White PDF - Ministerios PM

Anuncio
Comentarios de Elena G de White
Ministerios PM
WWW.PMMINISTRIES.COM
El precio del engaño
Lección 10
Para el 9 de Diciembre del 2006
Sábado 2 de Diciembre
Jacob pensó lograr el derecho a la primogenitura mediante el engaño, pero se chasqueó.
Pensó que había perdido todo, su relación con Dios, su hogar, y todo lo demás, y allí estaba
como un fugitivo frustrado. ¿Pero qué hizo Dios? Lo contempló en su condición desesperada. Vio
su desengaño, y vio que había en él elementos que redundarían para gloria de Dios. Tan pronto
Dios vio su condición, le presentó la escalera mística que representa a Jesucristo. Aquí está el
hombre que había perdido toda relación con Dios, y el Dios del cielo lo contempla y consiente
en que Cristo salve el abismo abierto por el pecado. Nosotros también podríamos mirar y decir:
Anhelo el cielo, ¿pero cómo puedo alcanzarlo? No veo ningún camino. Eso es lo que pensó
Jacob, y por eso Dios le mostró la visión de la escalera, y esa escalera conecta la tierra con el
cielo, con Jesucristo. Un hombre puede subir por ella, pues la base descansa sobre la tierra y el
peldaño superior llega hasta el cielo...
Vosotros, habitantes de la tierra, ¡alabad a Dios! ¿Por qué? Porque mediante Jesucristo —
cuyo largo brazo humano rodea a la humanidad, mientras con su brazo divino se aferra del
trono del Infinito— el abismo es salvado con su propio cuerpo, y este mundo, pequeño como un
átomo, que estuvo separado del continente del cielo por el pecado y se convirtió en una isla,
otra vez es rehabilitado porque Cristo salvó el abismo (Comentario bíblico adventista, t. 7-A, p.
27).
Esta escalera representaba a Cristo, que había abierto la comunicación entre la tierra y el
cielo. En su humillación, Cristo descendió hasta la misma profundidad de la desdicha humana,
con simpatía y piedad por el hombre caído, que fue representado ante Jacob con el extremo de
la escalera que descansaba sobre la tierra, mientras que su parte alta, que llegaba hasta el
cielo, representa el poder divino de Cristo que se aferra del Infinito, y así comunica a la tierra
con el cielo y al hombre finito con el Dios infinito. Mediante Cristo se abre la comunicación
entre Dios y el hombre. Los ángeles pueden ir del cielo a la tierra con mensajes de amor para
el hombre caído y para ministrar a los que serán herederos de salvación. Únicamente mediante
Cristo los mensajeros celestiales ministran a los hombres (Mensajes selectos, t. 1, p. 328).
Domingo 3 de Diciembre: Esaú y Jacob
Dios, quien conoce el fin desde el principio, sabía, aun antes del nacimiento de Jacob y
Esaú, qué carácter desarrollaría cada uno; sabía que Esaú no tendría corazón para obedecerle.
Al responder a la turbada oración de Rebeca, le informó que tendría dos hijos, que llegarían a
ser dos naciones, y que el mayor serviría al menor. El primogénito tenía ventajas y privilegios
especiales; poseía honor y autoridad similar a las de sus padres, tanto en la familia como en la
tribu, y se lo consideraba especialmente consagrado a Dios, por lo tanto ocupaba la posición de
sacerdote. En cuanto a la herencia, recibía el doble de los otros hermanos.
Los dos hermanos eran muy diferentes en carácter. Isaac se complacía con el espíritu
agresivo y valiente de Esaú, quien se deleitaba en perseguir a los animales silvestres y
traérselos a su padre, quien escuchaba con placer sus aventuras. Jacob era el favorito de su
madre por su disposición suave y hogareña que la hacía feliz. Ella había compartido con su hijo
la declaración divina de que el mayor serviría al menor, y en su razonamiento juvenil pensó
que eso no podría ocurrir mientras su hermano tuviese los privilegios de la primogenitura. Y
cuando Esaú volvió cansado y hambriento de sus andanzas por el campo, aprovechó la
oportunidad de ofrecerle una comida caliente y gustosa si renunciaba a la primogenitura, lo
que Esaú aceptó (Signs of the Times, abril 17, 1879).
“Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era
varón quieto, que habitaba en tiendas” (Génesis 25:27).
Jacob y Esaú, los hijos gemelos de Isaac, presentan un contraste sorprendente tanto en su
vida como en su carácter... Esaú se crió deleitándose en la complacencia propia y
concentrando todo su interés en lo presente. Contrario a toda restricción, se deleitaba en la
libertad montaraz de la caza, y desde joven eligió la vida de cazador. Sin embargo, era el hijo
favorito de su padre. El pastor tranquilo y pacífico se sintió atraído por la osadía y la fuerza de
su hijo mayor, que corría sin temor por montes y desiertos, y volvía con caza para su padre y
con relatos palpitantes de su vida aventurera.
Jacob, reflexivo, aplicado y cuidadoso, pensando siempre más en el porvenir que en el
presente, se conformaba con vivir en casa, ocupado en cuidar los rebaños y en labrar la tierra.
Su perseverancia paciente, su economía y su previsión eran apreciadas por su madre. Sus
afectos eran profundos y fuertes, y sus gentiles e infatigables atenciones contribuían mucho
más a su felicidad que la amabilidad bulliciosa y ocasional de Esaú...
Jacob había oído a su madre referirse a la indicación divina de que él recibiría la
primogenitura, y desde entonces tuvo un deseo indecible de alcanzar los privilegios que ésta
confería. No era la riqueza del padre lo que ansiaba; el objeto de sus anhelos era la
primogenitura espiritual. Tener comunión con Dios, como el justo Abraham, ofrecer el
sacrificio expiatorio por su familia, ser el progenitor del pueblo escogido y del Mesías
prometido, y heredar las posesiones inmortales que estaban contenidas en las bendiciones del
pacto: éstos eran los honores y prerrogativas que encendían sus deseos más ardientes...
Pero aunque daba más valor a las bendiciones eternas que a las temporales, Jacob no tenía
todavía un conocimiento experimental del Dios a quien adoraba. Su corazón no había sido
renovado por la gracia divina. Creía que la promesa respecto a él mismo no se podría cumplir
mientras Esaú poseyera la primogenitura; y constantemente estudiaba los medios de obtener la
bendición que su hermano consideraba de poca importancia y que para él era tan preciosa
(Conflicto y valor, p. 60).
Lunes 4 de Diciembre: Isaac y Abimelec
Esaú se sentía especial y fuertemente atraído por cierto alimento, y por tanto tiempo se
había complacido a sí mismo, que no sintió la necesidad de apartarse del plato codiciado y
tentador. Reflexionó, y no hizo ningún esfuerzo especial para reprimir su apetito, hasta que el
poder de ese alimento venció toda otra consideración y lo controló, y se imaginó que sufriría
una gran molestia y aun la muerte si no podía disponer precisamente de ese plato. Mientras
más pensaba en eso, más se fortalecía su deseo, hasta que su primogenitura —que era
sagrada— perdió su valor y su santidad. Pensó: pues bien, si la vendo ahora, fácilmente la
puedo comprar de nuevo... Cuando procuró recuperarla comprándola, aun a expensas de un
gran sacrificio suyo, no lo pudo hacer... Buscó afanosamente el arrepentimiento hasta con
lágrimas, pero todo fue en vano. Había despreciado la bendición, y el Señor se la quitó para
siempre (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1108).
Esaú pasó la crisis de su vida sin saberlo. Lo que consideró como un asunto apenas digno de
un pensamiento, fue el acto que reveló los rasgos predominantes en su carácter. En su
elección, mostró su verdadera estima de lo que era sagrado y que debiera haber sido apreciado
como sagrado. Vendió su primogenitura por la pequeña complacencia de satisfacer su deseo del
momento, y eso determinó el curso posterior de su vida. Para Esaú, un bocado de comida valía
más que el servicio de su Maestro.
Esaú representa a los que no han saboreado los privilegios que son suyos, comprados para
ellos a un costo infinito, y en cambio han vendido su primogenitura por alguna complacencia
del apetito o por amor a una ganancia (Comentario bíblico adventista, t. 1, pp. 1108, 1109).
Las promesas hechas a Abraham y confirmadas a su hijo eran miradas por Isaac y Rebeca
como la meta suprema de sus deseos y esperanzas. Esaú y Jacob conocían estas promesas, Se
les había enseñado a considerar la primogenitura como asunto de gran importancia, porque no
sólo abarcaba la herencia de las riquezas terrenales, sino también la preeminencia espiritual.
El que la recibía debía ser el sacerdote de la familia; y de su linaje descendería el Redentor del
mundo. En cambio, también pesaban responsabilidades sobre el poseedor de la primogenitura.
El que heredaba sus bendiciones debía dedicar su vida al servicio de Dios. Como Abraham,
debía obedecer los requerimientos divinos. En el casamiento, en las relaciones de familia y en
la vida pública, debía consultar la voluntad de Dios.
Isaac presentó a sus hijos estos privilegios y condiciones, y les indicó claramente que Esaú,
por ser el mayor, tenía derecho a la primogenitura. Pero Esaú no amaba la devoción, ni tenía
inclinación hacia la vida religiosa. Las exigencias que acompañaban a la primogenitura
espiritual eran para él una restricción desagradable y hasta odiosa. La ley de Dios, condición
del pacto divino con Abraham, era considerada por Esaú como un yugo servil. Inclinado a la
complacencia propia, nada deseaba tanto como l libertad para hacer su gusto. Para él, el poder
y la riqueza, los festines y el alboroto, constituían la felicidad. Se jactaba de la libertad
ilimitada de su vida indómita y errante.
Rebeca recordaba las palabras del ángel, y, con percepción más clara que la de su esposo,
comprendía el carácter de sus hijos. Estaba convencida de que Jacob estaba destinado a
heredar la promesa divina. Repitió a Isaac las palabras del ángel; pero los afectos del padre se
concentraban en su hijo mayor, y se mantuvo firme en su propósito (Patriarcas y profetas, pp.
175, 176).
Martes 5 de Diciembre: Intrigas sin fe
Jacob no consintió en seguida en apoyar el plan que ella [su madre] propuso. La idea de
engañar a su padre le causaba mucha aflicción. Le parecía que tal pecado le traería una
maldición más bien que bendición. Pero sus escrúpulos fueron venci-dos y procedió a hacer lo
que le sugería su madre. No era su intención pronunciar una mentira directa, pero cuando
estuvo ante su padre, le pareció que había ido demasiado lejos para poder retroceder, y
valiéndose de un engaño obtuvo la codiciada bendición.
Jacob y Rebeca triunfaron en su propósito, pero por su engaño no se granjearon más que
tristeza y aflicción. Dios había declarado que Jacob debía recibir la primogenitura y si hubiesen
esperado con confianza hasta que Dios obrara en su favor, la promesa se habría cumplido a su
debido tiempo. Pero, como muchos que hoy profesan ser hijos de Dios, no quisieron dejar el
asunto en las manos del Señor. Rebeca se arrepintió amargamente del mal consejo que había
dado a su hijo; pues fue la causa de que quedara separada de él y nunca más volviera a ver su
rostro. Desde la hora en que recibió la primogenitura, Jacob se sintió agobiado por la
condenación propia. Había pecado contra su padre, contra su hermano, contra su propia alma,
y contra Dios. En sólo una hora se había acarreado una larga vida de arrepentimiento. Esta
escena estuvo siempre presente ante él en sus años postrimeros, cuando la mala conducta de
sus propios hijos oprimía su alma (Patriarcas y profetas, pp. 178, 179).
Rebeca conocía el favoritismo de Isaac hacia Esaú y estaba convencida de que razonando no
lograría cambiar su propósito. En vez de confiar en Dios, el que dispone los hechos, manifestó
falta de fe persuadiendo a Jacob que engañara a su padre. La acción de Jacob no fue aprobada
por Dios. Ambos debieran haber esperado que Dios cumpliera su propósito en el tiempo y la
forma que él lo dispusiera, en lugar de intentar lograrlo mediante un engaño.
Aunque Esaú hubiera recibido la bendición de su padre, que estaba destinada al primogénito,
su prosperidad podría haber venido solamente de Dios, quien lo hubiera bendecido con
prosperidad o con adversidad, de acuerdo con su forma de vida. Si amaba y reverenciaba a
Dios, como el justo Abel, hubiera sido aceptado y bendecido por Dios. Si, como el impío Caín,
no respetaba a Dios y sus mandamientos, sino seguía su propio camino corrupto, no hubiera
recibido una bendición sino un rechazo de parte de Dios, como Caín. Si la conducta de Jacob
era justa, si amaba y temía a Dios, él lo habría bendecido, y su mano bienhechora habría
estado con él, aun cuando no hubiese recibido las bendiciones y los privilegios generalmente
reservados para el primogénito (Conflicto y valor, p. 62).
Miércoles 6 de Diciembre: El precio del engaño
Esaú había menospreciado la bendición mientras parecía estar a su alcance, pero ahora
que se le había escapado para siempre, deseó poseerla. Se despertó toda la fuerza de su
naturaleza impetuosa y apasionada, y su dolor e ira fueron terribles. Gritó con intensa
amargura “Bendíceme también a mí, padre mío”. “¿No has guardado bendición para mí?” Pero
la promesa dada no se había de revocar. No podía recobrar la primogenitura que había trocado
tan descuidadamente. “Por una vianda”, con que satisfizo momentáneamente el apetito que
nunca había reprimido, vendió Esaú su herencia; y cuando comprendió su locura, ya era tarde
para recobrar la bendición “No halló lugar de arrepentimiento, aunque la procuró con
lágrimas” (Hebreos 12:16, 17). Esaú no quedaba privado del derecho de buscar la gracia de Dios
mediante el arrepentimiento; pero no podía encontrar medios para recobrar la primogenitura.
Su dolor no provenía de que estuviese convencido de haber pecado; no deseaba reconciliarse
con Dios. Se entristecía por los resultados de su pecado, no por el pecado mismo (Patriarcas y
profetas, p. 180).
Millares de personas están vendiendo su primogenitura para satisfacer deseos sensuales.
Sacrifican la salud, debilitan las facultades mentales, y pierden el cielo; y todo esto por un
placer meramente temporal, por un goce que debilita y degrada. Así como Esaú despertó para
ver la locura de su cambio precipitado cuando era tarde para recobrar lo perdido, así les
ocurrirá en el día de Dios a los que han trocado su herencia celestial por la satisfacción de
goces egoístas (Patriarcas y profetas, p. 181).
Rebeca se arrepintió amargamente por el mal consejo que dio a Jacob, porque gracias a eso
tuvo que separarse de su hijo para siempre. Este se vio obligado a huir para salvar la vida de la
ira de Esaú, y ella nunca más lo volvió a ver (La historia de la redención, p. 91).
La veracidad y la sinceridad siempre debieran ser albergadas por todos los que pretenden ser
seguidores de Cristo. Dios y lo correcto debiera ser el lema. Proceded honrada y rectamente en
este actual mundo malo. Algunos son honestos cuando ven que la honradez no pondrá en
peligro sus intereses terrenales; pero será borrado del libro de la vida el nombre de todos los
que proceden de acuerdo con este principio.
Debe cultivarse una estricta honradez. Por este mundo pasamos sólo una vez; no podemos
regresar para rectificar los errores; por lo tanto, cada acción debiera hacerse con temor
piadoso y consideración cuidadosa. La honradez y las artimañas no pueden armonizar; o se
subyugarán las artimañas, y la verdad y la honradez estarán en el timón, o presidirán las
artimañas, y la honradez dejará de dirigir. Ambas no pueden actuar juntas; nunca pueden estar
de acuerdo. Cuando Dios allegue sus joyas, los veraces, los sinceros, los honrados serán sus
escogidos, sus tesoros. Los ángeles están preparando coronas para los tales; y desde esas
diademas adornadas con estrellas se reflejará en su esplendor la luz del trono de Dios
(Comentario bíblico adventista, t. 3, p. 1177).
Jueves 7 de Diciembre: La escalera de Jacob
Mediante un acto pecaminoso [Jacob] había obtenido la bendición que le había prometido
la segura palabra de Dios. Al hacer esto había mostrado gran falta de fe en el poder de Dios
para ejecutar sus propósitos por desalentadoras que fuesen las apariencias del momento. En
lugar de obtener el puesto que codiciaba, se vio obligado a huir para salvar su vida de la ira de
Esaú. Con sólo el bastón que tenía en la mano, tenía que viajar centenares de kilómetros por
un país desolado. Había perdido el valor, y se sentía lleno de remordimiento y timidez, y
trataba de evitar a los hombres, no fuese que su hermano airado pudiese seguirle el rastro. No
tenía la paz de Dios para consolarlo, porque le acosaba el pensamiento de que había perdido el
derecho a la protección divina.
El segundo día de su viaje se acerca a su fin. Se siente cansado, hambriento y sin hogar, y le
parece que Dios le ha abandonado. Sabe que ha traído todo esto sobre sí mismo por su mala
conducta. Le rodean sombrías nubes de desesperación, y le parece ser un paria. Su corazón
está lleno de un terror sin nombre y apenas se atreve a orar. Pero está tan completamente
solitario que siente la necesidad de la protección divina como nunca antes. Llora y confiesa sus
pecados ante Dios, y suplica que le dé alguna evidencia de que no lo ha abandonado
completamente. Pero su cargado corazón no halla alivio. Ha perdido toda confianza en sí
mismo, y teme que el Dios de sus padres le haya desechado. Pero ese Dios misericordioso se
compadece del pobre hombre desamparado y pesaroso, que allega las piedras para formar su
almohada y tiene tan sólo el pabellón de los cielos como cobertor.
En una visión nocturna ve una escalera mística, cuya base descansa en la tierra, y cuya
cúspide alcanza a la hueste estrellada, a los más altos cielos. Los mensajeros celestiales suben
y bajan por esta escalera de brillo deslumbrante, mostrándole la senda que comunica el cielo
con la tierra. Oye una voz que le renueva la promesa de misericordia, protección y bendiciones
futuras. Cuando Jacob despierta de este sueño dice: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y
yo no lo sabía” (Génesis 28:16). Mira en derredor suyo como esperando ver a los mensajeros
celestiales; pero únicamente ve las borrosas líneas de los objetos de la tierra; y los cielos, que
resplandecen con las gemas de luz, responden a su ferviente y asombrado mirar. La escalera y
los brillantes mensajeros han desaparecido y sólo en su imaginación puede ver a la gloriosa
Majestad que se hallaba en su cumbre.
Jacob quedó abrumado por el profundo silencio de la noche, y con la vívida impresión de que
se encontraba en la inmediata presencia de Dios. Su corazón estaba lleno de gratitud por no
haber sido destruido. Ya no pudo dormir esa noche; llenaba su alma una profunda y ferviente
gratitud, mezclada con santo gozo. “Y levantóse Jacob de mañana, y tomó la piedra que había
puesto de cabecera, y alzóla por título, y derramó aceite encima de ella” (Génesis 28:18). Y
allí hizo su solemne voto a Dios (Joyas de los Testimonios, t. 1, pp. 544-546).
Viernes 8 de Diciembre: Para estudiar y meditar
Patriarcas y profetas, pp. 175-187.
______________________________________________
Compilador: Dr. Pedro J. Martinez
Descargar