Manuel Calvo Jiménez Filosofía para la felicidad Del Superhombre a Dios © Manuel Calvo Jiménez, 2016 © Editorial Almuzara, s.l., 2016 Primera edición: marzo de 2016 Contacto con el autor: [email protected] Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright». EDITORIAL ALMUZARA • COLECCIÓN FILOSFÍA Y PENSAMIENTO Director editorial: Antonio E. Cuesta López Edición de Antonio de Egipto Imprime: Lince Artes Gráficas ISBN: 978-84-16392-81-0 Depósito Legal: COHecho e impreso en España — Made and printed in Spain Introducción .................................................................................. ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 1. ¿QUÉ FELICIDAD? .................................................................................................6 1. Sabiduría y felicidad .......................................................................................................13 2. Aprendiendo a ser feliz ...................................................... ¡Error! Marcador no definido. 3. Conclusión ......................................................................... ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 2. SOMOS PARTE DEL PODEROSO UNIVERSO ............ ¡Error! Marcador no definido. 1. Del Big-bang a los agujeros negros .................................... ¡Error! Marcador no definido. 2. El Ser (Haber) indestructible .............................................. ¡Error! Marcador no definido. 3. Los nombres del Ser .......................................................... ¡Error! Marcador no definido. 4. El último nombre: la “voluntad de poder” ........................ ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 3. DE LA VIDA A LA CONCIENCIA HUMANA ............... ¡Error! Marcador no definido. 1. El milagro de la vida .......................................................... ¡Error! Marcador no definido. 2. La simpatía animal (el psiquismo inferior). ........................ ¡Error! Marcador no definido. 3. La antipatía humana (de la vida a la conciencia humana) . ¡Error! Marcador no definido. 4. La mera humanidad (la humanitas clásica de Homero) ..... ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 4. ALGO MÁS QUE HUMANOS. DEL HOMBRE AL SUPERHOMBRE.¡Error! Marcador no definido. 1. De la “mera” humanitas al “divinal” Ulises. ...................... ¡Error! Marcador no definido. 2. La superioridad humana del filósofo (Platón).................... ¡Error! Marcador no definido. 3. Del camello al niño (Nietzsche). ........................................ ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 5. PERDIENDO EL MIEDO A DIOS. ...........................................................................19 1. Dios ha muerto. (Ha muerto el Dios de la representación del que hablaba Hegel) ........19 2. El anticristo. ....................................................................................................................20 Capítulo 6. PERDIENDO EL MIEDO A LA MUERTE. ................... ¡Error! Marcador no definido. 1. Nada hay más allá. La soledad de nuevo como motor de cambio.¡Error! Marcador no definido. 2. Nada hay sobre mí. La conciencia del poder propio. ......... ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 7. HUMILDAD ROMPIENDO LAS CADENAS: CONTRA LA ÉTICA ESTABLECIDA, CONTRA LA ¡Error! Marcador no definido. 1. Del sufrimiento al placer ................................................... ¡Error! Marcador no definido. 2. De la culpa al orgullo ......................................................... ¡Error! Marcador no definido. 3. Del esclavo al señor ........................................................... ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 8. EL VERDADERO BIEN: LA LIBERTAD. ...................... ¡Error! Marcador no definido. Capítulo 9. LA VERDADERA FELICIDAD: EL UNIVERSO Y YO. .... ¡Error! Marcador no definido. 1. Nuestra felicidad como seres particulares. ....................... ¡Error! Marcador no definido. 2. La dialéctica aplicada al universo. ..................................... ¡Error! Marcador no definido. 3. El gran organismo universal. ............................................. ¡Error! Marcador no definido. 4. El nacimiento de Dios. ....................................................... ¡Error! Marcador no definido. 5. Conclusiones. La superhumanidad feliz............................. ¡Error! Marcador no definido. Bibliografía: ¡Error! Marcador no definido. “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso. Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.” (Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo de Zaratustra 4,) ¿QUÉ FELICIDAD? “Nosotros sostenemos (…) que la felicidad es un bien perfecto y digno de ser elogiado. (…) todos los hombres hacen todas las cosas por ella (…)”1 Durante muchos años he comenzado mis cursos de Filosofía preguntándoles a mis alumnos si se sentían plenamente humanos o no. Por supuesto, todos contestaban afirmativamente. Sin embargo, ¿realmente lo eran? Quizá no tanto como ellos pudiesen pensar. El grado de humanidad nada tiene que ver con la corta edad de una persona, o con su aún poca experiencia vital. Su semihumanidad no está relacionada con la raza, el sexo o la nacionalidad de cada uno de ellos. Les ponía un ejercicio mental que ahora le brindo a usted para comprobar el grado real de humanidad que posee. Les proponía que escribiesen una carta mental a los Reyes Magos pidiéndoles todo aquello que consideraran necesario para ser todo lo felices que pudiesen imaginar. Y les daba varios minutos para que hiciesen su propia lista de deseos. Hágalo usted también. Piense o escriba qué cosas considera que necesita para ser plenamente feliz, y luego continúe leyendo. Puedo equivocarme, pero la gran mayoría de las personas que conozco (alumnos incluidos en su totalidad) escribirían peticiones que en poco o nada diferirían con las que siguen: Salud, dinero y amor (que en la juventud se suele traducir casi totalmente por “sexo”), esencialmente. Y, siendo más preciso, la lista estaría cargada de peticiones como tener un coche de lujo, un chalet en la playa, no sé cuántos millones de euros o dólares, ser famoso como Cristiano Ronaldo o Messi, viajar por el mundo, tener equis 1 Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro primero, §12, pág. 53, Ed. Alborada, Madrid, 1989 amantes, hijos, afecto, amigos, comodidades vitales, comida, vitalidad… incluso no morirse nunca… ¿Qué más se puede pedir? Quizá una varita mágica para poder pedir algo que se nos haya pasado anteriormente y así quedar asegurados para un futuro plenamente feliz. ¿Pero tales cosas nos dan la felicidad? ¿Cree usted eso también? Si su respuesta es afirmativa y su lista es parecida a la anterior, siento comunicarle que usted aún no ha alcanzado plenamente la humanidad. Es más, está ciertamente lejos de lograrlo. Mis alumnos, todos sin que yo pueda recordar excepción alguna, se encuadraban en lo que, para provocarlos jocosamente, yo denominaba la categoría de “chimpanzoides”. Esto es, semihumanos que aún están cerca de los primates de los que procedemos. Pero no se ofenda. No es este un libro que pretenda insultar a sus lectores, sino motivarlos a alcanzar un nivel superior de humanidad, la “súper-humanidad”. Todos somos humanos, todos somos homo sapiens sapiens y, como tales, merecemos el respeto que nuestra condición humana nos procura. Sin embargo, ¿qué habría que haber deseado para que consideráramos que el autor de dicha carta a los Reyes Magos es más que humano o, dicho de otro modo, plenamente humano? En realidad, cuando lo lea, exclamará “¡Ah! ¡Hombre eso también lo deseo yo!”. Sí, pero no lo había escrito… o sí, puede que usted sí (quién puede saberlo). Se trata de pedir cosas de las que sólo un ser humano pueda disfrutar. Muchos dirán que los animales no disfrutan del dinero, los viajes o de la fama de un futbolista, que son peticiones propiamente humanas. Y es cierto. Sólo que se trata de ser más que humanos o, al menos, plenamente humanos. Bien mirado, el dinero no es más que la abstracción de bienes materiales. Hemos inventado el dinero como forma de cambio de bienes que no pueden almacenarse fácilmente o que se estropean con el tiempo… Pero dinero equivale a comida, casa, energía para calentarnos, vestimenta… y todo eso lo desearía y lo disfrutaría incluso nuestro perro. ¿O nadie ha visto al perro de la casa buscar un lugar junto a la chimenea, preferir las albóndigas con tomate de la abuela a su pienso insípido y reseco o, incluso, beberse con avidez la cerveza que accidentalmente se nos derrama en el suelo? Reconozcámoslo. Nuestro dinero no es más que una forma refinada y sutil de tener todo aquello que un animal desearía. Así que, como seres humanos, hemos creado una forma de vivir animalmente mejor que en nuestros comienzos como especie, pero no hemos avanzado en lo que a nuestra humanidad se refiere con él. ¿Y qué animal rechaza los cariños de su amo o los lametones de cualquier congénere (siguiendo con el ejemplo del perro de casa)? ¿Acaso los animales no juegan, no gustan de conocer lugares distintos a los de su entorno habitual? ¿No migran las aves, no desaparecen los gatos buscando aventuras nuevas y, sobre todo, amores nuevos en la época de celo? Veamos una descripción del hijo de cualquiera de nosotros: Él –se nos dirá- es un chico un tanto comodón. Le gusta coger el mejor lugar del sillón del salón, allí donde da el calor de la chimenea y hay más luz por las mañanas. Cuando se levanta, desayuna su buen tazón de cereales con leche y sale a dar una vuelta. Juega con los amigos en la calle y persiguen una pelota, o simulan peleas y, a veces, más de uno termina magullado. Flirtea con alguna chica cuando pasa cerca y, a poco que nos descuidamos, anda explorando por edificios en construcción o escondiéndose entre los matorrales del parque cercano. Le encanta que le hagan mimos y le den lo que le apetece, pero se pone de un malísimo humor cuando se le niegan sus deseos. Etc. Ciertamente podría ser cualquiera de nosotros de niños o adolescentes o… podría ser nuestro gato. No hay diferencia sustancial. Y no decimos que la gente corriente sea como gatos o perros. Son humanos, por supuesto, pero humanos a medias, protohumanos o, como dije antes, “chimpanzoides”. ¿De verdad que esa vida es la más dichosa a la que podemos aspirar ustedes o yo como seres humanos? La clave para empezar a acercarnos a la solución del dilema que nos propone este ensayo (el de cómo llegar a ser felices) nos la ofrece Aristóteles (Estagira, 384-322 a.C). Como diría el Estagirita, al nacer, nuestro yo está preñado de potencialidades que, según decidamos, se realizarán o no. Y es que para el estagirita todas las cosas del mundo poseen en su seno una serie de capacidades que, dependiendo de las circunstancias que rodeen a dicha realidad, se van actualizando con el paso del tiempo. Así, una aceituna ya es en acto un fruto del olivo, pero en potencia también es, ella misma, un olivo, o un poco de aceite, o parte de un plato de entremés o de un cóctel... Dependerá de si es sembrada, o de si la prensamos en un molino, o de si la añadimos a una copa con vermú... Como la aceituna, todo en la vida está cargado de posibilidades (o potencias), aparte de lo que ya sea cada cosa “en acto”, esto es, actualmente. Eso sí, las potencialidades de cada cosa (o, más propiamente, de cada “ente”) están en íntima dependencia de lo que sea actualmente, es decir, de su naturaleza propia (ἔργον [érgon])2. Un perro, cuya naturaleza está perfectamente definida por la biología, en el supuesto de que actualmente sea un cachorro, podrá llegar a ser un perro adulto, un perro agresivo, un perro lazarillo, un perro guardián... todas estas potencialidades contiene dicho ser en su interior. Pero no puede, porque su naturaleza “canina” se lo impide y lo determina, ser un delfín en el mar, o una aceituna en un cóctel. Por muchas posibilidades que se abran ante sí, un perro siempre será eso, un perro. Del mismo 2 Para Aristóteles, la naturaleza propia de los objetos es el “ἔργον”, las capacidades que les son propias. Afirma: “Es razonable suponer que hay un érgon (función) propio o específico del hombre en cuanto hombre” (1097b28-33). modo, la naturaleza de una piedra limita sus posibilidades, así como la naturaleza de una planta determina las suyas propias. Pues bien, precisamente porque la naturaleza de las cosas limita sus posibilidades, limita también sus posibilidades de felicidad. Y es que para Aristóteles la felicidad es algo que, contrariamente a lo que suele pensarse, pueden alcanzar todos los seres del mundo (al menos, todos los seres vivos, animados, con “alma”). Casi todos los seres del mundo logran ser felices durante su existencia. Pero podría decirse que la felicidad es tanto más complicado de lograr cuanto más compleja sea nuestra naturaleza y, por tanto, más variadas sus posibilidades. Pues, según Aristóteles la felicidad no es sino lograr realizar la propia naturaleza, actualizar nuestras propias potencialidades. De ahí que una planta sea feliz tan sólo con hacer su fotosíntesis, nutrirse y respirar, mientras que un ser humano… ¿qué hace feliz a un ser humano? Si seguimos con el maestro de Estagira, debemos dividir a los seres vivos en tres grandes grupos. Según él existían tres tipos de “alma”3: alma vegetativa (propia de las plantas), alma sensitiva (propia de los animales) y alma racional (exclusiva del ser humano). Pues bien, cada una de estas almas posee sus propias potencialidades cuya actualización efectiva constituye su propio bien. De este modo una planta cualquiera alcanza su máximo bien cuando llega a desarrollar toda su propia naturaleza vegetal, esto es, cuando es una verdadera y desarrollada planta perfecta. Y lo mismo sucede con el animal. Preguntémonos: ¿qué es lo máximo que podríamos hacer por el bien de una planta? Sembrarla en una tierra fértil, regarla, ponerla al sol, podarla para que se fortalezca,... y poco más. Una planta así habría alcanzado el máximo bien al que puede 3 ser vivo. “Alma” no sería otra cosa para el griego que el principio interior que da vida, que “anima” a todo aspirar puesto que su naturaleza, esto es, su alma vegetativa no le ofrece más posibilidades. ¿Sería necesario, o más incluso, aportaría algo al bienestar de la planta el hecho de que la sacásemos de paseo o que la acariciásemos cada vez que hace algo bien, esto es, cada vez que, por ejemplo, florece, o que la castigásemos cuando no conseguimos que su tallo crezca hacia donde pretendíamos? Evidentemente estos supuestos son una estupidez puesto que una planta es absolutamente insensible a premios, paseos o castigos. Sin embargo, todo animal necesita aire, agua, sales minerales, sol etc., como las plantas puesto que también los animales poseen alma vegetativa. Pero si tuviésemos en casa un perro al que tratásemos exactamente como a una planta, esto es, si lo tuviésemos atado a un poste en un lugar con sol y le suministrásemos vía intravenosa agua con sales minerales... y no le dejásemos jamás correr, ni olisquear, ni probar bocado, ni salir de paseo... un amo así no sólo no estaría tratando bien a su perro sino que, muy al contrario, lo estaría tratando ciertamente muy mal. Claro que le estaríamos dando los elementos básicos para mantenerlo con vida, pero la naturaleza animal es mucho más que la del estar simplemente vivo; su naturaleza contiene unas potencialidades completamente distintas de las de las plantas sin cuya realización no pueden alcanzar el bien (el bien animal propio de su alma sensitiva). Un perro se da la buena vida cuando (además de beber, o tomar el sol, ¡no faltaba más!) corre, saborea huesos, olisquea orines, se aparea... Todo animal necesita desarrollar y disfrutar del placer de sus sentidos. De modo que una planta bien regada, abonada y soleada sería una planta “feliz”, así como un animal bien alimentado, fuerte, que se aparea y olisquea... sería también un animal “feliz”. Pero si tratásemos a nuestros hijos como si fuesen perros, ¿les estaríamos dando una buena vida? ¿Es nuestra naturaleza simplemente vegetativa y sensitiva? ¿Cómo debe ser la buena vida humana? ¿Qué potencialidades son las que, perteneciendo exclusivamente a nuestra especie, nos ofrecerían una verdadera “felicidad humana”? Aristóteles no estaría de acuerdo con el hedonismo más elemental que afirma que el bien es simplemente el placer sensible, pues este más bien sería el propio de los animales y plantas. A nosotros, los seres humanos, este placer no nos sería ajeno ya que también poseemos alma vegetativa y sensitiva, pero la característica exclusivamente humana, lo que nos otorga unas potencialidades radicalmente diferentes a las del resto de seres vivos, es nuestra alma racional. De modo que sólo desarrollando nuestra racionalidad (además, por supuesto, de disfrutar sensiblemente de la vida) podremos alcanzar una buena vida humana. Volvamos a nuestro interrogante inicial: ¿qué deberíamos haber pedido a los Reyes Magos para pasar la prueba de la superhumanidad? La respuesta se antoja fácil: todo aquello que, ofrecido a una planta o a un animal, no produzca en él satisfacción alguna. Aquello de lo que sólo un ser con naturaleza humana, esto es, racional pueda disfrutar. Por tanto, deberíamos haber pedido capacidad para descifrar los secretos del Universo; capacidad para disfrutar con más plenitud de la música, de la poesía, del cine, del arte en general; virtudes éticas; honestidad política; cultura… Además de los consabidos salud, dinero y amor, deberíamos haber deseado virtud, sabiduría y sensibilidad. Sinceramente, ¿lo pidió usted en su lista? “¡Ah! Pero sí que lo habría pedido. Es que no caí en la cuenta”, dirán muchos. Lo que ocurre es que la gracia está en caer en la cuenta, en “darse cuenta” que es lo propio de la consciencia humana, de ser consciente de lo que somos. De todas formas, si ahora se da cuenta, si ya cae en la cuenta de lo que desea ser, entonces es que hemos logrado algo. Ya sabemos que, aunque no lo seamos, deseamos ser superhombres (superhumanos). Ahora bien, no se alcanza la superhumanidad sólo con disfrutar de la poesía, con conocer ciertos secretos del Cosmos o de tener unas virtudes éticas envidiables. Ese es el camino, pero no es la meta. Pues, cómo se posean, cómo se usen y cómo se viva la propia vida es lo crucial. A descifrar el camino hacia la superhumanidad dedicaremos lo que queda del presente escrito. Encontrarán en estas páginas ideas provocadoras que irán a destruir en muchos casos los prejuicios que tenemos desde nuestra infancia. Sentirán deseos de cerrar el libro y mandar al superhumano a paseo porque no concuerda con sus pensamientos previos. Háganlo si lo estiman oportuno. Pero, si son valientes, si de verdad desean ser más y mejores seres humanos (superhumanos) sigan el precepto ilustrado que ha movido a todos los grandes pensadores de la historia: “sapere aude” (Atrévete a pensar) y que equivaldría a “atrévete a ser humano”. Por ahí van los tiros. 1. Sabiduría y felicidad Platón era un idealista de tomo y lomo. Tanto que consideraba que el hecho de haber nacido, el hecho de tener un cuerpo es una desgracia. Nuestra alma era feliz viviendo en el mundo de las ideas, allí, en una vida perfecta e inmortal, contemplando la verdad con su razón. No sabemos muy bien por qué, un día el alma cayó y, como si de una condena se tratase, se encarnó en un cuerpo olvidando todo lo que había sido anteriormente y, lo que es peor, olvidando toda la verdad que conocía allá en el mundo ideal del que provenía. Y así estamos todos, aquí encerrados en este cuerpo, sin poder acordarnos de lo sabios y felices que éramos en la eternidad previa a nuestro nacimiento. Muchos siglos más tarde (¡nada menos que 23 siglos!) Nietzsche dirá que el idealismo platónico fue el germen de una cultura pervertida, nuestra cultura occidental. ¡Quién puede pensar que el hecho de nacer es una desgracia! ¡Quién puede preferir la no-vida (de la que provenimos) a la vida que tenemos! Desde Platón y, sobre todo, con el auge del cristianismo, la cultura occidental es una cultura de depravados, resentidos y locos “necrófilos”. Afirma Nietzsche: “Quien comprende el ultraje que supone esta sublevación contra la vida, tal como ha llegado a ser casi sacrosanta en la moral cristiana, comprende por fortuna también lo inútil, ficticio, absurdo y falaz de tal sublevación.”4 Pero ya hablaremos de Nietzsche más adelante. Veamos ahora qué pretendía decirnos Platón sobre la felicidad. En realidad Platón identificaba la felicidad con la sabiduría, ya que el alma humana es esencialmente racional y su realización máxima consiste en conocer la verdad, esto es, en ser sabia. Sólo la sabiduría, sólo el conocimiento de las ideas eternas puede darnos la plenitud necesaria para alcanzar la felicidad. En principio, decir que la felicidad está vinculada a la sabiduría no parece una afirmación rechazable. Sin embargo, cuando profundizamos en las implicaciones que ello tiene, nos damos cuenta de que no es tan sencillo como parece a simple vista. Veamos. Si la felicidad depende de la sabiduría, ¿ello quiere decir que las personas ignorantes no son felices? Pues sí. Eso es exactamente lo que significa. Para Platón, aquel individuo que no alcance la máxima sabiduría no podrá alcanzar tampoco la 4 Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, pg. 20, Edición electrónica, Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. verdadera felicidad, la felicidad verdaderamente humana. Por ello, sólo los filósofos estarían tan satisfechos de su propio saber que despreciarían cualquier tipo de lujo, poder o riqueza que el mundo material en el que vivimos pudiese ofrecerles. Platón lo ejemplifica con el archiconocido mito de la caverna, en el que nos pide que imaginemos a un grupo de hombres que hubiesen vivido toda su vida en el interior de una caverna sin conocer absolutamente nada del mundo exterior. Su ejemplo, con nada menos que veinticinco siglos de antigüedad, se ha quedado algo obsoleto. Por ello, nosotros explicaremos el mito desde una perspectiva más actual. Podríamos titularlo “el mito de la sala de cine”5. Imaginemos a unos individuos que, desde su nacimiento, hubiesen estado atados a una butaca de cine, en la penumbra, visualizando exclusivamente películas, documentales y series, unos tras otros, durante toda su existencia. Al ver las imágenes de personas, ciudades, océanos y estrellas, pensarían estar viendo la verdadera realidad. No se darían cuenta de que sólo eran imágenes, muchas de ellas trucadas con efectos especiales. Pensarían estar ante el verdadero y único mundo existente. Entre ellos competirían por ver quién veía mejor aquel mundo; darían galardones a los ganadores de sus concursos de adivinar qué ocurriría en aquella realidad proyectada ante ellos; y nunca sospecharían que lo que veían no era plenamente lo que se dice “real”. Platón nos pide que pensemos qué pasaría si una persona de aquellas fuese conducida al exterior de la sala de cine. Por supuesto, al principio se resistiría a abandonar aquel mundo, su único mundo, pues consideraría que se le estaba llevando hacia la perdición. Además, al salir al exterior y quedar deslumbrado por la luz del día, pensaría que 5 Podríamos actualizarlo aún más y hablar de la “realidad virtual” tipo Matrix, pero lo dejaremos en un punto intermedio como es el cine para que todas las generaciones actuales comprendan la alegoría platónica sin esfuerzo. estábamos llevándolo hacia la falsedad, a un lugar lleno de dolor y de incertidumbre. Querría volver con sus compañeros de infancia a las sosegadas tinieblas de la sala de proyección. Pero, si pudiésemos retenerlo el tiempo suficiente como para que sus ojos llegasen a habituarse a la claridad del exterior y pudiese contemplar la verdadera realidad, tocarla, saborearla, etc. aquel antiguo “prisionero” ahora se percataría de que ha sido liberado de una vida falsa y atroz. Una vez contemplada la verdadera realidad, no querría volver al interior del cine, no querría recibir aquellos reconocimientos de sus compañeros por “ver mejor” que los demás las imágenes proyectadas. Preferiría mil veces la existencia en la verdad del exterior que la fama y la gloria en un mundo interior y oscuro que es falso y aparente. Pues bien, nuestro mundo, el mundo que nos rodea, este que podemos ver y tocar, donde habita nuestro cuerpo desde que nacimos es, según Platón, un mundo falso, un mundo de apariencias, un mundo cambiante e imposible de conocer realmente. Por eso, porque estamos atados a él por culpa de nuestro cuerpo, Platón desprecia las cosas físicas, las cosas sensibles, las cosas corporales. Es el alma, es nuestro intelecto quien debe hacer el esfuerzo por huir de la materialidad del mundo y alcanzar, con su razón, la verdad de las ideas. El mundo “exterior”, el mundo verdadero, es el mundo ideal al que realmente pertenecemos y al que debemos volver algún día. Cuando el ser humano logra zafarse de las apariencias del mundo sensible y alcanzar el conocimiento de las ideas, se hace sabio. Y, con la sabiduría, alcanza la verdadera felicidad. ¿No podría decirse que los “prisioneros del cine” eran felices? Bueno, eran felices a su manera. Se sentían bien, se alegraban de acertar en sus competiciones por ver quién adivinaba más imágenes o quien las conocía mejor… Pero eran tan felices como puede serlo alguien que desconoce todo lo que se está perdiendo en la vida. Es como aquel que nunca ha tenido lujos, ni placeres físicos, ni ha comido manjares o dormido en una mullida cama… Ese no echa de menos nada en su, supongamos, celda de un monasterio de clausura. “Ojos que no ven…”, se dirá. Pero una vez pruebe todas aquellas cosas que les estaban veladas con anterioridad, una vez sus ojos “vean”, ya no podrá volver a ser feliz sin aquellos placeres y comodidades de la vida. Del mismo modo, una vez que se ha contemplado la verdad, una vez que se ha visto el mundo desde una perspectiva superior, ya no se puede ser feliz con menos. El sabio, desde su felicidad plena, ve con lástima a aquellos otros que se sienten felices con lo que haría feliz a su propio perro. “Pobres –pensará-. No saben lo que se pierden”. Podemos estar o no de acuerdo con Platón. Como Nietzsche, podemos creer que una perspectiva que prima lo ideal sobre lo material, lo trascendente sobre la vida (inmanente) es una perspectiva equivocada sobre la realidad. Pero Platón nos pone sobre aviso de algo que es fundamental para cualquiera que pretenda ser feliz, verdaderamente feliz; a saber, que debemos apartarnos del camino del común de los mortales, debemos salir de la caverna semihumana en la que vive la mayoría de personas del mundo, escapar de la narcótica realidad común y encontrar una perspectiva más amplia del mundo. Los filósofos que tanto admiraba Platón son, podríamos decir, más que simples hombres, acercándose más a la idea de “héroes” o humanos semidivinos. Ya veremos cómo Homero llamaba a aquellos héroes que, como Ulises, superaban en honor y virtudes al común de los mortales “divinales”. Y como Homero, Platón considera que la verdadera felicidad no está al alcance de la mano de cualquiera por el simple hecho de pasar una vida más o menos agradable en cuanto a lo material se refiere. En este sentido, incluso el filósofo del martillo y el anticristo, Nietzsche, estaría de acuerdo con Platón. No podemos ser borregos, esclavos, masa adormecida que, como un burro obediente, gira en la noria de la vida en un círculo sin fin. Debemos superar nuestra mera humanidad, sí, pero no renegando de la vida, no escapando de nuestra realidad corporal. El propio discípulo de Platón, Aristóteles, ya puso bastantes objeciones a su maestro. En definitiva, no es suficiente la sabiduría al estilo platónico. El superhumano que queremos ser, el ser plenamente feliz a que aspiramos, debe tener una sabiduría práctica, que sepa qué quiere y que sepa cómo conseguir lo que quiere. La dificultad está en determinar en cada caso qué es lo bueno, dónde está el término medio de cada posible actuación humana y quién lo decide. Para Platón y Aristóteles es la razón humana la que es capaz de decidir de una vez por todas qué es el bien y cómo debe conseguirse. Existe una verdad eterna e inmutable que podemos comprender para, de este modo, hacernos sabios. Pero ¿dónde está esa verdad? Como decimos vulgarmente, ¿dóndes está escrito que eso y no otra cosa es la virtud o el bien? ¿Acaso en el mundo ideal de Platón? (…) PERDIENDO EL MIEDO A DIOS. ¿No han sido todos los dioses hasta ahora diablos rebautizados y declarados santos?6 Dios es el resultado del miedo humano. Fue el miedo del hombre a la muerte, a los peligros naturales, a la amenaza de los guerreros de tribus enemigas, a la infertilidad del vientre femenino, a la sequía y la ausencia de caza, etc., lo que desarrolló en nuestra especie el pensamiento religioso y la búsqueda de fuerzas sobrenaturales. 1. Dios ha muerto. (Ha muerto el Dios de la representación del que hablaba Hegel) “¿Qué a dónde se ha ido Dios? –exclamó–, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino.”7 “«Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre.» - ¡sea ésta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad!”8 “Dios ha muerto”, es una de las sentencias más repetida por aquellos que citan a Nietzsche. Sin embargo, el primero que se atrevió a hacer tal afirmación no fue Nietzsche, sino Hegel. Hegel, quien cursó estudios para ser pastor protestante (aunque luego no ejerciera como tal), el filósofo que dedicó el grueso de sus escritos a la 6 Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §227 7 Nietzsche, La gaya ciencia, “El loco”, pg. 109. 8 Nietzsche, Así habló Zaratustra, Primera Parte. Teodicea, al pensamiento sobre la religión y a lo Absoluto, no puede ser que al decir “Dios ha muerto” esté intentando implantar un pensamiento ateo. Hegel llegó a afirmar que el cristianismo es la religión absoluta, la religión que posee la verdad en el seno de sus creencias. Hegel no era ateo y, sin embargo, creía que Dios había muerto. ¿Cómo es esto posible? No hay que tener miedo a decir que Dios ha muerto. Hegel no lo tuvo. Nosotros tampoco lo tendremos porque, sin duda, ese es el camino de un León que quiere ser Niño. Ese es el camino de un superhumano que no tiene miedo a nada. 2. El anticristo. “El diablo posee perspectivas amplísimas sobre Dios, por ello se mantiene tan lejos de él: - el diablo, es decir, el más antiguo amigo del conocimiento.”9 Las cosas casi nunca son lo que parecen. Nietzsche escribió El anticristo, pero él no es el anticristo, ni está especialmente en contra de la figura de Cristo. No es un alegato a favor del satanismo, como luego veremos, nada de eso. Más bien Nietzsche está en contra de la figura de San Pablo quien, haciendo interpretaciones personales y tergiversando los Evangelios, creó un cristianismo perverso y decadente. De modo que muy probablemente Nietzsche pensara que fueron los mismos cristianos quienes se posicionaron contra su propio Cristo. Cristo era amor, era perdón, era ejemplo de sacrificio y no juzgaba a los demás. Cristo quería (¡qué coincidencia!) que se acercaran los niños a él porque en ellos veía un germen de divinidad. Como si de un precursor del pensamiento Nietzscheano fuese, Jesús dijo: “Que si no os volvéis y os hacéis como 9 Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §129 niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo, 18, 3). Antes de las “interpretaciones” de Pablo, el Reino de los Cielos estaba en el interior de cada uno, Dios no necesitaba sacrificio expiatorio alguno sino que es la propia obra y la recta observancia de los mandamientos lo que nos hace merecedores de Dios. Para Jesús, todos somos iguales y no necesitamos mediadores en nuestra relación personal con Dios; no serían necesarios, pues, los sacerdotes ni la propia institución eclesiástica. Así Jesús eleva al individuo a la dignidad de tratar con Dios personalmente, íntimamente, desde su propio interior y le ofrece la capacidad de obrar de modo que se gane el derecho al Reino de los Cielos. Jesús rompió con las estructuras sacerdotales del judaísmo y propuso una nueva religiosidad mucho más humana. Él era, como mínimo, un león en medio de los complacientes judíos. Pero los que crearon, tras él, una tradición religiosa lo malinterpretaron de tal forma que los que se dicen cristianos se convirtieron en anticristianos. Y el cristianismo pasó a ser una amenaza para la vida y para la felicidad humana. San Pablo inoculó en sus seguidores el miedo a vivir y a ser plenamente humanos. Y surgió la perversión en el cristianismo (como antes había surgido en el judaísmo y contra la que combatió el propio Cristo). ¿Por qué es el cristianismo de San Pablo perverso, decadente e, incluso, anticristiano? La Iglesia que se creó a raíz de las predicaciones de San Pablo contenía en su interior contradicciones inmensas con respecto al mensaje de Jesús. Fue la Iglesia que mató a Hipatia de Alejandría (en la conocida película de Amenábar, Ágora); fue la Iglesia la que consideró que disfrutar de la vida era pecado; la que inoculó la culpa en todas las personas que desearan prosperar en la vida; fue esa misma Iglesia la que se situó por encima del resto de la humanidad impidiendo que esta ascendiera hacia la perfección, ahogándola en preceptos antivitales, reprimiendo sus impulsos y condenando sus deleites. Pablo de Tarso privó al hombre humilde de la capacidad necesaria para tratar con Dios directamente, reinstauró los sacrificios para complacer a Dios y relegó a la mujer a un segundo plano que Jesús nunca le había atribuido. En la revista alemana de teología Der Theologe podemos leer: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1era Corintios 2, 14). (…). Con esto les niega a las personas simples, en parte de entendimiento infantil, la posibilidad del conocimiento de Dios por ejemplo en la naturaleza, y en vez de esto se lo concede al hombre “espiritual”. Posteriormente la Iglesia declara, basándose en Pablo, que solo por ella, la iglesia, se podría recibir el Espíritu de Dios, y a sus “funcionarios” los hace llamarse “clérigos”10. El cristianismo heredado de San Pablo, lejos de ser la religión absoluta (como mantenía Hegel), es el vivo ejemplo de la represión antivital, de la renuncia a ser lo que somos y a vivir la vida plenamente, pensaba Nietzsche. Este cristianismo es el vivo ejemplo del sometimiento del individuo débil a otros, también débiles, que le marcan el camino. Como recogíamos al comienzo de este capítulo, el pecado asoma tras cada esquina de nuestras existencias haciendo imposible el disfrute de la vida: es pecado la comida placentera, o el sexo sin procreación, o el descanso tranquilo, o la acumulación precavida de bienes… Mientras que, por otro lado, sólo será santo quien sufra, quien haga penitencias y aplique sobre sus mortales carnes cilicios punzantes, quien sea perseguido o tratado con injusticia… Recuerden las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu (esto es, los ignorantes, los idiotas), los que son perseguidos, los que tienen hambre y sed de justicia…” 10 Cfr. http://www.theologe.de/pablo.htm (Procede de la revista alemana: Der Theologe, editor Dieter Potzel, edición Nº 5: Cómo Pablo falsificó la enseñanza de Jesús, Wertheim 2000.) Y toda esta forma de ver la vida es, para Nietzsche como para cualquier persona de sentido común, inaceptable (ya sabemos que incluso a Jesús se lo parecerían). No es sino una perversión predicar que se abandone la vida y se abrace la muerte. Pues los cristianos verdaderos lo que realmente desean es morir. “Tan alta vida espero (estar en el cielo con Dios, esto es, morir) que muero porque no muero”, decía Santa Teresa de Jesús en su conocidísimo poema Vivo sin vivir en mí. Y, mientras tengo que soportar la vida terrenal, debo acercar mi existencia lo más posible a la muerte mediante el sufrimiento y haciendo ver a Dios (ese Dios cruel que se complace en mi propia desgracia) que desprecio los placeres mundanos y que deseo reunirme con Él lo antes posible. De modo que se nos proponen sacrificios, penitencias y represión de los instintos que nos impulsan a disfrutar de la vida. ¡Qué puede haber más inhumano y más perverso que el cristianismo! Nietzsche propone, en cierto modo, ser anticristiano (que no significa estar contra Cristo, como ya hemos visto) y volver a la senda del sentido común, a la senda de la vida, a la senda del disfrute y la felicidad. “¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan! En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de la tierra! En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: - el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra. Oh, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!”11 Dios no existe. No el Dios que tiene barba y escudriña desde las alturas nuestros actos para censurarlos. No el Dios del diluvio universal, ni el que nos manda castigos en forma de plagas o de enfermedades incurables. Y, del mismo modo, no existe el demonio, el diablo, Satanás o, como en realidad se denominaba ese ángel caído y expulsado del Cielo por Dios, Lucifer. Sin embargo, como lectura libre y divertida de la historia bíblica, nos gustaría hacer un alegato en favor de Lucifer. Lo que vamos a narrar es falso, ¡claro!, pero es interesante hacer el experimento de contar las cosas al revés de como nos las han contado siempre. A ver qué pasa. Creo que Nietzsche lo aprobaría gustoso. Lucifer es el ángel expulsado del Cielo por Dios. ¿Por qué? ¿Qué hizo un ángel para ser expulsado del Cielo nada menos? ¿Qué enfado tuvo que coger Dios para tomar tal decisión? ¿No pudo perdonar siquiera a un ángel? Se dice que Dios expulsó a Lucifer por su tremenda soberbia, porque quiso ser como Dios, se negaba a adorarlo o a obedecerle. “¡Oh!, -exclamarán ustedes. ¡Qué osadía!” Sin embargo, bien pensado ¿no tenía derecho o razón Lucifer para actuar así? Analicémoslo con detenimiento. Lucifer significa “el que lleva la luz” pues viene del latín lux-lucis (que significa “luz”) y fero, fers, ferre… (verbo que significa “llevar”). Lucifer, pues, es el ángel encargado de llevar la luz. ¿Qué luz? La luz de la razón, la luz del pensamiento, la luz de la ciencia. ¿Qué significa, si no, decir que alguien no tiene luces? Pues eso, que no tiene entendimiento, que no tiene inteligencia. De modo que Lucifer es un ángel eterno e inmortal que vive en un lugar junto con otros seres inmortales entre los que se encuentra uno que dice ser 11 Nietzsche, op. Cit., Prólogo de Zaratustra -3. Dios, superior a los demás. Bien mirado no parece justo ni racional que ese Dios exija obediencia, sometimiento, humillación de todos ante su persona. “¿No somos nosotros iguales que tú?”, le diría Lucifer. “¿No merecemos respeto igualmente los demás? ¡Exijo libertad, y democracia e igualdad!”, propondría. Y Dios no soporta las reivindicaciones, ni que nadie se le quiera poner a su altura, ni ser relegado a un lugar junto a los demás en lugar de por encima de todos… El Ego divino y la soberbia divina cegaron a Dios y expulsó a la razón y al pensamiento libre del Cielo por siempre. Entonces Lucifer vagó por el universo buscando espíritus racionales e inteligentes a quien ayudar a ser felices. Y encontró a Adán y a Eva, ignorantes como animalillos, pero con un potencial intelectual suficiente como para intentar hacer algo con ellos. Dios, por supuesto, les había prohibido comer del árbol de la ciencia, de la sabiduría. Pero Lucifer no podía soportar las injusticias y no pudo contener sus deseos de insistir para que comieran del fruto prohibido: la razón. Adán, más dócil por naturaleza, no aceptó. Pero Eva, la mujer, por su esencial curiosidad, decidió dar el paso que, también a nosotros los humanos, nos supuso la expulsión del Paraíso. Y se vieron desnudos a sí mismos, lo cual significa que al comer de la fruta prohibida se les abrieron los ojos a la realidad y tomaron conciencia de sí mismos. Fueron, en definitiva, despertados a la verdadera humanidad. Desde entonces Lucifer vaga por el mundo adoptando múltiples personalidades, intentando que aquellos que aún están en condiciones de rebelarse contra su destino lo hagan. Lucifer trata de iluminar nuestras vidas proponiéndonos placeres, verdades, sabiduría… Y Dios sigue enojado, eternamente enojado, lanzando a todos cuantos osan comer de ese fruto que les iguala a Dios a un eterno sufrimiento (más provocado por Él que por el propio diablo). Bueno, pues algo así, un pensamiento anticristiano en este sentido de darle la vuelta al relato de siempre, es lo que nos propone Nietzsche con su transvaloración moral y el superhombre. Lo que hasta ahora ha sido considerado como bueno, esto es, el sacrificio, el sufrimiento y la penitencia, es en realidad malo, moralmente reprobable y despreciable. La vida, el disfrute de los placeres, el pensamiento libre, el espíritu creador que no se doblega ante nada ni ante nadie, eso es lo bueno, eso es lo moral. Por tanto, Lucifer sería el portador del bien y la moral mientras Dios sería el responsable del mal en el mundo. Al menos, el Dios de San Pablo, ya decíamos. ¿Y quién es el superhombre? Aquel que es capaz de hacer esta inversión de los valores, que tiene un espíritu creador y libre de modo que se siente dueño de su vida. El superhombre ama la vida y el disfrute, busca la felicidad por todos los medios y no se rinde ante la adversidad. Ama tanto a la vida que incluso aprecia sus defectos, sus limitaciones y acepta la muerte con dignidad, sin resentimiento ni resignación. Pero un superhombre no es satánico, pues no adora ni siquiera a Lucifer. Un superhombre mata a Dios, mata a Satanás y se convierte él mismo en su propio dios.