Journal of the Institute of Iberoamerican Studies JANUARY- DECEMBER 2013 | pp. 207~231 Vol. 15. No. 2 El tratamiento mortuorio del cuerpo humano en las antiguas poblaciones mexicanas Silvia Murillo Rodríguez** 1 Resumen. En diversas culturas mesoamericanas la vida y la muerte constituían un todo. Los difuntos eran acompañados por una serie de rituales que expresaban y reafirmaban su inserción dentro de la sociedad y del Cosmos. En estas sociedades las circunstancias del fallecimiento determinaban que el cuerpo fuera sacro o profano. El objetivo del presente estudio es dar a conocer la manera como se trataba a los difuntos en algunas comunidades mesoamericanas, en territorio mexicano. Se toma en cuenta el tipo de muerte (natural o violenta), la edad y sexo del individuo, así como el estatus de la persona (heredado o adquirido). Igualmente se muestran diversos aspectos de las cosmovisiones mesoamericanas. Los datos proceden de una larga y minuciosa investigación de carácter interdisciplinario, en la cual se integraron el análisis de diversas fuentes documentales (crónicas y códices), la etnografía y la osteología antropológica. Palabras claves: Tratamiento mortuorio, muerte, rituales funerarios, costumbres funerarias, Mesoamérica. Introducción En las antiguas sociedades mesoamericanas vivir y morir formaba parte de un ciclo que involucraba un todo. Los individuos que componían estas poblaciones desde que nacían, a todo lo largo de su existencia y hasta que solo quedaban convertidos en huesos o cenizas, eran acompañados con una serie de rituales que expresaban y reafirmaban su inserción dentro de la sociedad y del Cosmos. * Instituto Nacional de Antropología e Historia Profesora-investigadora del Centro INAH Estado de México Correo: [email protected] 208 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies Cuando llegaba la muerte recibían un tratamiento mortuorio especial. Hasta donde indican las fuentes documentales a los difuntos les cerraban los ojos, lavaban su cuerpo (en ocasiones lo perfumaban), le cortaban un mechón de cabellos, arreglaban el cadáver, le colocaban diversos adornos y ofrendas, lo envolvían, para después inhumarlo o cremarlo. En lo que respecta al destino final de los muertos algunos pueblos creían que los individuos cuya defunción ocurría de manera natural iban al Mictlan o Inframundo. Los que fallecían por causas relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan1. Las mujeres que perecían durante el parto se encaminaban al Cihuatlampa, pues adquirían el grado de guerreras y acompañaban al sol en su recorrido por el cielo. Los lactantes partían hacia el Chichiualquauitl, lugar donde había un árbol con senos que los seguía alimentando. En tanto que los guerreros, que morían en batalla iban al Tonatihuixco o casa del Sol (Sahagún, 1992, pp. 171, 205, 207, 208, 380-382; Mendieta, 1993, pp. 96, 97; Motolinia, 1996, p. 420; Zorita, 1999, p. 153). Esta diferencia en el tratamiento mortuorio se debe a que en las cosmovisiones2 mesoamericanas se creía que el cuerpo humano poseía elementos o esencias que estaban presentes en algunos sujetos o ausentes en otros, además que podían emanar lenta o violentamente al momento de la defunción. Estas circunstancias del fallecimiento determinaban que el cuerpo se sacralizara o que se tornara profano. El presente estudio tiene el propósito de dar a conocer la manera como se trataba a los difuntos entre algunas comunidades mesoamericanas, tomando en cuenta el tipo de muerte, es decir si ésta era natural o violenta. Por supuesto la edad y sexo del individuo, así como el estatus de la persona (heredado o adquirido) son factores que también han sido considerados. Los datos que se exponen a continuación proceden tanto de fuentes etnohistóricas (crónicas y códices), como etnográficas, siendo confrontados y ampliados con los resultados obtenidos en algunos contextos arqueológicos funerarios, así como con el análisis osteológico, de antropología física forense, 1 En esta categoría se encontraban los hidrópicos, leprosos, sarnosos, gotosos, artríticos y bubosos, los que morían fulminados por los rayos, ahogados o con enfermedades contagiosas e incurables. 2 La cosmovisión se entiende como la “visión estructurada en la cual los antiguos mesoamericanos combinaban de manera coherente sus nociones sobre medio ambiente en que vivían, y sobre el cosmos en que situaban la vida del hombre” (Broda, 1991, p. 462). Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 209 arqueología, arqueozoología, arqueobotánica, e incluso de lingüística, principalmente. Por supuesto dicho estudio de ninguna manera es exhaustivo, sino que proporciona información sobre el tratamiento mortuorio que brindaban algunas sociedades mesoamericanas, principalmente las del altiplano central, área de Occidente y Oaxaca. Material y método Los datos etnohistóricos fueron obtenidos mediante la consulta de diversos registros documentales (crónicas y códices), así como diversas Relaciones Geográficas, que datan principalmente de los siglos XVI y XVII. Estos textos nos hablan de diversas etnias como los tlaxcaltecas, purépechas, otomíes, mixtecos, huaxtecos, matlatzincas, mexicas, acolhuas, y otros pueblos mesoamericanos. Los códices de origen prehispánico consultados fueron el Borbónico (1991), Borgia (1993), Féjérváry-Mayer (1971), Laud (1966), Zouche-Nutall (1992), Selden (1949) y Vaticano B (1993). Los posthispánicos3 Quinatzin (1885), Vaticano A (1964), Azcatitlan (1949), Telleriano-Remensis (1995), Magliabechiano (1970), Florentino (1979), Tudela (1980), Mendocino (1979) y la Relación de Michoacán (2000). El estudio antropológico del contexto funerario se realizó al integrar la información arqueológica y osteológica que fue obtenida por la que esto suscribe, tanto en la exploración de entierros como en el análisis de restos óseos humanos que proceden principalmente del altiplano central. También, en algunos casos, se procedió al análisis lingüístico de algunos términos en náhuatl que indicaran los distintos tipos de muerte, así como expresiones que hicieran referencia a éste tema. Estas palabras fueron buscadas en el diccionario de fray Alonso de Molina (2004) y se intentó conocer su significado. 3 Se les considera posthispánicos porque fueron elaborados en los primeros años del siglo XVI aunque muchas veces se trata de copias de manuscritos cuya temática y técnica de realización es prehispánica (Galarza, 1990, p. 71). 210 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies Tratamiento mortuorio según el tipo de muerte Diversos son los tipos de muerte que existían durante la época prehispánica, que englobados en términos forenses se pueden clasificar en natural y violenta. La muerte natural ocurría por diversas enfermedades4 o por el proceso normal de envejecimiento, mientras que la accidental o violenta se podía presentar por problemas durante el parto, epidemias, catástrofes naturales, durante la guerra, por castigo a diversos delitos, venganzas personales, suicidio o bien en un ritual de sacrificio (Murillo y Romano, 2006; Murillo, mecanuscrito). En cada caso la manera de tratar el cuerpo del difunto es distinta como veremos a continuación. Muerte natural Los estudios paleodemográficos realizados en diversas colecciones óseas mesoamericanas nos muestran una alta mortalidad infantil (de 0 a 4 años). Estas muertes se producían, al parecer, por enfermedades infecciosas, gastrointestinales y respiratorias, aunque algunos pudieron nacer con patologías que eran incompatibles con la vida. El deceso se podía producir antes del nacimiento o poco tiempo después de ocurrido éste o bien en las primeras etapas de vida. A los infantes se les vestía con las insignias propias de una deidad que tenían por “abogado de los niños”. Además a los niños recién nacidos les ponían unos “canutillos” con leche materna, como parte de su ofrenda funeraria y se dice que eran inhumados debajo de los graneros (Serna, 1953, p. 68; Vaticano B, 1993; Motolinia, 1996, p. 420). En los contextos arqueológicos funerarios trabajados por la que esto suscribe (Murillo, 1996, 1998 a y b, 2002), los cuerpos de los infantes se localizaron en el interior de vasijas, ollas, platos o sobre una capa de tepalcates. Estaban enterrados en el interior de las habitaciones de una casa o bien en un área especial (cerca de templos) y generalmente en posición flexionada, colocados de manera individual o 4 Los estudios paleopatológicos muestran que las poblaciones mesoamericanas padecieron frecuentemente enfermedades infecciosas, digestivas, respiratorias, nutricionales, osteoarticulares, traumatismos, diversas patologías bucales, anomalías del desarrollo, del metabolismo, de carácter congénito, tumores y otras de diversa índole (Jaén y Serrano, 1974, pp. 155-177; Pomar, 1975, p. 56; Durán, 1984, p. 156; Sahagún, 1992, pp. 585-594; Jaén y Murillo, 2005, pp. 874-877). Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 211 colectiva (junto a personas adultas). A los más pequeños (0-3 años) no les colocaban ofrendas perecederas5 o muy poca. Los que se encontraban entre cuatro y cinco años tenían adornos, artículos domésticos (en miniatura) y objetos ceremoniales, mientras que a los mayorcitos (seis en adelante) además de lo anterior les ponían instrumentos de trabajo6. A los adultos les cerraban los ojos, les lavaban el cuerpo, les cortaban un mechón de cabellos, los adornaban y vestían, flexionaban el cadáver (en forma de bulto) y después los inhumaban o cremaban. Estos pasos, en términos generales, se seguían con todos los difuntos y en la mayoría de las poblaciones mesoamericanas, aunque también existían muchas peculiaridades en cada grupo (Durán, 1984, t. I, p. 173; Sahagún, 1992, pp. 206, 380; Mendieta, 1993, p. 165; Motolinía, 1996, p. 421; Alvarado, 1998, p. 60). Si pertenecían al pueblo, los vestían, calzaban y adornaban con collares, aretes, orejeras, etc. (con materiales de menor calidad). En su boca les introducían una piedra de algún valor simbólico7 y el cuerpo era envuelto en telas de algodón o en un petate8. El área de entierro era previamente preparada, siendo el cadáver colocado en una determinada posición y orientación9. Al momento de su inhumación también le depositaban papeles, manojos de tea, cañas de perfumes, hilos flojos de algodón, hilo colorado, mantas, ropa (maxtles o naguas), recipientes 5 Por supuesto también los acompañaban con objetos no perecederos, como alimentos y bebidas. 6 Esto indica que a partir de los seis años de edad los niños ayudaban más intensamente en los trabajos cotidianos, convirtiéndose así en individuos productivos para su sociedad (Murillo, 2002, pp. 144-145), datos que coinciden con los indicados en el Códice Mendocino (1979, pp. 167, 169, lámina LIX, f. 58r y 59r). 7 Diversas láminas de varios códices muestran la costumbre de introducir en la boca de los difuntos un determinado objeto, piedra que según creían representaba su “corazón” (Mendieta, 1993, p. 162). En diversos contextos arqueológicos hemos localizado piedras circulares de jadeita o de otros minerales que fueron depositados a individuos adultos, de ambos sexos, en muchas ocasiones relacionadas con individuos de alto estatus. La antigüedad de los hallazgos van desde el Formativo hasta el Postclásico (Murillo 1996, 1998). 8 En diversos contextos funerarios, desde etapas precerámicas hasta el horizonte Postclásico, se han encontrado esqueletos humanos flexionados que indican la costumbre de hacer envoltorios con ellos y se han localizado restos de “impronta” de textiles (Murillo, 1996, 1998, 2002). 9 A este respecto se han encontrado esqueletos inhumados en el interior de las habitaciones, por lo regular debajo de los pisos y enterrados en forma colectiva (Murillo, 1996, 1998, 2002). 212 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies con comida10 y bebida, así como sus instrumentos11 de trabajo, que estaban en relación con “el exercicio que tuvieron” (Serna, 1953, pp. 68, 81, 143; Vaticano A, 1964, p. 146; Durán, 1984, t. I, p. 55; Sahagún, 1992, p. 206) (Figura 1). Figura 1. Ofrendas para un hombre común (Magliabechiano, f. 69r) Los comerciantes también eran preparados en bulto y eran adornados con plumas, borlas de algodón, conchas y cascabeles. Eran colocados sobre mantas y a su alrededor les colocaban una rica y variada ofrenda, como plumas verdes, piel de ocelote, adornos (de oro, jade y cobre) y pliegos de papel blanco amarrado (Figura 2) (Magliabechiano, 1970, f. 68r). El lugar donde los depositaban después de las exequias no es indicado en las crónicas, pero por supuesto debió resaltar su estatus12. 10 El Códice Tudela (1980, pp. 118-119) señala que a “los ciudadanos” que morían se les envolvía con mantas, plumas y papel, los enterraban con jícaras que contenían “gallina” y carne guisada, tortillas, maíz, frijoles, chía y legumbres “para que comieran”. 11 A este respecto en algunos contextos arqueológicos lo señalado por las crónicas se confirma, mientras que en otros no siempre es muy clara la diferencia de actividades, por lo que se infiere que ambos sexos desempeñaba actividades similares. Además las huellas de estrés ocupacional y entesopatías que presentan los esqueletos suele confirmarlo. 12 Las crónicas tampoco señalan qué ocurría con el cadáver de los comerciantes si estos morían de manera violenta mientras se encontraban en sus expediciones. Muy probablemente los quemaban y sus cenizas las trasladaban hasta su pueblo natal. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 213 Figura 2. El cadáver de un comerciante sobre la piel de un ocelote, adornos de plumas verdes, joyas y pliegos de papel (Magliabechiano, fo 68r). A las personas de alto estatus se les bañaba, perfumaba y se les vestía con sus mejores ropas, lo calzaban y adornaban con orejeras, bezotes, collares y pulseras (de oro, plata o cobre y piedras preciosas), así como con plumas de exquisita belleza. Les pintaban el rostro o les ponían una máscara funeraria y en el interior de su boca le colocaban un chalchíhuitl13 (Figura 3). Pero como los Señores principales eran visitados por diversas personas que procedían de lugares muy lejanos, sus cuerpos eran preparados con el propósito de evitar la rápida descomposición del cadáver14. Aunque las crónicas no señalan cuál era el método empleado en cada una de las poblaciones mesoamericanas, es posible suponer que se utilizaran ciertas substancias naturales (yerbas, esencias, etc.)15, o bien que secaran el cuerpo 13 Los códices Zouche-Nutall (1992,fo. 4r, 81v), Borgia (1993,26r), Vaticano B, 1993 (62v), Magliabechiano (1970, 67r), Durán (1991, XLVIII) y Relación de Michoacán muestran la manera como se adornaba el cuerpo de estas personas (Alcalá, 2000, f.29v). Los mexicas adornaban a sus gobernantes con las insignias de Huitzilopochtli o de su dios principal (Mendieta, 1993, pp. 162, 164, 165; Pomar, 1975: 11, 38; Durán, 1984, t. I, p. 55; Sahagún, 1992, p. 206). 14 Los acolhuas por ejemplo ponían al muerto en un aposento “airoso” durante cuatro días y recurrían a colocarle una pesada loza encima del abdomen, “porque con su frialdad le conservase sin corromperse, y con su peso no le dejase hinchar” (Pomar, 1975, p. 37; Durán, 1984, t. I, p. 56; Mendieta, 1993, p. 161). 15 Entre los restos óseos y los materiales asociados a Pacal se ha reportado la presencia de diversos elementos que parece tuvieron por propósito la conservación del cadáver de este 214 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies mediante fuego. Pero claro cuando “ya no lo podían sufrir por el mal olor”, procedían a enterrarlo (Pomar, 1975, p. 37; Durán, 1984, t. I, p. 56; Mendieta, 1993, p. 161). Figura 3. Exequias fúnebres para un Tlatoani difunto (Magliabechiano, fo 72r y f. 67r). El cuerpo del tlatoani, del Catzontzin o de los Señores principales era llevado hasta el patio del templo de su dios principal donde lo quemaban con “tea y copal”, junto con todas sus ofrendas y acompañantes. Las cenizas16 eran recogidas y depositadas en una manta con la que hacían un bulto que representaba al difunto. Estas se guardaba en una caja de barro, piedra o madera y las podían enterrar en diversos lugares (en un aposento de la casa real, en el patio o a las gradas del templo principal o bien en el interior de “torres” (Pomar, 1975, pp. 38, 39; Tudela, 1980, p. 117; Durán, 1984, t. I, p. 55; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, pp. 55, 188; Sahagún, 1992, p. 207; Zouche-Nutall, 1992, f.15r ; Mendieta, 1993, pp. 162-163, 166-167; Muñoz, 1998, p. 108; Zorita, 1999, p. 199; Alcalá, 2000, p. 349, f.32) (Figura 4). gobernante (Romano, comunicación personal). 16 Los tlaxcaltecas amasaban las cenizas con sangre humana y se dice que enterraban vivos a hombres corcovados y enanos, con mucha comida y ropa, plumas y joyas (Muñoz, 1998, pp. 108, 147,158, 159). En Michoacán en cambio el bulto era introducido en una tinaja y lo colocaban “enhiesto”, mirando al Oriente y los acompañantes eran enterrados en sencillos sepulcros, detrás del templo de su dios principal (Mendieta, 1993, pp. 166,167; Alcalá, 2000, pp. 349, f.21v, 29v). Por otra parte los códices Selden (1949 f.3, 5) y Zouche-Nutall (1992, f.8r, 15r, 17r, 22r, 26r, 47v) muestran pequeños bultos (con las cenizas de los difuntos) que son colocados en templos y a los cuales les rinden culto. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 215 Figura 4. Preparación del cadáver, procesión y cremación del Catzontzin (f. Relación de Michoacán, 29v). Las crónicas indican que en algunos pueblos (mixtecos, purépechas, otomíes, tlaxcaltecas y al parecer matlatzincas), la inhumación era practicada para el pueblo en general, al parecer sin distinguir el tipo de enfermedad. Los mexicas en cambio enterraban a las personas que hubieran fallecido a causa de padecimientos contagiosos e “incurables”, donde era conspicua la acumulación de líquidos corporales (lepra, bubas, sarna, gota, hidropesía), así como los ahogados o fulminados por el rayo (Sahagún, 1992, pp. 207-208). Los individuos que morían tras padecer alguna patología relacionada con el agua eran preparados de una manera muy particular. Les introducían semillas de bledos en la boca, les aplicaban pigmento azul “sobre el rostro”, los ataviaban con papeles y en su mano les colocaban una vara, además los vestían con la indumentaria de Tláloc o de otras deidades relacionadas con el vital líquido (Sahagún, 1992, p. 208). De los que morían por otras causas no se indica si también tenían un arreglo especial, pero es muy probable que así haya sido. En los contextos arqueológicos funerarios, desde la Prehistoria hasta el horizonte Postclásico, encontramos evidencias de inhumaciones, ya sea de cuerpos 216 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies completos, cenizas o sólo de algunas porciones corporales, de infantes, jóvenes, adultos y ancianos, de ambos sexos. Los restos humanos se han encontrado en cuevas, en el interior de casas o en los patios, templos, bajo muros, en el relleno de estructuras y en distintos puntos de las áreas ceremoniales (escalinatas, esquinas, descansos, etc.) (Murillo, 1996, 1998 (a y b), 2002). Las crónicas señalan además que eran depositados en las cementeras (Durán, 1984, t. I, p. 55). La cremación parece iniciarse desde el Formativo, teniendo un mayor auge en el Clásico y Postclásico17, siendo una práctica muy generalizada en toda Mesoamérica. Los motivos por los cuales la realizaban no están del todo claros18, aunque en varios grupos se restringía a las clases dominantes (como los acolhuas, purépechas, tlaxcaltecas y mixtecos). Los mexicas por ejemplo cremaban19 a las personas que morían por las afecciones no relacionadas con el agua (fueran señores o gente del pueblo), los guerreros, sacerdotes que cometían fornicación y algunos delincuentes (Vaticano B, 1964, pp. 146, 174; Pomar, 1975, pp. 38-39; Florentino, 1979, f.27v; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, p. 55; Sahagún, 1992, p. 207; Zouche-Nutall, 1992, f.4r, 21r, 87v, 88v, 90v; Muñoz, 1998, p. 108; Alvarado, 1998, p. 60; Alcalá, 2000, pp. 600-601, f.21v). Muerte violenta La muerte violenta (accidental o intencional), podía acontecer en cualquier momento y afectar a sujetos de cualquier nivel social, edad y sexo. Aunque habían situaciones que ponían en mayor riesgo a determinados individuos (parto, guerra, sacrificios humanos). Además estaban expuestos a epidemias, catástrofes naturales, ser alcanzados por los rayos, morir ahogados, desbarrancarse, o bien ser víctimas del ataque de diversas bestias. Otras modalidades ocurrían cuando se castigaba a los delincuentes o bien al morir en manos de los “hombres que 17 En algunos pueblos se observa esta secuencia, pero en otros lo que predomina es la inhumación. 18 Los mexicas cremaban a las personas que morían por las afecciones no relacionadas con el agua (fueran señores o gente del pueblo), los guerreros, sacerdotes que cometían fornicación y algunos delincuentes (Pomar, 1975, pp. 38-39; Florentino, 1979, f.27v; Sahagún, 1992, p. 207; Alvarado, 1998, p. 60). 19 La cremación de una persona que procediera del pueblo y la de un individuo de alto estatus se distinguía porque en el segundo caso se utilizaban maderas finas y aromáticas (Murillo, mecanuscrito). Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 217 mataban a traición” (Azcatitlan, 1949, plancha V; Florentino, 1979, f.110v; Acuña, 1987, pp. 141, 178; Sahagún, 1992, pp. 621, 660). En cada una de estas modalidades el tratamiento mortuorio era muy distinto (Figura 5). a) b) c) d) e) 218 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies f) Figura 5. Ejemplos de muerte accidental e intencional: personas devoradas por bestias (a) Códice Azcatitlan, plancha V y b) Códice Florentino, f. 110v). Muerte por caída accidental (c) Códice Florentino, f. 245r y borracho que muere al desbarrancarse (d) Códice Florentino, f. 13v. Muerte por venganza: e) Naca es descuartizado y tomado como alimento (Relación de Michoacán, f. 82v) y f) Curatame es muerto mediante porrazos (Relación de Michoacán, f. 120). Cuando nacían gemelos, este evento era tomado como de mal agüero, pues pensaban que el padre o la madre iban a morir y para remediarlo preferían matar a uno de los niños. Igualmente los infantes eran seleccionados para formar parte de diversos rituales de sacrificio, en relación a la fertilidad, y muy especialmente cuando no llovía (Mendieta, 1993, p. 110; Motolinia, 2001, pp. 47, 145). Algunas mujeres morían por causas relacionadas con la etapa reproductiva20 (embarazo) y muy especialmente las primigestas, siendo las etapas de mayor riesgo de 15 a 30 años. Los mexicas enterraban a las mujeres que morían en el parto, a la hora de la puesta del sol y en el patio del templo de las Cihuapipiltzin. Las parteras, ancianas, familiares y amigos custodiaban el cadáver durante cuatro noches, porque los guerreros y hechiceros intentaban mutilar el cuerpo de estas mujeres21 (Vaticano B, 1964, p.174; Sahagún, 1992, pp. 380-381). 20 Los problemas con los que se podían enfrentar eran abortos espontáneos o provocados, infecciones antes, durante o después del parto (fiebres puerperales), o bien dificultades al momento de parir. Las crónicas señalan que cuando se presentaban complicaciones, las parteras trataban con mucha eficacia diversas situaciones (con hierbas y dentro del temazcal). 21 Los guerreros creían que si cortaban el cabello o el dedo medio de la mano izquierda de estas mujeres se harían más valientes, esforzados y que podrían capturar a sus enemigos. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 219 Ahora bien, si la muerte se presentaba por ahogamiento o al ser fulminados por un rayo, los mexicas enterraban el cuerpo de estos individuos, porque quedaban protegidos por las deidades del agua (Florentino, 1979, f.13v, p. 110; Sahagún, 1992, pp. 89, 207; Telleriano-Remensis, 1995, f.11v; Borbónico, 1991, f. 5). Si morían al ser atacados por una bestia también se les brindaba un tratamiento especial, a este respecto Serna (1953, pp. 111-112) señala que en la Huaxteca las personas que morían por picaduras de serpientes eran enterradas boca abajo, porque de no hacerlo llovía intensamente. A este respecto datos etnográficos actuales de los nahuas de Chicontepec señalan que cuando alguna persona muere por la picadura de una serpiente, sacan al difunto a través de un hoyo que hacen en una de las paredes de la casa o por el techo. En el cementerio el cuerpo es orientado con la cabeza al Oriente y la ofrenda que le depositan está relacionada con el agua. Por otra parte cuando una persona muere en el campo víctima del ataque de alguna bestia, sus huesos son recogidos y los depositan en el cerro o en una cueva, “donde viven sus ancestros”, pero no se les entierra en el camposanto del pueblo (Arturo Gómez, comunicación personal). Si los decesos se producían de manera masiva, debido a catástrofes naturales, “porque no podían enterrar tantos como morían” y para remediar el mal olor de los cuerpos en putrefacción “echábanles las casas encima, de manera que su casa era su sepultura”. Cuando no había nadie quien pudiera sepultarlos, los cuerpos podían ser devorados por aves de rapiña o por otras bestias feroces, sin que ninguno pudiera evitarlo (Chimalpahin, 1965, pp. 99, 114, 200-201; Motolinía, 2001, p.16). En estos casos tan extremos se puede inferir que los rituales funerarios eran muy sencillos, si es que acaso los había. Una catástrofe natural evidenciada en un contexto arqueológico muestra que no siempre se intentaba recuperar los cadáveres para efectuar con ellos un ritual funerario. En este caso los esqueletos de los antiguos ocupantes de una casa, que quedaron sepultados por varios metros de limo, permanecieron en el mismo lugar donde fallecieron. Las huellas de una hoguera, por encima de los escombros, muestran que muy probablemente se celebró un pequeño ritual póstumo a dicho evento y que la casa les sirvió de sepulcro22 (Murillo, 1996, pp. 235-236; Murillo Mientras que los hechiceros pensaban que si poseían el brazo y la mano izquierda podían adquirir ciertos poderes, como adormecer a las personas que iban a robar (Sahagún, 1992, pp. 380-382). 22 El hallazgo fue realizado en una unidad habitacional del Epiclásico, en el sitio de Xico, 220 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies y Romano, 2001, pp. 619-633) (Figura 6). Figura 6. Casa prehispánica excavada en Xico, Estado de México. Sus cinco ocupantes murieron accidentalmente al desplomarse la vivienda. La muerte en la guerra seguía una modalidad diferente. Dadas las condiciones de las lucha, los cadáveres de los guerreros podían quedar diseminados en el campo de batalla. Esta ocasión era aprovechada por los enemigos para hacer escarnio con ellos, por lo cual los desmembraban, los echaban a las bestias o a las fuentes de agua o bien los exhibían. Debido a esto por lo general sus compañeros de armas se esforzaban por recuperar sus restos, para celebrar las exequias y luego cremarlos23 (Pomar, 1975, p. 16; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, p. 261; Motolinia, 1996, p. 420) (Figura 7). Cuando no se contaba con el cadáver se procedía a manufacturar unos bultos al sur de la cuenca de México, en donde fueron descubiertos cinco esqueletos humanos pertenecientes a dos infantes, así como a tres mujeres, jóvenes y maduras, que tenían diversos padecimientos. El análisis del contexto arqueológico, las características geológicas del sitio y los datos osteológicos mostraron que estos individuos murieron repentinamente al ocurrir el derrumbe de su casa debido a un potente cauce fluvial y/o pluvial que bajó de los cerros y cuya fuera los sorprendió (Murillo, 1996, pp. 235-236, Murillo y Romano, 2001, pp. 619-633). 23 Ejemplo de esto lo encontramos en el Códice Florentino (1979, libro XII, fo. 41, 45 y 51) donde se muestra que durante el sitio a Tenochtitlan en 1521, los españoles arrojaron a la laguna los despojos de sus contrincantes fallecidos, debido a esto los indígenas recobraron los cuerpos y las porciones corporales para colocarlos en una pira funeraria. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 221 que se elaboraban con ocote y el número era similar al de los individuos que habían fallecido en la guerra. A éstos les hacían sus caras (ojos, boca y nariz), los adornaban y equipaban con armas y ante ellos les rendían “sus responsos funerales” para después ser quemados y sus cenizas eran enterradas24 (Durán, 1984, t. II, pp. 154-155; Motolinia, 1996, p. 420; Alcalá, 2000, pp. 592-595, f. 20). Figura 7. Recolección de cadáveres durante la guerra (Relación de Michoacán, f.20 y Códice Florentino, f. 51). Las sociedades mesoamericanas consideraban delincuentes a aquellos individuos que no seguían los cánones morales, sociales y religiosos. De esta manera a los que robaban, mataban, se embriagaban o bien eran fornicadores o adúlteros les daban muerte de múltiples formas. Podían ser apaleados, ahorcados, apedreados, degollados “con flechas”, lapidados, quemados vivos, despeñados o bien eran arrastrados con una soga al cuello, por mencionar sólo algunas modalidades (Pomar, 1975, p .7; Mendocino, 1979, pp. 191, 193, f.70r, 71r; Florentino, 1979, f.18r 26r; Tudela, 1980, p. 123 , f.61r; Durán, 1984, t. I, pp. 36, 184; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, pp. 24, 169-170; Acuña, 1986, p. 145; 1987, pp. 63-64, 84, 238, 343; Muñoz, 1998, pp. 150-151; Alcalá, 2000, pp. 596-599, f.20v-21v) (Figura 8). 24 Las mujeres también participaban activamente en las guerras, aunque no se dan muchos detalles al respecto, es de suponerse que eran jóvenes y que si morían en batallas les daban un tratamiento igual que al de los hombres (Chimalpahin, 1965, pp. 211, 215; Durán 1991, XI; Borgia 1993, f.58v, 63v). 222 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies a) b) Figura 8. Muerte a delincuentes: a) por adulterio (Borgia, f. 26r) y b) por diversos delitos (Relación de Michoacán, f.20v). En cada pueblo se seguían formas de castigo distintas, aunque parece que en todos se sancionaban los mismos delitos y la norma general era no darles sepultura. De esta manera tras ser muertos arrastraban los cadáveres hasta las afueras de la ciudad, para que los perros y/o las auras se los comieran. Pero si eran quemados entonces sus cenizas eran arrojadas al viento o se les vertía en algún manto acuífero. Todo esto con el propósito de que no quedara ningún recuerdo de su existencia (Quinatzin, 1885; Pomar, 1975, pp. 32-33; Mendocino, 1979, f.71r; Tudela, 1980, f.61r ; Durán, 1984, t. I, pp. 36, 184; Ixtlixochitl, 1985, t. II, pp. 101-102, 172; Borbónico, 1991, f.12; Vaticano B, 1993, f.25r; Barlow, 1994, pp. 270-271, 274-275; Telleriano-Remensis, 1995, f.17r; Alcalá, 2000, p. 598). Los sacrificios humanos podían ocurrir cuando eran capturados los guerreros, al ocurrir eclipses25, ante ciertas catástrofes o fenómenos naturales espectaculares, si moría algún señor importante o bien por ser seleccionados para alguna de sus múltiples festividades. A estas personas les daban muerte utilizando diversos métodos: saetas, golpes de mazos, extracción del corazón, al degollarlos, quemarlos vivos, flecharlos, despeñarlos, desollarlos, decapitarlos, ahogándolos o asfixiándolos (Serna, 1953, pp. 183, 185-187; Durán, 1984, t.I, p. 155; t. II, p. 300; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, p. 188; Acuña, 1987, pp. 63, 107-108, 200; Sahagún, 1992, pp. 101, 112; Mendieta, 1993, pp. 100-101; Zorita, 1999, t. I, p. 205; Motolinia, 2001, pp. 25 En los eclipses de sol se seleccionaban “hombres bermejos” y si eran de luna sacrificaban hombres y mujeres “blancos” (albinos). Mendieta (1993, p. 101) también señala que sacrificaban a hombres y mujeres “blancos” o “lampiños” cuando habían eclipses, pero indica que esto ocurría solamente cuando eran de sol. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 223 61-65; Alcalá, 2000, pp. 590, 626, f. 19, 29v). Las mujeres eran seleccionadas para ser sacrificadas en ciertos rituales, aunque únicamente las crónicas que hablan de los mexicas señalan las características peculiares que debían poseer éstas. Por ejemplo para la fiesta de Huey Pachtli debían ser jóvenes y vírgenes, la que representaba a Toci en Ochpaniztli debía ser una mujer madura y en Atamalqualiztli, que se celebraba cada ocho años, mataban mujeres viejas26 (Durán, 1984, t. I, pp. 144, 154-155; Sahagún, 1992, p. 157; Motolinia, 2001, pp. 43, 45-46, 51). Los hombres también morían en etapas jóvenes debido a las actividades que implicaba la realización de diversas actividades laborales, tales como la caza, pesca, guerra o el comercio. En la guerra podían perder la vida directamente en batalla o al ser tomados como cautivos y en esos casos eran elegidos para formar parte de diversos rituales27 (Durán, 1984, t. I, pp. 97, 120; Motolinia, 2001, pp. 41-43). Las víctimas destinadas al sacrificio podían alcanzar un nuevo estatus durante el tiempo que les tomaba el representar a una deidad y tras su deceso. A los seleccionados, ya fueran niños, jóvenes, adultos o ancianos, de ambos sexos, se les brindaba una atención muy especial, “honra y acatamiento como al ídolo”. Dichos cuidados eran brindados durante un determinado periodo de tiempo (días, meses o durante un año) e incluía portar ropa y joyas propias de las personas de rango, así como ser alimentados con abundantes y exquisitas viandas. Al momento de su muerte iban ricamente ataviados, llevaban las insignias, la pintura facial y/o corporal de las deidades a las cuales los habían consagrado, pues representaban al “dios vivo” y portaban banderas blancas típicas de los sacrificados (Durán, 1984, t. I, pp. 76, 96; Sahagún, 1992, pp. 33, 77, 86, 107; Mendieta, 1993, p. 100). 26 Igualmente formaban parte de otras celebraciones como en Tecuilhuitontli, Huey tecuílhuitl, Tepeílhuitl Quecholli, Panquetzaliztli, Tititl e Izcalli (Durán, 1984, t. I, pp. 154-155; Sahagún, 1992, pp. 119-121, 125, 132-133, 138, 141, 143, 148, 152, 157; Motolinia, 2001, pp. 43, 45, 46, 51). 27 Participaban en Tlacaxipehualiztli, Toxcatl, Etzalqualiztli, Tecuilhuitontli, Huey tecuílhuitl, Xocotl Huetzi, Ochpaniztli, Teotleco, Tepeílhuitl, Quecholli, Panquetzaliztli e Izcalli (Mendieta, 1993, p. 101; Durán, 1984, t. I, pp. 97, 120-121; Sahagún, 1948, p. 301; 1992, pp. 78-79, 86, 101, 103, 107, 118, 120, 129-130, 134, 137-138, 141, 143, 152; Motolinia, 1971, p. 68; 2001, pp. 41-43). 224 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies a) b) c) Figura 9. Diversas modalidades de sacrificio humano: a) en 1487 son ejecutados cautivos de guerra para el estreno del Templo Mayor de Tenochtitlan (TellerianoRemensis, f. 39r); b) sacrificio de una mujer durante la fiesta mexica de Ochpaniztli (Códice Borbónico, lámina 31); c) a este infante le retorcieron el cuello para darle muerte, fue localizado durante los trabajos de excavación en el sitio “La Peña”, Valle de Bravo, Estado de México. Como el cuerpo de estos individuos o sus porciones corporales era especial, el tratamiento que recibían también era singular. Por lo general eran desmembrados, Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de a) 225 b) c) Figura 10. Utilización de los restos óseos humanos para ceremonias: a) Ehecatl toca un omechicahuaztli sobre un cráneo humano; b) omechicahuaztli ó hueso humano con rayaduras transversales de la época prehispánicas (procede de Colima); c) cráneos y huesos largos en contexto funerario especial, localizados en el cerro de los Magueyes, Mepetec, Estado de México. en ocasiones eran comidos28, o bien eran expuestos en lugares públicos o privados. La cabeza era colocada en diversos tipos de estructuras (tzompantli o postes), algunos de sus huesos podían ser guardados como reliquias o enterrados en recintos ceremoniales. Las pieles eran empleadas como vestido y cuando el ritual terminaba las enterraban en lugares sagrados29 (Serna, 1953, p. 185; Pomar, 28 La carne era cortada en pedazos pequeños (menos de media onza) y se preparaba con maíz. El platillo era enviado por toda la ciudad y por todos los pueblos comarcanos, a los caciques, señores, principales, mayordomos, mercaderes y a todo género de hombres ricos. De hecho la porción que le daban a los convidados iban en relación con “la calidad” de estos. Por otra parte el dueño del cautivo (el que lo había prendido o comprado) lo llevaba a su casa para que sus invitados lo degustaran, aunque él mismo no comía, porque lo consideraba su hijo. Algunos aceptaban esta carne porque “era el premio del valiente que se las enviaba”, pero había muchos que no la comían (Serna, 1953, p. 186; Pomar, 1975, p. 17; Sahagún, 1992, pp. 89, 92; Mendieta, 1993, p. 100 ; Motolinia, 2001, p. 42). 29 El cabello y las vísceras también eran retiradas de estas víctimas, aunque no sabemos qué fin tenían después. 226 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies 1975, p. 17; Durán, 1984, t. I, p. 97, t. II, p. 278; Florentino, 1979, f.110v, 112r, 113r, 114r, 116r; Sahagún, 1992, pp. 78-79, 101, 103, 105, 138-139, 158, 160162, 607; Mendieta, 1993, pp. 100-101; Muñoz, 1998, pp. 101, 155, 167; Motolinia, 2001, pp. 25, 42-43, 58, 65). El tratamiento mortuorio y las cosmovisiones mesoamericanas Entre los antiguos pueblos mesoamericanos las distintas facies cadavéricas por las que pasa un difunto podían irles indicando que el calor o la energía de una persona se estaban perdiendo. Del calor corporal se pasaba al enfriamiento, de la movilidad a la rigidez, además al paso de las horas salían fluidos por las aberturas del cuerpo (nariz, oídos, ano, pene o vagina), el abdomen iba aumentado gradualmente y en la misma medida se desprendían gases. El aroma fétido y el cambio de coloración de la piel finalmente les indicaban que la vida ya se había ido. Este proceso biológico, en esas cosmovisiones, se percibía como “esencias” o alientos que el cuerpo humano poseía y que se desprendían de la persona al momento de su muerte30 (Laud, 1966, p. 44(27); Zouche-Nutall, 1992, 20-IIIr). En náhuatl estas esencias han sido denominadas tonalli, teyolía e ihíyotl, pero además las han asociado con ciertos aspectos de la personalidad y de la calidad del ser humano. Según parece en el tonalli se encontraba el calor del sujeto, el vigor, la valentía y era el centro del pensamiento. También se concibe como un gas o aliento, invisible o luminoso, tiene una relación estrecha con los vínculos sociales por lo que la conducta inadecuada lo perjudicaba o ensuciaba. Al teyolía se le atribuían funciones de vitalidad, conocimiento, tendencia y afección, solo se separaba del cuerpo en la muerte y era la que viajaba al mundo de los difuntos. Las cualidades del corazón estaban estrechamente relacionadas con ésta e igualmente se dañaba por la conducta incorrecta. Por ultimo el ihíyotl se asocia con un gas luminoso, frío, maloliente y al igual que las otras esencias se alteraba en función de la conducta del individuo (López, 1984, pp. 107, 361-378; Aguado, 2004, pp. 159-165). 30 Molina (2004, 90v, 91r) habla del “aliento, huelgo o resuello”,“alma o ánima” y del “baho de la boca”. Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 227 El hecho de que el cuerpo de los difuntos fuera tratado de manera distinta parece estribar en la forma como las esencias que conformaban al ser humano se desprendían de él, así como en la calidad de estas mismas. Si la persona moría de manera natural, así como en paz con sus deidades y con los demás, entonces dichas esencias emanaban de él lentamente y no se quedaban en el pueblo para dañar a los demás. La muerte violenta, en cambio, parece romper todo el equilibrio cosmogónico. Ante la manera tan brusca como se produce, los cadáveres o los restos corporales de estos difuntos no se manipulan de la misma manera que los demás y tampoco cualquier persona los puede tocar. El temor a esta clase de muertos parece deberse a que existe la idea de que todavía poseen algo de vitalidad, que si bien algunas esencias se pierden inmediatamente, otras en cambio no logran salir. Por otra parte si el individuo había transgredido las normas sociales y ceremoniales su cuerpo estaba “contaminado” y ya no era digno de recibir un ritual mortuorio. Depositar el cuerpo de los difuntos, completo o sus cenizas, era un acto sumamente sagrado, pues a través de éste proceso se devolvía al difunto a la "madre tierra", de donde había sido formado y de esta manera la alimentaba y la retribuía de todo lo que había recibido durante su existencia. De ahí que la tierra en algunos códices es representada como un monstruo que devora el cadáver (Fejérváry-Mayer, 1971). Cabe mencionar que algunos términos en náhuatl denotan que enterrar un muerto significaba “sembrarlos” (Molina, 2004, 148r), obviamente para que produjeran fruto. Creencia que por cierto todavía se encuentra entre los actuales nahuas de la sierra Norte de Puebla y de Cuetzalan, pues ellos dicen: “Nosotros somos de la tierra: de la tierra nacimos, la tierra nos come” (Lupo, 2001, p. 369). La tierra da sustento a la comunidad humana, pero también ella necesita alimentarse, así que mediante enterrar a sus difuntos los humanos cumplen con su obligación reciproca de alimentarla. De esta manera ellos ven a la tierra como un ser vivo que nutre, pero que igualmente devora. La deuda que se ha contraído con la tierra, principalmente al comer maíz, es saldada hasta que los cadáveres quedan convertidos en huesos secos y viejos, “sin carne” (Lupo, 2001, p. 369). Durante la época prehispánica los pueblos de habla náhuatl nombraban a sus señores difuntos con el término teutl o teotl que traducían como dios, espíritu, numen o muerto (Sahagún, 1992, p. 611; Muñoz, 1998, p. 155; Motolinia, 2001, p. 33). Eran los ancestros divinizados, quienes eran los garantes del bienestar de los 228 Journal of the Institute of Iberoamerican Studies vivos al ayudar en el ciclo agrícola (Broda, 2004, p. 252). Quizá por ello en diversas partes de Mesoamérica los muertos, muy especialmente los infantes, estaban vinculados con los cultos de fertilidad agrícola, con los ciclos agrícolas, las estaciones, el clima y con todo el entorno. Los muertos, ya libres de sus cuerpos se tornan “ligeros” y “veloces”, entonces pueden actuar en concierto con otras fuerzas naturales como pueden ser el viento, los zopilotes, las cuevas, los manantiales, los cerros, entre otros más. Así de esta manera “trabajan” junto con los vivos en la agricultura y pueden beneficiar a la comunidad, al ser capaces de controlar la lluvia, la productividad de las plantas y de la tierra. Especialmente entre los difuntos resalta la activa participación de los niños pequeños, quienes poseen la habilidad para atraer la lluvia, pues se les considera “limpios” porque nunca se alimentaron del maíz y por ello nunca contrajeron una deuda con la tierra (Good, 2001, pp. 245, 261, 265-266, 273- 275; Gómez, mecanuscrito). Pero si bien hay un esfuerzo por atender a sus difuntos, también hay individuos que no son dignos de recibir un ritual funerario. Estos son los que transgredían las normas sociales o ceremoniales, debido a lo cual se les daba muerte y se evita que sus restos fueran enterrados dentro de su comunidad. Es decir, que los criminales no eran merecedores de recibir un acto tan reverente como lo era un ritual mortuorio, no eran dignos de alimentar a la tierra, por lo que no se deseaba preservar sus cuerpos y por esto se destruía toda evidencia de su existencia. El acto de inhumar el cadáver, sus cenizas o su sustituto, iba más allá de simplemente deshacerse de un cuerpo o de sus restos. En las sociedades mesoamericanas era sumamente importante que las personas fueran enterradas dentro de su propio espacio. Así no solamente podían alimentar a la tierra, sino que también después de muertos seguirían perteneciendo al grupo social que los había visto nacer, crecer y morir, puesto que seguirían trabajando para ellos. Como vemos los cuerpos de los difuntos podían ser preservados o destruidos, según hubiera sido su condición social y ceremonial al momento de su fallecimiento. Esto muestra que cuando un individuo nacía no tenía garantizado que al morir iba a recibir un ritual funerario, más bien debía ganárselo, mediante tener, durante toda su vida, una buena conducta, socialmente aceptable y haber cumplido con sus deberes ante los dioses. Esto abarcaba desde al más humilde trabajador hasta las más altas esferas de la elite. Con dichas creencias las sociedades mesoamericanas no sólo lograban el control social de las comunidades, Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de 229 sino sobre todo garantizaban el equilibrio del hombre con su Cosmos y así su permanencia sobre la tierra. Referencias bibliográficas Acuña, R. (1987). Relaciones Geográficas del siglo XVI: Michoacán. México: UNAM. Aguado, J. C. (2004). Cuerpo humano e imagen corporal. Notas para una antropología de la corporeidad. México: UNAM. Alcalá, J. (2000). 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