Monólogo de Edmundo, Rey Lear, Shakespeare EDMUNDO. A ti, naturaleza, mi deidad suprema, he consagrado todos mis servicios. ¿He de arrastrarme por la senda rutinaria permitiendo que las convenciones extravagantes del mundo me priven de mi herencia, sólo porque nací doce o catorce lunas más tarde que mi hermano? ¿A qué ese nombre de bastardo? ¿Por qué no he de ser ilustre cuando las proporciones de mi cuerpo se hallan tan bien formadas, mi alma es tan noble y mi estatura tan perfecta como si hubiese nacido de una honesta matrona? ¿Por qué me vilipendian con los dictados de ilegítimo, plebeyo, bastardo? ¡Ah! mi Edgar ¡el legítimo! para mí será tu patrimonio; el amor de nuestro padre común lo mismo pertenece al bastardo Edmundo que al legítimo Edgardo. ¡Legítimo! ¡Valiente palabra! Sí, no hay duda: si esta carta logra buen éxito y mi invención triunfa, el plebeyo Edmundo ocupará el lugar del noble Edgar. Me engrandezco, prospero. Y ahora, dioses, pasen al bando de los bastardos.