10299702 16/05/2004 11:56 p.m. Page 5 LUNES 17 DE MAYO DE 2004 | EL SIGLO DE DURANGO | 6B “Me han criticado mucho mis paisanos porque cuento mentiras... Y así es. Para mí lo primordial es la imaginación”. JUAN RULFO LUNES DE CULTURA EUTERPE Y SUS AMANTES POR MARCO ANTONIO ALVARADO Recuerdo con nitidez aquel disco que mi hermano Alfonso guardaba con celo extremo. Impecablemente bien conservado, de inmediato llamó mi atención esa preciada pieza de su colección de LPS. Su portada, una fina ilustración de un paisaje melancólico y triste en tonos sepia; la iluminación cenital mostraba texturas que remitían a un sentimiento de soledad y reflexión. Con una delicada y translúcida tipografía se leía: “The Moody Blues... Seventh Sojourn”. Producido en 1972, era la madurez absoluta de este grupo inglés mejor conocido por su tema “Nights in white satin” (por cierto, número uno en su tiempo y una de las canciones más bellas de la música pop), que con su elegancia ayudó a forjar el sinfonismo pop en 1967, con “Days of future passed”, álbum que amalgamaba las sensibles baladas de Justin Hayward con acompañamiento de orquesta sinfónica. Dedicado a describir las fases de todo un día, inauguraba también el término de álbum conceptual. Misma línea que siguieron con “In search of the lost chord”, donde exploran el misticismo y la búsqueda por la “verdad” o “la luz”. En 1968, los Moody son más pretenciosos, pues llegan a ejecutar hasta 50 instrumentos, aprovechando los albores de las nuevas técnicas de grabación, donde sus temas se confeccionan con múltiples capas instrumentales, donde predomina el uso del melotrón, dominado con maestría por Mike Pinder, que aportaba sonidos orquestales de cuerdas y viento, así como atmósferas etéreas y misteriosas, bien evidentes en “On the threshold of a dream”, otra propuesta conceptual donde se explora un sueño en toda su extensión. Paralelamente a la complejidad de sus álbumes, se extraen cautivadoras baladas como “Never comes the day” y “Watching and waiting”, de Hayward. Continúan los consistentes “To our children’s children’s children” y “Question of balance”, de 1970. El bellísimo “Every good boy deserves a favour”, con sus cuentos de hadas, fábulas y canciones de cuna, es la antesala de “Seventh sojourn” publicado en 1972. Siguiendo el estilo característico de ir bordando tema a tema sus producciones, prácticamente sin respiro, se consolida paso a paso una obra maestra: la incertidumbre de “Lost in a lost world”, que da paso a la calidez de “New horizons”, cuyos suaves acordes emanan de la guitarra de Hayward, y nos transporta a un lugar donde se unen dos almas en una de las más soberbias canciones de su repertorio. “For my lady” es el homenaje que dignifica a la mujer, enalteciendo su presencia en una historia de proporciones épicas escrita por Ray Thomas, que añade toneladas de flautas en este tema de corte medieval. Pero el que se lleva las palmas es “Isn’t life strange”, del bajista John Lodge. Es una reflexión sobre la vida y los giros que ofrece. La belleza de “The land of make believe” es una declaración de amor con sus abstractas visiones de un lugar fantástico. Como brillante cierre, “I’m just a singer in a rock and roll band”, con la mejor ejecución del baterista Graeme Edge. Después del gran logro de “La séptima estancia”, llegaría material nuevo hasta 1978, con “Octave”, que sería la última colaboración de Pinder. Hasta 1981, volverían a emprender el vuelo con el magnífico “Long distance voyager”, que sería su último gran álbum. “Present”, “Sur la mer” y “The other side of life” vendrían a ser un abandono del estilo y el espíritu Moody Blues, donde predominan baladas y temas cortos más orientados al pop. Ya sin concepto, sólo simples canciones bien hechas. Resurgiría alguna esperanza con “Keys of the kingdom”, de 1991, donde Lodge sorprende con la sublime canción “Lean on me”. “Strange times” es una bella colección de baladas producidas por el italiano Danilo Madonia, que moderniza su sonido con loops, secuenciadores y sintetizadores. Estupenda producción, pero ya sin relieve alguno. “December”, del año pasado, refleja el invierno de su brillante carrera. Ya los Moody Blues no volverán a ser los mismos. Después de 37 años es comprensible. Precursores del rock progresivo, definieron las reglas a seguir: temas largos o en secciones, cambios de ritmo, uso de elementos de orquesta, letras cósmicas... Sus primeras siete producciones son consideradas obras maestras por su complejidad y manufactura. Musicalmente, la obra de Moody Blues es una de las paginas más bellas del rock, y “Seventh sojourn” es la obra máxima de su madurez musical. Yo también guardo con celo mi copia de este tesoro. Llegaron de Comala Nostalgia de Juan Rulfo Gabriel García Márquez Juan L. Simental Ilustración: Abiu Santaella | EL SIGLO DE DURANGO A veces los muertos se vienen a la vida, se hastían de tanto silencio y de dar vueltas y vueltas en la tumba, con el sueño ido y las ansias de andar vivos y terminar algunos pendientes, o asomarse a sus casas y ver los retratos y hurgar en la cara de los hombres nuevos. Los muertos vuelven de Comala, donde el tiempo es una ilusión en desuso y vivir es mirar siempre a los lejos, con la voz olvidada y los recuerdos como un sino irremediable. Por eso los idos se regresan a penar con las palabras que les faltaron o las obsesiones que ni cuando se está muerto acaban. Todos retornan, de vez en cuando se sientan en los parques a ver a los muchachos que andan de pinta o a las parejas que creen que el amor es para siempre; otros se van a las calles y meten la nariz en los aparadores, y hacen que el pan se caiga nomás porque sí o las rosas ya no huelan como antes; algunos buscan el silencio de acá, donde de vez en cuando se oye una garza, un grito o un rezo, donde el aire murmura palabras que alguna vez fueron queridas... -Buenos días, señor- dice el hombre de traje y sombrero, con su cara amable y sus ojos tristes, como si llevara algunas muertes por dentro. -Buenos días- responde el otro, metido en una extraña bata que le llega a los pies. El recién llegado se acomoda bajo la sombra del gran pirul que cobija la banca del otro y la cantera de aquel lugar apacible, donde el vientecillo fresco de la mañana hace una tregua con el calor que ya se adivina para ese día de mayo. -Vengo aquí una vez al año, una sola vez y siempre este día... Es mi cumpleaños, ¿sabe?, aunque hace tiempo dejé la costumbre de celebrar el nacimiento, pues nacer pudo haber sido ayer o mañana, pero la muerte es una cita a la que no se puede faltar cuando es propicio- dijo el recién llegado. -Así es, además, nacer es cualquier cosa, vivir es lo que cuenta. Al final es el género de muerte lo que hace digno o vergonzoso el nombre de los muertosasegura el de la bata. -Es posible, aunque hay muertes circunstanciales, donde la gloria o la mala fama son parte de la suerte de haber acabado la vida cuando la intención era andar por ahí un rato más. No lo sabré yo que vi la muerte, ¡tanta muerte!, desde muy temprano... -Pero hay otras formas de hacerle al muerto, por ejemplo el olvido. Yo también he sabido de ese andar penando por la vida, con el nombre proscrito, lejos de los abrazos y de los cariños- respondió el hombre de los cabellos revueltos. -Es triste, pero es la vida, y la vida es una suerte fa- tal. Por eso, el que le agarra aprecio a sus cosas y a la gente siempre regresa; la verdadera muerte es el olvido, pero el olvidado se resiste, entonces vuelve pero los otros sellan la memoria con flores que dejan sobre su lápida y luego se van a sus quehaceres- agregó el hombre del traje, con una astilla entre los dientes y la mirada en la tierra. -Eso es la comedia humana, donde hay de todo: el amor que se niega o se entrega a destiempo, el miedo al ridículo, el hambre de la gloria jamás alcanzada, la envidia, los bajos instintos con cara de virtud o la gracia en el tugurio... En actos distintos, todos somos parte de la misma comedia. Unos cuantos son los protagonistas; los otros son segundones que sólo completan la escena. Por eso el consuelo es volver a veces... -¡Lo malo es que cuando alguien nos ve pega de alaridos! Luego, en lugar de Juan o Pedro, nos dicen espantos, espíritus chocarreros, ¡somos el diablo!- dice el trajeado ahogando una carcajada. Luego se quedan en silencio, dejando que una ráfaga fresca se les escurra en las mejillas. El hombre de la bata extraña cierra los ojos y alza la frente; el otro se guarda una media risa y mira el cielo... “Es la vida”, se escucha la voz. ... De modo que era ya un escritor con cinco libros clandestinos. Pero mi problema no era ése, pues ni entonces ni nunca había escrito para ser famoso sino para que mis amigos me quisieran más, y eso creía haberlo conseguido. Mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida, y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocía bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino, y, sin embargo, me sentía girando en círculos concéntricos. No me consideraba agotado. Al contrario: sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes, pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: -¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!- Era “Pedro Páramo”. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la “Metamorfosis” de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás-, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí “El llano en llamas”, y el asombro permaneció intacto. Mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: “La herencia de Matilde Arcángel”. El resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores... -Me voy- dice el de la bata-, debo andar y el día parece bueno... Por cierto, me llamo Balzac y en cuatro días cumplo años también. ¿Cómo se llama usted? -Juan, pero todos me dicen Rulfo, el apellido de mi abuela. Dígame así, Rulfo y nada más... LA MAMÁ Luis Ángel Martínez Diez Desde luego que debió haber sido impresionante salir de entre las piernas de mi madre. Pasar de su vientre a sus brazos. En adelante siempre ha estado presente para afirmar convencida que soy un buen chico, que quiero el bien de todos. Convencida, sonriente y llorosa. Yo soy bueno con todo y lo malo que el mundo es. Puedo matar a cualquiera, luchar fieramente por la vida, ser mezquino o escribir poemas; pero soy bueno, dice mi madre. Yo también siempre digo que mi madre es una mujer excelente. Muchas horas paso pensando en lo que la haría feliz, y no me adapto a la certeza de su muerte. Ahora que lo pienso, debe ser terrible no tener quien afirme en todo momento que eres bueno. La comedia humana de Balzac “Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso”. Honoré de Balzac Juan Rulfo alcanzó la gloria con una sola novela: “Pedro Páramo”; Honoré de Balzac, “inventor de la novela moderna”, escribió más de 100 en 15 años y las recopiló en “La comedia humana”. Su energía creativa es más que significativa, aunque su vida no fue el reflejo de su genio. Siem- pre le dolió el olvido aparente de su madre, eso tal vez acentuó su aguda visión crítica sobre el comportamiento humano, que retrató de manera franca y descarnada. De su propia suerte, él mismo habla: “En cuanto fui echado al mundo, me dieron a criar en casa de un gendarme, donde permanecí hasta la edad de cuatro años, de los cuatro a los seis estuve a media pensión, y a los seis y medio se me envió a Vendôme, donde permanecí hasta los 14 años... Cuando mi madre me llevó a vivir con ella, me hizo la vida tan dura que a los 18 años, en 1817, abandoné la casa paterna y me instalé en un desván, en la calle Lesdiguières, de París, llevando la vida que he descrito en ‘La piel de Zapa’... “En más de una ocasión me pregunté qué desgracia física o moral me valía la frialdad de mi madre, ¿era yo, acaso, el hijo del deber, aquél cuyo nacimiento es fortuito, o aquél cuya vida constituye un reproche continuo?” “La resignación es un suicidio cotidiano”, Balzac.