• e n s o c i e d a d • Hay dos supuestos en los que se justifica plenamente la existencia de la legítima: cuando hay hijos menores de edad y en el caso de incapacitados. UN DERECHO SUCESORIO PARA EL SIGLO XXI: CLAROSCUROS DE LA LEGÍTIMA A legítima es la parte de la herencia de la que una persona no puede disponer libremente ya que la ley la reserva a los denominados herederos forzosos. Actualmente se cuestiona su necesaria obligatoriedad; se argumenta por qué una persona no puede disponer de sus bienes como considere y sin ningún tipo de limitación; o con la mínima posible, siempre que se trate de proteger los intereses de quienes puedan necesitar protección. L PEPA MARTÍN MORA E L derecho sucesorio español –inalterado desde la promulgación del Código Civil en 1889– establece que la herencia se ha de dividir en tres partes que son la legítima, la de mejora y la de libre disposición. El alcance de la legítima va en función de las personas que participen en la herencia; el tercio de mejora puede emplearse para favorecer en especial a algún hijo o descendiente –aunque si no se dispone sobre él de forma expresa se entiende que incrementa la cuantía de la legítima– mientras que con el tercio de libre disposición se puede hacer lo que uno desee. El tercio de la legítima –según recoge el artículo 806 del Código Civil– se reserva a los herederos forzosos que son: los hijos y descendientes respecto a sus padres y ascendientes; a falta de éstos, los padres y ascendientes respecto de sus hijos y descendientes, y, finalmente, el viudo o la viuda. Evolución social. Hay que tener en cuenta la evolución que ha experimentado la sociedad española desde que la ley estableció la obli- gatoriedad de la legítima, hace más de cien años. Hoy por hoy existen distintos tipos de familia: el número de madres solteras se ha incrementado; al igual que ha ocurrido con las familias reconstituidas; hay mayor número de hogares monoparentales; existe el divorcio, el matrimonio entre homosexuales, el reconocimiento de efecto a las parejas de hecho; y, por último la esperanza de vida en España se ha duplicado en el último siglo. Todo ello debería implicar un nuevo punto de vista respecto a la legítima; ya que, con esta nueva realidad social, su reparto se complica. El derecho sucesorio español establece que la herencia se ha de dividir en tres partes: la legítima, la de mejora y la de libre disposición Escritura 62 PÚBLICA En este sentido, hay voces que reclaman que, al igual que el Derecho de familia se ha acomodado a la nueva realidad social, también debería hacerlo el Derecho sucesorio. Pese a esta puesta en cuestión se considera que hay dos supuestos en los que se justifica plenamente su existencia: cuando hay hijos menores de edad y cuando hay incapacitados, con el fin de que se puedan aplicar los mecanismos de protección a favor de los más necesitados, por si quien naturalmente debe proporcionarlos no lo hace. Particularidades autonómicas. El Derecho sucesorio o el Derecho hereditario es uno de los más antiguos que se conocen, y buena prueba de ello es que todos los países lo incorporan a su legislación. Aunque en nuestro país se rige por el Código Civil, con el traspaso a las autonomías son muchas las que han regulado algunos aspectos de la herencia de forma particular. Por ejemplo, en Galicia, con la Ley de Derecho Civil de 2006 se ha dado un paso adelante en la libertad de testar. Los padres y ascendientes han dejado de ser herederos forzosos; y así, es posible que Cuantía de la legítima A legítima depende de los herederos que concurran a la herencia, por lo que su cálculo puede resultar complejo. Se puede distinguir entre la legítima del cónyuge viudo, la de los hijos y descendientes y la de los padres y ascendientes. L ● La del cónyuge viudo. Si cuando se produce el fallecimiento no se encuentra separado, consistirá en: si hay hijos y descendientes comunes, le corresponde el usufructo del tercio de mejora; si no hay descendientes, pero viven sus ascendientes, le corresponde el usufructo de la mitad de la herencia; si concurre con hijos del fallecido no comunes y concebidos durante el matrimonio, el usufructo de la mitad de la herencia; si no existen descendientes ni ascendientes, el usufructo de los dos tercios de la herencia. Sin embargo, en estos supuestos los herederos pueden optar por satisfacer al cónyuge viudo su parte de usufructo siguiendo otro método: asignándole una renta vitalicia, un determinado importe o atribuyéndole en propiedad determinados bienes. ● La de los hijos y descendientes. Está constituida por los dos tercios de la herencia del fallecido, salvo que el testador realice una disposición expresa del tercio de mejora en favor de alguno de ellos; en este caso, la legítima estará compuesta por un solo tercio. La de padres y ascendientes. Está formada por la mitad del haber hereditario de los hijos y descendientes. Si concurren con el cónyuge viudo, heredarán sólo un tercio de la herencia. La legítima que se reconoce a favor de los padres se divide entre ambos por igual; si uno de ellos ha fallecido heredará la legítima el que esté vivo. Si el testador no tiene padre ni madre, pero sí abuelos –tanto paternos como maternos– la legítima se dividirá entre ambas familias a partes iguales. Si los ascendientes fuesen de grado diferente heredará todo el más próximo (por ejemplo: si concurren a la herencia el abuelo y el bisabuelo, heredará el abuelo, con independencia de que sea materno o paterno). ● Escritura PÚBLICA 63 • e n s o c i e d a d • PEDRO GARRIDO Libertad para testar L presidente del Consejo General del Notariado y de la Fundación Æquitas, Antonio Ojeda, aprovechó su reciente comparecencia ante la Comisión para las políticas integrales de la discapacidad en el Congreso de los Diputados para transmitir la necesidad de terminar con el sistema legitimario castellano recogido en el Código Civil, y dar respuesta así a una demanda social producto de la evolución que ha experimentado la familia en nuestro país. Antonio Ojeda, que compareció para informar sobre la adaptación de la normativa española a la Convención de los derechos de las personas con discapacidad de la ONU en materia de capacidad jurídica, aseguró que aunque gran parte de las normas legales españolas respetan y anticipan el espíritu y el contenido de dicha Convención “debería potenciarse la libertad de testar, básicamente en función de la protección del cónyuge, y habría de estructurarse mejor, y con más apoyo fiscal, el patrimonio protegido de las personas con discapacidad”. En este sentido, relató cómo a diario las notarías viven los problemas que surgen cuando los padres quieren hacer testamento a favor de un hijo discapacitado o de su cónyuge, y no pueden hacerlo porque se ven obligados a respetar la legítima de otros hijos que no necesitan de su ayuda. Sobre la incapacidad y su evolución en el Derecho español en los últimos quince años, Ojeda aseguró que hoy se tienen muy en cuenta las circunstancias familiares y sociales del presunto incapaz y que en esa línea hay que continuar “en el respeto a la persona concreta para valorar su capacidad de entendimiento”, y que en ese mismo sentido han de evolucionar las instituciones de tutela y curatela. La legítima, inadecuada para el siglo XXI R E Escritura 64 PÚBLICA ESULTA paradójico que si al ciudadano se le reconoce en vida la facultad de disponer de sus bienes como quiera, malgastándolos incluso, no pueda en cambio hacer con ellos lo que desee después de su muerte debido a una institución, la legítima, que le obliga a reservarlos para los parientes más próximos. Las sociedades crean sus normas e instituciones jurídicas para dar solución a los problemas y necesidades propios de cada momento histórico. Así, una institución tan extraordinaria y anómala como la legítima no pudo ser introducida en el Código Civil sin una amplia discusión sobre su conveniencia y su fundamento. Sintetizándolos mucho, entre los principales argumentos que se dieron en la segunda mitad del siglo XIX a favor del establecimiento de las legítimas cabe citar dos: en primer lugar, la idea de que el patrimonio no es tanto personal como de la familia, ya que tanto si se trataba de un patrimonio agrario como de uno de los incipientes patrimonios fabriles o comerciales que se iban desarrollando en ese tiempo, se acumulaba a lo largo de generaciones, por lo que los descendientes tendrían derecho a seguir disfrutando de él; y, en segundo lugar, la afirmación de que hay unos deberes inherentes a la paternidad, de modo que los padres debían garantizar futuros medios de subsistencia a la familia, por lo que no habrían de tratarla injustamente, transmitiendo esos bienes a personas extrañas. Aunque discutidas en su tiempo, estas ideas, que de todos modos eran con seguridad las mayoritarias, terminaron por imponerse y dar lugar a la regulación de las legítimas que, sin muchas modificaciones, ha subsistido hasta nuestros días. Esto pudo parecer plausible en un mundo, el decimonónico, donde el capital, especialmente el inmobiliario, era con diferencia el principal instru- Al igual que el Derecho de Familia se ha acomodado a la nueva realidad social también debería hacerlo el Derecho Sucesorio. un matrimonio o pareja de hecho sin hijos puedan nombrarse herederos el uno al otro sin que tengan que respetar legítima alguna de los padres. Además, la legítima de los hijos y descendientes se ha reducido a una cuarta parte, de forma que el testador puede disponer libremente de un setenta y cinco por ciento de la herencia. Otra particularidad la encontramos en Cataluña, donde la legítima consiste en la cuarta parte del valor de la herencia; y donde el cónyuge superviviente no tiene derechos legitimarios, ni tampoco los abuelos a falta de los padres. El cónyuge sólo tiene derecho a lo que se denomina la “cuarta viudal”, que consiste en la cuarta parte de la herencia del fallecido y las rentas y salarios que perciba; y al beneficio del “año de luto” que le da el derecho al usufructo de toda la herencia durante ese periodo. En Vizcaya y Aragón tienen un sistema de legítima colectiva que permite repartir los bienes de la forma que se desee con un mínimo simbólico para cada uno de ellos. Navarra posee el sistema más flexible ya que se pueden repartir los bienes a criterio del testador con la única condición de que cada uno de los herederos reciba “cinco sueldos febles o carlines”, unas monedas de antiguo cuño con valor nulo, con lo que el resultado es como se desee. En Baleares, si hay menos de cuatro herederos, la legítima es un tercio de los bienes a repartir; pero si hay más, es obligatorio repartir entre todos al menos la mitad de los bienes. ■ En Galicia, con la Ley de Derecho Civil de 2006, los padres y ascendientes han dejado de ser herederos forzosos; la legítima de los hijos y descendientes se ha reducido a una cuarta parte ción personal que en el seno de la familia se les puede transmitir. En este entorno, con demasiada frecuencia se presenta en los despachos notariales una situación que, por efecto de las legítimas, resulta profundamente injusta, y es causa potencial de serios problemas sociales. La mayoría de las personas casadas, al otorgar su testamento, tiene la clara voluntad de que aquél de los dos que sobreviva siga siendo propietario del patrimonio formado entre ambos con su trabajo y su ahorro, permitiéndole una vejez tranquila y acomodada, para que al fallecimiento del último lo que reste pase a los hijos. Por ello quedan desagradablemente sorprendidos al conocer que, si su herencia se ha de regir por el derecho común, no podrán hacerlo, a causa del deber de dejar a los hijos desde el momento inicial la mayor parte de los bienes del cónyuge fallecido. Y ello aún cuando, como a menudo ocurre, apenas puedan contar con esos hijos como apoyo en la vejez, los hijos disfruten de una mejor posición económica, o cuenten por su edad y condición personal con unas posibilidades de ocupación productiva de las que los padres ya carecen. Esta situación además perturba seriamente el papel de previsión social para la vejez de ciertas instituciones típicas de nuestro tiempo. Así, los fondos de pensiones, instrumento de acumulación y gestión de los ahorros para la vejez con un peso económico progresivamente mayor hasta convertirlos en uno de los mayores operadores en las bolsas mundiales, y las restantes formas de ahorro a largo plazo, ven muy limitada su eficacia como instrumento de previsión personal, puesto que al fallecer un cónyuge una parte sustancial de esos ahorros deberá pasar a los hijos, en vez de al cónyuge sobreviviente. Algo parecido ocurre con la hipoteca inversa, figura reciente creada para posibilitar el disfrute de la inversión materializada en la vivienda habitual de las personas de edad (la cual, no se olvide, con frecuencia es el único o el principal activo del matrimonio). Siempre que la vivienda absorba la mayor parte del patrimonio conyugal, no sólo la legítima impide al cónyuge viudo utilizarla si no cuenta con la renuncia a sus derechos por los hijos, sino que incluso permite a éstos forzar la venta de esa vivienda, aún en contra de la voluntad del viudo, para repartir el precio. Resulta, por tanto, claro que las legítimas, creadas para una economía basada en el papel productivo de una propiedad, principalmente rústica, transmitida durante generaciones de padres a hijos, han dejado de cumplir su función social en un entorno donde la riqueza está basada en el trabajo y el esfuerzo de cada uno, y el ahorro que gracias a ese trabajo se puede realizar constituye el principal sustento para la vejez, que por ello no debe ser expropiado del seno del matrimonio por generaciones posteriores que se encuentran en plena edad laboral y productiva. Ello no excluye la necesidad de dar una solución a otros problemas, como la protección económica que puedan precisar los hijos menores o en edad académica, o el viudo de elevada edad. Pero eso nada tiene que ver con la obligación que hoy se establece en nuestro Derecho de reservar en todo caso dos terceras partes o la mitad de la herencia, respectivamente, a favor de los hijos o de los padres, sin ponderar la situación de cada uno. Urge, pues, una revisión de esta figura, revisión que no puede acometerse sin un preciso análisis de las realidades sociales afectadas. Con frecuencia se presentan en los despachos notariales situaciones que, por efecto de las legítimas, resultan profundamente injustas mento de creación de riqueza, de forma que la prosperidad de una familia podía basarse en la explotación de esos bienes, y muy difícilmente en el trabajo o las ideas innovadoras de sus miembros, y por tanto el futuro económico de la familia estaba condicionado, en gran parte, por la conservación de su patrimonio productivo. Sin embargo, las condiciones sociales y económicas de la vida urbana contemporánea distan mucho de ser las mismas, y en ellas la extraordinaria restricción a la libertad de disposición que imponen las legítimas no sólo ha perdido toda su utilidad y su sentido, sino que además produce efectos indeseables. En la actualidad, la prosperidad de la inmensa mayoría de las personas depende de su trabajo, que a la vez permite crear un fondo de ahorro para la subsistencia propia tras la jubilación, en una sociedad donde debido a la previsible evolución de la pirámide poblacional unas pensiones suficientes no están ni mucho menos garantizadas. Y el principal legado que se puede dejar a los hijos es sin duda su educación, a través de las fuertes inversiones que un sistema educativo crecientemente complejo y competitivo impone a los padres, y de la forma- Pedro Garrido es notario. Escritura PÚBLICA 65