El tratamiento mortuorio del cuerpo humano en las antiguas

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Journal of the Institute of
Iberoamerican Studies
JANUARY- DECEMBER 2013 | pp. 207~231
Vol. 15. No. 2
El tratamiento mortuorio del cuerpo humano en las
antiguas poblaciones mexicanas
Silvia Murillo Rodríguez**
1
Resumen. En diversas culturas mesoamericanas la vida y la muerte constituían un
todo. Los difuntos eran acompañados por una serie de rituales que expresaban y
reafirmaban su inserción dentro de la sociedad y del Cosmos. En estas sociedades
las circunstancias del fallecimiento determinaban que el cuerpo fuera sacro o
profano. El objetivo del presente estudio es dar a conocer la manera como se
trataba a los difuntos en algunas comunidades mesoamericanas, en territorio
mexicano. Se toma en cuenta el tipo de muerte (natural o violenta), la edad y sexo
del individuo, así como el estatus de la persona (heredado o adquirido). Igualmente se
muestran diversos aspectos de las cosmovisiones mesoamericanas. Los datos
proceden de una larga y minuciosa investigación de carácter interdisciplinario, en
la cual se integraron el análisis de diversas fuentes documentales (crónicas y
códices), la etnografía y la osteología antropológica.
Palabras claves: Tratamiento mortuorio, muerte, rituales funerarios, costumbres
funerarias, Mesoamérica.
Introducción
En las antiguas sociedades mesoamericanas vivir y morir formaba parte de un
ciclo que involucraba un todo. Los individuos que componían estas poblaciones
desde que nacían, a todo lo largo de su existencia y hasta que solo quedaban
convertidos en huesos o cenizas, eran acompañados con una serie de rituales que
expresaban y reafirmaban su inserción dentro de la sociedad y del Cosmos.
* Instituto Nacional de Antropología e Historia
Profesora-investigadora del Centro INAH Estado de México
Correo: [email protected]
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Cuando llegaba la muerte recibían un tratamiento mortuorio especial. Hasta donde
indican las fuentes documentales a los difuntos les cerraban los ojos, lavaban su
cuerpo (en ocasiones lo perfumaban), le cortaban un mechón de cabellos,
arreglaban el cadáver, le colocaban diversos adornos y ofrendas, lo envolvían,
para después inhumarlo o cremarlo.
En lo que respecta al destino final de los muertos algunos pueblos creían que
los individuos cuya defunción ocurría de manera natural iban al Mictlan o
Inframundo. Los que fallecían por causas relacionadas con el agua se dirigían al
Tlalocan1. Las mujeres que perecían durante el parto se encaminaban al
Cihuatlampa, pues adquirían el grado de guerreras y acompañaban al sol en su
recorrido por el cielo. Los lactantes partían hacia el Chichiualquauitl, lugar donde
había un árbol con senos que los seguía alimentando. En tanto que los guerreros,
que morían en batalla iban al Tonatihuixco o casa del Sol (Sahagún, 1992, pp. 171,
205, 207, 208, 380-382; Mendieta, 1993, pp. 96, 97; Motolinia, 1996, p. 420;
Zorita, 1999, p. 153).
Esta diferencia en el tratamiento mortuorio se debe a que en las
cosmovisiones2 mesoamericanas se creía que el cuerpo humano poseía elementos
o esencias que estaban presentes en algunos sujetos o ausentes en otros, además
que podían emanar lenta o violentamente al momento de la defunción. Estas
circunstancias del fallecimiento determinaban que el cuerpo se sacralizara o que se
tornara profano.
El presente estudio tiene el propósito de dar a conocer la manera como se
trataba a los difuntos entre algunas comunidades mesoamericanas, tomando en
cuenta el tipo de muerte, es decir si ésta era natural o violenta. Por supuesto la
edad y sexo del individuo, así como el estatus de la persona (heredado o adquirido)
son factores que también han sido considerados.
Los datos que se exponen a continuación proceden tanto de fuentes
etnohistóricas (crónicas y códices), como etnográficas, siendo confrontados y
ampliados con los resultados obtenidos en algunos contextos arqueológicos
funerarios, así como con el análisis osteológico, de antropología física forense,
1
En esta categoría se encontraban los hidrópicos, leprosos, sarnosos, gotosos, artríticos y
bubosos, los que morían fulminados por los rayos, ahogados o con enfermedades
contagiosas e incurables.
2 La cosmovisión se entiende como la “visión estructurada en la cual los antiguos
mesoamericanos combinaban de manera coherente sus nociones sobre medio ambiente en
que vivían, y sobre el cosmos en que situaban la vida del hombre” (Broda, 1991, p. 462).
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
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arqueología, arqueozoología, arqueobotánica, e incluso de lingüística, principalmente.
Por supuesto dicho estudio de ninguna manera es exhaustivo, sino que
proporciona información sobre el tratamiento mortuorio que brindaban algunas
sociedades mesoamericanas, principalmente las del altiplano central, área de
Occidente y Oaxaca.
Material y método
Los datos etnohistóricos fueron obtenidos mediante la consulta de diversos
registros documentales (crónicas y códices), así como diversas Relaciones
Geográficas, que datan principalmente de los siglos XVI y XVII. Estos textos
nos hablan de diversas etnias como los tlaxcaltecas, purépechas, otomíes, mixtecos,
huaxtecos, matlatzincas, mexicas, acolhuas, y otros pueblos mesoamericanos.
Los códices de origen prehispánico consultados fueron el Borbónico
(1991), Borgia (1993), Féjérváry-Mayer (1971), Laud (1966), Zouche-Nutall
(1992), Selden (1949) y Vaticano B (1993). Los posthispánicos3 Quinatzin (1885),
Vaticano A (1964), Azcatitlan (1949), Telleriano-Remensis (1995), Magliabechiano
(1970), Florentino (1979), Tudela (1980), Mendocino (1979) y la Relación de
Michoacán (2000).
El estudio antropológico del contexto funerario se realizó al integrar la
información arqueológica y osteológica que fue obtenida por la que esto suscribe,
tanto en la exploración de entierros como en el análisis de restos óseos humanos
que proceden principalmente del altiplano central. También, en algunos casos, se
procedió al análisis lingüístico de algunos términos en náhuatl que indicaran los
distintos tipos de muerte, así como expresiones que hicieran referencia a éste tema.
Estas palabras fueron buscadas en el diccionario de fray Alonso de Molina (2004)
y se intentó conocer su significado.
3
Se les considera posthispánicos porque fueron elaborados en los primeros años del siglo
XVI aunque muchas veces se trata de copias de manuscritos cuya temática y técnica de
realización es prehispánica (Galarza, 1990, p. 71).
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Tratamiento mortuorio según el tipo de muerte
Diversos son los tipos de muerte que existían durante la época prehispánica,
que englobados en términos forenses se pueden clasificar en natural y violenta. La
muerte natural ocurría por diversas enfermedades4 o por el proceso normal de
envejecimiento, mientras que la accidental o violenta se podía presentar por
problemas durante el parto, epidemias, catástrofes naturales, durante la guerra, por
castigo a diversos delitos, venganzas personales, suicidio o bien en un ritual de
sacrificio (Murillo y Romano, 2006; Murillo, mecanuscrito). En cada caso la
manera de tratar el cuerpo del difunto es distinta como veremos a continuación.
Muerte natural
Los estudios paleodemográficos realizados en diversas colecciones óseas
mesoamericanas nos muestran una alta mortalidad infantil (de 0 a 4 años). Estas
muertes se producían, al parecer, por enfermedades infecciosas, gastrointestinales
y respiratorias, aunque algunos pudieron nacer con patologías que eran
incompatibles con la vida. El deceso se podía producir antes del nacimiento o poco
tiempo después de ocurrido éste o bien en las primeras etapas de vida.
A los infantes se les vestía con las insignias propias de una deidad que tenían
por “abogado de los niños”. Además a los niños recién nacidos les ponían unos
“canutillos” con leche materna, como parte de su ofrenda funeraria y se dice que
eran inhumados debajo de los graneros (Serna, 1953, p. 68; Vaticano B, 1993;
Motolinia, 1996, p. 420).
En los contextos arqueológicos funerarios trabajados por la que esto suscribe
(Murillo, 1996, 1998 a y b, 2002), los cuerpos de los infantes se localizaron en el
interior de vasijas, ollas, platos o sobre una capa de tepalcates. Estaban enterrados
en el interior de las habitaciones de una casa o bien en un área especial (cerca de
templos) y generalmente en posición flexionada, colocados de manera individual o
4
Los estudios paleopatológicos muestran que las poblaciones mesoamericanas padecieron
frecuentemente enfermedades infecciosas, digestivas, respiratorias, nutricionales, osteoarticulares,
traumatismos, diversas patologías bucales, anomalías del desarrollo, del metabolismo, de
carácter congénito, tumores y otras de diversa índole (Jaén y Serrano, 1974, pp. 155-177;
Pomar, 1975, p. 56; Durán, 1984, p. 156; Sahagún, 1992, pp. 585-594; Jaén y Murillo,
2005, pp. 874-877).
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
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colectiva (junto a personas adultas). A los más pequeños (0-3 años) no les
colocaban ofrendas perecederas5 o muy poca. Los que se encontraban entre cuatro
y cinco años tenían adornos, artículos domésticos (en miniatura) y objetos
ceremoniales, mientras que a los mayorcitos (seis en adelante) además de lo
anterior les ponían instrumentos de trabajo6.
A los adultos les cerraban los ojos, les lavaban el cuerpo, les cortaban un
mechón de cabellos, los adornaban y vestían, flexionaban el cadáver (en forma de
bulto) y después los inhumaban o cremaban. Estos pasos, en términos generales, se
seguían con todos los difuntos y en la mayoría de las poblaciones mesoamericanas,
aunque también existían muchas peculiaridades en cada grupo (Durán, 1984, t. I,
p. 173; Sahagún, 1992, pp. 206, 380; Mendieta, 1993, p. 165; Motolinía, 1996, p.
421; Alvarado, 1998, p. 60).
Si pertenecían al pueblo, los vestían, calzaban y adornaban con collares,
aretes, orejeras, etc. (con materiales de menor calidad). En su boca les introducían
una piedra de algún valor simbólico7 y el cuerpo era envuelto en telas de algodón o
en un petate8. El área de entierro era previamente preparada, siendo el cadáver
colocado en una determinada posición y orientación9. Al momento de su
inhumación también le depositaban papeles, manojos de tea, cañas de perfumes,
hilos flojos de algodón, hilo colorado, mantas, ropa (maxtles o naguas), recipientes
5
Por supuesto también los acompañaban con objetos no perecederos, como alimentos y
bebidas.
6 Esto indica que a partir de los seis años de edad los niños ayudaban más intensamente en
los trabajos cotidianos, convirtiéndose así en individuos productivos para su sociedad
(Murillo, 2002, pp. 144-145), datos que coinciden con los indicados en el Códice
Mendocino (1979, pp. 167, 169, lámina LIX, f. 58r y 59r).
7 Diversas láminas de varios códices muestran la costumbre de introducir en la boca de los
difuntos un determinado objeto, piedra que según creían representaba su “corazón”
(Mendieta, 1993, p. 162). En diversos contextos arqueológicos hemos localizado piedras
circulares de jadeita o de otros minerales que fueron depositados a individuos adultos, de
ambos sexos, en muchas ocasiones relacionadas con individuos de alto estatus. La
antigüedad de los hallazgos van desde el Formativo hasta el Postclásico (Murillo 1996,
1998).
8 En diversos contextos funerarios, desde etapas precerámicas hasta el horizonte
Postclásico, se han encontrado esqueletos humanos flexionados que indican la costumbre
de hacer envoltorios con ellos y se han localizado restos de “impronta” de textiles (Murillo,
1996, 1998, 2002).
9
A este respecto se han encontrado esqueletos inhumados en el interior de las
habitaciones, por lo regular debajo de los pisos y enterrados en forma colectiva (Murillo,
1996, 1998, 2002).
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con comida10 y bebida, así como sus instrumentos11 de trabajo, que estaban en
relación con “el exercicio que tuvieron” (Serna, 1953, pp. 68, 81, 143; Vaticano
A, 1964, p. 146; Durán, 1984, t. I, p. 55; Sahagún, 1992, p. 206) (Figura 1).
Figura 1. Ofrendas para un hombre común (Magliabechiano, f. 69r)
Los comerciantes también eran preparados en bulto y eran adornados con
plumas, borlas de algodón, conchas y cascabeles. Eran colocados sobre mantas y
a su alrededor les colocaban una rica y variada ofrenda, como plumas verdes, piel
de ocelote, adornos (de oro, jade y cobre) y pliegos de papel blanco amarrado
(Figura 2) (Magliabechiano, 1970, f. 68r). El lugar donde los depositaban después
de las exequias no es indicado en las crónicas, pero por supuesto debió resaltar su
estatus12.
10
El Códice Tudela (1980, pp. 118-119) señala que a “los ciudadanos” que morían se les
envolvía con mantas, plumas y papel, los enterraban con jícaras que contenían “gallina” y
carne guisada, tortillas, maíz, frijoles, chía y legumbres “para que comieran”.
11 A este respecto en algunos contextos arqueológicos lo señalado por las crónicas se
confirma, mientras que en otros no siempre es muy clara la diferencia de actividades, por lo
que se infiere que ambos sexos desempeñaba actividades similares. Además las huellas de
estrés ocupacional y entesopatías que presentan los esqueletos suele confirmarlo.
12 Las crónicas tampoco señalan qué ocurría con el cadáver de los comerciantes si estos
morían de manera violenta mientras se encontraban en sus expediciones. Muy
probablemente los quemaban y sus cenizas las trasladaban hasta su pueblo natal.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
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Figura 2. El cadáver de un comerciante sobre la piel de un ocelote, adornos de plumas
verdes, joyas y pliegos de papel (Magliabechiano, fo 68r).
A las personas de alto estatus se les bañaba, perfumaba y se les vestía con sus
mejores ropas, lo calzaban y adornaban con orejeras, bezotes, collares y pulseras
(de oro, plata o cobre y piedras preciosas), así como con plumas de exquisita
belleza. Les pintaban el rostro o les ponían una máscara funeraria y en el interior
de su boca le colocaban un chalchíhuitl13 (Figura 3). Pero como los Señores
principales eran visitados por diversas personas que procedían de lugares muy
lejanos, sus cuerpos eran preparados con el propósito de evitar la rápida
descomposición del cadáver14.
Aunque las crónicas no señalan cuál era el método empleado en cada una de
las poblaciones mesoamericanas, es posible suponer que se utilizaran ciertas
substancias naturales (yerbas, esencias, etc.)15, o bien que secaran el cuerpo
13
Los códices Zouche-Nutall (1992,fo. 4r, 81v), Borgia (1993,26r), Vaticano B, 1993
(62v), Magliabechiano (1970, 67r), Durán (1991, XLVIII) y Relación de Michoacán
muestran la manera como se adornaba el cuerpo de estas personas (Alcalá, 2000, f.29v).
Los mexicas adornaban a sus gobernantes con las insignias de Huitzilopochtli o de su dios
principal (Mendieta, 1993, pp. 162, 164, 165; Pomar, 1975: 11, 38; Durán, 1984, t. I, p. 55;
Sahagún, 1992, p. 206).
14 Los acolhuas por ejemplo ponían al muerto en un aposento “airoso” durante cuatro días
y recurrían a colocarle una pesada loza encima del abdomen, “porque con su frialdad le
conservase sin corromperse, y con su peso no le dejase hinchar” (Pomar, 1975, p. 37;
Durán, 1984, t. I, p. 56; Mendieta, 1993, p. 161).
15 Entre los restos óseos y los materiales asociados a Pacal se ha reportado la presencia de
diversos elementos que parece tuvieron por propósito la conservación del cadáver de este
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mediante fuego. Pero claro cuando “ya no lo podían sufrir por el mal olor”,
procedían a enterrarlo (Pomar, 1975, p. 37; Durán, 1984, t. I, p. 56; Mendieta,
1993, p. 161).
Figura 3. Exequias fúnebres para un Tlatoani difunto (Magliabechiano, fo 72r y f.
67r).
El cuerpo del tlatoani, del Catzontzin o de los Señores principales era llevado
hasta el patio del templo de su dios principal donde lo quemaban con “tea y
copal”, junto con todas sus ofrendas y acompañantes. Las cenizas16 eran
recogidas y depositadas en una manta con la que hacían un bulto que representaba
al difunto. Estas se guardaba en una caja de barro, piedra o madera y las podían
enterrar en diversos lugares (en un aposento de la casa real, en el patio o a las
gradas del templo principal o bien en el interior de “torres” (Pomar, 1975, pp. 38,
39; Tudela, 1980, p. 117; Durán, 1984, t. I, p. 55; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, pp. 55,
188; Sahagún, 1992, p. 207; Zouche-Nutall, 1992, f.15r ; Mendieta, 1993, pp.
162-163, 166-167; Muñoz, 1998, p. 108; Zorita, 1999, p. 199; Alcalá, 2000, p.
349, f.32) (Figura 4).
gobernante (Romano, comunicación personal).
16 Los tlaxcaltecas amasaban las cenizas con sangre humana y se dice que enterraban vivos
a hombres corcovados y enanos, con mucha comida y ropa, plumas y joyas (Muñoz, 1998,
pp. 108, 147,158, 159). En Michoacán en cambio el bulto era introducido en una tinaja y lo
colocaban “enhiesto”, mirando al Oriente y los acompañantes eran enterrados en sencillos
sepulcros, detrás del templo de su dios principal (Mendieta, 1993, pp. 166,167; Alcalá,
2000, pp. 349, f.21v, 29v). Por otra parte los códices Selden (1949 f.3, 5) y Zouche-Nutall
(1992, f.8r, 15r, 17r, 22r, 26r, 47v) muestran pequeños bultos (con las cenizas de los
difuntos) que son colocados en templos y a los cuales les rinden culto.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
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Figura 4. Preparación del cadáver, procesión y cremación del Catzontzin
(f. Relación de Michoacán, 29v).
Las crónicas indican que en algunos pueblos (mixtecos, purépechas, otomíes,
tlaxcaltecas y al parecer matlatzincas), la inhumación era practicada para el pueblo
en general, al parecer sin distinguir el tipo de enfermedad. Los mexicas en cambio
enterraban a las personas que hubieran fallecido a causa de padecimientos
contagiosos e “incurables”, donde era conspicua la acumulación de líquidos
corporales (lepra, bubas, sarna, gota, hidropesía), así como los ahogados o
fulminados por el rayo (Sahagún, 1992, pp. 207-208).
Los individuos que morían tras padecer alguna patología relacionada con el
agua eran preparados de una manera muy particular. Les introducían semillas de
bledos en la boca, les aplicaban pigmento azul “sobre el rostro”, los ataviaban con
papeles y en su mano les colocaban una vara, además los vestían con la
indumentaria de Tláloc o de otras deidades relacionadas con el vital líquido
(Sahagún, 1992, p. 208). De los que morían por otras causas no se indica si
también tenían un arreglo especial, pero es muy probable que así haya sido.
En los contextos arqueológicos funerarios, desde la Prehistoria hasta el
horizonte Postclásico, encontramos evidencias de inhumaciones, ya sea de cuerpos
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completos, cenizas o sólo de algunas porciones corporales, de infantes, jóvenes,
adultos y ancianos, de ambos sexos. Los restos humanos se han encontrado en
cuevas, en el interior de casas o en los patios, templos, bajo muros, en el relleno de
estructuras y en distintos puntos de las áreas ceremoniales (escalinatas, esquinas,
descansos, etc.) (Murillo, 1996, 1998 (a y b), 2002). Las crónicas señalan además
que eran depositados en las cementeras (Durán, 1984, t. I, p. 55).
La cremación parece iniciarse desde el Formativo, teniendo un mayor auge
en el Clásico y Postclásico17, siendo una práctica muy generalizada en toda
Mesoamérica. Los motivos por los cuales la realizaban no están del todo claros18,
aunque en varios grupos se restringía a las clases dominantes (como los acolhuas,
purépechas, tlaxcaltecas y mixtecos). Los mexicas por ejemplo cremaban19 a las
personas que morían por las afecciones no relacionadas con el agua (fueran
señores o gente del pueblo), los guerreros, sacerdotes que cometían fornicación y
algunos delincuentes (Vaticano B, 1964, pp. 146, 174; Pomar, 1975, pp. 38-39;
Florentino, 1979, f.27v; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, p. 55; Sahagún, 1992, p. 207;
Zouche-Nutall, 1992, f.4r, 21r, 87v, 88v, 90v; Muñoz, 1998, p. 108; Alvarado,
1998, p. 60; Alcalá, 2000, pp. 600-601, f.21v).
Muerte violenta
La muerte violenta (accidental o intencional), podía acontecer en cualquier
momento y afectar a sujetos de cualquier nivel social, edad y sexo. Aunque habían
situaciones que ponían en mayor riesgo a determinados individuos (parto, guerra,
sacrificios humanos). Además estaban expuestos a epidemias, catástrofes
naturales, ser alcanzados por los rayos, morir ahogados, desbarrancarse, o bien ser
víctimas del ataque de diversas bestias. Otras modalidades ocurrían cuando se
castigaba a los delincuentes o bien al morir en manos de los “hombres que
17 En algunos pueblos se observa esta secuencia, pero en otros lo que predomina es la
inhumación.
18 Los mexicas cremaban a las personas que morían por las afecciones no relacionadas con
el agua (fueran señores o gente del pueblo), los guerreros, sacerdotes que cometían
fornicación y algunos delincuentes (Pomar, 1975, pp. 38-39; Florentino, 1979, f.27v;
Sahagún, 1992, p. 207; Alvarado, 1998, p. 60).
19 La cremación de una persona que procediera del pueblo y la de un individuo de alto
estatus se distinguía porque en el segundo caso se utilizaban maderas finas y aromáticas
(Murillo, mecanuscrito).
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
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mataban a traición” (Azcatitlan, 1949, plancha V; Florentino, 1979, f.110v;
Acuña, 1987, pp. 141, 178; Sahagún, 1992, pp. 621, 660). En cada una de estas
modalidades el tratamiento mortuorio era muy distinto (Figura 5).
a)
b)
c)
d)
e)
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f)
Figura 5. Ejemplos de muerte accidental e intencional: personas devoradas por bestias
(a) Códice Azcatitlan, plancha V y b) Códice Florentino, f. 110v). Muerte por caída
accidental (c) Códice Florentino, f. 245r y borracho que muere al desbarrancarse (d)
Códice Florentino, f. 13v. Muerte por venganza: e) Naca es descuartizado y tomado
como alimento (Relación de Michoacán, f. 82v) y f) Curatame es muerto mediante
porrazos (Relación de Michoacán, f. 120).
Cuando nacían gemelos, este evento era tomado como de mal agüero, pues
pensaban que el padre o la madre iban a morir y para remediarlo preferían matar a
uno de los niños. Igualmente los infantes eran seleccionados para formar parte de
diversos rituales de sacrificio, en relación a la fertilidad, y muy especialmente
cuando no llovía (Mendieta, 1993, p. 110; Motolinia, 2001, pp. 47, 145).
Algunas mujeres morían por causas relacionadas con la etapa reproductiva20
(embarazo) y muy especialmente las primigestas, siendo las etapas de mayor
riesgo de 15 a 30 años. Los mexicas enterraban a las mujeres que morían en el
parto, a la hora de la puesta del sol y en el patio del templo de las Cihuapipiltzin.
Las parteras, ancianas, familiares y amigos custodiaban el cadáver durante cuatro
noches, porque los guerreros y hechiceros intentaban mutilar el cuerpo de estas
mujeres21 (Vaticano B, 1964, p.174; Sahagún, 1992, pp. 380-381).
20 Los problemas con los que se podían enfrentar eran abortos espontáneos o provocados,
infecciones antes, durante o después del parto (fiebres puerperales), o bien dificultades al
momento de parir. Las crónicas señalan que cuando se presentaban complicaciones, las
parteras trataban con mucha eficacia diversas situaciones (con hierbas y dentro del
temazcal).
21 Los guerreros creían que si cortaban el cabello o el dedo medio de la mano izquierda de
estas mujeres se harían más valientes, esforzados y que podrían capturar a sus enemigos.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
219
Ahora bien, si la muerte se presentaba por ahogamiento o al ser fulminados
por un rayo, los mexicas enterraban el cuerpo de estos individuos, porque
quedaban protegidos por las deidades del agua (Florentino, 1979, f.13v, p. 110;
Sahagún, 1992, pp. 89, 207; Telleriano-Remensis, 1995, f.11v; Borbónico, 1991,
f. 5). Si morían al ser atacados por una bestia también se les brindaba un
tratamiento especial, a este respecto Serna (1953, pp. 111-112) señala que en la
Huaxteca las personas que morían por picaduras de serpientes eran enterradas
boca abajo, porque de no hacerlo llovía intensamente.
A este respecto datos etnográficos actuales de los nahuas de Chicontepec
señalan que cuando alguna persona muere por la picadura de una serpiente, sacan
al difunto a través de un hoyo que hacen en una de las paredes de la casa o por el
techo. En el cementerio el cuerpo es orientado con la cabeza al Oriente y la
ofrenda que le depositan está relacionada con el agua. Por otra parte cuando una
persona muere en el campo víctima del ataque de alguna bestia, sus huesos son
recogidos y los depositan en el cerro o en una cueva, “donde viven sus ancestros”,
pero no se les entierra en el camposanto del pueblo (Arturo Gómez, comunicación
personal).
Si los decesos se producían de manera masiva, debido a catástrofes naturales,
“porque no podían enterrar tantos como morían” y para remediar el mal olor de
los cuerpos en putrefacción “echábanles las casas encima, de manera que su casa
era su sepultura”. Cuando no había nadie quien pudiera sepultarlos, los cuerpos
podían ser devorados por aves de rapiña o por otras bestias feroces, sin que
ninguno pudiera evitarlo (Chimalpahin, 1965, pp. 99, 114, 200-201; Motolinía,
2001, p.16). En estos casos tan extremos se puede inferir que los rituales
funerarios eran muy sencillos, si es que acaso los había.
Una catástrofe natural evidenciada en un contexto arqueológico muestra que
no siempre se intentaba recuperar los cadáveres para efectuar con ellos un ritual
funerario. En este caso los esqueletos de los antiguos ocupantes de una casa, que
quedaron sepultados por varios metros de limo, permanecieron en el mismo lugar
donde fallecieron. Las huellas de una hoguera, por encima de los escombros,
muestran que muy probablemente se celebró un pequeño ritual póstumo a dicho
evento y que la casa les sirvió de sepulcro22 (Murillo, 1996, pp. 235-236; Murillo
Mientras que los hechiceros pensaban que si poseían el brazo y la mano izquierda podían
adquirir ciertos poderes, como adormecer a las personas que iban a robar (Sahagún, 1992,
pp. 380-382).
22 El hallazgo fue realizado en una unidad habitacional del Epiclásico, en el sitio de Xico,
220
Journal of the Institute of Iberoamerican Studies
y Romano, 2001, pp. 619-633) (Figura 6).
Figura 6. Casa prehispánica excavada en Xico, Estado de México. Sus cinco ocupantes
murieron accidentalmente al desplomarse la vivienda.
La muerte en la guerra seguía una modalidad diferente. Dadas las condiciones
de las lucha, los cadáveres de los guerreros podían quedar diseminados en el
campo de batalla. Esta ocasión era aprovechada por los enemigos para hacer
escarnio con ellos, por lo cual los desmembraban, los echaban a las bestias o a las
fuentes de agua o bien los exhibían. Debido a esto por lo general sus compañeros
de armas se esforzaban por recuperar sus restos, para celebrar las exequias y luego
cremarlos23 (Pomar, 1975, p. 16; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, p. 261; Motolinia, 1996,
p. 420) (Figura 7).
Cuando no se contaba con el cadáver se procedía a manufacturar unos bultos
al sur de la cuenca de México, en donde fueron descubiertos cinco esqueletos humanos
pertenecientes a dos infantes, así como a tres mujeres, jóvenes y maduras, que tenían
diversos padecimientos. El análisis del contexto arqueológico, las características geológicas
del sitio y los datos osteológicos mostraron que estos individuos murieron repentinamente
al ocurrir el derrumbe de su casa debido a un potente cauce fluvial y/o pluvial que bajó de
los cerros y cuya fuera los sorprendió (Murillo, 1996, pp. 235-236, Murillo y Romano,
2001, pp. 619-633).
23 Ejemplo de esto lo encontramos en el Códice Florentino (1979, libro XII, fo. 41, 45 y
51) donde se muestra que durante el sitio a Tenochtitlan en 1521, los españoles arrojaron a
la laguna los despojos de sus contrincantes fallecidos, debido a esto los indígenas
recobraron los cuerpos y las porciones corporales para colocarlos en una pira funeraria.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
221
que se elaboraban con ocote y el número era similar al de los individuos que
habían fallecido en la guerra. A éstos les hacían sus caras (ojos, boca y nariz), los
adornaban y equipaban con armas y ante ellos les rendían “sus responsos
funerales” para después ser quemados y sus cenizas eran enterradas24 (Durán,
1984, t. II, pp. 154-155; Motolinia, 1996, p. 420; Alcalá, 2000, pp. 592-595, f. 20).
Figura 7. Recolección de cadáveres durante la guerra (Relación de Michoacán, f.20 y
Códice Florentino, f. 51).
Las sociedades mesoamericanas consideraban delincuentes a aquellos
individuos que no seguían los cánones morales, sociales y religiosos. De esta
manera a los que robaban, mataban, se embriagaban o bien eran fornicadores o
adúlteros les daban muerte de múltiples formas. Podían ser apaleados, ahorcados,
apedreados, degollados “con flechas”, lapidados, quemados vivos, despeñados o
bien eran arrastrados con una soga al cuello, por mencionar sólo algunas
modalidades (Pomar, 1975, p .7; Mendocino, 1979, pp. 191, 193, f.70r, 71r;
Florentino, 1979, f.18r 26r; Tudela, 1980, p. 123 , f.61r; Durán, 1984, t. I, pp. 36,
184; Ixtlilxochitl, 1985, t. II, pp. 24, 169-170; Acuña, 1986, p. 145; 1987, pp.
63-64, 84, 238, 343; Muñoz, 1998, pp. 150-151; Alcalá, 2000, pp. 596-599,
f.20v-21v) (Figura 8).
24
Las mujeres también participaban activamente en las guerras, aunque no se dan muchos
detalles al respecto, es de suponerse que eran jóvenes y que si morían en batallas les daban
un tratamiento igual que al de los hombres (Chimalpahin, 1965, pp. 211, 215; Durán 1991,
XI; Borgia 1993, f.58v, 63v).
222
Journal of the Institute of Iberoamerican Studies
a)
b)
Figura 8. Muerte a delincuentes: a) por adulterio (Borgia, f. 26r) y b) por diversos
delitos (Relación de Michoacán, f.20v).
En cada pueblo se seguían formas de castigo distintas, aunque parece que en
todos se sancionaban los mismos delitos y la norma general era no darles
sepultura. De esta manera tras ser muertos arrastraban los cadáveres hasta las
afueras de la ciudad, para que los perros y/o las auras se los comieran. Pero si eran
quemados entonces sus cenizas eran arrojadas al viento o se les vertía en algún
manto acuífero. Todo esto con el propósito de que no quedara ningún recuerdo de
su existencia (Quinatzin, 1885; Pomar, 1975, pp. 32-33; Mendocino, 1979, f.71r;
Tudela, 1980, f.61r ; Durán, 1984, t. I, pp. 36, 184; Ixtlixochitl, 1985, t. II, pp.
101-102, 172; Borbónico, 1991, f.12; Vaticano B, 1993, f.25r; Barlow, 1994, pp.
270-271, 274-275; Telleriano-Remensis, 1995, f.17r; Alcalá, 2000, p. 598).
Los sacrificios humanos podían ocurrir cuando eran capturados los guerreros,
al ocurrir eclipses25, ante ciertas catástrofes o fenómenos naturales espectaculares,
si moría algún señor importante o bien por ser seleccionados para alguna de sus
múltiples festividades. A estas personas les daban muerte utilizando diversos métodos:
saetas, golpes de mazos, extracción del corazón, al degollarlos, quemarlos vivos,
flecharlos, despeñarlos, desollarlos, decapitarlos, ahogándolos o asfixiándolos
(Serna, 1953, pp. 183, 185-187; Durán, 1984, t.I, p. 155; t. II, p. 300; Ixtlilxochitl,
1985, t. II, p. 188; Acuña, 1987, pp. 63, 107-108, 200; Sahagún, 1992, pp. 101,
112; Mendieta, 1993, pp. 100-101; Zorita, 1999, t. I, p. 205; Motolinia, 2001, pp.
25
En los eclipses de sol se seleccionaban “hombres bermejos” y si eran de luna
sacrificaban hombres y mujeres “blancos” (albinos). Mendieta (1993, p. 101) también
señala que sacrificaban a hombres y mujeres “blancos” o “lampiños” cuando habían
eclipses, pero indica que esto ocurría solamente cuando eran de sol.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
223
61-65; Alcalá, 2000, pp. 590, 626, f. 19, 29v).
Las mujeres eran seleccionadas para ser sacrificadas en ciertos rituales,
aunque únicamente las crónicas que hablan de los mexicas señalan las
características peculiares que debían poseer éstas. Por ejemplo para la fiesta de
Huey Pachtli debían ser jóvenes y vírgenes, la que representaba a Toci en
Ochpaniztli debía ser una mujer madura y en Atamalqualiztli, que se celebraba
cada ocho años, mataban mujeres viejas26 (Durán, 1984, t. I, pp. 144, 154-155;
Sahagún, 1992, p. 157; Motolinia, 2001, pp. 43, 45-46, 51).
Los hombres también morían en etapas jóvenes debido a las actividades que
implicaba la realización de diversas actividades laborales, tales como la caza,
pesca, guerra o el comercio. En la guerra podían perder la vida directamente en
batalla o al ser tomados como cautivos y en esos casos eran elegidos para formar
parte de diversos rituales27 (Durán, 1984, t. I, pp. 97, 120; Motolinia, 2001, pp.
41-43).
Las víctimas destinadas al sacrificio podían alcanzar un nuevo estatus durante
el tiempo que les tomaba el representar a una deidad y tras su deceso. A los
seleccionados, ya fueran niños, jóvenes, adultos o ancianos, de ambos sexos, se les
brindaba una atención muy especial, “honra y acatamiento como al ídolo”.
Dichos cuidados eran brindados durante un determinado periodo de tiempo (días,
meses o durante un año) e incluía portar ropa y joyas propias de las personas de
rango, así como ser alimentados con abundantes y exquisitas viandas. Al momento
de su muerte iban ricamente ataviados, llevaban las insignias, la pintura facial y/o
corporal de las deidades a las cuales los habían consagrado, pues representaban al
“dios vivo” y portaban banderas blancas típicas de los sacrificados (Durán, 1984,
t. I, pp. 76, 96; Sahagún, 1992, pp. 33, 77, 86, 107; Mendieta, 1993, p. 100).
26
Igualmente formaban parte de otras celebraciones como en Tecuilhuitontli, Huey
tecuílhuitl, Tepeílhuitl Quecholli, Panquetzaliztli, Tititl e Izcalli (Durán, 1984, t. I, pp.
154-155; Sahagún, 1992, pp. 119-121, 125, 132-133, 138, 141, 143, 148, 152, 157;
Motolinia, 2001, pp. 43, 45, 46, 51).
27 Participaban en Tlacaxipehualiztli, Toxcatl, Etzalqualiztli, Tecuilhuitontli, Huey
tecuílhuitl, Xocotl Huetzi, Ochpaniztli, Teotleco, Tepeílhuitl, Quecholli, Panquetzaliztli e
Izcalli (Mendieta, 1993, p. 101; Durán, 1984, t. I, pp. 97, 120-121; Sahagún, 1948, p. 301;
1992, pp. 78-79, 86, 101, 103, 107, 118, 120, 129-130, 134, 137-138, 141, 143, 152;
Motolinia, 1971, p. 68; 2001, pp. 41-43).
224
Journal of the Institute of Iberoamerican Studies
a)
b)
c)
Figura 9. Diversas modalidades de sacrificio humano: a) en 1487 son ejecutados
cautivos de guerra para el estreno del Templo Mayor de Tenochtitlan (TellerianoRemensis, f. 39r); b) sacrificio de una mujer durante la fiesta mexica de Ochpaniztli
(Códice Borbónico, lámina 31); c) a este infante le retorcieron el cuello para darle
muerte, fue localizado durante los trabajos de excavación en el sitio “La Peña”, Valle
de Bravo, Estado de México.
Como el cuerpo de estos individuos o sus porciones corporales era especial,
el tratamiento que recibían también era singular. Por lo general eran desmembrados,
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
a)
225
b)
c)
Figura 10. Utilización de los restos óseos humanos para ceremonias: a) Ehecatl toca un
omechicahuaztli sobre un cráneo humano; b) omechicahuaztli ó hueso humano con
rayaduras transversales de la época prehispánicas (procede de Colima); c) cráneos y
huesos largos en contexto funerario especial, localizados en el cerro de los Magueyes,
Mepetec, Estado de México.
en ocasiones eran comidos28, o bien eran expuestos en lugares públicos o
privados. La cabeza era colocada en diversos tipos de estructuras (tzompantli o
postes), algunos de sus huesos podían ser guardados como reliquias o enterrados
en recintos ceremoniales. Las pieles eran empleadas como vestido y cuando el
ritual terminaba las enterraban en lugares sagrados29 (Serna, 1953, p. 185; Pomar,
28
La carne era cortada en pedazos pequeños (menos de media onza) y se preparaba con
maíz. El platillo era enviado por toda la ciudad y por todos los pueblos comarcanos, a los
caciques, señores, principales, mayordomos, mercaderes y a todo género de hombres ricos.
De hecho la porción que le daban a los convidados iban en relación con “la calidad” de
estos. Por otra parte el dueño del cautivo (el que lo había prendido o comprado) lo llevaba a
su casa para que sus invitados lo degustaran, aunque él mismo no comía, porque lo
consideraba su hijo. Algunos aceptaban esta carne porque “era el premio del valiente que
se las enviaba”, pero había muchos que no la comían (Serna, 1953, p. 186; Pomar, 1975, p.
17; Sahagún, 1992, pp. 89, 92; Mendieta, 1993, p. 100 ; Motolinia, 2001, p. 42).
29 El cabello y las vísceras también eran retiradas de estas víctimas, aunque no sabemos
qué fin tenían después.
226
Journal of the Institute of Iberoamerican Studies
1975, p. 17; Durán, 1984, t. I, p. 97, t. II, p. 278; Florentino, 1979, f.110v, 112r,
113r, 114r, 116r; Sahagún, 1992, pp. 78-79, 101, 103, 105, 138-139, 158, 160162, 607; Mendieta, 1993, pp. 100-101; Muñoz, 1998, pp. 101, 155, 167;
Motolinia, 2001, pp. 25, 42-43, 58, 65).
El tratamiento mortuorio y las cosmovisiones mesoamericanas
Entre los antiguos pueblos mesoamericanos las distintas facies cadavéricas
por las que pasa un difunto podían irles indicando que el calor o la energía de una
persona se estaban perdiendo. Del calor corporal se pasaba al enfriamiento, de la
movilidad a la rigidez, además al paso de las horas salían fluidos por las aberturas
del cuerpo (nariz, oídos, ano, pene o vagina), el abdomen iba aumentado
gradualmente y en la misma medida se desprendían gases. El aroma fétido y el
cambio de coloración de la piel finalmente les indicaban que la vida ya se había
ido.
Este proceso biológico, en esas cosmovisiones, se percibía como “esencias” o
alientos que el cuerpo humano poseía y que se desprendían de la persona al
momento de su muerte30 (Laud, 1966, p. 44(27); Zouche-Nutall, 1992, 20-IIIr).
En náhuatl estas esencias han sido denominadas tonalli, teyolía e ihíyotl, pero
además las han asociado con ciertos aspectos de la personalidad y de la calidad del
ser humano.
Según parece en el tonalli se encontraba el calor del sujeto, el vigor, la
valentía y era el centro del pensamiento. También se concibe como un gas o
aliento, invisible o luminoso, tiene una relación estrecha con los vínculos sociales
por lo que la conducta inadecuada lo perjudicaba o ensuciaba. Al teyolía se le
atribuían funciones de vitalidad, conocimiento, tendencia y afección, solo se
separaba del cuerpo en la muerte y era la que viajaba al mundo de los difuntos.
Las cualidades del corazón estaban estrechamente relacionadas con ésta e
igualmente se dañaba por la conducta incorrecta. Por ultimo el ihíyotl se asocia
con un gas luminoso, frío, maloliente y al igual que las otras esencias se alteraba
en función de la conducta del individuo (López, 1984, pp. 107, 361-378;
Aguado, 2004, pp. 159-165).
30
Molina (2004, 90v, 91r) habla del “aliento, huelgo o resuello”,“alma o ánima” y del
“baho de la boca”.
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
227
El hecho de que el cuerpo de los difuntos fuera tratado de manera distinta
parece estribar en la forma como las esencias que conformaban al ser humano se
desprendían de él, así como en la calidad de estas mismas. Si la persona moría de
manera natural, así como en paz con sus deidades y con los demás, entonces
dichas esencias emanaban de él lentamente y no se quedaban en el pueblo para
dañar a los demás.
La muerte violenta, en cambio, parece romper todo el equilibrio
cosmogónico. Ante la manera tan brusca como se produce, los cadáveres o los
restos corporales de estos difuntos no se manipulan de la misma manera que los
demás y tampoco cualquier persona los puede tocar. El temor a esta clase de
muertos parece deberse a que existe la idea de que todavía poseen algo de
vitalidad, que si bien algunas esencias se pierden inmediatamente, otras en cambio
no logran salir. Por otra parte si el individuo había transgredido las normas
sociales y ceremoniales su cuerpo estaba “contaminado” y ya no era digno de
recibir un ritual mortuorio.
Depositar el cuerpo de los difuntos, completo o sus cenizas, era un acto
sumamente sagrado, pues a través de éste proceso se devolvía al difunto a la
"madre tierra", de donde había sido formado y de esta manera la alimentaba y la
retribuía de todo lo que había recibido durante su existencia. De ahí que la tierra
en algunos códices es representada como un monstruo que devora el cadáver
(Fejérváry-Mayer, 1971). Cabe mencionar que algunos términos en náhuatl
denotan que enterrar un muerto significaba “sembrarlos” (Molina, 2004, 148r),
obviamente para que produjeran fruto. Creencia que por cierto todavía se
encuentra entre los actuales nahuas de la sierra Norte de Puebla y de Cuetzalan,
pues ellos dicen: “Nosotros somos de la tierra: de la tierra nacimos, la tierra nos
come” (Lupo, 2001, p. 369).
La tierra da sustento a la comunidad humana, pero también ella necesita
alimentarse, así que mediante enterrar a sus difuntos los humanos cumplen con su
obligación reciproca de alimentarla. De esta manera ellos ven a la tierra como un
ser vivo que nutre, pero que igualmente devora. La deuda que se ha contraído con
la tierra, principalmente al comer maíz, es saldada hasta que los cadáveres quedan
convertidos en huesos secos y viejos, “sin carne” (Lupo, 2001, p. 369).
Durante la época prehispánica los pueblos de habla náhuatl nombraban a sus
señores difuntos con el término teutl o teotl que traducían como dios, espíritu,
numen o muerto (Sahagún, 1992, p. 611; Muñoz, 1998, p. 155; Motolinia, 2001, p.
33). Eran los ancestros divinizados, quienes eran los garantes del bienestar de los
228
Journal of the Institute of Iberoamerican Studies
vivos al ayudar en el ciclo agrícola (Broda, 2004, p. 252). Quizá por ello en
diversas partes de Mesoamérica los muertos, muy especialmente los infantes,
estaban vinculados con los cultos de fertilidad agrícola, con los ciclos agrícolas,
las estaciones, el clima y con todo el entorno.
Los muertos, ya libres de sus cuerpos se tornan “ligeros” y “veloces”,
entonces pueden actuar en concierto con otras fuerzas naturales como pueden ser
el viento, los zopilotes, las cuevas, los manantiales, los cerros, entre otros más.
Así de esta manera “trabajan” junto con los vivos en la agricultura y pueden
beneficiar a la comunidad, al ser capaces de controlar la lluvia, la productividad de
las plantas y de la tierra. Especialmente entre los difuntos resalta la activa
participación de los niños pequeños, quienes poseen la habilidad para atraer la
lluvia, pues se les considera “limpios” porque nunca se alimentaron del maíz y por
ello nunca contrajeron una deuda con la tierra (Good, 2001, pp. 245, 261, 265-266,
273- 275; Gómez, mecanuscrito).
Pero si bien hay un esfuerzo por atender a sus difuntos, también hay
individuos que no son dignos de recibir un ritual funerario. Estos son los que
transgredían las normas sociales o ceremoniales, debido a lo cual se les daba
muerte y se evita que sus restos fueran enterrados dentro de su comunidad. Es
decir, que los criminales no eran merecedores de recibir un acto tan reverente
como lo era un ritual mortuorio, no eran dignos de alimentar a la tierra, por lo que
no se deseaba preservar sus cuerpos y por esto se destruía toda evidencia de su
existencia.
El acto de inhumar el cadáver, sus cenizas o su sustituto, iba más allá de
simplemente deshacerse de un cuerpo o de sus restos. En las sociedades
mesoamericanas era sumamente importante que las personas fueran enterradas
dentro de su propio espacio. Así no solamente podían alimentar a la tierra, sino
que también después de muertos seguirían perteneciendo al grupo social que los
había visto nacer, crecer y morir, puesto que seguirían trabajando para ellos.
Como vemos los cuerpos de los difuntos podían ser preservados o destruidos,
según hubiera sido su condición social y ceremonial al momento de su
fallecimiento. Esto muestra que cuando un individuo nacía no tenía garantizado
que al morir iba a recibir un ritual funerario, más bien debía ganárselo, mediante
tener, durante toda su vida, una buena conducta, socialmente aceptable y haber
cumplido con sus deberes ante los dioses. Esto abarcaba desde al más humilde
trabajador hasta las más altas esferas de la elite. Con dichas creencias las
sociedades mesoamericanas no sólo lograban el control social de las comunidades,
Los términos de parentesco como marcador conversacional en el lenguaje juvenil de
229
sino sobre todo garantizaban el equilibrio del hombre con su Cosmos y así su
permanencia sobre la tierra.
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❙submission of manuscript: el 15 de octubre de 2013
❙manuscript accepted: el 23 de noviembre de 2013
❙final manuscript: el 30 de noviembre de 2013
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