Gabo, la desmemoria para inventar una nueva realidad Palabras del Embajador de México, Florencio Salazar Adame, en la presentación del libro “Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá”, de Gustavo Castro Caycedo. Casa del Nobel, 9 de marzo de 2013. Zipaquirá, Colombia. Gustavo Castro Caycedo ha escrito un extenso reportaje sobre Gabriel García Márquez y Zipaquirá. Se trata de un libro muy bien documentado, producto de exhaustiva investigación y docenas de entrevistas, realizadas a los largo de catorce años: Gabo: Cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá (Ediciones B Colombia S. A., 2012). Agradezco a Castro Caycedo la distinción recibida para participar en la presentación de su libro. Es un hombre de buenas maneras y con fino sentido del humor. No se enferma de importancia ni se extravía en la vacuidad. Una de las experiencias gratas que he tenido en Colombia, es precisamente conversar con él. Y charla amena e inteligente es la que ofrece en su texto sobre Gabito (Y digo Gabito porque el mismo García Márquez refiere: “A mí, desde el instante de nacer me llamaron Gabito –diminutivo irregular de Gabriel en la costa guajira- y siempre he sentido que ése es mi nombre de pila, y que el diminutivo es Gabriel”. (Vivir para contarla, Edit. Norma S.A., 2011, Col.) 1 Por cierto, en la Revista SoHo No. 149, de septiembre de 2012, Rodrigo Moya se asombra de la “cantidad de gente (…) (que) se refiere al escritor como ‘el Gabo’, como si lo conocieran de toda la vida o fueran primos hermanos del premio Nobel. Algunos hasta hablan de él como ‘el Gabito’, pero en más de una ocasión he descubierto a ciencia cierta que dicha familiaridad es ficticia”. Como se podrá apreciar, este asunto del nombre es ya un indicio de lo que será el realismo mágico. En varias ocasiones he visitado la Catedral de la Sal, ignorando que en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá Gabriel García Márquez había cursado el bachillerato, entre 1942 y 1946. El 18 de febrero vine a esta ciudad sólo para conocer el Liceo, ahora Casa de la Cultura, que se encuentra tal cual la habitó el personaje, por lo menos en su fachada, ya que en domingo no abre tan ilustre casa. A la derecha del arco de cantera de la puerta de acceso, advertí una pequeña placa alusiva: En este Colegio El Nobel de Literatura Gabriel García Márquez Se graduó de Bachiller el 9 de Diciembre de 1946 Alcaldía Municipal de Zipaquirá Diciembre 10 de 2002 2 Zipaquirá, cargada de efemérides, es relevante en la historia colombiana. Su digno hijo, Gustavo Castro Caycedo, no admite, rechaza, se niega, a que pase como una simple anécdota en la vida de García Márquez, como ese lugar de La Mancha del que nadie se quisiera acordar. Y no se anda con medias tintas: “Los biógrafos e investigadores del Nobel colombiano han sido injustos con una ciudad: Zipaquirá”. “Su más famoso y dedicado biógrafo, el inglés Gerald Martin, pasa con ligereza sobre esta etapa vital y fundamental para la gloria y la fama de García Márquez”. “Lo sucedido en esos cuatro años en Zipaquirá, por importante, continuará (como hasta hoy) siendo una especie de “eslabón perdido” en la vida del único Premio Nobel que ha tenido Colombia”. ”El olvido de sus años en Zipaquirá, fue una de las razones que me llevaron a apelar a la memoria de 83 personas cercanas a la historia y a la vida temprana del Nobel colombiano, sobre lo sucedido durante esos cuatro años cuando estudió de tercero a sexto de bachillerato”. “Una de las motivaciones de este libro es que el mismo Gabriel García Márquez recuerde (…) su vida en Zipaquirá”. 3 Entiendo muy bien el legítimo interés de Castro Caycedo de reivindicar a Zipaquirá. Pero no me había quedado claro ese mirar entre sombras de García Márquez. El propio Gabo relata que su gusto por los boleros le abrió las puerta del Liceo, pues por afortunada coincidencia lo escuchó el responsable de administrar las becas del Ministerio de Educación y, todavía más, también lo identificó haciendo fila para obtener la oportunidad que él creía inalcanzable, ya que eran pocos patos para tanto tirador. Ahí fue, en la barcaza que lo trasladaba por el Magdalena, donde empezó el alineamiento de sus estrellas. Mario Vargas Llosa refiere que “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios, que es la realidad” y que la raíz de la vocación de un novelista “es un sentimiento de insatisfacción contra la vida”. En el notable ensayo García Márquez, historia de un deicidio, (Monte Ávila Editores, Barcelona-Caracas, 1971), disecciona el proceso creativo del hijo de Aracataca. Gabo -afirma- empezó a escribir Cien años de soledad a la edad de 16, y abandonó la escritura porque era “un paquete”, pero el primer párrafo de la novela es el mismo que había escrito desde entonces. Prueba concluyente de que Zipaquirá es la cabeza de Zeus, de donde surgen los rayos de la novelística del Nobel, lo cual se confirma en las 436 páginas de Gabo: Cuatro años de soledad. 4 Se pregunta Vargas Llosa: “¿Qué experiencias decisivas la ocurrieron antes de los dieciséis años que hicieron de él un escritor? Es seguro que la separación física de Aracataca para ir a un internado fue algo desgarrador y que en esos años de soledad, en Zipaquirá, empezó a envenenarse la relación del niño con la realidad, a brotar en él el deseo de rechazarla, de sustituirla” Aquí hay un hecho fundamental en la formación del narrador. “Yo no podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales”, cita el peruano al colombiano. Es decir, Gabo llega a Zipaquirá con las ideas desordenadas de la vitalidad costeña, incluyendo los acosos de hechiceras y nigromantes, de las necesidades cotidianas y los negocios fracasados, de la violencia y la vida que se multiplica como los fantasmas de Macondo; y también con ese calor de fiebre que licua la piel y puede reblandecer hasta la mente más poderosa. Hay un choque tremendo cuando García Márquez, con el baúl a cuestas, va desde la Estación del Tren hasta el Liceo, iniciando su residencia bajo un cielo de pizarra y las amenazas cumplidas de nubosidades despedazándose en aguaceros y fríos. 5 Me parece difícil que Gabo “apenas recuerda” sus años en Zipaquirá. El rechazo es sicológico. Así lo indica, a petición del autor del libro, la Dra. Olga Susana Otero, experta en “constelaciones familiares” (no podía tener especialización más poética para el caso), pues la ciudad a pesar de haber sido abrigo generoso no es la suya y si el microcosmos sobre el que va a construir otro, que será mágico sobre la realidad vivida. Herman Hess, otro Nobel, afirma en El lobo estepario: “Quien quiere nacer tiene que destruir un mundo”. Desde el nacimiento del escribidor hasta la publicación de Cien años de soledad, pasan 20 años. Tiempo en el que, como afirma Alfonso Reyes, “No hay pasado vivo sin nueva creación. Y no hay creación sin un pasado que la informe y ocasione”. (Carlos Fuentes, Personas, Edit. Alfaguara, 2012). Y parte del pasado del nieto del Coronel es ese lapso fundamental entre el final de la adolescencia y el inicio de su primera juventud. ¿Cómo podría olvidarlo? Por supuesto, Zipaquirá es la cuna literaria de García Márquez en tanto le proporcionó los instrumentos y la perspectiva de escritor, hecho que Gustavo Castro Caycedo mantiene en lo alto. Si bien creo que las vocaciones son ríos precipitándose hasta desembocar en su propio océano, Gabo tuvo muchos riesgos de que no fuera así. Integrarse a grupos de vallenato, interpretar boleros, ser dibujante y caricaturista, incluso su facilidad para versificar y recitar poemas, podría haberlo dejado en la hojarasca, esa que tanto repugnaba a Luisa Santiaga en Aracataca. 6 Los demonios interiores de Gabo, que despertaban a la comunidad estudiantil con alaridos a medianoche, no fueron advocación en “aquel antiguo convento del siglo XVII, convertido en colegio de incrédulos en una villa soñolienta donde no había más distracción que estudiar”. Provenían de lo “mal educado en los espacios sin ley del Caribe”, así lo haya asaltado “el terror de vivir los cuatro años decisivos de mi adolescencias en aquel tiempo varado”. Pero él mismo llega a una conclusión elocuente: “Por fortuna, aquella condición de destierro fue una gracia más de mi buena estrella.”¿Buena estrella “en aquel tiempo varado” durante “los años decisivos de su adolescencia”? Cierto, “fue una gracia”. Vencido el horror de bañarse todos los días a las 6 de la mañana con el agua helada caída de un tubo inclemente, Gabo tenía cama, tres comidas diarias, amigos, tertulias, maestros talentosos y solidarios, amores juveniles y hasta deslizamientos nocturnos hacia los tálamos del placer. En el Liceo destacó como poeta, declamador, orador, actor, bailarín, cantor y promotor de publicaciones con el Grupo de los 13. Los poemas negados para su publicación por la señora Bacells, son legítimos y certifican su autenticidad quienes los inspiraron, recibieron, circularon, recitaron… Pero Gustavo Castro Caycedo es incapaz de la menor incorrección por infundada que pueda ser. 7 García Márquez dedica todo el capítulo 4 de Vivir para contarla a su época del bachillerato y en esas 71 páginas sólo 4 veces menciona a Zipaquirá, aun cuando la refiere implícitamente a los largo del texto. Me extraña en exceso sus recuerdos remotos sobre el sitio. Si me parece explicable que extreme la calificación sobre lo frio y lúgubre del lugar por lo dramático del cambio ambiental, pues su nacimiento e infancia ocurren en medio de una luz cargada de verdes y de ríos llenos de caudales luminosos, creciendo en la bullanguera libertad del trópico. En Zipaquirá encontrará la disciplina en el estudio. Talento sin disciplina es un incendio; talento con disciplina, luz insondable. Gracias a Zipaquirá esto último es Gabriel García Márquez. El artífice de Macondo de manera alguna pudo olvidar la estancia zipaquireña. Sin embargo, los dichos del Nobel son reiterados por seguidores en el oficio. Pareciera un cotejo de pasajes carentes de consecuencias trascendentales. Se ha hecho un mito de las opiniones del Nobel sobre su vida en Zipaquirá. Así, por ejemplo: Germán Castro Caycedo: “Los de mi internado en Zipaquirá son seis (sic) años que recuerdo poco”. En su Apunte Biográfico, Olga Martínez Dasi: “Lugar del que guardo recuerdos sombríos y dolorosos y donde se sintió paralizado por la nostalgia de Aracataca”. Heriberto Fiorello: “Gabo apenas recuerda confusamente cuando en febrero del 43 se despedía de sus familiares en Barranquilla”. 8 “Para un muchacho de la Costa, el clima y el ambiente resultaban fríos, sombríos y opresivos”… “El colegio fue un <castigo> y <ese pueblo helado fue una injusticia>, dice Gerald Martin, Gabriel García Márquez, una vida. “Zipaquirá, y el liceo, una especie de convento, el olor sepulcral de los claustros, las campanas dando la hora en el aire lúgubre de las tierras altas”, escribe Plinio Apuleyo Mendoza en Gabo, cartas y recuerdos. La Revista SoHo, en la ya citada “Una edición para Gabo”, de los doce colaboradores invitados para escribir sobre el Nobel, sólo José Salgar en “El hipo que no mató al Papa”, menciona a Zipaquirá, en donde “Gabo hubiera hecho sus primeras armas de literatura”. En contraste con la generalización respecto a los referidos recuerdos nebulosos, Aquileo Abello en “Los versos que escribió de niño”, afirma: “Gabito tiene una memoria impresionante”. Aunque Juan Villoro señala que las citas son para descontextualizarse, las anteriores refieren sobre lo que Gabo ha sido machacón. ¿Cómo es que no se cuestionan tales aseveraciones cuando un simple análisis colocaría en entredicho la verdad macondiana sobre Zipaquirá? Debe ser muy difícil contradecir a García Márquez, no obstante su sobrada cordialidad. Obvio, han sido acríticos quienes han contribuido a asentar como verdad revelada la lejanía con sus años de bachiller. 9 La lectura de Gabo: Cuatro años de soledad, evidencia el arraigo de Gustavo Castro Caycedo a la tierra natal y su orgullo por la que fuera capital de Colombia, asiento de Nariño, Bolívar y Santander, epicentro del levantamiento comunero, raíz de escritores, poetas y Presidentes. En esta ciudad de anchos muros y muchas lecturas la genialidad de Gabriel García Márquez encontró vocación de escritor. A punto de concluir el paseo dominical en Zipaquirá me detuve en un café frente a la Plaza “José María González Forero”, antes llamada De los comuneros. La valiosa colección de fotografías de época que aporta “Gabo: Cuatro años de soledad”, incluye la del jardín central, con calzadas que confluyen a lo que parece ser una fuente octagonal. Hoy, la Plaza Mayor está totalmente adoquinadas con la salvedad de cinco palmeras majestuosas, cuatro más desmelenadas y un árbol sin mayor personalidad. Sin duda, por la necesidad de más espacio peatonal la política se impuso a la arquitectura ambiental. Pero ronda en Zipaquirá el espíritu caribeño de Gabriel García Márquez. Cuando el joven guía de turistas comentaba sobre los cambios de nombre de la Plaza Mayor, concluyó sonriendo: “Por los promontorios que hay en donde se mantienen las palmeras de cera, todos la llamamos plaza de las cinco tetas”, lo cual es absolutamente macondiano. El libro de Gustavo Castro Caycedo no es un ajuste de cuentas. Es el legítimo afán de rescatar íntegra la memoria para el reconocimiento mutuo de Gabriel García Márquez y Zipaquirá. 10 Por esa razón la Embajada de México propone que se convoque a alumnos de bachiller a un premio anual de novela corta “GaboZipaquirá”, ofreciendo un primer premio de cinco mil dólares. También propone que este Liceo tenga como misión organizar diversos talleres sobre la obra y el autor Gabriel García Márquez, la creación de una biblioteca especializada y considerar la posibilidad de crear residencias para autores interesados en la novelística del Nobel. Gabriel García Márquez es de Colombia, reside en México y pertenece al mundo. La suma de esfuerzos para mantener viva la obra del hijo de Gabriel Eligio y Luisa Santiaga hará más grande el espíritu de América Latina y más vivo al idioma español. 11