este calibre son las que nos acosan hoy, y
nunca como ahora ha sido tan urgente una respuesta.
El mundo de hoy, aceleradamente cambiante y crítico, invita a
responder lúcidamente, y sin vacilaciones, al desafío e influencia que
ejerce sobre nosotros la constante creación de nuevas realidades
científicas, tecnológicas, artísticas, políticas, económicas, religiosas, en
una palabra, culturales, para no perder el verdadero sentido de todas
estas empresas, lo humano por excelencia. Este cambio veloz amenaza
con dejarnos rezagados, pero ante la importancia de nuestra cuestión,
se exige que mermemos el paso y nos tomemos un aire de
introspección; el suficiente para meditar nuestra realidad.
Dar cuenta de esta situación también es un problema que no se puede
dejar de lado en las circunstancias actuales. Apostar e intentar dar
respuesta a los interrogantes más urgentes del hombre para su sosiego
y tranquilidad en la incertidumbre y absurdidad de su existencia, se
instaura como una tarea inaplazable. Es asimismo cierto que en las
soluciones planteadas se encontrarían las salidas propuestas para esta
etapa crítica de nuestra historia como especie.
En el texto “El problema del hombre” Joseph Gevaert afirma, “quizás
estemos asistiendo a la mayor crisis de identidad por la que el hombre
ha pasado y en la que se ponen en tela de juicio o se marginan muchos
fundamentos seculares de la existencia humana”7. Parece cierto, dadas
las condiciones actuales de nuestra existencia.
La perspectiva abierta por el mundo científico técnico nos hizo pensar en
la posibilidad de resolver todas las miserias humanas. Pero la
constatación cada vez más aguda del incremento de las dificultades en
torno a lo humano ahora nos hace vacilar. La idea alcanzada en la
modernidad y desarrollada como su más alta conquista en términos del
sujeto no está exenta de ambigüedades.
Las libertadas alcanzadas o bien reclamadas nos hicieron pensar, como
un gran ejercicio de la modernidad y como un reflejo objetivo de haber
6
7
PLOTINO. Enn. VI. 4, 14
GEVAERT, Joseph. Op. Cit., p. 12.
alcanzado la mayoría de edad, que nos podíamos liberar de todo aquello
que no cumpliera con los cánones establecidos por una razón
instrumental de medida y cuantificación.
Pues bien, alcanzadas estas libertades y asumiendo la responsabilidad
del obrar humano, el hombre, se siente dueño y seguro de sí mismo.
Pero queda una desazón con todas las consecuencias de sus actos.
Los grandes ideales de la cultura parecen hoy desfigurados. No es un
asunto de la nostalgia del pasado, ni un grito desesperado de quien no
quiere adaptarse a las condiciones del mundo contemporáneo. Es un
asunto de responsabilidad antropológica. Lo que debemos cuidar por
encima de cualquier cosa es lo humano. No necesitamos ser adivinos
para darnos cuenta de la urgencia de reflexionar sobre esta gigantesca
empresa cultural que parece llevarnos a la destrucción total de la
humanidad.
No se necesita ser adivino para comprobar que si las acciones del
hombre no tienen otra direccionalidad, lo más probable es que
asistamos a la destrucción acelerada de la humanidad. No es un asunto
de condenar o satanizar nuestra época o todas sus posibilidades, es más
bien un llamado de atención, una invitación a pensar para que no se nos
pierda de vista lo realmente importante el ser humano y todas sus
posibilidades.
En muchas ocasiones las acciones de los hombres están acelerando el
proceso de la destrucción de la humanidad. Las consecuencias son
aterradoras en todos los órdenes. Ambientales, políticos, sociales,
económicos y morales.
“Frente al pesimismo ante los síntomas de decadencia en nuestras
sociedades, de crisis, de barbarie, de deshumanización de miseria o de
oscuridad, habría que saber – citando al antiguo poeta griego Menandro
– que “hay un bien que nadie puede arrebatarle al hombre, y es la
Paideia. Porque la Paideia es un puerto de refugio de toda la
humanidad”8.
Hoy puesta en un segundo plano o al menos con una calidad
inquietante. Nuestra educación, nuestra Paideia parece relegada o
ensombrecida por las circunstancias de nuestros contextos actuales que
respirar ciertos aires de decadencia en los niveles educativos influyendo
de manera decisiva en todos los ambientes; un texto referido a los
medios de comunicación, por ejemplo, del profesor Enrique González
ilustra muy bien buena parte de nuestros contextos actuales:
“La decadencia cultural de nuestro tiempo es evidente. Desde alrededor
de 1960 se viene produciendo una inquietante de pérdida de nivel, un
abandono de lo más valioso y profundo de la civilización occidental. Es
difícil sustituir a los grandes autores que han muerto o han llegado a la
8
GONZÁLEZ, Enrique. El renacimiento del humanismo. Madrid. BAC. 2003, p. XIII (prólogo)
vejez, algo que no ocurría antes. Los magníficos libros publicados
durante muchos decenios del siglo XX no se ven acompañados ahora por
otros de su mismo nivel, sino muy inferiores.
Algo parecido ocurre con los periódicos, cuya extraordinaria calidad
alcanzada se está perdiendo; en general informan de lo que les
conviene; debido a su partidismo, a su falta de independencia y
veracidad, propenden a la manipulación y a la censura; para muchos
lectores la única realidad que conocen es la que muestra su diario, cuya
postura es considerada intangible. La televisión, contra lo mucho bueno
que podría esperarse de ella, bate marcas de ordinariez y chabacanería;
en las distintas cadenas se hacen programas del mismo tipo y formato,
destinados a avivar los más bajos instintos de la masa, y que parecen
obedecer a consignas de envilecimiento. Es decir, los grandes medios de
difusión cultural contemporáneos se están viendo afectados por un
primitivismo del que eran ajenos.
Innumerables hombres actuales no constan por lo que son, ni siquiera
por lo que tienen, sino por la imagen que dan de ellos los medios de
comunicación, que han llegado a alcanzar un poder excesivo,
desproporcionado, si se repara en el daño que algunos pueden causar
con sus consignas. Hasta hace unos decenios lo periodistas – en cuyas
manos se encuentra la administración de ese poder – eran, por lo
general, cultos, educados, responsables, veraces. Ahora, no pocos
reporteros gráficos, los llamados paparazi al servicio de la prensa
sensacionalista, han llegado a mancillar esa profesión. Cantidades de
periodistas, sin principios éticos ni estéticos, sin responsabilidad,
pontifican, adoctrinan arrogantemente –con el enorme poder del que
disponen- sobre millones de lectores, televidentes u oyentes, comenten
faltas de ortografía y redacción, muestran su descomunal ignorancia
histórica, literaria o filosófica, pero hacen parecer saberlo todo,
imponiendo su criterio como única verdad y dictando sus normas a unas
masas, indefensas ante ellos, que se dejan llevar.
Es tan extraordinario el influjo de los productores o fabricantes de
opinión que ello disipa las opiniones personales: son muy pocos los
hombres que opinan y piensan por sí mismos, desde sí mismos. La gran
mayoría recibe las opiniones prefabricadas de la televisión, de la radio o
de la prensa (frecuentemente “medios de confusión”, dice Marías), que
muchas veces distorsionan, desfiguran, omiten algunas noticias, o
sencillamente no informan de cuanto les parece inconveniente a sus
intereses particulares.
Por eso los medios de información se han convertido en medios de
propaganda. Muchos de ellos ofrecen carnaza, morbo, engañando como
un cebo para atraer la atención y envenenarla con él. Gabriel Marcel
hablaba de techniques d’avilissement, técnicas de envilecimiento.
Poderosos intereses económicos manejan esa especie de técnicas,
dirigidas a envilecer al hombre y a la sociedad en general, de tal manera
que la persona queda reducida – como si fuera una cosa – a ser
manipulada según los dictados marcados por una férrea publicidad
destinada a consumir los productos de sus empresas. El hombre ha
perdido capacidad de decisión por sí mismo; envilecido, no se da casi
cuenta de cómo otros ya han decido en su lugar y pretenden
afanosamente amaestrarlo o adoctrinarlo.
Unas minorías pretenden manipular a conjuntos amplísimos de
personas. En nuestra época está difundiéndose ese fenómeno
sumamente curioso que – en expresión de Marías – consiste en la
opresión de las mayorías por las minorías. Éstas – que consiguen ocupar
puestos decisivos en la administración y en los medios de comunicación
o “de confusión” – tratan de imponerse a la totalidad, a aquéllas,
atribuyéndose
su
representación,
descalificando,
tutelando,
coaccionando y hasta violentando a los discrepantes, que son la
inmensa mayoría.
Asistimos a una enorme ola de reaccionarismo: no afecta a un aspecto
secundario de la vida, sino a su misma realidad, a lo que tiene de
personal, de humana. Parece que la Humanidad, en lugar de seguir
hacia a delante, de innovarse, de tomar posesión de todos los
admirables adelantos que ha alcanzado sobre todo en el siglo XX, recae
en el arcaísmo, en el primitivismo. Según Julián Marías, “estamos en la
inversión del movimiento enriquecedor que comenzó hace un siglo, en
una fase de extraña regresión, que he llamado con insistencia arcaísmo”
(Razón de la filosofía).
Hay un afán por deshumanizar lo humano, por cosificar al hombre; se ve
a la persona como si fuera una cosa más. Muchos hacen esfuerzos para
lograr la despersonalización, la reducción de la persona a cosa. De ahí la
tendencia a la homogeneidad, a sumergir a todos en la masa, a la
uniformidad, a olvidar la condición personal, a forzar un igualitarismo
llevado a la práctica en la política antihumanista de algunos Estados,
que contradice la evidencia de la diversidad de lo humano, la absoluta
unicidad de cada persona, de su carácter único e insustituible. Por eso
pululan los fundamentalismos, las sectas, los partidismos, la astrología
irracional que pretende hacer creer que el destino de cada persona sin
capacidad de decisión, es manejado caprichosamente – como si fuera
una cosa a la deriva – por fuerzas ocultas. Los recursos para la
manipulación – muchos de los cuales no habían sido posible antes – son
poderosísimos en nuestra época, condicionada por interese económicos,
por la dilatación de las sociedades. El desarrollo de las técnicas de
comunicación y persuasión.
Los totalitarismos del siglo XX requirieron la pasividad uniforme y
fanática de grandes masas. En las grandes religiones se han deslizado
los arcaísmos, el colectivismo y el igualitarismo, las tendencias no
humanistas. El mismo deporte se ha convertido en algo polémico que
produce violencia y extremismo: los hinchas, fans, tifosi o hooligans
aplican al fútbol, por ejemplo, grandes hostilidades y sectarismos, hace
que la vida se subordine a él, en un negocio que mueve cantidades
enormes de dinero, con propensión a la histeria colectiva. Por paradójico
que sea, todo ello se ha producido durante un periodo antes del cual se
esperaba una mayor humanización de lo humano”9.
Todo esto nos sucede precisamente en el momento en el que
supuestamente habíamos alcanzado el culmen de lo humano, lo máximo
del hombre, lo último a lo que podían llegar las sociedades y el género
humano. En el que habíamos alcanzado la mayoría de edad y nos
habíamos liberados del primitivismo, de la magia, de todas las fuerzas
oscuras y en la que podíamos tener el control de todo bajo la egida de la
razón; en un momento en el que creíamos haber superado todas las
miserias humanas, en el que habíamos superado la animalidad porque
habíamos alcanzado la mayoría de edad, nos encontramos con este
panorama tan desolador para la condición humana.
“Es gravísimo, muy preocupante, lo que ha ocurrido con una nuevas
leyes “educativas” (no progresistas, como se las ha querido presentar,
sino regresistas), que han hecho degenerar los centros de enseñanza,
que humillan a maestros y profesores, desmoralizados, deprimidos,
desvalidos y hasta atemorizados ante el embrutecimiento y la creciente
indisciplina de sus alumnos, que por lo general no aprenden nada ni
dejan aprender a los demás. ¿Qué futuro puede aguardar a un país con
unos alumnos asilvestrados y bárbaros? Si hay menos niños y jóvenes
debido a la bajísima tasa de natalidad, éstos son cada vez peores”10.
“A lo largo del siglo XX, el prodigioso desarrollo de la técnica y la
ciencia, su influencia en el bienestar, en la comodidad y en la holgura de
la vida – y en la prolongación de ésta, incluso en la desaparición de
enfermedades que habían acompañado a los hombres durante toda la
Historia-, la creación de riqueza en un grado inconcebible antes de
nuestro tiempo, todo ello había hecho que la Humanidad afrontara el
porvenir con enorme optimismo, que ahora ha sido suplantado por un
pesimismo generalizado. Se tiene la extendida impresión de que
actualmente la Humanidad atraviesa un difícil momento de su
Historia”11. “Es cierto que ha vivido épocas más complicadas que la
presente, y que también ésta goza de espléndidos adelantos y de bienes
que no existían en el pasado. Pero así como hoy aquellas seguridades
con que cuenta el hombre son, afortunadamente, las mejores de toda la
Historia, también los peligros que amenazan son los más graves. La
9
Ibíd., p.17-19
Ibíd., p.21
11
Ibíd., p.21
10
persona humana ha progresado de maravilla en unos aspectos, mientras
que ha retrocedido o no ha avanzado lo suficiente en otros”12.
Es necesario ponerse a tono y equilibrar la balanza que pesa el poder y
nuestra capacidad de misericordia, por ejemplo, de sentir empatía por el
sufrimiento de otros, de manera preocupante, esta balanza parece
inclinarse ante el abrumador peso de nuestras tendencias más egoístas.
“Estos últimos aspectos negativos forman todos ellos del desvío
contemporáneo que podríamos denominar con una palabra:
deshumanización. Se trata de una crisis que envilece al hombre, que
hace rebajar peligrosamente su dignidad. La civilización occidental ha
visto aumentar espectacularmente los casos de barbarie, entendida ésta
como tosquedad, como falta de cultura, como rudeza, grosería,
arcaísmo, ignorancia, como crueldad”13.
Como si no fuera de por si desolador este panorama, preciso al describir
la vida individual del sujeto, las grandes mareas colectivas se enfrentan
igualmente contra comunidades enteras percibidas como amenazas a
las que habría que poner a raya, sea por un muro de concreto o por
limitantes menos sólidos como pasaportes o visas. El caldo de cultivo
para una guerra devastadora esta sembrándose sin que lo percibamos y
sin que hagamos mucho por evitarlo, no es cuestión de cómo sino de
cuando se dará luz verde a la carnicería monumental que nos aguarda14.
“En la convivencia social de estos tiempos es común reprochar al
hombre su comportamiento frecuentemente inhumano: la aspereza y la
agresividad, el vandalismo, la progresiva destrucción de la Naturaleza
mediante incendios forestales intencionados, el colectivismo y el
gregarismo, el racismo y la xenofobia, la violencia verbal y física, el
tráfico y consumo de drogas, la manipulación de la Historia y de las
noticias, el egoísmo insolidario de las sociedades generado por el
nacionalismo, el consiguiente enriquecimiento desmesurado de unas
naciones que no tienen en cuenta la pobreza y el hambre de otras, el
orgullo exacerbado por la idiosincrasia propia, la invocación al
particularismo o al hecho diferencial de unos pueblos que se
desentienden del futuro de los otros mediante la creación de fronteras
de cualquier tipo, la corrupción política, la búsqueda del sometimiento
de grupos o países, el terrorismo organizado; en definitiva, el poco o
nulo respeto no sólo por el otro, sea quien sea, sino aun a veces por su
propia vida”15.
12
Ibíd., p. 21-22
Ibíd., p.22
14
No se nos puede olvidar los grandes genocidios recientemente Ruando, Camboya, Alemania, Bosnia,
Colombia.
15
GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.22
13
Nuestra sociedad se parece cada vez más a un kamikaze consciente de
que su sacrificio no cambiará el rumbo general de los acontecimientos
de la guerra, pero no por eso desiste de su ataque suicida si tiene la
plena seguridad de causar algún daño a su oponente. Esta necesidad
compulsiva por provocar el deterioro físico y moral del mundo sólo
puede explicarse apelando a una auto-inducida histeria colectiva que ya
parece pandemia.
“Podemos describir al hombre actual como un ser des-animado (sin
alma), des-orientado, sin norte ni rumbo, des-valorado, des-motivado,
asfixiado, infeliz…Hombre des-esperanzado.
El hombre hundido, arrojado al vacío en el que las grandes palabras y
los grandes porqués y las más fuertes luchas se llaman progreso,
técnica, ciencia, política… le asfixia y deshumaniza. Pese a tener
multitud de cosas, aparatos y medios y de permitírselo casi todo, se
siente enormemente insatisfecho e inseguro. Distraído y divertido, se
siente corroído por un malestar que lo invade todo y llena de conflictos
en el mundo individual y colectivo”16.
“Todos esos comportamientos inhumanos, algunos de los cuales eran
antaño incluso más acentuados, hoy aparecen generalizados y
multiplicados por doquier, a pesar de haberse conseguido un amplio
progreso en otros aspectos que hacían esperar un venturosa etapa de la
Humanidad, cuyo peligro de autodestrucción ha aumentado al máximo.
En el mundo actual es enormemente superior la capacidad de generar
discordia y odio, debido en parte a que quienes quieren dedicarse a
estos menesteres poseen más poderosos medios para hacerlo”17.
Acaso esta sensación de de desamparo y negativismo masivo, no sea
sino una más de las creaciones artificiosas de los medios masivos
perseguidores de ratings antes que de preocuparse por la cultura de los
ciudadanos.
“Por otro lado, los fenómenos negativos resaltan, magnificados con su
difusión en los medios de comunicación social, que ya los recogen como
si fueran algo normal en la vida. Parece que sólo debe darse y exaltarse
las malas noticias, para algunos tan inevitables como imitables, que
horrorizan, causan miedo y espanto, hacen tener la sensación de
encontrarnos en un mundo muy poco acogedor”18.
16
BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. 99
GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.22
18
Ibíd., p.22-23
17
El miedo líquido del que hablara Zygmunt Bauman está en su etapa
suprema, hay intereses creados alrededor de nuestro miedo infundado,
y los negociantes de turno asechan nuestra necesidad de seguridad
promoviendo un círculo vicioso del terror. Compramos de manera
compulsiva todo aquello que nos haga sentir más seguros y a cambio
recibimos más dosis de miedo en nuestros canales privados de
televisión. Cabe preguntarse después de constatar que nuestro tiempo
se percibe como uno de los más difíciles: ¿todo este debacle
amenazante se debe a la especialización técnica de nuestro momento
histórico? Algunos culpan a la tecnología y los avances científicos como
responsables de todos los males, pues la facilidad con la que contamos
hoy para crear zozobra y sufrimiento es directamente proporcional a
nuestra capacidad técnica. Al estar mediados por artefactos que
distancian nuestro contacto directo con los demás hombres, (autos,
ordenadores, rascacielos, etc.) se impide una relación empática con
ellos y este distanciamiento tiene como consecuencia indeseada una
inevitable deshumanización.
Esta, entre otras razones, induce a señalarla como la indirecta
responsable de este estado grave de cosas. Sin embargo este
pensamiento hostil no cuenta con la aceptación generalizada, la
respuesta, para Enrique González - citando a Julián Marías - es muy
clara, la falta de técnica redunda en falta de humanidad, allí donde no
hay técnica, su ausencia es notoria, traduciéndose en lugares
inhabitables para el hombre, en este sentido, la contaminación, las
malas condiciones de vida, la violencia, en una palabra, la inhumanidad,
no vendría a estar dada por un exceso de técnica sino al contrario, se
explicaría principalmente porque la cantidad y calidad de esta técnica
ausente, se encontrarían, por esto mismo, en descenso.
“Ahora se le echan a la técnica todas las maldiciones imaginables;
muchos consideran que tiene la culpa de todo. Dicen que es inhumana,
lo cual es falso. La técnica – el gran instrumento de los proyectos
humanos – es un instrumento de felicidad. El hombre necesita la técnica;
se hominiza y humaniza mediante ella. Por eso Julián Marías – en un
ensayo titulado La técnica: ¿humaniza o deshumaniza? – considera que
la técnica es “el gran instrumento de humanización”. La
deshumanización “viene de la falta de una técnica más: la técnica del
manejo de las técnicas. Esto es otra cosa. Cuando me falta esa técnica,
entonces la técnicas se rebelan y se convierten en un factor de
deshumanización”. Evidentemente hay polución, se respiran humas y
gases, los ríos están contaminados, casi todo está lleno de automóviles,
las grandes ciudades son bastante inhabitables. ¿A causa de la técnica?
Considera María que no: “creo que a pesar de la técnica”. No sería
posible vivir en una ciudad enorme con una técnica elemental, primitiva;
es la técnica la que hace casi habitable esa gran ciudad. Hay lugares
que son inhóspitos o poco agradables no por sobra de técnica, sino por
falta de ciertas técnicas. A mayor técnica, mejor habitabilidad y menor
contaminación”19. Estas palabras alentadoras para nuestro momento,
indican una pizca de esperanza, es decir, si la técnica con la cual
contamos es en verdad culpable de algo, ella estaría en capacidad de
resarcirnos a nosotros mismos de ese daño.
“El siglo XX, como consecuencia de dos ideologías deshumanizadoras,
ha conocido las dos mayores guerras de la Historia y hasta qué punto se
ha podido tratar al hombre como si fuera una cosa, y de ello hay
ejemplos significativos: los campos de concentración practicados por
Hitler y Stalin, así como por todos sus secuaces que aún existen”20. El
problema no es para imputarlo a nadie más, los seres humanos no
tenemos chivos expiatorios para hacerles cargar con la culpa, somos
nosotros quienes hicimos el estado de cosas reinante, no son
circunstancias ajenas a los mismos hombres las que indujeron al mundo
del siglo pasado a la mutua destrucción, una conflagración
inmensamente peor nos espera si no somos capaces de reflexionar lo
que venimos haciendo mal, cómo debemos corregirlo y cómo debemos
evitarlo.
Si el problema es un problema humano, hay que considerar soluciones
“humanas” que respeten el hombre en su humanidad, han de ser
soluciones que sepa inmiscuirnos a todos. Una posible salida a mediano
plazo, es considerar a la educación como la punta de lanza contra esta
crisis, ella da una oportunidad de respuesta certera, es además muy
lógico retomarla como posible campo de acción para influir en la
sociedad.
“Puede decirse que una de las principales causas de los males
contemporáneos estriba en la falta de educación que se observa en la
mayoría de los hombres. El tipo común actual de hombre aparece como
ineducado o maleducado. Nos encontramos en el tiempo de la mala
educación. Hay diversos casos de comportamientos maleducados, pero
todos tienen en común el hecho de que rebajan la dignidad de quienes
los practican y de quienes los sufren. Si no se educa, se enseña, se guía,
se instruye, se dirige, se conduce, se orienta, se encamina, se forma o
se adiestra para la paz, para el amor, para la verdad, para la belleza o
para realizar el bien, entonces cabe esperar una deshumanización del
hombre”21.
Esta crisis es una crisis educativa; bien se identifica la ausencia de esta
como la causa de todos los males. Se aboga por una educación que
19
Ibíd., p. 23
Ibíd., p.23
21
Ibíd., p.24
20
parta de lo básico – porque parece que lo hemos olvidado- que enseñe a
mirar la belleza y descubrirla, que atice los demás sentidos para una
elevación del gusto general, una educación que no privilegie los datos
eruditos sobre la sabiduría. Sin embargo, la realidad que observamos se
niega a seguir por esta vía, la desconsideración por el entorno y las
necesidades ajenas, gozan hoy de una regularidad cada vez mas
reiterada.
“Salta a la vista el primer sentido del concepto de mala educación: salvo
muy contados casos, dentro de nuestra sociedad se han perdido los
buenos modales, la cortesía, la urbanidad, el sentido de la
caballerosidad. Ha descendido el nivel de respeto a los demás, de
entusiasmo por ellos. Igualmente hacia la Naturaleza: ni siquiera los
montes, playas o campos se libran de la basura, de envases, de papeles,
latas o desperdicios. Casi todo está transido por la chabacanería, la
grosería, la ordinariez. Esta radiografía tomada con rapidez, a nuestro
mundo actual, muestra una mancha maligna, hay un cáncer social
dañoso, tanto, que para mantener la cordura y no caer en la
desesperación hay quienes prefieran ignorarlo, pero ¿tal cosa no sería
peor? Ignorar las malas noticias con respecto a la salud implica que la
cura se haga imposible, es por eso que el silencio es imperdonable, y la
palabra que mejor describe nuestra situación, es “barbarie”; grave
palabra, que si tiene razón en acuñarla Enrique González al describir
nuestro estado, debería preocuparnos mucho más y de verdad hacernos
tomar en serio la situación que rayaría en el desespero.
De manera semejante a como se ha hecho en todo Renacimiento, cabría
calificar esta etapa histórica, dada tan grave deshumanización y tan
generalizada falta de educación, como un tiempo de barbarie, como un
momento intermedio de transición”22. Pero cabe preguntar ¿transición a
qué o hacia dónde? Efectivamente, de nosotros depende darle una
respuesta conveniente a estas preguntas. No podemos negarle en
definitiva a nuestra época los logros gigantes que ha conseguido pero
con todo, “¿Nuestro mundo, magnífico y maravilloso, es un mundo deshumanizado(r) que camina del caos al cosmos y ahora del cosmos al
caos inhumano, excluyente, mortal?”23.
La amenaza es la vuelta a las leyes del más fuerte, que se traducen casi
siempre en la ley del más brutal, en un mundo así se da una
transvaloración de todos los valores en su forma más negativa y odiosa
posible. En un orden de cosas semejante, la inteligencia es entendida en
nombre de “las soluciones prácticas” como una astucia marrullera y
ventajosa más que como capacidad de asombro que investigue el por
qué de la existencia. La fuerza, otrora sometida al mando de la recta
22
23
Ibíd., p.24
BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. XII (Prólogo).
intención y el cálculo de la justicia, se convierte en un valor por sí
misma, de hecho, es la ley suprema pujando en constante lucha con sus
rivales y sólo cediendo allí donde es desplazada por una fuerza mayor.
Lo bello es relegado como lujo innecesario y todo aquello que no sirva a
la simple supervivencia es desechado igualmente como inútil. El gran
peligro de la barbarie es que ella tiene el poder de imponerse por sí
misma y arrastrar en su avasallante impulso todo aquello que ha
demorado siglos construirse, la barbarie no admite diálogo porque su
léxico es pobre, sólo sabe de gritos, llanto y rabia. Es esa suerte de
anarquía de la que hablara Hobbes sobre el estado natural donde los
hombres se despedazan a sí mismos unos a otros.
Una sociedad donde sólo se impondría la forma del sistema carcelario pero sin guardias para establecer reglas - los abusivos estarán en su
elemento, la justicia degeneraría en ajuste de cuentas y persecución de
la venganza, los incapaces de violencia serían los esclavos de amos
déspotas, ¡todo eso es barbarie!
“Estas constataciones nos llevan a afirmar que el hombre de estas
características, más fuerte, innoble y aprovechado que otros, es el lobo
para los otros hombres, es la sanguijuela que chupa la vida. Hasta la
última gota, de quien sea y como sea. Sociedad cruel. Mundo inhumano.
Pisar, ahogar, desangrar. Es la guerra de y en las empresas, cargos e
instituciones. Este es el campo de batalla: muertos y heridos. Todos
maltrechos y vencidos. Los vencedores (los poderosos, los nuestros)
pueden ir incrementando el número de víctimas. Fobias, odios,
venganzas. Aire irrespirable. Mundo inhabitable”24.
Definitivamente asistimos al peligro de la decadencia. Es cierto, no
parecen existir calamidades como las épocas pasadas, ni invasiones, ni
pestes ni hambre, (vil mentira) todavía asistimos a las grandes
catástrofes naturales, a las invasiones de pueblos por otros que se creen
dueños y señores del mundo y se creen con el derecho de intervenir en
los procesos históricos muy particulares de algunos pueblos. Es cierto ya
no tenemos peste ni hambrunas, pero tenemos el sida y mueren más
niños de hambre que hombres en la guerra. Y el
Pero ésta decadencia puede ser evitable, según Marías. El Humanismo,
que tiene su origen en un acierto intelectual,
puede evitar la
decadencia, impide que sea inevitable. Todavía se está a tiempo de
evitar que se consume nada menos que una degradación de lo humano.
Los próximos decenios pueden suponer una innovación o una
confirmación anacrónica de la recaída en el primitivismo25. La esperanza
está puesta en el Humanismo, esa valoración de lo humano como algo
24
25
Ibíd., p. 72
GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.25
apreciado, imprescindible, que debe ser cuidado especialmente y de
valor absoluto.
“Puede entenderse por Humanismo toda trayectoria filosófica liberadora
de la visión cosificadora del hombre, de la propensión a deshumanizarlo,
a deslizar en lo humano el modo de ser de las cosas, y así intente
proporcionar entusiasmo de serlo plenamente. En este sentido el
Humanismo, mediante la educación o la participación de todo cuanto
pueda enriquecer, intenta liberar al hombre de la masa, de su
cosificación, de la tendencia a la despersonalización, para que se haga
más verdaderamente humano, se renueve y se dé cuenta de su
grandeza, su dignidad, su deber por desarrollar las capacidades que
tiene de amar, de realizar el bien o la belleza. Para el Humanismo, el
hombre - cualquier hombre – está por encima de toda nación, de todo
territorio, de toda ideología, de toda religión (porque ésta debe estar a
su servicio, nunca para esclavizarlo o atemorizarlo, y Dios garantiza el
carácter sagrado de cualquier persona, de su vida absolutamente
respetable)”26.
El humanismo es el hombre entendido como un fin en sí mismo, de tal
suerte que los distingos, diferencias o situaciones particulares, sean
opiniones anexadas sin ninguna incidencia clasificatoria sobre los
hombres.
Desde este punto de partida como base del posible rescate de lo
humano, puede iniciarse una intervención, que con el apoyo de una
nueva educación, intervenga en los demás problemas tan puntuales
como elementales, por ejemplo, en esta ola barbárica moderna, la
belleza es una de las principales resentidas por el empuje de lo grotesco
o simplemente se le tiene como un accidente de las cosas totalmente
superfluo del que se puede prescindir.
“Una de las notas más expresivas de la decadencia actual es el
alarmante descenso del nivel de la belleza de nuestro mundo. Se ha
producido un desdén contra la belleza en todos los órdenes, una
bajísima estimación hacia ella. En la época en que la técnica y el
desarrollo económico han multiplicado la habitabilidad del mundo, al
mismo tiempo se ha generalizado el desapego, el desprecio, el olvido de
la belleza, la obsesión por los aspectos feos. De ahí la propensión a
ensuciar el mundo, destruirlo, incendiarlo; a mancillar y despreciar la
vida del hombre.”27
La falta de ambientes habitables bellos
- manifiestos en una
arquitectura donde prima la economía sobre la estética – perjudican la
26
27
Ibíd., p.25
Ibíd., p.31
autoestima de quienes viven - o mejor sufren - estos esperpentos de
concreto actuales. Por otro lado, gran parte del arte, en la pintura y la
escultura presente, es una colección chabacana de objetos inconexos
que causan una verdadera contaminación visual, desde entonces, los
museos, aquellos recintos sagrados llamados a mostrarnos y
sorprendernos exponiendo las nuevas formas bellas ideadas por seres
sensibles a ellas, ahora nos sorprenden si por casualidad enseña
creaciones que merezcan estimación y aprecio artístico.
“Si la deshumanización actual se manifiesta en la falta de educación,
ésta a su vez podría ser consecuencia de la falta de Arte Hermoso. He
ahí una razón más para calificar este periodo histórico como decadente:
es en general una época triste, oscura, de barbarie artística”28.
El resultado: una enorme insatisfacción sensitiva manifiesta en una
infelicidad progresiva, se olvida que las necesidades estéticas no son
necesidades superfluas, los seres humanos somos las únicas creaturas
del cosmos que responden a la belleza, que reaccionan a ella, ya sea
con una mirada absorta, con una impresión casi mística o con el
paroxismo.
Cuando somos privados de la belleza, somos víctimas de una agresión
espiritual, de un acto sádico, es semejante a sufrir una herida imposible
de sanar, pues no todos tienen la capacidad de crearse belleza, ya que
los encargados de tal cosa, los artistas, son una élite minoritaria con el
deber de regodearnos de belleza, esta es una necesidad primaria del
hombre. “En realidad el hombre no puede vivir sin la belleza. Ella libera
del pesimismo, de las angustias de esta vida, de la oscuridad; produce
satisfacción, entusiasmo y holgura, alegra el corazón. Cuando falta se
desea morir29. Cuando se medite suficientemente sobre esto, llegará el
día en que la belleza sea declarada como un derecho fundamental en
todas las constituciones del mundo. “Quizá la falta actual de belleza
artística en la vida del hombre sea una de las principales causas del
declive ético de nuestro tiempo, de la deshumanización, del
generalizado defecto de formación, de educación, de cortesía y
urbanidad”30.
Las consideraciones sobre la crisis humanista no terminan ahí, hoy
vivimos lo que hace más de siglo y medio ya intuyó una generación
completa con el trabajo de Darwin, por aquel entonces se debatía
acaloradamente si la teoría de la evolución traería consecuencias
negativas al rebajar al hombre del pedestal en que por derecho propio
se encontraba como el hijo predilecto de Dios.
28
Ibíd., p.37
Ibíd., p.31-32
30
Ibíd., p.36
29
La idea evolutiva declaró que el hombre, quien era considerado como la
creatura más importante de la tierra, no era en verdad sino un animal si acaso el más complejo – pero al fin, de la misma naturaleza que los
demás primates. Se llegó a pensar y a la vez a temer, que la más
afectada por estos descubrimientos sería la creencia en Dios.
Ciertamente no podían atinar sospechar en aquel entonces a donde
abrían de ir a parar estas ideas ¿Cómo imaginarse siquiera que en
último término, no fue la creencia en Dios la que sufriría una mella
considerable sino que quien resultó seriamente lesionada fue la creencia
en el hombre?
“Para
considerar
al
hombre,
hoy
han
irrumpido
factores
deshumanizadores, con un predominio inquietante de lo zoológico. Pero
la visión zoológica del hombre es “el riesgo actual mayor de
inmoralidad”. La inmoralidad procede de prescindir de la condición
personal: cuando se toma a una persona como cosa, como mero
organismo. Y esa tendencia a la despersonalización es el peligro de
nuestros días”31.
El zoomorfismo, en que ha decaído nuestra concepción del hombre, es
una amenaza a la propuesta de humanización. No hay duda de que
nuestra relación con los animales a través de la historia ha sido
cruelmente funesta para ellos, los animales se han convertido en
nuestras peores víctimas, alrededor del mundo; les hemos cazado, los
devoramos, los torturamos, esclavizamos, les hostigamos y destruimos
sus hábitats, aunque creaturas vivas, los animales sólo nos interesan en
la medida de la utilidad que nos proporcionen, les degradamos en su
condición de animal ser vivo, hasta el punto de relegarlos
indistinguiéndolos de objetos, les hemos declarado una guerra sin que
haya mediado ninguna especie de diplomacia ¡y cuán pocas son las
voces que se pronuncian en su favor! por eso, entender al hombre como
animal debe causar serio temor, hay que sonar las alarmas al considerar
lo que nos esperaría en ese misma línea a nosotros mismos, no puede
extrañarnos si este zoomorfismo antropológico acarreara estas mismas
consecuencias en nuestra contra.
El gran peligro del reduccionismo aplicado como forma de pensar al
hombre, es su permanente insatisfacción, a esta manera de concepción
de las cosas le es difícil encontrar su límite, una vez concebido el
hombre como animal, no se detendrá ahí, continuará con su sistema de
entender lo mucho como un agregado compuesto de lo poco, hasta
llegar, como culmen de semejante manera de pensar, a la reducción
material y completa del concepto hombre.
“El reduccionismo dominante, que cosifica al hombre, lo ve como una
cosa muy particular, como un mero organismo, si es posible como una
31
Ibíd., p. 34
realidad inorgánica, impide comprender lo humano y conduce a una vía
muerta del conocimiento. El predominio de esta tendencia es la causa
de la decadencia que nos amenaza, que mi inveterado optimismo me
lleva a calificar de evitable […] la presión milenaria de los conceptos
aptos para entender las cosas ha obturado la capacidad de pensar esa
otra realidad, absolutamente original e irreducible, que es la persona
humana. Es menester un gran esfuerzo intelectual para cambiar de
perspectiva”32
No puede una metodología importada de la física como es el
reduccionismo, aplicarse sin más al estudio antropológico, debe
desautorizarse todo intento conducido por esa vía. El reduccionismo es
una metodología ineficaz para estudiar al hombre porque el orden de
realidades implicadas, entre las ciencias físicas que estudian procesos
inanimados y mecánicos y las motivaciones humanas propias de cada
individuo, no permite una justa yuxtaposición de resultados.
El hombre como especie animal es explicado satisfactoriamente por la
biología y la paleontología, pero su realidad no se agota allí, también él,
como homo sapiens sapiens es decir como especie, está compuesto de
personas, es aquí donde esta lo irreductible, aquello indefinible, que se
niega a dejarse expresar y definir con base a fórmulas.
Reconózcasele al hombre su persona - pues en último término hombre y
persona vienen siendo lo mismo – de ese modo se estaría en condición a
su vez de reconocer que una persona es una realidad emergente y
compleja no explicada por la suma de sus partes. La realidad de la
trascendencia de lo humano, no puede entenderse diseccionando al
hombre sino viéndolo en su totalidad.
Los grandes males que acechan nuestra época son el subproducto de
estos olvidos, de los olvidos de la persona que es cada hombre, de lo
especiales y complejos que son los seres humanos, del terrible daño de
despreciar la vida humana y sus necesidades primarias, del olvido
también de ese sentimiento de pérdida irreparable que nos dejan todos
los hombres cuando terminan su vida en este mundo. A pesar de ser
millones, los seres humanos gozan de una individualidad que los hace
irrepetibles, los hombres son las únicas creaturas que deparan sorpresas
al nacer porque no son hechos en molduras ni en serie, ya que su
naturaleza es “hacerse” “irse haciendo” ser inacabado con una vida
para perfeccionarse.
Lo dicho hasta aquí no es de ninguna manera algo novedoso, de todos
es sabido, aunque sea por simple sentido común, que los seres humanos
32
MATÍAS, Julián. Discurso con motivo de recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades
son valiosos y que su pérdida representa una verdadera tragedia, de eso
cualquier hombre es testigo. Aunque el mundo parezca seguir su curso,
indiferente al dolor, la desgarradura que experimenta el hombre cuando
es separado de aquellos a quienes quiere no tiene parangón. ¿De
adonde pues todo este caos, salvajismo, agresión y violencia sin fin?
¿Cómo conciliar nuestra conciencia de lo irremediable de la perdida de
lo humano con estas ansias de destrucción, miedo, dolor y desespero
generalizado? Esta autodestrucción –como puede llamarse al hecho de
que el hombre se torne violento con el hombre- es, como dijimos olvido,
pues las manos que acarician son también las que golpean, ¿Cómo se ha
venido a dar este hecho posible? ¿Qué es lo que media entre la caricia y
el maltrato? ¿No es acaso una negación de los impulsos propios de lo
humano? Destruir, depredar arrasar, ansias de causar daño, todo eso es
inhumanidad, aquello que niega lo humano, lo que lo suprime e impide
su expresión.
La inhumanidad tiene sus raíces cuando el hombre cede al
reduccionismo y no se reconoce ya, ni a sí mismo ni a los demás, como
la creatura más trascendente de toda la creación, inhumanidad hija de
animalizar a los demás, de negarles su condición de persona no
cosificable, de considerar a los hombres números, elementos de
repuesto, uniformizar a cada hombre y hacerlo parte del flujo, del dato
estadístico.
Y sobre todo inhumanidad al dejar de reconocer el espejo que son los
demás, es decir, de olvidar que se es “semejante”, que en el otro hay
también un yo perceptible y con la capacidad riesgosa de estar
capacitado para sentir dolor, por eso, en gran medida, sólo le queda
confiar en los otros. “Hombre in-humano: unos porque nos hemos
deshumanizados y otros porque los hemos declarado in-humanos,
excluidos, innecesarios, inexistentes. Humanidad in-humana por activa y
por pasiva. Somos activamente ciegos y sordos. Por la ceguera y sordera
evitamos, eludimos, excluimos a los otros, las mayorías. Por el camino
de la invidencia caminamos hacia la increencia, increencia en el hombre
y en Dios. El peligro mayor que nos acecha no es, pues, el relativismo
respecto a verdades y valores, sino la falta de un relación justa y
fraterna. A nuestra sociedad le afecta en la raíz de su ser que crezcan
individuos informados pero indiferentes, inteligentes pero crueles, sin
entrañas”33. Esta situación de ceguera voluntaria, o lo que viene siendo
peor, una selectividad a la hora de mirar, convierte la insensibilidad en
una culpa consciente, haciendo las veces de detonador, de impulso
inicial al círculo vicioso del obrar inhumanamente.
“Realmente nuestra sociedad ha desaparecido el hombre-hombre. Una
sociedad inhumana o deshumanizada lo envejece todo. Una sociedad
33
BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. XII (Prólogo).
vacía de humanidad, llena de aparatos e instrumentos. No se cree en el
hombre. No se espera nada de él, ni se le quiere…Cualquier vía de
solución, cualquier terapia de salvación irá en la dirección de hacer o
rehacer las experiencias primordiales de humanidad, las experiencias
originales y básicas de bien, de amor, de confianza…que ayuden al
alumbramiento del hombre y a su sostenimiento a lo largo de su difícil,
dura y precaria existencia”34.
Las necesidades de amor y empatía, antes tenidas como secundarias,
han devenido en una demanda imperiosa y reclamar su lugar para
hacerse prioritarias, tanto, que de la capacidad de amor y empatía que
estemos dispuestos a dar posiblemente dependerá el futuro de la
especie. Resulta altamente diciente que las armas de destrucción
masiva con capacidad para aniquilar a millones en
cuestión de
segundos, no sean una amenaza en sí, pues estas no son autónomas
sino dependientes de la voluntad humana para dejarse sentir con todo
su horror; la detonación de estas armas depende en último término de
los sentimientos de odio que se albergan en lo profundo del corazón
humano.
De este modo la capacidad de amar, de respetar y de sentir compasión
hacia los demás es lo verdaderamente crítico ahora. Hasta qué punto se
pueda seguir ignorando el dolor de los demás es lo que marcaría nuestra
cuenta regresiva a la segura aniquilación de la humanidad o el inicio de
un cambio histórico de proporciones insospechadas.
“¿Puede lo humano ser elevado y respetado como sagrado? No podemos
ni pensar ni vivir a espaldas de las desgracias ni de las miserias o del
sufrimiento humano ni en el pasado que se recuerda, ni en el presente
que se vive, ni en el futuro que se vislumbra y proyecta”35.
Tener presente esta recomendación de Bennàsar, de estar atentos a
socorrer “el sufrimiento humano” desde los mismos pensamientos hasta
la actitud comprometida con ellos es una tarea inaplazable incluso,
desafiando la omnipotencia del fluir temporal, pues hasta en el pasado incorregible de por sí – aún se puede ser portador de empatía hacia
aquellas personas que han sufrido y de esta manera aprender la actitud
correcta para enseñarle al presente y practicarlo, desde ya, y a futuro.
Aristóteles ha definido al hombre como animal político, esto es porque la
organización social le es inherente a su propia naturaleza, la sociedad es
su primera gran creación nacida a partir de una necesidad básica de
refugio y seguridad. Las formas actuales de organización de las
comunidades, tienden a la deshumanización; entienden a los hombres
como elementos de un conjunto, lo social, y es a partir de ahí cuando se
34
35
Ibíd., p. 6.
Ibíd., p. XVI (Prólogo).
convierte esta organización en algo de por sí más importante que las
propias personas que le han creado.
Muchas veces bajo la idea de “bien común” se desatan los mayores
atropellos contra los individuos en nombre del progreso y la mejoría de
una gran comunidad o de un pueblo. Puesto que “Todos nos hallamos y
actuamos en un marco socioeconómico, político y cultural que,
paradójicamente podríamos pensar, nos aboca a un gran vacío
existencial, esto es, a una clara falta de humanidad y de amor vital”36.
La situación no se resuelve proponiendo nuevas formas de gobierno o de
organización social, la historia de los cambios sociales está teñida por
los mayores ríos de sangre jamás vertidos.
Para terminar por descubrir que todo ese sacrificio fue en vano, pues lo
que debía ser cambiado estaba dentro del hombre, no fuera de él, en
esas condiciones los hombres terminan hastiados, pero sin renunciar a
proponer renovadas utopías endiosadas por la propaganda de sus
entusiastas seguidores a las cuales sacrificarle la próxima masa de
victimas. Sólo para continuar ad infinitum por esta vía.
“Vivimos,
pues,
en
una
sociedad
con
gravísimos
efectos
deshumanizadores, provocados y sufridos principalmente por los más
pequeños, indefensos y débiles. No solamente por la falta de afecto, de
ternura, de confianza. Se trata de la misma muerte; la más insensata,
cruel e incomprensible: la muerte de los niños. Una sociedad, que mata
a los niños de tantas maneras, no puede llamarse ni sociedad ni
humana”37.
Lo mismo se puede afirmar de la estación de la vida que nos lleva a la
senectud, los viejos; nuestros viejos son excluidos y colocados como
inservibles en nuestra sociedad, sin el reconocimiento responsable que
alguna vez otorgaron a los ancianos nuestros primeros pobladores. En
una sociedad como la nuestra donde el canon regulador de la existencia
está en la productividad los niños y los ancianos son desechados y no
tenidos en cuenta, sólo los llamados productivos y con derechos civiles
en términos de su productividad caben en la sociedad. Una sociedad que
desprecia a los niños, su futuro y a los ancianos, su memoria histórica
está condenada a la decadencia, a la desaparición.
Estas fases naturales de la vida, en estos tiempos y en estas sociedades
actuales parecen verse distorsionadas, como si fueran enfermedades, la
una pasajera y la otra inevitable e incurable. Prescindir de los niños es
un suicidio social, verlos como desagradables parásitos de los cuales hay
36
37
Ibíd., p. XXV (Prólogo).
Ibíd., p. 21-22.
que librarse, es un desprecio a sí mismo, es “Un gran déficit de
humanidad.
El resultado se manifiesta en un hombre desfondado, hundido, desestructurado en la raíz38. En una palabra un hombre con apariencia de
hombre, cuya clasificación precisa ofrece grandes dificultades, pues no
es del todo animal, ni es del todo hombre, “La desaforada codicia de
poder, de dinero y de éxito y el ansia materialista (a lo bestia) rompe a
la persona, las relaciones interpersonales, las tareas sociales y políticas
más nobles y la naturaleza misma hasta destrozarla. El abuso de todo y
de todos en todos los niveles abre la puerta a la multitud de
corrupciones, fraudes, juego sucio, especulación.
Para ello es preciso magnificar las apariencias (y las apariciones), la
fachada, el cartón-piedra: ¿Dónde está la materia prima? ¿Somos todos
de segunda mano, material débil y fácil? La persona pierde su mundo
interior, el dentro, como también pierde el Sur, punto de referencia
imprescindible para no perder el norte, el juicio. Pese a todo,
mantenemos la apariencia de buena gente y de fiar”39.
Y eso es lo trágico, lo verdaderamente incurable, contentarse con la
forma descuidando el fondo, acostumbrarse a la fachada y guardar
como sorpresa inevitable el interior, que, de manera ilusa, se intenta
ocultar indefinidamente.
Una sociedad que demanda de sus ciudadanos su apariencia, que no
exige, ni tiene como hacerlo, un acto sincero de compromiso con los
menos favorecidos, crea igualmente, a todo nivel, personal y colectivo,
apariencia de felicidad, pero incapaz de mantenerse por mucho tiempo
en esta farsa, enseguida devuelve una tristeza profunda que atormenta
al alma de los pueblos.
“Es ya un lugar común hablar de los seres humanos que no cuentan
para el aparato productivo. Ha aparecido la subespecie de los noexistentes, los sobrantes, los excluidos”40. Toda división social induce
como subproducto necesario pero indeseable, los llamados intocables o
parias, los esclavos de la historia, o en su nombre genérico, los pobres.
Esta sociedad globalizada, imposible de hacerle el quite, mundializa sus
taras o problemas propios, ya no se trata de países o comunidades
aisladas con la autonomía suficiente para experimentar alguna forma de
gobierno propia acorde a su forma cultural y evaluar con ella su
posibilidad de convertirse en el modelo propio, esta globalización no
38
Cf. Ibíd., p. 13.
Ibíd., p. 71
40
Ibíd., p. 19.
39
admite competencia y ante los intentos de una salida o independencia
sólo responde con la alternativa de la asimilación o la muerte. Las
principales características de la globalización deben ser tenidas en
cuenta pues el problema de lo humano tiene ya que contar con ella.
Una sociedad con estas características configura, por ejemplo, un estilo
de vida o gramática de la vida que acentúa la ética puritana vertida
hacia la productividad material, el cuantitativismo y a la competitividad;
la agresividad y tendencia a la solución por la fuerza de las armas de los
conflictos, cuando no a la imposición violenta e imperialista de los
deseos del más fuerte sobre el más débil, y al sojuzgamiento de la
mujer, su minusvaloración y marginación de la cultura de los varones.
Las llamadas revoluciones industriales y desarrollos económicos que hoy
amenazan con expoliar los recursos naturales y infligir heridas mortales
a la vida sobre al planeta tierra mediante la contaminación, la
desertización, la deforestación, la degradación ecológica, son una
muestra de la irracionalidad que preside a ese llamado desarrollo”41. Y
es que las palabras pueden engañar con su juego de lenguaje, pues
desarrollo no es sinonimia de “mejor” podría “desarrollarse” igualmente
en sentido de proceso negativo, así que debe preguntarse ¿desarrollo
pero hacia donde?
Para darle una valoración precisa, este llamado “desarrollo” debería
antes ganarse ese título al responder esta pregunta: ¿Cuáles son los
resultados de este desarrollo? “La lógica que preside este desarrollo es
funcional-instrumental y agresivo-posesiva. Está ligada a una
concepción cuantitativista del desarrollo; desconoce los elementos
cualitativos que hacen más apreciable y valiosa la vida humana. La vida
realizada, la sociedad mejor y más humana parece vinculada
únicamente al desarrollo material; a la maximación de los bienes, cosas,
materiales. Esta lógica es ciega a la cosificación que produce a su
alrededor. Desconoce que introduce un dinamismo enloquecido que no
repara en someter a la lógica del proceso al propio hombre.
Lo que debiera ser un medio para procurar una vida más humana y
mejor se torna fin que devora en forma de esfuerzo y tiempo (trabajo),
de relaciones de poder (guerras, violencia), o sometimiento y uso
(naturaleza, mujer), a los destinatarios del proceso. Una suerte de lógica
invertida que, como anunciaron Horkheimer y Adorno, convierte la
ilustración moderna en mito y al hombre en víctima de sí mismo”42.
41
MARDONES, José María. La crisis cultural de nuestro tiempo. En: Mundo en crisis, fe en crisis. Estella
(Navarra). Verbo Divino. 1996, p. 56
42
Ibíd., p. 57
Mas parece que el desarrollo actual sólo mejora las formas de
inhumanidad, las extreme y en el mejor de los casos las sutilice, desde
luego debe reconocérsele a la sociedad grandes avances, pero en la
misma medida se ha caminado hacia direcciones donde debería haberse
extinguido tal recorrido si es cierto que el desarrollo implica un cambio a
lo mejor. Dentro de los procesos donde se advierte un nulo avance a
pesar de contar con las herramientas para lograrlo, esta la comunicación
pues, en la sociedad actual no siempre se permite la doble línea, es
decir, la intercomunicación, el toma y dame de las ideas, el resultado es
un aislamiento del individuo, “La incomunicación, masificación, sociedad
anónima, multitud solitaria, aislamiento, individualismo afectan
gravemente a la persona en sus bases: yo-tú, cara a cara. Diálogo.
Puede haber hoy una importante comunicación visual (sociedad de la
imagen) de los dramas y las tragedias de las personas y pueblos pero
que nos hacen pasivos, aislados unos de otros y sólo impresionables, ya
que el efecto inmediato de la impresión radica en el sentimiento y no en
el discernimiento”43.
La televisión, maravilloso aparato de intercomunicación entre individuos
aislados naturalmente, sirve hoy a los intereses más bajos de las
sociedades, incapacitado y basando su éxito en la consecución de
televidentes, no duda en estimular el corazón con deseos superfluos y
para nada nobles, las inmensas posibilidades que permitiría parecen
limitadas adrede.
Cabría imaginarse la forma distinta que otras sociedades le darían al
televisor si tal invento se hubiera dado en su sociedad, ¿que hubieran
hecho los griegos con la televisión en aquella sociedad donde los
hombres tenían como máxima realización la sabiduría y el heroísmo de
su juventud? o ¿cómo sería el enfoque que le pudieron dar los
medievales, con sus principios de trascendencia, de honor y
caballerosidad de la que sus cantos nos dan fe? o ¿qué clase de
transmisiones les resultarían interesantes a los hombres del
renacimiento? Pero acaso esta sea la época más pobre comparada con
aquellas, aunque más técnica, también la más palurda en ideas y
lucidez, de donde se concluye que el producto humano final sea también
el menos acabado.
Actualmente existe una característica propia de nuestro tiempo: la
globalización. “Nuestro mundo es un mundo global. Es un mundo de
todos. Pero ¿para todos? ¿Qué se está globalizando: la vida o la muerte?
¿El bienestar humano y digno para todos o un bienestar indigno que es
malestar mortal para muchos?”44.
43
44
BENNÀSSAR, Bartomeu. Op.Cit., p. 43.
Ibíd., p. 45
Si se tiene la osadía y la actitud sincera para atender a estos
interrogantes, se va a constatar, con la vergüenza que debe suscitar
para el hombre, que la globalización es una subyugación masiva de
todas las formas culturales a una sola, a una manera y estilo de pensar
absoluta, lo único más humano es la táctica pues ya no se mata de
manera literal a quien se resista al poder globalizante, sino que se le
ataca con una muerte simbólica: el aislamiento.
No es casualidad, lo primero que pierde un pueblo antes de su
sometimiento total es su historia; el olvido de la historia equivale a una
segura
anulación.
Las
modas,
artificiosas
cuidadosamente
seleccionadas, se hacen extensivas a todos los órdenes de la realidad,
de ese modo se habla de ideas o de personas “pasadas de moda”.
La pérdida del sentido histórico por el concepto de moda, no es un daño
menor pues equivale a quedarse inerme ante la despersonalización
colectiva, a la entrega voluntaria de lo que tomó años y lo mejor de la
sociedad para ser construido. “Vivimos en unas sociedades que quieren
y hacen al hombre sin origen, sin pasado, sin tradición. Cada día y con
cada cual empieza todo. Una sociedad sin memoria, olvidada o
rechazada, y sin historia, es un conglomerado sin pueblo, sin esperanza.
Una sociedad sin orígenes ni metas, no puede servir para atraer
ilusiones ni tareas, proyectos ni decisiones, ni tampoco para
apoyarlos”45. “Se ha logrado que la ignorancia histórica, incluso entre los
llamados
cultos,
sin
exceptuar
los
universitarios,
sea
incomparablemente mayor que en ninguna otra época”46.
Lo dicho hasta aquí, no es un vaticinio positivo, pero pretende prevenir a
tiempo de los peligros si se continúa por este camino. El hombre merece
un voto de confianza, si hasta ahora ha sabido sortear las dificultades
impuestas por la naturaleza ¿Por qué no cabe esperar que supere las
que a si mismo se ha impuesto? En los momentos de crisis es cuando se
ponen a prueba las especies, y el hombre no es la excepción, debe
demostrar si esta fractura antropológica tiene cura o en definitiva el
camino trazado por ella es la primera de la secuencia en una imparable
quiebra general de la humanidad.
La tecnología, la globalización y el aumento de conocimientos son
oportunidades únicas de llevar a la humanidad hasta logros
insospechados y sólo alcanzables por este momento histórico, se debe
estar a la altura del reto, no se puede ni tomar aire ante el peligro de
quedar descalificados pues como se dijo antes no hay segundas
45
46
Ibíd., p. 101
GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.44
oportunidades, y todo esfuerzo de último momento, por pequeño que
parezca puede hacer la diferencia.
La conciencia histórica, se suma al ya citado aporte de la educación,
haciendo hincapié en la belleza como una posible respuesta a la crisis
humanista. El problema de la inhumanidad, sólo puede remediarse
redireccionando al hombre contemporáneo; para lograrlo, antes es
necesario tener claro hacia donde se va a dirigir ¿Qué tipo de
humanidad es la que estamos dispuestos a promover y cuidar? ¿Debe
este cambio concentrarse en una élite dirigente o por el contrario, las
nuevas reglas de juego han puesto el poder en los individuos de a pie?
Siendo la educación factor fundamental para este cambio, las
instituciones educativas tienen un papel clave en esta tarea inaplazable,
ellas son las encargadas de dotar con nuevas interpretaciones a los
problemas antropológicos, para ello cuentan con una élite del
pensamiento social, los intelectuales, que con un compromiso y aire
renovado le indiquen a los hombres por dónde, cómo, por qué, y cuáles
son los horizontes más correctos del porvenir de todos aquellos que
componen esta sorprendente familia humana.
Bibliografía
BENNÀSSAR, Bartomeu. Dios, futuro humano para todos. Madrid. BAC.
2000, p. 3.
GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. Introducción
antropología filosófica. Salamanca. Sígueme. 2005, p. 11.
a
la
GONZÁLEZ, Enrique. El renacimiento del humanismo. Madrid. BAC. 2003,
p. XIII (prólogo)
MARDONES, José María. La crisis cultural de nuestro tiempo. En: Mundo
en crisis, fe en crisis. Estella (Navarra). Verbo Divino. 1996, p. 56
MATÍAS, Julián. Discurso con motivo de recibir el Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades
SCHRÖDINGER, Edwin. Ciencia y Humanismo. Matatemas. Barcelona.
1998. pp. 14-15.
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