Preámbulo Juan Rulfo ante sus iguales Jorge Zepeda Un libro es un espejo. Si un mono se mira en él, no se reflejará ningún apóstol. No tenemos palabras que intercambiar con el necio acerca de la sabiduría. Ya es sabio quien comprende a los sabios. Georg Christoph Lichtenberg C uando en 1955 apareció Pedro Páramo, la imagen de Juan Rulfo como cuentista estaba asentada a tal grado que condicionó una fracción amplia de la respuesta crítica a la novela. Esa reacción podría verse hasta cierto punto como algo normal, puesto que casi diez años atrás, a inicios del verano de 1945, Rulfo —alentado por la figura decisiva de Efrén Hernández— se había dado a conocer como escritor justo en ese género con la publicación de “La vida no es muy seria en sus cosas” en las páginas de la revista América.1 La aparición de El Llano en llamas en 1953 mostraría la consolidación del autor en el tema rural y supondría una plantilla de lectura engañosa de la cual sabrían servirse algunos para descalificar la nueva obra de Rulfo.2 Pero 1 Véase “La vida no es muy seria en sus cosas”, América: Tribuna de las Democracias, 40, 30 de junio de 1945, pp. 35-36. 2 Un ejemplo de esta postura lo dio Anaya-Sarmiento: “Juan Rulfo fue publicando cuentos aquí y allá hasta que un día se le ocurrió presentarnos su ‘Talpa’. Entonces todos empezaron a decir cosas fantásticas: que si el cuentista mexicano, que el valor universal, que la gloria. Pero, al fin, el Fondo de Cultura Económica le editó El Llano en Llamas, una colección de cuentos, y se afincó el talento de Rulfo como escritor. Una prosa llena de vigor, repleta de sentido cada frase, nada que sea inútil, nada superfluo: un cuentista necesario, inteligente. Ahora el mismo Fondo de Cultura Económica le publica su primera novela, Pedro Páramo, y quedamos convencidos de que Rulfo es [15] 16 Juan Rulfo: otras miradas recordar los primeros días de presencia de la novela sólo a partir de sus detractores desvirtuaría la complejidad de una discusión donde otros escritores y distintos críticos se pronunciaron sobre ella sin dejar de lado toda una gama de temas involucrados en el desarrollo de la cultura mexicana y su articulación con el resto del mundo durante la década de los cincuenta. Pedro Páramo fue, precisamente, el catalizador de un debate cuyos polos pueden parecer superados a las buenas conciencias literarias de la actualidad, pero lo cierto es que incluso esa actitud de negación revela hasta qué punto las tensiones entre apertura y clausura condicionan la historia de la literatura mexicana. No hay mejor indicio de dicha dinámica que los pronunciamientos de las generaciones de escritores más recientes sobre la obra de Rulfo y el aparente rechazo que suscita en quienes, con suma ingenuidad, creen estar vinculados de manera directa con la fachada que la globalización mediática les ha impuesto como la tradición occidental. En contraste con los desplantes de quienes pocas veces trascienden los balbuceos y el estatus de meros aspirantes, la obra de Rulfo ha suscitado que escritores de muy diversas procedencias y tendencias estéticas se expresen en torno a ella de manera espontánea y por completo al margen de las estrategias publicitarias de quienes ejercen el control de los bienes simbólicos en el campo literario mexicano. Se dirá, tal vez, que reeditar esta oposición en nada representa un avance para comprender la obra de Rulfo ni la interacción entre la literatura mexicana y la literatura a secas. Sin embargo, habrá ocasión para examinar reposadamente la relación conflictiva del medio literario mexicano —tan dependiente todavía del mecenazgo del Estado— con la figura del único escritor a quien no puede someter a la lógica mercantil ni a la política de castigo y premio de la que se sirve para acallar cualquier tipo de disidencia o para cooptar hasta al detractor más recalcitrante. Esos equívocos contribuirán a mostrar la muy específica forma en que la polarización entre universalidad y nacionalismo se presenta en los primeros años del siglo xxi, justo cuando las coartadas ideológicas de la pretendida posmodernidad aconsejan abanun magnífico cuentista” (“Pedro Páramo y Juan Rulfo: tres pequeñas entrevistas”, Revista Mexicana de Cultura, 429, 19 de junio de 1955, p. 4). preámbulo 17 donar todo localismo y abrazar la fe en el libre mercado, incluso en el terreno de la literatura.3 Un asunto de recepción En el diálogo que una verdadera obra literaria suele suscitar, ciertos participantes obtienen un grado de reconocimiento casi instantáneo, en tanto que otros apenas consiguen hacerse escuchar. El estudio de la recepción de una obra permite arrojar luz sobre este tipo de fenómenos y apreciar algunas razones detrás de la notoriedad que suelen conservar los juicios de otras generaciones de críticos y lectores. 3 La tensión entre la apertura que se postula como distintiva de la sintonía de la literatura mexicana con el resto de la expresión literaria en el mundo y la clausura que se practica en el medio literario mexicano es notoria con respecto a las discusiones que se fomentan y aquellas que se desestiman. Como ejemplo de ello, baste traer a la memoria las siguientes líneas de Christopher Domínguez: “La narrativa (y la poesía) latinoamericanas […] se benefician de una globalización cultural que, permitiéndonos abandonar la obsoleta noción romántica de literatura nacional, nos devuelve, con más ganancias que pérdidas, al universalismo de las Luces. En ese contexto, en un mundo donde las lenguas se expanden, el español vuelve a ser, como lo fue en los siglos de Oro, uno de los idiomas más hablados y leídos del planeta. A ello hay que sumar la velocidad con la que viajan, a principios del siglo veintiuno, la letra y la imagen, de tal forma que la educación sentimental de un joven escritor de nuestra época es la misma en México DF que en Los Ángeles, en Quito que en Madrid, en Buenos Aires que en Managua, para hablar sólo de una ecúmene hispanoamericana que ya penetra profundamente en Estados Unidos. Cada día es más difícil diferenciar entre sí a las viejas literaturas nacionales que componen América Latina en la medida en que sus escritores habitan un mismo horizonte civilizatorio. Las diferencias idiomáticas, históricas y políticas sólo prueban la riqueza del acervo común. Sin lugar a dudas, el mercado editorial predica la uniformidad y castiga, más que nunca antes en la historia moderna del libro, la dificultad intelectual y el riesgo formal. Pero la verdadera literatura no tiene horror a la uniformidad: ésta es una prevención propia de sociólogos de la cultura que, como muchos editores, ignoran lo que sabe el escritor solitario, que la obra artística siempre sera única e intransferible, hija del talento individual” (“Diario de Fatigas: ¿Fin de la literatura nacional?”, El Ángel: Suplemento Cultural, 586, 21 de agosto de 2005, p. 5). La dificultad para evaluar ese “talento individual” en el que tanto parece creer el crítico proviene del proceso de concentración de las editoriales (en su mayoría españolas) dentro de grupos de comunicación cuyas perspectivas de lucro dejan muy poco espacio para el intercambio real entre autores (ya no se piense siquiera en los lectores). Para un análisis de la evolución última de la literatura como entretenimiento y de la crítica como propaganda, véase el libro de Constantino Bértolo, La cena de los notables: sobre lectura y crítica, Periférica, Cáceres, 2008; en adelante, La cena de los notables. 18 Juan Rulfo: otras miradas La recepción, por lo tanto, es también un fenómeno social, y sólo en la medida en que se contemple desde este punto de vista podrá concretarse, también, su estudio histórico. Factores tan dispares como la colección a la que pertenece un volumen determinado (que implica, por lo general, un perfil de lector concreto), el tiraje de una edición específica (indicador, al menos potencial, del alcance al que aspira su difusión) o el eco de una campaña en medios masivos (cuando se tra­ ta de escritores muy reconocibles, asociados casi siempre a esa válvula de descompresión que se ha recetado a sí mismo el establishment con el best-seller) son capaces de aportar distintos elementos para describir su público. La heterogeneidad derivada de dichos aspectos resulta un punto de partida suficientemente diverso para percibir los rasgos litera­ rios de una obra en contraste con la apropiación de que es objeto den­ tro de un ámbito particular. El propósito de la primera parte de este libro es reunir algunas evidencias sobre la vigencia de la obra de Rulfo aportadas por escritores extranjeros en el espectro —amplio y diverso— de la cultura universal. En esta sección, el lector encontrará dispuestos en orden cronológico textos debidos a escritores latinoamericanos reconocibles de inmediato (José María Arguedas, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez) al lado de nombres como el de Günter Grass (ganador del premio Nobel en 1999). Otros, firmados por escritores menos familiares para el público mexicano e hispanoamericano (como Tahar Ben Jelloun, Gao Xingjian, Kenzaburo Oé o Urs Widmer) atestiguan con idéntica precisión y aun mayor contundencia los ecos de la lectura de Rulfo en sociedades tan distantes del México de los cincuenta como el Marruecos islámico, la China comunista, el Japón rural o la Alemania de finales del siglo xx. Esa dispersión favorece, como es evidente, la amplitud del panorama aquí propuesto, mientras que la distancia temporal entre cada tes­ timonio representará, a la larga, el coeficiente estético de la narrativa de Juan Rulfo. Este tipo de recepción —debida a los iguales del autor estudiado— contribuye a trascender las fronteras artificiales de un me­ dio literario tan adepto a la clausura como es el contenido en el mun­do cultural mexicano, que deja pasar textos como los reunidos aquí con tal de preservar la apatía que se respira a menudo y garantiza así, ade­ preámbulo 19 más, la continuidad de las condiciones que algunos han sabido explotar y preservar por casi cuarenta años.4 Como podrá comprobarse, los textos contienen ocasionalmente interpretaciones discutibles sobre la obra de Rulfo o sobre las condiciones históricas y sociales de su surgimiento. El equívoco y el error de lectura son contingencias que la recepción también es capaz de integrar al análisis y estudio de la obra de arte literaria. Antes que pronunciarse en contra de una interpretación demasiado audaz o descaminada, un estudio de recepción aspira a examinar esos momentos en que la comprensión de un texto parece perder de vista el horizonte de su origen al imponerle su propio horizonte de experiencia, configurado por elementos entre los cuales destacan los lugares comunes y los prejuicios. Estos últimos son los aspectos que remiten a las condiciones de recepción a las cuales se enfrenta toda obra literaria al llegar —en su idioma original o en traducción— a distintos ámbitos culturales. La lectura de los textos propuestos puede resultar provechosa por partida doble, ya que abre la posibilidad de atestiguar la respuesta obtenida por la literatura de Juan Rulfo en otros espacios al igual que aquellas concepciones en torno a un país y sus expresiones mediante las cuales otros hablantes del español (o los hablantes de otras lenguas) establecen sus vínculos con ella. Estas otras miradas a la obra de Juan Rulfo suponen, entonces, la ocasión para advertir con el mínimo posible de interferencias la reac4 En su estudio sobre las condiciones de desarrollo de la literatura mexicana a partir de los sesenta, Patricia Cabrera López sitúa en 1971 el comienzo de un periodo todavía vigente: “Una etapa nueva en la hegemonía dentro del campo literario mexicano comenzó con la aparición de Plural. La decisión de Paz de fundar esta revista bajo el auspicio del diario Excélsior, en lugar de volver a ser diplomático, confirma la consecuencia del poeta con su ideal de independencia y de autonomía intelectual respecto del gobierno. Sobre todo por el contraste de la acción de Paz con la de los in­ telectuales que sí aceptaron los cargos diplomáticos que el gobierno les ofreció. La op­ ción escogida por Paz afianzó el prestigio del poeta y su grupo. Además, él recurrió a una fórmula (la de una publicación cultural-literaria perteneciente a un grupo con capital simbólico y respaldada por una institución periodística privada, no pública) cuya efi­ cacia ya había sido probada por el binomio ‘La C[ultura en ]M[éxico]-Siempre!’ ” (Una inquietud de amanecer: literatura y política en México, 1962-1987, Universidad Nacional Autónoma de México/Centro de Estudios e Investigaciones Interdisciplinarias en Cien­ ­cias y Humanidades-Plaza y Valdés, México, 2006, p. 216). Sin embargo, las pu­blicacio­ nes herederas de Plural han dependido claramente de la publicidad gubernamen­tal y han desdibujado la frontera “entre el intelectual y el príncipe” que Paz postulaba como núcleo de su ideario político. 20 Juan Rulfo: otras miradas ción de individuos que habiendo escogido —al igual que él— la literatura como vocación, se encuentran en una posición privilegiada para pronunciarse sobre los méritos propiamente literarios de textos que todavía en años recientes recibían la imposición de etiquetas rutinarias y previsibles de quienes se empecinan en acallar toda evidencia que haga tambalear su hegemonía dentro del mundo de la cultura en México. Las siguientes palabras de Christopher Domínguez Michael a su discípulo y sucesor Rafael Lemus son muestra de los vaivenes a que obliga estar al pendiente de los intereses comunes al grupo más beneficiado por el aparato cultural: Tú y yo sabemos (y no sólo estamos obligados a saberlo sino [que] debe­ mos enseñarlo y difundirlo) que Rulfo es una mutación fantástica (en va­ rios sentidos de la palabra) de la literatura cristera. Pero el verdadero diálogo, en Pedro Páramo, es con William Faulkner, con el islandés Halldor Laxness y con la dimensión mítica del padre-cacique y la destrucción de la comunidad agraria… Eso es lo que lo hace trascendente y no Los Al­ tos de Jalisco en 1929.5 Además del deseo de imponer una manera muy concreta de leer la novela de Rulfo hay también una especie de esquizofrenia, pues la in­ sinuación de un doble discurso es clara: en público debe quedar estable­ cida la filiación de Rulfo a la “literatura cristera”, aunque en privado (como el intercambio citado) no puede soslayarse su universalidad. Llama la atención, sin embargo, que Domínguez sea tan preciso para ubicar la revuelta cristera y olvide con suma facilidad que el ámbito por excelencia de la ficción rulfiana es, justamente, el sur de Jalisco, y no los Altos. A pesar de este pretendido reconocimiento al autor, Domínguez omite cualquier mención a Pedro Páramo en su texto de presentación a una antología de cuentos reciente6 donde, a partir de los conceptos de cosmopolitismo y modernidad narrativa, no sorprende encontrarse con Carlos Fuentes y Sergio Pitol como parte de una tri5 “La crítica literaria: una conversación”, Cuaderno Salmón: Creación y Crítica, I, 4, primavera de 2007, p. 154. 6 Se trata de Écrivains mexicains/escritores mexicanos, trad. de Jean-Claude Andro, Albert Bensoussan y Serge Mestre, Gallimard, Paris, 2009. preámbulo 21 nidad representativa de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx, aunque sí desentona ubicar dentro de ella a Alejandro Rossi: Pese a que se conoce lo suficiente de esa otra literatura latinoamericana, erudita, fantástica, metafísica e hipermoderna, que es la presidida por Borges, no está de más insistir en que las novelas y los cuentos de Pitol y de Rossi, lo mismo que una parte de la obra de Fuentes, pertenecen a esa obra de la imaginación. Ese conjunto, fundado a contracorriente del discurso nacionalista, resulta ser, visto desde el siglo veintiuno, la gran escuela literaria mexicana.7 Mucho podría decirse de este intento de contagiar a Rossi del prestigio literario de Fuentes y Pitol, y quizá la imposibilidad de utilizar a Rulfo para esta operación de fama pública (puesto que se planeaba originalmente incluir en la antología aludida un cuento de El Llano en llamas, propósito que se frustró contra sus expectativas, como consta a Gallimard) baste, por ahora, para explicarla. La razón última de la ac­ titud de Domínguez puede hallarse en una respuesta suya a cierta con­ fusión que procuró disipar, en su momento, con tono humorístico: […] aclaro a quien le importe que no quiero ni debo escribir novela algu­ na sobre el neozapatismo, asunto que me es sentimental y estéticamente ajeno. Escribí una novela hace tiempo pero no lo volveré a hacer. Quizá [Hermann] Bellinghausen se refería a Juan Villoro o algún otro peregri­ no de San Marcos. Mucho me he esforzado por parecer un literato de de­ rechas y ahora resulto candidato a novelista del neozapatismo. Vaya.8 Obli­gado por las circunstancias y las simpatías, Domínguez admitió entonces que, pese a sus numerosos deslindes públicos (y por escrito) de cualquier idea ajena a la literatura como rectora de su crítica li­te­ raria, en lo privado siempre ha tenido claro el nexo entre ésta y su fi­ liación ideológica. 7 “¿La Revolución mexicana no tuvo lugar?”, El Ángel: Suplemento Cultural, 769, 8 de marzo de 2009, p. 5. 8 “Escalera al Cielo: Hermann”, El Ángel: Suplemento Cultural, 41, 11 de septiembre de 1994, p. 2.