Las ideas y las formas

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CAPITULO VIII
Exposición de arte sacro
en Vitoria (1939).—Diálogo con Gusi y Ripoll, de la O. B.
EL ARTE SACRO:
Día tras día—porque en nosotros la herida sangraba hora tras hora—nuestro dolor ha clamado
al mundo en denuncia, en protesta, en socorro
—en aviso de alarma también—ante la obra siniestra de profanación y destrucción de templos y
objetos religiosos, consumada por la barbarie en
España.
Pero la obra de reconstrucción, una vez esta barbarie vencida, podía quizá traer equivalentes desafueros, si se emprendía y proseguía sin la vigilante asistencia de un doble espíritu de estética
dignidad y de pureza litúrgica. Si la abandonábamos, rebajada la exigencia del gusto o descuidada
la perfección del rito, a aquel mundo fofo de las
buenas intenciones, de que está fangosamente empedrado el infierno.
Para conjurar la amenaza de esta segunda catás103
trofe, se abre hoy una Exposición Internacional
de Arte Sacro (1), donde se reúnen—a título bien
de modelo, bien de ejemplo—unos cuantos entre
los mejores productos y entre los más bien orientados intentos, ofrecidos por los artistas del día y
por los artesanos, que se recogen en tarea de cotidianidad y humildad, al servicio del culto católico.
La Exposición ha de abrirse en Vitoria, ciudadela
de lealtad y tradición de la España cántabra. Y se
ha previsto, para su apertura, el Tiempo Pascual
del presente año 1939.
La amenaza de corrupción, en orden al Arte Sacro, conoce dos fuentes, contra las cuales lucharán
las disposiciones reguladoras de nuestra Exposición y, si tanta fortuna logramos, el contenido y
la lección de la misma.
Hay de una parte, no menos nociva que para el
ideal de belleza, para la auténtica piedad, la producción en serie, municionada, industrializada,
amiga de materiales de imitación y de estilizaciones mecánicas: la pacotilla, que ha dado triste
(1) En plena guerra civil española, siendo el autor de
estas líneas director general de Bellas Artes del Gobierno
Nacional, se inauguró en Vitoria la Exposición Internacional de Arte Sacro. El texto que aquí presentamos
está extraído del Catálogo.
104
Piedad. Talla en madera y placas de
Latón.
(Exposición de Arte Sacro. Vitoria, 1939.)
HAN DINENDHEL:
renombre en este respecto a ciertos santuarios y a
ciertos barrios de ciertas ciudades, donde tal comercio tiene bazar.
Hay de otra parte—y por decirlo así, en el extremo opuesto—la vanidad profesional de algunos
artistas, convertidos, por culpa de un concepto
anacrónico sobre la función social del arte, en
divos remilgados, cuya nativa ineptitud para el
trabajo colectivo se ha exacerbado todavía en los
espejismos de una propaganda gacetillera, donde
se deslumhran los mismos que la provocan; los
cuales vienen a caer, medio aturdidos, en la pretensión, el orgullo, la afectación de una propia originalidad y, como ellos dicen, de una personalidad
independiente.
Nada mejor que el rigor litúrgico para preservar
los objetos materiales consagrados a la devoción y
al culto de abandono al uno u otro riesgo. El
precepto impone aquí los materiales nobles, prefiere la fábrica de la mano a la de la máquina.
Al rehusamiento de la producción mecanizada,
acompaña siempre la repulsa para las desviaciones del lucubrador solitario.
Lo mejor, para la creación litúrgica, la obra colectiva, el esfuerzo encarnado en equipos. Lo mejor, de lo mejor, el trabajo manual en la modestia
fecunda de la artesanía.
105
Nuestra Exposición no se dividirá en secciones de
"arte puro" y de "arte aplicado". La más idealizada de las creaciones de un pintor o de un escultor, deberá tener aquí una aplicación; un práctico destino, una inserción normal de la vida. A l
más sencillo de los ornamentos presidirá recíprocamente una necesidad de pureza, que convertirá
en objeto de "arte puro" una vinajera o un mantel.
Tampoco se distribuirá nuestra Exposición en secciones nacionales. Todo lo verdaderamente litúrgico es ecuménico.
Se desea que a este concurso internacional acompañen otras manifestaciones coherentes con su sentido y destinadas a reforzar su valor edificante. Tales, los conciertos de Música Sacra, los estudios
de liturgia, tal vez divulgados en conferencias, congresos, etc. Y desde luego, los oficios religiosos
que disponga quien tiene autoridad para ello y
cuyo apoyo y bendición solicitamos para estímulo
de nuestra tarea.
Que el Espíritu Santo, más alto que todos, nos
otorgue a todos su luz, su inteligencia, su paz.
DIALOGO
—No tendremos que luchar poco, para quitarles
a las gentes de la cabeza que se trata aquí de "res106
taurar nuestro patrimonio artístico" en maneras
análogas a aquellas dominantes en lo que hemos
visto destruir. Estas maneras, sin embargo, las
inspiraba un ideal de lujo para la Iglesia. Y ahora lo más urgente consiste en obtener modelos y
tipos de soluciones prácticas, que permitan armonizar la belleza con la baratura. Aun dejando
aparte el agobio que representa para lo nacional
la gran masa de necesidades reparadoras a que
hay que atender, no debemos ocultar, pensando
en términos genéricos y previendo el porvenir, que
este se encontrará sometido por necesidad, en todas partes, y no solamente para la Iglesia, al doble
imperativo de lo que una vez he condensado yo
mismo en esta fórmula: Socialismo y Vida Sencilla... Hablo, ya me entienden ustedes, en términos muy amplios. Con decir "socialismo" no supongo la adscripción a una escuela económica o
política determinada. Y, en cuanto a lo del vivir
sencillo, ya me acaba de honrar el P. Ripoll diciéndome haber leído algún día el que publiqué
bajo el título de Decálogo de la Sencillez; allí se
declara cómo la miseria resulta enemiga de la
sencillez y siempre, por lo patética, barroca y complicada.
—Me complace esta aclaración, sobre todo en lo
concerniente a la porfía con que ahora a los liturgistas nos es necesario luchar contra el abuso del
empleo de materiales de imitación. En la escultura,
sobre todo, nuestro empeño resulta dolorosamente
difícil, por lo que representa un mercantilismo,
que no deja de encontrar apoyos y conchabamien107
tos allá donde menos se debiera. Un gran margen
de libertad puede consentirse para el empleo de
sustancias vegetales o minerales distintas, aunque
se reconozca que el más noble lugar debe reservarse a la madera, pero ya no parecería libertad,
sino licencia, el recurso a ciertos socorridos procedimientos de la producción comercial estandardizada y en serie. Una declaración de batalla a
los mismos constituye uno de los más importantes
temas a que deseamos ver traducida la enseñanza
de nuestra Exposición de Arte Sacro.
—Por mi gusto, regatearía también la admisión
a cuanto representara la continuación de una tendencia realista, expresionista y patética del arte;
tendencia que ha encontrado su más habitual manifestación en la costumbre de la policromía. En
el arte laico ello la ha hecho considerar siempre
como sospechosa; y la inclinación de nuestro juicio, a pesar de las correcciones que la erudición
haya podido traer al prejuicio de una monocromía
absoluta en la escultura antigua y, en primer lugar,
en la de los griegos, nos trae casi inevitablemente
a considerar la introducción de los elementos de
color como una inferioridad. Pero reconozco que
no puede extenderse esta valoración, en principio,
a la escultura religiosa. El consejo, aquí, será simplemente el de una moderación. Sin renegar de
aquellos momentos del pasado, sobre todo en algunos países, como España, en que la piedad
acumuló en las imágenes las notas de un naturalismo cromático llevadas hasta la inclusión cruda
de joyas, ropajes, etc., el artista moderno procura108
rá, en la medida de lo posible, educar y generalizar
el gusto con la sobriedad.
—¿Ha sobrevenido, sobre la cuestión del gusto,
en lo relativo a las artes plásticas, una acción de
consejo, cuando no de canon, venida de lo más
alto de la Iglesia, como la que, con grandes beneficios para la belleza, se produjo y sigue produciéndose en la relativa a la música? Me figuro que,
en todo caso, la fuerza empleada ha debido de ser
menor aquí que allí.
—Pío X I , en el discurso inaugural de la nueva instalación de la Pinacoteca vaticana, el 27 de octubre de 1932, concretó la función sagrada del
arte en el culto: "Construir y decorar la morada
de Dios y la casa de la oración es la suprema razón de ser del artista cristiano: el arte debe atenerse constantemente a ello, si quiere decirse y ser
en realidad religioso y racional, so pena de no ser
ya ni racional ni religioso." Sumisión a las reglas
litúrgicas, inteligencia de la fe, espíritu de oración
son de una necesidad primordial para el artista
cristiano. Derecho canónico y leyes litúrgicas, por
otra parte, obligan a los obispos (canon 1.164) a
"procurar que en la edificación o restauración de
los templos se observen las formas aceptadas por
la tradición cristiana y las leyes del arte sagrado".
En lo que se refiere a la construcción de templos,
verbigracia, o a su restauración, existe una legislación eclesiástica, condensada en los cánones 485,
1.161, 1.162, 1.164 y 1.178. No cabe duda: esta
109
legislación prosperará, se hará más precisa. Todo
ello está principalmente ligado al reciente florecimiento de la liturgia que usted sabe cómo ha permitido hablar de la "primavera litúrgica" de nuestros días.
—Ya la general tendencia del pensamiento contemporáneo, cada vez más amigo de la figura, de
la forma, de aquellas exterioridades que hemos
concluido por averiguar que son espirituales también. Antes se hablaba de "el Espíritu", como
algo opuesto a "la Letra". Hoy sabemos que la
Letra tiene también su Espíritu. La Orden Benedictina, con su gran sentido de las materialidades
del culto, viene a encontrar con ello una especie
de ideológica vindicación, respecto de otra tendencia, más voluntarista que estética, tal vez imperante, desde el siglo x v n . . . Pero conviene que este
reconocimiento del valor de lo material no implique siempre una exigencia de riqueza. Volvemos
a lo que decíamos hace un momento.
— Y volvemos, conjuntamente, a la cuestión de
los materiales. No deja esta de presentar serias
dificultades, al tratar de poner de acuerdo la economía con la liturgia. Las oraciones de la dedicación y el simbolismo de una iglesia consagrada
suponen que los materiales de construcción sean
la piedra y el ladrillo. Con el hormigón ha habido
que transigir y quizá esta transigencia se ha exagerado. Si se usa el hormigón, conviene que el
emplazamiento de las doce cruces de la consagración y el jambaje de la puerta principal sean de
110
piedra. No puede consagrarse, sino solo bendecirse, una iglesia de madera, hierro y otro metal.
—Sin transgredir ninguna de las disposiciones canónicas ni litúrgicas, me figuro, el cardenal Beson,
arzobispo de Lausana, y el cardenal Verdier, en
París, han conseguido, para las aldeas el primero,
para los suburbios de París el segundo, una verdadera floración de modelos, en que se muestra,
simultáneamente, la posibilidad de aliar la perfección con la modestia y los dictados de las tradiciones con las inspiraciones del arte nuevo. Me viene
en este instante a la memoria un ejemplo admirable, la iglesia de San Pablo de Vitry, una verdadera obra maestra, con la maravillosa nervadura
que cubre el techo como lo cubriera una red de
pescador. Estas iglesias del cardenal Verdier estaban calculadas de manera que su coste no excedía
de la suma de ochenta y tres mil a noventa y seis
mil francos de ante-guerra; mejor dicho, de posguerra, cuyo valor medio podemos calcular en
media peseta por franco. Esto me recuerda también, en otro orden de cosas, a aquel presupuesto
de cincuenta mil pesetas, que atribuíamos a nuestras Bibliotecas populares, cuando se construyó
una red de ellas en Cataluña, cada una con su
edificio propio y nuevo de planta. En aquellas cincuenta mil, iban comprendidos los fondos iniciales de libros, el moblaje y la decoración también...
En Suiza, en la Alemania católica se han multiplicado igualmente las construcciones religiosas de tal
género. Aquí tendremos las fotografías en riquí111
sima colección y algunas maquetas. Lo que me
hubiera gustado es poder instalar aquí, aneja al
Palacio de Villasuso, en que ha de celebrarse nuestra Exposición, una pequeña iglesia, completa e
independiente ejemplar inclusive en las condiciones de su emplazamiento.
Las deseables no se reúnen tampoco en la realidad con demasiada frecuencia. El Pontifical quiere
que el templo esté aislado de otros edificios profanos, de manera que pueda darse la vuelta a su
alrededor. Una situación elevada favorece al aspecto y a la higiene de la iglesia. Se aconseja evitar, con todo, las rampas de acceso muy pronunciado y las escaleras, porque la iglesia debe ser
accesible a todos, incluso a los inválidos. En r i gor, ninguna orientación del edificio está canónicamente prescrita. Pero es aconsejable guardar, si
las circunstancias lo consienten, la orientación tradicional y simbólica del altar mayor hacia el Oriente, que las rúbricas del Misal suponen. Este altar,
no se olvide, es el centro definitorio del Culto.
Todo, en la iglesia, debe estar supeditado a su
primacía y lleva el gravamen de su visibilidad.
—Usted sabe que en las catedrales españolas es
corriente que esta condición de la visibilidad del
altar mayor se cumpla muy difícilmente por la interposición de los coros, plantados en el centro de
la nave. Pero las santas milicias de la liturgia han
empezado ya su combate en este punto; no sin
escándalo de cierto fariseísmo arqueológico, que
invoca los fueros de lo castizo.
112
—No habrá que luchar menos, y en lucha paralela, acerca de la cuestión de la luz. También aquí
el casticismo se perece por las iglesias oscuras. Un
arte de gran valor estético algún día, el de las vidrieras, andaba ligado a ello. Se alega, para defender la penumbra ordinaria, que esta es propicia
al recogimiento. No parece en principio que lo sea
menos la luz natural, sobre todo si es indirecta,
según lo alcanzado por muchos artistas modernos,
en soluciones particularmente felices. En todo caso,
conviene no olvidar dos cosas: que el presbiterio
debe recibir la mayor cantidad posible de luz, con
el objeto de atraer el interés de los fieles hacia el
altar, y que estos deben poder practicar la lectura,
según se va ya generalizando, con el provecho espiritual consiguiente.
—Los fieles no son meros espectadores, sino verdaderos actores del drama litúrgico que en el altar
se realiza. Debe al igual por esto reprobarse la
excesiva elevación del altar. También la excesiva
longitud de la nave significa obstáculo para aquella
espiritual colaboración. La nave amplia y de escasa
longitud, si es rectangular, como el doble o poco
más de su anchura. Esta proporción facilita la visibilidad del presbiterio y el oír al predicador.
Como límite entre la nave y el presbiterio, bastará
una balaustrada, que puede servir también de comulgatorio.
—Nuestros problemas se complican con la cuestión de los altares secundarios. No se puede ocul113
LAS IDEAS.
8
tar que la piedad popular, con la devoción a santidades y advocaciones particulares, opera en el
sentido de la multiplicación de aquellos y, con
esta multiplicación, puede mermar el sentido de la
misión, en la generalidad del templo, que, subrayada por la centralidad del Sacrificio, pudiera aún
ser mantenida incólume, por medio de una atribución mayor de sensibilidad a principios como
el de la Comunión de los Santos o el de las jerarquías angélicas. Un sano sentido litúrgico desaconseja, sin embargo, los extremos de esta pululación.
Que los altares secundarios se instalen, en todo
caso, en capillas o ábsides, abiertos en los muros
exteriores de la iglesia y no adosados a los pilares
de la nave central, a fin de que los fieles que miran
el altar principal no sean distraídos por estos altares laterales.
—Como no debieran ser distraídos por la predicación simultánea. No poco tiene que hacer ahí
el proceso de la regularidad litúrgica. Desde luego,
y dejando en paz por ahora el pasado, preferiremos en las iglesias nuevas, y así la nuestra lo
tendrá, bien o mal instalada, los ambones, situados a ambos flancos del presbiterio, destinados al
canto del Evangelio y de la Epístola, y que pueden servir para la predicación igualmente, sin necesidad de que se dedique a esta pulpito especial.
También preferiremos, en el altar, la posibilidad,
por lo menos en ciertas circunstancias, de que el
sacrificador pueda celebrar vuelto de cara hacia
114
los asistentes. El padre Ripoll pone mucho empeño también en la cuestión de las casullas: las
desmangadas y en forma que reciben el nombre de
"guitarra", merecen toda su aversión. Hay, en todos estos capítulos, mucho que reformar, que revolucionar si se quiere. Pero toda revolución eficaz
ha sido siempre hecha en el mundo en nombre
de una tradición. Lo que importa es distinguir
siempre la falsa tradición de la verdadera. Aquella
se adhiere a modas y rutinas que han perdido ya
su validez o que, por su naturaleza misma, se han
condenado a caducidad. La verdadera tradición
toma solo en cuenta lo perdurable.
—Como siempre, aquello de que nos debemos
guardar es, por un lado, la tentación de la moda;
por otro lado, la del tipismo. Si contra la primera
se necesita armarse de cierta dosis de valor, más
todavía este es necesario para la defensa ante la
segunda. El peligro para nuestra Exposición de
Arte Sacro no está para quienes trabajamos en su
preparación, con las consiguientes obligaciones de
selección, jerarquía y rehuso—tan temerosamente
en la invasión de ciertos pruritos de extravagancia, que tampoco justo es decirlo, han dejado de
penetrar en ciertos medios modernos—, como en
la vulgaridad adocenada—tanto más adocenada
cuanto más suntuosa—, que en esta ocasión encontraría fácil y casi atractivo disfraz en los oropeles de la afectación patriótica. A mal Cristo, mucha
sangre, y a mala arquitectura, mucha águila bicé115
fala. Si aquí se invoca al Espíritu Santo, cabe esperar que su protección nos favorezca con el don
de la universalidad, representado por el flujo de
sus lenguas de fuego. Las llamas se asocian y su
conjunto defiende. La hoguera que alumbramos
aquí mantendrá lejos a la Mentira, al Mercantilismo, a la Vanidad, a la Estupidez. A las fieras y
al diablo, en suma.
—Así sea.
—Separémonos ahora tras de haber practicado un
a modo de rito de exorcismo.
116
CAPITULO V I I
E L ARTE Y LA RELIGIÓN:
Diálogo con Gu-
tiérrez Duran.
—¿Que de la discusión nace la luz? Mejor, de la
apacible conversación. ¡Luz, más luz!
—No es el grito agónico de Goethe fruto exclusivo del sentir romántico. La heliomaquia encorajinada es de todo estudioso, aun del filósofo
bergsoniano, para quien también el conocimiento
más puro es agua del turbión vital. Pero en esta
lucha por la luz hay una estrella polar oculta; una
finalidad que no es prima ínter pares, sino magnífica piedra de Champolion para quien logra
desenterrarla. En la misma Teología el tratado
base y clave es el De Deo Uno et Trino. Por ello,
no es de extrañar que usted, al rematar la parte
central de su Epos de los Destinos, recuerde la
apreciación agustiniana de que "la razón humana
es una fuerza que conduce a la unidad".
Y en medio de las ricas, múltiples y, aparentemente, desunidas páginas de sus Glosarios, desde
La Bien Plantada, cuya pujanza se ejerce para el
orden de unificación, hasta el prólogo fechado en
90
1942 a la última edición del Epos, en que estudia
la confluencia de la personalidad y la historia en
el destino; desde su concepción del cosmos, flexible y ambicéntrica, como la eclipse kleperiana,
hasta su teoría, de reminiscencia platónica, sobre
las ideas en las que vida y concepto, intuición y
discurso buscan la fusión, alienta un secreto impulso buscador de la unidad contra todo aquello
que dispersa y separa.
Este eje secreto, activo y determinante, que no
puede ser la idea-fuerza de Fouillée. Se nos antoja
que usted, filósofo de los "eones" en un último
ensayo, titulado Filosofía de la Cruz, y en la intersección de sus dos líneas matemáticas, hay "por
lo menos un punto indivisible, un punto objetivo,
algo a que no puede negarse ya ni aplicarse ninguna vacilación de relatividad".
No solo su ciencia de la Cultura participará, desde
hoy, de esta claridad y se explicará por esta clave,
sino hasta su misma metafísica. Tan es así, que el
citado ensayo sirve como la mejor explicación de
su tesis doctoral sobre Los argumentos de Zenón
de Elea y la moderna noción del Espacio-Tiempo.
En la crucifixión de la línea horizontal del espacio por la incidencia vertical del tiempo, que es
donde Aquiles alcanzará a la tortuga y la flecha
dará en el blanco, tendrá lugar el acontecer histórico. Estas cruces, trazadas por el corte de las
líneas temporal y espacial, son las que nos dan
el supremo exorcismo que hace triunfar de la
muerte a las cosas humanas, y en las que logra91
ni os el dominio racional de las horas. ¡La presencia protagónica de la Cruz, de la Cruz que redime
y salva!
—Hay también en todo verdadero diálogo, algo
de crucifixión. Por algo se dice "cruzar la palabra".
—Tiene usted, además de la pasión del diálogo,
la del arte. Usted, que ha llegado a ver que el
ritmo y la figura no son sino la síntesis de la unidad con la multiplicidad—la segunda en el espacio, la primera en el tiempo—y alcanzó a rastrear
que el barroco es una constante histórica, por
encima y antes que un simple estilo artístico, y
rebasó la contradicción entre la fenomenal apariencia y lo numenal en ella contenido, entre Historia y Símbolo, por su teoría el "sentido", que
reúne en algo sintético el significado conceptual
y la estructura materia, supo descubrir, también,
lo que llamó "ley de gravitación de las artes".
Pero esta nominación se nos antoja casi anecdótica, por más que sea cierto el hecho de que "en
cada época de la Historia de la Cultura una de
ellas se convierta en centro de atracción para las
otras". Se trata aquí de las artes, de lo plural
y a lo sumo de las leyes experimentales. Pero no
del Arte en sí, de su punto de atracción.
—Tal vez lo primero, si hemos de prosperar en
nuestro diálogo, será que nos restrinjamos a algunos temas los términos de su consulta. Solo
unos cuantos nos será posible ahora saludar, en
92
el verdadero cosmos de problemas levantado por
su inquisitiva asociación de términos.
—Escojamos, en primer lugar, el de la distancia,
vecindad, dependencia o unidad entre estos dos
enunciados: Religión y Arte.
—Me acuerdo ahora de aquellos libros que salían, hace cincuenta, hace cien años, con títulos
parecidos a Armonía entre la Religión y la Ciencia. Esto corresponde a una manera de concebir
el espíritu como dividido en secciones, entre las
cuales cabe acuerdo o disensión, relaciones o emulaciones parciales, como las que el criterio internacionalista establece entre los pueblos, y a las
cuales se debe esta institución que dicen gloriosa,
del Derecho internacional, así como en la Sociedad de Naciones y una incontable muchedumbre
de guerra. Pero en la unidad viva del Imperio se
identifican todas estas arbitrarias exteriorizaciones,
al modo como en la unidad viva de las Humanidades se desvanecen todos los artilugios y pedanterías de la "literatura comparada" y de otras
disciplinas del mismo tenor. El filósofo recién asesinado, Giovani Gentile, defendería bien la suprema síntesis en que Religión y Arte se superponen,
como dos aspectos de una realidad espiritual sola;
a la manera como, si quiere usted un símil, el
mapa geográfico político y el mapa orográfico de
un mismo país.
Aclaremos la interpretación de esta síntesis y esta
superposición en el recto sentido, ya que no se
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trata en ellas de que, en este mundo, la Religión
pueda ser ganada por otra forma superior y suprema, sino de las manifestaciones psíquicas que
responden a la íntegra vida espiritual del hombre.
La plenitud del espíritu, que es siempre, a la vez
"concepto y expresión", se afirma aquí, como en
cualquiera de las cuestiones, que, desde un punto
de vista convencional o metódico, pueden suscitarse. Me gusta, como a Platón, emplear el vocablo
"idea" para guarismo de esta síntesis. Ni hay arte
verdadero que no sea profundamente religioso, ni
un católico radical, un católico de sangre, puede
concebir una religión que no sea esencialmente
artística; ya sabe usted lo que les ha costado a
islámicos y protestantes, y cuan duramente han
expiado, en irreligiosidad práctica, sus respectivos
intentos de restablecer actitudes y tradiciones religiosas desprovistas de pensamiento figurativo, de
traducción formal.
—¿Se ha hecho algo decisivo en favor de esta
tesis?
—Hace algún tiempo recibí de una Casa editorial
de París una Historia de la pintura religiosa. A la
autora—porque era una autora, y excelente—le
escribí agradeciendo la generosa invocación que en
el curso de la obra hacía continuadamente de puntos de vista que me son predilectos, sobre el barroco, sobre los pintores españoles, sobre Poussin,
etcétera; pero protestaba al mismo tiempo contra
el olvido en que tenía uno, más fundamental:
94
aquel según cuya formulación resulta imposible
separar la pintura de los asuntos religiosos de cualquier otro género de pintura. Esto es tomar por
base de la crítica los llamados "asuntos", base
cuyo valor he combatido constantemente, tal como
puede usted ver en...
—¿Las Tres lecciones en el Museo del Prado...? (1).
—Justamente.
—¿Y su pensamiento se apoyaba...?
—De ello daba a mi corresponsal una prueba
práctica fehaciente: que en su pretendida Historia
de la pintura religiosa la tabla onomástica comprendía los mismos nombres, todos los nombres,
exactamente los mismos nombres, que hubiera
comprendido una Historia general de la pintura,
desde el siglo i después de Jesucristo hasta el siglo xix. Y no comprendía los nombres de los pintores anteriores al Cristianismo, simplemente por la
razón de que la posición convencional en que el
texto había sido redactado excluía del concepto
de religión a las religiones paganas. Y no incluía
a los artistas florecidos con posterioridad a cierto
momento del siglo xix, porque tampoco consideraba religión al panteísmo, actitud que, en realidad, es religiosa—aunque falsa, claro está—, como
lo revela el fenómeno de que la mayor parte de
(1) Introducción a la Crítica de Arte: Tres lecciones en
el Museo del Prado. Ed. Aguilar.
95
estos pintores, si no todos, fuesen por antonomasia, si no por definición, paisajistas, con una estética interior que involucra ya, por sí sola, un postulado íntimo de divinización de la naturaleza.
Yo no creo que la auténtica posición íntima de un
Monet sea distinta que la de un Haeckel. Tan
lejos del humanismo está el uno como el otro.
—Siendo así, y dando por supuesta la trascendencia sobrenatural del buen arte católico, ¿qué contribución de formas aportó el Cristianismo a las
artes?
—Creo que lo que debe plantearse es el tema
de la posibilidad de esquemas morfológicos comunes a actitudes religiosas distintas. El Cristianismo
fue un ejemplo muy elocuente de esta posibilidad.
Cabe decir que sus primeras producciones iconográficas apenas si cambiaron el repertorio del arte
antiguo. La arquitectura tomó, para modelo de
la Casa de Dios, el templo, el tipo de los palacios
del rey, o "Basileo", de cuyo modelo salieron las
basílicas; y cuando se quiso figurar a los Santos
Angeles, se recurrió a la representación habitual
de las "Nikes" o Victorias aladas. Fueron necesarios doce siglos para que, con el arte gótico, apareciera una morfología propiamente cristiana; mejor dicho, una morfología a la cual es costumbre
atribuir tal calidad, porque lo que parece confirmado, sobre todo por los modernos trabajos de Strygowski, es que el goticismo puede ser considerado
como un estilo, anterior al Cristianismo, de muchos templos y otras edificaciones, bien de la Siria,
96
MARCO, arquitecto. R . DE VELASCO, pintor.
(Exposición de Arte Sacro. Vitoria, 1939.)
Batisferio.
I
bien de la Escandinavia; y que su inspiración proviene, genéticamente, de la construcción naval, no
de ningún espiritualismo especial ni "ansias de infinito". Una catedral gótica presenta la forma, si
bien se mira, de un navio invertido. La construcción naval, por otra parte, ha sido más de una vez
en la historia fuente de inspiración para la arquitectura en general: ni es nueva la observación de
que el modernísimo estilo llamado funcional, el estilo de los Groepius y Le Corbussier, debe no poco
a los modelos de los transatlánticos...
—¿Sirve este criterio para enjuiciar la iconografía
cristiana?
—La novedad de una iconografía cristiana, si la
hubo, no duró en su exclusividad mucho tiempo.
Cuatro siglos después de la aparición de las catedrales góticas, ya se volvía a las andadas, y M i guel Angel figuraba al Cristo, en el fresco del
fondo de la Capilla Sixtina, que representa el Juicio
Final, bajo la forma menos nazarena posible, con
los rasgos atléticos y el rostro lampiño de un Apolo. Pero ¿qué más, si hasta en el lenguaje—que
también es arte—, la Iglesia tomó y fijó definitivamente, para su uso, el de la lengua latina, no
solo perpetuando su canon, sino impidiendo que
jamás pudiese ser esta considerada, con verdad,
como una "lengua muerta", puesto que el latín
cristiano viene extendiendo considerablemente la
esfera nominativa del latín clásico; llevándola, por
ejemplo, hasta las regiones de la filosofía, en las
cuales el latín clásico había penetrado muy poco?
97
LAS IDEAS.
7
La Escolástica es tan admirable a título de creación dialéctica como a título de creación artística,
de atribución y plasmación de un léxico latino aplicable a temas que carecían de él. Lo que le acabo
de decir, relativamente a la adopción de formas
léxicas, podría repetirse relativamente a casi todos
los capítulos de la Liturgia. El Cristianismo ha estado haciendo constantemente lo que Menéndez
Pelayo llamó "verter el vino nuevo en odres viejas" y labrar "la forma purísima pagana" con pecho y corazón cristianos. Todo esto, entiéndase
bien, cuando el Cristianismo es católico. Lo primero que hizo el protestantismo, al romper con
Roma, fue romper a la vez con el arte de la antigüedad clásica. Las imágenes fueron desterradas
de los templos y Lutero se apresuró a verter la
Biblia a lengua vulgar.
—Dentro de los temas de relación entre el espíritu
y la forma, ¿qué opina usted de la relación entre
las artes y las concepciones políticas, en cuanto a
la gestación de nuevas formas plásticas?
—Recuerdo que, en 1934, nos encontrábamos reunidos en Venecia unos cuantos estudiosos del arte
representantes de los varios países cultos convocados por el Instituto de Cooperación Intelectual.
Los dos temas de "El Arte y la realidad" y de
"El Arte y el Estado" fueron examinados y discutidos con amplitud. Acerca del último se suscitó,
era faltal, la cuestión de si, a la inspiración fascista, habían de corresponder la invención de nuevos
estilos en el arte. Había allí, venidos del extranjero,
98
algunos que exageraban y que sostenían que sí,
que era intolerable que las nuevas concepciones
sobre el Estado no se tradujesen siempre a arquitectura, a pintura, a escultura, en nuevos modos.
Fueron cabalmente los representantes oficiales de
Mussolini quienes llamaron a estos temerarios a
la sensatez. "¿Quieren ustedes ejemplo de revolución más grande y trascendental que el Cristianismo?", nos dijeron. "Pues el Cristianismo, al aparecer, no innovó en arte nada." Y predijeron que
si nos empeñábamos en sacar nuevos estilos de la
cabeza, estos morirían en flor, arrastrando quizá,
con su muerte, otra cosa que estilos. Los cuales, si
acaso, habían de ser traídos, no por las improvisaciones del albedrío, sino por las sedimentaciones
de la Historia.
—Puedo, a este propósito, bien que entre paréntesis, comunicarle una noticia: el Angel que procuran ofrecerle sus amigos de Valencia, no tardará mucho tiempo en terminarse. Será un ángel
grande, con las alas replegadas. La oportunidad
de esta noticia nos brinda a plantear un problema
particular de la iconografía católica.
—He aludido antes a la representación iconográfica del Angel, que el Cristianismo naciente tomó,
con la morfología, de las Victorias aladas. Ya es
muy de agradecer que la prefiriese a la que literalmente hubiera cabido atribuir, a los primeros
Angeles que comparecen en la Biblia, la morfología feroz de las cabezas de toro y las espadas flamígeras en las manos, la de Kerubs o guardianes
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puestos a la puerta del Paraíso, para impedir que
Adán y Eva probasen de volver a él. Esta humanidad de los orígenes, lanzada fuera del Jardín y
arrojada a la guerra y la muerte, se encontró, en
su terrible orfandad cósmica, con dos alas enemigas que la flanqueaban. Por un lado, las bestias,
las bestias anteriores a la domesticación, fieras
amenazantes, que solo el fuego podía mantener
alejadas. Por otro lado, los Angeles mismos, en
función de guardia en contra de ella. ¿Habrá algo
más conmovedor que esta doble epopeya primitiva, que esta doble hazaña de doma que, por un
lado, convierte al lobo carnicero en perro fiel y,
por el otro lado, acaba sustituyendo al Kerub de
frente de toro por el servidor, conductor y consejero de Tobías? Bueno es, pues, que no queramos
acordarnos en nuestras representaciones de la forma terrible de los primeros y que hayamos adoptado la humanamente amiga del segundo. Pero, de
ahí a que extrememos la obra de disminución, hasta convertir al Angel de Tobías, adulto, viril, armado y zancudo, por itinerante—en la tabla de
Pollaioulo, que está, o estaba, en la pinacoteca
de Turín (que no sé si a estas horas se llama real)
es muy picante, precisamente, el contraste entre
la anatomía atlética de Rafael y sus alas de buitre,
con la enteca y grácil catadura de Tobiasillo, de
piernas finas como patas de insecto—en la degeneración de esos cupidillos, de esos "angelitos"
bebés, inclusive a veces con una cabecita y dos
alas nada más, hay una distancia, que nuestra iconografía no hubiera debido salvar nunca y en
cuyo fatal recorrido veo la causa de infinitos males.
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Entre ellos, del descrédito práctico en que ha caído, por la nota de puerilidad que suele acompañarla, la devoción a los Angeles Custodios, convertida por muchos de hecho en una especie de
vaga ensoñación poética, propia de los niños tan
solo, en guisa de las que rodean la fiesta de los
Reyes Magos o de San Nicolás, en los países del
Norte. En nuestros tiempos, y por culpa de estas
cosas, parece como si el Angel hubiese pasado a
ser, por definición, el símbolo de la inocencia,
cuando importaría tanto seguir viéndole como el
representante de la Ciencia, de la más alta Ciencia, que puede pasarse del discurso. Ya sabe usted
cuan decidido empeño pongo en la renovación,
representada por el restablecimiento del verdadero
sentido de lo angélico.
Un ruego, antes de terminar. Haga usted también
campaña contra los "angelitos", amigo mío, hágala usted por amor de Dios. Al cual reservaremos
siempre, según dogmática distinción, el culto de
"latría", de adoración, que a El solo es debido,
sin perjuicio del culto de "dulía", o devoción, que
debemos a los Santos Angeles. Y que no nos detenga en la campaña ni el hecho de que la morfología del angelito no haya sido traída exclusivamente, en lo histórico, por la tendencia barroca;
ni de que un pintor tan clásico como Rafael haya
puesto aquella pareja de puíti en lo bajo del cuadro de la Madona Sixtina. Con todo el respeto
debido al nombre que ellos llevan y al de su pintor, y, aunque anatómicamente no tengan con qué,
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a mí estos angelitos me dan tres patadas. ¡Cuánto
hubiera preferido ver, en su lugar, la cúpula del
Vaticano o, si cronológicamente esto era imposible, por lo menos el andamiaje que hubo de servir para levantarla!
Es tarde. La noche desciende, cálida y amorosa,
a las orillas del Manzanares. Cuando el tiempo es
bueno parece hacerse aquí sensible la presencia
del Angel de la Guarda.
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