editor invitado - SciELO Colombia

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BETANCUR
EL CORAZON Y LA...
RCC Vol. 9 Nº 4
Enero/Febrero 2002
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RCC
Revista Colombiana de Cardiología
ENERO/ FEBRERO 2002 VOLUMEN 9 NUMERO 4
EDITOR INVITADO
EL CORAZON Y LA CULTURA, Y LA CULTURA DEL CORAZON
Lectura en el XIX Congreso Colombiano de Cardiología: Cartagena de Indias, Noviembre 27 de 2001.
El corazón tiene razones que la razón no entiende.
PASCAL
"...Salvo mi corazón, todo está bien...”
EDUARDO CARRANZA
Llueve en la ciudad/ como en mi corazón.
PASCAL
Mi corazón leal/ se amerita, en la sombra.
LOPEZ VELARDE
Antes de empezar, permítanme la precaución que tomé en el Congreso de la Lengua Española, hace un mes,
en Valladolid, de rogar a los que se vayan a retirar de la sala, que lo hagan en puntillas como bailarina de
ballet, a fin de que no despierten a los que se quedan.
INTRODUCCION - Entre colegas
Cuando era niño me encantaban, tanto como ahora, todas las manifestaciones de la naturaleza a la cual rendía
culto en cada madrugada y en cada atardecer. En vano la abuela repetía que nos persignáramos a cada
relámpago, a cada trueno y a cada aguacero porque, niños, está la ira de Dios encima. En vano, porque en
la montaña era bueno y grato jugar con la lluvia y empaparse con ella a la intemperie hasta escurrir. Agregaba
la abuela que había que regar el jardín cada mañana y conversarles a las matas porque ellas eran agradecidas
y con nuestra habla, florecerían pronto y serían más olorosas. Que había que cuidar el totumo para hacer la
vajilla; cuidar el higuerillo, que nos daba el aceite para alumbrarnos; la sementera y el gallinero, que nos
daban de comer; y el achiote para colorear los alimentos. Y que no tuviéramos miedo a los muertos, ni a los
espantos en las noches de los canelones, pues con decirles :"de parte de Dios todopoderosos dígame qué
quiere" y rezarles tres padresnuestros y tres avemarías, los tendríamos de amigos, pues se trataba de almas
en penas. Eran tierras y tiempos de supersticiones y trasgos, como la patasola y la llorona. Tiempos de
rogativas procesionales para que lloviera y para que dejara de llover. Y eran tiempos de corazones colectivos
al calor del fogón y al calor del hogar. Años después aprenderíamos con don Antonio Machado, que un corazón
solitario no es un corazón.
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Es grande el honor que me otorga la Sociedad Colombiana de Cardiología a través de su presidente, el doctor
Adolfo Vera-Delgado, para hablarle a esta audiencia de científicos. Mi aceptación, que tiene tanto de osada
temeridad como de escueta irresponsabilidad, quizás encuentre explicación en el hecho de que estamos en la
reunión de un colectivo de corazones; y en el hecho de que en cierta manera somos colegas, pues, al igual que
Ustedes, también yo trabajo con el corazón, en tanto que autor de poemas que le aluden. Por ejemplo éste:
Ayer tocaron a la puerta
cerrada del corazón. Ayer tocaron.
Nadie salió a abrir.
De quién será ese corazón
enfermo, fatigado de vivir?
De alguien será.
Yo no lo sé decir:
En vez de hablar,
al viento se le oye
en noches gemir.
Nadie llama ya a la puerta
abierta del corazón.
¡Pregúntenmelo a mí!
El anterior recurso sofístico se complementa con la evocación de una anécdota de hace años, con mi admirado
amigo, el escritor argentino Ernesto Sábato. Como miembros del Comité Mundial de la Ciudad de Jerusalén,
visitábamos las obras hidráulicas, al norte, en la Galilea, de donde tomaban agua del río Jordan para las
irrigaciones, al sur, en el desierto del Neguev, donde vivía, en un kibutz, el doctor Ben Gurión. El escéptico
Sábato les dice a los ingenieros israelíes: "Quiero felicitarlos en nombre de mis compañeros de Comité y en
mi propio nombre. Da la circunstancia de que Ustedes y yo somos colegas".... Hubo un momento de silenciosa
perplejidad, pues sabíamos que Sábato es físico, novelista y pintor, pero no ingeniero hidráulico. El explicó:
Sí, somos colegas: porque Ustedes trabajan con el agua para transformarla en fertilidad y en energía eléctrica.
Y yo también trabajo con el agua en forma de rocío, porque soy poeta...
Además, me estimuló a estar con Ustedes, el hecho de que se reunan en Cartagena, un párpado de piedra bien
cerrado, llena de magia presente y cercana como mi infancia ausente y lejana. Me animó, asimismo, el haber
tenido a mano, suministrada por algunos científicos amigos y caritativos, referencias como The History of
Cardiology, del Profesor Louis Acierbo, en edición de Roche de 1993; la Histoire Ilustrée de la Cardiologíe
de la Prehistoire a nos jours, de Phlippe Gorny en Ediciones Roger Dacosta de 1985 en París; los cinco grandes
volúmenes de la Historia Universal de la Medicina, de Pedro Laín Entralgo, en las Ediciones Salvat de 1972
en Madrid y Barcelona. Y "El corazón, historia, simbolismo, iconografía y enfermedades", del médico turco
Boyadjian. Me animó, el enjundioso artículo del profesor Guillermo Lozano Bautista aparecido en el número
de mayo-junio del año en curso, en la Revista Colombiana de Cardiología, artículo del cual tomo la mitad del
título de esta lectura, la cual está recorrida por un río heracliteano de evocaciones constantes al noos o nous
de los griegos, palabras que significan inteligencia en Homero, la divinidad en Jenófanes; y el espíritu entre
los jonios.
Y me estimuló, en fin, que este XIX Congreso Colombiano de Cardiología se reúna no solo para proseguir
las investigaciones sobre el corazón, sino también para seguir pensando a Colombia, para seguir buscando
respuestas a las preguntas que llegan desde las tribulaciones de nuestros compatriotas, en la Fundación
Colombiana del Corazón y en la La Casa Colombiana del Corazón, cuyos solos nombres son incitaciones a
reconstruir el corazón de nuestra patria y a darle casa a partir de la solidaridad de nuestros cardiólogos.
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De Agustin Lara
a García Lorca.
Hablando con el corazón en la mano, la verdad es que no he sido yo partidario ni copartidario del corazón.
Son muchas las tribulaciones que me han llegado por su culpa, empezando por una arritmia congénita que ha
dado más de un susto a mis médicos de cabecera, ante mi sonriente escepticismo por saber en donde estaba
la clave que hacía enloquecer el electrocardiograma y lo convertía en un cuadro cubista de Picasso o de
Braque. Familiarmente me ha dado, asímismo, muchos sinsabores, el último, la muerte inesperada de mi
esposa, no obstante la sabiduría y el desvelo de los médicos que la atendían, cierto que con la compensación
de mi esposa Dalita, quien me trajo una arritmia diferente. Para no hablar de otras intimidades sentimentales
que desbordaban los límites del conocimiento y la delgada precisión de la cirujía; y solo encontraban lenitivo
en los poderes insondables del alcohol, y el consuelo inmarcesible de Agustín Lara y Gardel, entre otros,
quienes se dolían con estas terapéuticas palabras:
Ya no estás a mi lado, corazón,
en el alma solo tengo soledad...
Tuyo es mi corazón/ Oh sol de mi querer...
Sin llevarle más que una canción/ un pedazo de mi
Corazón.... / Tú eres su esclavo,/maldito corazón./
No estés confiado corazón,/tarde o temprano
Llorarás..../Escucha, negrita linda, /qué es lo
Que tengo en el corazón..../Con la ilusión de que
Volverás,/mi corazón abrió la puerta.
O aquella inconsolable actuación del enterrador:
Enterraron por la tarde
la hija de Juan Simón:
y era Simón, en el pueblo,
el único enterrador...
Y todos, le preguntaban,
¿de dónde viene, Simón?
Y él, enjugando los ojos,
contestaba a media voz:
soy enterrador y vengo
de enterrar mi corazón!
O aquel son del exilio
:
Cuando salí de Cuba
Dejé mi vida, dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba
Dejé enterrado mi corazón.
O aquel interrogatorio irremediable:
Dónde estás, corazón?
No oigo tu palpitar?
Más transparentes pero no menos irremediables desde el punto de vista médico, son los estremecimientos líricos
de Federico García Lorca y de don Antonio Machado:
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De García Lorca:
Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
De Machado:
En el corazón tenía
La espina de una pasión.
Logré arrancármela un día.
Ya no siento el corazón.
¡Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón, clavada!.
Es visible que más de una razón vivencial explica mis reluctancias y displicencias frente al órgano que nos
ocupa. Lo cual no es equivalente a displicencias ni reluctancias en torno al saber científico de los cardiólogos,
en cuyo conocimiento y amor profesional, encuentro plenitud y responsabilidad. Guardo dudas, eso sí, sobre
su pericia para el tratamiento de las deficiencias cardiovasculares que recogen boleros, tangos y poemas; y
que históricamente han requerido de tratamientos como el despecho, la serenata y la bohemia.
Con relación a esta última terapéutica, cada año se realiza en la hermosa ciudad de Pereira el Festival del
Despecho, para lo cual se dan cita todos los enfermos del corazón cuyas tribulaciones encuentran, si no
curación científica o milagrosa, sí el consuelo de la compañía de otros doloridos del mismo dolor; y, desde
luego, el lenitivo de la alienación o de la ensoñación o del olvido! No faltan allí, doy fe de que es cierto, quienes
envían sus dolencias al cerebro y a la cabeza que lo contiene -la cual quieren perder o la tienen ya perdidao al hígado que lo padece.. Los dolores del amor no procederían, por tanto, del calumniado corazón, sino de
una hepatitis. Y carecería de razón Eduardo Carranza cuando confiesa, en el Soneto con un salvedad, que
salvo mi corazón, todo está bien. Tampoco tendrían razón los surrealistas cuando decían: Por tu amor me
duele al alma, el corazón y el sombrero.
El corazón como mito.
No andaban tan desorientados como a primera vista se creyera, los bohemios que así cantaban. En efecto,
desde la antigüedad, el órgano que nos congrega hoy, estuvo rodeado de resplandores míticos y, por
consiguiente, de misterio. Empezando por el mamut proboscidiano de la cueva de El Pindal, en Asturias, al
noroeste de España, enigmática pintura rupestre cuya edad se remonta a veinte mil años antes de Cristo, final
del período paleolítico. La enorme dimensión hace el encantamiento del profesor Gorny, antiguo jefe de
clínica de los hospitales de París; quien dice que el inmenso corazón rojo que el mamut lleva pintado encima
de las patas delanteras, no indica si el hombre paleolítico lo pintó por el corazón mismo o para señalar el lugar
ideal para dirigir las flechas y lanzones a fin de abatirlo, en el pensamiento de que en el corazón estaba la fuente
de la vida.
En los pueblos prehelenísticos solo se hicieron alusiones vagas a la estructura del corazón, las primeras
referencias en la memorabilia de Asurbanipal y, en concreto, en el Código de Hamurabi, cuyo hermoso texto,
escrito en piedra, se encuentra en el Museo del Louvre en París.
Grecia es el comienzo y la esencia del mundo occidental, dice el filósofo español Julián Marías; porque se
planteaba preguntas y se daba respuestas con soluciones para siglos. Pues bien, entre los filósofos
presocráticos de la antigua Grecia, se sostenía que el lugar del alma era el hígado. El médico siciliano, pero
griego, Al-cmeón de Crotone, discípulo y amigo de Pitágoras, pensaba, en el siglo V antes de la era cristiana,
que el centro del pensamiento y de las sensaciones no estaba en el corazón sino en el cerebro; y que la enfermedad
proviene del exceso de calor o de frío y la salud de la mezcla proporcionada de dichas cualidades. Un siglo más
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tarde los hipocráticos serían del mismo parecer, pero sus manifestaciones sobre el lugar del alma fueron siempre
confusas: Hipócrates describía el corazón como una pirámide color púrpura y comparaba el movimiento de
la sangre con un vaivén parecido al flujo y reflujo del mar; hablaba sobre la responsabilidad de los ventrículos
y situaba en el ventrículo izquierdo la dirección del alma. Platón, treinta años más joven que Hipócrates, sostenía
-al igual que los asirios de Mesopotamia en el siglo III antes de Cristo- que el mundo emocional y sensorial se
localiza en el hígado.
De suerte que cuando Pablo Neruda dice, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, mi corazón
la busca y ella no está conmigo, para babilonios y para platónicos debería decir mi hígado la busca y ella no
está conmigo. Desde el punto de vista de la musicalidad, qué duda cabe de que más cadencioso que el vocablo
hígado es el vocablo corazón, por la sonoridad de la zeta y de la ene, sumada a ser palabra aguda corazón,
en tanto que hígado es esdrújula, poco dada a las evocaciones sentimentales.
La prueba de Erasístrato
Los discípulos de Platon no siguieron plenamente sus enseñanzas: Aristóteles, su más eminente alumno y el
mayor naturalista de la antigüedad, -con Leonardo y Galileo, la trilogía de los universales-, nacido en el año
384 antes de Cristo en Estagira, de Macedonia, por lo cual se le conoce como el estagirita, tras largos estudios
en animales disecados, concluyó que el corazón es el primero de los órganos que se forman en el embrión y el
último en morir. Para Aristóteles, cuya concepción versaba por cierto sobre tres ventrículos, es en el corazón
donde reside el alma como totalidad. En general, la tesis prevaleciente en la época, era la de que el aire
procedente de los pulmones llega al corazón; y que la sangre se fabrica en el hígado a expensas de los alimentos.
Quizá de aquellas concepciones procedan, mantenidas por la tradición oral, las calificaciones que se predican
en tiempos de corrupción, de alguien que tiene muchos hígados; o de alguien que tiene hígado para todo.
En el mismo siglo IV antes de Cristo, médicos griegos de la Escuela de Alejandría, como el erudito y
anticipatorio Herófilo, disecan el corazón y encuentran en él varias cavidades que no sospechaban; descubren
que el aire de los pulmones llega al corazón izquierdo por las arterias y que la sangre se mueve por flujo y reflujo.
Erasístrato, quien así pensaba como su maestro Herófilo, fue el primero que practicó la medicina
psicosomática y el primer ritmólogo. Boyadjian, en su preciosa y hermosa obra sobre el corazón, dice que la
historia debe guardar en su memoria la siguiente aportación curiosa de Erasístrato:
El rey de los sirios, Seleuco, llama a Erasístrato para que cure a su hijo Antíoco, quien se está muriendo.
Tras un atento examen, el médico pide que todas las mujeres que viven en la corte, desfilen ante la cama
del enfermo. Al ver a Estratónica, su joven madrastra, el pulso de Antíoco comienza a latir rápida e
irregularmente. Erasístrato participó su diagóstico al rey septuagenario, el cual, prudentemente, deja a
su mujer y la casa con su hijo, quien se cura definitivamente. De este modo, por primera vez en la cabecera
de un enfermo se pone en evidencia la relación entre el ritmo cardíaco y las relaciones amorosas. Un
cuadro del pintor Ingres, Estratónica, representa la escena del diagnóstico. Daumier pintaría sus
interpretaciones del burlón enfermo imaginario de Moliere. Frida Khalo llenaría sus autorretratos de
desgarramientos de su corazón por el perenne pero veleidoso amor del muralista Diego Rivera. Y
Salvador Dalí pintaría aquel inmenso corazón de rubíes y coronado, con esta leyenda:
Corazón, qué quieres? Corazón, qué deseas?, me decía mi madre cada vez que se inclinaba sobre mí. Para
Gala yo he repetido:
Corazón, qué quieres? Corazón, qué deseas? Y ella me ha respondido: ¡Un corazón de rubíes que palpite!
Sea este el momento de aplaudir la hermosa iniciativa del Proyecto Corazón, que se expresa en la hermosa
carpeta de los maestros Hernán Gordillo, Molano, Negreiros, Pombo, Tejada y Vera Delgado, para trascender
los límites topográficos del corazón como órgano y escalar las cumbres más elevadas de los sentidos a nivel
de arte, magia y poesía.
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El espíritu vital
Volvamos a la historia
Los conocimientos de la medicina se remontan en La India a dos milenios antes de Cristo, en los cuatro libros
santos Los Vedas (la palabra veda en sánscrito quiere decir el saber, el conocimiento). Y, en síntesis, hacen
del corazón, tanto como los egipcios, un órgano mítico, un órgano privilegiado, el sitio de la inteligencia y
del alma, con olvido del cerebro, al que se le relega a un lugar secundario.
Dos palabras hebreas expresan el corazón: son lev y levav, las cuales se encuentran 827 veces en la Biblia, según
cuenta el profesor Louis Acierno en su magnífica obra The History of Cardiology. Y su equivalente libba aparece
de continuo en el Talmud. Bien es cierto que en aquellos pueblos en los cuales el cultivo de la ciencia se confundía
con el culto a las divinidades, era difícil establecer los límites vivenciales entre los humanos y los dioses. Tal
ocurría entre los egipcios. Sin embargo, fuente de toda suerte de prueba indiciaria se encuentra en los tres
famosos papiros hallados en el Valle del Nilo y concretamente en Tebas, en distintas épocas, por investigadores
europeos. Se trata, en primer término, del papiro Edward Smith, de tres mil años antes de Cristo; en segundo
lugar, del papiro George Ebers, de mil quinientos años antes de Cristo; y del papiro Brugsch, en los cuales la
anatomía cardiovascular es tratada en forma minuciosa. Además, un papiro del Libro de los muertos de Ami,
trae la primera representación gráfica que se conoce, del corazón.
Ya en el Imperio Romano, todo el territorio científico lo cubre Galeno, nacido en Pérgamo a comienzos del
siglo II de la era cristiana, el principal anatomista y fisiologista de su tiempo, quien devolvió el prestigio al
corazón, pues sostenía que las venas que confluyen a él son arterias, en tanto que las que lo hacen al hígado
son simplemente venas. Una síntesis de su pensamiento traída por Boyadjian, es ésta: la sangre se forma en
el hígado; tras la diástole, pasa al ventrículo derecho; durante esta misma diástole, el aire de los pulmones
llega al ventrículo izquierdo por la vena pulmonar para nutrir los pulmones y el ventrículo izquierdo, a través
de las aberturas de la pared interventricular. En este ventrículo se forma el espíritu vital, por la unión de la
sangre y el aire. Este espíritu vital irriga el cuerpo a través de las arterias.
El persa Avicena, llamado el príncipe de los médicos, concibió la anatomía del corazón con tres ventrículos
y hermosamente escribió:
El corazón da la vida.
Sin él el hombre sería una planta.
Cuando se pierde,
se aproxima la muerte
Averroes seguiría sus pasos y escribiría, ya en Córdoba, durante los ochocientos años de dominación
musulmana en España, que sin el corazón no hay luz en la vida.
Dando un salto adelante, en la edad media brillaron los médicos islámicos, sobretodo en la anatomía
cardiovascular, así: Alí Husain Gilani, Ibns Cena Abul Shl Masihi y Alanddin Qarshi Ibn an-Nafis. Quien,
nacido a comienzos del siglo XIII de nuestra era, en Damasco, siglos antes que Harvey, describió la circulación
pulmonar: su pensamiento lo secundó Miguel Servet en el siglo XVI en París.
Siglos antes, según los Cronistas de Indias, los conquistadores españoles encontraron que los aztecas tenían
como una práctica religiosa común, arrancar el corazón de sus víctimas con un afilado instrumento cortante
de obsidiana, y lo elevaban a los dioses a modo de ofrenda, en medio de cánticos misteriosos algunos de los
cuales han sido descifrados en los Códices, como el Tricortesiano: un fresco del templo del Jaguar en Chichen
Itzá, en Yucatán, reproduce la escena del sacerdote maya que en la cima de una pirámide trunca, enseña a los
dioses el corazón todavía palpitante del prisionero sacrificado en su homenaje.
En los tiempos medievales el prestigio del corazón se acrecentó. Los trovadores asumieron sus rituales que iban
desde los serventesios hasta el lenguaje de los abanicos, para las destinatarias de sus ensoñaciones y
evocaciones amorosas. Los juegos florales, que tuvieron como escenarios el suroeste de Francia con Leonor
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de Aquitania y Barcelona con los catalanes, tenían como simbología corazones flechados y desgarrados, y
cadencias adoloridas, que en Cantabria, al norte de España, y en Soria, eran entonadas por frailes concupiscentes
como el Arcipestre de Hita y Gonzalo de Berceo, y como el tornadizo Marqués de Santillana.
Del corazón del paleolítico al corazón renacentista.
Miles de años pasaron entre el corazón del mamut paleolítico asturiano, y los corazones que pintara aquel
jovencito bastardo del pueblo de Vinci, que trabajara como ayudante en el taller del Verrochio, a quien en
una madrugada sacara de apuros al pintar el ángel en la parte izquierda del Bautismo de Jesús (ahora en el
Museo Británico en Londres) que el Maestro no atinaba a resolver. Milagro! exclamó el asombrado Verrochio.
Pero despidió a Leonardo cuando supo que aquel niño era el autor: "Nada tienes ya que aprender en mi taller",
agregó. Leonardo salió en busca de su destino y de ayudantes que fueran, como él, pintores, a inventar puentes,
alas, cañones, hasta tenedores y servilletas, de fecundo apetito como era, a pintar Cenáculos y Monalisas. Y
dibujos de corazones, el tabique entre el corazón izquierdo y el derecho con abertura, bajo la influencia de
Galeno. A quien continuaría Servet, con teorías tan extravagantes incluídas en sus tratados teológicos, que
moriría quemado en la hoguera.
Escribía Servet:
La unión entre las cavidades del corazón no se
establece a través del tabique central, sino que
un camino maravilloso, conduce la sangre que corre
dando un largo rodeo desde la derecha del
corazón hasta el pulmón, el cual la somete a su
acción y la hace roja. En el momento de la
dilatación (diástole), agrega, llega a la cavidad
izquierda.
El inglés Harvey le superaría, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, complementando los hallazgos del
belga Veasalio. Y sería el gran descubridor de la circulación sanguínea. Hay quienes sostienen que hasta
Harvey llega la prehistoria del corazón. Veo a Harvey, vestido de amarillo blusón, mostrando a Carlos I, con
rostro grave pero satisfecho, la cabeza disecada de un ciervo, según el cuadro del pintor Robert Hanna que
se conserva en el Real Colegio Médico de Londres. Y lo veo lleno de alegría al leer el apoyo a sus tesis que
le daba el filósofo Descartes en el capítulo V del Discurso del Método: de aquel pienso luego existo.
De nuevo estaba de moda el corazón. Y al llegar el siglo XVIII los enciclopedistas como Diderot y D’Alembert
recogen todo el saber, pero concluyen en las mismas perplejidades que en la antigüedad, porque las
anticipaciones de Hipócrates sobre las posibilidades de oír los ruidos del corazón, habían quedado en el olvido.
En 1761 el médico vienés Auenbrugger publica un folleto intrascendente sobre la percusión del tórax, que
recoge el francés Corvisart. El cual, requerido por el emperador Napoleón Bonaparte para que le tratara una
dolencia, diagnostica que solo tiene una leve gripa. El emperador lo nombra su médico privado. Su ayudante,
el bretón Laennec (cuya lección de anatomía aparece en un mural de la Sorbona, en Paris), va a examinar a
una exhuberante paciente. Cuenta el ya citado Boyadjian, que un día antes de examinar a aquella opulenta
dama (que no se había quitado la blusa en las entrevistas anteriores), Laennec probó con la percusión sobre
su corazón, pero no oyó nada. “Muy contrariado, piensa que aplicando el oído al pecho de la paciente, quizá
podría descubrir la enfermedad. Pero pegar el oído al pecho de una frondosa dama joven, era suicida. Entonces
tuvo una idea singular: tomó un cuaderno que estaba sobre la mesa, lo enrrolló formando un cilindro el cual,
aplicado bajo el seno izquierdo de la dama, le permitió oír los ruidos del corazón”.
Había nacido el estetoscopio, palabra que en griego quiere decir espiar el pecho.
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El culto al Corazón de Jesús
Habíamos dejado el corazón en las interpretaciones imaginarias del mamut asturiano, corazón que hay
incrédulos que identifican más bien con una de sus orejas. Y dijimos que más de ochocientas alusiones hay a
él en la Biblia.
En el Nuevo Testamento abundan también las referencias a los limpios de corazón, los cuales verán a Dios, según
una de las bienaventuranzas de Cristo en el Monte Tabor, en la Galilea. Pero ni porque el corazón aparece en
camafeos y relicarios como uno de los más asiduos emblemas de la cristiandad, los frailes, que recataban el arte
en los monasterios, admitían representaciones religiosas del corazón. Sin embargo, los requiebros que tres
monjas de pies descalzos, hacen en un claustro medieval -según manuscrito de la BN París- a cuál aprieta más
un rojo corazón, hacen pensar en si más que, del Sagrado Corazón de Jesús, se trataría del Corazón de Abelardo
ganado por Eloísa; o talvez el corazón de aquel cadete que robó el de la monja portuguesa Mariana Alcohorado.
En cambio el amor profano recogía para sí toda clase de corazones atravesados por puñales sangrantes,
titilantes, jadeantes, mientras los juglares y trovadores, como atrás dije, rasgaban cítaras y laúdes ante el
balcón de la amada, a la que entregaban simbologías del corazón atormentado que le cantaba. En el duermevela
de la bienamada, los trovadores jugaban a las cartas con las que se las ingeniaban para que triunfaran al as
de corazones, el rey de corazones, la dama de corazones. En el tapiz de Arras, que se admira en Paris en el
Museo Nacional de Cluny, un caballero ofrece el corazón a su amor; y El Libro del Corazón Enamorado del
rey René de Anjou, por la misma época, recoge escenas de corazones que se desangran de amor.
Solo en el siglo XV aparecen las primeras manifestaciones en Francia y en Flandes, en marfil dorado, de
ofrendas al Corazón de Jesús. Desde entonces se derogaron las prohibiciones y cayeron los muros que vedaban
a los cristianos el corazón emblemático como testimonio del amor sagrado. Abundaron las interpretaciones,
las pinturas, los murales, los relicarios, las custodias, en tanto que crecía por el mundo entero la devoción al
culto del Corazón de Jesús. De manera que cuando, en 1673 llegaron las visiones de la monja y Santa Margarita
María de Alacoque en Paray-le-Monial, en Borgoña, Francia, aquel corazón en llamas, con cinco heridas que
son otras tantas fuentes de esperanza; y con una corona de espinas y una cruz en lo alto, se regó por toda la
cristiandad en pinturas, esculturas, escapularios, novenas, libros, cánticos. Las visiones de la monja
desencadenaron un debate feroz, no exento de iluminaciones y de escepticismos. Pero dos siglos después, la
colina Montmartre de París, ve levantarse las primeras agujas de la basílica del Sacre Coeur, uno de los
símbolos de la ciudad luz, acción de gracias para el final de la guerra franco-prusiana, el mundo entero, hasta
los más apartados rincones que ya habían recibido los reflejos de las visiones de la monja y ya habían creado
congregaciones para afianzar la devoción al Corazón de Jesús. Habían llegado a las Américas y, en ellas, a
Colombia. Fue así como, para dar gracias al Señor por el final de la Guerra de los Mil Días, el presidente José
Manuel Marroquín dicta el decreto numero 820 de 18 de Mayo de 1902 que consagra la república de Colombia
al Sagrado Corazón de Jesús. Mientras, a imitación del Sacerdote Coeur de París, por iniciativa del Arzobispo
da Bogotá, Bernardo Herrera Resteepo, se levanta el templo de El Voto Nacional. Cincuenta años más tarde,
el presidente Urdaneta Arbeláez sanciona la Ley 8 del 8 de Enero de 1952 en que declara día de acción de
gracias y fiesta nacional, la del Sagrado Corazón. Tal declaración es declarada inconstitucional por la Corte,
lo cual hace desaparecer como día feriado obligatorio el de Acción de Gracias. Pero subsiste como fiesta
católica. Lo que la Corte Constitucional dejó en claro, es que el carácter mayoritariamente católico del pueblo
colombiano, mantendría la devoción del Sagrado Corazón. Y que esta continuaría regándose por todo el
territorio y por todas las actividades del ser colombiano. Llegaría a los almanaques anuales en los que aparece
la imagen con esta advocación: Corazón de Jespus, en Vos confío.
El corazón ha recobrado plenamente su prestigio. A tal punto que, desde los revolucionarios franceses, se
vuelve tansportable: en 1793 el corazón de Marat es exhibido en un cofre en los Jardines de Luxemburgo en
París. En Venezuela, después de la Batalla del Bárbula, el corazón del héroe antioqueño Atanasio Girardot,
es levado en una urna a Caracas, procesionalmente, para levantar el patriotismo de sus compatriotas, por
orden del Libertador Bolívar; en el cementerio de San Pedro en Medellín, sobre un imponente monumento de
mármol, en una urna de plata y de cristal reposa el corazón de Jorge Isaacs, autor de La María, que el
vallecaucano regalara a la capital antioqueña en demostración de amistad.
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Recuerda el cardiólogo Guillermo Lozano, que en la plaza de la colonial Tópaga en Boyacá, hay cuatro pinos
que tienen el siguiente significado: un chorote, símbolo de la creatividad; una jarra, símbolo de la buena
suerte; un ponqué, símbolo de la abundancia. Y un corazón inmenso, símbolo de la vida y de la salud.
También a la Virgen María, a la cual está igualmente consagrada la república de Colombia, le llegó el del
corazón: para muestra baste recordar la milagrosa Virgen de las Angustias que se venera en la población
cundinamarquesa de Bojacá, en la que aparece el corazón de la Virgen atravesado por siete puñales.
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Señor doctor Vera- Delgado, distinguidos congresistas:
Hemos llegado al final de este periplo. Les doy las gracias por su paciencia en escuchar estas evocaciones
deshilvanadas. Y por su diligencia que recordé al principio de esta lectura, en atender al corazón de nuestros
compatriotas y al corazón de Colombia. La mala política que tantos daños ha traído, será enmendada por la
buena política que tantos bienes puede construir. Al viejo y aguerrillo Churchill le increpaban en la Cámara
de los Comunes, cuando era primer ministro de Inglaterra, el haber sido comunista en su juventud. El
formidable combatiente respondió: pienso que corazón en mano:
Es cierto. Pero el que a los veinte años
no fue comunista, no tiene corazón. Y si
a los cuarenta años todavía lo es, no tiene cabeza.
He ahí redivivo el antiguo debate de los griegos entre los siglos VI y III a C. Así comenzó esa Grecia que no
estaba limitada al tiempo ni al suelo, dice Lain, sino que era el comienzo de un campo ideal en el que chocan
y entran en conflicto los pensamientos de hombres geniales. Y, como atrás dije, se planteaban preguntas. Y se
daban respuestas para siglos.
¿No estaremos ahora en el momento de hacernos esas preguntas y darnos las respuestas que espera nuestra
patria desde esta Casa del Corazón de Colombia, de sus cardiólogos que, al ejemplo de los maestros griegos
daban respuestas para siglos. ¿Nos será este Congreso el inicio de ese camino de ensoñaciones que, según
Borges, cuando se sueñan en compañía, comienzan ya a convertirse en realidad?
¡Muchas gracias, de nuevo, por darme la oportunidad histórica de tocar el corazón de quienes -los cardiólogoshablan cada instante con el corazón de sus pacientes, entre ellos, Colombia!
Y señalado el nuevo camino de nuestras ilusiones, en esta Casa del Corazón que es Colombia.
Belisario Betancur
Ex-presidente de Colombia
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