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SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
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ESPAÑA
AñoVm
Un año
12'50ptas.
Un semestre
6'50 •
; Número suelto. . . . 0'25 »
PORTUGAL
' Suscripción pagadera semanalmente
Cada número. . . .
50 reís.
Barcelona 18 de octubre de 1890
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CUBA Y PUERTO RICO
Un año
5 pesos oro
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
Un año
18 pesetas.
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES
S I N T R A B A J O ( c u a d r o de Garnelo)
Mm. 407
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
658
SUMARIO
TEXTO: Madrid, por Kasabal.—/«a», por Guillermo Roca.—
Hielo j//«Cflo ( p o e s í a ) , por Edmundo de C. Bonet.—^¡
son de mi guitarra (gitanescos), por Alejandro Pizarroso.
—La critica en España, por ü . González Serrano.—£¡ brillante, por Antonia O p i s s o . ~ i o que más me gusta (soneto), por Manuel Millas.—ia diva, por Eduardo Villegas.
Nuettrus grabados.—El secuestrado. Aventuras de David
Balfour (continuación), por Roberto Luis Stevenson.
GEJBADOS: El arte español: Sin trabajo. —Ramsgate.—escenas de Shakespeare: Ricardo III en el campo de batalla
deBosword. Jack Cade y Lord Say. Lear y Gloster. Imogenia en la gruta.—Mistress Siddons. Lady Monckton.—
El arte inglés: Amor sagrado y amor profano. En las gradas del templo. — Un viaje por Holanda: Deveiiter. El
Delftshewaart, Rotterdam.—Viaje al desierto de Syuah.—
Dordrecht: Vista típica de un canal.
MADRID
El T e a t r o Real.—Verdi y el • O t e l l o - . - L a s c o r i s t a s .
L o s t i e m p o s de M o r a t l n .
t
A primera función de la temporada en el
Teatro Real, no ha sido este año, como otras
veces, la inauguración solemne de la vida elegante de Madrid en el invierno. Hace calor
todavía á pesar de lo avanzado del otoño, y continúan fuera muchas de las familias y personalidades que contribuyen á la animación y esplendor de las fiestas del gran mundo. Estaban
vacíos muchos de los palcos que tienen historia,
entre ellos el de la duquesa de Medinaceli, la
platea que fué rival de la que tiene enfrente,
aquella donde lució su espléndida elegancia una
de las damas que más han brillado por su buen
gusto en Europa: la duquesa de Alba, hermana
de la emperatriz Eugenia.
¡ Cuántos recuerdos encierra la elegante sala
del hermoso teatro de la plaza de Oriente!
Cuando volvemos á ella al principio de las temporadas, nos sucede lo que acontece siempre que
se visitan los lugares donde se han deslizado
felices momentos inolvidables de nuestra existencia. Todo habla allí con la voz del pasado,
tan grata para el alma aunque tenga la nota
melancólica de las dichas perdidas. Apenas hay
palco, butaca, galería, asiento, que no tenga,
para el que ha pasado en Madrid los años mejores de su existencia, lo que el poeta latino llamaba dulcemente lacrimce rerum.
El hombre político que ya ha llegado á dormir
la siesta en su sillón vitalicio del Senado y que
disfruta los beneficios de holgada cesantía, puede reconstruir allí toda su historia desde los
tiempos de estudiante, en que iba alegre al
paraíso, donde no dejaba de encontrar á alguna
Eva, hasta á aquella noche memorable entre
todas las de su vida en que pudo arrellanarse
en el palco de los ministros y dirigir desde allí
sus gemelos á las beldades más en boga, que le
enviaban con dulces sonrisas las gracias por la
credencial recibida ó qiie solicitaban con expresivos saludos sus ministeriales favores.
El Don Juan averiado por el tiempo ve en
aquella espléndida sala el campo mejor de sus
pasados triunfos, el palco donde lució sus encantos la mujer que más vivamente impresionó
su alma, aquel otro donde se sentaba siempre la
que logró desesperarle, ó aquel donde brilló la
que le proporcionó con sus conquistas el más
ruidoso de sus éxitos.
¡Cuántas mujeres, célebres por su hermosura
y por su elegaucia, han lucido sus encantos en
aquella sala! Por allí han desfilado las notabilidades de la moda, las heroínas de la crónica
madrileña, las bellezas que han formado época
haciendo latir con arrebatos de pasión muchos
corazones y turbando no pocas almas. ¿Qué se
hicieron'? Algunas se presentan con el grave
aspecto de mamas acompañando á sus hijas, que
renuevan sus tradiciones; pero las más pasaron
como las verduras de las eras de que nos habló
el poeta, viviendo lo que la rosa: el espacio de
una mañana.
I Oh si aquellos palcos hablaran y nos contaran sus historias! Con ellas podríamos reconstruir la de la vida social de Madrid desde aque-
llos días ya lejanos del reinado de D.» Isabel I I ,
en que se abrió por primera vez el teatro, hasta
éstos en que hacen su primera aparición en el
mundo las nietas ó las hijas de las que brillaron
cuando turnaban en el poder Narváez deportando y O'Donnell liberalizando á los partidos históricos.
Y para los dilettanti ¡cuántos recuerdos de
las notabilidades que han oído en aquella sala I
De la Frezzolini, con su figura majestuosa, su
busto de camafeo romano y su voz conmovedora; de la Penco, con sus inolvidables arrebatos
de pasión; de la Lagrange, la artista aristocrática que fué la Norma ideal que se recuerda hoy
como las bellezas de un sueño; de la Borghi
Mamo, sublime y arrebatadora; de la Patti, en
su aurora de ruiseñor; de la Nilsson, en todo el
esplendor de su talento; de Mario, de Tamberlick, de Selva, de Ronconi, de Vialetti, de Gayarre.
¡ Pobre Gayarre! Fué el año pasado todavía
cuando inauguró la temporada, interpretando
el papel de Lohengrin como no volveremos á
oírlo nunca. El decía siempre que el artista debía retirarse en el apogeo de sus cualidades y
de su gloria para no dar al público el triste espectáculo de la decadencia. La muerte vino
cruel á realizar sus deseos haciéndole desaparecer para siempre, después de haber cantado
de un modo sublime el Lohengrin y el Mephistofeles.
La noche de la apertura del Real se le recordaba más que nunca, y en voz baja se pronunciaron, en su obsequio, las más elocuentes oraciones fúnebres que han salido de labios de sus
admiradores desde aquel tristísimo día del invierno pasado en que el gran artista enmudeció
para siempre.
** *
El Otello de Verdi, que el público de Madrid
no conocía, ha sido la ópera con que se ha inaugurado la temporada este año; y si la nueva
partitura no ha añadido nada á la gloria del
célebre maestro, que es una de las más notables
figuras del mundo artístico contemporáneo, ha
servido para evocar su historia, tan llena de
triunfos desde que el 17 de noviembre de 1839
se estrenó en Milán su primera ópera, titulada
Oberto di San Bonifacio.
Verdi tenía entonces veintiséis años, hijo de
un humilde posadero de Rómole. En el ducado
de Parma fué educado muy cuidadosamente por
su madre, y sintió desde niño una grande afición por la música. Era, á los siete años, monaguillo en la iglesia de su pueblo, y, ayudando
un día de fiesta á misa, oyó por primera vez
el órgano, quedando tan extasiado que se olvidó de servir las vinajeras al celebrante.—Acqua,
— le pedia éste. Pero Verdi parecía sordo.—
¡Acqua!—repitió de mal humor el sacerdote sin
obtener ni un movimiento siquiera de su ayudante, que parecía extasiado. Del éxtasis le sacó
un empellón tan tremendo que le dio el cura,
hombre de carácter molestísimo, que el pobre
niño rodó por las escaleras del altar, y fué llevado sin sentido á la sacristía.
No volvió á ayudar misa, pero se aplicó
tanto á la música que á los pocos años desempeñaba la plaza de organista en Rómole, poniendo extasiado sus dedos en aquel órgano
que le había conmovido tanto. Hoy Verdi tiene
setenta y siete años, y pasa los inviernos en
Genova, en el palacio Doria, y el resto del año
en su quinta de Santa Ágata, situada á dos millas de Busseto, donde se deslizó su infancia,
estudiosa y reflexiva.
El segundo triunfo de Verdi, el que señala
más claramente el principio de su gloria, fué el
de Nabuco, que se estrenó en el Teatro de la
Scala de Milán el 9 de marzo de 1842. Ronconi,
el pobre Jorge Ronconi, que viejo y olvidado
murió el invierno pasado en Madrid poco después que Gayarre, tomó parte en esta primera
representación de Nabuco y contribuyó mucho
á su éxito, pues se hallaba entonces en todo el
apogeo de su talento.
Desde el año 18o9, en que escribió Oberto
conté di San Bonifacio, hasta el año de 1886, en
que ha escrito Otello, Verdi no ha dejado de
producir, y la lista de sus obras es numerosa.
Algunas de ellas, / due Foscari,
Giovanna
d' Arco, Macbet, Attila, Alzira, Stiffelio, Aroldo,
yacen en el olvido; pero otras, como Ernani,
Rigoletto, II Trovatore, La Traviata, I Vespri
Siciliani, Un bailo in maschei-a, La Forza del
Destino, Don Garlo, Aida, y su magnífica Misa
de Réquiem á la memoria de Alejandro Manzoni, son piezas del mundo musical moderno, y
su historia va unida á la de los cantantes más
insignes de esta época, ó acontecimientos como
la apertura de la Exposición Nacional de Londres y la apertura del Istmo de Suez.
Verdi vino á Madrid á dirigir los ensayos y
la primera representación de La Forza del Destino, cuyo libreto sacó Piave, el libretista obligado del maestro, de nuestro hermoso D. Alvaro, del duque de Rivas, como Cammarano
sacó El Trovador de la obra inmortal de García
Gutiérrez; y todavía se conservan de su paso
por el Teatro Real muchos recuerdos. Cuentan
que era intratable, que la menor contrariedad
le exasperaba, y que por la cosa más insignificante reñía con los músicos y con los intérpretes de sus obras. Sus biógrafos dicen que estos
arrebatos son en él pasajeros y que en la vida
normal es el más afectuoso y sencillo de los
hombres.
Su ocupación favorita es actualmente la agricultura, á la que se entrega con ardor en su
hermosa quinta de Santa Ágata. El Otello no
aumentará su fama, pero no la disminuirá tampoco. Tiene, la obra que el público de Madrid ha
escuchado por primera vez este año, cosas hermosísimas que recuerdan los mejores tiempos
de la vigorosa inspiración del anciano maestro,
que, viejo y trabajando todavía, parece que une
el pasado de la música con el presente.
La empresa del Teatro Real ha puesto la obra
en escena con extraordinario lujo, y la Tetrazzini, Batistini y Durot la han cantado muy bien.
La Tetrazzini, en la canción del Sauce y en la
Ave María del cuarto acto, obtuvo un señalado
triunfo, y Batistini interpretó como un verdadero artista la hermosa pieza musical del tercer
acto que se llama el Credo.
Las decoraciones eran nuevas y todo parecía
rejuvenecido en el escenario del Teatro Real,
todo... menos las coristas. Continúan allí las respetables compañeras de Ronconi, las que pudieron asistir á los primeros triunfos de Verdi en
Italia, algunas que vinieron de Ñápeles con la
servidumbre de la reina María Cristina cuando
se casó con Fernando V I I . ¡ Pobres y venerables
restos de otras edades! Cuando en las noches
crudas del invierno las vemos luciendo entre las
galas de guardarropía sus arrugadas carnes, intentando representar las damas de Margarita de
Navarra ó las beldades sevillanas de los tiempos
de Alfonso VI, no podemos menos de experimentar un vivo sentimiento de compasión y pensar
en lo conveniente que sería una honrosa jubilación para esas venerables dueñas.
Pero es el caso que, segtin dicen los directores de escena, no se encuentran coristas jóvenes
y guapas. Las que reúnen estas condiciones no
cultivan su voz ni se toman el trabajo que proporcionan los ensayos, y buscan por otros caminos más fáciles el coche y el piso amueblado que
tantas jóvenes cambian por la dulce y apacible
virtud que proporciona las dichas en la otra
vida.
*
Mario ha comenzado como siempre su campaña de invierno rindiendo culto al teatro
clásico, y ha puesto en escena El viejo y la
niña, una de aquellas preciosas y sencillas comedias con que Moratín restableció el buen
gusto, pervertido con los extravíos del famoso
D. Luciano Francisco Comella y sus perversos
imitadores.
Mario ha hecho en la escena no sólo una resurrección de la obra, sino del tiempo en que se
escribió; y la honrada estera de pleita cubriendo
659
LA ILUSTRACIÓN I B É R I C A
el suelo, los muebles que vimos de niños en las
casas de nuestros abuelos, decorando las salas
donde se vivía tan tranquilamente, nos ha hecho
volver la vista á un pasado bien distinto de este
fin de siglo, en el que produce tantos dramas de
la vida real la lucha por la existencia.
KASABAL
-3|t'-
JUAN
En alas de sus ilusiones llegó J u a n á Madrid
en pleno invierno. Joven inexperto, no había
calculado los contratiempos que aun aquellos
acostumbrados á luchar con las contrariedades
no saben á veces sortear. De brillante fantasía
y ardiendo en sed de gloria, creyó sencillamente que llegar á Madrid y encontrarse con una
carrera hecha era cosa de pocos días.—Llegaré á la corte,—decía para si J u a n cuando
meditaba su viaje,—publicaré mis primeros artículos, que llamarán poderosamente la atención;
veré solicitados mis escritos por diferentes
empresas, y á las dos semanas ganaré lo bastante para comer bien, vestir decentemente y gozar de las horas necesarias para mi esparcimiento. Escribiré una novela, dos, tres, y pronto
mi nombre estará al lado de Galdós y Alarcón.
Asistiré al Congreso y al Ateneo, oiré elocuentes oradores, formaré mi escuela, y tres meses
después terciaré con gloria en los debates de la
docta corporación que presidió Moreno Nieto.
Mi afición al teatro habrá aumentado con mi
asistencia al Español y á la Comedia, y Vico y
Mario me encantarán, de seguro. Escribiré una
comedia ó un drama: |si yo pudiese hacer un
Tanto por ciento ó un Drama nuevo!... Pero | qué
demonio 1 probaremos. Con mis artículos y mis
novelas tendré más que suficiente para vivir
con holgura y aun con cierto lujo, mi nombre
será conocido y respetado, me trataré con los
más insignes literatos, y no importa que mi primer ensayo dramático sea rechazado, porque
no he de tardar en escribir una obra que me coloque al lado de Aj'ala y de Tamayo.—Asi
pensaba Juan, y con estos pensamientos llegó á
la muy heroica villa. Soñador y dado al romanticismo, con mediana instrucción, el día de su llegada á Madrid recorrió los sitios históricos que
ya de nombre conocía, y vio lo principal de calles, plazas y paseos que puede aquí ver el curioso viajero.
Había anochecido, y pasaba por la Carrera de
San Jerónimo, Juan, el mismo día de su llegada
á la corte, y allá en su interior echó la siguiente
cuenta:—Estamos hoy á tantos del mes. Pues
para de aquí á cinco días, en que ya tendré dinero de mis primeros escritos, tengo bastante
con mi capital, sobra con mis ocho duros.—
Y esto diciendo, sin acordarse de que se hallaba
en la calle, se puso á recitar con énfasis una de
sus poesías favoritas: la Gloria y orgullo de Zorrilla. Detúvose ante la librería de Fe, vio un
libro cuyo título le llamó la atención, y lo compró. Paseó después breve rato por la Puerta del
' Sol, cenó en Fornos, asistió al estreno de un
: drama espeluznante de Echegaray que le enfrió
algo su entusiasmo por la escena, y marchó
después á su hospedaje, donde durmió como un
lirón.
Ya bien dadas las diez del día siguiente, levantóse. Abrió la ventana de su cuarto, y un raudal de luz lo inundó. El día era magnífico, deslumbrador. Vistióse Juan, apresuradamente, con lo
mejorcito de su indumentaria, y salió de paseo.
Grande fué el asombro que le causó la vista de
Recoletos y de la Castellana, y mientras paseaba iba diciendo para sí:—Yo ya me lo imaginaba: Madrid es el centro intelectual de España,
la capital de la nación, y aquí no podía dejar
de haber cosas excelentes. Este paseo es digno
de cualquiera gran ciudad... ¡Qué hoteles, qué
jardines y qué verjas I Es natural, allá en mi
pueblo,—y era de una villa de Extremadura,—
no puede haber esto.
Con estas cavilaciones llegó hasta el Hipó-
dromo, y, al dar la vuelta por el mism9 camino,
como sintiese apetito, apresuró el paso. La alegría se retrataba en su rostro. Sabía que en
pocos días sería feliz: el esplendido sol del día
le había predispuesto á ideas risueñas, y empezó á hilvanar sus primeros artículos. Lo primero
de todo que escribiría había de ser una leyenda
en que tras forma alegórica se trasparentara
el ansia latente de gloria que anima al vate al
balbucear sus primeros cantos.
Como con todo esto fuese ya muy adelantado
el día y aumentara su apetito, marchó á comer.
Comió bien no recuerdo en qué restaurant.
Tomó después su café, y, arrellanado en mullida
otomana, leyendo los periódicos del día se pasó
la tarde. Cerca de las seis serían ya cuando sa-
AL SON DE MI GUITARRA
GITANESCOS
Cantares gitanos
son todos los míos
que llevan envueltos pesares, tristezas
y amores perdidos.
Por Dios, serranilla:
si acaso me muero
no vayas con otro que te hable de amores
por el cementerio.
RAMSGATE
lió embozado en su capa, y, yendo por la calle
de Alcalá, hubo de encontrarse con una hermosa
gentil niña cuya sola vista le sedujo. Siguióla,
aventuróse á hablarla, acompañóla á su casa...
Al día siguiente no le quedaba un céntimo de
los ocho duros con que á Madrid llegara, y hubo
de empeñar su capa para cubrir aquellas atenciones que no admiten dilación.
Escribió después muchos artículos, la mayor
parte de los cuales no fueron admitidos por ningún periódico y algunos publicados sin retribución para su autor. Vendió lo poco que le quedaba, y, tras muchas desdichas, hoy pasa con
los pocos reales diarios que gana como escribiente de un notario.
GUILLERMO ROCA
-•3|e-
HIELO Y FUEGO
( E N EL ÁLBUM DE M A N U E L A G . )
Sin que se dé explicación,
sabido es ya, desde luego,
que es hielo tu corazón
y el mío abrasado fuego.
Si esto es así, di, Manuela,
con franqueza: ¿por qué pasa
que el mío, de fuego, hiela,
y el tuyo, de hielo, abrasa?
EDMUNDO DE C . B O N E T
Mis coplas, serrana,
son todas de amores
;
muy grandes, muy puros, alegres, sinceros,
mas sin ilusiones.
El hombre es serpiente,
serpiente con alas:
á veces se eleva y llega hasta el cielo
y á veces se arrastra.
Si quieres, chiquilla,
saber lo que es genio,
el genio es un alma que, como es tan grande,
no cabe en un cuerpo.
Mi vida, serrana,
está toda llena
de engaños, traiciones, dobleces, falsías
y amores con penas.
Si acaso me muero,
por Dios te suplico
que, antes de dormirte, te acuerdes lo mucho
que yo te he querido.
Si sufres, chiquilla,
'
por Dios, te lo callas,
que siento penillas muy grandes, muy hondas,
muy tristes y amargas.
No quiero cantares
i
pensados con calma,
que quiero cantares vivos y espontáneos
que salgan del alma.
ALEJANDRO PIZARROSO
ESCENAS DE SHAKESPEARE
Kicardo III en el campo de batalla de Bosworth. —EL BEY BIGARDO : Pienso que hay seis Bichmond en el campo de
batalla: hs matado hoy á cinco pensando que era él. (Ricardo III, acto V, escena IV.)
ESCENAS DE SHAKESPEARE
Jack Oade y Lord Say.—CADE (aparte): Siento los remordimientos que se despiertan en mí al escuchar sus palabras,
pero le amarro: morirá. (Enrique VI, parte II, acto IV, escena VIH.)
ESCENAS DE SHAKESPEARE
Lear y Gloater.—LEAR: ... Hé aquí el dinero para vuestro enganche. (El Rey Lear, acto IV, escena VI.)
ESCENAS DE SHAKESPEARE
Imogenia en la gruta.—IMOGENIA: Mis buenos señores, no me causéis ningún daño. (Cimbelino, acto III escena TI.)
mi
LA CRITICA EN ESPAÑA
La diferenciación de funciones, que el naturalismo empírico reconoce como condición precisa
de toda realidad concreta y viva, se aplica también al arte, distinguido desde luego en arte
productor y arte crítico. Las condiciones sintéticas del primero y las de discreción y análisis
del segundo, la idea predominante en aquél, la
factura y el nexo de las relaciones que examina
éste, contribuyen á que el arte productor y el
arte crítico se diferencien de modo tan acentuado y preciso, que por excepción aparecen ambos
en una personalidad. Ha de alcanzar ésta el relieve de la genial y única de Goethe para que
coincidan el arte productor y
el crítico s i n menoscabar
sus manifestaciones. En los
demás genios el arte productor y sus relevantes cualidades amenguan las del arte
crítico, que ejercen en general los genios, á patrón fijo,
sólo según su Canónica y su
Preceptiva. Sirvan de ejemplo entre otros Víctor Hugo
y Campoamor, ambos críticos
de sí mismos en los demás y
tomándose á sí propios por
unidad de medida para todos.
En una especie de espejismo
hacen el primero de W. Shakespeare un Víctor Hugo inglés, y el segundo todas las
rimas que escriben los aficionados á renglones d e s iguales las convierte en Doloras y Pequeños Poemas.
La novela, señaladamente
la moderna ó naturalista, por
sus condiciones especiales,
parece favorecer el nexo del
arte productor con el arte
crítico. Los Goncourt, Daudet y el mismo Zola no renuncian al ministerio de la
crítica, pero declinan en la
falta ya indicada: para ellos
su Preceptiva es la Preceptiva, y aquel amplio saber
mirar y ver, primera condición de la crítica, queda reducido al saber mirar y ver
lo suyo y en todas las producciones de los demás también lo suyo. Quieran ó no, reducen el Cosmos
y las manifestaciones de la vida y del arte á las
personales y propias, que constituyen su carácter saliente.
Carecen de aquel tono de impersonalidad, que
es preciso si el critico ha de penetrar, más que
en el pensamiento de la obra que examina, en
el santuario del medio interior del autor criticado, condición precisa para dilucidar los múltiples hilos que forman el tejido de la obra. El
estudio impersonal del medio interior en relación con el exterior, como la cópula de que
resulta la fecunda creación del arte es la característica más valiosa del espíritu crítico, es
lo que hace crítico, que apenas si admite parangón con nadie, á Taine, superior al mismo
Renán, á los pacienzudos y perspicaces de Alemania y á los minuciosos y sugestivos de Inglaterra.
En España, muerto Larra, malogrado prematuramente Revilla, en silencio voluntario Balart,
con movibilidad versátil en pro de causas nobles
Giner de los Ríos (F.), sutilizado y quintesenciado Valera, recluido en su efectismo gongorino Ortega Munilla, derrochando su talento y
su gracia Cavia en la nota del día, nostálgico y
un tanto retraído Picón, Yxart circunscrito á sus
valiosos compífs rendusy retirado Orlando (Lara),
apenas si siguen dando en el yunque, aunque
con la constancia relativa que indica el orden
en que los nombramos, Clarín, Menéndez Pelayo y Palacio Valdés. Los tres personifican de
LA ILUSTRACIÓN I B É R I C A
momento, ínterin no tome plaza en esta ruda y
difícil labor algún otro hombre de valla, la crítica moderna. Y puesto que el dogmatismo es
una ciencia presumida y una audacia insostenible, y el excepticismo una falsa humildad, imponiéndose como sefíal de los tiempos el criticismo, sigámosle y hagamos crítica de los críticos.
Se cumple así ley que se impone como condición
de todo producto vivo, que ni puede quedar en
su cristalización cual si fuera roca inconmovible, ni agotar la idea y el verbo que encarna.
Lo mismo que toda obra de arte es material para
nuevas y nuevas trasformaciones (no se explica
de otro modo la existencia de escuelas, tendencias, gustos predominantes, etc.), de tal suerte
que su idea generadora queda viva y en poten-
MISTRESS SIDDONS
¡ cia para que de ella broten nuevas concepcio' nes; así toda obra de crítica es susceptible también de nueva crítica. Que en este ir y venir de
las cosas y en esta indefinida combinación mental de las ideas es donde halla el espíritu alimento para su nutrición y desarrollo. Si en lo
fisiológico se vive de la muerte, según la hermosa frase de C. Bernard, en lo artístico y literario la ley de continuidad biológica se opone
con fuerza incontrastable á saltos adelante ni
hacia atrás, que romperían el ritmo, condición
primordial de la verdad y de la belleza.
Del mismo modo que el ojo ve todo, excepto
á sí mismo, el critico analiza todo, menos su
propia personalidad; y no fuera este trabajo completamente inútil, pues enseñaría á los críticos
á discernir lo que ponen suyo, personal en sus
obras de lo que descubren de universal en lo
que examinan, convirtiendo el producto ya formado en material redivivo para utilidad propia
\ y de los demás. Aprenderían de este modo los
I críticos que «en crítica como en filosofía no
I existe bandera, ni religión (lo cual es propio de
I la política), y sólo se debe prestar pleito home¡ naje á la belleza y á la verdad, proceda de donde proceda.» No carece de tal condición (en
mayor ó menor grado) ninguno de los tres críticos que hemos mencionado, pues aun Menéndez Pelayo, hombre de creencias macizas, va ya,
por fortuna, reincidiendo en latitudinarismos
que son nuncio venturoso de que en día no lejano personifique, con su privilegiado talento, la
tolerancia, que imponen de consuno la razón y
las costumbres.
Clarín merece ser examinado el primero (no
pretendemos establecer jerarquías ni preferencias) por la constancia con que ejerce el ministerio de la crítica y por lo fecunda é incansable
que es su pluma, al punto que algunas veces se
llama él mismo alhañil literario. Ya quisieran
muchos arquitectos manejar la paleta como este
peón de mano.
Clarín es un crítico que, salvo sus apasionamientos por las personas y un cierto prurito de
rodear de nubes densas de incienso á los dioses
mayores (apenas si se ha atrevido con Núñez de
Arce), posee méritos incuestionables, que viene
de modo incesante poniendo de relieve en todas
sus obras. La nota humorística es en Clarín venero inagotable y que abundosamente sale de
su pluma, creciendo en intencionalidad y belleza. Desde sus primeras críticas en el Solfeo á
sus Paliques de ahora media un progreso evidente, que por fortuna no ha llegado á su término. En empeños críticos de cierta seriedad no
falta la nota humorística tampoco, pero allí aparece como incrustación avalorada por el alto
vuelo de sus ideas sugestivas, y, burla burlando,
de lo grande á lo pequeño y de lo cómico á lo
trágico, la sustancia intelectual de su profundo
talento se convierte en sinovia de su aparente y
bello desorden en el razonamiento. Apunta la
paradoja, no la descoyunta ni violenta. Excede
los límites de la crítica y entra en la esfera del
pensador humorista. De ella sale y á ella vuelve,
y, sin dejar que se plegué la fisonomía y que
termine la sonrisa, obliga á fruncir el entrecejo
y á concentrar la atención con sus hermosas audacias de Psicología estética. Pero hábil, como
hombre del norte, no bien ha excitado el gusto
del paladar intelectual y estético, arrastra al
lector (quizás con pensamiento preconcebido)
hacia ideas más superficiales. Quiere seducir al
lector y no hacerse pesado: quizá prefiere, á dar
la pimienta en grano, pulverizarla en su prosa.
A veces el procedimiento resulta monótono, y, sin
lugar al fastidio (Clarín sólo fastidia á aquel que
fustiga), se repite mucho, falta propia de todo
aquel que cultiva la oratoria didáctica, que siempre apunta la oreja del maestro: verdad es que
nunca llega, para honra suya, á dómine.
La obsesión que Clarín padece de Zola y del
naturalismo, ha resultado para el crítico una
carga de inmensa pesadumbre, pero que ha influido también provechosamente en el alcance
positivo de sus juicios. Hase dado Clarín, en
tendencia que consideramos provechosa, á estudiar el medio exterior de la obra que examina
y aun la atmósfera que rodea al autor; y si alguna vez Clarín se atreviera, buzo del pensamiento, á penetrar en las hondas sinuosidades
del medio interior, donde se elabora el carácter
y con él gustos y tendencias, llegaría á lo que
debe de ser el ideal del crítico, tocando con la
vara mágica de su poderoso talento las obras mejores y más bellas para educir de su fondo complejo más bellezas y más perfecciones que aquellas que percibimos las medianías miopes.
Menéndez Pelayo ha comenzado por el fin.
Académico, sabio, maestro, todo lo ha sido y
todo lo es, y lo es ¿á qué negarlo? con perfecto
y legítimo título; porque á esa cúpula de sus
triunfos le ha puesto un pedestal macizo de cal
y canto, el de su bien nutiido espíritu critico,
en el cual ha hecho progresos visibles. Desde
sus primeras y apasionadas (rayanas en lo injusto) polémicas con el malogrado Revilla, y
desde su célebre Historia de los Heterodoxos,
hasta su Discurso sobre la Historia y su más valiosa obra Historia de las ideas estéticas, media
un progreso evidente: de polo á polo van unas
y otras producciones, y, en tan largo espacio,
rellenas están de un espíritu de critica y de
investigación que á veces se diluye en un pormenor y detalle perseguido sólo por studiosm
avaro. Sabe Menéndez Pelayo mirar y ver.
Quizá en el ver le falta alguna condición esencial del crítico, que es la de intentar (por lo
menos) síntesis relativas de su inmensa cultura,
corriendo á veces el grave riesgo de mirar y
663
LA ILUSTRACIÓN i B E R l ü A
mirar y contar arbustos y árboles y no ver la
selva. Pero ni aun la falta de esta condición
puede señalarse como irremediable, pues si el
talento de Menéndez Pelayo ha entrado de lleno
en el período de su madurez, nadie se atreverá
á asegurar que ge halla al término de su desarrollo.
£ n lo que no tiene igual (al menos en nuestro
país) Menéndez Pelayo es en saber mirar y ver
el mundo clásico, cuya vida reproduce con una
plasticidad que excede á todo elogio. Llevara
ese mismo espíritu comprensivo y aplicara esa
misma amplísima perspicacia á otros estados de
cultura y no hubiera intentado precipitadamente la traducción de Shakespeare. De ella ha desistido y de su intento ha cosechado muchas y
muy profundas enseñanzas, en parte indicadas
en sus conferencias sobre Calderón de la Barca.
Percibe Menéndez Pelayo con suma facilidad
el medio exterior, aprecia la ley de continuidad
biológica que preside lo mental y que rige lo
fisiológico; toma, en una palabra, el protoplasma
y todas sus manifestaciones evolutivas con precisión; pero ¿por qué no ahonda aún más y se
deja de contar árboles y concibe la selva? ¿por
qué no examina el protoplasma? ¿por qué ha
de ir de rama en rama y no ha de llegar al
tronco y á la raíz? El trascendentalismo de sus
creencias le obliga á huir de lo inmanente y
debiera tener en cuenta que sus adversarios
están á punto de dirigirle la acusación que
también hicieron al malogrado M. Nieto: «sabe
lo que todos han pensado é ignora lo que él
piensa.»
Palacio Valdés debiera romper la continuidad de elogios que desapasionadamente nos
merecen Clarín y Menéndez Pelayo, porque va,
y lo tenemos por una desgracia, en camino de
abandonar la crítica. No es, en tal propósito, justo consigo mismo ni con los demás. Quien, como Palacio Valdés, hace sus primeras armas con
los Oradores del Ateneo, Viaje al Parnaso, etc.,
y gana desde un principio puesto de honor
entre los críticos más notables, ni puede ni debe
abandonar la crítica. Si quiere escribir novelas,
que las escriba; si quiere escribirlas meditada y
seriamente, que lo haga; pero que no abandone
la crítica, porque en ella se ha señalado con caracteres tan propios y con cualidades tan salientes que no hacerlos fructificar equivale á
esterilizar, como el avaro, tesoros que no son
de su exclusiva propiedad. El humorismo de
Palacio Valdés es menos rico y fecundo que el
de Clarín, pero es más emocional; es menos intencionado y hondo, pero es más delicado. La
crítica de Palacio Valdés tiende quizá á un
idealismo un tanto indeterminado, pero se distingue por la clara y perspicaz percepción de lo
bello; y donde no lo percibe, lo presiente. E s
quizá Palacio Valdés artista de raza, pero ínterin no crea y produce, debe juzgar y criticar.
¿Quién sabe si la función de la crítica, en la
cual predomina lo que Schopenhauer llama principio de individuación,
dispondría favorablemente á Palacio Valdés para concretar algo su
ideal artístico, que rebosa por los poros de lo
que escribe? Uon las pruebas que tiene ya dadas Palacio Valdés sobran garantías para afirmar que puede ser crítico y que sólo le falta
querer. Con dotes y condiciones, y sin dar fruto, ¿por qué no le hemos de acusar de falta de
laboriosidad?
Si al análisis mental pudiera seguir una reconstrucción plástica y viva, una síntesis de las
cualidades y condiciones que se disciernen y distinguen; si el homunculus con que soñara Fausto
fuese una realidad viviente, echando en inmensa retorta la sustancia gris de Clarín, Menéndez
Pelayo y Palacio Valdés; de la fermentación
ponderada y equilibrada de las dotes intelectuales de los tres podría surgir seguramente
un enjambre de críticos, superiores al que hasta ahora estimamos el mejor, superiores á
Taine.
U. GONZÁLEZ SERRANO
"T"
EL BRILLANTE
No habíamos abandonado todavía la mesa
cuando, al disponernos á i^aborear el exquisito
moka que servido en elegantes tacitas humeaba
en deleitoso aroma, los comensales, que hasta
entonces habían permanecido silenciosos y concentrada su atención en los selectos platos que
compusieron el menú, entregáronse expansivamente á la más comunicativa y variada charla,
cobrando la agradable fiesta una fisotomía
totalmente distinta, bien que no menos animada.
LADY
que hasta entonces había atendido la conversación sin dar su voto ni manifestar preferencia
alguna, aseguró que eran sus piedras predilectas los brillantes, añadiendo:
—No porque sean las piedras de más valor,
sino porque tengo mis razones poderosísimas
para ello.
Un movimiento de curiosidad se produjo instantáneamente entre sus amigas, una de las
cuales se atrevió á preguntarle:
—Y ¿qué razones son esas?
—Casi una historia.
—¿Una historia?—repuso su interlocutora.
MONCKTON
Abordáronse en atropellada confusión todas
las cuestiones de actualidad: literatura, artes,
algún chispazo de política y gran derroche de
modas (las señoras estaban en mayoría); hablóse
asimismo de bodas, de canastillas, y, finalmente, de joyas. Este último tema se desenvolvió
con los esplendores de una oleada de luz.
La conversación trocóse en mosaico brillantísimo de piedras preciosas.
Todas las señoras se afanaron á porfía para
poner de manifiesto sus gustos y preferencias
respecto á determinadas piedras.
Una se declaró partidaria de las perlas, otra
de los rubíes, aquélla de los zafiros, esotra de
las turquesas, una señora muy sensible se de
claró partidaria de los ojos de gato, que traen
suerte, afirmando otra más despreocupada que
eran sus piedras favoritas los ópalos, que traen
de.'igracia. Así discurriendo, la señora de la casa.
—Desde luego supongo que debe de ser muy
interesante.
—Y supones bi«n.
—Entonces ¿qué tardas en contárnosla?
^ S ó l o el tiempo que tarde en saber si deseáis
oiría.
—Ya lo creo que lo deseamos,—afirmó una
tercera, aproximando su silla hacia la mesa y
disponiéndose á oír. Y como todas 1*8 señoras
allí reunidas imitaran su movimiento,
—No tengo inconveniente en complacer á uatedes,—dijo la interesada;—pero cedo la palabia á mi esposo.
—Y yo la acepto con verdadero placer,—
contestó bondadosamente nuestro anfitrión.
Nuevo ruido de sillas sobre el parquet y de
tazas y cucharillas que eran abandonadas con
verdadero apresuramiento sobre la mesa, fueron
preludio del silencio verdaderamente sepulcral
AMOR SAGRADO T AMOR PROFANO (cuadro de Salomón J. SolOmón)
EN LAS GRADAS DEL TEMPLO (cuadro de E. Poynter)
666
con que todos los comensales demostraron su
atención. Ante tan manifiesta prueba de interés
ó de curiosidad (de todo habría, sin duda), Enrique no demoró ni un segundo su promesa, y,
en cuanto hubo apurado el último sorbo de café
que contenía su taza,
—Vais á oir,—nos dijo.—Acababa de terminar en Barcelona mis estudios de comercio con
relativa brillantez (no había perdido un solo
curso), cuando mi padre, con un acierto que
nunca agradeceré bastante, decidió mandarme
á París. «—Es el único medio para que aprendas el francés con la debida perfección,—me
dijo.—Además tengo allí un amigo que es uno
de los principales banqueros españoles, y en sus
oficinas podrás ejercitarte en la práctica de
grandes operaciones financieras. Ya le he escrito y me ofrece colocarte en cuanto llegues.»
En efecto: apenas llegado á París, me' presenté a casa de Mai'tínez, donde fui recibido con
verdadera simpatía. Era Martínez un hombre
chapado á la antigua, gran esclavo de la opinión
pública y de una rigidez y moralidad incorrup-
tibies, según las gentes aseguraban. Con esta
aureola de envidiables prestigios, realizaba él
las operaciones más atrevidas, de común acuerdo siempre con quien podía responderle del
éxito de sus empresas: de ahí que fuese su casa
una de las más respetables de París y que su
prestigio alcanzara hasta el último de sus empleados.
Pero si dentro de sus oficinas la hipocresía se
imponía como poderoso agente que decidía de
nuestra suerte, fuera de ellas no nos absteníamos de echar una cana al aire: al contrario, las
cenas alegres y las excursiones á los alrededores de París eran mi expansión predilecta y la
de todos mis compañeros.
Una noche había cenado con algunos de mis
amigos, cuando á eso de las dos de la madrugada decidí separarme de ellos y retirarme á descansar. Hacía una noche magnifica, una de esas
noches á las cuales puede sacrificárseles todo
descanso para disfrutar de sn vaga grandiosidad. Mi cabeza ardía, mi estómago estaba algo
fatigado, y, suponiendo que dar un paseo podría
hacerme bien, tomé el camino más largo para
llegar á mi casa. Abstraído en gratas contemplaciones anduve largo rato. Bajé por el houlevart de Malesherbes, y, al llegar al alto de San
Agustín, algo que brillaba extraordinariamente
en el suelo llamó mi atención. Me bajé y recogí
el objeto. Era un brillante montado al aire, un
soberbio solitario que indudablemente se le habría perdido á alguna señora.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Era muy bella la señorita que valsaba conmigo : rubia, de ojos azules, talle flexible y
elegancia extremada. Hablamos del baile y de
fiestas análogas, abundando siempre en las
mismas opiniones, evidenciando los mismos
gustos.
El vals acabó y acompañé á
mi linda pareja á su sitio, decidido á buscar á la señora de la
casa para darle la debida explicación; pero mi buen deseo resultó tan inútil como la primera
vez: aquella buena señora estaba defendida por una verdadera
muralla de hombres que imposibilitaban por c o m p l e t o todo
avance y toda relación.
Entonces di en buscar algún
amigo. Empeño imítil: no di con
una sola cara conocida. Cuando
el desaliento iba apoderándose
de mí, la orquesta preludió una
polka, y á fin de ganar tiempo
invité de nuevo á mi simpática
pareja del vals.
Esta vez ya no hablamos de
bailes. Nuestra conversación fué
menos ligera, pero más sustanciosa: hablamos como dos antiguos amigos, con esa dulce confianza q u e l o g r a establecerse
entre los seres que se compenetran. Mi pareja me resultaba
adorable: no podía pedirse más
discreción, ni juicio más reposado, en una jovencita de su
edad.
Terminada la polka, pasamos
al buffet. Clara (he dicho ya su
DEVENTfiR
nombre) demostró tener excelente estómago, y, como el estómago tiene gran relación con el
ion á llegar carruajes, estacionándose en carácter, esta circunstancia acentuó más las simpatías que había logrado despertarme.
larga fila, delante de la puerta.
Súbitamente se desvanecieron mis dudas: el
Al entrar de nuevo en el salón estaban baibiillante que acababa de encontrar pertenecía á lando un vals. Excuso decir que tomamos parte
alguna de las señoras que estaban en la fiesta en él con más entusiasmo que en los bailes anaquella De pionto, quise llamar y entregárselo teriores. Nuestra conversación cobró asimismo
al pórtelo Pero ^,qui('n me garantía á mí de la más calor; pero cuando más engolfados estábahonradez de aquel hombre?
mos en ella, un caballero me advirtió con gran
Reflexioné unos instantes. Miré mi vestido y cortesía:
me resultó irreprochable, correctísimo, para asis—Caballero: me parece que se le ha caído
tir á una soirée. Persuadido de ello, llamé á la algo.
puerta, alguien me la franqueó al momento, y
En efecto, el brillante me había saltado de
en un periquete subí al piso segundo. Allí no uno de los bolsillos del chaleco, y, despidiendo
tuve que llamar: todas las puertas se hallaban un foco de esplendorosas luces, brillaba encima
abiertas. Los salones presentaban un golpe de de la alfombra. Lo recogí, y, sin curarme de dar
vista seductor: muchas flores, muchos espejos, las gracias al que me había advertido, lo guarmolduras doradas, muebles elegantísimos, y, dé de nuevo en el bolsillo y continué valsando.
sobre todo, muchas mujeres hermosas ceñidas Clara era mi sola preocupación. Como que ya la
con r a s e y encajes. En un saloncito contiguo adoraba con todo el fuego de mi sangre españoal salón donde se bailaba, una señora hablaba la, de ahí que no me fijara en el circulo que se
con gran complacencia con algunos caballeros. había formado alrededor de nosotros, ni menos
—Será la señora de la casa,— me dije. Y re- en los cuchicheos de que al parecer éramos
objeto los dos.
sueltamente me presenté á ella.
De pronto mi linda pareja se desprendió de
—Señora...—exclamé.
—Agradezco su atención de honrar con su mis brazos y, con gran azoramiento,
—¿Dónde está papá?—me preguntó.
presencia mi fiesta,—me dijo ella con fina ama—¿Su papá de V.? No sé, señorita: no tengo
bilidad.
—Señora,—repetí,—le debo á V. una expli- el honor de conocerle,—le contesté.
cación.
—Sí que le conoce: es el que há poco le ha
—Comprendo: porque ha venido V. tan tar- advertido que se le había caído el diamanté.
de: ¿ n o es eso? Queda V. disculpado, pues
—Entonces no me será difícil el reconotodavía llega á tiempo para que le presente á cerle.
una señorita.
Nos dispusimos á recorrer los salones; pero
—Pero... señora...
como por arte de magia cerráronse de repente
—Suprima V. todo pretexto: llegar tarde, todas las puertas del en que nos hallábamos,
pase; pero negarse á bailar, sería imperdonable. quedando sólo abierta una por la cual apareció
En vano hice para exponerle el por qué de el padre de Clara seguido de un agente de pomi presencia en sus salones: no me dio entra- licía.
da. Me presentó á la joven que me había indi—Apodérese V. de él,—le dijo indicándome
cado, á la cual no tuve otro remedio que invitar á mí.—Eá un ladrón que se ha introducido en
para el vals que estaban preludiando.
esta casa con el propósito deliberado de ejercer
sus fechorías. Hace poco se le ha saltado de
—¡Qué diablosl—pensé.—Antes que m e r e
tire no ha de faltarme ocasión para justificar el uno de los bolsillos un botón de brillantes, que
paso que he dado: entretanto aprovechemos el he reconocido en seguida por pertenecer á mi
tiempo.—Y al efecto me puse á hablar con mi mujer. Me he informado de quién pudiera ser
este sujeto, y nadie le reconoce: es un intruso^
pareja.
—Gran hallazgo,— me dije entre mí, en tanto
pensaba cómo aquel pendiente podía haberse
extraviado sin haber sido recogido todavía.
Levanté la cabeza y vi las ventanas del segundo piso de la casa ante la cual me hallaba
detenido, abiertas de par en par. Las habitaciones a p a r e c í a n espléndidamente iluminadas en su interior. Pije mi atención y percibí el vago rumor de una
orquesta. Después empeza-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
667
á quien ha delatado el cuerpo de su delito.
surgió pronta y repentina. ]Te lo juro: por una
LA DIVA
—Sígame V.,—me dijo entonces el comisario
sonrisa suya, por una de sus miradas, hubiera
con brusca sequedad.
dado la mitad de mi existencia!
Intenté justificarme . Propósito inútil: el
Y entretanto volaban los días, y cada uno,
—¡Y como cantar, cantaba admirablemente! al pasar, echaba en la hoguera de mi pecho una
agente no consintió que hablara, asegurándome
que ya contestaría á lo que me preguntasen en —exclamó Antonio, que me refería una de sus rama seca que al arder quemaba las más recónmuchas aventuras.—
la prevención.
: ditas fibras de mi alma.
Su voz era más dulce que la miel de las i
Luego, á una señal suya, dos agentes peneMientras duró aquel estado, que no sé cómo
traron en el salón, apoderándose de mí cual cañas, flexible como un junco, alegre como pia- definir, iba hablando solo por la calle, accionahubieran podido hacerlo con el último malhe- das de ruiseñores. La emitía de tal modo, que ba con descompasados ademanes y no me sisus notas agudas embelesaban, las graves hacían guieron los chiquillos por un milagro de Dios.
chor.
Antes de abandonar la sala me volví hacia prorrumpir en francos y atronadores aplausos.
Como nuevo Don Quijote, soñé despierto, pero
Clara, dedicándole una mirada que equivalía á Y el cuerpo de la diva, airoso y esbelto, se ba- no con gigantes y trasgos, sino que á veces me
la más cumplida justificación; y, como quiera lanceaba de vez en cuando en suaves ondula- ¡ parecía estar al lado de la que tanto amé, recique las mujeres poseen un instinto superior á ciones, con esa gracia temible de que sólo tienen biendo el aroma de su aliento, más abrasado que
todas las suspicacias de la policía, mi adorada el secreto las hijas de la sonriente Andalucía. el soplo de agosto. Estaba tan cerca de ella que
pareja contestó á mi muda protesta con una sonrisa tan dulce, tan
llena de seductoras promesas, que
Tv-';-'" '
me hizo estremecer de felicidad.
[
Aquella noche la pasé arrestado
!
en un mal cuartrucho de la preven!•'
ción. A la mañana siguiente la luz
se hizo. Comprobé debidamente mi
inocencia, y el agente se excusó por
su error. Sin embargo, al presentarme en casa de Martínez, aquel
hombre tan esclavo de las apariencias y del buen parecer, enterado
de lo que había ocurrido la noche
antes, no tuvo inconveniente en decirme que quedaba suprimido mi
destino, mostrándose muy pesaroso por no tener dónde ocuparme.
Entonces ocurrióseme la luminosa idea de presentarme en casa
de mi acusador, el padre de Clara,
respetable banquero también, y exponerle mi apurada situación.
—Caballero, — le dije, — á un
error de V. debo el haber perdido
mi plaza: sólo le ruego que me favorezca con su apoyo para facilitarme
otra.
—Nada tan justo como su pretensión,^—me contestó.—Y ¿cuánto
ganaba V. en casa de Martínez?
—Dos mil cuatrocientos francos.
—Desde ahora queda V. empleado con tres mil en mis oficinas.
^^t^^^ •..*j¿fa^,t»fe*'^
Aceptado el trato, ambos quedamos satisfechos de la solución de
nuestra entrevista. Quien no lo
EL. D E L F T S H E W A A R T , ROTTERDAM
quedó tanto fué Clara: ella deseaba que le pidiera á su padre algo
más.
Aquella mujer tenía en sí todas las perfec- casi casi sus rizos tocaban mi frente, y la oía
¿No es cierto, querida mía?—
hablarme muy quedo, al oído, con una música
Y, sin esperar contestación, Enrique abando- ciones físicas apetecibles.
Picarescos y rasgados los negros ojos, se indecible de suspiros y armonías, de risas ennó su asiento y abrazó efusivamente á su mujer.
Luego, dirigiéndose á los que le habíamos ocultaban tras de la espesa red de unas pesta- cantadoras. Otras veces me encontré suplicante
ñas sedosas y largas. La boca no tiene descrip- y despreciado. E n fin (¿á qué cansarte?), estaba
atendido,
—Perdonad esta expansión,—nos dijo;—pero ción posible: si te dijera que era la de un ángel, enamorado hasta la médula de los huesos.
Pero como el amor platónico es tan raro que
es una costumbre convenida entre Clara y yo. no expresaría su sensualidad; si te dijera que
Cuantas veces cuento la aventura del brillante era un nido de besos, no te haría comprender yo creo que no existe, ó, por lo menos, que no
es amor, pensé presentarme á ella por cualquier
acabo abrazan<Jo á mi adorada mujercita: de lo mucho que se acercaba á la de los ángeles.
Su bien peinada cabellera surgía elegante medio, trabar conocimiento de algún modo. Ninahí que no perdone ocasión para referirla á mis
por entre el rico mantón de Manila, cuyos flecos guno de mis amigos la conocía. Sin embargo,
amigos.
Caían cubriendo la cintura como una cascada de 3^0, firme en la brecha, puse en juego una táctiANTONIA OPISSO
ca que me dio muy buenos resultados.
rayos de sol.
Con asiduidad constante, empecé á regalarla
Lo confieso: el primer día que la vi no hice
más que embobarme mirándola, con una mezcla flores y ramos. El portero del teatro se encarLO QUE MÁS ME GUSTA
de admiración y alegría indefinibles. No sé lo gaba de llevárselos. Gracias á su mediación,
que sentía. Sólo sé que, abstraído por completo, pude, por fin, llegar al deseado momento de mi
más de cuatro veces me sacaron de aquel éxta- primera visita.
Me gasta ver el cielo trasparente
sis, si vale la palabra, los atronadores aplausos
Cuando la hablé, en su cuarto, estaba descuando en él luce Pebo su hermosura;
de la multitud, que á grandes voces pedía la lumbradora de belleza: parecía una hada vestidisfruto contemplando la natura
repetición de alguna de aquellas malagueñas da de mujer; me atraía, como el abismo atrae,
cuando asoma la aurora por oriente;
que constituían su género; género en el cual na- con vértigo. Yo no sabía qué hablar, estaba
me admira ver el mar cuando imponente
die rivalizaba con ella.
mudo, me latía la sangre en la garganta con
azota los peñascos con bravura;
me encanta una magnífica pintura
No sé cómo, pero al día siguiente fui al tea- inusitada fuerza, pasó por mi vista una nube
y oir de melodías un torrente;
tro, y, sin darme cuenta, tomé una butaca más de sangre, y... hablé... hablé balbuciente, torpróxima al escenario que la que había ocupado pe, con incoherencia. ¿Qué dije? No te lo sé
embriágame el perfume de las flores,
explicar: sólo recuerdo que en aquel momento
la noche anterior.
deleítame escuchar la voz del sabio
y el canto de los tiernos ruiseñores:
Volví al otro día y adelanté otra fila; volví á el avisador llamó á la puerta, diciendo:—A esir y volví á acercarme; pero cuando llegué á la cena,—y que ella me estrechó con efusión la
mas todo lo trocara sin agravio
primera (]no te rías!) mi corazón abrasaba y mis mano.
por conseguir, imán de mis amores,
sentidos eran pocos para verla y oiría.
—¿Debo tener esperanza?—la pregunté.
un solo beso de tu puro labio.
MANUEL MILLAS
—La esperanza es lo último que se pierde,—
Estaba en la edad de las pasiones, y la mía
AGUADOR DEL CAIRO
AGUADORA DE SENAGRAH
-«aT A H O N E R A D E L CAIRO
AGUADORA DE SENAGRAH
EN EL MERCADO DE SYUAH
MÚSICO NEGRO DE SYUAH
JEQUE DE LA ALDEA D E G A R A H
VENDEDOR AMBULANTE DE BEBIDAS EN EL MBBCADO DE SYUAH
670
contestó ella. Y se escapó corriendo con graciosa coquetería por el estrecho pasillo, mientras
yo, anonadado, ola crujir la seda con un sonido,
cada vez más imperceptible por la distancia,
que parecía decirme:—La esperanza es lo último que se pierde.
¿No era esta respuesta una muy favorable á
mis pretensiones? ¡Claro que sí! A no haber sido
por miedo á que se hubieran reído de mí, salgo
saltando como un chiquillo por el sitio mismo
por donde ella había desaparecido.
No te contaré los pormenores ni detalles que
8iyuio-on hasta que me ofreció su casa. Tampoco ñe de añadirte, porque esto por sabido se
calla, que mi pasión fué en aumento, que mis
sentidos eran pocos para verla y amarla, y que
ella me miraba de tal modo que no parecía sino
que su alma estaba pendiente de mis palabras.
Gozaba embriagándose en nuestro amor.
Sus menores caprichos, al pasar por sus pur
purinos labios, se convertían en mandatos.
|Ay, amigo! Me había convertido en un satélite que giraba sin cesar alrededor de una estrella... del arte.
Como mi enfermedad había llegado á su
período álgido, pensé hacerla mi esposa. •
LA ILUSTRACIÓN
IBÉRICA
esposa: la apuesta consiste en un diamante que Imogenia
ha dado á Leonato contra 10,000 ducados de lachimo. Éste
partirá á la corte de Cimbelino con recomendaciones de
Leonato y volverá con una prueba fehaciente de su triunfo,
lachimo, ya en Bretaña, comienza á manejarse; y viendo
que con declaraciones é imposturas no va á conseguir nada,
convence á Imogenia de que le guarde un cofre lleno de joyas de gran valor, compradas para regalar al emperador de
Roma, y al mismo tiempo se ofrece á ser portador de la carta que la princesa quisiese escribirle al desterrado esposo.
Llevan el cofre á la cámara de Imogenia, y, dentro de él,
á lachimo, escondido. El bergante llega en ocasión en qtie
1* princesa, que hasta entonces habla leído, se siente vencida por el sueño, dando orden á su doncella de que cierre el
libro en la página donde lo dejó. Duérmese en seguida: lachimo sale del cofre y roba el brazalete de la pobre dama,
enterándose, además, de que tiene cinco lunares sobre el
seno izquierdo y de que el libro era la historia de Tereo y
Filomela, y la página intimamente leída aquella en que Filomela se le entrega.
Y ya está de nuevo en Roma el señor lachimo, y, claro
está, demuestra como dos y dos son cuatro quod trai demonstrandum, ganando, por lo tanto, el diamante. ¡Puede
calcularse cómo se pondrá el pobre Leonato I
Va, pues, y i qué hace? escribe desde Roma dos cartas:
una para su mujer, fingiendo encontrarse en el país de Gales y rogándole se ponga en camino en seguida para reunirse con él; y otra á su fiel servidor Pisanio, enterándole de
todo y mandando que, sin réplica, descuartice á la infiel, á
cuyo efecto le da la ocasión de aquel viaje. Pónense ambos
en camino, huyendo de la corte, y, al llegará Milford, el poEDUAHDO V I L L E G A S
bre criado la entera de todo. Imogenia no puede creer aque(S« concluirá)
llo: cree que es un pretexto de Leonato para deshacerse de
ella, y ruega á Pisanio la descuartice en seguida, á lo cual se
-•spniega éste. Imogenia, sin embargo, desesperada, no quiere
vivir; hasta que por fin resuélvese que Imogenia se vista de
hombre, para lo cual ya trae él lo necesario, y se agregue á
la comitiva de unos embajadores romanos que regresan
allá, de vuelta de Bretaña, después de declarar la guerra á
Cimbelino, con lo cual podrá Imogenia hallarse cerca de
Leonato. Con eso, no viéndosela en la corte de Cimbelino, y
XL ^BTE ESPASOL
con enviarle á Leonato un pañuelo empapado en sangre,
creerá el marido que Pisanio ha llevado á cabo el concebido
SIN TRABAJO
descuartizamiento. El fiel servidor se vuelve á Bretaña, é
Imogenia, vestida de hombre, queda aguardando en u n a
Cuadro de Gameto
gruta la llegada de los embajadores.
Como estudio de figura es esa ol>ra sumamente recomenAlarmada la corte con la desaparición de Imogenia, predable, pero en cuanto al tipo no me parece tan bien: ese
guntan á Pisanio, el cual entrega al entenado del rey la carhombre podrá revelar en su rostro los horrores de la miseta que Imogenia recibió de Leonato. El entenado, llamado
ria ó la perversión de la razón, pero no es la representación
d o t e n , lleno de alegría, parte al momento para Milford, prode un obrero sin trabajo. Por supuesto que cuesta mucho hametiéndose matar á su rival y vengarse de la que siempre le
cerle tomar á un modelo la compleja expresión que trae
dio calabazas; y para mejor lograrlo vístese con uno de los
consigo el trance angustiosísimo de hallarse parado, sin retrajes del desterrado Leonato.
cursos, con la familia esperando hambrienta un pedazo de
Hay que saber ahora que en el sitio en que quedó aguarpan. La situación de un trabajador victima de la carencia de
dando Imogenia, vivían unos jóvenes pastores en compaocupación es uno de los dramas más terribles que se desñía de un anciano, los cuales pastores eran aquellos dos
arrollan en el seno de la sociedad, y exige por parte del
hijos que le fueron robados á Cimbelino, y el anciano un
artista u n a sensibilidad y u n estudio especialisimos.
caballero desterrado, á quien suponían su padre. Quiere,
pues, la casualidad, que los dos jóvenes se encuentren c(jn
Imogenia (es la escena representada en nuestro grabado),
con la cual hacen desde luego muy buenas migas.
Ciudad de Inglaterra en el condado de Kent, á 21 leguas
Llega después el entenado, Cloten, en ocasión en que
al E. de Londres, planteada en la costa oriental de la isla de
Imogenia se encontraba sola en la gruta, desctlbrenle y reThanet y dominando el canal de la Mancha. Es muy notable
conócenle los dos hermanos, y uno de ellos le mata y corta
su magnifico puerto artificia! y por ser un sitio predilecto
la cabeza en un santiamén, en noble lid, mientras el otro,
para tomar baños de m a r . En lo que va de siglo, Itamí-gate
en busca de Imogenia, encuentra á ésta exánime, pero no
se ha convertido en uno de los más ricos centros comercia
que se hubiese muerto, sino que había tomado ciertas gotas
les de Inglaterra, pudiendo verse barrios enteros y muy exde un frasquito de antiespasmódico que la diera Pisanio,
tensos de nueva construcción. Hoy posee un grande arsenal.
pero que cualquiera hubiese dicho que era un veneno. Con
todo, loe dos hermanos, ó si se quiere sus dos hermanos, la
creen difunta y entonan en su loor un canto fúnebre, her.
ESCENAS DE SHAKESPEAfiE
mosísimo, después de lo cual llevan á la cueva el descabezado cadáver de Cloten.
Los dramas de Enrique VI y Ricardo III son magníficos,
Vuelve en sí Imogenia, y, como Cloten va vestido con un
como de su autor. El primero debe de pertenecer, probabletraje de Leonato y no tiene cabeza, cree que es su esposo y
mente, á su primera época; puede que se escribiera en 1591.
que lo ha asesinado Pisanio por instigación de Cloten, y se
Ricardo IIIes, á su vez, una de las obras en que á mayor
desmaya. Llega en esto el embajador de Roma. Imogenia,
altura se elevó el genio del poeta. Como dice muy bien un
vestida de hombre, vuelve en si, y le acompaña, muy recocritico, «el tipo del astuto Ricardo es indudablemente uno
nocida á la bondad con que la trata aquel digno diplomáde los caracteres más originales, más sublimes y más pertico.
versos que jamás trazó su mágica pluma.Ya en esto han desembarcado las legiones romanas en
El Rey Lear, es la más sombría de las tragedias t u e nos
Bretaña, y con ellas Leonato, que ha recibido ya el pañuelo
ha legado el ilustre inglés.
ensangrentado que le enviara Pisanio en testimonio de haCimbetino, escrito en 1609, figura entre las obras más enber matado á imogenia; pero Leonato tiene ya bastante con
cantadoras de Shakespeare, aunque el argumento está toaquella sangre, no quiere combatir contra su patria y se
mado de u n a novela francesa del siglo xiii [Le Román du
disfraza de campesino bretón para defenderla.
Rol Flore et de la belle Jeannel. Cimbelino es un rey de BreGran batalla. Leonato combate contra lachimo, le destaña, padre de Imogenia en primeras nupcias, y hombre de
arma, y luego le suelta. Los bretones, sin embargo, van de
bien en el fondo. Quiere casar á Imogenia con su entenado,
vencida, y Cimbelino cae en poder de los romanos; pero le
pues volvió á contraer enlace con una viuda; pero Imogenia
libertan .sus hijos (los robados) y Leonato, declarándose
no le quiere y se casa con un hidalgo pobre, pero extraorahora los romanos en retirada y siguiéndoles Imogenia.
dinariamente hermoso y bueno, de cuyas resultas el hidalgo
Ésta y todos los jefes romanos son hechos prisioneros y
es desterrado á Roma y la princesa poco menos que presa.
conducidos ante Cimbelino, lo mismo que Leonato, el cual,
Todo por instigación de la reina, furiosa al ver despreciado
habiéndose fingido romano, es reducido á prisión. El pobre
á su hijo. Además de Imogenia habla tenido Cimbelino en
yerno de Cimbelino tiene un sueño simbólico, y al despertar
su primera mujer dos hijos; pero fueron robados, sin que se
se encuentra con un libro en que se lee cierta profecía, desvolviese á saber de ellos.
pués de lo cual es conducido á presencia de Cimbelino, roYa en Roma el marido de Imogenia, llamado Leonato
deado éste por sus dos hijos (que no h a reconocido) y p o r
Postumio, encuéntrase con u n tal lachimo, gentilhombre
su corte.
italiano, con el cual hace la apuesta de que seducirá á .%n
NUESTROS GRABADOS
El primero que se presenta es el médico de palacio para
participar á Cimbelino que la reina ha muerto, declarando
antes qtie jamás le había amado, que quería envenenarle
y que odiaba mortalmente á Imogenia. Llegan después los
prisioneros romanos. Cimbelino dispensa la mayor benevolencia á Imogenia (de hombre), gracias á su gracia y á los
calurosos ruegos del embajador.
El caballero y los dos hijos del rey, que creían muerto al
bello joven á quien encontraron en la gruta, se hacen cruces (es un decir shakespeariano) al ver á aquel romanito
que está cuchicheando con Cimbelino. De pronto el rey
llama á lachimo, y encuéntrase éste con que Imogenia le
pregunta que de dónde ha sacado aquella sortija con el diamante. Túrbase el romano, insiste Cimbelino, y el hombre
canta de plano todo, absolutamente todo. Brinca Leonato,
y le suelta un bofetón de cuello vuelto á Imogenia (siempre
de hombre) porque intenta calmarle en su desatinado arrebato de desesperación. Pisanio le revela entonces que aquella es Imogenia. Ésta vuelve en si, pues se desmayó otra vez,
y acusa a Pisanio de haberle querido envenenar con aquel
cordial que le dio, á lo cual responde Pisanio que aquel cordial se lo había proporcionado la difunta reina. Alegría Inmensa de Leonato. Explícase todo: uno de los dos hermanos
confiesa que mató á Cloten. Cimbelino, con mucho sentimiento, manda prenderte; pero el caballero anciano se interpone y dice que, en desquite de haberle desterrado injustamente, robó á sus dos hijos (de Cimbelino), que tiene el
gusto de presentarle después de haberlos educado como
convenía. Cimbelino recobra, pues, de un golpe, sus tres
hijos, Leonato se da á reconocer á lachimo, éste se arrepiente, se presenta un adivino que explica á Leonato el sentido de la profecía del libro que se encontró en la cárcel,
Cimbelino, á pesar de haber vencido á los romanos, se
declara tributario de César para no pensar sino en la paz...
y tutu contenti.
Tal es ese drama de Cimbelino, poco conocido aún en España, y notabilísimo no sólo por lo ameno de la fábula,
sino por los preciosos pensamientos que lo esmaltan y por
la admirable pintura de los caracteres.
LADY MONCKTON. —MISTRKSS SIDDONS
Sépase que Lady Monckton es una ilustrlsima actriz inglesa, y con eso opulenta como pocas, dotada del más refinado buen gusto y consumada conocedora de la literatura
dramática de todos los países. Comenzó por representar
como aficionada, y, poseída cada vez más de la pasión por
las tablas, acabó p o r hacerse cómica de veras, con la particularidad de no querer adoptar ningún nom de guerre, sino
conservando siempre su linajudo título.
Insigne comedíanla fué también Sara Siddons, digna camarada del famoso Garrick. Dícese que era una actriz encantadora, más mujtr que las otras mujeres, sobresaliendo en
los dramas shakespearianos. Murió en 1831.
EL ARTE INGLÉS
AMOR SAGRADO Y AMOR PROFANO, cuodro de Salomón Solomón.—ss LAS GRADAS DEL TEMPLO, de E. Poynter
El contraste buscado p o r Salomón, sino muy contundente, está cuando menos bien pintado y lleno de las más sanas
intenciones; pero hay que reconocer que no todos sirven
para el género simbólico: en ese cuadro el artista vale más
que el predicador.
El cuadro de Poynter está hábilmente concebido y produce excelente efecto, á pesar del modernismo de la figura,
que desdice del feliz arcaísmo del fondo y de los accesorios.
ÜN VIAJB POE HOLANDA
Son tan pintorescos los canales de Holanda, que se comprende perfectamente que hayan servido de tema á ilustres
artistas como único objeto de sus cuadros. Hoy mismo en
nada ha desaparecido su belleza, y los viajeros de gusto encuentran sumo placer visitando aquellas ciudades, un tiempo nuestras, aunque por pocos años. Creemos que el lector
verá con agrado las bellas reproducciones que damos hoy de
algunos canales de Rotterdam, Deventer y Dordrecht.
VIAJE AL OASIS DK STUAH
El lector podrá ver hoy diversos tipos del Cairo y de
Syuah, exactamente tomados del natural.
DESENMASCARAR
Toda nociva invención
desenmascarar propongo
con el precioso jabón
de los P R I N C I P E S D E L CONGO.
Jabonería de Víctor Valssier, París.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EL SECUESTRADO
AVENTURAS DE DAVID BALFOUR
por Uoberto Luis
Stevenson
(COSTINÜACIÓN)
Así diciendo, comenzó á sacar oro de su bolsillo, sonrojándose singularmente.
Alan miraba siempre al suelo.
—¿Tendréis la bondad de escuchar dos palabras en la puerta, caballero?—dije yo.
Cluny contestó que con mucho gusto, y siguióme en el acto, aunque al parecer algo fuera
de sí.
—Caballero,—le dije,—comenzaré por reconocer vuestra generosidad...
—¡Nada de eso, nada de eso!—interrumpió
Cluny.—Esto es enojoso; pero ¿qué he de hacer
La suerte cambió sin duda al segundo día.
Por la tarde se me despertó para comer, pero
rehusé tomar cosa alguna, y entonces se me dio
una infusión amarga que el barbero había prescrito. El sol se reflejaba en
la puerta de la Jaula y me
ofendía. Cluny, sentado á la
mesa, barajaba los naipes.
Alan se detuvo junto á mi
lecho, y, acercándose para
hablarme en voz baja, rogóme que le prestara mi dinero.
— ¿ Para qué? — le pregunté.
—No se trata más que de
un préstamo,—repuso.
—Pero ¿con qué objeto?
—repetí.—No veo la razón.
—Supongo que no os negaréis á prestarme á mí una
cantidad.
Si hubiera estado bueno,
seguramente habría rehusado; pero en aquel momento
lo único que deseaba era que
me dejara tranquilo, y de
consiguiente le di el dinero.
En la mañana del tercer
día me desperté muy aliviado, aunque bastante débil;
pero ya no veía terribles visiones. Como t e n í a algún
apetito, me levanté sin ayuda de nadie, y, apenas hubimos almorzado, fui á sentarme á la entrada de la Jaula.
El cielo estaba nublado y
el aire era fresco. Mientras
estuve allí nadie me molestó,
como no fueran los espías y
criados de Cluny, que entraDORDRECHT
ban con víveres ó á llevar
noticias.
V I S T A TÍPICA DE U N
Cuando volví al interior,
GANAti
vi que Alan había dejado las
cartas á un lado, y que interrogaba á uno de los hombres. El jefe se volvió hacia mí, y preguntóme encerrado como estoy en esta Jaula? J u g a r con
en gaélico cómo estaba.
mis amigos cuando se presentan; y si pierden,
—No hablo el gaélico, caballero,—contesté. no debe suponerse, por supuesto...
Desde la cuestión sobre los naipes, todo
—Sí,—añadí yo viendo que hacía una pausa;
cuanto yo hacía ó decía era, al parecer, desagra- —si pierden les devolvéis su dinero, y si ganan
dable para Cluny.
se llevan el vuestro: ya he dicho antes que reco—El nombre que lleváis,—dijo con enojo,— nozco vuestra generosidad; mas para mí, caba• vale más que vuestra persona; pero, en fin, os llero, es muy doloroso verme en esta posición.
hablaré como queráis. La cuestión es la siguienSiguióse una nueva pausa, y parecióme que
te: mi espía asegura que todo está libre por el Cluny quería decir algo; pero guardó silencio,
sur, y se trata de saber si podréis llegar hasta aunque sus mejillas se enrojecían cada vez
allí.
más.
Vi los naipes en la mesa, pero ya no había
—Soy muy joven,—le dije,—y voy á pediros
oro: en lugar de éste, Cluny tenía á su lado consejo, rogándoos que me lo deis como si fuemuchos fragmentos de papel escritos; y, en ra vuestro hijo. Mi amigo perdió lealmente su
cuanto á mi compañero, su mirada torva no in- dinero después de haberos ganado del mismo
dicaba ninguna cosa buena.
modo una suma mucho mayor. ¿Puedo yo acep^-No sé si tendré bastante fuerza,—contesté tar la devolución, y sería justo que lo hiciese?
mirando á Alan;—pero con el poco dinero que Haga como quiera, bien veis que todo es muy
sensible para mi orgullo.
nos queda debemos ir muy lejos.
—David,—dijo Alan fijando su mirada en el
—También lo es para mí, Sr. Balfour,—
suelo;—lo he perdido todo: esto es la pura repuso Cluny,—y hasta cierto punto me hacéis
verdad.
parecer un hombre que ha saqueaao á los que
— ¿Mi dinero también?
vienen á su casa. No quiero que bajo mi techo
—También. No debías habérmelo dado: pier- ninguno reciba la menor afrenta, ni tampoco
las inferiré á nadie.
do el juicio cuando juego.
—¡Alto aquil—exclamó Cluny.—Todo esto ha
—Ya comprenderéis, caballero,—repliqué,—
sido una broma y nada más. Por supuesto, se que el juego es un triste pasatiempo; pero, de
os devolverá el dinero, y doble cantidad si que- todos modos, espero que me manifestéis vuesréis. Fuera extraño que yo lo guardase, y nun- t r a opinión.
ca se ha de suponer que yo fuera un obstáculo
Estoy seguro de que si Cluny odiaba á algún
para dos caballeros que se hallan en vuestra hombre, seguramente era á mí. Dirigióme una
situación.
mirada que tenía algo de belicosa, y hasta pa-
671
recióme que iba á pronunciar palabras de reto;
pero, ó mi juventud le desarmó, ó tuvo un sentimiento de justicia.
—Sr. Balfour,—dijo,— creo que sois demasiado amable, pero no os falta el espíritu de
un caballero. Bajo mi palabra de honor podéis
llevaros ese oro: así se lo diría á mi propio hijo;
y, en prueba de buena fe, aquí tenéis mi mano.
CAPITULO X X I V
LA
DISPUTA
A favor de la oscuridad de la noche, Alan y
yo costeamos la orilla oriental del Loch Errocht,
acompañados de un guía de Cluny, para buscar
otro lugar de refugio. El buen hombre llevaba
nuestro equipaje, y además el casacón de mi
compañero, lo cual le impedía andar más ligero
que yo, aunque, en una lucha cuerpo á cuerpo cou
aquel individuo, bien pronto hubiera dado cuenta de él, atendida mi fuerza.
Sin duda era un alivio poder andar sin peso
alguno, y creo que á no ser por esto no me habría sido posible dar muchos pasos á causa del
estado de mi quebrantada salud, y sobre todo
viajando, como lo hacíamos, por los más espantosos desiertos de Escocia y en mala inteligencia
con mi compañero.
Durante largo tiempo ayanzamos une tras
otro sin hablar palabra: yo lleno de enojo y de
altanería, sacando fuerzas de estos dos censurables sentimientos; Alan avergonzado por haber
perdido mi dinero, y colérico al ver que lo llevaba tan á mal.
La idea de la separación se fortalecía en mi
espíritu, y cuanto más la aprobaba avergonzábame más de ella. En Alan habría sido un acto de
generosidad decirme:—Id donde os plazca: yo
estoy en el mayor peligro, y mi compañía aumentaría el vuestro.—Pero decir yo al amigo,
que seguramente me estimaba,—Os halláis en
grave riesgo, y el mío es poca cosa: vuestra amistad se ha convertido en una carga para mí: id
por vuestro camino y arreglaos como podáis,—
no, esto no era posible para mí, y hasta sólo el
pensarlo me avergonzaba.
Sin embargo. Alan se había conducido como
un niño, pero como un niño traidor, pues sacarme el dinero cuando apenas estaba en mi cabal
razón era poco menos que un robo. Y, no obstante, iba á mi lado sin blanca en el bolsillo, pero
LA ILUSTRACIÓN
672
muy dispuesto, según me pareció, á tomar parte de la cantidad que me había inducido á pedir.
Cierto que tenía intención de compartirla con él,
pero enojábame que lo considerase como cosa
corriente.
Esto era lo que me preocupaba, mas era poco
generoso hablar de ello, si bien hice otra cosa
peor, que fué guardar silencio y no mirar á mi
compañero como no fuera de reojo.
Por fin, al llegar al otro lado del Loch Errocht,
donde el camino era mejor, Alan, no pudiendo
resistir más, se me acercó.
—David,—dijo,—dos amigos no deben estar
asi por una bagatela. Debo deciros que siento lo
ocurrido, y, hecha esta confesión, si tenéis alguna
otra queja de mí, mejor será decirlo de una vez.
—I Oh I No tengo ninguna,— contesté.
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Alan pareció desconcertado, de lo cual me
regocijé.
—Quiero decir,—añadió con voz temblorosa,
—que soy el primero en reconocer que he merecido censura.
—Por supuesto que sí,—contesté;—pero también convendréis en que no os he dado ninguna
queja.
—Es cierto, pero advertid que habéis hecho
algo peor. ¿Debemos separarnos? Ya me lo
dijisteis una vez. ¿Vais á repetirlo ahora? Hay
bastantes colinas y brezos entre este sitio y los
dos mares, David; y os diré que no soy hombre
capaz de permanecer donde no se me necesita.
Estas palabras me atravesaron como la hoja
de un puñal, porque parecían dejar en descubierto mis pensamientos desleales.
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quedé dormido en el matorral, pero fué de pura
fatiga,y noes generoso echármelo en cara, pues...
—Jamás he pensado en tal cosa.
—Pero fuera de esto,—continué,—¿qué he
hecho yo para que me igualéis con los perros
al hacer una suposición tan ofensiva para mí?
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