Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe Homilía

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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe
www.virgendeguadalupe.org.mx
Versión estenográfica de la
Homilía pronunciada por el M. I. Sr. Cango. Lic. Pedro Tapia Rosete, Vicerrector del
Santuario, Pro-Vicario Episcopal de la Vicaría Episcopal de Guadalupe, en la celebración
de las Confirmaciones Comunitarias.
6 de septiembre de 2015
Mis queridos, hermanas y hermanos, todos en el Señor, hemos escuchado la Palabra de
Dios y como el profeta nos hace caer en la cuenta de lo que significa la acción salvadora
de Dios para su pueblo.
Cuando Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret para leer el texto del profeta Isaías,
todos los judíos que estaban ahí conocían este texto que anunciaba, antes que nada, la
liberación de Israel. Porque ellos mismos reconocían el cansancio que el pueblo vivía
delante de la opresión de un pueblo, de otro y ahora precisamente estamos en una
circunstancia muy especial.
El texto que leyó Jesús en la sinagoga anuncia la vuelta de los desterrados con imágenes
muy palpables: "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará
como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará". Es la victoria sobre todos los
impedimentos físicos y el resurgir de la naturaleza: "han brotado aguas en el desierto,
torrentes en la estepa; el páramo será un estanque; lo reseco se convertirá en un
manantial".
Pero hay una frase que Jesús omite en la lectura. El no anunciará "el desquite" de Dios,
porque así dice el texto de Isaías, pues Jesús, en cambio, anunciará "el año de gracia".
He aquí la diferencia en las palabras de Jesús y las palabras del texto del profeta. ¿Por
qué? porque Jesús no hace un anuncio de venganza, sino de reconciliación y salvación
para todos. Por eso su mensaje se convierte en una Buena Noticia, en una Buena Nueva.
Jesús hace suyas las palabras del salmo 145: "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor
endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los
peregrinos. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos.
El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados".
Esta es la Gran Noticia que nos trae Jesús: Dios está siempre a favor de los débiles, de
los pobres y de los necesitados. En aquella época del tiempo de Jesús, los pobres eran
muy señalados, los huérfanos, las viudas, los que no tienen nada, los marginados que no
tenían nada, incluso para poderse mantener. Si nos preguntáramos hoy en día nosotros
los cristianos, los seguidores de Jesús de este siglo XXI. ¿Quiénes son hoy en día esos
pobres y oprimidos de los cuales tanto se preocupa Dios?
Podríamos pensar muchas cosas y tenemos muchos ejemplos. Permítanme tocar algunas
situaciones que nos pueden ayudar a nuestra reflexión. Pensemos en los inmigrantes que
llegan en cayucos por ejemplo desde el norte de África y otros lugares huyendo del
Yihadismo, o sea de una secta musulmana, islámica terrible que acaba con todo. Lo
hemos oído en las noticias. No estoy diciendo nada inventado.
Sigue habiendo mártires cristianos que en muchos países de aquellos lugares son
degollados con espada por el hecho de ser cristianos. Muchos otros llegan a Europa o
devueltos de sus lugares de origen. Por ejemplo pensemos en los 70 muertos de un
camión frigorífico tras huir de la guerra en Siria. Pensemos en las madres y en los niños
explotados. Pensemos en los ancianos que viven solos. Pensemos en las mujeres y los
hombres víctimas de la violencia de todo género.
Pensemos también, dicen, nos está hablando del oriente y de Europa y del norte de
África, sí, pero ahora pensemos en nuestros paisanos que buscan continuamente migrar
al país del norte y de los que al sur de nuestra patria buscan treparse a "la bestia" para
llegar también a nuestro vecino del norte. Y toda esa política anti-inmigratoria, que
escuchamos continuamente en las campañas políticas de Republicanos o de Demócratas.
Pensemos también en los enfermos físicos o mentales. En los niños de familias
desestructuradas que tienen de todo menos lo que necesitan de verdad. Como nos
damos cuenta hermanos, ¡Hay muchos pobres y oprimidos a nuestro alrededor! Sin
embargo, Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos
del reino que prometió a los que le aman.
No sabemos si el sordo que apenas podía hablar era judío o pagano como nos lo
presenta hoy el Evangelio. Probablemente era pagano, pues dice el evangelio de san
Marcos que recorrió el territorio de Tiro y Sidón y atravesó la Decápolis Jesús. Si bien
ambos territorios estaban habitados por paganos, Jesús no rehúsa hacer un milagro allí,
pues el anuncio de la salvación es para todos sin distinción.
Se presenta Jesús no como un curandero mágico que realiza curaciones. Pero Jesús no
es eso, algunos podrían pensarlo así. Mira al cielo, dice el texto, antes de ayudar a aquel
pobre hombre. Realiza la curación en nombre de Dios y movido por el poder de la oración.
Le dice a aquel sordomudo con fuerza: ¡Ábrete! Y le pide que se abra a la fe.
Mis queridas hermanas y hermanos, también nosotros necesitamos abrir nuestros ojos y
nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Necesitamos poner en práctica la compasión y
la misericordia.
Ábrete a los que necesitan tu amistad, ábrete al que necesita tu cariño, ábrete al que
necesita que alguien le escuche, ábrete a ese hermano, que te resulta tan pesado, ábrete
al enfermo que espera tu visita en el hospital o en su casa, ábrete a aquél que no te
saluda, ábrete a aquél que está llorando con lágrimas de desaliento y soledad.
También te dice: escucha los gemidos del triste, escucha los lamentos de aquél que la
vida trata injustamente, escucha a aquél que ya no puede ni hablar, pero te está diciendo
todo con sus gestos.
No seas mudo ni sordo, deja que el Señor abra tu boca y tus oídos. ¡Danos, Señor, le
decimos, oídos atentos y lenguas desatadas! Esto es lo que la Palabra de Dios nos
comunica.
Pero no podemos olvidar esta celebración y ahora quiero dirigir un breve pensamiento a
los que se van a confirmar, invitándolos a permanecer estables en este camino de la fe
con firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da valor
para caminar contra corriente. Lo están oyendo, queridos confirmandos: caminar contra
corriente, lo están oyendo también ustedes, hermanos que hoy acompañamos a este
grupo de niños, adolescentes y jóvenes. Esto hace bien al corazón, pero también tenemos
que ser valientes para ir contra corriente y ¿quién nos da la fuerza? El Señor.
No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si
permanecemos unidos al Señor como las ramas están unidas al tronco del árbol, si no
perdemos la amistad de Él, y le abrimos cada quien más y más nuestra propia vida. Esto
también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece
nuestra debilidad y enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado. ¡Es
tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, tendremos una seguridad: siempre nos
perdona.
Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el
gozo de ser sus discípulos y testigos. Apuesten por los grandes ideales, por las cosas
grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de
ir siempre más allá, hacia las cosas grandes.
Niños, jóvenes, adultos que hoy recibirán la Confirmación y el Sacramento de la
Eucaristía. Pongan en juego su vida por los grandes ideales. Abramos de par en par la
puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que hoy nos concede el Espíritu Santo, al
recibirlo como un regalo personal en el Sacramento de la Confirmación. ¿Para qué? Para
que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor,
nuestro permanecer firmes en Él.
Ésta tiene que ser una alegría auténtica que venimos a recibir esta mañana aquí, en la
casita sagrada de Santa María de Guadalupe, la casita que ella ha pedido que se le
edificara para mostrarnos continuamente el amor y la misericordia del arraigadísimo Dios
por quien se vive y así podamos ser testigos fidedignos de lo que Dios nos ha confiado.
Así sea.
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