Francisco Sotomayor

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Revista Digital de la Universidad Autónoma de Zacatecas
Nueva época. Publicación cuatrimestral. Enero-Abril 2007, volumen 3, número 1.
ISSN 1870-8196
Francisco Sotomayor: pesquisas de un autor eclesiorregular
zacatecano. Un estudio historiográfico
Francisco Sotomayor: inquires of a missionary zacatecano
author. A historiographic study
Salvador Moreno Basurto
Unidad Académica de Historia
Universidad Autónoma de Zacatecas
e–mail: [email protected]
A la memoria de don José Luis Moreno Rodríguez «el Jefe».
Resumen
Los franciscanos sufrieron la exclaustración del colegio apostólico de
Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe en Zacatecas en 1859
por la aplicación de las leyes de reformas por el gobernador estatal
González Ortega. Muchos fueron los escritores tanto conservadores como
religiosos que se quejaron de este acontecimiento. El sacerdote José
Francisco Sotomayor fue uno de ellos. Escribió su Historia del apostólico
Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe en 1874 y posteriormente una
segunda edición en 1889.
En esta obra el autor tuvo el propósito de rescatar del olvido a esta
institución religiosa. Su obra se convirtió en una especie de homilética o
discurso religioso para descubrir los designios de Dios en la historia de este
colegio y cómo, a pesar de los malos tiempos, se podría vislumbrar el
restablecimiento del colegio en un futuro cercano. En el fondo la obra
analizada es una historia romanticista con tintes providencialistas por parte
del autor.
Palabras clave: historiografía, siglo XIX, nación, escatología, mariología.
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Abstract
Franciscans were expulsed from the Apostolic College of Propaganda Fide
of our Lady of Guadalupe in Zacatecas 1859, due to the application of
Reform Laws by the state governor Jesús González Ortega. Many writers,
both conservative and religious, complained about this. The priest José
Francisco Sotomayor was one of them. He wrote Historia del apostólico
Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe («History of Apostolic College of
Propaganda Fide of our Lady of Guadalupe») in 1874, and a later second
edition in 1889. The author aimed to keep this religious institution alive in
collective memory through this book. It became as a kind of homiletic or
religious discourse in order to discover the designs of God in the history of
the College and, despite the bad times, reestablish the College in a nearby
future.
The
book
analyzed
is
essentially
a
romanticist
story
with
providentialist hues.
Keywords: historiography, XIX century, nation, scatology, mariology.
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Introducción
Tras la emancipación del dominio español, ante ojos de los liberales, el siglo
XIX representa para México el punto de arranque hacia una autonomía
como nación. En sus primeros treinta años la nación –desde el Plan de
Guadalupe hasta la Reforma propuesta por el Presidente Benito Juárez–
desarrolló un sentimiento anticolonialista en pro de una República, a
semejanza de los Estados Unidos de Norteamérica. Así, la Iglesia y el clero –
reminiscencias novohispanas– se convirtieron en el blanco de ataques del
ideario reformista durante el gobierno de Benito Juárez. Los conventos no
fueron la excepción, ya que además tenían amplios territorios en su poder.
El gobierno lo llamó «bienes de manos muertas», bienes a los que había
que expropiar.
Este esfuerzo por parte del reciente gobierno no era nuevo, el
antecedente se puede encontrar desde la época novohispana con las
reformas borbónicas. No solamente fue Carlos III sino su sucesor Carlos IV
quien expidió en 1794 una disposición sobre los bienes eclesiásticos en el
que obligaba a la Iglesia a contribuir con los gastos del Estado. En 1795, se
dictaron leyes ordenando la intervención de jueces laicos en los tribunales
religiosos; para 1798 se llevó a cabo la enajenación de bienes raíces de los
religiosos, el producto de dichas ventas en la Real Caja de Amortización se
puso al 3 % de interés anual. Por último, en 1804, se dio la expedición de la
Real Cédula de Consolidación; en ella se mandaba recoger los capitales
de juzgados de capellanías y de obras pías, con la intención de enviarlos a
España.
Contra estas disposiciones reales se oponía el clero y los terratenientes
novohispanos, a tal grado que derrocaron a Iturrigaray de virrey cuándo
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intentó poner en práctica las disposiciones reales. Aunque la reforma
eclesiástica de los dos reyes no pudo realizarse, resultó ser el antecedente
de las reformas de Gómez Farías en 1833, de Juan Álvarez durante 1855,
Ignacio Comonfort en 1856 y de Benito Juárez en los años 1859 y 18601.
Zacatecas, al igual que otros estados liberales, vio cómo fueron expulsadas
las órdenes religiosas de sus ciudades. El colegio apostólico de Guadalupe
recibió la orden de exclaustración el primero de agosto de 1859, lo que
ocasionó una revuelta popular que se oponía a las disposiciones del
gobernador en turno el general J. Jesús González Ortega2.
Francisco Sotomayor se sumaría a la tendencia conservadora en pro de la
defensa de la Iglesia y sus instituciones, en especial al colegio de
Guadalupe. En sus escritos se puede ver esta predilección, por ejemplo en
su novela Ruinas del monasterio publicada en 1874, en un capítulo
intitulado «Exclaustración» escribe: «tocamos ya el blanco de nuestras
narraciones; el punto a que principalmente se dirigen. Vamos a recordar
un hecho reciente, una de las aberraciones que comete el mundo: ¡la
exclaustración; esto es, un ataque directo a la libertad individual!»3Sin
embargo, sería en su libro Historia del Colegio de Guadalupe... donde se
explayaría al quejarse constantemente de «los dolorosos acontecimientos»
y de paso intentaría rescatar al colegio de las garras del tiempo para que
su memoria no se olvidara.
La vida de Sotomayor ha sido muy estudiada
por Enrique Salinas en la edición facsímil
Poliántea del mismo autor4. Anteriormente,
fray Ángel de los Dolores Tiscareño había
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escrito una reseña sobre el clérigo apoyado, según comenta, en una
autobiografía «escrita de su propio puño, en 120 páginas (inédita)».5
Francisco Sotomayor nació el 2 de octubre de 1821 en la hacienda de
Sauceda cerca de Guadalupe, Zacatecas. Comenzó a trabajar desde los
dieciséis años, por lo que no pudo aplicarse en sus estudios hasta los
veintiocho años. En 1849 ingresó al Instituto de Ciencias de Zacatecas, ahí
permaneció sólo cuatro semanas, ya que después pasó al Seminario de
Guadalajara en el que tuvo como maestro de latín y filosofía a Agustín
Rivera. Tuvo que interrumpir sus estudios debido a que en 1851 la
revolución de Blancarte, en la ciudad de Guadalajara, clausuró el
seminario. En este tiempo fue cuando tuvo contacto con fray Crisóstomo
Gómez del colegio de Guadalupe, quien lo convenció de ingresar al
plantel. En 1852, a la edad de 31 años, tomó el hábito franciscano en el
Colegio de Guadalupe de manos del padre Guardián fray Diego de la
Concepción Palomar, pero sólo permaneció cuatro meses a causa de su
frágil complexión física.
Volvió a Guadalajara donde obtuvo el grado de bachiller por la
universidad, y luego el presbiterado secular en abril de 1854. Ejerció su
ministerio en Mazapil a lo largo de diez años y después en Real de Catorce
–ambos poblados pertenecientes a la diócesis de San Luis Potosí–, estuvo
solamente cuatro meses, porque en 1864 fray Diego de la Concepción
Palomar, en ese entonces Gobernador de la nueva Mitra de Zacatecas6, lo
invitó a incardinarse7 a la nueva diócesis, con la anuencia de don Ignacio
Mateo Guerra, primer obispo de Zacatecas. Ya en la ciudad se le nombró
capellán de coro en 1864 y fue director y catedrático de teología moral
del nuevo seminario. A partir de 1869 se retiró a la vida privada y
aprovechó para dedicarse a la actividad literaria. Fundó periódicos y
publicó más de veinticinco obras que van de la historia a la poesía y del
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devocionario a la novela. Sobre su deceso no se ponen de acuerdo sus
dos únicos biógrafos; pues mientras Tiscareño dice que murió «a la edad
de 76 años, 6 meses, 4 días» el miércoles santo, 6 de abril de 1898,8 Enrique
Salinas sostiene que murió el martes santo de 1899 y que fue inhumado en
el panteón de la Purísima el 29 de marzo de 18999. Lo cierto es que ninguno
brinda determinada fuente.
Por lo que se refiere a sus escritos publicados, Emeterio Valverde nos
presenta una larga lista de material bibliográfico que este sacerdote llegó
a publicar:10 libros mariológicos como El Ave María. Comentada en diez
devotas meditaciones (1865 y 1869), Reflexiones sobre la aparición de la
Santísima Virgen de Guadalupe (1875), Sermón sobre la Santísima Virgen
(1871), Devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe que se puede rezar
en todo tiempo, pero principalmente el día 12 de cada mes (1872), y
Delicias del alma en la contemplación y amor de la Santísima Virgen
(1875).
Su única obra de carácter cristológico fue La venida del Mesías. Pequeño
drama bíblico (1870) y una obra josefina titulada El devoto josefino (1880).
Una obra catequística de nombre Catecismo razonado de la Doctrina
Cristiana, circuló de manera continua en los años 1872, 1875 y 1889. De
corte litúrgico se encuentra la obra Rúbricas del Misal Romano en verso
castellano... publicado en 1886 y 1889. Sin duda su obra más prolífica
fueron diversas novelas con rasgos edificantes y moralistas: El solitario del
Teira, en 1873; Las ruinas del monasterio, en 1874; Las tardes de la Pradera o
el nuevo amigo de las Familias, en 1876; y Un santuario en el desierto, en
1877 y posteriormente en 1890.
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Para la historia local la que más destaca es Historia del apostólico Colegio
de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, desde su fundación hasta
nuestros días, formada con excelentes datos, se editó por el mismo padre
Sotomayor en la Imprenta Económica de Mariano Ruiz de Esparza en
Zacatecas entre los años 1873-1874; luego en 1889, hubo una segunda
edición en dos tomos.11Durante la aplicación de las leyes de Reforma en
Zacatecas y por ende la exclaustración de los religiosos, Francisco
Sotomayor ejerció su sacerdocio en la Diócesis de Guadalajara, lugar
donde tal vez leyó el opúsculo Los Crímenes de la Demagogia.12 Su
llegada a la nueva diócesis coincidió con el retorno de la comunidad
franciscana al Colegio (1864), durante ese periodo pudo convivir con los
franciscanos hasta 1867. Como antiguo miembro de esta comunidad, fue
quizá cuando comenzó a escribir su obra histórica.
Idea de la historia
Me centraré en su Historia del Colegio de
Guadalupe.... Tal parece que el título no es
nada humilde sabiendo que los anteriores
escritores jamás utilizaron la palabra Historia
para sus escritos; Sotomayor en cambio lo hizo
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¿a qué se debió esta decisión? Posiblemente temía el fin de su mundo
cristiano, ante los giros y embates históricos por los que estaba pasando
tanto la segunda mitad del siglo XIX mexicano como el mismo colegio de
Guadalupe. Sotomayor escribió su obra dentro de un ambiente dualista
opositor: por un lado, estaba la situación política en la que no solamente
las órdenes religiosas fueron excluidas del ámbito social de la nueva
nación, sino que la abierta política de los liberales –grupo triunfador
encabezado por Benito Juárez– abrió más la brecha entre el Estado contra
la Iglesia,13 y, por el otro, estaba la efervescencia guadalupana bajo la
discusiones eruditas entre aparicionistas y antiaparicionistas, así como la
promoción para la coronación de la Virgen.14
Inmerso dentro de este escenario, Sotomayor justifica la hechura de su
obra para lograr el restablecimiento del Colegio de Guadalupe debido a
la exclaustración15, o por lo menos la memoria del colegio más importante
del mundo y que avive la necesidad en el lector de la utilidad de los
monasterios sobre todo en México16, pues sus apuntes históricos «algo han
de servir... y yo creo hacer un servicio, aunque imperfecto a mi patria y a
mi religión».17 Considera que no existe una diferencia entre religión y
cualquier forma que gobierne a los hombres, sea república, imperio o
nación.18
La necesidad de la historia, en este caso al servicio del colegio de
Guadalupe, es útil o en más de los casos, se ofrece como lección muy
ciceroniana. Su Historia tiene la función para que la memoria de esta
institución no se pierda, así vemos una marcado idea herodotoniana en
Sotomayor. La historia del colegio de Guadalupe debería ser escrita por un
sabio.
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No por modestia sino obsequiando a la verdad, confieso
ingenuamente,
que
no
soy
yo
quien
debía
escribir
esta
importantísima historia; pero habiendo venido a mis manos
preciosos manuscritos, y continuando con otros muchos datos no
menos apreciables, no pude resistir al vehemente deseo de formar
mis narraciones, mientras pluma mejor forme las suyas sobre la
misma materia.19
De esta manera considera útil su historia del colegio de Guadalupe,
mientras no aparezca otra con las nobles características de la época:
completa, erudita, adornada y que cumpla con los elementos bellos de la
literatura20. Se le puede considerar la primera Historia escrita del Colegio
Apostólico. Anteriormente existían las crónicas de los religiosos del
convento, desde fray Simón del Hierro, hasta fray Francisco Frejes o apenas
bosquejos como el de Alcocer. En realidad Sotomayor se apoyó en dichos
cronistas. El autor señala: «confieso ingenuamente que no soy yo quien
debía escribir esta importantísima historia; pero habiendo venido a mis
manos preciosos manuscritos y contando con otros muchos datos no
menos apreciables, no pude resistir al vehemente deseo de formar mis
narraciones, mientras pluma mejor forme las suyas sobre la misma
materia».21
Estos manuscritos a los que se refiere Sotomayor son los de Bosquejo de fray
José Antonio Alcocer y fray Hermenegildo Vilaplana. Se vale de la historia
de nuestra Señora del Refugio del P. fray Joaquín de Silva, del Método de
Misionar entre Fieles de fray Francisco García Diego y en su mayor parte
del Cronicón de fray Francisco Frejes. De autores seculares se apoyó en
una obra titulada Oda del licenciado José María Moreno y del opúsculo
Crímenes de la Demagogia. Trascribió algunos documentos originales y
relató sucesos sabidos por boca de testigos, como en el caso de la
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exclaustración o en algunos momentos él mismo fue testigo ocular o
auricular22. Pero ante este mar de fuentes el padre Rafael Cervantes
comenta que está hecha la obra a base de comentarios y narraciones
con más imaginación y sentimiento que rigor histórico.23
La obra de Sotomayor continúa con la tradición de las hechuras de las
historias propias del siglo. La mayoría de las veces, trascribe obras ya sean
publicadas o no. La intención del autor es sencilla: rescatar sucesos
históricos de una institución antes de que se pierdan en el tiempo. Este
objetivo herodotoniano, pero a la vez casi positivista, es la que le da
elementos suficientes para copiar los trabajos inéditos de autores como
fray Francisco Frejes (1784-1847) –cronista, historiador y literato del colegio
de Guadalupe– o de algunos de talla internacional como Chateaubriand.
No todo es trascripción, la estructura discursiva de la obra se conforma por
un estilo cuasihomilético por parte del autor; en efecto, Sotomayor no
olvida que es sacerdote y por lo tanto portador de una verdad. La historia
del colegio de Guadalupe además de brindar datos históricos está
conformada por un continuo sermón con intenciones verdaderamente
claras. A lo largo del texto, no deja de lanzar discursos casi homiléticos, lo
que permite ver su posición a favor del mundo católico amenazada por el
gobierno liberal, antagonista del discurso de Sotomayor.
Idea de progreso y nación
Si bien Sotomayor añora los buenos tiempos de la institución religiosa del
colegio, exhorta al lector a una moralidad netamente cristiana y, sobre
todo, exalta la devoción mariana, en especial la guadalupana. No es
partícipe de una añoranza real, es decir, no extraña a la Nueva España no
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quiere regresar a ese sistema; habla más bien de patria, nación, país,
mexicanos. Para el tiempo que escribe su Historia es obvio que ya está
inmerso en una realidad nacionalista, a la que él desea estamparle una
mentalidad cristiana católica. Pero una idea cristiana libre de elementos
nocivos, por lo que arremete contra prejuicios, que en su mayoría,
emergen del populacho.
Después de probar que los aparecidos no son contrarios a la fe católica
(no son más que almas del purgatorio «que pedían sufragios [...] mediante
el permiso divino»24 y que ya los había narrado conforme a los testimonios
de misioneros en Nayarit), desbarata la superstición y el espiritismo. La
primera porque no es posible que frecuentemente aparezca el diablo, y la
segunda porque es imposible que la voluntad humana pueda invocar al
demonio.25 Ambos errores son propios del siglo que la iglesia lucha para
erradicarlos; el primero generado por la ignorancia de los pueblos alejados
de la ciudades centros de la verdadera civilización, y la segunda por
modas importadas desde Europa, contrario a los dogmas católicos.26
Sotomayor se queja de la situación nacional en la que las continuas
revoluciones están agotando al país internamente:
cuando veo, con sumo dolor, que en México, tierra y nación
privilegiada bajo todos respectos [sic], se ha perdido en muchas
cabezas la idea de lo que han sido y serán los monasterios,
especialmente los consagrados a la propagación de la fe, creo y
con razón, que debe revivirse esa idea civilizadora y propia de las
naciones verdaderamente ilustradas.27
A la vez que el gobierno mexicano hacia el exterior caía en similar
descuido,
como
el
recién
fundado
obispado
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de
las
Californias,
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abandonando a su obispo fray Francisco García Diego,28 Sotomayor
extraña a la nación desde su presente. En México existe una gran variedad
de hermosos paisajes para el recreo del visitante, pero las obras del
hombre (científicas, artísticas y religiosas) se perdieron con la Revolución.
«¿En dónde está el progreso?» –se queja. En Zacatecas ya no está el
templo de Chepinque con su aspecto gótico; el templo de san Agustín,
ahora en pequeñas viviendas, amenaza su ruina; el Colegio de niñas, el
Templo de San José, la Aurora, La Concepción, etcétera todas han sido
sustituidos por tabernas, talleres y viviendas... «¡pobre Zacatecas!».29
En otra obra vuelve a sostener lo mismo: «Una ciudad sin templos no
parece una ciudad ilustrada, ni civilizada”, pues los templos miden el
grado de civilización y de ilustración de una ciudad y de un país»30. Las
causas las encuentra en «las revueltas políticas, la vorágine de las pasiones
y el trastorno de las ideas, [que] hicieron concebir y poner en obra la
exclaustración».31 Por eso nuestro autor tiene una intención en su obra
(igual que el autor de Crímenes de la Demagogia): hacer una historia de la
gran desgracia de los religiosos del colegio y de la situación ruinosa de su
edificio por las mismas causas, debido al destierro de la comunidad
franciscana.
Juicio a la exclaustración
A manera de introducción en los capítulos XXI y XXII de la segunda
edición,32 inicia lamentándose ante un hecho que debería ser omitido de
la historia del colegio. Pero «tenemos que penetrar [en esta] materia que
de buena gana omitiéramos, si la integridad de la historia no lo exigiera» ya
que «Es una oscura mancha que ha caído en la historia de México, que
debiera por mil razones ser brillante y sin borrón alguno». Comienza su
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narración con el decreto de exclaustración del primero de agosto de 1859.
No hay datos, pero sí abunda la retórica romántica, para enaltecer a los
religiosos y hacer que el lector los compadezca de su suerte. Para este fin
cita, o mejor aún, hace una trascripción literal del punto XI de Crímenes de
la Demagogia y de otros textos de autores en boga de la época. El conde
de Montalambert, Victor Balagar, Chateaubriand, Balmes, el barón de
Henrión,33 son autores que defienden las instituciones «monásticas» en el
mundo. La humanidad le debe mucho a estas instituciones, América no
puede ni debe de ser la excepción, en especial México. La civilización fue
importada por los religiosos a este continente y hacia el norte el Colegio de
Guadalupe destacó por el papel que desempeñó.
De esta manera, la exclaustración es un acto vergonzoso: «el hecho de la
exclaustración de los Religiosos del Colegio de Guadalupe, es sin duda
una de las más negras manchas que registrarse puede en la historia de
Zacatecas».34 Luego escribe: «añadiremos, para concluir, algunos apuntes
de un efemérides que afortunadamente llegó a nuestras manos, lo cual
extractamos brevemente con sus debidas observaciones».35 No dice
cuáles son estas «efemérides», sólo se limita a mencionarlas y hacer con
ellas la historia de la exclaustración. Si bien es cierto que deja el
acontecimiento al final a manera de colofón o conclusión, es el primer
trabajo impreso histórico que narra la expulsión de los franciscanos de este
convento, pero sin olvidar que su discurso es nostálgico y quejumbroso, al
igual que Crímenes de la Demagogia. «Lloremos sobre Guadalupe, sobre
su devoto templo, sobre sus venerables claustros profanados ya...! Lloremos
sobre los dispersos religiosos que sufrieron y sufren aun, la persecución...!
¡Bienaventurados! porque fueron hallados dignos de padecer por el
nombre de Jesús».36
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El siguiente capítulo –XXII– trata sobre el Colegio después de su
exclaustración con el mismo tipo de discurso. La apología monástica y la
crítica al sistema dominantemente «ilustrado» están fundamentadas por las
historias universales y nacionales, lo que permite reconstruir la historia local.
Un recurso que retoma en este capítulo es el teofánico; para él toda
presencia de Dios o manifestación milagrosa es digna de ser registrados en
la historia. Un caso que se menciona, es aquél de cuando los religiosos
fueron expulsados totalmente y el gobierno dio órdenes de que se
destruyera el convento: «y para que el pueblo no se opusiera, se halagó a
éste prometiendo las puertas, las ventanas, la madera de todo el
edificio.»37 Una «mano invisible poderosa e irresistible» frustró todo intento
de destrucción.
Reconoce que si las profanaciones se dieron es porque fueron permitidas
por Dios, pero aun en estos sacrilegios Dios sigue actuando. El edificio se
convirtió en diferentes cosas con el paso del tiempo: primero fue una
escuela de artes que no duró mucho; después una escuela protestante
(algo escandaloso para Sotomayor) que desapareció por encanto y lo
sustituyó una fábrica de cerillos que terminó con un incendio38. Ante tales
acontecimientos, la causa de las desgracias que abaten al humano es
porque cayó en el pecado. Los males que aquejan a México no son los
decretos del mundo, sino todo espíritu manchado por el pecado. Así, en la
retórica de Sotomayor, la historia es maestra que enseña a todo hombre a
volver a los verdaderos pasos del bien y de la verdadera religión.
Cuando el panorama nacional es más negro, existe todavía una
esperanza para el autor, pues aunque el edificio está abandonado,
destruido y en ruinas,39 Sotomayor rompe su discurso temático y cae en un
nuevo tema que aparentemente no tiene nada que ver con la
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exclaustración. Con el fin de apartar de la vista cuadros tan tristes y
desoladores, obliga al lector a que centre su atención en otras historias
más encomiables para el colegio: la Imagen de la Santísima Virgen de
Guadalupe que está ubicada en el altar principal del templo40; «el cuadro
del colegio bajo sus aspectos físicos, científico, religioso y social»;41 las
fundaciones del colegio apostólico de Cholula y el proyecto del hospicio
en Palestina42 y la erección de la capilla de la Purísima.43 Ya no vuelve a
tratar la expulsión, ahora su tema es la historia de la imagen de la Virgen
de Guadalupe. ¿A qué se debe este brusco cambio de tema? No lo
explica, pero es posible que quiera mover al lector de una piedad a una
devoción. De ahí que pase de las malas noticias a las halagüeñas, de la
soledad de una expulsión al refugio de la virgen como madre protectora.
Para Sotomayor es ésta la conclusión del capítulo que a pesar de su
compromiso con la historia él no quería relatar.
La escatología de Sotomayor
Es cierto que Sotomayor estampa en su obra una marcada añoranza por
el colegio tanto como institución necesaria para la evangelización de los
indígenas, como la continuación de la fe católica para resaltar el
nacionalismo o patriotismo naciente. Pero ante el entorno histórico que
vive, que no le deja más que una constante pesadumbre y que así lo
plasma en su obra, se muestra optimista en que a la larga la Iglesia y la fe
católica resurgirá y se integrarán a la dinámica social. El colegio también
resurgirá de sus ruinas, con la ayuda de Dios y por intercesión de la Virgen
María volverá a florecer lo que en el pasado se perdió: nobles y heroicos
misioneros, un instituto donde brillarán las ciencias y el amor a Dios y a su
Madre «entonces se oirá de nuevo el órgano y el canto melodioso, y se
verá el culto divino en un esplendor sorprendente y sublime. Entonces
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resonarán en su augusto coro los Salmos de David, los Himnos y las
oraciones de la Iglesia».44 Al igual que Torquemada y Mendieta, este autor
decimonónico vuelve al discurso escatológico pero ahora más puntual y
conciso: «es en el Colegio de Guadalupe donde Saldrán los misioneros, y
nadie interrumpirá sus pasos, y harán resonar la palabra divina en las
aldeas, en los pueblos y ciudades, en las capillas rurales y en los suntuosos
templos, en el campo y en las plazas. Y se convertirá el impío y el pecador,
y se fortalecerán los justos!».45
Asimila las ideas escatológicas de los cronistas del siglo XVI al retomar la
propuesta de una época dorada que antecede a la que está muriendo.
En efecto, para Sotomayor la primera época dorada es la que brilló en el
siglo XVIII con los grandes logros misionales tanto de fieles como de infieles
por sus grandes misioneros encabezado por su ilustre fundador: Margil de
Jesús. «La gloria del apostólico Colegio de Guadalupe, en su primera
época, fue grande por la observancia de la regla, por sus sublimes
funciones religiosas, por los esfuerzos evangélicos y santidad de sus hijos».46
Los tiempos que a él le tocó vivir –segunda mitad del XIX, revolución de
independencia, secularización de los bienes de la Iglesia y en especial la
exclaustración– son solamente una etapa intermedia entre esta época
dorada con la más brillante que está por venir. Mientras tanto todos los
males que padece en dicho intervalo es un momento de purgación
debido a las culpas de los mexicanos
Y quien patria mía, os privó de tanto bien. ¿Fueron acaso, las
ideas, las pasiones o los caprichos de los hombres? No, no, los
pecados de tus hijos. México no supo apreciar los bienes que el
cielo
benigno
le
concediera. México
fue
ingrato, México
prevaricó[...] Y Dios irritado castigó a mi nación permitiendo la
ruina de muchos templos y de todos los monasterios [...] y entre
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ellos [...] ay de mí [...] el Colegio apostólico de Nuestra Señora de
Guadalupe de Zacatecas, el más celebre de todos.47
Pasadas estas penas vendrá –por fin– la segunda época dorada que
revitalizará al colegio y que a diferencia de la Parusía cristiana de fray
Jerónimo de Mendieta, finales del siglo XVI, para Sotomayor el gran
acontecimiento no tendrá visos apocalípticos universales sino logros a
pequeña escala: «a gloria segunda será mayor que la primera! entonces
se celebrará la canonización de su santo Fundador y quizá también de
otros varones venerables de Guadalupe y sus imágenes se dejarán ver en
los altares. La gloria de la segunda época brillará más que la de la
primera».48
Margil fue un el eje central del colegio tanto en el principio como en el fin.
La misma fundación del colegio tiene estos visos providencialistas. Desde el
inicio del primer capítulo de su obra, Sotomayor cita constantemente a
Alcocer, al igual que éste acude a la Crónica Apostólica de los Colegios...
de fray Isidro Felix de Espinosa, quien a su vez se basa en la obra del padre
Escaray, Voces del Dolor. No obstante, Sotomayor le otorga un sentir
providencialista, sobre todo, con la famosa misión de 168649, en la que se
nombra como fundador a Antonio Margil de Jesús; el mismo Sotomayor
afirma que «el Señor lo eligió para fundador del colegio».50
El autor necesitaba más argumentos para sostener su idea, por lo que
recurrió a la ciudad de Zacatecas, pues «en esa época feliz presentó un
cuadro sublime, grandiosamente edificante». En ella se desarrollaron los
sentimientos
de
buenas
costumbres,
moral
y
caridad.
Así
que
providencialmente la ciudad estaba preparada para estas instituciones
apostólicas.51 Parte de la tradición de la aparición de la Virgen en la Bufa y
de que su sola presencia «venía a ahuyentar las sombras de la noche del
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error que dominaban en los naturales». En este sentido, no duda en
asegurar que la Virgen María fue la causante de la docilidad de los indios y
por ende es la primera misionera. Pues mientras Dios con los colonizadores
terminaba la conquista material, María con la ayuda de los misioneros
«hacía milagrosamente la conquista de las almas de los indígenas».52
Estas ideas no son del todo de Sotomayor, ahonda en el tema que ya
anteriormente fray Francisco Frejes había señalado, de hecho este religioso
–antes que Sotomayor– «creía que pertenecer a la comunidad de
Guadalupe, era una señal de predestinación».53 De esta manera, era un
privilegio ser religioso del colegio a lo largo del siglo XIX. Aunque después
de la exclaustración, el colegio se perdió, desapareció o quedó en ruinas;
la visión de Sotomayor era casi teleológica. Se muestra optimista en que
algún día resurgirá de las cenizas como en el pasado sucedió con el
templo de Jerusalén, el cual fue reconstruido gracias a la libertad que Ciro
le dio a su pueblo; así también sucederá con el colegio de Guadalupe: «el
Señor moverá los corazones de nuestros gobernantes, y nos darán libertad
para
reedificar
nuestro
célebre
y
muy
querido
monasterio
de
Guadalupe».54
Tal plenitud destinada al colegio, no sólo estará encargada por Dios, sino
también por intercesión de María. En efecto, ya se ha visto que Sotomayor
es un ferviente devoto de la Virgen María. Por lo tanto, su visión mariana
estará grabada constantemente en su obra, incluso se la dedica a ella:
«que mi [...] obrita sea para la gloria de Dios» pero por vía de la Virgen de
Guadalupe,55 María es la precursora de los misioneros en México y en
Zacatecas56 a la vez que es la pacificadora de los chichimecas.57
Asimismo, quebranta la prudencia historiográfica de fray Antonio Alcocer y
aún de fray Simón del Hierro con retornar la historiografía del colegio a un
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providencialismo y más aún: un providencialismo mariano. Este discurso
posiblemente lo tomó como referencia de La Muralla Zacatecana de
Bezanilla.58
Finalmente, también confronta la imagen mariana con la figura
margilológica. Resalta las virtudes cristianas del fundador del colegio y las
entrelaza con la devoción mariana. Sostiene que Margil «amó a la Reina
de los cielos, con todas las potencias de su bendita alma, con todos los
afectos de su puro y bendito corazón. La Santísima virgen era, después de
Dios, toda su delicia, toda su esperanza, todo su consuelo».59 Sotomayor
establece una tríada entre María, Margil y él mismo pues escribe: «glorioso
Padre Margil de Jesús: ¡quien te imitará! Da una limosna de ese tesoro, por
amor de Dios, al que te ama con ternura y escribe estos pequeños rasgos
de tu vida. Dale una limosna».60
Conclusiones
Con el nacimiento de la nación en el siglo XIX, caracterizada por una
política nacionalista y liberal, la Iglesia dejaría de ser una de los principales
protagonistas de la historia de México. Ahora su presencia sería secundaria
ante los nuevos protagonistas conformados por burócratas y militares, el
religioso sería derrumbado de su pedestal.
Como contrarrespuesta a la reciente posición del religioso-misionero,
Francisco Sotomayor, como buen romanticista, tenía en su mente una idea
nacionalista propia: exaltar las instituciones monásticas al considerarlas
importantes y –sobre todo– necesarias para México;61 prueba de ello era la
tremenda responsabilidad de los misioneros frente a aquellos mexicanos
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que habitaban las zonas norteñas que faltaban por catequizar y por ende
civilizar.62
La exclaustración constituyó el tema a tratar para los historiadores o
cronistas del colegio de Guadalupe, pues no solamente vieron a su
institución ya inserta en las circunstancias que aquejaban al país, sino que
se aferraron a sus propias formas de pensar desde un conservadurismo
similar al de Sotomayor. Asimismo propone el restablecimiento del colegio
de Guadalupe y demás monasterios que «reformarían las costumbres de
los pueblos, preservándolos de los infinitos males del vicio».63 Sotomayor
buscará reintegrar y reivindicar al religioso al tiempo actual y la historia del
colegio ostentará un renovado discurso que es de reclamo y añoranza.
Notas
Agustin Cue Cánovas, Historia social y económica de México. 1521-1854, México, Trillas,
2002, p. 166.
2 Cuauhtémoc Esparza Sánchez, Compendio histórico del colegio apostólico de
propaganda fide de nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, Departamento de
investigaciones históricas de la Universidad Autónoma de Zacatecas, 1974, p. 94.
3 Francisco Sotomayor, Ruinas del Monasterio Zacatecas, Imprenta económica de
Mariano Ruiz de Esparza, 1874, p. 347.
4 José Francisco Sotomayor, Poliántea histórico-zacatecana, Zacatecas, Nazario Espinosa,
1897. Edición facsimilar, Facultad de Humanidades, Universidad Autónoma de Zacatecas,
Estudio preliminar, bibliografías, notas e índice onomástico de Enrique Salinas E.,
Zacatecas, 1995, XIV+61 pp.
5 Ángel de los Dolores Tiscareño, Nuestra Señora del Refugio, Zacatecas, Talleres Nazario
Espinoza, 1909, pp. 406-407.
6 Cfr. J. Ignacio Dávila Garibi, Recopilación de datos para la historia del Obispado de
Zacatecas, Zacatecas, Imprenta económica, 1949, p 105.
7 Cuando un obispo admite como súbdito propio a un eclesiástico perteneciente a otra
diócesis lo incardina, es decir, lo integra.
8 Tiscareño, op cit, p. 408.
9 José Francisco Sotomayor, Poliántea, op cit, p XIV.
10 Emeterio Valverde, Bio-bibliografía eclesiástica, Tomo III, Sacerdotes, México, Editorial
Jus, 1949, pp. 437-439.
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11 Francisco Sotomayor, Historia del apostólico Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe
de Zacatecas, desde su fundación hasta nuestros días, formada con excelentes datos,
dos tomos, Segunda edición, Zacatecas, Rafael Ceniceros y Villarreal (editor), Imprenta y
encuadernación de “La Rosa” a cargo de Manuel Ceniceros, 1889. Para el presente
trabajo me basaré en esta segunda edición.
12 Crímenes de la Demagogia, Tip. del Gobierno a cargo de Luis P. Vidaurri, Guadalajara,
1859.
13 Desde la perspectiva de Casillas esto sólo debilitó la frágil interacción entre la población
–mayoritariamente católica– con el grupo dominante, donde con anterioridad la Iglesia
tenía un papel preponderante en las decisiones nacionales. José Gutierrez Casillas,
Historia de la Iglesia en México, México, Porrúa, 1993.
14 Cfr. David Brading, La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, México, Taurus,
México, Segunda Edición, 2002, pp. 447-480.
15 Sotomayor, Historia del Colegio de Guadalupe..., op. cit., Tomo I, p 12-13.
16 Ibidem, pp. 12-13.
17 Ibidem, p. 8.
18 Ibidem, p. 11.
19 Ibidem, p. 7.
20 Ibidem, p. 11.
21 Ibidem, p. 7.
22 En algunas ocasiones dice: «Yo fui testigo de la verdad que escribo».
23 Antonio Alcocer, Bosquejo de la historia del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe y
sus misiones año de 1788, México, Porrúa, 1958, pp. 9 -10.
24 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo I, p 287.
25 Ibidem, pp. 288-289.
26 En estas páginas y en las siguientes se puede percibir el escrito de Sotomayor como un
sermón.
27 Ibidem, p 8.
28 Ibidem, pp 294-296.
29 Ibidem, tomo II, pp 348-350.
30 Cfr. Sotomayor, Poliántea, p. 25; retoma la cita de Chateaubriand, «El Genio del
cristianismo».
31 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo I, p. 12.
32 Publicada en 1889, treinta años después de la exclaustración y quince desde la primera
edición en 1874, donde los capítulos XXXV Y XXXVI abordan dicho tema.
33 Algunos de ellos fueron ampliamente leídos por los franciscanos. La biblioteca particular
del noviciado posee libros que datan de la época. La obra del Barón de Henrión titulada
Historia de la Misiones, (dos tomos, Biblioteca de Jurisprudencia, México, 1879), se
encontraba en la biblioteca del Seminario Conciliar de Zacatecas al igual que la obra del
resto de los autores. Cfr. Salvador Moreno Basurto, El ex-Colegio de Propaganda Fide de
Ntra Sra. de Guadalupe de Zacatecas y un primer catálogo de la Biblioteca Fray Antonio
Margil de Jesús de la orden franciscana, Tesis de Licenciatura, 1994, inédita, ficha 14, pp.
102 - 103.
34 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo II, p. 291.
35 Ibidem, tomo II, p. 291.
36 Ibidem, p 301.
37 Ibidem, p 304.
38 Ibidem, pp 304-305.
39 En el mismo año en que se publicó la Historia del apostólico colegio... (1874), Francisco
Sotomayor sacó a luz una novela moral titulada Ruinas del Monasterio (Zacatecas,
Imprenta Económica Mariano Ruiz de Esparza, 1874). En ella rescata los valores de la
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familia, la religión, la vocación laica y religiosa, etcétera, que se enfrentan a las
adversidades mundanas del siglo XIX.
40 En el mismo capítulo XXII del tomo II, que trata sobre la exclaustración gira la narración
hacia la imagen guadalupana a partir de las páginas 312-315.
41 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo II, capítulo XXIII.
42 Ibidem, cap. XXIV.
43 Ibidem, cap. XXV.
44 Ibidem, p. 405.
45 Ibidem, p. 406.
46 Ibidem, p. 404.
47 Ibidem, p. 403.
48 Ibidem, p. 405.
49 Ibidem, tomo I, pp. 14-18. Cfr. Alcocer, op. cit, pp 62-63, Felix de Espinosa Crónica
Apostólica de los Colegios..., op. cit., 1746, pp. 66-68 y 499-500. Considera a esta misión
como el gran anuncio para el origen del célebre colegio de Guadalupe. ¿Es posible
conjeturar que, desde su posición, Sotomayor considera que Dios ya tenía el proyecto de
este Colegio?
50 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo I, p 48.
51 Ibidem, p 17. Cfr Alcocer op cit., p. 62.
52 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., tomo I, pp. 15-16.
53 Ibidem, tomo II, pp. 196.
54 Ibidem, p. 405.
55 Ibidem, tomo I, p. 1-2.
56 Ibidem, p. 16.
57 Ibidem, p. 16.
58 José Mariano Esteban de Bezanilla y Mier, Muralla zacatecana..., México, don Felipe de
Zúñiga y Ontiveros, 1788, pp. 181-193
59 Sotomayor, Historia del Apostólico colegio..., op.cit., tomo I, p. 72.
60 Ibidem, p. 73.
61 Ibidem, p. 8.
62 Ibidem, p. 12.
63 Ibidem, p. 12-13.
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