QUIERO SABER / ESPÍRITU DE PROFECÍA – Febrero 2010 Las universidades, ¿agentes de bien o de mal? He leído algunas citas de Elena de White acerca de las universidades. ¿Podemos estudiar en ellas o debemos considerarlas “puertas del infierno”, como dijo Martín Lutero? Responde DANIEL O. PLENC director del Centro de Investigaciones White en la Argentina. En los escritos de Elena de White se hacen algunas alusiones, muchas de ellas históricas, a las universidades. En una ocasión, hizo referencia a los estudiantes de las universidades medievales, “engañados por las falsas representaciones” de los religiosos que las dirigían. Añade que muchos padres temerosos “rehusaban enviar a sus hijos a las universidades” (El conflicto de los siglos, p. 89). La misma fuente recuerda que ciertos precursores de la Reforma y varios reformadores estuvieron vinculados con las universidades. En esos recintos del saber, expusieron sus descubrimientos bíblicos a los estudiantes. Wiclef, conocido como el “Doctor evangélico”, fue profesor de teología en Oxford (ibíd., p. 93). Juan Hus fue catedrático y rector de la universidad de Praga (ibíd., pp. 105-108). Martín Lutero estudió y tomó contacto con la Biblia en la universidad de Erfurt (ibíd., pp. 130-131). Luego dio conferencias bíblicas en la universidad de Wittenberg (ibíd., p. 133). En la misma institución, recibió el grado de doctor en teología e inició la Reforma protestante (ibíd., pp. 135, 139). El éxito de su enseñanza atrajo a jóvenes de Alemania y otros países (ibíd., p. 149). Su opinión de la educación no confesional era muy negativa. “Hablando de las universidades, decía: ‘Temo mucho que las universidades sean unas anchas puertas del infierno, si no se aplican cuidadosamente a explicar la Escritura Santa y grabarla en el corazón de la juventud. Yo no aconsejaré a nadie que coloque a su hijo donde no reine la Escritura Santa. Todo instituto donde los hombres no están constantemente ocupados con la Palabra de Dios se corromperá’ ” (ibíd., p. 151). En la Universidad de París, también surgió un movimiento de Reforma encabezado por un catedrático llamado Lefevre (ibíd., p. 225). Whitefield y los Wesley, fundadores del metodismo, comenzaron su obra renovadora como estudiantes universitarios en Oxford (ibíd., p. 299). Acerca de las universidades seculares de sus días, la señora White tenía serias reservas, como también hacia las instituciones educativas de otros niveles que no se fundamentaban en la fe bíblica. “El funesto espíritu de incredulidad se halla en todo país, y se está introduciendo en todas las capas de la sociedad. Se enseña libremente en muchas de las universidades, institutos de enseñanza superior y escuelas de enseñanza media, y aparece aun en las lecciones que se enseñan en las escuelas primarias y en el jardín de infantes. (Review and Herald, 31 de marzo de 1910)” (citado en En los lugares celestiales, p. 313). “Aunque en forma diferente, la idolatría existe en el mundo cristiano de hoy tan ciertamente como existió entre el antiguo Israel en tiempos de Elías. El Dios de muchos así llamados sabios, o filósofos, poetas, políticos, periodistas –el Dios de los círculos selectos y a la moda, de muchos colegios y universidades y hasta de muchos centros de teología– no es mucho mejor que Baal, el dios-sol de los fenicios” (El conflicto de los siglos, p. 640). Mucho de su influencia negativa provenía de la literatura de origen pagano. “En los colegios y universidades, millares de jóvenes dedican buena parte de los mejores años de su vida al estudio del griego y del latín. Y mientras que están empeñados en estos estudios, la mente y el carácter se amoldan a los malos sentimientos de la literatura pagana, cuya lectura se considera generalmente como parte esencial del estudio de dichos idiomas” (El ministerio de curación, pp. 349-350). En esas instituciones educativas, se enseñaba la evolución como si fuera verdadera ciencia. “También hay peligros grandes en el estudio de la ciencia, según se acostumbra a encararlo. En las instituciones de enseñanza de cualquier nivel, desde el jardín de infantes hasta la universidad, se enseñan la teoría de la evolución y los errores que con ella se relacionan. Por eso, el estudio de la ciencia, que debería impartir un conocimiento de Dios, se halla tan mezclado con las especulaciones y teorías de los hombres, que inspira incredulidad” (La educación, p. 227). Ante la expectativa de un corto tiempo hasta la venida de Jesús, escribió la señora White: “Tal vez nuestros hijos no asistirán a la universidad, pero pueden obtener en los ramos esenciales una educación práctica que les dará cultura mental, y ejercitará sus facultades. Muchísimos jóvenes que han seguido un curso universitario no han obtenido aquella verdadera educación que pueden usar prácticamente (Testimonies for the Church, t. 3, p. 159)” (citado en Consejos para los maestros, p. 279). Sin embargo, Elena de White alentó a los jóvenes consagrados a realizar estudios superiores, aun en instituciones públicas (véase el capítulo “Asistencia a colegios y universidades del país”, en Mensajes selectos, t. 3, pp. 263-268). Se lee en ese lugar: “Sería perfectamente seguro que nuestros jóvenes entraran en los colegios de nuestro país si renovaran diariamente su conversión; pero si se sienten libres de bajar la guardia un día, ese mismo día Satanás estará listo con sus trampas y resultarán vencidos, y serán inducidos a andar por caminos falsos, por senderos prohibidos, senderos que el Señor no ha trazado” (Mensajes selectos, t. 3, p. 263). El deber de ser cuidadosos se aplica también a las propias instituciones adventistas. “Los jóvenes que entran en nuestros colegios y universidades encontrarán allí toda suerte de mentalidades. Si desean diversiones e insensateces, si procuran eludir lo bueno y unirse con el mal, pueden hacerlo. Delante de ellos están el pecado y la rectitud, y deben elegir por sí mismos (ST 13-10-1881)” (Citado en el Comentario bíblico adventista, t. 2, p. 1001).