puede ser libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser

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puede ser libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser
justo por ti si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir bien.
Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay
más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle
sólo porque también es humano... y ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien
debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa.
¡Vaya, me ha salido otro capítulo larguísimo! Pero tengo la
excusa de que éste es el capítulo más importante de todos. Lo
fundamental de la ética de la que quiero hablarte he intentado
decirlo en estas últimas páginas. Me atrevería a pedirte que, si no
estás demasiado harto, lo leyeras otra vez antes de pasar más
adelante. Aunque si no lo haces porque estás algo cansado...
¡bueno, me pongo en tu lugar!
Vete leyendo...
«Un día, cerca del mediodía, cuando iba a visitar mi canoa, me
sorprendió de una manera extraña el descubrir sobre la arena la
reciente huella de un pie descalzo. Me paré de repente, como
herido por un rayo o como si hubiese visto alguna aparición.
Escuché, dirigí la vista alrededor mío, pero nada vi, no oí nada...»
(Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe).
«Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber, Yo y tú).
«Unido con sus semejantes por el más fuerte de todos los
vínculos, el de un destino común, el hombre libre encuentra que
siempre lo acompaña una nueva visión que proyecta sobre toda
tarea cotidiana la luz del amor. La vida del hombre es una larga
marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles,
torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos
pueden esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse mucho
tiempo. Uno tras otro, a medida que avanzan, nuestros camaradas
se alejan de nuestra vista, atrapados por las órdenes silenciosas de
la muerte omnipotente. Muy breve es el lapso durante el cual
podemos ayudarlos, en el que se decide su felicidad o su miseria.
¡Ojalá nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus
penas con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un
afecto que nunca se cansa, fortalecer su ánimo desfalleciente,
inspirarles fe en horas de desesperanza» (Bertrand Russell,
Misticismo y lógica).
«Nunca hubo adepto de la virtud y enemigo del placer tan triste y
tan rígido como para predicar las vigilias, los trabajos y las
austeridades sin ordenar, al mismo tiempo, dedicarse con todas sus
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