Para que pensar América Latina desde la Postmodernidad.

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¿PARA QUÉ PENSAR AMÉRICA LATINA DESDE LA POSTMODERNIDAD?
Elisabel Rubiano Albornoz
Aunque nacimos todos en una misma tierra, nuestros padres se diferencian en origen y
en sangre. La diversidad de este origen nos ha mantenido disgregados y en cualquier
artificio nos disloca, nos divide y nos disuelve a la menor alteración. Por nuestras venas
no corre sino el vicio mezclado con el miedo y el error. Bolívar,1819.
Resumen
La identidad Latinoamericana se caracteriza por la interculturalidad producto de la
diversidad. Esta realidad fragmentada puede significar, por un lado, una condena a
permanecer divididos y, por el otro, la emergencia de un "orden" propio, de una cultura
híbrida, en la que persiste la mezcla y el caos. Esto pudiera constituir una oportunidad
para crear otras formas de entendernos. Comprender nuestros escenarios y tiempos
constituye una búsqueda instintiva que nos anima a tratar de caracterizar ese intrincado
concepto tan susceptible de miradas que llamamos América Latina. Preguntarse ¿cómo
somos? y ¿para qué saberlo? desde un pensamiento postmoderno, una atmósfera cultural
que viaja cruzando temporalidades, nos permite ensayar otra óptica para leer lo que nos
está ocurriendo y nos pasea por un laberinto minado de incertidumbres y metáforas.
Palabras claves:
Postmodernidad.
América
Latina,
Interculturalidad,
Intersubjetividad,
Why Considering Latin America From Post-Modernism?
The Latin American identity presents an intercultural character, as an outcome of its
diversity. This fragmented reality, on one hand, condemns us to keep ourselves divided;
and on the other hand, it means the emergence of a proper "order", of a hybrid culture in
which mixture and chaos persist. This could be considered as an opportunity to create
other ways of understanding ourselves. To understand our times and settings, makes up
an instinctive search for characterizing that complicated concept called Latin America.
Asking ourselves from a post modern code of thought: What are we? And why do we
need to know it?, provides a different reading of our reality, while it takes us to a
labyrinth of uncertainties and metaphors.
Key words: Latin America, Interculture, Intersubjectivity, Postmodernism.
Pourquoi Penser L'Amerique latine a Partir de la Postmodernite?
L'identité latino-américaine se caractérise par l'interculturalisme résultant de la
diversité. Cette réalité fragmentée peut impliquer d'une part, une contrainte á rester
séparés et, d'autre part, 1'émergence d'un "ordre" propre, d'une culture hybride oú
subsistent le mélange et le chaos. Ce qui pourrait représenter une opportunité de créer
d'autres formes de compréhension. Comprendre nos scénarios et nos temps constitue
une quéte instinctive. Elle nous méne á tenter de caractériser ce concept si embrouillé
susceptible d'étre envisagé que nous appelons "Amérique latine". Á partir d'une pensée
postmoderne -atmos-phére culturelle voyageant á travers les áges- les questions
concernant notre identité nous permettent de considérer notre réalité dans une optique
différente. Cela nous proméne par ailleurs dans un labyrinthe plein d'incertitudes et de
métaphores.
Mots cles : Amérique latine, Interculturalisme, Intersubjectivité, Postmodernité.
La instintiva búsqueda que nos anima permanentemente hacia la comprensión de
nuestras realidades le da sentido a la revisión que en la actualidad se le está haciendo a
la carga semiótica de un concepto tan susceptible de miradas como lo es Latinoamérica;
un tema que nos lleva a pensar en cuáles son las posibles interpretaciones y los muy
diferenciados "significados" que transporta esta palabra.
Han existido muchas maneras de ver lo latinoamericano, ese espacio geográfico
limitado al norte por el Río Grande y con formado por todas aquellas naciones de
lenguas cuyos orígenes se remontan al Latín, idiomas hablados inicialmente por las naciones de la península Ibérica, las cuales conquistaron gran parte de este subcontinente.
Un acto de semiosis permitiría reconocer en la identidad Latinoamericana un tejido de
interculturalidad producto de la diversidad y los contrastes. Esta realidad fragmentada
puede significar, por un lado, una condena a permanecer divididos, razón por la que no
se constituye un sentido de pertinencia Latinoamericano y, por el otro, una defensa a
una cultura híbrida, de la mezcla, de lo barroco, reflejada en las producciones artísticas,
en las grandes ciudades con sus cruces y mezclas arquitectónicas, con sus caos y
contrastes sociales, con sus manifestaciones culturales, ritos, mitos y cultos.
Sin duda que se está tomando en serio el ver en dónde nos encontramos, se está tratando
de caracterizar esta intrincada realidad que llamamos América Latina. ¿Cómo somos?,
es la gran pregunta. Somos una copia de la Europa Segunda, diría Briceño Guerrero
(1993); un tejido intercultural indo-afro-ibero-americano, anunciaría Hopenhayn (1998);
o una cultura híbrida como nos definiría Canclini (1989). En todo caso, la producción
de discursos teóricos para América Latina, sobre América Latina y desde América
Latina, consigue romper con el eurocentrismo epistemológico que coadyuvó a legitimar
el proyecto colonial de la Modernidad (Mignolo, en Castro-Gómez, 1998).
Por otra parte, la Postmodernidad en América Latina o la evaluación del impacto de los
enfoques postmodernos sobre Latinoamérica debe mirarse con atención. En las páginas
que se escriben en nuestros tiempos sobre este asunto se despliegan una serie de
desafíos para las ciencias sociales, y se evidencia una particular manera de involucrar el
tópico de la Postmodernidad en la realidad latinoamericana, no tanto por el esnobismo
sino porque podemos encontrar claves para desentrañar lo que somos. Se trata de
mirarnos con una razón relativa, débil, que nos lleve quizás a construir estructuras
ideológicas y cognitivas que nos acompañen a crear categorías de interpretación
capaces, como diría Martín Barbero, de "captar el rumbo de las vertiginosas
transformaciones que vivimos" (1998: 40).
Para Lanz (1998), "Latinoamérica vive un intenso proceso de postmodernización de su
cultura, su vida política y su mandato intersubjetivo", por lo que se necesita un cambio
de óptica para leer lo que esta ocurriendo. "Se trata de un proceso de mutación epocal
que recubre todas las prácticas sociales. Desde el punto de vista sociológico este
estremecimiento provoca una crisis de la racionalidad del 'pacto social', un eclipse de la
socialidad postcolonial, un resquebrajamiento de los formatos clásicos del trabajo, la
escuela, los partidos políticos, las instituciones de justicia, etc." (Ob cit: 83). La
Postmodernidad pudiera constituir una manera de pensar que nos sirva para entender
nuestras culturas latinoamericanas en tanto relativiza todo fundamento o evolución, en
tanto mezcla y no excluye. En tal caso no entenderíamos la Postmodernidad como una
ruptura con lo anterior, ni como progreso, ni como época, sino como una atmósfera
cultural que viaja cruzando temporalidades.
Desde este juego de palabras podría resultar que por la miscelánea que nos caracteriza,
en la que se dan cita muchas épocas y estéticas, tengamos el "orgullo" de ser
postmodernos desde hace siglos y de un modo peculiar (Canclini. 1990), en lugar de
unos modernos deficientes (en vías de desarrollo) ante los cánones de los países
desarrollados. Esta afirmación pudiera percibirse como el resultado de un análisis
ligero, "chévere", que justifique nuestra condición del despelote, de la no aceptación del
cumplimiento de horarios, y de la carencia del sentido del ahorro, etc., en lugar del
desvelamiento de nuestro ser caleidoscópico, multifacético, lejano de las
homogeneidades que reflejan un mayor poder.
Revisar los síntomas de la Postmodernidad en América Latina puede considerarse en
tanto sus limitaciones y potencialidades. La mezcla o una perspectiva rizomática
constituyen claves de lo postmoderno que pudieran significar un desmoronamiento de lo
cultural, las tradiciones y costumbres que en los permanentes procesos de
transculturación (imposición y dominación) podrán constituir el rápido ingreso a una
dinámica mundial de mercado y consumo que constituye una fuerza descomunal, y que
podrían asimilarse sin problemas si no trajera consigo la destrucción de procesos
sociales y culturales que llevan mucho tiempo en construcción, pues la recomposición
de los valores, culturas e identidades es lenta y dolorosa, y no se da por intereses
económicos sino por intercambios sociales y convivencia. Contrariamente, esa mixtura
puede significar nuestra riqueza cultural, la reconstrucción de la individualidad del ser
ante la deconstrucción de una identidad: la intersubjetividad.
La intersubjetividad puede ser una avenencia coherente con el ser latinoamericano, pero
en una configuración que la haga susceptible tanto a la adhesión como a la crítica. "Uno
recurre a ella cuando quiere y no quiere aferrarse al sujeto. Por consiguiente, dicha
fórmula es una noción paradójica, pues indica lo que no indica" (Luhmann. 1998: 32).
En consecuencia, tenemos por un lado la anulación del sujeto, el derrumbe de las
cadenas identitarias que extrajeron al ser de su individualidad para darle trascendencia
colectiva, y por el otro, un vacío que pudiera retomar al sujeto en relación con los otros.
El "ínter", por otra parte, anuncia relación: una interpenetración entre pensamientos
diversos y adversos que, a su vez, pueden traducirse en el consenso y en el disenso. Lo
substancial de este planteamiento es que ante cualquier problema, estos opuestos no
impiden que los "sujetos" puedan convenir en que muchos caminos posibles pueden ser
"válidos".
¿Para qué pensar América Latina desde la Postmodernidad? de una cultura que,
inevitablemente, construirán los individuos que constituyen los grupos no para
homogeneizar sino para convivir en la riqueza de la diversidad. ¿Acaso coincide este
planteamiento con la interpretación y defensa que le hace Canclini (1990) a nuestras
culturas híbridas?, ¿existe en Latinoamérica, por la fragmentación que la caracteriza,
por su tejido intercultural, una condición favorable para una intersubjetividad?
Ahora, desde una perspectiva crítica conviene señalar que si bien no se puede continuar
buscando los fundamentos de la identidad individual en una identidad colectiva, ni
asesinar la espontaneidad libre y creadora de los individuos en nombre de la unidad del
colectivo y de la paz de su convivencia, tampoco puede negarse la coexistencia y lo
cultural. Latinoamérica o las Latinoaméricas son espacios sociales y ello implica la
pertenencia a un grupo, al que no creo que podamos renunciar, pero tampoco morir por
él. Más bien entender que el grupo puede representar el disentimiento y el acuerdo y
evitar con ello la exclusión de aquellos que sean diferentes al mismo. Durante el debate
confluirán necesariamente la organización de la muchedumbre y la soledad al mismo
tiempo. En consecuencia, la realización de los individuos autónomos que reclama la
intersubjetividad solo será posible por la socialización, proceso durante el cual el
individuo descubrirá, por oposición, cuan diferente o semejante es a los otros.
Antes de continuar es conveniente advertir que este reconocimiento del sentido de
comunidad, del ser latinoamericano, no implica la reconstrucción del Sujeto desde la
Modernidad, pues se sigue cuestionando el hecho de que por debajo de nuestro pensamiento esté la voluntad del poder o fuerza que determina la potencia de nuestro
pensar. Más bien se trata de la importancia No se puede continuar esta recreación sin
sobreponer los planos temporales y recordar, con Derrida (1970), que somos pasajeros,
comprendidos y transportados por metáforas, no sólo como una de las figuras de la
retórica o como uno de los recursos estilísticos, la figura más poética del lenguaje que se
constituye en ornato del discurso, en el estilo florido de la obra literaria (Kayser, 1972),
sino como el transporte del sentido de una palabra a otra en cualquier discurso. La
ciencia, el discurso teórico, informativo, expositivo, argumentativo, se ha diferenciado
del poético porque lo que dice denota, carga las palabras de significados, de certezas, de
la función referencial del lenguaje; el literario, por el contrario, se ha caracterizado por
su plasticidad, pluralidad, por lo connotativo, por su especial capacidad evocadora, por
la función poética del lenguaje.
Ahora, con la caída de los grandes relatos, la validez del discurso del conocimiento se
ha deslegitimado en términos de la verdad, de la realidad; se han declarado admitidas
las zonas de incertidumbre que abren intersticios a la crítica, a la interpretación. Por lo
tanto, toda búsqueda de conocimiento se reconoce como una metáfora, todo concepto
sería una metáfora. Por una parte, se unen la metáfora y la concreción para explicar un
concepto de símbolo que resulta afectado tanto por la realidad psíquica como por el
propio mundo concreto. "Así, la diferencia entre un rinoceronte y un unicornio, entre un
león y dragón no es que el rinoceronte y el león sean animales concretos y el unicornio
y el dragón animales simbólicos. Todos ellos son símbolos con la diferencia que el
unicornio y el dragón son símbolos fantasmagóricos sin concretud biológica y los otros
dos son símbolos con concretud biológica" (Byington.1996:33). Y por la otra, la realidad, lo exacto, los objetos perceptibles por los sentidos o prefigurados por las ideas, el
ser, son sólo palabras que los designan, lo que llamaría Derrida (1970) la retirada del
ser. Por lo tanto la metáfora y lo concreto son metáforas, no puede decirse algo propio o
literal a su propósito.
De allí que para Prigoguin (en: Sorman, 1993) la creatividad científica tenga el mismo
rango que la creatividad artística y no sean más que hipótesis y formulaciones
personales. Finalmente, las palabras se nos presentan sin firmeza, movedizas. "Árbol de
sangre, el hombre siente, piensa, florece y da frutos insólitos: palabras..." (Octavio Paz).
Así, Latinoamérica, Postmodernidad, son solo palabras, metáforas, signos que
relacionan significantes, rasgos lingüísticos que pueden realizar diferentes tareas.
"Metaphora circula en la ciudad, nos transporta como a sus habitantes, en todo tipo de
trayectos, con encrucijadas, semáforos, direcciones prohibidas, intersecciones o cruces,
limitaciones y prescripciones de velocidad. De una cierta forma metafórica, claro está, y
como un modo de habitar, somos el contenido y la materia de ese vehículo: pasajeros,
comprendidos y transportados por metáforas" (Derrida. 1970: 35).
Latinoamérica ha transportado en el tiempo moderno el significado de "en vías de
desarrollo", con todo lo que ello significa. Los criterios que por oposición cargan de
significado el término le han adjudicado una modernidad en déficit. Sin embargo en
estos tiempos, el reloj se derrite, pierde su movimiento inmutable y previsible,
abandonando el sitial esencial que para las ciencias humanas significa el desarrollo, el
progreso, el tiempo y el acontecimiento. Tomemos prestada la afirmación de Prigoguin:
"El efecto mariposa hace imprevisible la naturaleza", según el cual el tiempo,
meteorológicamente hablando, es imprevisible por definición. Es el resultado de una
suma de incertidumbres: es un sistema dinámico inestable. Algo así ha pasado en
Latinoamérica, los fenómenos sociales y políticos que se están sucediendo se hacen
cada vez menos previsibles, surgen de un caos cada vez mas problematizado, son
fenómenos sin parangón para los que no se encuentran explicaciones. Sin embargo "las
estructuras disipativas" presentes en situaciones de desequilibrio químico no siempre
desembocan en la anarquía. Esta metáfora nos sirve para dejar de pensar a
Latinoamérica como la unión de naciones, pueblos y culturas que no han alcanzado el
"orden" de las naciones o continentes modernos sino como un espacio y un tiempo que
ha alcanzado su propio orden, su propia cultura; de una suma de actividades
individuales, desordenadas, ha surgido un orden social propio (quizá no tan "orden"
puesto que no es previsible).
Ante esta analogía que nos pone en presencia del carácter caótico de nuestras
sociedades se evidencia el desfase de aquellos analistas simplistas que juegan con
fórmulas elementales, como por ejemplo: si el postmodernismo aparece en los países
desarrollados, modernamente hablando, como signo de la crisis, de la caída, del fin de
las promesas extremadamente positivas de la ciencia, de la historia, de la política,
ningún pueblo, nación o continente que no haya sido moderno en forma plena, con
todas sus "virtudes" y con todos sus males, podrá llegar a ser postmoderno (y eso parece
significar quedarse atrás, negarse el progreso). Estaríamos hablando en este caso de
Postmodernización y América Latina. Pareciera entonces que hay que alcanzar la Modernidad, así tengamos que vivir grandes sacrificios que atentan contra nuestra
particular manera de vivir. Ni pensar lo qué pasaría si nos llegara la postmodernización
sin que nos llegue la Postmodernidad.
La metáfora del tiempo a dónde nos transporta a dónde, ¿al pasado, al presente, al
futuro, a la simultaneidad?. Ahora la pregunta pertinente para hacer coherente esta parte
con el todo que nos sirve de hilo conector sería: ¿es la Postmodernidad el presente o el
futuro?, ¿no podemos encontrarla en el pasado?, ¿está la Postmodernidad en todo
tiempo a la vez? ¿Es un episteme universal o depende del tiempo y el espacio propio de
cada cultura?
Iniciaremos este segmento de esta discusión partiendo de la complejidad del tiempo que
encierra la semántica o pragmática de la palabra propiamente dicha. Los neomodernistas
fieles a la concepción del tiempo que les justifica su existencia, apegados a la ilusión de
transformar el mundo y apostar por el progreso, suelen alegar, según Pinillos (1990:
185), que "la propia palabra 'postmodernidad' comienza por ser contradictoria, porque si
'moderno' quiere decir "ahora", ningún tiempo presente puede ser posterior a si mismo,
o sea, postmoderno". El problema es que tanto la metáfora "modernidad",
"postmodernidad", como transportes que nos llevan a mirar el mundo de una u otra forma, no sólo responden a una progresión temporal, lineal, continua, sino a una condición
cíclica del tiempo. Aunque las épocas cambien cuando se debilitan sus convencimientos
primordiales, durante mucho tiempo continuará existiendo lo de antes, y en el antes se
iba gestando lo de ahora; es decir, si se quisieran establecer ciertos periodos históricos
habría que tomar en cuenta que no existen revoluciones, cambios de época o ruptura
social que no hayan crecido antes subterráneamente, o que consistan en la desaparición
de cuanto pertenece a las anteriores (Ob Cit).
Cuantos siglos después de que nuestras sociedades se llamaran premodernas, por pensar
el mundo desde lo mágico, lo intuitivo o lo mitológico, pudiera seguir respirándose
aquello en nuestro espíritu y tradiciones. Unos cuantos siglos después del colonialismo,
el imperialismo, el vasallaje, siguen estando aqui en la globalización, la supremacía y el
endeudamiento. La Modernidad con su logos, disciplinas, con su industrialización y
promesas de progreso unas cuantas décadas después, seguirá estando en el
neoliberalismo, en la política, en las universidades; seguirá estando indudablemente.
Latinoamérica continuará tras los sueños de la Modernidad por mucho tiempo.
Si dejamos que la metáfora del tiempo nos transporte a otro lugar en el que pasado y
presente jueguen a la simultaneidad, encontraríamos un tiempo sin marco sólido, con
cualidades elásticas para analizar la Postmodernidad. Podríamos entonces mirar la
Postmodernidad como una atmósfera cultural, una sensibilidad, una manera de pensar el
mundo que puede estar en el presente, en el pasado y en ambos a la vez, tal como lo
vimos en la celebración de la llegada del año 2000, el último año del siglo veinte, en el
que espacios y tiempos distintos parecían compartir el mismo instante en la televisión.
Desde esta perspectiva sería interesante pensar, en clave postmoderna, otros
significados respecto a los por qué en la historia latinoamericana han coexistido lo culto
y lo popular, lo tradicional y lo moderno, lo urbano, lo rural, lo indígena..., en fin, la
heterogeneidad e hibridez, la mezcla de razas y de lenguas.
Como no estamos pretendiendo encontrar verdades certeras, y como nuestra fuerza,
igual que la de Cioran, es no haberle encontrado respuesta a nada, queda plenamente
justificado que a estas alturas del discurso, aunque se haya iniciado esta perorata a partir
de la gran interrogante: ¿Para qué pensar América Latina desde la Postmodernidad?,
continuemos con más preguntas. ¿Cuál es nuestro tiempo moderno?, ¿no acaba por
llegar?, ¿es que en Latinoamérica todo llega tarde?, ¿si no se ha agotado la Modernidad
como proceso político económico y cultural, tiene cabida en Latinoamérica la
Postmodernidad?, ¿tiene sentido que insistamos en ser modernos en estos tiempos en los
que se descalifican las promesas de progreso?, ¿hemos sido modernos pero de una
forma particularmente latinoamericana?, ¿coincide acaso la singular modernidad
Latinoamericana con la Postmodernidad?, ¿podemos encontrar en nuestras
Latinoaméricas, en nuestras complejas diversidades, mezclas, transfiguraciones,
transacciones, en la sensibilidad, lo pulsional y en las narratividades que nos caracterizan una forma particular de Postmodernidad?, ¿realmente hemos sido
postmodernos desde hace tiempo?
Si desde la cultura postmoderna europea y estadounidense se hace conciencia de que
todo es heterogéneo, que el multiculturalismo ya ha irrumpido con toda su fuerza y que
ya no tiene sentido imponerse o convertir a otras culturas, sino aceptar cada
idiosincrasia y con ella valorar la interculturalidad, entonces nosotros ¿hemos sido
particularmente postmodernos? Realmente sólo se puede abrir un surco para la
discusión, para las interpretaciones de nuestra particular forma de ser diverso... ¿Es
realmente particular?, ¿la pluralidad y las mezclas no son una condición propia de toda
nación?, ¿los procesos interculturales de otros continentes o subcontinentes son
diferentes a los que se dan en Latinoamérica?, ¿realmente es posible que exista alguna
cultura pura, sin mezcla?, ¿nuestra hibridez es distinta?, ¿nuestra condición híbrida es
una ventaja o una desventaja?
Lo que si podemos concluir es que nuestro tejido intercultural pareciera que tuviera
condiciones para resistir a la carga homogenizadora de la modernización (Hopenhayn.
1998); y que la estética del collage, del pastiche, de lo culto y lo popular, propio de una
sensibilidad postmoderna "constituye una metáfora de esta condición de continua
recomposición de sensibilidades y mensajes culturales. Epítetos como "hibridez" y
"sincretismo" se hacen cada vez más frecuentes en el análisis de los procesos culturales
actuales" (Ob cit: 28). Todo lo cual pudiera constituir una oportunidad para crear otras
formas de entendernos.
A la postre es oportuno seguirse preguntando qué sentido tiene esta cruzada, qué razón
puede haber detrás de la búsqueda de los síntomas postmodernos en América Latina. En
otros tiempos podía resultar muy fácil contestar esta interrogante con la ilusión de un
vivir mejor, con la certeza de que el conocer nuestra manera de ser latinoamericano
serviría para la construcción y el progreso. Hoy sabemos que nuestra realidad es
especialmente compleja, si bien no se trata de asumir un optimismo ingenuo y
engañoso, ni tampoco una complacencia acrítica que nos lleve a la desidia, a la falta de
compromiso, a un determinismo producto de la caída de los sueños de transformación.
No resulta ni bueno ni malo contar como latinoamericanos con esta especial sensibilidad que pudiera coincidir con un pensar, una ética o una estética postmodernas.
A juzgar por Lanz (1998), no hay que seguir buscando excusas que justifiquen el debate
teórico, se ocuparía un tiempo que se debe invertir en pensar, en hacer avanzar las ideas
y expandirlas para cumplir con una costumbre intelectual del ámbito académico, o como
un requisito para ir construyendo un pensamiento crítico en nuestro continente. Muy
lejos de las razones que puedan animar a los filósofos postmodernos, los ingenuos
planteamientos que aquí se exponen en relación al reconocimiento de cierta sensibilidad
postmoderna en Latinoamérica, tienen el propósito de llevarnos a comprender nuestra
terrible complejidad barroca, gestada en el dolor y la dominación, y en ningún caso
subyace a él un anhelo "light" de paz y conformismo ante nuestra particular realidad.
Realmente creo que esta disertación no nos sirva para mucho, quizá sólo para que, como
diría Benedetti, "De vez en cuando sea bueno ser consciente de que hoy, de que ahora
estamos fabricando las nostalgias que descongelarán algún futuro". En estos tiempos no
se puede asistir a un final feliz, pero es posible que de los cruces entre las culturas se
pueda, como diría Hopenhayn (1998), "repoblar el casillero vacío de las utopías"
("cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin utopías. Cómo voy a creer
/ dijo el fulano que el universo es una ruina aunque lo sea o que la muerte es el silencio
aunque lo sea" (Benedetti).
Aunque es difícil dejar de leer cuentos de hadas, porque con ellos nos encontramos con
la nostalgia del paraíso perdido, y quizá todos en el fondo queremos atravesar
experiencias peligrosas que nos garanticen la esperanza de un desenlace feliz, y que nos
permitan la creencia de que acabaremos por vivir en paz y satisfechos. Pero aunque los
cuentos de hadas siempre nos ofrezcan soluciones para que entre lo bueno y lo malo, lo
luminoso y lo oscuro logremos sobrevivir, no podemos seguir buscando un único
Cuento de Hadas que cambie la metáfora del pueblo latinoamericano, mestizo y
oprimido, que sufre día a día los atropellos de la miseria, el analfabetismo, la
explotación y el subdesarrollo. Realmente estamos en presencia con la Postmodernidad,
de la impredictibilidad; esto "riñe ciertamente con las pretensiones de belleza, bondad y
verdad elevadas por el lenguaje de próspero. Esto no significa como lo ansiaron los
postmodernos, que todos los esfuerzos humanos para hacer del mundo un lugar más
justo y agradable hayan fracasado para siempre... no significa en ningún momento
resignación" (Castro-Gómez, 1998: 181). Hay caminos, pero no son únicos, ni
universales.
Pensar el sentido postmoderno de América Latina no constituye ni la esperanza, ni la
alegría, ni la desesperanza, ni la depresión... sencillamente otra manera de mirar nuestra
manera de ser, otra manera de ver porque no ha sido posible el orden, el tipo de poder,
la disciplina, la altura de las sociedades modernas a pesar de los esfuerzos. A lo mejor ni
siquiera eso... solo palabras... la lectura, el templo de la palabra, diría Miguel Márquez,
"Este templo, templo del poema, de la palabra, del encuentro, de la coincidencia, del
conjuro, de la comprensión, de la aceptación, es para mi el lugar del culto a la lectura en
su sentido más amplio, lectura de los signos de nuestra vida y de la cultura... el templo
entonces es el lugar de la palabra, del forcejeo, de la memoria, de la clarividencia, de la
vergüenza, del temor, de la ira, de la alegría, el deseo y el consuelo".
BIBLIOGRAFÍA
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SEIX BARRAL.
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