Ubico y las mujeres

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Ubico y las mujeres
Reportaje ensayístico
Cuando Jorge Ubico aún no era presidente,
aunque sus ojos ya estuvieran puestos en la
silla, los padres de mi abuela, es decir, mis
bisabuelos, José Rivera y Rebeca Marcus, le
pidieron al General (ciertos lazos de amistad
los unían), que fuera padrino de su último hijo,
Leonel. Ubico aceptó y fue un padrino
generoso. Unos años después José Rivera
murió, dejando a la viuda con cuatro hijos,
todos menores de edad, y sin un centavo. A
Rebeca se le ocurrió, ahora que el padrino de
su hijo más pequeño era Presidente de la
República, visitarlo para pedirle ayuda.
Cometió el error de hacerse acompañar, sí, de
Leonel, el ahijado del presidente, pero
también de su hija mayor, Olga, mi abuela,
que entonces tenía dieciséis años.
Arnoldo Gálvez Suárez
27 06 12
"La diferencia está en que el señor que se
acuesta con todas las mujeres es un señor de
a pie y el otro es un tirano. Este mujeriego, en
una posición de poder, haría lo mismo", afirma
Rodas.
¿Y quién era La Maciste? Sin duda uno de los
personajes más extraños y fascinantes de la
historia de Guatemala.
Durante toda la entrevista, Ubico no apartó los
ojos de mi abuela. Rebeca salió del despacho
con la promesa de una mensualidad. Días
después recibió en su casa la visita de una
mujer por todos conocida, una mujer que
impresionaba por su estatura y su talla,
calzada con botas militares y pistola al cinto.
El Señor Presidente, General Jorge Ubico
Castañeda, la había enviado para hacerle
saber a Rebeca lo siguiente: a él le gustaba
su hija Olguita y quería tener “tratos con ella”,
a cambio se comprometía a resolverle la vida;
sus dos hijos hombres, cuando llegara el
momento, entrarían a la Escuela Politécnica y
a ella no le faltaría nada. Rebeca pidió
audiencia con Ubico y éste la recibió en su
despacho. Rebeca nunca le contó a nadie lo
que le dijo a Ubico, se llevó a la tumba el
secreto de esa conversación. Lo cierto es que
con sus palabras consiguió que Ubico
retrocediera y aquella mujer inmensa, vestida,
según quienes la recuerdan, como para salir
de safari, no volvió a aparecerse por la casa.
Uno crece con ciertas historias que luego
pasan a formar parte del anecdotario
personal. Lo que no siempre se advierte es
que, a veces, tales historias son también
colectivas, que en otras casas, en otros
mediodías dominicales, otras abuelas están
contando historias similares a las nuestras.
Por ejemplo ésta, la mía, contada por mi
abuela materna precisamente así, en mitad de
un almuerzo de domingo.
-Es que La Maciste era la que le conseguía
mujeres a Ubico- decía mi otra abuela, la
paterna, desde el extremo opuesto de la
mesa, mientras dejaba caer una pizca de sal
en su cerveza.
La conseguidora
Estas historias, aún como rumores o como
anécdotas, nos explican lo que en verdad
significa vivir bajo el poder de una tiranía, al
tiempo que hacen la siguiente, necesaria
distinción: una cosa es el terror que el tirano
esparce contra sus opositores porque les
teme, porque los cree capaces de arrebatarle
el poder y otra, muy distinta, es aquel terror
cuyo propósito es satisfacer los caprichos y
deseos del tirano apenas van siendo
concebidos.
Con excepción de El Dictador y yo, de Carlos
Samayoa Chinchilla, en ninguno de los libros
que quieren dar cuenta de los atropellos y
abusos que prodigó a manos llenas el
régimen Ubiquista (Ombres contra hombres,
de Efraín de los Ríos; Leifugados, de Carlos
Alberto Sandoval Vásquez; Ubico, de Rafael
Arévalo Martínez; etcétera), hay siquiera una
línea que ilustre la persecución de que fueron
objeto, según historias como la de mi abuela,
incontables mujeres que padecieron el terrible
signo de gustarle al General. Sus páginas se
centran exclusivamente en la persecución
política.
Lo que hay al respecto son las voces de
algunos guatemaltecos mayores de 70 años,
opiniones cautelosas de historiadores y dos
párrafos de El Dictador y yo, un testimonio de
primera mano sobre la personalidad y las
costumbres de Ubico (Samayoa Chinchilla
pasó de redactar notas oficiales a convertirse
en Secretario Privado de la Presidencia).
Éste es uno de ellos: “en una de las oficinas
de gobierno trabajaba una señorita, llena de
ese algo indefinible que hoy se llama glamour.
El General Ubico la vio y quiso conquistarla
para él. Como de costumbre por medio de un
intermediario le manifestó sus deseos, y luego
le hizo oferta de un automóvil último modelo;
pero ella, no sin cierto temor, rechazó la
proposición. El enamorado, con hábil finta,
hizo como que abandonaba el juego; pero
meses más tarde volvió a él. Era su táctica.
Esta vez ofrecía una casa amueblada o una
pequeña granja. La joven, creyendo que
franqueza y rectitud la salvarían de mayores
acechanzas, repitió su negativa, confesando
que su corazón pertenecía a XX, alto
empleado del gobierno. El General, en vez de
respetar la valerosa actitud, ordenó que se
destituyera inmediatamente al feliz
enamorado, aunque éste era uno de sus más
leales servidores, y alegó, para justificar tal
extremo, que el destituido ‘no era liberal’”.
Tres elementos llaman la atención del relato
anterior: el primero, la omisión de los nombres
de sus protagonistas, el segundo, ese
lenguaje que pareciera querer amortiguar lo
terrible de la historia cuyo final, además, es
francamente superficial (¿qué significó para el
‘feliz amante’ su destitución?, ¿fue un simple
despido al final del cual consiguió otro trabajo
y ya?, ¿se quedó satisfecho Ubico con ello, un
hombre del que sabemos, y esto sí es un
hecho, que mantenía la Penitenciaría Central
rebalsando de opositores?, ¿qué ocurrió con
la glamurosa señorita después de la
destitución del dueño de su corazón?),
finalmente, el tercer elemento es la siguiente
frase: “Como de costumbre por medio de un
intermediario le manifestó sus deseos”. Es
decir, Ubico usaba “intermediarios”, era
su costumbre, él solo no se atrevía a
manifestar sus deseos directamente, lo cual
coincide con quienes lo describen como un
hombre tímido, aunque la palabra es
insuficiente, quizá esquivo o taimado sean
términos más precisos: a nadie veía a los
ojos.
Mi abuela paterna dijo: “es que La Maciste era
la que le conseguía mujeres a Ubico”. ¿Y
quién era La Maciste? Sin duda uno de los
personajes más extraños y fascinantes de la
historia de Guatemala. Una mujer de quien se
sabe muy poco, por lo que aventurar una
biografía es una tarea difícil y, más difícil aún,
es saber si la frase de mi abuela paterna es
cierta. Quienes la recuerdan lo hacen sobre
todo por su aspecto físico, por su estatura y
tallas descomunales, por el hecho de que se
vestía como hombre, porque tuvo un hijo
(Boris Arévalo Quiñonez) pero mantenía
amantes mujeres. “Lo que era en verdad
impresionante era verla”, recuerda el
historiador Jorge Luján Muñoz, autor, entre
otras muchas obras, de la Breve Historia de
Guatemala.
De los pocos textos que dan cuenta de la
existencia de La Maciste, conviene rescatar
tres: una brevísima ficha con erratas, perdida
al interior del Diccionario Histórico Biográfico
(dice, por ejemplo, que murió en 1962 y que
fue ministro de Educación de 1958 a 1963);
un reportaje titulado La Maciste, en la revista
TIME del 5 de mayo de 1944; y otro reportaje,
quizá el documento más completo, titulado
La Máter Dolorosa/La Maciste en el país de
las maravillas/Personajes chapines extraños,
del periodista y escritor guatemalteco Juan
Carlos Lemus, publicado en Revista D, del
diario Prensa Libre. A partir de estos textos es
posible esbozar un principio de biografía:
María Julia Quiñonez Ydígoras nació en
Retalhuleu en 1902. Conoció a Ubico cuando
éste era Jefe Político (hoy sería Gobernador,
pero con el poder que éstos no tienen) del
departamento. Tuvo que enfrentarlo por una
queja que presentó contra ella su abuelo, una
diferencia que al parecer sólo el Jefe Político
podía dirimir. La joven no se arredró, no se
dejó intimidar, y esto le gustó a Ubico. A partir
de entonces Julia Quiñonez, dicen los textos,
se convirtió en ‘su incondicional’.
Fue una de las principales activistas de la
primera campaña presidencial de Ubico y
durante su gobierno fue Jefe de la Dirección
de Compras y Suministros de todas las
dependencias del Estado y Jefe de la
Proveeduría Escolar. La apodaron Maciste por
su tamaño (6 pies 7 pulgadas, casi dos
metros, según el reportaje de la TIME).
Maciste era un personaje del cine italiano de
aventuras, una especie de luchador enorme
de fuerza sobrehumana. Fue además la
compositora de una de las principales
marchas fúnebres del pentagrama cuaresmal
guatemalteco, Mater Dolorosa. Al respecto,
Juan Carlos Lemus opina que “se necesita
dulzura y sustancia eterna para escribir la
Máter Dolorosa”. Quizá. Pero tampoco hay
que olvidar que Hitler era acuarelista y Stalin
poeta.
Hay una anécdota que se refiere a la
personalidad y poder de la Maciste, contada
en el reportaje de TIME y reproducida por
Juan Carlos Lemus: “Una vez golpeó a
Manuel Cubos Batres (sic), quien era apodado
el Reloj, porque solía pedir un minuto de
silencio para protestar por alguna causa
digna. Cuando pidió el minuto de silencio
contra Ubico, la Maciste lo esperó en un
parque, lo puso sobre sus rodillas y le gritó:
“¡Ahora vas a dejar de ser el Reloj!”, dándole
nalgadas y avergonzándolo”.
Nada hasta el momento, sin embargo, que
confirme aquello de que “la Maciste era la que
le conseguía mujeres a Ubico”. Para ello es
necesario volver a la memoria de quienes
vivieron esos años, aunque hayan sido niños:
“La Maciste lo que hacía para Ubico era
conseguirle patojas. Ubico vivía yendo a los
pueblos a hacer giras de trabajo y veía una
patoja que más o menos le gustaba, la
señalaba y entonces se ponían en movimiento
los conseguidores. La Maciste era una de las
conseguidoras de Ubico, le conseguía
mujeres, las conectaba, a base de
ofrecimientos de dinero o de bienes o de
plano intimidándolas, a ellas y a sus familias.
Imagínese el miedo de ser el padre de una
muchacha en la que Ubico había puesto los
ojos”, dice José Roberto Leonardo Sierra,
abogado y aficionado a la historia, y cuya
infancia transcurrió bajo el mandato de Ubico.
También lo afirma la señora María Antonieta
GiniSpillari, de 71 años, que escuchaba estas
historias en boca de su madre. Pero para
afilar su memoria prefiere tomar el teléfono y
llamar a su tío, Mario Escobar Carrera, de 83
años, hijo de Paco Escobar, ‘Su Majestad El
Mono I’, coronado en 1928 como primer rey
feo de Guatemala: “yo no sé casi nada de ella,
sólo que era jodida y que le conseguía
mujeres a Ubico”. Finalmente la periodista,
narradora y poeta, Ana María Rodas,
recuerda: “mire, verla, solamente verla, era ya
como para escribir un libro: alta, gruesa, que
usaba botas de hombre, pistola al cinto. Ella y
Roderico Anzueto (Director General de la
Policía) eran quienes le conseguían mujeres,
pero no vaya a creer que eran los únicos,
serían quizá los que más trabajo tendrían,
muchas personas que querían quedar bien
con él veían si le llevaban a su sobrina, a su
nieta, a su hermana, qué sé yo… esa era una
forma de conseguir algo de Ubico, ofrecerle
una mujer”.
La Maciste desaparece de la vida pública
durante los diez años de la Revolución de
Octubre. Según la ficha del Diccionario
Histórico Biográfico, el 20 de octubre de 1944
su casa es saqueada y, días después, sus
bienes congelados. Resurge durante el
gobierno de su ¿primo?, el general Miguel
Ydígoras Fuentes, quien la nombra, primero,
Ministro de Educación y, después, Secretario
Privado de la Presidencia. Para entonces ya
se viste y se peina del todo como un hombre,
“tiene su señora que la acompaña a eventos
sociales”, afirma José Roberto Leonardo
Sierra, que la conoció. Y entonces uno
necesariamente se pregunta, en un país
altamente conservador, en el que había
triunfado recientemente el anticomunismo
católico, ¿cómo era posible que un personaje
como ella entrara y saliera de la historia como
cuchillo en mantequilla y llegara, incluso, a
ocupar cargos públicos de tanta importancia?
El historiador Jorge Luján Muñoz responde:
“La Maciste no llegó a tomar posesión porque
se armó un desorden, huelgas, el magisterio
en contra, por su condición sexual. Imagínese,
era el año 1958, cómo iban a permitir que
fuera ministra una mujer que mantenía
amantes mujeres y se vestía de hombre”. En
todo caso, habiendo o no asumido
oficialmente, desempeñó el cargo y, cuando
murió, el 13 de noviembre de 1962, era la
Secretaria Privada de la Presidencia. Al
consultar las ediciones de los diarios La Hora,
Prensa Libre y el Imparcial, de los días 14 y
15 de ese mes en ese año, uno se encuentra
con que, no sólo el sepelio fue un evento
masivo, sino que todas las necrológicas se
dedican a honrar con elogios su memoria, hay
incluso una, en La Hora, firmada por su
fundador y director, a pesar de haber sido él
mismo una víctima de la dictadura ubiquista y
líder de la Revolución de Octubre. Hay otra
más, en Prensa Libre, titulada Julia Quiñonez
por la senda de los Justos, que dice: “¿Que
pecó? ¿Quién no peca en esta migración de
la vida hacia la muerte? Hasta los santos
pecaron para luego colmar su existencia con
actos de bondad y bienaventuranza”.
Yo no sé si doña Julia colmó su existencia de
bienaventuranzas. Tampoco sé a qué
pecados se refiere su apologista. De modo
que podemos creer en las palabras de
quienes aseguran que una de sus
responsabilidades durante el gobierno de
Ubico fue conseguirle mujeres. O repetir las
palabras del Cronista de la Ciudad de
Guatemala y Director del Museo Nacional de
Historia, Miguel Álvarez Arévalo: “Yo media
vez no tenga información que me acerque a
decir que ella era conseguidora no lo puedo
afirmar. Aparte es el decir público, el rumor o
la bola. De la misma manera se dice que ella
era también oreja”. Y Luján Muñoz agrega:
“¿Que ella era la conseguidora? Eso son
rumores, es evidente que de eso no han
quedado documentos, son habladas sin
pruebas”.
Habladas o no, podemos dejar consignadas
dos afirmaciones que sí pertenecen al ámbito
de los hechos. La primera: Julia Quiñonez,
durante el gobierno de Ubico, detentaba
importantes cuotas de poder. De otra manera
no se explica por qué la Revolución ‘saqueó
su casa y congeló sus bienes’. Esto último es
fácilmente comprobable en las ediciones de
los días posteriores al 20 de Octubre de 1944
de El Diario de Centroamérica, en donde se
publicaron las listas de aquellos funcionarios y
allegados al régimen a quienes se les había
congelado bienes. La lista no es grande.
Apenas unos 20 o 30 nombres, gente como
Marta Lainfiesta Dorión (la esposa de Ubico) o
Roderico Anzueto (el Director General de la
Policía) o María Julia Quiñonez Ydígoras, La
Maciste. La segunda: que pruebas, lo que se
entiende positivamente como pruebas, no hay
sobre La Maciste como conseguidora, ni
sobre esa práctica, ni sobre el gusto de Ubico
por las mujeres jóvenes y las tácticas que
utilizaba para hacerse con ellas (la única
excepción es el libro de Samayoa Chinchilla).
Y la pregunta es ¿por qué?
Las mujeres de Ubico
“En el último decenario de su existencia las
amantes fueron numerosas y de toda
categoría social. Por los pueblos, a salto de
mata, escogía a las doncellas más agraciadas
y las obligaba a ingresar en sus gineceos.
Con instinto burgués y ostentativo ‘les ponía
casa’ en la capital para tenerlas ‘a mano’, y
las hacía vigilar estrechamente pues sus celos
eran casi mórbidos. Para economizar fondos
en los gastos de sostenimiento, les concedía
benévolamente empleo en las oficinas de
gobierno o las hacía contraer matrimonio para
salvar responsabilidades o contratiempos.
Tantas fueron ellas, que un día vapulearon a
un despreocupado chofer, por haberse
equivocado en el desempeño de una
comisión: en vez de la señorita N, había ido
con su vehículo por la señorita X del
abecedario amoroso del señor presidente”,
escribe Samayoa Chinchilla y don Mario
Escobar lo confirma: “a las mujeres después
las casaba, les conseguía marido y los
obligaba a casarse. No las dejaba así nomás”.
El columnista Jorge Palmieri, en un artículo
conmemorativo del 20 de octubre publicado
en su página web, se adentra un poco más en
el tema: “fue bien sabido que cuando a él le
gustaba mucho alguna mujer, se las arreglaba
de cualquier forma para hacerla llegar a su
despacho y ellas sabían lo peligroso que era
no aceptar sus acechanzas, Y si la mujer era
casada, enviaba al marido al extranjero con
una supuesta “misión confidencial” pero no se
le otorgaba visa de regreso a Guatemala sino
hasta después de que él había saciado su
apetito sexual. Un caso concreto de esto fue
el de un abogado que con el tiempo llegó a
ser muy destacado, a quien envió con una
“comisión oficial” a San Francisco, California,
pero lo mantuvo allá, sin otorgarle la visa
indispensable para poder regresar al país,
hasta que hubo seducido a su esposa que era
una bella dama de la alta sociedad a quien le
instaló una floristería enfrente de Casa
Presidencial para mantenerla vigilada y a
mano. Y al esposo solamente le permitió
regresar a Guatemala cuando ya no había
ninguna posibilidad de que se pudiese
producir una reconciliación matrimonial”.
Con cautela y rigor, porque, insiste, una cosa
son los hechos y otra el decir popular, Álvarez
Arévalo, el director del Museo de Historia,
cuenta que “se habla —se habla—, que
cuando Ubico iba algún pueblo, iba la
avanzada, que miraban los libros de cuentas y
buscaban a las patojas bonitas. Iban a ver que
estuviera todo en orden y, a la vez, para
quedar bien con él, a buscarle la más bonita”.
Sobre la sexualidad de Ubico, hay algunos
datos que pueden ilustrar su condición de
‘empedernido mujeriego’, como lo llama
Palmieri. Kenneth J. Grieb, por ejemplo, en su
libro Guatemalan Caudillo, dice que Ubico no
podía tener hijos debido a que había perdido
un testículo en un accidente de equitación.
Según Grieb, el ser estéril le significó un
problema en relación a su capacidad para
demostrar su hombría. Quizá entonces ese
afán por demostrarla devino en obsesión. “Yo
no puedo tener hijos pero todas las noches
trato”, le escuchó decir una vez Samayoa
Chinchilla.
El miedo. El silencio de las víctimas.
Uno quisiera encontrar más documentos, una
página, un párrafo más, pero no queda nada,
tan solo testimonios. Como el que cuenta
María Antonieta GiniSpillari, cuya abuela, Pía
Riepelle de Spillari, inmigrante italiana, le
vendía a Ubico pastas que ella misma hacía.
Cada cierto tiempo, acompañada por sus
hijas, iba a casa presidencial a entregar los
pedidos que le hacía el General. Hasta que se
enteró, como siempre por medio de
intermediarios, que éste estaba interesado en
sus hijas. La familia entera, horrorizada, se las
arregló para ocultarse en Quetzaltenango.
La historia de Ana María Rodas es menos
feliz: “Durante la dictadura de Ubico mi madre
no salía a la calle. Vivíamos en la novena
avenida y cuando raramente salía, lo hacía
escoltada por mi abuelo y mi tío, tapada con
un sombrero inmenso, porque Ubico veía una
mujer que le parecía bonita y hasta que no se
armaba de ella no se quedaba satisfecho.
Frente a la casa donde vivieron mis padres
cuando yo tenía un año, vivía una familia cuyo
nombre prefiero omitir. A Ubico le gustó una
de las mujeres jóvenes de esta familia. La
familia se opuso con todas las fuerzas,
entonces metieron al papá al bote, a los
hermanos al bote, y la pobre muchacha, que
no tenía siquiera veinte años, tuvo que
sacrificarse y acostarse con el viejo para que
los liberaran. Y Ubico, en premio, al hermano
menor lo ayudó a entrar a la Politécnica. Y
entonces mi mamá se escondió por miedo.
Salía casi como un murciélago, en la noche,
durante 14 años. Yo le puedo contar eso
porque mi madre vivió todas las penas de esa
familia. ¿Usted se imagina lo que es que una
muchacha de catorce, quince años, tenga que
irse a acostar con un viejo espantoso que no
conoce, y que lo hace para poder sacar a su
padre y a sus hermanos de la cárcel?”.
Hay una curiosa característica común en
todos estos testimonios (con excepción del de
mi abuela y, parcialmente, del de María
Antonieta Gini): los nombres de los
protagonistas han sido omitidos. Al parecer,
70 años (68 desde la caída del régimen), no
son suficientes para aliviar el dolor y la
vergüenza. Incluso es probable que si la
historia de mi abuela hubiese tenido un
desenlace como el de la que narra Ana María
Rodas, yo también me habría callado los
nombres. Ante lo cual es inevitable
preguntarse si es posible, al fin, trasladar
estas historias del dicen que y cuentan que al
ámbito de los hechos. Jorge Luján es claro al
respecto: “no es raro que no hayan quedado
registros porque es un tema muy delicado y
las personas supuestamente afectadas no
tienen al parecer ningún interés en dejar
constancia de eso. Solo las víctimas políticas
del régimen hablaron, y sobre eso sí hay
suficiente documentación”, la mayoría de las
cuales, por cierto, agrego, eran hombres y sus
sufrimientos nada tuvieron de vergonzoso y sí
mucho de heroico ante los ojos de la sociedad
y de la historia.
Y a los demás entrevistados les pregunto
entonces: ¿les sorprende que sea tan difícil
encontrar información sobre una práctica que
dejó tantas víctimas, que destruyó tantas
vidas aunque esa destrucción no condujera
necesariamente a la desaparición física?
“Por supuesto que no está registrada la
práctica de Ubico de conseguir mujeres a
través del miedo. Yo soy de Cobán y allá
consiguió dos o tres. Eso era común, lo
hacían los jefes políticos que no tenían gran
jerarquía. Y aunque es de gran significado
social eso que lo estuvieran jodiendo a uno
por sus hijas o sus esposas, dígame usted,
¿quién se va a prestar a decir: a mí me llevó
Ubico a la fuerza?”, responde en la sala de su
casa José Roberto Leonardo Sierra. Y Miguel
Álvarez Arévalo comenta: “yo he leído tanto
sobre Ubico y todo es sobre la persecución de
los estudiantes, la persecución de los obreros,
la persecución de los pensadores, de la
prensa. Pero nunca se entra en eso. Tampoco
se ha dicho que hayan matado a nadie por
oponerse al amorío. Y es que en esa época
aquello no era visto como un crimen”.
El historiador Jorge Arriaga, de la Universidad
de San Carlos, le adjudica al miedo la falta de
información: “es un mecanismo de las
dictaduras, que permanece aunque éstas
caigan” y por eso no le sorprende el silencio
que existe en torno al tema, mientras que el
historiador José Cal, de la Universidad Rafael
Landívar, agrega que la historia guatemalteca
de la primera mitad del siglo XX permanece
inexplorada, a pesar de la amplia bibliografía
que existe sobre el gobierno de Jorge Ubico,
hay importantes vacíos. Y no le sorprende la
falta de información porque, además, “hay un
gran silencio acerca de la historia de las
mujeres, el papel de las mujeres, no hemos
profundizado en aspectos como ése”.
No es sino hasta ahora que son escándalos
los comportamientos delincuentes de hombres
poderosos del mundo, como las orgías del
magnate y ex jefe de gobierno italiano Silvio
Berlusconi con menores de edad, los
abusos del millonario francés Dominique
Strauss, ex jefe del Fondo Monetario
Internacional y ex líder del partido socialista, o
las violaciones y esclavas sexuales, muy al
estilo de historias de dictadores, que realizaba
el revolucionario jefe de Estado libio, Muamar
Gaddafi. Historias que, como en el caso de
Jorge Ubico (1930-1944) permanecen ocultas
hasta 66 años después.
-Pero si las mujeres no valíamos un centavo.
Las mujeres, el descanso del guerrero, ¿no es
cierto?- es la respuesta de Ana María Rodas.
-Pero algo habrán valido, aunque fuera para
sus papás, que cuando cayó el régimen
pudieron haber contribuido a que se conociera
esa parte oculta de la tiranía, mientras el resto
se ocupaba de la persecución política. ¿Por
qué no lo hicieron?
-Las tiranías nos acostumbraron a hablar
bajito o de plano a no decir nada, además,
¿nunca ha oído usted esa cosa de un hijo que
diga, porque el padre se coge a media
Guatemala, mi padre es re cabrón?
-Pero hay una diferencia entre un mujeriego
común y un tirano, que para satisfacer sus
deseos pone en marcha una maquinaria
intimidatoria y represiva.
-La diferencia está en que el señor que se
acuesta con todas las mujeres es un señor de
a pie y el otro es un tirano. Este mujeriego, en
una posición de poder, haría lo mismo- afirma
Rodas.
-¿Se sorprende por la falta de información?
-No, en lo más mínimo. Yo sabía que Ubico
andaba detrás de las mujeres por el caso
enfrente de la casa, porque mi mamá no salía
de la casa, y eso era real, palpable. Anita no
sale, porque si la ve Ubico, Dios nos guarde.
Y cuando haya alguien con un gran sentido de
ética y quiera hacer alguna investigación,
¿qué va a investigar?, ¿quién va a querer
decir algo?, si yo misma le estoy pidiendo que
no mencione el nombre de la familia que le
conté.
(Un comentario ante el cual uno no puede
dejar de admirar el valor de las mujeres que
en Guatemala dieron su testimonio sobre los
horrores acontecidos durante el conflicto
armado interno.)
-Que ahora haya mujeres que abran la boca,
eso es milagroso, algo hemos cambiado,
concluye Rodas.
Quizá sea cierto que la primera mitad del siglo
XX permanezca inexplorada, sobre todo en
aspectos de la vida cotidiana o esa parte
misógina de la personalidad de quien es
considerado el gran dictador del siglo XX para
una parte de la derecha guatemalteca. Con
todo y esta brutal práctica de conseguir
mujeres a la fuerza utilizando para ello, según
los testimonios de los aquí entrevistados, a
una mujer quien, a pesar de todo lo que su
persona significa (su sola apariencia y
preferencias sexuales en medio de una
sociedad intolerante y conservadora son
suficientes para llamar la atención de
cualquiera), ha pasado desapercibida ante los
ojos del registro histórico.
Que no haya mayor información, que nadie se
haya ocupado de documentar esta
característica de la tiranía de Ubico, a mí
tampoco me sorprende. Es este un país en
donde la primera línea de víctimas está
formada por mujeres (¿quién sabe?, quizá
hasta la propia Julia Quiñonez era una de
ellas, víctima en el mejor de los casos, como
dice Juan Carlos Lemus, de “un país de gente
burlona, bajita y machista”), en donde más del
90 por ciento de los asesinatos quedan en la
impunidad, y cuando las víctimas son
mujeres, el número asciende.
Un país cuyo Instituto Nacional de Ciencias
Forenses reportó en apenas cuatro años (de
2008 a la fecha) más de 15 mil violaciones
sexuales a mujeres (y que quede claro que
ese número responde sólo a aquellos casos
en los que hubo una denuncia y el hecho se
pudo comprobar, en el silencio y la oscuridad
quedan muchos otros, quizá sobre todo los
que ocurren al interior de la intimidad familiar)
y en donde, para evitar ser víctimas, el
Ministerio de Gobernación les recomienda a
las mujeres no salir después de las ocho de la
noche. Un país que intenta enseñar a las
mujeres a evitar ser violadas en vez de
enseñar a los hombres a no violar. ¿Que si
algo hemos cambiado? Seguro que sí, no es
cierto que todo tiempo pasado fue mejor, hoy
al menos se han tipificado como crímenes
prácticas que antes eran objeto de
celebración. Hoy al menos podemos contar
estas historias, escandalizarnos y bajar del
pedestal a tiranos violadores.
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