Veritas Fantástica: El Bastardo y la Medusa Por: Paul Andreas Wunderlich This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re-sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each recipient. If you’re reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then please return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the hard work of this author. Your support and respect for the property of this author is appreciated. This book is a work of fiction and any resemblance to persons, living or dead, or places, events or locales is purely coincidental. The characters are productions of the author’s imagination and used fictitiously. Derechos de Autor © 2012 por Pablo Andrés Wunderlich Todos los derechos reservados. Esta obra es una de ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia. Cualquier semejanza con gente actual, viva o muerta, eventos o lugares es completamente derivado de una coincidencia. 2012 Pablo Andrés Wunderlich Arte de carátula por Veritas Fantástica Contacto al Autor: Email: [email protected] Sígame en Facebook para enterarse de publicaciones gratuitas y demás material: Paul Andreas Wunderlich Página principal, dónde podrá encontrar poesía, noticas, y demás material adicional: www.paulandreaswunderlich.tumblr.com Twitter: paulwunderlich Material para descargar gratuitamente: Fortaleza del Mago, Existencialismus. Índice Veritas Fantástica Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Nota del Autor al Lector Material Gratuito y Descargas Gratuitas Primer Capítulo de “El Lóbrego Pastor” Poema ejemplar: Memorias en Purpúreas Malvas Veritas Fantástica Bienvenido sea a serie “Veritas Fantástica”. Bajo este nombre encontrará a una multitud de publicaciones, siendo ésta la primera. Podrá encontrar bajo “Veritas Fantástica”, a varios títulos, que en su mayor parte, con como este recuento: Fantasía, Ciencia Ficción, o una combinación desigual de ambas. Le contaré por qué surgió esta serie: Entre mis creaciones literarias ya existen 2 series importantes, que son secuenciales: El Soliloquio de una Flama Creciente, y El Agüero de Venenum Vindicta (próximamente en Amazon) Veritas fantástica surgió, ya que, existe entre mis creaciones una gama de historias que no pueden ser clasificadas en ninguna de las dos series arriba mencionadas. Es por eso que surgió el nombre. Veritas Fantástica significa algo muy específico. Espero que las obras bajo este título le hagan saber su significado. Otra particularidad de la serie “Veritas Fantástica”, es que varios de las creaciones bajo esta serie, como ésta, podrán ser adquiridas de dos maneras: La puede descargar gratuitamente, o La puede comprar a 0.99$ en Amazon. Usted elije, últimamente. Si goza leer en inglés, me gustaría informarle que bajo el título “Veritas Fantástica”, también estaré publicando en ese idioma. Podrá estar al tanto siguiéndome en Facebook, o en alguno de mis blogs. Disfrute el relato de “El Bastardo y la Medusa”. Capítulo 1 Érase una vez en una tierra distante y extraña, que un Bastardo caminaba, deambulando, perdido sin auxilio y sin amparo. Su nombre nadie lo recordaba, ni él mismo, pues ya nadie deseaba saber de aquél, más que si iba a morir o no, y con respecto a lo previo, y de mayor importancia: cuándo moriría y quién sería el traedor de su muerte. La muerte del Bastardo era importante para todos, ya que él llevaba dentro de sí, a la clave para abrir el portal a otros mundos. Cuando muriera el Bastardo, hombres de reputación benigna o maligna, inclusive un supuesto Nigromante y varios reyes metidos en la ecuación, podrían ganar el acceso a otros mundos, para hacer allí de sus fechorías; fechorías mal paridas que solo ellos sabrían de su origen y penumbra. De mala gana la brigada de hombres malvados y un posible Nigromante le seguían cada paso al Bastardo, esperando a que la muerte le llegase de una vez por todas, por cual fuere que fuese el método de su muerte; a ellos igual les daría, con tal de que fuesen ellos quienes se llevaran el tesoro, aquel que alberga en su corazón. Pero el Bastardo tenía una peculiaridad, entre tantas: Era hijo de un Nigromante él mismo, y sabía una que otra conjetura para preservar a su carne, aunque fuese un mortal condenado a pudrirse bajo el suelo. Así pues, había logrado sobrevivir por varios siglos, sin embargo el cansancio de ser perseguido a diario le provocaba ardoroso tedio. El Bastardo ojeaba de vez en cuando a sus espaldas, sabiendo que muchos parásitos le han seguido tras las décadas en busca de su muerte; en esta ocasión le seguía la presente brigada, pero en pasadas veces muchos más hombres de mala reputación habían intentado derribarle. Entre ellos recordaba a varios reyes que les habían enviado a enteros ejércitos, y poblados enteros que intentaron apedrearlo. Gente que no estaba interesado en su muerte por beneficio de lo que de aquella derivarían, le odiaban por haber desbalanceado al mundo entero con su presencia. El Bastardo había perdido toda ilusión en la vida. Fuese a donde fuere, le exiliaban por raro, o quizá por ser un Bastardo, meramente. Dada a la negligencia que muchos le tenían, es que decidió salir en búsqueda de verdades ocultas por el mundo, claro, eso fue hace más de un siglo. Viajó desde esquina a esquina, y aun así no lograba hallar aquella cosa que tanto rebuscaba. El problema es que ni él sabía lo que buscaba; seguramente era algo valioso, para él al menos, algo que le daría reposo existencial. ¿Qué sería? Se preguntaba el Bastardo día a día, sin obtener mayor información satisfactoria de su silente alma. Lo más que encontraba era a hombres desagradables que deseaban asesinarle, con fines de partirle el tórax, y posteriormente a eso, extirparle el corazón, donde la clave para abrir el portal a otros mundos yacía. El Bastardo había atravesado el mundo entero, en busca de refugio alguno. Pero refugio no había encontrado, sino meramente a la hostilidad que muchos le tenían. Se recordó de los gritos que la multitud le ha hecho a través de las décadas, "¡Ándate Bastardo, aquí no tienes lugar; eres una cucaracha bien parida pero de mal sabor!" "¡Bastardo, bien que llevas a tu nombre: bajo tus pies, desgraciado! ¡Por eso nadie te recuerda, y nadie te recordará! ¡Púdrete bajo la mugre de las serpientes!" "¡Maldito asesino de sueños! ¡Privador de las cascadas solitarias! ¡Has cosechado el fruto del egoísmo, y ahora tus frutos están podridos, y por ende nadie los podrá gozar! ¡El infierno te espera con reverencia, porque el más allá no te responderá el llamado de clemencia!" El Bastardo continuaba caminando por el mundo, siempre en busca de aunque sea un buen amigo, ya que buenos amigos jamás había encontrado. Por las ciudades de hombres ya no podría cursar, por lo cual ahora ambulaba por los trechos de la naturaleza. Esta vez se vio adentrándose entre un bosque denso y dinámico. Dinámico, porque allí los árboles se movían; no digo de lado a lado como por el viento, sino realmente, con pies y piernas; y caminaban por doquier como otros seres lo harían. Los árboles se estremecieron al ver al Bastardo entrar al bosque, y algunos le dieron la espalda y le privaron de su sombra. Sin embargo, otros, la minoría diría yo, le otorgaron sus brazos largos y frondosos, para que pudiese descansar. Esa noche los árboles amigos le extendieron una rama, y uno de ellos le dijo, "Habéis venido de largo el trecho, a aterrizar en una desolación promulgada por tu propia mano. Dime, que habéis hecho, y te diré yo, quizá, algunas cosas de interés. No os preocupéis, sé que llevas entre ti a la clave para abrir el portal a otros mundos. Eso ya todo el mundo lo sabe. Pero eso no queremos nosotros, los que somos árboles, de hoja verde y café. Nosotros vivimos felices con la tierra y con el agua, con el viento y con las aves, con nuestro fruto y con el ver su desarrollo. Vosotros, los humanos, parecéis albergar otro destino." El Bastardo perdió la vista entre el muriente sol del horizonte, donde lentamente los pulsos de su fugaz luz se evaporaban por vías poco destinadas de gloria. El Bastardo observó al último fragmento de luz desaparecer, en sus ojos se hizo evidente un dolor abismático, entrelazado potencialmente con otros dolores de profundidad similar. El Bastardo prosiguió a contar su historia, sin embargo lo hizo sin algún ánimo, ya que no era la primera vez que recontaba aquella historia, sino la infinitésima, "Hace mucho tiempo, doscientos años quizá, o más, no recuerdo bien, mi padre encontró bajo la tierra, persiguiendo los senderos de una caverna, a una palabra solidificada en una llave de color cobre. Sin embargo, aunque de color cobre la era, aquél mineral no le pertenecía a su estructura, sino al contrario, un material raro y apreciado llamado "phantom slice", dado al hecho que es pedazo de espíritu alguno que quedó solidificado tras el tiempo. Mi padre siempre dijo que era el espíritu de algún poderoso dragón del viejo antaño. Reconozco que, el decir que se trata de una palabra solidificada es extraño, sin embargo no debería de extrañarte tanto, porque las palabras pronto se solidifican en el alma de los seres que las comprenden, porque palabras pasan a ser el motor del pensamiento, el pensamiento el motor de la razón, el razonar el motor de la acción, y la acción el motor del destino." El Bastardo respiró profundamente e hizo ademán de vomitar, pero continuó con tesón, pese a la náusea que recontar su historia le estaba provocando, "Fue entonces que mi padre, cuyo nombre he destruido por seguridad, antes de morir me dio la llave misma para que la guardase de la posesión de malhechores. Pensarías que me la dio, así como tú me darías una de tus hojas. Sin embargo, no lo fue así. Él me la ensartó en el corazón, una noche que me embriagó, y con un cuchillo me partió el tórax en dos, y me enseñó las palabras del hechizo, que traerían a la llave de vuelta al mundo, en caso que yo la quisiese usar. Esas palabras las he olvidado, deliberadamente, ya que no tengo, y nunca tuve, intención alguna de utilizarlas. Mi padre luego me entrenó con los saberes de la nigromancia, y se despidió. Enfrente de mí se suicidó, a sabiendas que él había errado en vida, y que jamás podría recuperar a su honor. Creo que al final, la visión de la palabra solidificada le trajo pesimistas recuerdos de un pasado tortuoso, y es por eso que decidió terminar con su vida." El Bastardo escupió algo que había logrado escalar por su esófago, y continuó, "Desde entonces he viajado por el mundo, en busca de un lugar seguro para poder realmente reposar. Llevo casi mi vida entera huyendo de las masas, que han intentado poseer la clave que llevo por dentro. Si no fuese por la nigromancia, no les hubiese podido evitar, ya que entre veces, me he visto en la necesidad de forjar encantaciones malignas, con tal de mantenerles lejos de mí. Desafortunadamente, algunos mueren en el proceso. Pese a mi nigromancia, los hombres aún se me acercan, con fines de poseer a la clave que llevo por dentro." El árbol le vio por momentos prolongados, y el silencio se instaló con efectividad. Sin embargo, el silencio no les fue del todo desagradable, ya que ambos estaban acostumbrados a la soledad. De ellos, uno estaba acostumbrado a ella, porque así es su naturaleza; y el otro, por actos de su destino la había aprendido a amar, ya que no le quedaba de otra más que buscar a la soledad para sobrevivir. Ya podrá comprender usted, quién es quién sin mención de su nombre. El árbol interrumpió el silencio, estirando a sus ramas frondosas con sabroso el intento. Luego de un excelente bostezo, resumió su parlar, "Esa es una historia mera inusual. Aparentemente, esa llave que llevas por dentro, alberga propiedades de alto lujo, pues al parecer te desean matar para poseerla, matar cualquiera que sea la manera. ¿Sabéis de qué trata lo que lleváis por dentro?" El Bastardo volteó a ver al árbol, y le repuso, "Sí, lo sé. Pero antes, dime, ¿por qué me tratas de vosotros? ¿Si soy meramente un hombre?" El árbol astuto le respondió, "La razón es que llevas entre ti a dos seres, o al menos eso es lo que siento. No me importa mucho qué es lo que veo. Los ojos por eones han engañado a los seres vivos de este planeta, quienes se fían demasiado en los poderes de la vista, realizando a tarde la hora que la vista es traicionera, ya que depende de algo variable, tal como lo es la luz del día. Si la verdad para aquellos entra por los ojos, entonces la verdad que realizan es variable; y eso en su esencia es una contradicción, ya que verdades son absolutas, y no volátiles. Es así entonces que siento en ti a dos seres, y no uno, pese a que uno es lo que veo." El Bastardo sopesó lo dicho, y respondió con un bostezo, "Le has pegado justamente a mi realidad. Es cierto, soy dos seres en uno, pero no porque poseo a más almas que la propia, sino por la presencia de la llave, hecha del espíritu de un ser arcaico." En ese momento el Bastardo realizó que la llave estaba hecha de "phantom slice", y supuso que aquél pedazo de espíritu es lo que emanaba la presencia de otro ser dentro de sí. El Bastardo sonrió débilmente, y continuó la explicación de qué es lo que conocía de la llave que llevaba por dentro: "La llave que llevo por dentro del corazón, es la clave al portal que da paso a otros mundos. Muchos hombres han ido en busca de ella, para obtener acceso a esos otros mundos, pero yo les he privado de obtenerla, ya que fechorías es lo que harían en esas otras tierras. Ciertamente deben de matarme para lograrlo, pero eso les costará más que la vida misma." El árbol respiró profundamente, con su boca succionó una magnánima bocanada de aire. Parecía estar absorbiendo la información dicha, y refrescando al mismo tiempo su mente, quizá por la historia tan inusual recontada. Luego de unos segundos acontecidos, el árbol amplificó su interés por el Bastardo, y repuso, "Eres un Nigromante, y tú mismo lo has dicho. ¿No se supone que un Nigromante hace fechorías?" El Bastardo emitió una leve risa desafiante, como si hubiese sido insultado por su remarca, y prosiguió a responder, "Es cierto que voy por el título de Nigromante, pero no por la esencia que llevo, sino por la profesión que ejerzo, y por los hechizos que logro forjar. Meramente, por eso y nada más. Soy de virtudes y de excelente moralidad, no me tientan las puertas negras de la brutalidad de encantar cosas salvajes y de mala muerte. Utilizo a mis poderes únicamente cuando necesario, y te digo, eso es rara vez. Y te pido, de inmediato, que no me trates de vosotros, sino de tú, únicamente. Sé por qué lo haces, sin embargo, me molesta: ya me siento un alienígena suficiente con ser detestado por todo hombre de este mundo." El árbol le contestó, mero apenado, "Así será, amigo mío. Pues bien, comprendo la pesadez que llevas por dentro. No quisiera estar en tus pies. Aunque puedo ayudarte en tú búsqueda por algún hogar, si es que te parece que lo haga por ti. Debo de solventar mi descortesía, y presentarme de una vez: mi nombre es Ramagarza, ya que antes vivía por el mar, y las garzas solían dormitar sobre mis ramas. Ahora son palomas o gorriones los que reposan en la mía madera, y es aquí mismo donde hacen sus nidos. Me gozo mucho el ver como resplandece su vida; me gusta verles florecer. La vida alrededor de mi es favorecida, ya puedes ver qué bendición es esa, la de ser el promotor de la vida." El Bastardo respondió, con amarga la lengua por la congoja de la realidad, "Conmigo nadie puede venir. Estoy condenado a viajar solo este mundo. Si vienes conmigo te odiarán, así como a mí me odian. Ya ves, antes tenía nombre, pero ellos lo han quemado. Me han nombrado el Bastardo, meramente, por ser hijo de un Nigromante que se mató frente a mis ojos, y de una madre de reputación desconocida que murió de lepra. Me han privado de honra y de todo lo que podría ser salvaguardadle en esta vida, sólo por llevar algo que les da miedo, o algo que les podría dar acceso a una gran vida." El árbol se sintió terrible al escuchar esto, y supo que sería desagradable ser odiado por el mundo de los hombres. Seguro que ellos vendrían a por él con hachas en mano, o fuegos en antorchas. Por segundos el árbol llamado Ramagarza se puso en los pies del Bastardo, y sintió a un fuego potente dentro de sí surgir, fuego del sentimiento provocado al intentar sentir lo que el Bastardo probablemente sentiría. Ramagarza le dijo, luego de analizar el dolor provocado por la empatía que le tuvo al Bastardo, "Lamento mucho tu fortuna, y comprendo por qué huyes. Pero debes de comprender, que hay aún esperanza para ti. Hay refugio para todo aquél que huye, en diversas partes del mundo. El refugio para ti, es uno desamparado, ya que allí vive una Medusa, una que te convertirá en piedra si no la sabes tratar bien. Ella asesina a todo aquél de falsedad, pero bien que acepta a todo aquél que es de verdadero corazón. Así es que te digo, que podrías ir a con ella, quién seguramente podría sostener tu maldición. Ella vive allá, por la montaña amortajada en dos, que todos los de este mundo conocemos como "El Genocidio", por las cosas que allá arriba han acontecido. Hay una caverna gigantesca, la única visible, que es donde alguna vez fue el gigante cráter del muerto volcán, ahora hecha montaña por el tiempo." El Bastardo guardó al árbol por un buen tiempo, y luego le preguntó, escéptico, “¿Cómo es que sabes que allá arriba vive la susodicha, y a eso, cómo sabes que vive entre una caverna? ¿Acaso has viajado por esas partes del mundo?” Ramagarza se rió con mucha luz entre su espíritu, y respondió con una sonrisa desanimada, “Hace mucho tiempo que la Medusa solía viajar por la tierra, como tú, en busca de refugio. Ella también huía de todo hombre, porque deseaban algo de ella, no recuerdo qué, exactamente. Esa historia seguramente te la podrá contar ella, si es que saber cómo abordarla en conversación sin que te convierta en piedra.” El Bastardo sopesó lo dicho por un buen momento, el cavilo invadió su mente con sofística la manera, y consideró que definitivamente él y la Medusa compartían destino similar. Quizá si es con ella con quien debía refugiarse. El Bastardo emergió del cavilo sin algún efecto inoportuno de su veneno, y dijo luego de unos segundos de considerar su siguientes palabras, “Hablas cosas sabias, Ramagarza. Gracias por compartirme tus conocimientos sobre el mundo.” Ramagarza le repuso doblándose por la mitad, un ademán considerado de alta reverencia, “Es un gusto compartir con aquellos que lo necesitan. Podrás ser un Bastardo para todos, pero para mí, serás un amigo.” El Bastardo se puso de pie, y le repuso al árbol, "Gracias por la buena y larga conversación, Ramagarza. Me la he gozado como nunca antes, ya que llevo eones sin una buena plática. Es raro estos días encontrar con quien hablar de tales profundidades. Los hombres estos días evaden saber de sí, mucho peor saber sobre otros seres. Iré en busca de la Medusa, ya veremos qué fortuna me podrá traer, o si será la traedora de mi muerte, estará por verse." Ramagarza se despidió con gran tristeza, ya que le provocó lástima ver al Bastardo y a su fortuna desdichada. Supo que no sería fácil ser el portador de algo tan preciado por serse de alta destrucción, quienes no descansarían jamás, si no es que hasta obtenerlo y causar con ello calamidad. Es así entonces que el árbol llamado Ramagarza despidió al Bastardo, viéndole mientras lentamente se largaba entre el bosque frondoso, donde muchos otros árboles le escrutarían su paso con un ojos desdeñoso. Capítulo 2 El Bastardo no tardó en adentrarse entre el bosque, profundizando más y más entre la vasta soledad que aquél le ofrecía. Sin embargo, no notó aquél que solitario no lo estaba, ya que varios hombres se habían reunido detrás de él, sumándose a la ya existente brigada y al Nigromante que aquella llevaba. Los hombres que tras él se habían reunido, incluían a un numeroso ejército de un pequeño reino, llamado Cabragar, ya que la mayoría de los hombres vivientes en aquél imperio consistía de cabrones, y no digo de los que parecen ser cabros (hombres que parecen cabros los existen en el mundo, pero ellos no entran en juego en este recuento), sino del tipo de hombre que siempre trata de salirse con las suyas, sin importarle a cuántos de los suyos pudiese traicionar. Es por eso que el imperio para siempre permanecería pequeño, dado al hecho que tantas traiciones allí acontecían a diario; cualquier crecimiento es pronto abolido, por una u otra traición cometida. Sin embargo, este recuento no es sobre aquellos de Cabragar, en algún otro recuento regresaremos a ellos, para que vea cómo allí la traición se ha desatado, y cómo eso perjudica al hombre, hasta lo más profundo de su ser. Los hombres de Cabragar relevan en este recuento, pues ya verá el porqué de aquello. Aquellos hombres del numeroso ejército, traían con sí a un arma secreta, habiendo ido a los rincones más profundos y oscuros del mundo, donde yacen los demonios más podridos, y convocaron con artes negras y otros hechizos, a un minotauro. Con traicionera la palabra convencieron al minotauro de tomarse el veneno de la ira, cuando le habían ofrecido el elixir de la salvación a primeras. Todo esto lo hicieron, y por supuesto, con intentos de adquirir algo de sumo poder a su favor, para tener una ventaja sobre el Bastardo, para poderlo derribar con facilidad, y de su corazón extirparle la clave al portal a otros mundos. El Rey de Cabragar, Cabroneros el Quinientos, le había dado la orden a su capitán más fino, de perseguir al Bastardo y de derribarlo de la manera necesaria. Él, al igual que todos los hombres ambiciosos del mundo, cuyo nombre le diré pronto, deseaba poseer la clave para abrir el portal hacia otros mundos para sí mismo, y no entregárselo a su Rey. Es por supuesto sencillo comprender su traición, ya que es un hombre de Cabragar. El Capitán estaba más que todo, ansioso por saber qué diablos había en otros mundos, no tanto por hacer fechorías o demás cosas de peligro alguno. Es así que sus súbditos se ingeniaron la brillante idea de traicionar a un minotauro, y hacer de él su esclavo. Bien puede imaginarse que entre los súbditos, la mayoría ya estaba planificando en cómo traicionar al Capitán para quedarse la clave albergada entre el pecho del Bastardo para sí mismo. Capítulo 3 El Bastado estaba entonces por salir del bosque, cuando a la distancia pudo escrutar el mínimo destello del salir del sol de la madrugada. Le pareció extraño, sin embargo, percibir que el sol saldría tan temprano, ya que la mayoría de veces, luego de doscientos años de vivir, tardaba algo más que meras horas luego del punto máximo de la noche. Y correcto fue su juicio, como pronto lo verán, ya que sol alguno no lo era, sino la cabeza del minotauro, cual estaba ardiendo en llamas. Se preguntará en por qué los hombres de Cabragar le prendieron fuego a la cabeza del minotauro, y para su desolación, encontraría que lo hicieron porque el minotauro no deseaba entrar en ira, por más látigos que lloviesen sobre su espalda. Es así que los soldados de Cabragar recurrieron a prenderle fuego a la cabeza del minotauro, quien se inflamó de un súbito zarpazo, y salió corriendo enloquecido por el dolor tan desagradable generado. Entre ira y dolor, el minotauro pudo discernir al blanco encomendado por el hechizo: al Bastardo. El Bastardo notó al minotauro aproximársele con tesón y locura, y supo que debía accionar en algún aspecto, para defenderse en contra de tal destino que podría esperarle. Ser machacado por las mandíbulas del minotauro no sería cosa buena, ni ser aplastado por sus brazos poderosos. Con astuta la magia creó una encantación profunda, y con ella desencantó a la encantación ejercida por los hombres de Cabragar. Al neutralizar al hechizo, con gran bondad le apagó el fuego a la cabeza del minotauro, y le dijo, "Te han ultrajado y te han traicionado, aquellos, los hombres de Cabragar, que son todos unos cabrones. Es a ellos a quien debes ir a matar, y no a mí, quien te ha salvado. Come de sus cabezas y come de sus almas. Son ellos quienes te desean matar, no yo, quien simplemente vago por el mundo, en busca de refugio alguno. El minotauro guardó al Bastardo con ojos rellenos de piedad, pues al parecer, él bien sabía el dolor que puede originar, el no tener refugio donde reposar. El minotauro no pudo mucho más que forjar expresiones faciales de empatía y comprensión, cuales naturalmente, el Bastardo muy bien agradeció. Podría haber considerado a aquél amigo, pensó, pero el destino del minotauro estaba bien entrelazado, y posiblemente moriría hoy. El Bastardo sabiendo que los hombres se acercarían pronto a él, le dio órdenes al minotauro, ahora bajo su encantación, “¡Anda entonces y no demores! ¡Anda en busca de los que te han traicionado y buscaron dominarte!” El minotauro estaba estupefacto por lo acontecido, y entre sorpresa y enojo, salió corriendo tras los soldados de Cabragar, quienes no esperaban eso de su supuesto esclavo. El Nigromante de la brigada conjeturó un gran hechizo, y con sus poderes oscuros llamó a las arañas más asquerosas, más negras, más deplorables de las profundidades del bosque. Las arañas atacaron al minotauro y le cortaron la cabeza, con su veneno le paralizaron el cuerpo, y con su seda lo envolvieron en una membrana pegajosa. Las arañas luego prosiguieron a atacar al Bastardo, quien ya las esperaba venir de antemano. Estando aquél bien preparado por haber vivido décadas bajo la persecución y ataques similares, no tuvo dificultad en prevenir un ataque mortífero envenenado. Con gran astucia el Bastardo encantó una poderosa encantación de fuego, sabiendo que con las arañas traicioneras jamás podría negociar ni con dinero, y pegando sus manos juntas, él mismo prendió fuego, y lanzando sus brazos hacia las arañas, de su ser diez mil cabezas emergieron, cabezas de dragones de luz y fuego, que volaron victoriosamente volando con potentes alas incandescentes. Las cabezas de dragones mordieron el jugoso cuerpo de las arañas, otros con sus dientes dagas perforaron sus ocho ojos; otros dragones lanzaron fuego de su boca como desde un horno, cuyas flamas supra calientes acabaron velozmente con las arañas negruzcas y envenenadas. Los cadáveres de los arácnidos gigantes quedaron en ascuas, su olor putrefacto contaminó al aire entero, envenenando a unos pajarillos que volaban de paso, cuales cayeron muertos, tiesos y sin reparo. El fuego producido por el Bastardo quemó a las ramas de varios árboles de alta reputación y estima, y estos entre ellos empezaron a murmurar, odiando tras cada segundo más y más al Bastardo, a quien ahora llamaban el Inflamado: "¡Ya viste, te lo dije, ese Bastardo es uno bien puesto! ¡Se cree sagaz con esa su magia, pero nosotros ya vimos bien sus intenciones, busca quemar al bosque entero!" "¡Lo sé, es fácil comprender por qué le persiguen, quizá nosotros deberíamos ayudar a los hombres a capturarle de una vez por todas! ¡Así nos libramos de su presencia para siempre! ¡Ya ves que entre sí carga una doble presencia! ¡Eso sí que no puede ser bueno!" Ramagarza había visto todo acontecer, habiendo perseguido al Bastardo por el bosque, en aras de protegerle. Había hecho de él un buen amigo, y al escuchar el murmullo de los demás árboles, supo que pronto le estarían atacando, ya que los árboles cuando enfadados, son como deslaves, que no pueden detenerse, sino hasta muchos eones después, cuando finalmente han olvidado el ultrajo cometido. Tres árboles avanzaron hacia el Bastardo, quien no deseaba defenderse en contra de los árboles, ya que no sólo son numerosos y fuertes, sino también proveedores de sombra y de vida. Pero los árboles jóvenes y fáciles de instigar, ya estaban casi encima del Bastardo, quien no sabía cómo actuar. Ramagarza entró rápido a la escena, gritando con su voz de madera, "No le ataquéis, mis hermanos. Este hombre es uno de alta estima, ¿no ves acaso que huye de aquellos? Es por aquellos que todo ha sucedido. ¿No lo podéis realizar? Os suplico, mis hermanos, dejad a este hombre marchar en paz. Es más noble y más amable de lo que parece. Seguramente se arrepiente por haber quemado vuestras ramas. Miradle el rostro, está más que arrepentido." Los árboles jóvenes fueron tentados por la lógica de Ramagarza, pero un cedro de increíble altura y suma fuerza entró a la escena, claramente bélico, y le dijo a Ramagarza en un tono metálico y cavernoso, "Este hombre es nuestro para matar. Su sangre la derramaremos sobre la tierra, cuyos minerales nutrirán a la misma. No te metas, zatara, porque no es tu problema. Y si te metes, te mataremos sin demora, y de ti, hombres crearán artefactos, como sillas donde se sienta, y mesas donde comen; te despedazarán con sus hachas de hierro, y te quemarán entre sus hornos." El Bastardo estaba por actuar, cuando Ramagarza le dijo, "Corre, y no regreses. Este no es tu lugar. Recuerda que si hieres a un árbol intencionalmente, tendrás a miles de nuevos enemigos; y muy poderosos, te lo digo. ¡Cuídate, amigo! ¡Recuerda de no ver a la Medusa a los ojos, si la encuentras, al menos que le tengas cariño a las piedras y amor por ser una de ellas!" El cedro avanzó hacia el Bastardo, quien pronto se desapareció entre la maleza. Ramagarza intervino, luchando la riña contra el cedro. El balance del que emergería victorioso fue delicado, ya que poseían una fuerza similar. Pero los árboles jóvenes estaban contagiados con la ira y el dolor que el fuego del Bastardo les produjo, y con aras de ver destrucción alguna pagar por sus dolores, atacaron con astucia a Ramagarza. El árbol que alguna vez vivió por el mar fue pronto destrozado, ya que entre los cuatro árboles le arrancaron las ramas y le privaron de sus hojas, sin las cuales no podría alimentarse. Le empujaron a la tierra y le rompieron las raíces, le rompieron asimismo el tronco en dos pedazos. Ramagarza estaba sufriendo claramente, desplomado sobre el suelo, donde ya hormigas buscaban de su lomo. El cedro le dijo, esbozando una terrible sonrisa sobre su corteza, su voz metálica resonando por leguas entre el bosque, "Morirás deshidratado por los rayos del sol. Los gusanos comerán de tu lomo, y los humanos te partirán con sus hachas para hacerte leña. Pasarás a ser parte de sus hornos, y pasarás a iluminar sus casas. Ese es tu destino, he dicho." Y así fue el final de Ramagarza, el árbol que alguna vez vivió por el mar; cosa que nunca volvería a hacer; ni a sostener garzas ni gorriones sobre sus ramas; ni ver a los nidos florecer con las crías de las aves. Capítulo 4 El Bastardo corría como desquiciado, lamentando haber provocado aquel fuego, cual instigó a los árboles ponerse agresivos; y al final promulgar la derrota de Ramagarza, su posible único amigo. El Bastardo al estar lejos del bosque, se sentó a llorar, lamentando al hecho que por su infamia, había perdido a todos sus amigos, llevándoles a la muerte inoportuna. Las lágrimas acongojadas del Bastardo recorrieron el suelo en un riachuelo, uno de débil fluidez y de harta existencia. A la distancia el Bastardo podía discernir en cómo los hombres de Cabragas le buscaban con frenesí, y junto a ellos, el Nigromante y la brigada de interesados también se aproximaban. El Bastardo sintió un terrible enojo dentro de sí surgir, y deseó venganza contra aquellos que le buscaban con perseverancia. Luego realizó que el odio no fue únicamente contra los hombres de Cabragas, pero en contra de todos aquellos que alguna vez le intentaron derribar: es decir, el mundo entero. Tras él la montaña conocida como "El Genocidio", ascendía varias leguas sobre la tierra, un monumento partido en dos por una explosión interna que sufrió, hace muchos eones, cuando aún eructaba grandes ríos de lava. La montaña era tan vasta, tan monumental, que al mirar hacia el horizonte, miraba únicamente a una firme pared extenderse de lado a lado. Hacia arriba no lograba discernir su cúspide, ni de suerte, dado al hecho que la misma se perdía entre las nubes. Allá arriba quedaba el aposento de la Medusa, a dónde debía ir en busca de asilo, según el recuento de su difunto amigo, el árbol Ramagarza. Por otro lado, el Nigromante de la brigada, que marchaban al lado del ejército de Cabragas, ya estaba planificando en cómo derribar al Bastardo de una vez por todas. Para ello iba a tener que hacer un gran sacrificio humano, en este caso absolutamente necesario, por el bien de la misión de derribar de una vez por todas al Bastardo. El Capitán del pequeño ejército, llamado Sacrilegio, le preguntó al Nigromante, "¿Qué diablos haces, mago de la oscuridad? ¿Acaso planificas cosas de mal agüero?" El Nigromante le dijo, "Pues claro, no soy Nigromante por accidente, sino por decisión. Todo lo que hago es de mal agüero, pues a eso me dedico: a forjar planes de mala fama. De ser lo contrario, no sería un buen Nigromante, y eso no queremos; ya suficientes hombres son mediocres en este mundo. Otro más sería ya de tirar por la ventana. En cuanto a qué hago, ya lo verás. Pero para hacerlo, necesitaré a que ejército esté reunido por allá." El Nigromante ya había planificado todo esto, y habiendo marcado el suelo con una cruz, le indicó al Capitán Sacrilegio lo que debía hacer. El Capitán supo que sería todo por el beneficio de capturar al Bastardo, y eso mismo deseaba hacer. Mataría al Bastardo, y le sacaría la clave para abrir el portal a otros mundos, y con ella huiría a otras tierras, para ver cómo diablos hacía para sacarle el mayor provecho. El Rey Cabroneros el Quinientos se podría pudrir en su trono de oro y lujos, ya que sentado le gustaba permanecer. Es así que el Capitán Sacrilegio organizó a sus hombres sobre el terreno marcado por el Nigromante, él mismo incluyéndose entre ellos, creyéndose un gran guerrero, y pensando que sería un acto, donde debía actuar con fuerte el brazo. Nunca imaginó el Capitán Sacrilegio lo que estaba por acontecer, quizá su problema fue confiar en los planes de un Nigromante; todos saber que no hay confiar en alguien que juega con las magias de la oscuridad. El Nigromante dibujó a una estrella de siete picos, y sobre cada una botó una gota de sangre, cual extrajo de su mano, cortándola con un cuchillo oxidado. Luego se sentó al centro de aquella estrella de siete picos, e inició a encantar cosas de mal agüero. Su tono de voz se tornó en un chillido, un silbido parecido al resonar de uñas raspando a metal. La misma resonaba como si estuviesen englobados por una caverna gigante, pues los ecos eran tremendos y el estrépito desagradable. La tenebrosidad incrementó al por mayor, y las sombras se multiplicaron por miles de veces. Un chillido escalofriante inició un canto moribundo, el mismo sonido que hacen las almas cuando expuestas a fraguas de alta temperatura. Pronto el chillido se tornó en un grito iracundo, y de las sombras espíritus malignos iniciaron a surgir, con sus manos insustanciales iniciaron a agarrarles los pies a los soldados del ejército de Cabragas, y estos iniciaron a gritar del pavor que los espíritus les produjeron. La piel de los soldados del ejército empezó a ser arrancada por las manos insustanciales de los espíritus, y pronto les estaban desangrando a la muerte. Músculos fueron arrancados y huesos rotos, ojos fueron extirpados y orejas jaloneadas. Fue así que cayeron los soldados del pequeño ejército, y sus almas consumidas por la sombra generada por el Nigromante. Las almas fueron mezcladas con la sombra, y el Nigromante cambió de conjeturas. Ahora encantaba con el fin de producir a una bestia única y gorda, monumental y de cientos de cabezas, con fines de atrapar al Bastardo y matarle de una vez por todas. Con la llave albergada en su corazón abriría el portal a otros mundos, y allí haría sus fechorías con gran regocijo. A la distancia, el Bastardo vio a toda esta ignominia acontecer, y no pudo más que sentirlo mucho por aquellos sacrificados para la encantación del Nigromante; pese a que a él le desearon matar, no merecían ser agobiados con tal la encantación de mortalidad. El Bastardo bien sabía que algo así de poderoso podría vencerle para siempre, tendría que ingeniarse algo para sobrevivir el ataque que pronto le llegaría. A la distancia reconoció el amontonamiento de una sombra fantasmagórica, sintió a su desgracia acogerle con una penumbra desgraciada. La sombra aquella emanaba la presencia de cientos de almas, pues estaba construida con las mismas, por arte de la nigromancia. El graznido de la creatura diabólica le estremeció hasta el alma, pues el sonido que emitió parecía ser la detonación de una palabra masiva, gritada a todo pulmón y con odio rezumado en cada gramo. El Bastardo pegó las manos e inició a conjeturar una encantación. Desde la porción más profunda de su ser, invocó al poder del "phantom slice" de una manera rubicunda, una potencia nunca antes desplegada por él. Jamás imaginó tener que recurrir a esa parte ocupada por la llave de su corazón. Se puso nervioso y tembló del miedo, pues jamás había intentado convocar la fuerza de las profundidades de su ser. No sabía qué pasaría al hacerlo, sin embargo, estaba seguro de que al no probarlo, definitivamente moriría; el ataque del Nigromante consumiría a su cuerpo, a cada pelo y a cada músculo, dejando a sus huesos pelados y bien comidos, a pudrirse sobre el suelo, dejando la reliquia de sus huesos para siempre, como monumento de su existencia, sin gloria y sin armonía. Con las manos pegadas y conjeturando profundamente, produjo la encantación a medio murmurar: Una implosión marcó el paso inicial a la encantación; una implosión interna y de sonido opaco. El alrededor del Bastardo se ensombreció de pronto, como si la encantación estuviese succionando a toda la luz a su alrededor. El aire empezó a temblar, la luz se dobló por la mitad; quedó englobado completamente por un globo de tenebrosidad. Pronto él mismo inició a temblar, y desde su corazón una luz poderosa, rubicunda, una fragua estelar, se hizo clarividente, y crecía por el segundo, alimentada por el fogón de su enojo. De su corazón sintió a una potencia inigualable surgir, cual culminó finalmente en una liberación brusca y robusta de energía térmica, química, y nuclear: Una flama rubicunda emergió de la porción céntrica de su ser, sintió a un sol dentro de sí ser expelido a la superficie de su pecho: rayos carmesí emergieron de su tórax, en forma de púas, astas que lanzaron al infinito; y con súbita fuerza un rayo de color rojizo sanguinolento disparó desde su corazón con una detonación agresiva, atravesando al demonio que crecía a una distancia de sí. El rayo de luz solar, emergiendo de un corazón poseído por un "phantom slice", perforó tan gravemente al demonio en creación, que sus entrañas rellenas de almas explotó de súbito, como si hirvientes aguas por dentro y a alta presión hubiese generado una monumental presión, cual culminó en una explosión estrepitosa. Las almas que conformaban al demonio se esparcieron por el suelo, algunas nadando por aquí y por allá, como gusanos convulsionando en eterno frenesí. Una de las almas, antes de ser succionada a los portones del infinito, rasgó la cara del Nigromante, ya que buscaba vengarse de aquél malicioso, quien le quitó la vida para motivar su creación de nigromancia. El alma vengadora se trataba de la del Capitán Sacrilegio, quien aún intangible buscaba retener un pedazo de vida. Su alma fue pronto tomada por las manos de algún ser divino, no sin antes llevarse pedazo del rostro del Nigromante maldito. El Nigromante estaba desolado, ya que por acción del Bastardo, había perdido a su encantación, una que guardaba de alta estima, ya que hace años que no creaba algo tan ennegrecido. Estaba sumamente enfadado, y con gran enojo, le dijo a sus bergantes que debían continuar persiguiendo al Bastardo. Estaban ya seguros que pronto lo tendrían entre sus garras, para extraerle el corazón, y cobrar la clave que les brindaría acceso al portal a otros mundos. A la distancia el Bastardo supo que había vencido, al menos temporalmente, a su enemigo. Sin embargo bien sabía que pronto más hombres se reunirían en conjunto de nuevo, a buscar de su carne para matarlo para siempre. El Bastardo sabía que algún día moriría, sin embargo, debía morir en el lugar adecuado, donde nadie encontraría su cadáver, ni por accidente. Volteó a ver a la montaña conocida como "El Genocidio", y hacia ella siguió caminando, en busca de refugio, quizá con la Medusa, quien le albergaría con una buena mano, ojalá. Capítulo 5 El subir la montaña "El Genocidio" comprobó ser más tedioso de lo que imaginaba, ya que aquella era más alta y más quebrada de lo que la distancia de ella promete. El Bastardo, de haberlo sabido, hubiese cogido algún otro sitio en busca de refugio. Pero ahora no le quedaba de otra, ya que por los cuatro flancos posibles de escape, varias brigadas de mercenarios se le acercaban, todos en busca y en competencia de brindarle el toque de la muerte. No sabía de qué partes del mundo vendrían aquellas cuatro brigadas; una brigada se trataba de la del Nigromante; la otra brigada vestía a todos sus bergantes de negro, montados todos sobre lagartos gigantes; otra brigada llevaba a una esfinge atada por cadenas, y uno de los bergantes la montaba; la última brigada siendo de cientos de hombres montando a un ejército de gigantes arañas. El Bastardo bien sabía que éste sería el final, al menos, que encontrase un lugar en donde refugiarse, y el aposento de la Medusa sería perfecto para eso. Desde allí fácilmente pudiese batallar a sus agresores, y quien sabe, a lo mejor y la Medusa se uniría a su esfuerzo. Podría ser también que ella le convertiría en piedra, y así siéndolo, nadie podría acceder a su corazón y extraer de allí la llave que les daría acceso al portal a otros mundos. Esa última idea no le pareció del todo mala, y sopesó si ser convertido en piedra conllevaría dolor alguno. El Bastardo aceleró el paso a uno ligero, sus pies ya los sentía excavados por profundas llagas. Sudaba la gota gruesa y de su pecho brotaba el pesado olor a fango, por el acúmulo de suciedad. Sus piernas le tamboreaban un pesado y doloroso mensaje, que le informaba que ellas perdían potencia. Su mente ya vacilaba con la posibilidad de desistir de una vez por todas; dejarse matar y silenciar a esta penumbra, cual ya por centenares le venía persiguiendo. No podría ser el defensor de la llave por mucho tiempo más, debía buscar un método alterno para alivianar sus penas. La cúspide no estaba lejana de su alcance, sin embargo la montaña se hizo dificultosa al empinarse el camino diez veces más que antes, pues ahora en porciones de la misma debía escalar piedras. Entre las piedras a veces encontraba camino seguro para escalar, pues sus bordes se prestaban para ser trepados con facilidad. Sin embargo, entre veces las piedras eran lisas o de borde muy escueto, y no le quedaba de otra que meter las uñas entre las piedras para asistirse la subida. En otras ocasiones debía escalar por estrechas las llanuras, entre las cuales un riachuelo de agua hirviente fluía, dado al hecho que por allí una fumarola fumaba la pipa del calor: residuos del volcán que la montaña "El Genocidio" alguna vez fue. En una de las ocasiones se quemó la mano, y en otra, el pie, pues no lograba evadir eficientemente a la fumarola, cual le salpicaba de su torrente candente vapores hirvientes. Para su desgracia, en una de las ocasiones, una fumarola dejó de soplar mientras él escalaba, y sin darse cuenta escaló muy cercano a ella, creyendo ser esta una mera falla de la montaña. De súbito, aquella fumarola le escupió líquido hirviente en la cara, quemándole la misma y cegándole los ojos temporalmente. Por suerte alguna, con el tacto, e impulsado por el agobiante dolor, el Bastardo logró escalar el resto de la cumbre sin miedo de caerse, ya que poca cosa era peor que aquella, y poco peor podría ya sucederle, pensó erróneamente. Al llegar a la cumbre, y justo por vencer la escalada, para por fin llegar a terreno plano, se quedó atascado, dado al pie derecho que entre dos piedras se había quedado trabado. Jaló con suma potencia, sin embargo no pudo en contra de aquella desgracia. Su única salvación sería romperse el pie, o desmembrarlo para siempre, si es que deseaba llegar a la cumbre, y huir efectivamente de las cuatro brigadas de mercenarios que buscaban matarle. No lograba ver, dado a sus ojos aún heridos por el poderoso vapor, pero por si le hubiese visto, le digo, que notaría que estaba rodeado por una penumbra, pues en la cumbre de la montaña "El Genocidio", nubes coaguladas y pesadas circulaban en espirales, como buitres salvajes en busca de quien amortajar. Las piedras allá arriba eran sumamente picudas, de filo prominente y de faz como serpiente, miles de estatuas yacían paralizadas, cuales no eran estatuas sino cuerpos hechos piedra por acción de la mirada de la Medusa. Sin embargo, aquél no lograba ver por la ceguera parcial que el agua hirviente le provocó, y eso le devino bien, ya que con la vista hubiese caído aún más en la penumbra, al realizar que había llegado a un infierno, agregando a su desdicha ya desdichada. Con un jalón poderoso, el Bastardo logró romperse el tobillo, dio un potente alarido, pues el dolor fue severo. Sangre fluyó de la herida, y se acumuló bajo la piel, generando a una hinchazón prominente de color morado muerte. Liberado de la congoja de su pie trabado, el Bastardo pudo elevarse lo suficiente como para restar en la porción plana de la cima. Allí se echó al suelo en espeluznante dolor, no sabiendo si debía sobarse los ojos o el tobillo fracturado. El pie no lo podía mover, ya que cualquier ínfimo movimiento de aquél le provocaría un dolor desquiciado. Un viento frío y desgraciado le envolvió entre su ausencia de clamor, el viento le transfirió efectivamente su presencia de tenebrosidad. Las fauces del viento intentaban devorar al pobre hombre en gran delirio. De la caverna más profunda de la montaña, una sombra parecía escrutarle, algo que él no notaría, dado al hecho que estaba cegado, por el vapor que le hirió los ojos, proveniente de la fumarola. Pero el Bastardo bien sabía que debía continuar su camino. Debía buscar la cueva, al aposento de la Medusa, donde podría descansar, y ojalá, con ella negociar si podría la caverna ser su nuevo refugio. El Bastardo hizo un descomunal esfuerzo para ponerse en pie, saltando en uno solo para no herir al otro. La tarea se comprobó dificultosa, y no le costó ubicar la presencia de la caverna; por el constante chillar del eco de su garganta profunda. Por dentro de la caverna, la Medusa escrutaba al pobre hombre aproximarse, no sabía exactamente qué hacer de él, porque así como alguna vez lo dijo Ramagarza, el Bastardo emanaba una doble presencia dentro de sí. La Medusa bien sabía que aquél no era uno cualquiera, y notó que estaba herido, sin embargo, no notó que portaba los ojos heridos, ya que para su impresión, podía caminar muy bien. Algo dentro de ella le conmovió agresividad, mientras otra parte, poco natural a ella, le hizo cosquillas en algún resquicio de su vital sazón. Sus cabellos serpientes se erizaron al realizar que una potencial presa podría ser devorada por ella. Los cientos de otros seres petrificados en piedra estaban por doquier, es pues que su aposento parecía ser un cementerio lleno de personas y guerreros en agonía, paralizados por siempre. Algunos de ellos estaban boquiabiertos, gritando del susto al haber visto a la Medusa, quedando petrificados de inmediato y para siempre. Otros se cubrían el rostro con los brazos para no verla, pero claro era que había un diminuto espacio entre ellos, por el cual pesquisaban a la Medusa, con cuya mirada ella les paralizaba. En otra ocasión había una familia entera de cuatro, los padres y las crías monumentos de piedra, los dos hijos por debajo de las piernas de su madre, el padre a punto de sacar una espada, en un intento fútil defensivo. La Medusa inició a caminar como felino, de piedra en piedra, pues el terreno era árido y lleno de rocas monumentales. El hombre que se aproximaba, caminaba cojo, y con ardua dificultad, dirigiéndose a ella y a su aposento. Las serpientes que conformaban el cabello de la Medusa, ya danzaban la danza de la muerte, un movimiento lento y rítmico, que daba la impresión de algo terrible estarse sopesando. Las culebras en su cabello, por supuesto, respondían al estado emocional de la Medusa, pues siendo parte intrínseca a ella, seguían sus pensamientos, y en todo sentido. Las culebras que conformaban su cabello, no le eran de mayor utilidad, más que para crear pavor en sus presas para desarmarlas, y así posteriormente y con facilidad, convertirlas en piedra con una mirada rapaz. Sabía bien la Medusa, que las culebras podrían ser utilizadas para atacar, pero jamás con ese propósito las había utilizado, en ausencia de la necesidad de hacerlo. La Medusa se escondió detrás de un guerrero petrificado en piedra, en posición de lanzar una alabarda. La Medusa bien recordó ese encuentro, memorando lo delicioso que fue vencer al guerrero en su creer que podría vencerla con una simple lanza. De haber sido un poco más inteligente el guerrero, de seguro hubiese vencido a la Medusa, cosa que le provocaba placer, dado al peligro que corrió durante la breve pero acelerada riña. El Bastardo pronto llegó a estar próximo a la Medusa, quien se escondía detrás del guerrero. El Bastardo no tenía ni la menor idea, de qué estaba sucediendo, ni mucho menos que la Medusa detrás de un guerrero petrificado le acechaba. Sin embargo, sí estaba enterado que por aquí una Medusa vivía, y es por eso que en primer lugar aquí había venido: en busca de refugio. Capítulo 6 La Medusa de un súbito movimiento saltó hacia el Bastardo, soltando un grito conjuntamente, que más parecía chillido que otra cosa, cual hizo meramente asustar al Bastardo y hacerle perder su balance. Dado a la ceguera parcial que en el produjo la fumarola y su vapor, la Medusa no pudo ejercer su efecto de parálisis eterna en el Bastardo. El Bastardo gritó del dolor, aquél que su tobillo fracturado le provocó al caer al suelo. La Medusa intentó nuevamente brindarle la mirada de muerte al hombre, pero pese a que el Bastardo la viese, ella no parecía poder darle el toque de la muerte. Es así que concluyó la Medusa, que el hombre era resistente a su mirada petrificante, y cobró gran respeto y suma precaución con él, ya que podría ser tanto su buen amigo, como su matador. Las culebras de su cabello se volteaban a ver las unas a las otras, pues ni ellas sabían qué diablos hacer de aquél: si matarlo con una piedra filosa, o hablarle para escuchar su historia. El Bastardo, por el otro lado, sintió a una presencia, y es así como le habló, asumiendo que sería la Medusa, "Mi nombre es el Bastardo; es el único que tengo y así me conocen por el mundo. Vengo porque un sabio árbol aquí me envió, ya que alguna vez me dijo que aquí se alberga una Medusa, con quien puedo buscar refugio, si es que le conmuevo el corazón." Claramente podrá ver como el Bastardo tergiversó la razón dada por el árbol, diciéndole a la Medusa que le podría conquistar el corazón, cosa que naturalmente emocionó mucha a la medusa, quien nunca pensó en tomar una pareja, mucho menos un amante. Las ideas volaron por su mente, e imaginó mil cosas posibles, incluyendo a ella estando feliz, cuidando a tres crías, y al lado su hombre, quien por gracia alguna, era resistente a su mirada petrificante: la perfecta pareja. La Medusa llevaba siglos de no hablar con alguien, mucho menos con alguien que le propusiera la conquista de su corazón. Se sintió terrible al realizar esto, y las culebras de su cabello se tornaron frenéticas. La Medusa se agarró el rostro, no pudiendo creer lo que le estaba sucediendo: estaba sucumbiendo a la tentación de conversar, luego de siglos, por primera vez, y sucumbiendo a la tentación, al mismo tiempo, de caer enamorada. La Medusa no supo que decir, al inicio, es pues que prefirió permanecer en mutismo. El Bastardo repuso, creyendo que la presencia, cual seguía asumiendo que era la Medusa, no había aprobado de él, "Si eres la Medusa, por favor comprende que vengo en gran necesidad de refugio entre tu aposento. Por cualquier esquina del mundo ya me persiguen, con fines de matarme. He intentado refugiarme en muchas otras partes, pero no logro nada más que instigar a las poblaciones cercanas a mi supuesto descanso. Ya no hay persona en este mundo que me quiera. Mi padre ha muerto por su propia mano, mi madre murió de lepra, y ahora la humanidad entera me quiere matar. Mi único amigo, hasta ahora, había sido el árbol llamado Ramagarza, cual fue desmembrado por un cedro y tres árboles jóvenes, por él haberme intentado defender. Ya no sé a quién acudir, y si contigo no logro refugiarme, me doy por vencido, y moriré sin mayor remedio." La Medusa estaba llorando, y las culebras de su cabello le limpiaban las lágrimas venenosas. Otras serpientes de su cabello la acariciaban por la espalda, con fines de darle cariño a su diosa. La Medusa jamás había escuchado de una historia tan conmovedora, pues la historia se asemejaba a la de ella. La Medusa tuvo muchísima dificultad en hablar; a usted le es fácil creerlo, ya que bien podría imaginar, que luego de siglos sin hablar, seguramente la voz se torna sin deseos de emerger nuevamente, ya que se le ha acusado de inservible. La Medusa tuvo que aclarar su garganta unas diez veces antes de proseguir, tuvo que inclusive escupir algo espeso que desde sus vocales surgió. Con un esfuerzo descomunal expresó, "Hooooouuuulaaaaaaaa". El descontrol de sus vocales fue evidente al inicio, no sabiendo cuanto era demasiado o muy poco, pues sus palabras fueron todas largas y de consonantes pesadas y robustas, de vocales prolongadas y con poro ritmo. La Medusa prosiguió con grande el esfuerzo, ya pudiendo usted imaginar cómo hablaba aquella, no le contaré más de cómo hablaba, ya que si lo hago, jamás terminaríamos este recuento: "Soy la Medusa. He vivido aquí por siglos, y nadie me había visitado con una historia tan desgraciada como la tuya, ni con promesas de conquistarme el corazón. Lamento muchísimo lo que has vivido. Suena a qué, jamás has tenido un momento de suspiro o descanso. Parece ser qué, o te odian por poderoso o te odian por la codicia de los hombres. Cosa que no me extraña de los humanos, que todo lo quieren es buscar cómo diablos aumentan su poder, para ver cómo diablos aumentar su autoestima; para siempre así ha sido su naturaleza desgraciada." Las culebras en la cabeza de la Medusa se habían agitado a la hora de ella hablar de los humanos. Aparentemente le provocaba alto estrés el tema. Sin embargo, fue un detalle que el Bastardo no notó, pero de todos modos, se lo cuento, para que sepa bien como aquella junta aconteció. Es así como prosiguió aquella reunión extraña entre el Bastardo y la Medusa, la Medusa continuando su relato, "Comprendo bien por qué les huyes, pues yo misma he huido de su rapto varias veces. Bestias de mi naturaleza las somos varias, pero pocas tan detestables como yo, que poseemos además de fealdad, un truco de magia que afecta a varios. En aquellos días cuando vivía en tierra firme y plana, por accidente varias veces mi mirada mortal convirtió a varios animales, y a algunos hombres, en piedra petrificada. Desde entonces me buscan guerreros, quienes quieren a mi cabeza, pues han concluido, y correctamente, que al decapitarme, podrán usar a mi cabeza como arma de destrucción masiva." Las culebras en la cabeza de la Medusa ahora danzaban agresivamente, lanzando y succionando sus lenguas espinadas. La Medusa continuó, "Me parece ridículo de parte de los hombres, que me busquen con esa finalidad. Parecen querer únicamente ganar ventaja sobre sus semejantes, para poder destruirles de cualquier manera posible. Y si no es para destruirles, es para someterlos con fuerza bajo su poderío, para poder controlarles y poder manipularles. Pues con ese fin me buscaban, y es así que mi desgracia inició. Por siglos me han buscado guerreros para poseer mi cabeza, y uno tras otro les he vencido. Llegó un momento, en donde eran tantos, que decidí mejor mudarme de aposento, y es así como llegué a estar aquí, en la montaña conocida como "El Genocidio". Ahora ya comprendes el porqué de mi estancia aquí. Eres a la primera persona que le cuento esto, contigo siento una similitud de existencia: huimos por algo que llevamos dentro, y que no podemos cambiar." El Bastardo estaba impresionado por las palabras de la Medusa, pero aún más impresionado por su manera tan extraña de hablar, pues sus vocales eran largas, y sus consonantes muy pesadas. Concluyó, y correctamente, que se debía a su prolongado tiempo de no hablar. El Bastardo le respondió, luego de tragar pesado, y de sentir que lentamente simpatizaba con aquella mujer condenada, "Tienes razón en haber huido, y bien dicho está que yo huyo con el mismo propósito. Te diré por qué me persiguen: Llevo dentro de mí a una palabra solidificada en un mineral fantástico, llevo a un pedazo de "phantom slice", con el cual los hombres pudiesen tener acceso a otros mundos. Es por eso que me quieren y nada más. Para obtener a esta llave, tendrán que matarme y extirparme el corazón. Con actos de nigromancia, pronto será sencillo abrir el portal a otros mundos. El problema que yo le veo a su búsqueda terca, es que ni ellos saben qué sucederá si abren el portal a otros mundos. Puede ser que encuentren cosas increíbles, o a su perdición. Con las intenciones que el Nigromante trae, no me es difícil imaginar lo que buscará en otros mundos hacer." A la distancia algo resonó profundamente. El Bastardo supo que se trataba de la marcha de las cuatro brigadas. La Medusa entró en alerta, las culebras de su cabeza estremecidas, y repuso, "Te han seguido varios hombres, ya veo que vienen con vasta las armas para la destrucción. Al parecer, esta podría ser nuestra última batalla. Traen a una esfinge y a varios lagartos, y a un ejército de gigantes arañas. Esto sí que puede ser fatal.” A la distancia el Nigromante ya conjeturaba un plan de negra reputación. Deseaba hacer colisionar a los cuatro ejércitos, con fines de provocar la mayor cantidad de muerte posible, para luego él poder aprovechar de los moribundos, y así construir de la infamia a una bestia poderosa con el arte negro de la necromancia. Con tal fuerza convocada podrí finalmente vencer al Bastardo, tomando en cuenta que ya le tenían arrinconado entre la cueva de la montaña “El Genocidio”. El Nigromante entonces prosiguió a hacer sus fechorías, viendo que las cuatro brigadas disímiles ya estaban sobre la cumbre y en la planicie allí yacida. Con una encantación ligera envió una piedrecilla a pegarle en la nariz a uno de los lagartos, cual entró en frenesí al creer que fue una de las arañas, a quien siempre ha odiado (arañas y lagartos no se llevan bien). Un pájaro muerto le cayó a una de las arañas, cual pensó que el lagarto se la había tirado, cosa desastrosa, ya que no hay cosa que odien más las arañas que a los pájaros muertos. El Nigromante luego prosiguió a debilitar la cadena que aferraba potentemente a la esfinge, y con un chispazo, le quemó las nalgas, cual creyó que los lagartos y las arañas habían sido, cosa desastrosa, ya que a la esfinge jamás le han caído bien ni los lagartos ni las arañas. Los hombres que montaban a las bestias no supieron cómo reaccionar, al verlas tan frenéticas. Las arañas ya intentaban morder a los lagartos, los lagartos ya deseaban romper a las arañas, y la esfinge ya quería quemar a todo a su paso. Los bergantes, entre confusión y delirio, empezaron a atacar al bando opuesto, creyendo que los líderes de las demás brigadas les estaban jugando la fechoría, intentando vencerles, para ellos poder quedarse con la clave al portal a otros mundos. Es así como al centro de aquella planicie cuatro brigadas colisionaron, la cuarta siendo la brigada del Nigromante, quien había enviado a sus bergantes a entregar sus vidas por la causa. De haber estado allí, hubiese visto cuán peligroso fue aquel encuentro, donde cuatro brigadas colisionaron, incluyendo a bestias como lagartos gigantes, arañas peludas del tamaño de caballos, y a una esfinge encabronada por un chispazo en las nalgas. Sangre volaba por doquier, sangre mezclada, entre la de humanos, la de araña, la de lagarto, y la de esfinge. La esfinge escupía fuego sobre todo, inclusive sobre sí misma, ya que al ser mordida por arañas venenosas y lagartos malvados, les escupía fuego líquido, inflamándose a sí misma. Las arañas mordían y envenenaban a los lagartos, y los lagartos envenenados se enloquecían, partiendo a las arañas que les mordieron en dos, para profundizar más su envenenamiento, dado a que la sangre de aquellas era venenosa también, quizá más venenosa que la mordedura de sus colmillos. El exceso de veneno volando por doquier, contagió a los humanos que se mataban con espadas y lanzas. Algunos incluso eran partidos en dos por los lagartos, o decapitados por una araña gigante. El factor que pronto le provocó la muerte al mayor número de humanos, fue el veneno que salpicaba por doquier, contaminando a sus almas de algo terrible de concebir, ya que se jalaban el pelo, sacaban los ojos, y se somataban la cabeza con los escudos; tan terrible aquel veneno, que sus pieles se derretían y sus corazones explotaban. Las cuatro brigadas pronto se convirtieron en una masa indistinguible, entre carne, huesos, piel derretida, ojos explotados, veneno, partes de lagarto, patas de araña, y a una esfinge gigantesca que se hundía con el resto. La masa se estaba licuando por acción de todos estos factores puestos juntos, y por supuesto, como bien lo podrá imaginar, a la distancia el Nigromante estaba en pleno gozo al ver tanta muerte concurrir. La Medusa y el Bastardo estaban asustados por lo que estaban viendo. No podían creer lo que las brigadas estaban haciéndose entre sí. Más es, el ruido de la batalla y los gritos de agonía, les espeluznaban la piel y les ruborizaba la razón. No comprendían cómo diablos estaba sucediendo aquello, cual creyeron beneficioso al inicio, pero luego se lo atribuyeron a las negras conjeturas del Nigromante. Es allí que cayeron en cuenta de lo que el Nigromante deseaba hacer con aquella desgracia, y ni la Medusa ni el Bastardo supieron qué hacer. Capítulo 7 A la Medusa se le ocurrió un plan maestro, con el cual podría vencer al Nigromante, y así, a su subsecuente forjar de magias negras. La Medusa no le dijo nada al Bastardo, ya que no deseaba su intervenir en el plan. Lo que sí deseaba de todo, era mantenerle vivo para siempre, ya que con él había encontrado a una posible pareja con quien estar. La Medusa pegó un súbito brinco y corrió como desquiciada hacia el Nigromante. Sin embargo, el Bastardo, en ese momento, recobró su mirada. Al ver a la Medusa correr hacia el Nigromante, pensó en que ella había perdido la razón y deseaba convertir en piedra a los enemigos. El Bastardo le gritó para que volviera, ya que en ella había encontrado a una posible amiga, y quien sabe, a lo mejor algo más. Pero para su desgracia, la Medusa volteó a ver de inmediato al escuchar a la sonora voz del Bastardo, sin saber que aquél nunca fue resistente a su mirada. Ella no lo notó, pero por desgracia, y con su vista recuperada, el Bastardo se petrificó de inmediato en piedra. La Medusa arribó a buen momento junto al Nigromante, quien ya dibujaba una estrella de siete picos sobre el suelo. El Nigromante estaba distraído entre su negrura, y no vio venir a la Medusa de su penumbra. La Medusa no sólo le vio directo a los ojos, sino también le lanzó a las serpientes de su cabeza. Las serpientes se le metieron por la boca y por las orejas, carcomiéndole por dentro, y cuando ella lo vio sufrir ya por un buen momento, le vio directo a los ojos, y lo petrificó en piedra para siempre. Claro, eso significó el sacrificio de varias de sus serpientes, sin embargo, valía la pena: aunque sea una vez debía de utilizar sus poderes. Es así entonces como cayó el Nigromante, su conjetura ennegrecida nunca llevándose a cabo. La sopa de cuerpos de las cuatro brigadas, se amasaba en una terrible sopa de detritos corporales, todo siendo digerido por el veneno de las arañas. Ahora estaban libres, pensó la Medusa, e inició el retorno hacia la caverna, su aposento, donde pensaba estar el Bastardo esperándola con un beso. Sin embargo, al llegar a ella notó que el Bastardo estaba petrificado en piedra, y es así que le sobrevino la mayor de sus penas: Había asesinado a su primer y único amigo, y posible amor, al haberle convertido en piedra para siempre. El Bastardo nunca fue resistente a su mirada, sino meramente, cegado por alguna pérdida de función. La Medusa lloró y lloró un llanto fantasmagórico, y consumida por su pena, ordenó a las serpientes de su cabeza, que la destruyeran con sus fauces y colmillos. Las serpientes dudaron un segundo en hacerlo, pero pronto ellas mismas fueron tomadas por el descontento de su diosa, y así iniciaron a devorarla pedazo a pedazo, hasta restar nada más que el recuerdo de su presencia. Muerta la Medusa, los cuerpos petrificados en piedra pronto se fragmentaron, y por debajo cayeron los cuerpos de aquellos alguna vez sepultados. Pero el Bastardo no estaba muerto, ya que apenas si había sido petrificado. Al notar lo que había acontecido, encontrando los vestigios de la Medusa a su lado, comprendió que aquella no sólo había vencido al Nigromante, sino también se había suicidado, en comprender que a él lo había petrificado en piedra. El Bastardo se sintió de terrible pena, siendo la Medusa la tercera amistad que por él se había muerto. Es así que decidió que la vida no podría vivirla más con esta maldición encima, y con una piedra empezó a pegarse sobre el pecho, para abrirse el tórax, y sacar de allí a la llave que portaba en su corazón. La piedra filuda hizo bien el trabajo, y pronto el Bastardo tenía el tórax completamente abierto. Sangraba por borbotones, y con un último intento, se sacó el corazón, donde brillaba aquella llave que su padre le había incrustado: la palabra solidificada. Por arte de la nigromancia, el Bastardo seguía vivo, pero no por mucho tiempo. Con los últimos vestigios de su poder de nigromante, transfirió a su restante vida a la llave hecha de "phantom slice". La llave absorbió la vida restante del Bastardo, y como ave marina, cobró vigor y vida, resplandeciendo el espíritu que aquella palabra solidificada alguna vez fue. Un dragón arcaico surgió de un eterno sueño. El espíritu del dragón observó lo acontecido. Se lamentó al ver lo que había sucedido, pues pocas veces había visto a una sopa de partes corporales, a una medusa, y aun ser con el tórax abierto, todos reunidos en la cumbre de una montaña. El espíritu no comprendió del todo lo sucedido, y sin mayor reparo, viajó alto en el cielo, para desaparecerse entre los rincones del universo. Es así como termina el recuento de "El Bastardo y la Medusa", quienes no encontraron ni amor ni amistad en vida, pero que al menos pudieron realizar que existe posibilidad de aquella compañía. Ahora ya comprende de por qué aquella montaña se llama "El Genocidio". FIN. Nota del Autor hacia el Lector: Esta historia no tiene secuela, al menos, no todavía. Hagamos un trato. Si recibo suficientes “Likes” en mi Fan Page de Facebook (Paul Andreas Wunderlich), y mensajes en el muro solicitando a una secuela, podría ser que en un futuro cercano la exista. Todo dependerá de su deseo, de saber qué pasó con el espíritu arcaico del dragón: “Phantom slice”. Espero que se haya gozado de este recuento, que narra lo que ocurrió con el Bastardo y la Medusa. Paul Andreas Wunderlich Material Gratuito: Ha finalizado de leer al recuento de “El Bastardo y la Medusa”. Espero que le haya entretenido. Le solicito que por favor deje un comentario, recontando su experiencia con la novela que acaba de degustar. Bienvenido sea al mundo de Paul Andreas Wunderlich. En los siguientes blogs le invito a degustar Lectura Gratuita, donde podrá encontrar una historia que se publica exclusivamente en línea y de acceso gratuito. Podrá también descargar escritos de modo gratuito. Podrá gozar de relatos filosóficos y fantásticos, dependiendo de qué blog apele bien a su gusto, y en qué idioma lo prefiera. Un cordial saludo, Paul Andreas Wunderlich Fortaleza del Mago: Blog donde su publica semanalmente un Recuento de la historia: El Mago Taciturno. Descargas Gratuitas disponibles. Existencialismus: Blog de publicaciones filosóficas, donde podrá descargar a 2 cuentos cortos gratuitamente. Descargas Gratuitas disponibles. Magician’s Fortress: A blog where a story is told, in a weekly fashion. Visit the site to read the story: Magician’s Peril. A new episode published every Wednesday. El Agüero de Venenum Vindicta: Descubra la nueva obra aquí! Sinopsis: Un grito profundo, de socorro, embebido en una moribunda escena, corrió por el cielo con patas peludas de susto mordaz. El Clérigo observa cómo la Hueste de las Tinieblas se despliega, y tiembla del miedo. Allá, a la distancia, una desgracia venenosa crece con ignominia. Ominosa, pecadora sensación de intelecto maldecido. Allá, a la proximidad, un espanto espeluznante amamanta a una maldición. El Clérigo está dudoso si emergerán vivos de tal afronte. Le reza a dios, pero al parecer, dios ha sido asesinado por el mal. ¿Qué harán sin él? Fue el veneno, él fue; el que le socavó el rostro a la pobre creatura. Fue el veneno, el veneno profundo de aquella cosa profanada, el sacrilegio, la blasfemia. A la distancia una nube coagulada vuela por el cielo, embadurnada en algo espeso y poco elocuente. Podría decirse que la nube viene contagiada con algo más que un simple pecado, con algo más que un pensamiento desolado. La Hueste de las Tinieblas marcha al encuentro de una segura victoria. El cielo tronó una singular vez, explotando una tortuosa carcajada, del desgraciado que todo esto lo conjeturó con infamia. El Clérigo observa al cielo, en busca de algún signo de luz: pero toda luz ha sido succionada por la nube espesa, que conquista el todo lentamente. El religioso siente que algo se inculca en su mente, cobrando una nueva fuerza y renovado vigor. ¿Podrá sobrevivir la guerra, aquella que invita a la muerte con sumo ahínco? SAGA: EL Soliloquio de una Flama Creciente Libro 1: El Lóbrego Pastor Sinopsis: Fuego estremece el paso del viento entre las alturas del cielo, nubes navegan distantes, pigmentadas con restos de una llama empalidecida. Los ojos de Manchego perforan las fibras del universo, perdidos mientras su alma grita por recuerdos de sus padres, aquellos que nunca conoció. En una eterna búsqueda existencial, Manchego intenta encontrarle una explicación a memorias que no le pertenecen, donde yace la posible respuesta a su pasado. A través del Imperio Mandrágora una ola gélida trepa de boca en boca mientras rumores de inestabilidad política tocan puertas y ventanas. Miedo brinca de espalda en espalda con garras punzantes, ya que tras las montañas, sombras deambulan marchantes y forjan planes de poco amor. En un pueblo remoto, entretanto, una Finca sufre los efectos de la muerte de su último amo, y el pueblo entero tambalea a merced de una Alcaldía de reputación negruzca. El peso sobre los hombros de Manchego lo abate entre verse confrontado por una herencia agobiante, una infancia marchita, y por su corazón enamorado que lo derrite por un amor silente y de sonrisa tímida. Los tiempos no pudiesen estar más propicios para turbulentas conspiraciones, y apenas secretos de una tierra poderosa empiezan a revelarse. El Imperio cursa un sendero tormentoso, con un pasado violento y amargo. Tan solo el tiempo dirá que será de él. PRIMER CAPÍTULO DE LA ÉPICA “El Lóbrego Pastor”. Capítulo I: Avena Tostada de la Semana Pasada Rufus lo despertó con un lamido. El lamido, embalsamado con abundantes cariños y amores, corrió húmedamente sobre su rostro, acariciando así sus sentidos, cuales corrieron mañaneros quiquiriquíes a despertarlo. Lentamente amaneció de los sueños, enmelado con jugos somnolientos, sus ojos pegados por una densa bruma soñadora. Pero el despabilar fue muy lento para el gusto de Rufus, quien viendo que su amo únicamente se revolcaba entre las sabanas, lo lamió una y otra vez con fervor hasta levantarlo. «¡Ya voy chico! ¡Ya voy! ¡Ya … ya! ¡Suficientes lamidos!», gritó el patojo mal peinado y levemente malhumorado al ser convocado a tan rústica la forma. Con desdén limpió la baba de su rostro con la manga de sus pijamas, y aun de mala gana, se dispuso a empezar un nuevo día. Un maravilloso nuevo día. Porque todos los días son bellos, siempre y cuando se disponga del ánimo para reconocerlo. Rápido cobró consciencia. Que levantarse temprano, aunque con sus ventajas, nunca había sido de sus placeres. Consciente de lo que porvenir estaba, velozmente se despojó de las pijamas, acelerando el paso al ver que por las ventanas ya perforaba signo de luz navegante; signo ominoso del amanecer en curso. Vistió su pantalón café oscuro de telares suaves, sus botines de cuero negro, su camisón de lana, y su clásico y adorado chaleco de piel de lama, y salió en apuros de la estancia, temiendo no llegar a ver el amanecer, cosa que sería desastrosa. Ver el amanecer era como tomar la taza de café por la mañana para su abuela: justo y necesario. Rufus salió corriendo detrás de su amo, ladrando y saltando de la felicidad absoluta, pese a que seguía la misma rutina diaria, para el canino, parecía ser siempre la última y la primera vez de hacerlo. El gélido viento mañanero envolvió a su piel aun tierna, recién sacada de las sábanas, mientras el rocío fresco entre la grama humedeció sus botines. Las ramas de los árboles botaron una que otra gota, y apenas si los pajarillos afinaban sus cantos matutinos. Llegó al Observador, seguido por el canino fiel, y sus cuatro ovejas. Las ovejas rápido se dispersaron sabiendo que habían arribado a ese sitio espiritual en la Finca, el Observador. Luego de años de estar viniendo, al mismo sitio y a la misma hora, sabían ya muy bien que a su pastor le encantaba hacerlo. Quizá no advertían la importancia que tal ritual guardaba para su amo. Sin embargo, bien que gozaban del rocío sobre el pasto, el viento gélido, y una buena palmada de luz mañanera. De alguna forma el pastor arribaba siempre y justo cuando los rayos partían desde el borde de las montaña, cortando nubes y vientos, justo durante el cabalístico risueño del despegar del sol, justo en el momento dramático cuando la flamante esfera emergía imperante. La experiencia tras los años le había enseñado a leer el cielo a la perfección para saber las horas del día. El pastor sabía que este sitio era el mejor de toda la Finca para ver el alba, por algo llamado el Observador. No había mejor. Ni en las Fincas adyacentes había un punto tan especial para apreciar un amanecer. Desde este punto en específico la luz viajaba sin interrupción por el espacio, a pegar divinamente en la pequeña colina de gramas verdes peinadas por el viento, sobre pinos altos aflechados apuntando al cielo. Eso es porque el sol sale justo entre una llanura existente entre las colinas que cubren el despertar del sol. Cosa más bella no podría existir. Sentado sobre sus pompas, cruzó sus brazos para mitigar el frío, provocado por un viento congelado arrastrado desde el norte, que se arrimaba sobre su cuerpo como una friolenta serpiente. Su espalda, la recostó contra del Gran Pino, tan cómodo, tan a gusto. El árbol sabio y vivido parecía agradecer la presencia del pastor feliz al acomodarlo bajo sus ramas. Las ramas empujadas por el viento parecían abrazar al pastorcito que se recostaba contra su lomo. El Gran Pino amando al pastor que lo amaba en torno, y juntos, aunque el Gran Pino siendo árbol, y el pastorcito, pastor, manaban en silencio apreciando la textura de pasteles magnolia y celestes pulverizados que lentamente se derramaban entre el cielo. Sus ojos café claro viajaron por el cielo como el azor de cafés plumas que divaga en feliz vuelo. Sus pupilas perforaron el espacio en dos punzantes y conscientes túneles negros. Y su sonrisa, una melódica transfusión al viento que con su ritmo, de paso en paso, guiaba los pentagramas del amanecer con la batuta de su luminiscencia. Faltarían minutos para ese momento. Para esa fusión de cielos pasteles y flamantes pensamientos, en donde, el sol saldría de su alcoba al mundo. Ese momento de euforia entre los cielos donde el bramido explosivo del sol derramaría sus aguas de líquido hirviente sobre la tierra a mancharla de luz angelical. Alba que su alma deseaba y gozaba en elixir existencial, día tras día, jamás por cansarse de verlo. Se sintió tan relajado que se dejó llevar por las notas del viento, y como parte del corchete de negras notas, cerró los ojos, y recordó en armonía junto con el viento: memoró pasadas veces de pacífico encanto en el Observador. Se recordó. Sus memorias tan frescas y lúcidas que parecieron tornarse tangibles y reales: La memoria se extrapoló de su mente a flotar entre el cielo, dirigiéndose hacia una nube gigante, como si fuese una flecha de voluntad propia. Juntas se acumularon en blancas mantas y dulces algodones. La memoria aflote le recordaba a colores naranja matutino, parecidos al sabor mandarina y al aroma de pétalos ave del paraíso. La memoria misma se fusionó con la teutónica nube, y pesada, divagó flotante en lo alto del ojo de su mente. En la memoria fusionada con la nube logró verse apreciando el horizonte en verde, azul pavo, y capa de hielo pintando el cielo en velo congelado. La imagen pronto se desvaneció al abrir sus ojos y volver a apreciar la textura del mundo. El viento sopló sobre su alma, y su alma como si fuese hecha de espigas se meció de lado a lado, como navío lo haría sobre mares salobres y oleados. Su alma pareció dejarse ser acarreada con el viento, a restar en el cielo, como campo de trigo que es soplado por el mismo. Su alma, como las espigas de un trigal, las sentía ausentes de su cuerpo, como un oasis flotante sobre el cielo, volando con alas largas y blancas, abstraído por completo de sí mismo, que aunque espigas separadas y únicas son, cada una seguía perteneciendo al mismo trigal, que en conjunto, formaban parte esencial de su elixir. Las espigas de su alma se fusionaron, y su mente tomó consciencia, y cesó de volar, cayendo de aquel pensamiento hacia el suelo de la conciencia. Sintió el estómago entre la boca por la caída del cielo, y se sintió vivo, alerta, pero al mismo tiempo, somnoliento y tierno, en paz tan posible como el agua cristalina. Respiró profundo llenando sus pulmones de vitalidad, y durante la espiración abrió los ojos, quedando absorto por lo que vio: El durazno del alba manchaba la cúpula del cielo, mientras se extendían los dedos de luz naranja, cuales perdían su tono original y potente, dejando trazos de sus colores alterados al ser refractados por cristales de agua, lanzando cohetes de luz tierna rosácea y malva al infinito. Admiró tales colores como si estuviesen trazados sobre un canvas, un fresco artístico y pintoresco, hecho por las manos de los dioses mismos, pintando activamente con un pincel invisible. Adoraba el fenómeno luminiscente de los amaneceres. Sobre sus pompas, se reacomodó, intentando enfocar mejor la luz que se transfiguraba entre una nube. Su mirada no dejó al cielo reposar un segundo, sus ojos devorando toda vista posible. Amó a las nubes, y amó a los vientos, se imaginó a las nubes mismas como si fuesen ovejas salvajes, viajando hacia algún sitio, en busca del pasto fértil y casto. Gramitas a su lado, mientras tanto, comía del pasto como si con hambruna, con sus dientes arrancando raíces y masticándola con la boca abierta, con media grama de fuera. Rufus no estaba por encontrarse, pero de seguro estaría dormido entre los arbustos, cuales, por alguna razón extraña producían placer somnoliento al canino. Bruno comía por otro lado, y Macizo perseguía a una mariposa verde, quizás creyendo que era la grama volante quien no cedía a la fuerza de su estómago. El joven Pastor suspiró. Estiró sus brazos al cielo, y añoró una taza de café recién molido, hervido entre la olla de hierro, colado a la taza, para luego ser degustado con leche recién ordeñada de Mumu, la vaca de la Finca. El deseo le brindó a su mente el exquisito aroma a café. Se sintió despejado. Su mente una ola de mar en un viaje a alguna playa blanca distante. Se sintió levitado, en éxtasis, aliviado. Sus penas una vaga memoria. Su existencia una idea casi imposible de tocar. Respiró y admitió estar tan vivo como el resto del mundo que le rodea. Sintió la energía del pulsátil viento. Estiró sus brazos y bostezó somnoliento, quedando en su ser ese tierno sentirse jugoso con sueños. Parpadeó un par de veces, y saboreó el gélido viento entre su boca y sobre su lengua. De la masa de vida rodeándole, de los cielos celestes y astros inertes, de las hebras de nube y cultivos de trigo, una libélula vaga en vaga expresión se introdujo entre las corrientes del viento que soplaban al norte. Estas llevaron al insecto a cercana proximidad con el joven pastor, quien sentado sobre sus pompas, apreciaba el resplandor del cielo en alba. Su vista se distrajo del cielo, y se concentró en el insecto. Lo persiguió con su mirada, atento, intrigado, amando su naturaleza, por alguna extraña razón que no comprendió. El insecto de color verde metálico y azul purpúrea, de ojos abombados en burbuja de agua, alas de membrana en tul morado con brillo de iris en arco, por fin logró descansar sobre una rama de un árbol con muchas ramas en forma de flecha. Rama e insecto se mecieron al unísono, y las gotas del rocío cayeron rítmicamente al suelo. La mirada del joven pastor contuvo al insecto, admirando el dragoncillo volador y su perfecta forma lanceolada. Sus alas que angelicales se extendían galantes y aperladas, por donde mágicamente la luz se quebraba en un espectro de azules y naranjas. Pero pronto algo cautivó la atención del joven Pastor, y curioso, volteó a ver, para sorprenderse al ver una detonación silenciosa entre el cielo, que disparó una saeta de luz intensa que perforó el espacio y al infinito. El joven Pastor sintió la luz sobre su rostro como si escuchase el reventar de una ola sobre el mar. Encandilado por la luz potente, rápido elevó su mano a cubrir sus ojos. El movimiento asustó a la libélula, por su puesto, cual viajó con los vientos al norte, en busca de alimento y hospedaje. Pero poco le importó, ya que estaba a punto de presenciar un momento de oro… Entre los dedos del pastor, las luces naranjas se filtraron a pegar sobre su rostro sonriente, y la pulpa de la naranja luz se derramó sobre sus dedos, sobre su brazo, sobre su cuerpo, y sobre sus piernas, hasta quedar por completo cubierto por la luz del amanecer, tal como si le hubiesen decantado un vaso lleno de jugo de naranja sobre su cuerpo. El joven envuelto en cáscaras naranja sonreía al cielo, pasmado y sobrecogido por el fenómeno natural de luz del albor. Recostado contra el Gran Pino, se sintió exaltado, en euforia. Sus pompas ya iniciaban a quejarse de tanto tiempo de estar prensadas bajo su peso, pero no le importaba tanto, al menos, aun no. El fenómeno de luz natural estaba siendo degustado en su exquisito color y fluidez. Las nubes manchaban sus faldas blancas en tinturas acuarelas. La visión era demasiada bella como para quitarle un ojo por tan solo siquiera un segundo. Gramitas habló en su idioma inentendible, con un estrepitante «Beeeeee-e-e-eeeee-e Beeeeee-e-e-e-eee-ee» anunciando la llegada del rey de los cielos: el sol flamante. Tantos años juntos, el joven pastor había llegado a desarrollar una relación íntima con sus ovejas. No comprendía del todo los graznidos de las ovejas, pero sabía cuándo los hacían y por cuales razones. De las cuatro ovejas que adueñaban, únicamente una sobresalía por su mente astuta y veloz, Gramitas. Ella había aprendido a comprender, en parte, el significado de los amaneceres para su pastor. Y quien sabe, quizás y a lo mejor habría ya desarrollado un gusto por el fenómeno luminiscente. Las otras tres, Bruno y Macizo se la pasaban peleando, siendo las más jóvenes, y machos, en pleno juego el día entero. Pancha, la única oveja hembra, pero ya aviejada por los años en paso ligero, se aislaba más de lo usual del grupo, en busca de los pastos despejados y el silencio, quizá filosofando de la vida, apreciando diversas cosas que los más jóvenes suelen despreciar. La vieja oveja de Pancha, perdía su vista en el horizonte por largas horas, viendo en el reflejo de los cielos su pasado en una tira de tiempo extendida. El joven pastor nunca cesaba de lanzarle miradas tiernas a Pancha, siempre intentando quedar bien con ella, lisonjeando y condescendiendo más de lo usual que con las otras ovejas. Pero ella, simplemente perdía su vista y ausentaba el gesto de amabilidad de su pastor. El sol ya se elevaba a su diario labor de iluminar la tierra, y las alfombras de su luz iluminaron al mundo. El orbe de luz amarilla intensa dejó pensando al pastor en los frutos de un nuevo día de trabajo laborioso. Trabajo de buen usufructo ya que estaba aprendiendo las formas de un finquero, pero a expensas de un alto costo: su tiempo libre para jugar. Su abuela insistía que trabajase aunque fuese a medio tiempo con Tomasa, la mucama y única trabajadora restante de la Finca, para agarrar la buena mano y la mera maña- y así lograr aprender a realizar las tareas de un Finquero. Tomasa no era ninguna finquera. Ella era explícitamente la mucama de la estancia, con la responsabilidad de hacer el de adentro, cocinar, y limpiar. Pero en vista que hubo una convocatoria de guerra hace ya casi cuatro meses, la mayor parte de los trabajadores tuvo que irse por obligación y deber a su Imperio. Ahora ella había tomado la tarea de cultivar los campos y el resto de labores por hacer en la finca a diario, cosa laboriosa y de poca afabilidad. El joven pastor, no acostumbrado a tales penas, tuvo que acelerar el paso y aprender viendo a Tomasa hacerlo y a el puro dolor de tener que repetirlo. Pero ni modo. La vida no es un dulce, al menos no para la gran mayoría. Y aunque en apenas sus trece años de vida, ya le estaba imponiendo un alto precio por pagar. Pero cuando la necesidad llama, hay que responder con tenaz fuerza, y sostener por cuanto tiempo sea necesario la potencia. Que como el buen dicho dice, solo hay un camino hacia el tope, y es trabajando duro; no hay atajos, no hay secretos: se trata de ser persistente. Pero Manchego no era alguien que se da por vencido. No, no, eso jamás. Eso era inconcebible tras la filosofía de su diario vivir. Darse por vencido era para los de débil mente. Pero el simple hecho de no poder jugar tanto como antes lo hizo con su mejor amiga, Luchy, le resultaba algo intolerable y aborrecedor, cual le hacía en serio dudar si deseaba laborar tan largas horas. La real pregunta era entonces, ¿tenía voz y voto a la hora de tomar esa decisión? Su abuela le aconsejaba trabajar, y no le quedaba otra más que responder complacientemente. De igual modo, él era el único y último heredero de la Finca. Si él no aprendía las forma de manejar la Finca, ¿quién entonces lo haría? No había nadie más. Era él, o por siempre el perecer del renombre de la Finca el Santo Comentario, que ya de por si estaba en decadencia desde hace catorce años, cuando Eromes trágicamente murió. «¡¡Beeee-e-e-e-e! Beeee-e-e-e-e!!», exclamó Gramitas, exigiendo a su amo un masaje. El joven pastor acarició a Gramitas justo por detrás de las orejas, y la oveja cerró los ojos en complacencia. La lana acolochada de la oveja estaba tiesa y sucia. Supo que debía de bañarlas, otra vez. La piel por debajo del pelaje se sentía áspera. Luego de varios minutos de acariciar a Gramitas, sintió la urgencia de levantarse. Las piernas lo estaban matando con hormigueos. Se levantó, apoyando su brazo sobre la grama y empujando su cuerpo hasta estar de pie. Limpió la gramilla pegada en sus pompas, y achinados sus ojos, pegó el bostezo más grande que pudo. Su rostro se deformó en una gigante caverna. Tragó aire por el millar, y sus brazos los tiró hacia atrás de su cuerpo, estirando los huesos del tórax, y llevando al límite las articulaciones de sus brazos. Se sintió aguado y fláccido, con ganas de arrojarse entre las sabanas de su cama. Pero no. Nunca lo haría. Nunca cambiaría a la cálida sabana por la vista de un amanecer. El gallo tuvo que haber cantado hace momentos, pensó, mientras el sol finalizaba de salirse de la pijama de las montañas, pero el gallo estaba muerto. Se murió de fiebres inexplicables, y quedó tan solo la gallina de Chichona. Ella no cantaba el poema del amanecer. Ella era experta en poner huevos. Y comprar a otro gallo estaba fuera de su capacidad económica. No había dinero para otro gallo. No había dinero para muchas otras cosas tampoco. Pero el dinero vendría con el tiempo, le decía su abuela. El dinero fluye como los vientos sobre los mares, y los mares sobre los valles, y los valles entre los ojos, y los ojos contra la luz, y la luz contra el cielo, y el cielo con el alma, y el alma con los dioses. De eso no había que preocuparse, decía ella. Pero Manchego a veces la miraba preocupada, perdida entre sus memorias, como si pasase penas. Pero no penas recientes de las cuales uno habla y expresa con el cuerpo y el ceño. Estas parecían estar empolvadas con el tiempo, e ida, a veces se perdía recordando, su lanzada vista perforando el horizonte y perdida con las nubes, pensando, recordando, reviviendo una memoria desabrida y reseca, cuyos colores han demacrado y olores apagado. Quizá veía ya tan solo una tira de imágenes opacas, que se degustan más por recordarse del recuerdo en sentimiento, y no del sentimiento mismo que se siente de recordarse de la memoria intacta. Escuchó su nombre a la distancia. Pensó que le llamaban. Una vez, tras otra, escuchaba su nombre en vagas ondas sugestivas. Hasta que por fin hubo una definitiva, «¡¡Manchego!! ¡¡¡Ya está el desayuno!!!», al mismo tiempo escuchó la campana resonar. Hora de degustar huevitos y avena tostada de la semanas pasada. No logró pensar en una combinación más aburrida. ¿Pero qué más queda cuando no hay opciones? La avena de la cosecha reciente se había perdido, y no por la mala tierra, sino por la mala mano. Tomasa no estaba experimentada lo suficiente como para cosechar en su momento la avena, y Manchego, aun menos. Pero el estómago le estaba crujiendo. Debía de comer e iniciar la labor del día. Manchego tomó su bastón, e inició a reclutar a su pequeña camada de ovejas. Bruno y Macizo obedecieron rápido, cesando de jugar a heroicas lanas. Gramitas no tardó en tomar el poder de la camada de ovejas e iniciar el retorno con la barbilla en alto. Pero Pancha permaneció indómita, perdida entre la visión del amanecer. Detestaba tener que recurrir al canino para obligarla a regresar. Él no era un pastor para andar agrediendo a los animales. Él creía firmemente en el alma del universo, y las ovejas son parte del universo, compuestas por la misma materia del mundo. Ellas compartían el alma del universo con el resto de seres que viven y luces que guían. No, él no era de agredir a sus animales. Pero Pancha simplemente no hacía caso a sus órdenes, y se vio obligado a pegarle el chiflido, como todos los días. De inmediato Rufus salió de entre el matorral, lleno de espinas y ramillas quebradas y hojas muertas entre su cabellera. El perro anciano respondió con vigor, ladrando a quejido estrepitante, a dar a conocer su llegada imponente, aunque imponente no lo fue. Rufus supo que debía de jalarse a Pancha. Trotó a ladridos oxidados hacia la oveja anciana, quien al ver al canino, se incomodó de su mera presencia. Petulante inició el retroceso hacia el establo, ignorando por completo a Rufus. El perro se sintió insultado ante el gesto agresivo. Pero no le importó. Pancha así es. Depresiva. Manchego suspiró, afectado por no lograr controlar a la anciana oveja. No sabía qué hacer con ella. Rufus la miraba con ternura. Encerrarla y no dejarla salir a comer el pasto era demasiado cruel de idea. Dejarla en las afueras era pésima idea, porque pronto un perro silvestre la tendría entre su mandíbula. No, la solución no era cruenta. La solución era entendimiento. Debía de comprender a Pancha. Los ancianos tienen caprichos como los niños, y hay que saberlos llevar, como corcho sobre las olas. Le encantaría que fuese tan obediente como las demás. Pero las comparaciones son tediosas, y quien sabe las razones por las cuales Pancha se perdía entre las nubes. ¿Qué posible memoria podría guardar en su mente? ¿O es únicamente que ya de anciana encontraba sentido en las figuras del viento? «¡¡Manchego!! ¡¡Mancheguito!! ¡¡Ya está el desayunooo!!», gritó su abuela concomitantemente con la campana, anunciando el matutino nutriente y su presta disponibilidad. Manchego sonrió al pensar en su abuelita cocinando en sus pijamas de lana de oveja. A la distancia creyó olfatear el olor a yema de huevo quemada y el innegable y exquisito olor de la avena recién tostada. Eso es, avena de la semana pasada, ¡recién tostada! La sonrisa de su rostro tomó posesión de cada y una de sus expresiones, y no contuvo una pequeña risa. Amando al viento y a la naturaleza, caminó a casa con el bastón en mano, canino saltando a su lado en felicidad, y cuatro ovejas andando como nubes diminutas sobre la tierra. Pasada la matutina hora del amanecer, Tomasa había llegado a la cocina para preparar la fruta de Lulita, y a encender la madera para preparar el desayuno de Manchego. Las brasas se dejarían para más tarde, ya que servirían para incinerar nueva madera para el almuerzo y luego para la cena. Pero desde hace mucho tiempo que Tomasa ya no prepara el desayuno de Manchego. Ahora lo hace Lulita. Tomasa ha estado muy atareada como para andar haciendo desayunos, entonces Lulita prestaba la mano para hacer las comidas y lavar los platos. El freír de huevitos fue la invasora sensación que tuvo al entrar a la estancia. Se sentó en su puesto, y arregló los cubiertos colocados a medias. Pegó un sorbo al jugo de naranja exprimido por Tomasa, y esperó a su desayuno. Rufus sacaba y metía su lengua, en rítmica armonía, esperando su ración de comida. Lulita meneaba el sartén, la paleta de madera raspando la superficie metálica para arrancar esos pedazos pegados. Lentamente un aroma a quemado invadió la cocina, y se escuchó la voz de Lulita, «¡Por los dioses! ¡No otra vez! ¡Ay no, pero que molesto es cocinar con esta Tomasa que pone la brasa a potencia solar!» Con un trapo húmedo, Lulita sujetó la oreja de la olla hirviendo café, y vertió su contenido al colador. Sirvió en una taza el producto colado. Y caminando hacia Manchego, sirvió los huevitos aplastados sobre su plato, y colocó la taza de café al lado. Sujetó un segundo sartén del fuego, y vertió una porción de fríjol molido. La avena de la semana la sacó del horno, y la dejó caer en la panera, soltando migajas sobre la mesa. Manchego rápido cogió los cubiertos, deglutiendo enérgicamente el desayuno. Aunque quizás temático el hecho de comer huevitos aplastados todos los días, ¡pero por los dioses que eran buenos! Lulita sabía darle cariño a su cocina. Ese amor tierno que se infunde entre las cosas. Ese amor sobre las cosas que las hace ser tan afables como el amor mismo. Lulita empezó con el sermón, tal cual le daba y repetía todos los días, poco evidente de su nefasta obsesión, «No mijito, tu eres el próximo heredero de esta Finca El Santo Comentario. Y tenemos que tenerte bien nutridito, para que cuando sea la hora de la hora, logres hacer lo necesario para hacer con esta Finca lo que tu abuelo hizo, que en paz descanse.» Lulita pareció perder su vista en el horizonte, y luego agregó, «… ¡y Buen provecho! ¡Y buen crecimiento! Te felicito mijito, estás haciendo las cosas como se deben. ¡Arriba el ánimo! ¿Verdad que si Rufus?» El canino soltó el jovial ladrido en asentimiento. Lulita siguió hablando mientras Manchego comía, «Corren rumores por el pueblo que la batalla en la frontera cesa. Muchos dicen que pronto los hijos de San San-Tera regresarán a sus casas. Eso quiere decir, mijito, que pronto los trabajadores estarán aquí de regreso y los días de trabajo arduo finalizarán por fin. Tu podrás regresar a la escuela y podríamos iniciar a buscar algún finquero para que te tome cómo pupilo. Pero mientras permanezcan los tiempos así, debemos de ayudarnos a sacar el trabajo de la Finca.» Lulita pegó un mordisco a una su manzana, y luego de haber tragado y limpiado la orilla de su boca prosiguió, «Ya cuatro meses sin trabajadores es demasiado. Es inhumano para una criatura de tan solo trece primaveras tener que trabajar como esclavo. No es normal, y nunca debería de serlo. Estoy totalmente en contra de explotar a los niños. ¿Pero qué otra tenemos? Eres tu mijito y Tomasa, los demás andan en plena lucha. Mira que muchas de las Fincas del complejo están igual. Jodidas con esto de los trabajadores yéndose a luchar a las fronteras. Sangre derramada por gusto. Ay no, que desgaste tan innecesario.» Manchego ya había escuchado tales rumores, pero de la boca de su mejor amiga, Luchy. Ella, por alguna razón, siempre se enteraba de todo lo que pasaba en el pueblo y en el complejo de Fincas. Quizás era porque su madre, Vilma, se juntaba dos veces por semana con las ‹chicas de la clase› a un cuchubal. Ahí intercambiaban chisme y noticia, tergiversaban cada rumor a modo de redistribuir la falsedad por doquier. Y Luchy, creyéndose adulta, participaba en los cuchubales y degustaba el té como señorita. Tomó un pedazo de avena tostada de la panera, y se impresionó al sentirla tan tiesa como la madera. Cosa rara, ya que usualmente cuando la mordía, esta se disolvía en un polvo desagradable, restando en una masa inerte y desabrida. Comió la avena tostada, empujando el frijol contra su tenedor, mascando la combinación excéntrica. Lo bueno de ser amigo cercano a Luchy, pensó, es que se enteraba de prácticamente todo lo que pasaba en San San-Tera y un poco de lo que pasaba alrededor del Imperio. Los chismes eran por lo general aburridos y de gente que no conocía y que probablemente nunca conocería. Eran irrelevantes para él. Aunque, en algunas ocasiones se mencionaban nombres grandes como el de Leor Buvarzo y Morgan Gramandam, en especial al veterano Leandro, el General del Ejercito Imperial. Amaba a Luchy. La amaba por lo que representa en su vida: amistad incondicional. Le parecía sensacional como persona, y guapa también. Pero no le gustaba, no, jamás. Ella es solo una amiga. Nunca podría verla como algo más. ¿Igual para qué? Las relaciones son para los adultos. Es cosa complicada y enredada. En fin, eran amigos, y eso es lo que importa. «Dicen que por fin van a llegar en un acuerdo en esto de la guerra en las fronteras. Espero que sea cierto, porque cada año nos vienen baboseando que por fin han llegado a un acuerdo en quien tiene sus límites donde. Nunca falta el idiota que quiere más y más y nunca se satisface. Ay no, problemas. Mejor termina tu desayuno mijito. Ya no escuches a esta viejita que siento que pierdo mis cabales. ¿Quieres otro huevito?» La mención de huevito hizo recordar a Manchego de la gallina de la Finca. La última gallina. Desde hace tiempos que todas habían iniciado a perecer. Quizás por mal alimento o alguna enfermedad. La Chichona era la única restante, resistente al ataque de la muerte que sobrevino a las gallinas. «No gracias abuela.» «Muy bien. Pero no vengas después diciendo que quedaste con hambre. Sabes, dicen que Doña Paca anda reventando las recetas en su cocina. Parece ser que ha llegado a un nivel superior culinario. Vamos a ir hoy con las chicas a ver que compramos. La pasada vez traje chuchitos de pollo y de res. Estaban magníficos. A ver qué delicias nos encontramos hoy.» Lulita recogió el plato de Manchego y lo llevó al lava trastos. Remojó los platos en agua y los dejó a un lado, para que Tomasa, más tarde, los lavara y guardara en su lugar. En la taza de café ya servida, Lulita le agregó las dos cucharadas de miel que le gustaban al pastorcito, y lo mezcló con una cucharilla. Manchego probó el cafecito, y sus ojos en complacencia dieron a entender a Lulita que el café estaba aprobado. «Corre la bola que el Alcalde anda con otra mujer. Dicen que es tan fea como una bruja. ¡Ja! Las cosas que complace al pueblo y sus deseos por escuchar algo superior a sus vidas. Es impresionante lo que entretiene a la voz del pueblo: el puro chirmol. Quizás solo sea por crear controversia. Pero dicen por ahí que tiene una terrible fama de ligera y que andan de arriba hacia abajo. Que salen de la casa del Alcalde entre noches por las calles a quien sabe ni que secreto sitio. Bien tú sabes Mancheguito que el Alcalde, Feliel, no tiene mucha popularidad con el pueblo. Por mentiroso fue elegido por aquellos creyentes en sus falacias. Y ahora mira como tiene de mal regulado el mercado de la canasta básica para aquellas personas de escasos recursos. Y los pobres vendedores se ven obligados a regular los precios. Si no, te cierran la tienda, o quizás y amanezcas muerto por el desagüe o los sumideros. Ay no, las cosas que pasan estos días. No es la mano del Alcalde que necesita el pueblo, ni su piedad, ni su entendimiento. Es su ausencia. ¡Lo que hace falta es trabajo! ¡Todos deberían de trabajar! ¡Mira a esos mendigos que merodean el pueblo por las noches! ¡Destructores y usurpadores son! A ellos deberían de sancionarlos. Ay no, las cosas que pasan… como cambian las cosas…» Lulita perdió su mirada entre la vista del amanecer. Sus ojos flotando entre las nubes y el color naranja de sus faldas. Su mirada parecía hablar una historia larga y profunda, y por un instante creyó haber un dolor tangible, simbólico, y definitorio de su vida actual. Pero Manchego no logró ponerle un dedo a aquella sensación, y meramente contuvo el pensamiento entre la caja de dudas que llevaba del pasado de su abuela, del cual, hablaba poco. «Mijito lindo. Mira que el sol no demora en su alce al cielo, mientras que nosotros sí. El tiempo avanza y hay mucho por hacer. No demores mucho. Bien sabes que la pobre de Tomasa sufre cada vez que te ausentas. ¿Quieres más cafecito?» Manchego aceptó la oferta. Otra tacita de café no le caería mal. De igual modo, necesitaba las energías para el trabajo de hoy. Los últimos días habían sido extremadamente calurosos, y ya una vez y por poco se desmaya a media jornada. Manchego topó con sus ojos el fondo de la taza. Entusiasmado por un nuevo día, se levantó y llevó su taza al lava trastos. Con el pashte restregó la suciedad, y los puso a secar sobre el trapo seco. Caminó hacia su abuela, y le pegó un besito tierno en el cachete, «¡Gracias por todo abuela! ¡Estuvo delis!» «Ay mijito, tan lindo que eres. Como me gusta que ayudes. Como me gusta. Eres un reflejo tan autentico de tu abuelo. Me encanta sentir que estás participando en elevar nuestra Finca. Ay no, las cosas que pasan … las cosas que pasan … Yo te mando tu limonada con azúcar al medio día y tus champurradas con arequipe. A trabajar pues mijito. ¡Suerte en tu día y nos vemos para la cena!» «¿No vas a estar para el almuerzo abuelita?» «No hombre, hoy no vamos a poder almorzar juntos mijito. Tengo reunión con las viejas vecinas. Vamos a ir a casa de Doña Paca a ver que compramos. Pero para la cena prometo traer algo delicioso. ¡Adiós!» El joven pastor salió de la estancia, seguido por Rufus, quien a su lado ladraba de la felicidad. Caminó hacia en donde seguramente encontraría a Tomasa trabajando las tierras. Tomasa maniobraba la pala como caballero la espada. Vez tras vez, cada palazo cavaba un agujero profundo en la tierra. El aire mismo parecía temblar tras cada golpe. Su fuerza era incomparable. Su tamaño, incalculable. Su piel de indígena de las tierras de Devnóngaron brillaba el potente tueste de sus pieles nativas, un color café acaramelado, grácil, poético en su color, único, que con la larga y duradera exposición al sol, relevaba el tueste del horno en potentes cafés. Su apodo lo había adquirido no más inició su labor en la Finca, El Oso. Los trabajadores le temían a Tomasa, que de carácter fuerte, y aunque cocinera, era la mano derecha de Lulita. Tomasa había conocido a Eromes, antes de su muerte, y le había servido fielmente hasta su perecer. Ella era una de las pocas que logró conocer bien al finquero famoso. Ella era una de los pocos trabajadores de la Finca que llevaba ese orgullo entre sus manos: haber servido bajo el mandato de Eromes. Y con esa memoria motivaba sus días. Especialmente al ver al joven pastor crecer, quien era una imagen en espejo, aunque diminuta, de lo que fue su abuelo. Desde que tenía el pañal puesto conoció a Manchego. Ella le cambiaba los trapos cuando los manchaba de heces. Ella de daba la pacha, le daba el agüita, las verduras cocidas, le hacía puré las manzanas y se las daba con cucharita. Ella vio crecer a Manchego. Ella ayudó a crecerlo, y en parte, a criarlo. Ella fue quien ponía el límite a las travesuras de Manchego, y aun hoy lo hacía con imponencia. Con permiso de Lulita para corregir a Manchego, este le temía más que a Lulita. Tomasa era cosa seria. Una trabajadora excelsa. Incluso, leyenda corría por el complejo de Fincas, El Granjero ElquepeK´Baj, que Tomasa había matado a una manada de perros silvestres con sus propias manos. Que con sus manos de oso había roto el cuello de cada lobo, y que incluso, se había comido el corazón de uno mientras aun latía. Y ciertamente, si algo impresionaba de sobremanera de Tomasa, eran sus manos de león. Poderosas como la mordedura de un dragón, ásperas con callos y la cáscara gruesa de años de trabajo arduo y manos en fuego. Cada dedo era del grueso de una zanahoria. Tomasa bien podría ser un Brutal Fark-Amon de Omen, y de seguro, sería la guerrillera más capaz de todos, con la capacidad de descuartizar un cráneo entre sus manos como una nuez. Manchego sentía que trataba con un general de guerra cada vez que le hablaba. Su voz era comandante, su mirada penetraba piedras. A ella era imposible mentirle. Su ojo raptaba falsedad en sus expresiones y rápido le succionaba las verdades, «¿¡Porque es›q ha venide tarde po!? ¡Ash hombre! ¡Que no mire que disciplin›e es lo que necesite este munde hombre! ¡Ash! ¡A trabajar po que la tarde camin›e y usted no hombre! ¡Ash! ¡Ash!» Manchego estaba paralizado, recibiendo las palabras comandantes de Tomasa. Temiendo ver esa bofetada que nunca llegó a cruzar su cara. «¡A trabajar po! ¡Ash! ¡No se qued›e parad›e ahi po! ¡Ash! ¡Pataje!» Al recibir las ordenes de trabajo, rápido tomo la pala y piocha, e inicio a trabajar las tierras sin preguntar y sin dudar. La mañana transcurrió pesada, y con cada segundo el sol aumentaba su capacidad para ser molesto. Casi al centro del cielo, sus lanzas fuego penetraban la piel de Manchego con calores intensos. Rápido el sudor respondía, a expensas de sentirse pegajoso y saturado por humedad. No había forma de sacudirse los rayos de luz, ni por movimiento veloz ni por aguas sobre el cuerpo, y pesado se sentía el ambiente con vapores humedeciendo su nariz y sofocando sus pulmones. Cientos de veces corrió su camisón sobre su rostro para limpiarse del sudor. Pasados los momentos bajo tal sofocación sus movimientos se tornaron letárgicos con el calor. Su mente se hizo lenta y humedecida como el ambiente, como si su cerebro estuviese relajándose en la sopa de su pensar. El sopor era insoportable. No lograba coordinar sus actividades. Deseaba pensar en algo, pero simplemente los pensamientos no arribaban a tiempo, y se perdía el momento para hacerlo. O quizás, arribaba el pensamiento a medias, y se quedaba confuso, esperando esa otra mitad que nunca llegaba. Lo único que miraba y comprendía era a Tomasa dándole órdenes. Escuchaba a Tomasa gritarle y decirle que hacer, con el ‹¡Ash!› al final de cada oración como el graznido de un león enojado. Escuchaba a Tomasa reprimirlo con regaños, con insultos, y cátedras de cómo se debía de cultivar. Era una excelente maestra, pero quizás muy rigurosa. Muy fuerte. Se desesperaba muy rápido. De paciencia escueta. Habían abarcado vasto campo esa mañana, la gran mayoría hecho por Tomasa misma por su puesto, que con sus manos de oso, era más eficiente que cinco hombres juntos laborando en paralelo. Pero Manchego observaba, y aprendía con sudores y gritos la manera de trabajar la tierra y cómo hacerlo eficientemente. Quizás Tomasa hacía las cosas rápido y a veces no muy bien. Pero su velocidad era incomparable. Lamentablemente se notaba esa ausencia de amor, semanas después, cuando los cultivos se perdían ante el hecho que no se les dedicaba el tiempo suficiente ni el amor suficiente. Más por el hecho de carencia de factor humano que por amor mismo, que Manchego seguro estaba que amor entregaba a sus plantas. Pero con tan solo cuatro manos era imposible. Y ellos no contaban con el lujo del tiempo. Debían de hacer mucho en la Finca, con pocas horas de luz del día a su favor. Trabajo más matado no podría existir. Hacía ya tiempos que no sufría el Imperio una convocatoria masiva como esta, y claramente, cobraba su precio en la productividad de los agricultores, y quien sabe a quienes más afectaba la ausencia de trabajadores en sus negocios. Manchego en unos años entraría en su ‹madurez› suficiente para irse a entrenar a la escuela militar y servir al Imperio. Lulita temía el paso del tiempo por la llegada de ese día, miedo a perder a su único nieto, a su mijito querido. Y de alguna forma, no lograba ver a Mancheguito, al flaco y escuálido niño, de estacas piernas y brazos delgados, y tan dulce personalidad, con armaduras de guerra marchando en régimen militar. Contrario a eso, Manchego se ilusionaba al ver en el pueblo a los jóvenes en su ‹madurez› iniciando en la escuela militar, guiada por Félix, el Alguacil del pueblo. Ellos entrenaban el día entero en las facilidades de la escuela, y aprendían a maniobrar la espada y escudo. Aprendían a utilizar la lanza y a marchar en grupo. Era una etapa alegre para los jóvenes, ya que desarrollaban su hombruna, su poderío, y demostraban a las chiquillas su masculinidad con sus crecientes músculos y patéticas posturas inmaduras de soldado en creación. Jugaban a las peleas, y al graduarse, algunos se incluían en el ejército Imperial, mientras otros se quedaban en sus hogares, a seguir los pasos de sus padres. Pero Manchego sabía que le faltaba tiempo para llegar a su ‹madurez›. Y por lo tanto, no se preocupaba por eso. Se preocupaba por la Finca. «¡Apurese po Manchegue!», le gritó Tomasa al verlo perderse entre su mente, cosa que comúnmente le pasaba a Manchego, «¡Mire que a su abuel’e le voy a decir si no se apure po! ¿¡No ve lo que tanto falte po!? ¡Mire que falta poque pa’ lal’muerce hombre! ¡Apresure po! » Manchego apretó el paso. Pero el aroma a dalias y lirios invadió su mente, y de inmediato los motores de su emoción e ilusiones trotaron a galope incinerado. Imágenes corrieron por su mente, atardeceres en brasas y amaneceres en fuego, y esclarecida entre el centro como el molde morado y vacío de montaña distante que se rellena mientras uno se acerca, la imagen de Luchy se hizo tangible como monumento de mármol. «¡Hola!» Manchego parpadeó, no creyendo la posibilidad de ver a Luchy en ese momento. Se restregó sus ojos, y volteó a verla con asombro, «Tontito, soy yo. Tu abuelita te manda esto.» Manchego saboreó de antemano la limonada con azúcar y las champurradas con arequipe. Tomasa rápido vio el rostro sonrojado de Manchego, y tuvo que intervenir, «¿¡Qué diables pase aquí po ishtes mocoses imprudentes salvajes!? Mire que el pataje ni›a terminade de trabajash y ya vosotrs jodiendo la pita pue. ¡Ash! ¡Niñes! ¡¡Niñes!!» «¡Hola Tomasa!», dijo con su voz cristalina la preciosa de Luchy, y con tierna inocencia extendió su brazo, en donde su mano sujetaba una vaso, «¡Le traje esto Tomasa! Pensé que tal vez usted también podría llegar a tener sed, pues veo que el sol abrasa fuerte con sus dedos fogosos y mente candente. A parte, sé que el trabajo puede ser pesado, entonces, a lo mejor y le traje algo para que se relaje.» Tomasa se rompió, y su rostro se desfiguró apenado, «Ay.. Pero ay…», empezó a tartamudear la Tomasa, vencida por una niña en su adolescencia, «gracies mamita. ¡Que los dioses le bendiguen!» El Oso rápido tomó la limonada con azúcar, y se notó en su rostro las facciones de satisfacción. Algo en el modo de Tomasa hizo darle a entender a los muchachos que El Oso de Tomasa se había sentido una niña de nuevo. ¿Quizá fue esa sonrisa estrecha en su rostro? Manchego no pudo evitarlo y rápido estuvo encima del azafate en donde tomó su limonada y devoró la champurrada con arequipe. «¡Está delis! ?Cabal como me gusta!», dijo con la boca llena de champurrada media mordida y con migajas decorando sus labios. Luchy se rió de ver a Manchego devorar las champurradas. Le pareció cómico verlo degustarlas y mancharse los labios con arequipe. No sabía porque, pero le parecía maravilloso, especialmente el ver como de alguna manera lograba mancharse de arequipe hasta el pómulo. Tomasa no pudo evitar sentir la ternura por los nenes. Y rápido se recordó de su infancia. Las memorias fueron dulces, y su corazón se suavizó, «Buene pues›m. Ya hems terminade por hoy. ¡Pero fijs! ¡Fijs po! ¡Que lo quiero aquí a las cuatre! ¡Que falta que hacer le digue! ¡Váyase a jugar pues›m! ¡Y nos vems!» Manchego y Luchy se vieron, y sus ojos se cristalizaron en risas. Rápido salieron corriendo a jugar sus juegos, Luchy haciendo cuentas de tantas cosas y chismes de debía de contarle a Manchego, su único y mejor amigo. La risa de los nenes en juego provocó un cosquilleo especial en el centro de Tomasa. Se recordó de aquellos días del amor inocente y la expresión inadulterada del ser. Regresó a aquellos días en su mente, y bailando a su ritmo, inició a cantar la Canción de la Semilla. Doña Vilma Portacasa, madre de Luchy, no estaba por encontrarse en la casa. Había salido a hacer las compras de la semana al pueblo, y se había llevado a los hermanos de Luchy con ella, sabiendo que Luchy, ahora la más grande de la casa, ya que sus otros cuatro hermanos ya trabajan fuera, se quedaría para jugar con su mejor amigo. Siempre hacía el gran berrinche y el melodrama por quedarse a jugar con el vecino, Manchego. Doña Vilma conoció a Manchego desde los pañales, y bien lo conocía por ser un excelente chico. Tímido y callado, clásico de Manchego. Observador, eso sí, particularmente observador. Pero a grandes rasgos, un gran chico. Y aparte, Doña Lulita era nada menos que la viuda de Eromes, el famoso y excelso finquero, que en paz descanse. Tener a Manchego como amigo de su hija era un honor y un orgullo. Cosa que podía presumir frente a sus amigas y sentirse un poco más valiosa. Luchy y Manchego aprovecharon hacer una invasión. La cocina de la casa fue saqueada por el par de terremotos, y pronto desaguaron todo como tacuazines y ratas. Entre mordiscos de pan de la tienda de Bochorno y Chomipa, entre prepararse masa con harinas y banano para cocinar un pastel, entre calentar los frijoles y hacer una maleta, entre tostar las tortillas y preparar quesadillas, encontraron el escondite de Doña Vilma, en donde guardaba esos botes rellenos de dulce de leche. Como abejas personas se nutrían de las mieles de leche en dulce, forjada por los hermanos de Luchy, los grandes, quienes trabajaban la Finca con su padre, Hector Buvarzo. Entre los productos que vendían, el dulce de leche era el más aclamado por el pueblo y los comerciantes del Imperio que negociaban directamente con el productor para distribuir dulce de leche a ciudades distantes. Ciudades como Erliadon y Bonufor, en especial Vásufeld aclamaban el dulce de leche de la Finca Reinita del Diente Quebrado, nombre en honor a Doña Plumasa. Ella fue la fundadora de la Finca, tatarabuela de Hector y de Leor, quien era conocida como la Reinita. Apodo acuñado en la fiesta de sus ‹quince›. E incidentalmente tenía el diente incisivo quebrado por haber mordido un adorno de madera que parecía ser fruta real. Fue un festejo. La cocina apestaba a dulce de leche y crujía a retorcijones de estómagos empachados. Manchego estaba más que satisfecho, estaba empalagado, sus manos pegajosas y labios resecos por el exceso de azúcar. Sentía dulce de leche en el cerebro moler sus pensamientos en pegajosas hebras. Sentía el olor al dulce un insulto a su olfato, que por veces, sentía el sugestivo sentimiento nauseabundo surgir y venir, irse y regresar. Luchy, al contrario, era golosa y comelona. Comía dulce de leche con, ya sea con banano, pan, champurrada, frijoles, con leche, con pollo, o incluso el día de hoy se había aventurado a probarlo con naranjas. El sabor fue singular. Aislado. ¡Pero satisfactorio! Luchy sumergió la cuchara entre el bote a medias, y extrajo un colocho de dulce de leche, goteando redes e hilos, chupando la cuchara como helado en cono. Manchego casi vomita de verla lamer tanto dulce. La niña dijo al ver a Manchego casi vomitar, «Yo no entiendo por qué la gente vive diciendo buenos días, ¿sabes? ¿Has escuchado? ¡Sólo buenos días dicen!» Manchego logró tragarse el borbotón de vómito que estuvo por salir en proyectil. Luego de unos segundos de saborear el agrio sabor, le dijo a Luchy, confuso por el tema tan extraño y sorpresivo, «¿Buenos días? ¿Cómo así?» Luchy dijo con dulce de leche entre su boca, «Si, buenos días. La gente dice y re-dice buenos días. ¿Por qué dicen eso?». Manchego se sintió ligeramente enfermo de ver el dulce de leche derretirse entre la boca de Luchy. Manchego encogió los hombros y respondió, «¿Porque los días son buenos? ¿O porque le desean a alguien los buenos días por venir? ¿O porque los días anteriores han sido días muy buenos, y tienen ganas de expresar lo bueno que fueron los días?» Luchy no estaba convencida, más aún, consideraba el argumento de Manchego carente, «Entonces en ese sentido, la contraparte podría responder, malos días. Pues si tú has tenido buenos días estos últimos días, y yo he tenido malos días, y tú me dices ‹Buenos días› yo te debería de responder, ‹Malos días›. Pero nadie lo hace. Todos responden buenos días. Y yo, porque no me gusta tu cara, podría decirte de entrada, ‹malos días› Porque te estoy deseando que tengas malos días.» Manchego sintió la furia de Luchy, cosa potente pero extraña de ver, y dijo, un poco ofendido al sentir su argumento siendo atacado, «Si pero sería muy ofensivo. Uno quiere que la gente alrededor de uno se sienta cómoda y a gusto, no agredida y hostil.» Manchego pegó sus labios contra el vaso de madera y tomó un poco de leche para mitigar el eterno sabor a dulce de leche que plagaba su paladar. Luchy sonrió con un tono de malicia, sabiendo que Manchego pronto estaría entrando a la defensiva, y continuó su argumento, «¿Y qué tal si ese buenos días es para desearle a la contraparte un buen día? Entonces, si yo no estoy muy contenta con la contraparte, porque la vi tirar basura en la calle, puedo pasar y decirle ‹¡Mal día!›. ¿No crees? Porque solo decir buenos días como por ímpetu es un error, quizá sería mejor pensar bien en lo que se está por decir… ¿no crees?» Manchego torció los labios. Luchy tenía la razón, como siempre, y respondió, «Pues supongo que nunca le había puesto mucha atención a lo que indagas. Y creo que nunca lo haría de todos modos. No es mi estilo. Tú sabes. Aunque suena interesante, pero completamente innecesario. ¿Por qué o para qué analizar tales cosas? ¿Para qué? ¿Qué aburrido!» Luchy dejó caer su boca, insultada, y al sentirse bofeteada respondió con tono pesado, «¡Pues te deseo un mal día!» Manchego se quedó con la boca abierta al igual, y dijo, «¿Qué? ¿Cómo así que mal día? ¿Me deseas en serio un mal día?» Luchy se sonrojó y dijo, «Perdón. Solo estaba ejemplificando mi punto. Pero es que es cierto.» Manchego respondió, «De igual modo, no te conviene que yo tenga un mal día. Porque contigo lo estoy compartiendo. Entonces más vale que sea u buen día.» Luchy soltó su risita claritina, que con notas de fuego vainilla abrasado voló en vuelo a los sentidos de Manchego, a quien le corrió un escalofrío placentero por su cuerpo al escuchar esa inocente risa. Más aun, ver a Luchy reírse tan pura y tan natural le recordaba a un bello amanecer. Quizás un amanecer en donde el sol saldría entre el cielo con una sola nube en la cúpula de lo azul, y cuando el sol saliera sonriente, iluminaría las faldas de la nube sonriente: como sonrisa. Manchego podría ser esa nube, que cuando Luchy sonríe, su alma se ilumina de gracia y felicidad. No hay nada más bello que la expresión más sincera del ser en su pureza natural, en donde reflejado en mares frescos de agua espejada, se palpa el alma en brisa solar. Manchego amaba a su mejor amiga. Convencido, por su puesto, que ese amor es amor de amigos. Únicamente amor de amigos. ¡Nada más! Mejores amigos explícitamente desde pequeños. La amaba por su exquisita forma de ser. Por su natural forma de ver el mundo. Por su expresión tan sincera sin límites ni barreras. Por su forma pensativa y sus observaciones que a veces no tienen ningún sentido. Manchego se dio rápido cuenta que sus ojos se habían clavado en los de Luchy, y rápido, dijo rompiendo el silencio, «Yo creo que Tomasa se está aburriendo Luchy. No sé qué es, pero la veo cada día más enojada y menos fluida. Creo que es esto de la convocatoria, que por tal está bien atareada en la Finca.» Luchy contestó, «De seguro. A nadie le gustaría tomar el trabajo de otros veinte. Es impresionante que la Tomasa logre sacar el trabajo a solas.» Manchego se sintió ofendido, «¡A solas! ¿¡A solas!? Yo la ayudo. Yo siempre la ayudo.» «¿Ayudar?», le respondió Luchy, «Mira qué horas son Mancheguito, son ya casi las seis de la tarde y Tomasa te pidió que regresaras a las cuatro para seguirla ayudando con el trabajo. No es por ofenderte, pero creo que tu ayuda pasa desapercibida.» Manchego se resintió. Más por el hecho que es cierto. Pero no totalmente cierto. ¡Porque si ayudaba! Especialmente con los animales. Eso de trabajar cultivos no mucho le llamaba la atención. Y quizás no por carencia de interés, sino más bien, por el hecho que Tomasa se la pasa gritándole y reprimiéndole cada vez que él la ayuda a trabajar los campos. Pero quizás por eso Tomasa no lograba impartir una buena educación en agricultura, porque no es feliz. Manchego dijo, luego de un periodo de reflexión, «De pasar a ser la mucama de la estancia a estar todo el día en los campos ha de ser difícil. De seguro.» Luchy cerró el bote de dulce de leche, y respondió, «Claro que ha de ser difícil. Pero cada quien le hace afronte a las situaciones que le vienen cuando vienen Mancheguito. A ti, de seguro, algún día te tocará trabajar así de duro, si no es que más.» «¿Por qué dices?», respondió Manchego, asustado por la posibilidad de tener que trabajar más duro de lo que ya sentía que era durísimo. Luchy continuó, «Porque tú eres el único. Eres el heredero. Y casi que a mano dura tienes que aprender, porque no hay quien te enseñe la forma de hacer las cosas en la Finca. Tienes que meter tus manos al lodo y ensuciarte para aprender. Al menos, eso dice mi papi, que solo así uno aprende. Metiendo las manos al fuego.» Manchego dijo, refutando las palabras de su amiga, «¿Y qué tal si encuentro a un tutor que me enseñe la forma del juego agricultor? Sería más fácil y eficiente que esa tu receta de casa de meter las manos al fuego.» Luchy le sonrió despectivamente, «¿Pero quién Mancheguito, tendría el tiempo para estarte llevando de la mano en cada cosa que hagas o aprendas? Tu abuelo, Eromes, hubiese sido un perfecto maestro. Lástima que pereció. Una real lástima. Mi papi dice que él fue, y quizás, sigue siendo el finquero de mejor renombre en todo el Imperio. Que incluso, llegó a conocer a los Reyes del Imperio por su proeza en el campo. Una mano muy hábil dicen que tenía. Y una sensibilidad superior con la naturaleza.» Manchego se imaginó a su abuelo trabajar los campos con una gran sonrisa, feliz en su trabajo. Pero se lo imaginaba sin rostro, y sin sonrisa, y sin ojos, y sin expresión, y sin cara, y sin pelo. Era más bien una sombra que destilaba emociones positivas en una gran audiencia de admiración. No llegó a conocer a Eromes. Murió antes que tomara consciencia. Y en la casa sus recuerdos eran objetos y posesiones, y las pinturas y retratos de él estaban demacrados por el tiempo. Inaccesible a su memoria ignorante. Pero admiraba el concepto de su abuelo. Y amaba ese concepto. Lo guardaba profundo en su corazón, y deseaba con todo fervor, ser tan grande y prolífico como él lo fue en sus años de gloria. «¿Te recuerdas que te conté de Miguelito?», dijo Luchy, rompiendo el silencio, «Ayer me vino a buscar, ¡otra vez! Creo que no entiende mis evasivas respuestas y el hecho que no lo he invitado a entrar a la casa desde el primer día que me inició a cortejar. ¿Qué piensa? Me cae mal. No comprenden que ni estoy interesada en nada de nada. Qué aburrido eso de gustarle a los demás. Prefiero vomitar todo el día y que me dé la peor gripe de todas. Pero no, hoy tuvo que regresar en la mañana. Mamá salió a decirle que yo estaba con el mal de las ampollas en la piel. El muy bruto responde que su padre tiene habilidades de curandero y que me podía ver sin algún costo. Mi mama tuvo que explicarle que ya teníamos un curandero cercano en la familia y que no queríamos a otro. Creo que mamá resulto diciéndole la verdad que yo no deseaba verlo. ¡Es que es terco! Y lo peor de todo, viene en su caballito elegante de a saber ni cuantas miles de coronas, vestido como idiota en su elegancia, pensando que eso le servirá para impresionarme. ¡Me enoja tanto! ¡Me dieron unas ganas de tirarle tomates!» Manchego se echó a reír. Se recordó de Miguelito. Antes era vecino del complejo de Fincas ElquepeK´Baj, hasta que sus padres se divorciaron y la madre se fue a vivir con otro. Miguelito, ahora viviendo en la realeza de San San-Tera, buscaba a Luchy más de la cuenta, explicándole que era el amor de su vida. Manchego lo detestaba. Era un idiota andando. Antes cuando era finquero era buena gente, en general. Y ahora que vivía con uno de los nobles, con quien su madre fue a dar la lotería, caminaba con el moco elevado y las pompas de fuera, montando su caballo importado de las afueras, creyéndose el gran pollo en brama. Detestaba ese cambio en la gente. Gente que no es íntegra. Gente que muta su personalidad con la materia que le rodea. Detestaba con todo su ser a esas personas hipócritas y de frágil personalidad. Manchego dijo, lamentándose por Luchy, «Que bueno que tu madre lo ahuyentó. Pero lamento creer que va a regresar. Es terco, y de seguro no podrá creer que una jovencita que vive en un establo va a estar rechazando su precioso amor.» Luchy lo volteó a ver con el pero de sus ojos y le dijo con rabia, «¿¡Qué qué?! ¡Jovencita del establo! ¿¡Cómo así!? ¿¡Quieres un mal día!?» Manchego se quebró de la risa, mientras Luchy se le tiró encima pegándole con sus puños en el hombro, «¡Eres un monstruo! ¡Feo!» Manchego no lograba salirse del vicio de la risa, apretando su abdomen con fuerza y al borde del llanto, «¡Solo molestaba Luchy! ¡No te enojes! ¡Tú sabes que es mentira! ¡Eres toda una dama, y muy bella sin duda!» Luchy cruzó los brazos, y con los labios en forma de trompeta, dijo, «Más te vale!» Un dedo de luz de oro perforó las persianas y pegó contra la retina de Manchego, «¡Oh no! ¡Está cayendo el sol! ¡Tomasa me va a acribillar! ¡No la ayudé con los animales! ¡Lulita me va a colgar del pellejo cuando Tomasa le cuente que estoy faltando al trabajo! ¡Me largo Luchy! ¡Adiós!» «¡Adiós!», gritó Luchy de regreso, «¡Nos vemos! ¡Con cuidado! Ay no, Mancheguito…» Los ojos de Luchy persiguieron la sombra de Manchego hasta que se perdieron en su ausencia. Viendo la cocina, inició a levantar los trastos y a remojar las cucharas para despegar el dulce de leche restante. Su madre estaría con mucho furor si encontrase la casa así. Y no sólo su madre, Emilia, la mucama también. Corriendo hacia la Finca el sol derramaba el telón de fresa sobre el mundo, y los cielos se manchaban pasteles nieves. El camino se incineró con un tangible color albaricoque, mientras el sol angulado resaltaba los polvos del suelo como si fuesen hadas en vuelo, flotantes en fuerza, secreteando el austero atardecer en bello musitar. Sus piernas lo llevaban a ligero paso, mientras sus ojos no cesaban de embriagarse con la belleza del crepúsculo. Hacia, entre, envés, y alrededor de su ambiente miraba las luces del ocaso teñir al mundo, como si estuviese elaborando una pintura. Corrió por los pastos, esquivó los cercos, saltó las garitas, y corrió por los cultivos. Rufus lo vio desde lejos y con rápida la lengua lo siguió en su paso, ladrando a su lado en menester de saludarlo, feliz el canino en presencia de su amo. Llegó entonces por fin a estar próximo al establo, en donde Tomasa guardaba el último costal sobre la pila de costales rellenos de trigo. «¡Mancheguito por los dios›s que le digue! ¡Mire quiora esn po! ¡Ash! ¡Ash! ¡Mire que la próxime a su abuele le digue! ¡Le digue! ¡Yo se que le digue! ¡No me pongue ese carite de chuchite aplastade que no! ¡Ash! ¡Ash! Bueno pues›n, mejor solo vaya a atender a los caball›s y al burre y se entra a su cas›e. Mire po, que yas tarde. Apresurese po›.» «¡Gracias Tomasa por no decirle a Lulita! Le prometo que mañana no faltaré. ¡Vamos chico!» Rápido Manchego entró al establo, seguido por el canino que babeaba del cansancio. El suelo estaba lleno de paja arrojada en desorden, y justo al lado de la puerta una gigante pila de paja reseca resaltaba en una montaña de comodidad y calor. El establo ya iniciaba a apestar a estiércol, culpa única de él, quien no había limpiado tales productos del masticar. Rápido Granola y Sureña tomaron consciencia del intruso, pero supieron al instante que era ‹ese›, el parecido a Eromes pero que no lo era exactamente. Pero lo aceptaban, al menos. No es que odiaran a Manchego, simplemente adoraban fielmente la memoria de Eromes. Feyito, el burro, saludó al pastor con un tufo de grama, mientras lo miraba y pelaba sus dientes en una sonrisa sarcástica, «Muy chistoso Feyito. Muy chistoso. Ya quiero ver que cara vas a poner cuando no te de comida. Ahí sí que te reirás por un día enterito.» Rufus ladró, apoyando a su amo, mientras Feyito se resintió por el comentario. Granola, el garañón corcel de guerra, color naranja como brasa de sol, ojeaba a Manchego por doquier que fuera. El caballo desconfiado, entrenado para la vigilancia y la guerra, no dejaría de verlo hasta que se fuese. La Sureña, yegua potente para transporte, y en parte, para la guerra, masticaba ausentemente un pedazo de pasto, su mirada perdida entre las olas del viento. El caballo blanco marfil, galante y bello, agradecía la llegada del nuevo y supuesto amo. No le importaba mucho quien fuese, y no estaba interesada en conocerlo. Sólo quería que ‹ese› nuevo le peinase la cabellera. Tan rico que era. El masajito de la tarde. Manchego inició a peinar a la Sureña, su mente vagando por memorias y pensamientos. Al cabo de pasar el tiempo y finalizar sus tareas salió del establo en silencio, Rufus aun despabilando el sueño profundo que contrajo al sumergirse entre la montaña de paja. No deseaba despertar a los corceles, quienes por la peinada, habían cobrado el sueño sabroso. Feyito lo ojeaba y pelaba los dientes en sonrisa sarcástica, sacando tufitos secretivos de grama, molestando a ‹ese› nuevo. Amenazaba a Manchego a despertar a los corceles, pero Manchego sabía que Feyito nunca lo haría. En parte, por su amor secreto hacia la yegua preciosa de Sureña, y en gran parte por el miedo intenso hacia el garañón de Granola. Manchego le soltó una mirada de -¡ahí vas a ver!- antes de cerrar la puerta y fijarla con la tranca de madera. Ya era tarde. Demasiado tarde. Usualmente a las seis, si mucho seis y media de la tarde, estaba ya en la estancia y listo para ayudar a Lulita a preparar la cena. Pero hoy se había atrasado, al igual que muchos otros días, cuando con Luchy se escapaba a hacer averías. El problema de regresar de noche no era tanto el hecho que Lulita estaría molesta por su ausencia en ayudar a preparar la comida. No, era por el hecho que peligros corren en la noche. Uno nunca sabe que criaturas deambulan la nocturna sombra. Más aun a sabiendas que los perros silvestres habían estado acercándose mucho a los límites de la Finca, y por otra parte, por la ausencia de los guardianes muchachos quienes centinelas, se encargaban de cuidar tales límites. Siempre estaba Tomasa para cuidar de su seguridad, pero Tomasa no era omnipresente, y aunque todo lo podía, no siempre estaba para hacerlo. Llegó a la estancia sin problema, Rufus olfateando el olor sabroso a hoja de bananal hervido. ¡Tamalitos para la cena! Entró a la casa, y Lulita lo esperaba con los brazos cruzados y una paleta en la mano, «¿Cuántas veces hemos hablado de estas tardanzas mijito? ¿Cuántas veces hemos discutido los peligros que corre un sano y joven patojo como tú a tales horas? Más vale que caso hagas a mis suplicas mijito, porque no quiero llegar a prohibirte ver a Luchy. Yo sé lo que significa ella para ti y esa larga historia que vosotros sois mejores amigos, pero esto ya es intolerable. Si algo importa en la vida, es la disciplina mijito. Y sin disciplina, no hay nada. Siento mucho que seas tan joven y tan cargado de responsabilidades, pero es algo que también hemos discutido. Ahora siéntate y come tu cena. Son tamalitos de Doña Paca.» Manchego se sintió muy apenado, y dijo mientras se sentaba, «Lo siento abuelita. Voy a hacer todo lo posible para evitar que esto vuelva a suceder.» Lulita dijo, aun ofendida, «Pues más te vale mijito, porque aunque no lo diga, veo que Tomasa se rebalsa de estrés en las noches. Ya la mandé a dormir porque se miraba demacrada. Eso me dice que tú no estás ayudando lo suficiente mijito. Y bien sabes que estamos en tiempos duros. Y sé que no es tu culpa y que no debería de tocarte a ti. Pero hay trabajo que hacer, y nadie más para hacerlo. Más vale que participes, porque si no, todos pereceremos ante la pobreza. Gracias a los dioses que aún no estamos en la quiebra ni en necesidad de vender terreno. Pero las provisiones escasean mijito, y hay que cuidarlas con mente y alma. Bueno, ¿y qué cuenta la Luchy?» Manchego cortó la pita que envolvía el tamalito, y de inmediato una refrescante nube de vapor subió a su rostro, invadiendo su olfato con aromas de aceitunas, chile pimiento, y carne de cerdo. Olía delicioso. Tomó un limón del platillo al centro de la mesa, y lo exprimió sobre el tamalito. Tomó una rodaja de pan tostado, e inició a degustar el platillo. El sabor estaba impecable. Su entera boca estaba en concierto, en éxtasis, en euforia, celebrando su mente el sabor tan elocuente. Dijo con la boca rellena de masa, «¡No cuenta mucho! Lo usual, hablando del clima y cosas así. ¡Nada nuevo abuelita!» «Ay no mijito, cuantas veces te he dicho que no comas con la boca abierta. ¡Se mira feo y te puedes ahogar! ¡Y baja los codos de la mesa! Ay no, esos modales. Imagínate que pensarán tus futuros suegros cuando vayas a la casa a cenar y te miren comer como un mendigo. No mijito, hay que tener clase. Entonces no cuenta nuevos chismes la Luchy. Tan bella la Luchy.» Manchego repitió tamalito esa noche. Estaba demasiado bueno. Rufus recibió su porción de migajas, feliz de lamer la hoja de bananal. Su estómago estaba repleto. Tan lleno, que ni lograba pensar. Su único deseo, era esparcir su cuerpo sobre la cama y dormir. «Bueno mijito», dijo Lulita mientras recogía los platos de la mesa, «la noche avanza y mañana hay cosas por hacer. ¿Por qué no vas a dormirte ya? Yo me quedaré leyendo un rato más y tejeré otro rato. No, por mi no te preocupes. Ya preparo mi tecito para resistir los fríos.» Lulita pegó un beso gamonal en la frente de Manchego y le deseó la mejor de las noches. Se sumergió entre sus sabanas al estar en sus pijamas de lana de oveja. Se sintió acomodado, despejado, feliz. Rufus lamió su rostro un par de veces, despidiéndose fielmente de su amo. En la noche, sintió las manos suaves de Lulita acariciar su espalda y entre su pelo. Lulita, mientras lo hacía, no cesaba de pensar en que el rostro de Manchego reflejaba sueños que no le pertenecían. FIN. Puede encontrar al resto de la obra en Amazon.com o Amazon.es. Espero que le haya gustado. Para mayor información, visite mi página principal Paul Andreas Wunderlich POEMARIO I: Memorias en Purpúreas Malvas: Ejemplar: Te Musito Ecos en Memorias No es por juego mero sólo que musito en prosa, Que decirte quiero cosas que decirte no diría. Que si yo algún día besé al viento fue por ti, En memoria y vaga vista a tu rostro eso fue. El fuego vacío del molde en el espacio que persiste, Es aquel que dejaste y perdura, más extraño tu eco, Aquella plena y mitigante dulzura de tu reflejo, Un espectro luminoso que memora ángeles cortejo. Besé al viento, dejando un fuego corriente que viajó, Sube a las estrellas y se pierde, arriba, donde habitas, Que tus ojos efluyen profundas loas de lo eterno, Similar al fluir existencial de todo aquello infinito. Que en tus pupilas uno se encuentra en desvelo, Tranquilo, aun, desapaciguado en pensar extrañeza. No hay forma pura ni viaje sincero que te releve, Que abrace tus ojos en una púrpura línea de óleos, Aquellos pinceles que dentaron una figura altiva, De centelleos cantares aquellos que te hice, un eco. Mis ecos aun veo que en día y eclipse te persiguen, Que son aves aplumadas en visiones tan hermosas, Que no dejan de verte ni por párpados pesados, Que si fuego fuese el cielo, apagado por tus aguas fuese. Mísere mi candelabro existencial de vela danzarina, Que te mana en visión tangente, que te ama y fascina, Que te cuento, te descubro mis secretos amores, Aquellos secretos colores, que te quise pintar. Ahora los destilo en mil fraguas, una calurosa combustión, Los lienzos amados que te engloban, colorearon mi pasión. Ecos, estrellas que lanzan pinzas eones de memorias, Flores que nos ven desde lejos, nos llaman a su soledad. Mis ecos son más luminosos, mas no te dejarán jamás, Somos uno amor mío, una danza sin cesar, que calma, Expresa soles sin desear, bésame entonces con caricia, Y flotemos, así, para nunca más regresar. Si le ha gustado mi obra, por favor visite mi página oficial: Paul Andreas Wunderlich Este libro fue distribuido por cortesía de: Para obtener tu propio acceso a lecturas y libros electrónicos ilimitados GRATIS hoy mismo, visita: http://espanol.Free-eBooks.net Comparte este libro con todos y cada uno de tus amigos de forma automática, mediante la selección de cualquiera de las opciones de abajo: Para mostrar tu agradecimiento al autor y ayudar a otros para tener agradables experiencias de lectura y encontrar información valiosa, estaremos muy agradecidos si "publicas un comentario para este libro aquí". INFORMACIÓN DE LOS DERECHOS DEL AUTOR Free-eBooks.net respeta la propiedad intelectual de otros. Cuando los propietarios de los derechos de un libro envían su trabajo a Free-eBooks.net, nos están dando permiso para distribuir dicho material. A menos que se indique lo contrario en este libro, este permiso no se transmite a los demás. Por lo tanto, la redistribución de este libro sín el permiso del propietario de los derechos, puede constituir una infracción a las leyes de propiedad intelectual. Si usted cree que su trabajo se ha utilizado de una manera que constituya una violación a los derechos de autor, por favor, siga nuestras Recomendaciones y Procedimiento de Reclamos de Violación a Derechos de Autor como se ve en nuestras Condiciones de Servicio aquí: http://espanol.free-ebooks.net/tos.html