Revolución liberal en el reinado de Isabel II

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Tema
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Apuntes de Historia de España
Revolución liberal en el reinado de Isabel II.
Carlismo y guerra civil. Construcción y
evolución del Estado liberal
1. Introducción
2. Carlismo y guerra civil:
a) Identidad ideológica del carlismo
b) Fases de la guerra carlista y consecuencias
3. La revolución liberal
a) La regencia de M ª Cristina.
b) La regencia de Espartero
4. La Década Moderada (1844-1854)
5. El Bienio Progresista (1854-1856)
6. Los últimos años del reinado (1856-1868): vuelta al moderantismo y
crisis
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Introducción
El periodo que comienza con las regencias de María Cristina (1833-1841) y Baldomero
Espartero (1841-1843), al que sucede el reinado de Isabel II, se sitúa en un marco general
europeo en el que se produce un conjunto de movimientos políticos, cuyos denominadores
comunes son:
 El cuestionamiento del Antiguo Régimen como forma política y social.
 El desarrollo de los nacionalismos europeos que fragmentan los antiguos imperios
(otomano, austriaco) y modifican las fronteras dando origen a nuevos estados
(Bélgica, Grecia, Italia).
 El empuje de nuevas maneras de interpretar la economía, impulsadas por las
burguesías nacionales, que delimitan sus mercados en Europa y se lanzan pronto a la
conquista de territorios y materias primas en África y Asia.
Estas burguesías, instaladas en el poder, a partir de 1848 confrontan con la generación de
nuevas ideologías y prácticas revolucionarias, que lideran demócratas con la bandera del
sufragio universal y socialistas con la reivindicación de mejoras sociales y políticas para una
nueva clase social, el proletariado, que surge con la revolución industrial.
En España esta etapa se puede caracterizar de transición de una sociedad agrícola, en la que
todavía predominan vestigios feudales, a otra de carácter liberal-capitalista. El nuevo bloque
de poder formado por la alta burguesía y la nobleza tiene que hacer frente a la articulación
del mercado nacional, la codificación general y la creación de instrumentos políticos, en una
versión moderada o progresista, que posibiliten la participación de los sectores emergentes de
la sociedad española.
Frente a ellos se presenta un bloque tradicionalista configurado en torno al carlismo que,
con el estandarte de los fueros, la religión católica y la monarquía absoluta, lleva al país a un
conflicto, unas veces latente y, otras, manifiesto de guerra civil.
Dada la debilidad civil del boque dominante, se imponen los sectores militares de los
partidos básicos de la etapa: el moderado y el progresista, que utilizan el pronunciamiento
como instrumento para el cambio político.
Salvo la breve etapa del “bienio progresista”, impuesta por un movimiento popular a la reina
Isabel, se aplica en este periodo un modelo político moderado y doctrinario. El explícito
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apoyo de la reina a esta opción margina del sistema político a amplias capas de la población,
que, situadas fuera de él, irrumpen con extraordinaria fuerza al final de la década de los
sesenta, coincidiendo con los embates de la crisis económica de 1867, y derrocan a la
dinastía reinante en España desde comienzos del siglo XVIII.
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Carlismo y guerra civil
Carlos María Isidro, que no se subleva hasta la muerte de su hermano Fernando, aglutina a
las fuerzas que se resisten al nacimiento de una nueva sociedad: campesinos afectados
por la venta de bienes comunales, una minoría de obispos, nobles y funcionarios y, sobre
todo, una masa popular influida por el clero y dispuesta a la defensa de las viejas tradiciones
forales. Por el contrario, el aparato militar del Estado permanece fiel a la reina María
Cristina, salvo una minoría de mandos que forman los voluntarios reales (1).
a) Identidad ideológica del carlismo
La ideología carlista puede resumirse en los siguientes puntos:
 Posiciones ultracatólicas. Esta actitud supone para el carlismo el apoyo de algunos
obispos que, contraviniendo las decisiones de Roma, se ponen al servicio de Carlos.
 Defensa de la foralidad. Este hecho enfrenta al carlismo con una burguesía centralizadora
que aspira a establecer un mercado libre de las trabas del Antiguo Régimen. Numerosos
campesinos asumen las posiciones carlistas por lo que consideran un ataque a las viejas
tradiciones mercantiles. La foralidad representa para algunos territorios, como los vascos,
una forma de gobierno tradicional basado en las Juntas Generales (2), la aplicación de la
justicia por jueces propios, la exención fiscal, una menor presión de la Hacienda particular
y la inexistencia de quintas para los mozos de esos territorios.
 Monarquía de origen divino. La defensa de este principio coloca al carlismo en conflicto
con los partidarios de un régimen representativo, que aspira a la limitación de los poderes
reales. La principal defensora de este principio absolutista es la nobleza rural.
b) Fases de la guerra carlista
El carlismo no logra atraerse a la población de las grandes ciudades, que toma partido por la
causa liberal. Tampoco obtiene apoyo exterior: el Reino Unido, bajo el reinado de Victoria I
desde 1837, se decanta por la causa liberal, y la Francia de Luís Felipe de Orleáns toma
rápidamente partido por la regente; las potencias absolutistas como Rusia, Prusia y Austria,
aunque simpatizan con la causa carlista, se abstienen de prestarle apoyo militar o económico.
 Primera fase (otoño de 1833 - verano de 1835)
Entre el otoño de 1833 y el verano de 1835 se produce la rápida adhesión de masas de
campesinos de los territorios vascos, navarros y catalanes, así como de la zona levantina del
Maestrazgo, afectados por las leyes del Trienio Constitucional que obligaban al pago de sus
arrendamientos en dinero y no en especie.
El militar carlista Tomás de Zumalacárregui es quien lleva a cabo el esfuerzo organizativo;
por ello las diputaciones de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa le otorgan la jefatura de los ejércitos
del Norte. Zumalacárregui muere durante el inútil asedio a la ciudad de Bilbao, en junio de
1835.
 Segunda fase (verano de 1835 – otoño de 1837)
Desde el verano de 1835 hasta el otoño de 1837 se extienden las operaciones militares a todo
el territorio nacional. Adquieren especial relieve las campañas del militar carlista Miguel
López, que llega hasta Cádiz. El propio Carlos asedia Madrid, donde confluye con Ramón
Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, pero, al no poder conquistar la ciudad, se produce el
repliegue de las tropas carlistas hasta la zona del Ebro.
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 Tercera fase (finales de 1837 – 31 agosto de 1839)
Desde finales de 1837, como consecuencia del desgaste de las tropas carlistas, empiezan a
producirse disensiones en su seno que propician el acuerdo con los ejércitos de María
Cristina. Este entendimiento se plasma en el Convenio o “Abrazo” de Vergara*, alcanzado
entre Espartero (cristino) y Maroto (carlista), el 31 de agosto de 1839, como resultado de una
negociación que ofrece la posibilidad de retiro para los militares carlistas o su integración en
el ejército liberal, una vaga referencia a las modificaciones de los fueros y la concesión de
pensiones a las viudas y los huérfanos de la guerra.
Las sucesivas guerras carlistas suponen para España:
1. Inestabilidad política en el conjunto del país, aunque el carlismo arraiga,
principalmente en las zonas rurales de Cataluña, el País Vasco, Navarra y el Maestrazgo.
2. Aparición del ejército como protagonista de la vida política, con generales que
alcanzan gran renombre por su participación en las contiendas.
3. Ingente movilización de recursos al servicio del conflicto militar lo que agrava la
situación de la Hacienda española, que debe tomar medidas excepcionales para superarla,
como la ampliación de la Deuda y la desamortización de bienes eclesiásticos.
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La revolución liberal
a) La Regencia de M ª Cristina (1833-1841)
M ª Cristina es la primera garante de las prerrogativas sucesorias que confirman años más
tarde a su hija Isabel como reina de España. Para ello, debe alcanzar el acuerdo con la
fracción liberal del ejército para hacer frente a las aspiraciones de Carlos M ª al trono. Bajo la
regencia destaca la continuidad de Cea Bermúdez como primer ministro hasta 1834. Cea
actúa como un déspota ilustrado, sin modificar la estructura del Estado absolutista y
marginando del poder a amplias capas de la opinión pública, lo que resta apoyos a la causa de
la reina. Durante este periodo se establece la nueva división provincial de Javier de
Burgos, con la que pretendía la centralización y unificación de los distintos territorios hasta
entonces fragmentados en distintas jurisdicciones: señorial, eclesiástica y realengo. Al frente
de cada provincia era designado por el gobierno central un jefe político (posteriormente
denominado gobernador civil).
Sin embargo, las reformas resultaron insuficientes para los liberales, muchos de los cuales
habían vuelto del exilio, tras la amnistía decretada por M ª Cristina, y por ello se vio obligada
a llamar al gobierno a Martínez de la Rosa. Éste tenía como principal objetivo realizar una
transición hacia el liberalismo, pactada entre los sectores reformistas ilustrados y los liberales
más moderados, que se concreta con la promulgación del Estatuto Real en 1834.Se trata de
una carta otorgada, sin la intervención de Cortes Constituyentes, en la que no aparece aún el
principio de soberanía nacional y la Corona tiene amplias atribuciones, como la convocatoria
y disolución de las Cortes o el poder legislativo. Tampoco reconoce los derechos individuales
y el sistema de representación se basa en el sufragio censitario.
Por su parte, las Cortes sólo tenían carácter consultivo. Se componían de dos cámaras: el
Estamento de Próceres, formado por miembros natos (altas dignidades y grandes de la
nobleza) y otros nombrados directamente por la corona, y el Estamento de Procuradores,
elegido por los ciudadanos.
A pesar de sus limitaciones, el Estatuto Real favoreció el surgimiento de tendencias políticas
que darían lugar a los primeros partidos de corte liberal: moderado y progresista.
Tras fracasar en su estrategia para poner fin a la guerra carlista al confiar en la ayuda exterior
que presumiblemente brindaría Francia, Martínez de la Rosa da paso al breve gobierno del
conde de Toreno (junio-septiembre de 1835). Los exaltados o progresistas, a pesar de la
victoria en Mendigorri (Navarra) sobre los carlistas, se decantan por una estrategia de
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Apuntes de Historia de España
movilización dirigida por las Juntas que origina el nombramiento de Juan Álvarez de
Mendizábal como primer ministro el 14 de septiembre de 1835. Sus principales retos son
solucionar la situación muy grave de la Hacienda y la guerra carlista.
Mendizábal logra integrar el movimiento de las Juntas en las Diputaciones provinciales,
distribuyendo cargos entre las bases provinciales de los exaltados. Para evitar la quiebra de la
hacienda y hacer frente al carlismo, pone en práctica un proyecto de amplia repercusión
histórica: la desamortización de los bienes eclesiásticos y su posterior venta.
Mendizábal es destituido (mayo de 1836) por la reina con motivo de unos frustrados cambios
en la estructura militar. Se nombra sucesor en la presidencia del Consejo de Ministros a
Francisco Javier Istúriz, de tendencia moderada, pero el 12 de agosto, ante las noticias de la
disolución de la Milicia Nacional, los sargentos del ejército del Norte, un sector influido por
la propaganda progresista y que en ese momento se encuentran en Madrid, asaltan la
residencia veraniega de la Corona en La Granja de San Ildefonso (Segovia). Ante sus
amenazas, la reina se ve obligada a jurar la Constitución de 1812 hasta que se elabore otro
texto constitucional y a instaurar un gobierno progresista a cuyo frente se sitúa Jose Mª
Calatrava. Su tarea principal consistió en concluir la obra iniciada por Mendizábal,
nombrado ministro de Hacienda, para derribar los vestigios del Antiguo Régimen: profundizó
la desamortización de las propiedades del clero abolió los gremios, el diezmo y el régimen
señorial. Al mismo tiempo puso en vigor las leyes del Trienio Liberal sobre elección directa
de alcaldes, Milicia Nacional y libertades individuales.
Los progresistas, tras las elecciones, dan paso a la configuración de su obra paradigmática: la
Constitución de 1837.
La importancia de esta constitución radica en que consolida definitivamente el régimen
constitucional en España, aunque este experimente variaciones en el futuro. La comisión que
la elabora está presidida por Agustín Argüelles y como secretario de la misma figura
Salustiano Olózaga. La Constitución de 1837 no es una modificación de la Cádiz, sino una
nueva. Consta de 77 artículos y dos disposiciones adicionales. Sus características más
importantes son: Se establece una monarquía constitucional similar a otras existentes en
Europa. Tenía la virtud de ser abierta y flexible, pues recoge también principios del
doctrinarismo moderado y en este sentido la soberanía nacional es compartida entre las
Cortes y la Corona, que mantiene amplios poderes: además de la capacidad legislativa, podía
disolver y convocar las cortes y nombrar y separar libremente a los ministros. Configura, por
otro lado, un parlamento bicameral (Congreso y Senado), elegido mediante sufragio
censitario. En otros temas, formalmente no declara la confesionalidad del Estado, pero
reconoce que la religión católica es la que profesan los españoles y se obliga a la
Administración a mantener el culto y el clero. De los principios progresistas incorpora la
declaración de derechos y libertades individuales, la Milicia Nacional y el jurado.
No obstante, el deseo de las Cortes de conciliar bajo un mismo texto a progresistas y
moderados se vio frustrado por la negativa de éstos últimos y de la Regencia a aceptar la
Constitución. A ello se unen las difíciles circunstancias bélicas y el intervensionismo cada
vez mayor del ejército en la vida política para crear un ambiente de inestabilidad permanente.
Tras la victoria de los moderados en las elecciones de 1838 se suceden varios gobiernos,
cuya escasa duración en el poder revela la inestabilidad del periodo. Las diferencias cada
vez más evidentes entre moderados y progresistas no van a ser resueltas por vías legales sino
por acciones violentas en la que la participación de los militares será decisiva. A ello se une
el papel de M ª Cristina que, haciendo uso de las facultades constitucionales, se muestra
favorable hacia los moderados, lo que provocará que los progresistas busquen apartarla de la
Regencia.
b) Regencia de Espartero (1841-1843)
En el año 1840 se organizan numerosas Juntas en las principales ciudades. El general
Baldomero Espartero, artífice del Convenio de Vergara, se pone al frente de las fuerzas
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insurgentes desde su puesto de capitán general de Cataluña (julio de 1840) y asume el
Gobierno. La reina, obligada por el movimiento de las Juntas, decide abandonar España antes
que aceptar el programa progresista. El Gobierno del país pasa a manos de un ministerioregencia presidido por Espartero en mayo de 1841.
Una vez en el gobierno, Espartero prefirió rodearse de compañeros de armas en lugar de
buscar el apoyo de los principales políticos progresistas. Su gestión, de carácter personalista
y autoritario, provocó una gran inestabilidad debido a los conflictos que crearon sus
medidas: en el partido progresista se produjo una división interna al ser marginado del
gobierno y también encontró la lógica oposición de los moderados que buscaban el momento
para su derrocamiento.
En 1842, tras la firma del tratado libre de comercio con Gran Bretaña, tiene lugar la revuelta
de Barcelona, en la que confluyen los prejuicios que el acuerdo ocasionaba a la industria
textil, con el consiguiente malestar en la burguesía manufacturera, y los problemas laborales
de los obreros en las fábricas. El bombardeo de la ciudad y la represión del movimiento
hicieron que el Regente perdiera considerables apoyos.
Las protestas contra su política culminaron en el verano de 1843. Una alianza de fuerzas
antiesparteristas en la que se integraron moderados y progresistas realiza un
pronunciamiento militar, liderado por el general Narváez, que derrota a las tropas
gubernamentales y fuerzan la salida de Espartero del país.
4 La Década Moderada (1844-1854)
3 II es coronada reina de España el 10 de noviembre de 1843, con tan solo trece años de
Isabel
edad, mientras su madre M ª Cristina, se encuentra en el exilio, rodeada de escándalos
económicos y denostada por su matrimonio morganático.
Su reinado está caracterizado por una relativa transformación de la economía, que lentamente
adquiere un perfil industrial, aunque localizado en la cornisa cantábrica y Barcelona.
Es un periodo marcado por la centralización del poder político, con un tono moderado, y
por el reinicio de las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica, con la que se firma un
Concordato. El reinado de Isabel II corresponde, asimismo, a una etapa de preponderancia de
los hombres de negocios y de la Alta Administración civil y militar. El cuerpo electoral se
reduce y el progresismo se mantiene en la oposición, salvo el breve periodo de 1854 a 1856.
La corriente progresista apenas renueva su programa, con lo que sufre escisiones a su
derecha (Unión Liberal) y a su izquierda (demócratas); estos últimos son una fuerza decisiva
para el derrocamiento de la monarquía en 1868.
Los moderados dirigidos por Narváez, llegan al poder mediante el levantamiento contra
Espartero, que también fue apoyado por sectores progresistas disconformes con la actuación
del regente. A partir de noviembre de 1843, la jefatura pasa a manos de Isabel II, lo que la
coloca, sin experiencia alguna, en el centro de la vida política del reino.
El 1 de mayo de 1844 se pone al frente del Gobierno el partido moderado bajo la dirección
del general Narváez. Su política, autoritaria y represiva, como puso de manifiesto la
restrictiva ley de imprenta de 1845, condujeron en un primer momento a los opositores del
partido progresista hacia el exilio.
Sus primeras decisiones tenían también la finalidad de terminar con dos de los principales
soportes del progresismo: suprimió la Milicia Nacional y se puso en vigor la Ley de
Ayuntamientos, que junto a las Diputaciones pasaban a estar bajo la dirección de personas
nombradas por el Gobierno. La Corona designa a los alcaldes y tenientes de alcalde de las
provincias.
La puesta en práctica del programa moderado tuvo su reflejo en la creación de la Guardia
Civil en 1844. Se trataba de un cuerpo armado de estructura militar, encargado del
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mantenimiento del orden en las zonas rurales. Su defensa de la propiedad se manifestó
especialmente con la represión de movimientos de campesinos y jornaleros de las décadas
siguientes.
En cuanto a otras reformas, destacan las de carácter educativo, con la creación de los
Institutos de segunda enseñanza en cada provincia y la reordenación de la actividad
universitaria.
También tuvo notable trascendencia posterior la reforma de la Hacienda de 1845, obra de
Pidal y Mon y Santillán, que simplificaba el cobro de impuestos hasta entonces disperso y
uniformiza la tramitación en los distintos territorios, terminando con los últimos vestigios del
Antiguo Régimen en este aspecto.
La nueva Constitución de 1845 impone la ideología, las instituciones y el orden de los
moderados. Se sustituye la soberanía nacional por la soberanía compartida entre la
Monarquía y las Cortes, concediendo a la Corona nuevas competencias frente a un
parlamento relegado a un papel secundario en la escena política. Esas Cortes, siguieron
siendo bicamerales, aunque ahora los miembros del Senado eran elegidos enteramente por la
Reina.
El texto también mantenía una declaración de derechos y libertades parecida a la de la
Constitución de 1837, pero se vieron considerablemente limitados por la regulación
legislativa posterior. Finalmente, de acuerdo con el ideario moderado manifestaba
expresamente la confesionalidad del Estado, con la religión católica como la única
permitida.
Una de las consecuencias de la preponderancia de los moderados a la hora de elaborar la
Constitución es que sería rechazada por el resto de los partidos, que preveían su sustitución
en cuanto que tuvieran acceso al poder. Por tanto, significaba más una fuente de conflicto
que una ley que sirviera para regular la convivencia en la sociedad española.
La política religiosa se dirigió al restablecimiento de relaciones con la jerarquía eclesiástica.
En este objetivo se enmarca el reconocimiento de la confesionalidad del estado en la
Constitución de 1845, la devolución al clero de los bienes no adquiridos en la
desamortización (aunque no los bienes desamortizados) o el envío de una expedición para
ayudar al Papa ante el acoso que sufría tras la revolución en Roma de 1848. Todo ello
culminó con la firma del Concordato de 1851 con el Vaticano, siendo jefe de gobierno
Bravo Murillo.
Tras la dimisión de Narváez en 1851, debido a la crisis financiera y a su enfrentamiento con
la camarilla real, se produce la quiebra del poder con los moderados. Los siguientes
presidentes del consejo de ministros, Bravo Murillo y Sartorius, gobernaron
autoritariamente por decreto sin el control de las Cortes, lo cual los enfrentaría a los
moderados aperturistas que deseaban la vuelta del partido progresista a las instituciones. A
ello se unirían los escándalos de corrupción provocados por la concesión de licencias para
la construcción del ferrocarril, la crítica a la vida privada de la reina por parte de la prensa y
la subida del precio del grano, como consecuencia de exportaciones hechas a Inglaterra y el
subsiguiente desabastecimiento peninsular, generan un clima de tensión política y social que
desemboca en el pronunciamiento militar de 1854.
5 El Bienio Progresista (1854-1856)
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El 28 de junio de 1854, el general Leopoldo O´Donnell se pronuncia en Vilcálvaro al frente
de escasas tropas, pero tras enfrentarse al ejército gubernamental, se ve forzado a retirarse.
Canovas del Castillo, redacta entonces el Manifiesto de Manzanares, con el fin de atraer a
los progresistas, haciendo mención a una reforma de la ley de imprenta, el fin del centralismo
y la convocatoria de unas Cortes generales, así como la vuelta de la Milicia Nacional.
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A partir de este momento se producen levantamientos en Barcelona, San Sebastián, Valencia
y Valladolid, que son dirigidos por las Juntas. Este movimiento de provincias auspiciado por
los progresistas salva el pronunciamiento de O´Donnell, y la reina se ve forzada a destituir a
Sartorius.
La Junta de Madrid, presidida por San Miguel y convertida en Gobierno provisional, ofrece
a la reina la posibilidad de conservar la Corona destituyendo al Gobierno.
La reina llama entonces a Espartero, quien, previo pacto con O´Donnell, restablece la
Constitución de 1837, sustituye la ley de imprenta de 1845 y pone en vigor nuevamente la
ley municipal de 1823. Asimismo, convoca Cortes generales.
Tras el triunfo de la revolución, Espartero que hace caso omiso de las llamadas de los
demócratas para erigirse como el “Washington español”, lleva a cabo la disolución de las
Juntas. Esta renuncia de Espartero a acaudillar una revolución más profunda significa su
punto de ruptura con los demócratas revolucionarios.
El gobierno presidido por Espartero, con O´Donnell de Ministro de guerra, tenía como
objetivo iniciar un proceso de modernización sobre dos reformas fundamentales: la redacción
de una nueva constitución y un conjunto de medidas económicas.
La Constitución de 1855, denominada “non nata” porque no llegó a entrar en vigor debido
a que la reina se negó a sancionarla, recogía los principios del ideario progresista: soberanía
nacional, limitación de las atribuciones de la Monarquía con el consiguiente reforzamiento de
las Cortes, ampliación de derechos y libertades y tolerancia religiosa, que motivó la
oposición de la Iglesia. Las Cortes continuaron siendo bicamerales, pero congresistas y
senadores serían elegidos por los ciudadanos, incrementándose notablemente el número de
los que tenían derecho a voto.
Las principales reformas económicas profundizaron los cambios introducidos por los
progresistas en los años treinta. Entre ellas destaca la Ley de desamortización general de
Pascual Madoz, que ponía en venta los bienes de propios y comunes municipales, y otra serie
de disposiciones legales que significaban un impulso para la expansión del capitalismo en
España: leyes de ferrocarriles de 1855, de crédito y banca y de sociedades anónimas.
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Los últimos años del reinado (1856-1868): vuelta al
moderantismo y crisis
El bienio se caracterizó por una gran inestabilidad política, asimismo, las revueltas sociales
fueron una constante del periodo. La situación de crisis social provocó la sustitución al frente
del gobierno de Espartero por O´Donnell a mediados de 1856. Su política se encaminó a
restablecer el orden, con una dura represión hacia los movimientos sociales y la disolución de
la Milicia nacional. También frenó las reformas políticas de los progresistas: disolvió las
Cortes, aparcó el proyecto de Constitución y restableció la de 1845. Se llegó de esta manera a
un resultado paradójico, pues el mismo personaje que había iniciado la revolución acababa
con ella, ante el temor de que la radicalización de las masas populares hiciera avanzar la
revolución y acabara por derribar también a la Monarquía.
La vuelta de Narváez (septiembre de 1856) supone, asimismo, una nueva ley de prensa que
prohíbe la crítica a la Corona y al Gobierno. El Gobierno de Narváez dura apenas un año por
su negativa a ascender en la escala militar a un favorito de la reina.
O´Donnell preside el Gobierno más largo de esta etapa moderada al estar al cargo del
Consejo de Ministros desde junio de 1858 hasta marzo de 1863.
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Su deseo de formar un partido que aglutine a lo más moderado del progresismo y lo más
avanzado de los moderados da su fruto con la creación de la Unión Liberal.
El nuevo Gabinete desarrolla su andadura en el marco de un ciclo de crecimiento económico,
que se extiende hasta 1867, en el que se duplica el comercio exterior.
Lo más destacable de la política exterior española de este periodo son las intervenciones que
configuran una política de “grandeza”, al tiempo que estimulan a los sectores económicos
relacionados con las mismas: la expedición a la Conchinchina, Marruecos donde se consiguió
la cesión de los territorios de Ifni y asegurar las plazas de Ceuta y Melilla, Santo Domingo,
México y Perú. Ello no evitaría, sin embargo la caída del gobierno de la Unión Liberal
debido a su desgaste político y a las discrepancias entre O´Donnell y la reina.
Los moderados vuelven al poder en los últimos años del reinado de Isabel II con Narváez a
la cabeza hasta su muerte en 1868. Es entonces cuando se produce la quiebra del sistema
implantado en 1845, provocada tanto por los problemas de funcionamiento analizados
anteriormente, como por el desajuste de un estado incapaz de adaptarse a los cambios
económicos y sociales que se producían en el país; dicho de otra manera, por su incapacidad
para integrar dentro del sistema político a las distintas tendencias políticas y sociales.
Dos acontecimientos anuncian la definitiva crisis política:
 La “matanza de San Daniel” (noche del 10 de abril de 1865)
 Sublevación del cuartel de san Gil, en Madrid (junio de 1866)
Ante una situación política cada vez más deteriorada, la oposición, constituida por
progresistas y demócratas, firma en Ostende, en agosto de 1866, un pacto para el
derrocamiento del régimen, que es ratificado en Bruselas en julio de 1867, y el cual cobra
especial importancia la labor conspiradora del general Prim, que encabeza ahora el
progresismo. Tras la muerte de O´Donnell (1867), los generales de la unión Liberal se
incorporan masivamente a la conspiración antiborbónica.
______________________
(1)
(2)
Constituyen el apoyo armado al absolutismo, generado por los elemntos
conservadores del ejército, frente a la Milicia nacional progresista
Son instituciones legislativas forales que permiten a los territorios
vascos ejercer su autogobierno, con funciones como elegir a las
Diputaciones (órganos ejecutivos) y ejercer competencias en el
juramento de los señoríos o en el nombramiento de los síndicos.
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