Mis queridos recaudadores

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Mis queridos recaudadores
Del mismo modo que la ciencia ha vislumbrado la existencia de un vínculo entre el ejercicio de la medicina y la música, plasmado incluso en múltiples paradigmas cinematográficos de doctor melómano e instrumentista virtuoso, excepción hecha de series españolas, por supuesto, que no reparan en detallejos así, he logrado establecer una conexión insólita, no por nunca antes detectada basada en argumentos menos fehacientes: La que se produce entre las letras y el sano quehacer de la recaudación de impuestos. Conocido es el caso de Cervantes, quien, por un tiempo, se mantuvo merced a la recogida de alcábalas1 y cuyo celo profesional (denostado por interesadillos maledicientes que lo acusaron de cobros abusivos y malversación) y, finalmente, la desaparición de unos miles de maravedíes que pasaron por dos millones y que no pudo reponer, dieron con sus huesos en la cárcel donde se gestó el Quijote. Para más datos, recomiendo la biografía de Jean Canavaggio, titulada -­‐-­‐oh, sorpresa-­‐-­‐ Cervantes. ¿Para qué más? Otro tanto puede decirse de Mateo Alemán. Aunque casi olvidado en nuestro tiempo, se trata del autor de Guzmán de Alfarache, nada menos que el best-­‐seller del siglo XVII, en pugna directa con El Ingenioso Hidalgo de La Mancha, y novela picaresca por excelencia. Pues bien, este señor, entre otras cosas, se dedicó al difícil arte de la colecta pública. No recuerdo si por este u otro motivo, hubo de padecer también prisión por deudas, con lo que no quiero decir que se dé un nexo entre la trena y la literatura. No hoy. Hoy nos ceñiremos a lo anunciado, a la identidad subjetiva entre las letras y el Fisco. Y basta, que va largo. La prueba irrefutable apareció donde menos se esperaba: en la sonriente confesión de otro creador sin par, mi querido recaudador de rentas, Juan Rulfo. Se ha atribuido a su modestia, a su humildad y timidez que no se prodigara en entrevistas; no seré yo quien sospeche que subyace en él el deseo de no dar indicios acerca de la dedicación, aunque transitoria, imprescindible para cualquier literato que se precie, a tal menester, pues no está en mi naturaleza la desconfianza. O tal vez sí. Sea por una u otra causa, lo cierto es que el autor no concedía demasiadas. Una de las pocas que me constan (dos, en realidad, en nuestro país), la realiza Soler Serrano en el programa [entrevista] A fondo, que conducía allá por 1977. 1
Puede verse en la red, para más información: http://www.gestoresderiesgo.com/colaboradores/perebrachfield-morosologo/cervantes-fue-cobrador-de-morosos
A diferencia de su obra, no creo que Rulfo, la persona, despierte pasiones incontenibles. No es uno de los Beatles, vamos. Extremadamente parco en palabras, apocado, sumido en el intenso dolor que le ocasiona el parto de casi cualquier idea lúcida, la llamada a los labios de cualquier recuerdo, mueve menos a admiración que a compadecerlo, como si más que a su modestia, humildad o timidez, casi siempre evocadas por el intérprete de turno, le superara la situación de haber escrito una de las dos o quizá tres mejores novelas de la Historia en castellano, por no hablar de sus cuentos. Acaso por eso traspuso el umbral del silencio, por no poder llegarse. ¿A quién no le produciría una sensación de muerte en vida? A pesar de ello, dejó algún diamante en la conversación, como el que generó el post, entre la "bola de cosas" a que dice haberse dedicado. Durante la guerra, por ejemplo, se ocupaba de la tripulación de los barcos alemanes e italianos que arribaron a no sé qué puerto de México. Los barcos se confiscaron y pasaron a engrosar la flota autóctona. Al parecer, las tripulaciones del país estaban tan altamente cualificadas para gobernar estas modernas máquinas, que al poco se hundieron dos de ellas al explotarles las calderas por una manipulación inadecuada. El Gobierno aseguró que fueron torpedeados por submarinos nazis. Otra cosa nos dejó. Pedro Páramo es, por algo, la novela que más veces he leído; las tres primeras, por lo menos, solo para entenderla. Hace años que no vago por sus páginas. Ahora que he cambiado de vida, noto que se cierne la próxima, la penúltima, como las copas. También nos dejó un disco en el que leía uno de sus cuentos. Lo que dice Juan Luis Panero2 sobre la grabación, mejor lo escucháis vosotros mismos. Parece que se vendió bastante bien. Por entonces, se compraban estas cosas. Ahora, y lo advierto sin nostalgias, mientras que los pezones de Jennifer Aniston o cualquier bobada de Paris Hilton concitan en Youtube cientos de miles de visitas, las de "No oyes ladrar a los perros"3 no pasan de testimoniales. La reflexión que se impone es: ¿Qué hacemos entonces con un caso tan deprimente como el de nuestro ínclito literato José Mari Aznar, funcionario de pro, y por más señas de Hacienda? Quizá los cimientos de mi argumentación no estén tan sólidamente construidos como para este tipo de perturbaciones. ©
Ernesto Lucero Sánchez 2
Aquí: http://www.youtube.com/watch?v=pV8PJTOcP8Q
3
http://www.youtube.com/watch?v=cewv7qyUpsA. La foto es del p ropio Rulfo.
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