Fundamentos ideológicos de la paridad de género I. Introducción Desde tiempos remotos, la sociedad ha relegado a las mujeres en un segundo plano ante la subordinación de los hombres; lo anterior, se ha reflejado tanto en las costumbres como en la legislación de distintos países. Por una parte, los tratos y oportunidades para el pleno ejercicio de los derechos fundamentales no han sido óptimos; por otra, los ordenamientos jurídicos limitaron la capacidad de ejercicio de las mujeres cuando se les consideró incapaces para celebrar determinados actos jurídicos, especialmente, los que implicaban la administración y disposición de bienes. Como consecuencia, las mujeres se rezagaron en los ámbitos político, civil, económico, social y cultural de tal forma que aún se puede apreciar a pesar de las medidas implementadas durante la segunda mitad del siglo XX. Así, el problema de la discriminación contra las mujeres se abordó desde diferentes aristas con la finalidad de conocer sus orígenes, motivos, así como las propuestas para eliminar la desigualdad por razón de género que limita injustificadamente el ejercicio de los derechos fundamentales de las mujeres. Como consecuencia de lo anterior, los conceptos exigidos han ido variando según el entorno político y social aportado; por ejemplo, a partir de 1970, comenzó el interés por los derechos reproductivos de las mujeres. No obstante lo anterior, la lucha por los derechos político-electorales superó las fronteras temporales y espaciales, toda vez que es un tema inconcluso desde el siglo XVIII y que se presenta en todos los países, incluso en los que se caracterizan por ser democracias desarrolladas. De esta forma, la reivindicación por los derechos políticoelectorales inició con la demanda del voto activo de las mujeres; sin embargo, no se limitó a ello y eventualmente se enfocó en el sufragio pasivo que implica el derecho a ser votado y a ocupar el cargo en caso de triunfar en la elección. La limitación del ejercicio del sufragio pasivo se relaciona con los estereotipos impuestos por la sociedad que sirven para argumentar que las mujeres deben limitarse al trabajo doméstico. Por lo anterior, existe una proporción baja de mujeres que acceden a los cargos de poder que tienen como objetivo el manejo de recursos y la toma de decisiones. La situación anterior es un problema presente tanto en el ámbito público (acceso a cargos que conforman los Poderes de la Unión en todos sus niveles o directivos de organismos constitucionales autónomos) como en el privado (consejos de administración, sociedades, comités ejecutivos, direcciones de empresas). La cuestión se 1 acentúa si se toma en cuenta que los cargos están ocupados por hombres, a pesar de que la población está conformada en un 50% por mujeres1. No obstante lo anterior, los esfuerzos para aumentar la participación de las mujeres en los cargos de representación popular fueron más constantes que para cualquier otro cargo de toma de decisiones. El primer cambio se observó al momento que las mujeres adquirieron el estatus de ciudadanas y se les reconoció en las leyes fundamentales el derecho a votar y ser votadas2. Sin embargo, el hecho de reconocer que las mujeres tenían el derecho al sufragio no fue suficiente para garantizar el efectivo acceso a los cargos de elección popular, por lo que resultó imposible alcanzar la proporción correspondiente al porcentaje de población femenina. Como consecuencia de lo anterior, los gobiernos optaron por implementar diferentes sistemas de cuotas de género para: […] garantizar un acceso efectivo a candidaturas y a cargos públicos de elección, de modo que no predomine excesivamente un género en la representación política, sino que, por el contrario, busca la paridad política entre mujeres y hombres. La paridad política no solamente [debe observarse] en el momento de [proponer] la candidatura, sino en el ejercicio efectivo del cargo de representación (IFE 2011). Así, las cuotas de género no son otra cosa que medidas de acción afirmativa “necesarias ante las diversas barreras a la entrada al sistema político y a la exclusión que históricamente han enfrentado las mujeres” (Inmujeres 2009, citado por Raphael 2012, 34). El sistema de cuotas es relativamente nuevo, ya que Argentina fue el primer país de América Latina que lo implementó en 1991. En México, al igual que en otros países, las cuotas de género no se aceptaron en un principio y se trató de evadir su cumplimiento de diversas formas; por ello, a pesar de su inclusión en la ley, la observancia de las cuotas de género ha dependido del trabajo de los tribunales. Las cuotas de género se incluyeron en la legislación mexicana a partir de 1993 con la reforma de la fracción III del artículo 175 del Código de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE). El artículo que se menciona estableció una recomendación a los partidos políticos para que estos promovieran una mayor participación de las mujeres en la vida política mediante la postulación a cargos de elección popular. Posteriormente, con 1 De los datos obtenidos de 192 países, la población femenina se conformó de la siguiente forma: (i) En 122 países, la población femenina alcanzó porcentajes que iban del 50.0% al 54.7%. Entre estos países, México contó con el 51.6% de mujeres; (ii) 63 países tuvieron una población femenina que fue del 48.2% al 49.9%; y (iii) siete países obtuvieron porcentajes muy variados como Bhután (46.3%), Arabia Saudita (42.5%), Kuwait (40.2%), Bahrein (37.8%), Emiratos Árabes Unidos (29.9%), Omán (36.4%), Qatar (23.5%) (Banco Mundial). 2 Mundialmente, el primer país que reconoció el sufragio femenino fue Nueva Zelanda, en 1893. En América Latina, Brasil lo hizo en 1932. No fue, sino hasta 1953 que lo hizo México (Cazarín 2011, 20). 2 la reforma de 1996, en la misma ley se estableció la obligación para que los partidos políticos incluyeran en sus estatutos que las candidaturas registradas para diputados y senadores no podrían exceder en un 70% para un mismo sexo. Para la reforma del 2002, la proporción antes mencionada se mantuvo para el registro de candidatos con el carácter de propietarios; asimismo, se estableció un orden de lista para los candidatos plurinominales y se introdujo la negativa del registro como la sanción más importante en caso de no cumplir con las cuotas. No obstante lo anterior, el COFIPE estableció que el régimen de las cuotas de género no le sería aplicable a las candidaturas registradas para diputaciones por el principio de mayoría relativa que fueran resultado de un proceso de elección democrático. En el 2007, la proporción cambió de forma que los candidatos registrados de un mismo sexo no podrían exceder en un 60%, se modificó el orden de lista que debería observarse para las listas de candidatos plurinominales y, por primera vez, se estableció que se debería procurar llegar a la paridad. En ese orden de ideas, el momento más importante ocurrió hasta el 10 de febrero de 2014 con la publicación de la reforma constitucional política-electoral. A partir de este momento, la paridad se reconoció a nivel constitucional en el artículo 41, fracción I, párrafo 2º que estableció la obligación de respetar las reglas de paridad en el registro de candidaturas a legisladores federales y locales que propongan los partidos políticos; asimismo, en el artículo segundo transitorio, fracción II, se estableció el mandato constitucional para que el Congreso de la Unión expidiera la ley general con el fin de establecer, entre otras cosas, las reglas para garantizar la paridad de género en el registro de candidaturas para los cargos de elección popular (DOF 2014). Así, la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales y la Ley General de Partidos Políticos contemplaron la obligación de garantizar la paridad de género3. A pesar de la novedad de las cuotas, las controversias que surgieron con motivo de la justificación o desacreditación de las mismas derivaron en múltiples y diferentes debates; sin embargo, la aceptación de las cuotas ha sido paulatina y generalizada, toda vez que sus fundamentos ideológicos establecieron las bases convincentes para su inclusión y permanencia en los ordenamientos jurídicos de diferentes sistemas políticos en el mundo. Por lo anterior, el presente trabajo tiene por objeto analizar los fundamentos ideológicos de la participación y representación igualitaria de os hombres y las mujeres en 3 Para mayor información consulte los artículos 7.1, 232.3, 233, 234, 235 y 241.1.a). de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales y los artículos 3.4, 25.r) y 73.b) de la Ley General de Partidos Políticos. 3 los proceso de toma de decisiones mediante el acceso a cargos de elección popular; en otras palabras, el análisis consiste en estudiar los fundamentos ideológicos de las cuotas de género encaminadas a conseguir la paridad representativa. Para ello, el presente texto se divide en tres secciones: (i) una parte de conceptos que son usados constantemente en los debates en materia de paridad y que permiten una mejor comprensión del tema; (ii) una segunda sección en la que se estudia el concepto de igualdad y su evolución a partir de las revoluciones liberales, la influencia del movimiento feminista y del Derecho Internacional de los Derechos Humanos; lo anterior, para llegar a una nueva definición del concepto de igualdad en la que se complementa con otros conceptos como la equidad, las políticas de diferencias y las acciones afirmativas; y (iii) una tercera parte en la que se propone un cambio en la forma de concebir la democracia a partir del neoconstitucionalismo; asimismo, se presentan los argumentos para justificar la democracia paritaria a partir de las teorías feministas de diferencia e igualdad y las teorías de la representación desde la perspectiva de Hanna Pitkin. II. Conceptos Las discusiones relacionadas con la equidad de género emplean un lenguaje técnico y preciso para una adecuada expresión. Asimismo, los conceptos que a continuación se muestran suelen tener varias acepciones, por lo que es aún más complicado adoptar una definición exacta y universal. Por las razones antes mencionada, resulta importante precisar los siguientes términos: 1. Acción afirmativa: la designación de las medidas jurídicas y de hecho para dar un tratamiento privilegiado a ciertos grupos de la población, con el objetivo de superar las desigualdades existentes a pesar de la igualdad formal (Nohlen citado por Bustillo 2014, 333). 2. Equidad: principio de acción dirigido hacia el logro de condiciones justas en el acceso y control de los bienes culturales y materiales tanto para las mujeres como para los hombres. Al ser un término vinculado con la justicia, obliga a plantear los objetivos que deben conseguirse para avanzar hacia una sociedad más justa (Cámara de Diputados). 3. Equidad de género: es la justicia en el trato de hombres y mujeres en razón de sus necesidades con la finalidad de corregir desigualdades de origen (Inmujeres 2013, 4). 4 4. Género4: conjunto de ideas, creencias y atribuciones sociales constituidas en una cultura y momento determinado y que son asignados según la diferencia sexual; a partir de ello, se constituye lo que debe ser masculino y femenino y determinan cómo debe ser el comportamiento, las oportunidades, funciones, relaciones y la valoración entre los hombres y las mujeres (Inmujeres 2004, 9). 5. Igualdad formal: principio constitucional que establece que hombres y mujeres son iguales ante la ley. 6. Igualdad sustantiva o material: el acceso al mismo trato y oportunidades, para el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales (LGIMH, artículo 5, fracción V). 7. Paridad: la total integración, en pie de igualdad de las mujeres, en las sociedades democráticas, utilizando para ello las estrategias multidisciplinarias que sean necesarias (Zúñiga 2005 citado Medina 2010, 25). 8. Rol de género: actividades que se espera que desempeñe una persona en razón del sexo al que pertenece (Inmujeres 2004, 13). 9. Sexo: son las diferencias y características biológicas, anatómicas, fisiológicas y cromosómicas de los humanos que los definen como hombres o mujeres (Inmujeres 2004, 9). III. Evolución del principio de igualdad 3.1 Igualdad como principio y el límite de la universalidad En un principio, la igualdad se entendió como la exigencia moral que derivaba de la recta razón, pero tenía la particularidad de que no se había declarado en ningún documento ni se establecían las medidas para garantizarla como lo hacen los ordenamientos jurídicos actuales. A partir de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, la igualdad pasa de ser una exigencia moral a un principio de los ordenamientos jurídicos. De esta forma, el texto estadounidense establece, en el segundo párrafo, un enunciado sumamente importante: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables […]”; de forma similar, el texto francés indica en el artículo primero que: “Los 4 Es importante mencionar que el concepto de género no es exclusivo para las características socioculturales impuestas a las mujeres ni un sinónimo de mujer, sino que se refiere a las características socioculturales de mujeres y hombres. 5 hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común”. Así, ambos textos reconocen que los hombres son iguales; sin embargo, el vocablo “hombres” no se entendió en esa época como un vocablo que coincidiera con la generalidad de personas incluyendo a hombres y mujeres por igual. Así, los hechos llevaron a un cambio de paradigma: la incorporación de la igualdad y los derechos civiles y políticos para los individuos que se consideraban iguales en los documentos fundamentales. Lo anterior era útil para legitimar el inicio de las revoluciones liberales, pero más importante era establecer las bases del Estado. Para legitimar un Estado a partir del nuevo pensamiento, la voluntad de los hombres libres e iguales era un requisito indispensable para formar una sociedad civil que tendría como finalidad, entre otras cosas, la protección de sus derechos. La base ideológica de este paradigma fue proporcionada por los filósofos de la Ilustración con obras como El Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil de John Locke y El Contrato Social de Jean Jacques Rousseau. Asimismo, el reconocimiento de la igualdad en beneficio de los hombres tiene como antecedente los preceptos normativos que, a su vez, se basan en el derecho romano y las teorías patriarcales que expusieron los mismos filósofos de la Ilustración (por ejemplo, la obra de Locke antes mencionada 5 y Emilio, o de la educación 6 de Rousseau). Posteriormente, las ideas expuestas en esos documentos fueron retomadas por otros filósofos influyentes como Sylvain Maréchal en su obra Manifiesto de los Iguales de 5 John Locke (1689, 46) establece una evidente relación de jerarquías entre el hombre y la mujer al considerar lo siguiente: “[…] creo que no está de más establecer lo que para mí es el poder político, de manera que el poder de un magistrado sobre un súbdito pueda distinguirse del que posee un padre sobre sus hijos, un amo sobre sus sirvientes, un marido sobre su mujer y un señor sobre su esclavo”. Asimismo, la obra demuestra que los estereotipos y la sumisión de la mujer en la toma de decisiones familiares estuvieron presentes cuando el autor manifiesta que “[…] si bien es cierto que el marido y la mujer tienen una sola finalidad común, al tener distintas inteligencias es inevitable que sus voluntades sean también diferentes en algunas ocasiones. Pero siendo necesario que el derecho de decidir en último término (es decir, de gobernar) esté colocado en una sola persona, va a parar, naturalmente, al hombre, como más capaz y más fuerte” (Locke 1689, 93). 6 En esta obra, Rousseau escribe cómo debe ser la educación para que un niño se convierta en un hombre ciudadano independiente. Así, el Libro Quinto trata específicamente de la relación que existe entre un hombre y una mujer, y limita a ésta a satisfacer al hombre y a las actividades del hogar, según se observa en el siguiente fragmento: “en la unión de los sexos, cada uno concurre por igual al objeto común pero no de un mismo modo: de esta diversidad nace la primera diferencia notable […] el uno debe ser activo y fuerte, débil y pasivo el otro; de precisa necesidad es que el uno quiera y pueda, basta con que el otro se resista poco. Asentado este principio, se sigue que el destino especial de la mujer es agradar al hombre si recíprocamente debe agradarle el hombre a ella es necesidad menos directa […]” (Rousseau 1978, 278-9). Asimismo, no puede negarse la existencia de la desigualdad que afectaba a las mujeres cuando se manifestó que “[l]a estrechez de las obligaciones relativas de ambos sexos ni es ni puede ser la misma, y cuando en esta parte se quejan las mujeres de la desigualdad que han establecido los hombres, no tienen razón; esta desigualdad no es institución humana, o al menos no es hija de la preocupación, son de la razón; a aquel de los dos a quien fio la Naturaleza el depósito de los hijos, toca responder de ellos al otro[…]” (Rousseau 1978 281). 6 Babeuf, Immanuel Kant en sus Principios metafísicos de la doctrina del Derecho y Friederich Hegel en los Fundamentos de Filosofía del Derecho (Lousada 2015, 16). Como consecuencia de la exclusión femenina en las declaraciones liberales, las mujeres tampoco tuvieron el carácter de ciudadanas, toda vez que en ese momento se “[…] consideraban a la razón y a la igualdad como cualidades intrínsecas del hombre […] su premisa se basaba en la afirmación de que la individualidad y la autonomía eran cualidades propias y exclusivas de los hombres y, por ende, también lo sería la ciudadanía” (Medina 2010, 16). Con base en lo anterior, las mujeres eran incapaces para ser ciudadanas y no se consideraban titulares de los derechos o prerrogativas inherentes a la ciudadanía. Así, el supuesto contenido en el artículo 6º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano7 quedaba sin efecto para las mujeres. La exclusión dio como resultado que las mujeres no podían: (i) participar en la creación de leyes de forma directa o mediante representantes; (ii) tener el mismo acceso a todas las “dignidades”; ni (iii) competir por puestos o empleos públicos tomando en cuenta sus virtudes y talentos. El rechazo de las mujeres también implicó limitar su participación al ámbito privado, es decir, a las actividades domésticas y familiares. Cabe recalcar que la institución del manus del paterfamilias conocida en el derecho romano permeó en la legislación civil del Code para limitar la capacidad y libertad de las mujeres dentro de la familia, respecto de su persona y sus recursos. Así, las mujeres se limitaron al cuidado de los hijos, familiares y demás actividades domésticas, pero tampoco estaban autorizadas para tomar decisiones en la unidad elemental de la sociedad. Adicionalmente, la sumisión que caracterizaba a las mujeres en el hogar se replicaba en el ámbito público. De esta forma, la igualdad y los derechos políticos reconocidos en favor de los hombres –en un principio, hombres de determinada raza, capacidad económica, preferencia sexual y posteriormente, todos los hombres, exceptuados algunos por cuestiones de edad y pertenencia a un espacio geográficodurante las revoluciones liberales permitió su participación de forma directa e indirecta en la toma de decisiones que afectaría a toda la sociedad. De esta forma, el sexo masculino adquiere la capacidad, las obligaciones y responsabilidades respecto del control de todos los recursos dentro y fuera del hogar. 7 Artículo 6º.- La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen el derecho de participar personalmente o por medio de sus representantes en su formación. Debe ser la misma para todos, tanto si protege como si castiga. Todos los ciudadanos, al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de sus virtudes y la de sus talentos. 7 Como consecuencia, la segregación de las mujeres sirvió para constatar los estereotipos y que “las cualidades que tendrían que ser cultivadas por los hombres se centrarían en desarrollar su autonomía, su individuación y su liderazgo. En contraste, las mujeres deberían ser […] confinadas a la vida privada, orientando su educación a la sumisión, la dependencia y la obediencia” (Medina 2010, 16). Por ello, la distinción no sólo provoca una desigualdad en el ejercicio de derechos, sino que impide el desarrollo de las mujeres y se forma una dependencia de sexos. El resultado final se manifestó como una distinción laboral entre hombres y mujeres que se definió por jerarquías, disparidades y relaciones de poder de género (Medina 2010, 17). 3.2 Influencia del movimiento feminista Ante la exclusión de las mujeres en el contrato social, la consideración de las mismas como personas inferiores y la predeterminación de sus actividades, las manifestaciones en contra surgieron inicialmente como demandas aisladas que eventualmente se convirtieron en un movimiento ideológico en busca de la igualdad entre el hombre la mujer. En virtud de lo anterior, y desde las revoluciones liberales, las primeras mujeres expresaron su inconformidad por la desigualdad que vivían; los ejemplos más influyentes fueron Christine de Pizán, Théroigne de Méricoirt, Etta Palm D’Aelders, Claire Lacombe, Olympe de Gouges y Mary Wollostonecraft. Asimismo, las obras más representativas de este momento se consideran las aportaciones de Olympe de Gouges con su Declaración de los Derechos de la Mujer y Ciudadana (1791) –la autora retomaba la declaración publicada en 1879 adecuándola para que el texto incluyera a las mujeres- (Cazarín 2011, 17) y de Mary Wollostronecraft autora de Vindicación de los Derechos de la Mujer (1971) –se considera la primera obra que critica al sistema en vez de enlistar las injusticias sufridas- (Lousada 2015, 22). Las demandas de las mujeres empezaron a ser escuchadas a partir del siglo XIX gracias a la consolidación del feminismo como un movimiento ideológico al que se conoció como la “primera ola” (Lousada 2015, 23). El movimiento feminista, con sus vertientes liberal y socialista, no fue del todo aceptado por la sociedad aunque ya habían pasado unos años a partir de las revoluciones liberales. Dicho movimiento se caracterizó por la demanda del derecho al voto (activo y pasivo), al trabajo remunerado y a la educación con base en las ideas de la individualidad, autonomía e igualdad (Medina 2010, 8 19). Así, el feminismo liberal marcó esta etapa con el sufragismo sufragismo8 y comenzó la lucha para que las mujeres obtuvieran el derecho al voto; primero sucedió en los Estados Unidos y, posteriormente, se extendió por Europa. Por otra parte, las exigencias de las feministas socialistas tenían una doble intención por pertenecer a la clase obrera: (i) en contra de la sociedad dominada por los hombres; y (ii) en contra del capitalismo. Así, gradualmente y en fechas muy diferentes para cada país, el movimiento feminista obtuvo el triunfo hasta el siglo XX, cuando se reconoció que las mujeres tenían derecho a la educación y al voto en los mismos términos que los hombres, así como derechos laborales en función de su sexo. No obstante lo anterior, los derechos laborales no siempre pueden considerarse como un logro del feminismo, toda vez que las normas proteccionistas laborales se basaban en estereotipos; por ejemplo, se prohibió el trabajo en minas por la falta de fuerza física, el trabajo nocturno por el riesgo de agresión sexual y los trabajos industriales por la preservación de fertilidad (Lousada 2015, 25). El siglo XX está marcado por los logros de la primera ola feminista, el surgimiento de los Derechos Humanos y el reconocimiento de la igualdad entre el hombre y la mujer en las leyes fundamentales, aunque no sucedió en todos los países en ese mismo orden. Sin embargo, la igualdad formal no garantizó que efectivamente las mujeres pudieran ejercer los derechos que se les habían reconocido; por ello, en muchas ocasiones, las mujeres no recibían educación, se les negaba el voto y no obtenían empleo por el simple hecho de ser mujeres. Ante la deficiencia de la igualdad formal para eliminar la discriminación en contra de las mujeres, surge la segunda ola del feminismo que tuvo su auge en las décadas de 1960 y 1970. Las principales exigencias de este movimiento consistían en alcanzar la igualdad sustantiva, eliminar los estereotipos y garantizar los derechos reproductivos. El ideal de la igualdad sustantiva tuvo relevancia a partir de la definición del concepto de género. En un principio, el género fue la base para la elaboración de críticas al sistema androcéntrico en el que se vivía; posteriormente, en la década de 1980, se utilizó como fundamento para la elaboración de políticas públicas. Simone de Beauvoir aportó las primeras ideas que servirían para definir el género, en su obra El Segundo Sexo y argumentó que “[n]o se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre macho 8 La convención celebrada en Seneca Falls, Nueva York los días 19 y 20 de julio de 1848 se discutieron las restricciones para gozar y disfrutar de los derechos políticos (voto activo y pasivo, asociación y ocupar cargos públicos) a las que estaban sujetas las mujeres y como resultado publicaron la Declaración de Seneca Falls. 9 y el castrado al que se califica como femenino” (Beauvoir 1984, 13). Posteriormente, en 1968, el psicoanalista Robert Stroller usó por primera vez el término de género cuando concluyó que la interacción de los adultos con los menores influía en la identidad sexual y el comportamiento de los niños (Inmujeres 2004, 9). En el ámbito feminista, Gayle Rubin fue la primera en utilizar el concepto de género9 para explicar cómo se construyeron las diferencias sexuales y el origen de la discriminación de las mujeres por razón de género. De la misma forma que en la primera etapa, la segunda ola del feminismo se conformó por la coexistencia de dos tendencias: (i) el feminismo de la diferencia: consideró que era necesario crear una cultura femenina diferencial que no formara parte del sistema androcéntrico; y (ii) el feminismo de la igualdad: consideró la necesidad de reinterpretar el sistema androcéntrico a partir de la perspectiva de género y así conseguir que las mujeres y los hombres estén en igualdad de condiciones (Lousada 2015, 43). Dentro de esta segunda etapa, una de las aportaciones más importantes de la teoría feminista se manifiestó mediante la crítica de los perjuicios ideológicos que afectan al derecho y a las instituciones jurídicas norteamericanas. Con base en esta teoría, las feministas argumentaron que el Derecho y las instituciones no nacen de una razón universal, sino de la razón de los hombres que imponen. De esta forma, el Derecho forma parte de la dominación masculina, por lo que las mujeres estarían subordinadas en el campo jurídico (Cerva y Ansolabehere 2009, 18). La reflexión más importante, que comparten las feministas promotoras de esta teoría es que consideran que las instituciones como el Derecho y el Estado (específicamente el Estado social y democrático de Derecho) son medios viables para alcanzar la igualdad material y la democracia paritaria (Lousada 2015, 46). Finalmente, el movimiento feminista tiene una tercera etapa a partir de la década de 1990. Esta etapa se caracteriza por tener tantas tendencias como exigencias que buscan, entre otras cosas, enmendar los fallos del feminismo de la segunda ola, defender diversos modelos de mujer, respetar las diferentes orientaciones sexuales y teorizar la discriminación múltiple. 3.3 El Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el principio de no discriminación 9 La autora pone especial énfasis en explicar cómo es que la sociedad influye y crea categorías para designar las diferencias entre los sexos; para ello, el planteamiento consiste en establecer que “el sexo es el sexo, pero lo que califica como sexo también es determinado y obtenido culturalmente […] como definición preliminar, un ‘sistema de sexo/género’ es el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Rubin 1986, 12 y 97). 10 Como se anticipaba, la creación del Derecho Internacional de los Derechos Humanos fue uno de los fundamentos más importantes para exigir la igualdad sustancial no sólo por parte de las mujeres, sino por cualquier persona objeto de discriminación. El Derecho Internacional de los Derechos Humanos surge como respuesta a los abusos de la Segunda Guerra Mundial mediante la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) por parte de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en 1948. Asimismo, el desarrollo del concepto de dignidad fue indispensable para justificar el respeto y la promoción de un catálogo mínimo de derechos que proponía la DUDH de forma universal. La dignidad es una característica inherente de los humanos que obliga a todos los demás a valorarlos y respetar su vida, calidad de humano y derechos fundamentales; este respeto se concede por el simple hecho de ser personas sin poder limitar ni negar tal calidad en razón de las diferencias que conforman su identidad. De esta forma, la DUDH estableció en los dos primeros artículos10 que todas las personas nacen libres y con dignidad, por lo que son titulares de derechos fundamentales y libertades sin importar raza, sexo, religión, ideología política, origen nacional o social, estatus económico, nacionalidad o cualquier otro. Posteriormente, la DUDH en conjunto con el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos (1966) y el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1976) conformaron lo que se conoce como la Carta Internacional de los Derechos Humanos; como elemento común, todos se basaban en el principio de igualdad y no discriminación. Por otra parte, en el ámbito internacional, estos documentos también son los antecedentes de todos los tratados, convenciones y demás instrumentos internacionales que tienen como finalidad erradicar la discriminación en temas y regiones específicos; en el ámbito nacional, la influencia de estos documentos se traduce en el reconocimiento de los derechos fundamentales y mecanismos de protección en el derecho interno de los Estados parte. 10 Artículo 1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Artículo 2. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. 11 Así, el principio de no discriminación tiene dos elementos que lo caracterizan: en primera instancia, la relación con la dignidad, y en segunda, la preferencia por la igualdad sustantiva frente a la formal (Lousada 2015, 32). En relación con la dignidad, el respeto al principio de no discriminación obliga tanto a funcionarios y servidores públicos como a los particulares a dar a un trato igual a todas los humanos, toda vez que lo contrario implicaría la vejación de la persona; sin embargo, se admiten excepciones, pero éstas deben justificarse y ser el resultado de una ponderación exigente (Lousada 2015, 32). En cuanto a la preferencia por la igualdad sustantiva, se parte del supuesto de que la igualdad formal no es suficiente y puede dar lugar a la discriminación indirecta, por lo que resulta necesario implementar acciones afirmativas para garantizar la igualdad de oportunidades, incluso a costa de la igualdad formal, como es el caso de las cuotas de género (Lousada 2015, 33). 3.4 Redefinición del principio de igualdad El concepto de igualdad tiene varias acepciones y clasificaciones como cualquier abstracción. Adicionalmente, la igualdad no puede ser un concepto inmutable, sino uno que se modifique y complemente de momento en momento como consecuencia de las exigencias de los individuos que se vean perjudicados por la desigualdad de facto. Ante tal situación, Luigi Ferrajoli (2012) propone, de forma muy similar como lo hizo Joan W. Scott (1922), una redefinición del principio de igualdad a partir de la relación que existe entre los conceptos de igualdad, diferencia y desigualdad, a pesar de la evidente contraposición que existe entre los significados de estas tres palabras. Para ello, Ferrajoli afirma que es necesario que la igualdad tutele diferencias e intente reducir desigualdades. El principio de igualdad debe valorar las diferencias como el sexo, estatus social la religión, nacionalidad, entre otras. Por lo tanto, la discriminación de hecho y derecho no tiene justificación, toda vez que las diferencias únicamente son relevantes para definir la identidad, y lo contrario implica negar la dignidad (Ferrajoli 2012, 2). Por otra parte, el principio de igualdad necesita eliminar o reducir los obstáculos económicos y sociales (desigualdades) que limitan la igualdad y el desarrollo de las personas (Ferrajoli 2012, 2). De esta forma, Ferrajoli menciona que existe una relación, y no una contraposición, entre el principio de igualdad y la valoración de diferencias y explica cómo ha evolucionado esta relación a partir de cuatro modelos teóricos: (i) modelo de la indiferencia jurídica para las diferencias: las diferencias son ignoradas en un sistema donde prevalece el poder del más fuerte (que coincide con el sexo masculino) y se 12 considera como natural que la mujer conserve el papel doméstico; (ii) modelo de la diferenciación jurídica de las diferencias: es el modelo que coincide con las revoluciones liberales en donde se valoran algunas diferencias (ser hombre, blanco, propietario) para establecer jerarquías y privilegios; por otra parte, se excluye o persigue a las personas con diferencias que no son valoradas (mujeres, negros, pobres, homosexuales); (iii) modelo de la homologación jurídica de las diferencias: las diferencias siguen ignoradas y desvalorizadas, toda vez que las mujeres se equiparan a los hombres, tienen los mismos derechos, pero no se toma en cuenta la situación particular de desventaja en la que se encuentran; y (iv) modelo de la igual valoración jurídica de las diferencias: el sistema considera las diferencias de hecho para conseguir la igualdad en la titularidad y el ejercicio de los derechos fundamentales; asimismo, el modelo establece una serie de garantías para proteger dicha igualdad. De esta forma, los grupos vulnerables se encuentran protegidos porque sus diferencias son tomadas en cuenta. Por lo tanto, el argumento parte del reconocimiento que las personas son diferentes a todos los demás (tienen identidad propia), pero siguen siendo igualmente humanos (tienen dignidad) (Ferrajoli 2012, 5-8); en otras palabras, los humanos son iguales, pero no idénticos. Posteriormente, Ferrajoli plantea que al considerar la igualdad como un principio normativo éste puede ser violado, por lo que el establecimiento de garantías es indispensble. Así, la violación del principio de igualdad puede resultar en discriminación jurídica cuando la ley designa sólo a determinadas personas como titulares de derechos fundamentales; por otra parte, aunque exista igualdad jurídica, la discriminación de hecho es un problema aún más complicado, toda vez que las personas discriminadas se encuentras en un punto de partida diferente y no cuenta con las mismas oportunidades (Ferrajoli 2012, 17-18). Para este último caso, Ferrajoli propone que la garantía ideal para evitar que se violente la igualdad de hecho consiste en: (i) evidenciar y dar relevancia a las diferencias y discriminaciones; e (ii) implementar acciones positivas o afirmativas para revertir la situación. De lo contrario, un trato igual proporcionado a los desiguales –ignorar las diferencias- nunca llevará a la igualdad. Así, el cambio del concepto de igualdad surge una vez que se reconoce que no existe un modelo de humano y que, por el contrario, lo que efectivamente hay es una multiplicidad de sujetos con sus respectivas diferencias que deben ser valoradas. De esta forma y en contraposición al ideal de asimilación, la política de las diferencias propone como una solución “señala[r] que la igualdad requiere de un trato diferente para los grupos oprimidos o que sufren desventaja social” (Cerva y Ansolabehere 2009, 13). Adicionalmente, como complemento de la política de la diferencia, el principio de equidad 13 da una solución con base en la justicia distributiva 11 y propone medidas de acción afirmativa que son aceptadas, toda vez que permiten contrarrestar los sesgos y perjuicios de las personas encargadas de tomar las decisiones (Young 1990, 194). Por lo anterior, resulta importante aclarar y distinguir que las acciones afirmativas no son merecidas por las mujeres o determinado grupo vulnerable porque no se trata de una cuestión de merecer, sino que son medidas diseñadas para solucionar problemas que le son relevantes a toda la sociedad Rodríguez (2006, 52). La falta de representación femenina afecta a las mujeres, pero también es un problema de violación de derechos fundamentales que permite cuestionar la calidad de la democracia de un país. IV. Democracia y representación En América Latina, el Estado moderno ha evolucionado hasta encontrar la base de la organización política en la unión de dos conceptos: la democracia y el constitucionalismo. A pesar de que los conceptos antes mencionados tienen un origen y fundamentos diferentes, la unión resultó en lo que se conoce como democracias constitucionales. La democracia constitucional es una forma de gobierno donde se toman decisiones colectivas incluyentes y el ejercicio del poder político está regulado a partir de los postulados del constitucionalismo moderno (Córdova 2011, 211). Asimismo, el constitucionalismo característico de este tipo de gobierno toma como fundamento y eje para actuar: 1. la construcción de un modelo de Estado de derecho caracterizado por el reconocimiento y la efectividad del más amplio elenco de derechos humanos […] 2. el atrincheramiento de los mismos en la norma suprema constitucional reforzada por los instrumentos propios del derecho internacional de los derechos humanos; 3. la organización y preparación de un cuerpo judicial progresista, independiente e imparcial […] 4. la construcción de una democracia incluyente que abriera los canales adecuados para el reconocimiento de las minorías étnicas, los grupos vulnerables y los colectivos mayoritarios históricamente excuidos; 5. el empoderamiento de estos grupos a través de mecanismos procesales reconocidos legal y judicialmente […] 6. 11 John Rawls explica la justicia como equidad y los dos principios que rigen la justicia: el principio de la libertad y el principio de la diferencia. Así, en el principio de la diferencia "[…] las personas en la posición original optarían, una vez garantizadas las libertades básicas y la justa igualdad de oportunidades, por una distribución desigual de los otros bienes primarios como son la riqueza, la autoridad y el ingreso, si esta distribución desigual mejorara las expectativas de los menos favorecidos, es decir, les otorgara mayor bienestar que el que obtendrían con una distribución equitativa. El principio dice que las desigualdades estarían justificadas si incidieran a favor de los peor situados” (Caballero 2006, 11). 14 todo lo anterior, con el fin de construir una sociedad más homogénea y plural a partir de la implementación de políticas públicas que hicieran valer el principio de igualdad para tutelar las diferencias y reducir las desigualdades económicas y materiales (Cruz y Vázquez 2012, ix-x). Concerniente a lo anterior, el reconocimiento y la protección de los derechos humanos en las leyes fundamentales y el objetivo de construir una democracia incluyente resultan indispensables para comprender cómo es que se modifica el concepto de democracia planteado por Sartori, Bobbio y Dahl, ya que resulta insuficiente para los ideales del neoconstitucionalismo. De la misma forma que Ferrajoli propone un concepto nuevo de igualdad que se adapte a la realidad, en la actualidad, la democracia no basta con ser el procedimiento para garantizar que la mayoría de los ciudadanos elija a sus gobernantes, sino que debe incluir el respeto de los derechos humanos como requisito necesario para vivir en una verdadera democracia (Durán y Ramos 2012, 181). Como consecuencia de lo anterior, el concepto de democracia se complementa progresivamente con las exigencias de los grupos vulnerables, toda vez que “no podría concebirse un sistema democrático legítimo y constitucional en el sentido moderno de la expresión (es decir, como sistema en el que concurren los principios de soberanía popular o gobierno de la mayoría y de derechos fundamentales) si en él se mantiene una radical desigualdad de trato o discriminación propia de las sociedades jerárquicas […]” (Rodríguez 2013, 23). Por ello, varias constituciones incorporaron la democracia participativa a partir de mecanismos como el prebiscito, referéndum y la iniciativa popular con la finalidad de ser congruentes con los ejes rectores del neoconstitucionalismo y las exigencias de una democracia inclusiva. Así pues, la necesidad de legitimar al gobierno a partir de una democracia inclusiva fue el paso previo para exigir la participación de las mujeres mediante la democracia paritaria. El origen y desarrollo de la democracia paritaria tiene cuatro momentos importantes en los siguientes foros internacionales: (i) el seminario titulado El principio democrático de la igualdad de representación: 40 años de actividad del Consejo de Europa celebrado los días 6 y 7 de noviembre de 1989 en Estrasburgo, Francia; (ii) 1ª Cumbre Europea Mujeres al Poder celebrada el 3 de noviembre de 1992 en Atenas, Grecia; (iii) la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995 y (iv) la X Conferencia Regional sobre la Mujer en América Latina y el Caribe celebrada en Quito, Ecuador los días 6 y 7 de agosto de 2007. En las convenciones mencionadas, el principal interés consistió en fomentar el empoderamiento de las mujeres a partir de diferentes estrategias; de esta forma, la herramienta ideal para el empoderamiento político de las mujeres era la paridad. 15 Por lo anterior, en los foros se presentó el concepto de la paridad 12 , se manifestó la importancia de establecer una democracia paritaria y la necesidad de implementar las medidas necesarias para garantizar la igualdad e inclusión de las mujeres en el ámbito público. Asimismo, la presión para que los gobiernos adopten una democracia paritaria se apoya en las constantes críticas dirigidas a los regímenes democráticos que no han alcanzado la igualdad (a pesar de ser uno de sus fundamentos), toda vez que las políticas de los Estados no son suficientes para conseguir la participación equilibrada de las mujeres en los organismos de decisión ni en la repartición del poder político. Por otra parte, la democracia representativa también es objeto de críticas, ya que los intereses de grupos minoritarios y/o vulnerables no son tomados en cuenta como deberían; por lo tanto, se concluye que no existe la capacidad de revertir profundas desigualdades sociales y económicas (Medina 2010, 27). Una vez que se demostró que las mujeres no participan en la propoción debida en la toma de decisiones políticas, el movimiento feminista plantea dos formas para justificar la paridad en los órganos legislativos: por una parte se encuentra el paradigma político de la diferencia; por otro, el de la igualdad. Ambas teorías se basan en la ideología del movimiento feminista de la segunda ola, por lo que tienen estrategias y fines diferentes, pero la última internción se traduce en conseguir la representación equitativa tanto en la vida pública como en la privada. Según las exponentes de la teoría de la diferencia, la legitimidad de la paridad tiene su origen en la afirmación de que la naturaleza humana es doble, toda vez que la humanidad se divide en dos (hombres y mujeres) sin más discusión. Dicho en otras palabras, el humano no es un ser neutral y sus representantes no son seres asexuados (Martínez 2000, 134; Agacinski 2000, 212; Cobo 2002, 36). Así, las naturalezas femenina y masculina son diferentes y se reflejan en la particular forma que tiene cada uno de pensar, sentir, hablar y actuar. Con base en lo anterior, los argumentos son contrarios a la teoría de la igualdad al considerar que “[…] la paridad no [es] una estrategia orientada a restablecer la universalidad e igualdad formuladas por la Ilustración, sino un principio político basado en supuestos esencialistas” (Puleo 2000, citado por Cobo 2002, 37). Por lo anterior, Cobo (2002, 38) explica que no se considera que las mujeres formen parte de un colectivo 12 La Comisión Europea (1998) define la democracia paritaria como: el concepto de sociedad integrada a partes iguales por mujeres y por hombres, en la cual la representación equilibrada de ambos en las funciones decisorias de la política es condición previa al disfrute pleno y en pie de igualdad de la ciudadanía, y en la cual unas tasas de participación similares o equivalentes (entre el 40% y el 60%) de mujeres y hombres en el conjunto del proceso democrático es un principio de democracia. 16 diferente al que integran los hombres, por lo tanto no hay necesidad de exigir a los hombres las prerrogativas concedidas durante la Ilustración, sino que lo fundamental es que las mujeres formen su “singular propio”. No debe dar lugar a interpretar que esta teoría niega que las mujeres han estado subordinadas a los hombres como consecuencia de las culturas androcéntricas, sino que no considera que sea el punto de partida más relevante para su crítica. La teoría de la diferencia considera importante algo que se pierde por ser obvio: la humanidad es única y otra cosa diferente es que sus integrantes sean idénticos. En otras palabras, las mujeres son humanas por sí mismas y no por identificarse con el hombre y nunca dejan de formar parte de ese colectivo llamado humanidad. Por ello, se dice que a la mujer se le ha negado su igual y diferente humanidad (Martínez 2000, 136). Una vez que se reconocen los presupuestos planteados, la expectativa que se persigue consiste en que los hombres y las mujeres construyan juntos e igualmente los órganos de representación para el reparto justo de poder. Así pues, Martínez (2000, 21) manifiesta cómo es que la paridad tiene como propósito la justicia y unidad con base en el concepto de la mixitud: La paridad […] es el principio de la proporción entre hombres y mujeres elegidos, pero no entrañan ninguna división, ninguna sección de electores. No se sugiere practicar un voto separado de los hombres y de las mujeres […] Por ello, el reconocimiento de la dualidad de los géneros y el reparto sexual del poder no llevará consigo una apropiación de la soberanía. Todo lo contrario. El ejercicio de la soberanía repartido entre los dos sexos significa que ninguno de los dos se le atribuye el ejercicio de esta soberanía, como venía ocurriendo hasta ahora con el monopolio masculino. […] La paridad […] debería ser la maxitud de la “representación” nacional en su conjunto, para representar la mixitud de la humanidad de la nación en su conjunto. No es la representación de los ciudadanos por un grupo de elegidos. Por otra parte, la teoría feminista de la igualdad es mucho más sencilla, pues se basa en la lucha de las mujeres que fueron excluidas en las revoluciones liberales por considerlas seres subordinados e inferiores en comparación a los hombres. De esta forma, la paridad se fundamenta como el medio político para conseguir la verdadera universalidad que ha sido negada desde finales del siglo XVIII. Consecuentemente, las demandas consisten en el empoderamiento de las mujeres mediante: (i) el reconocimiento de que son titulares de los mismos derechos que los hombres (en especial los derechos civiles y políticos); (ii) la concesión de verdaderas oportunidades para acceder a cargos en los que detenten el poder; y (iii) la participación en la toma de decisiones respecto del manejo de recuros. De esta forma, las mujeres tendrán “tanta ciudadanía y tanta 17 democracia como sean necesarias para que se constituyan como sujetos” (Cobo 2002, 39). Adicionalmente, la construcción de una identidad para actuar colectivamente es un requisito esencial para la tesis del feminismo de la igualdad. Cobo (2002, 40-1) plantea que, efectivamente, las mujeres pueden conformar una categoría social, toda vez que: (i) conforman una minoría en un sentido sociológico por no tener poder y control de los recursos, aunque no lo sean en un aspecto numérico; (ii) no son una cultura, pero sí constituyen un colectivo marginado en todas las sociedades. Así, la discriminación es un factor que no adquiere la suficiente relevancia para la teoría de la diferencia, pero es la clave para crear un vínculo de solidaridad, una identidad entre las mujeres y prepararse colectivamente para una lucha social (Cobo 2002, 41). Lo anterior podría parecer drámatico, pero es la base de un movimiento que busca liberarse de los estereotipos impuestos y exigir los derechos que le han sido negados durante tantos años. No obstante que las teorías parten de argumentos diferentes y justifican la paridad ya sea desde una postura esencialista (en cuanto a la teoría feminista de la diferencia) o a partir de los principios racionalistas de la Ilustración (por parte de la teoría feminista de la igualdad), las dos posturas se intersectan y tienen una demanda en común: una mejor democracia a partir de la presencia equilibrada de mujeres y hombres que permita y promueva el pleno ejercicio de sus derechos. Por otra parte, un sector considerable justificó la necesidad de implementar la paridad en los órganos legislativos con un argumento diferente que se relaciona con las clases de representación. Para ello, las bases se encuentran en la obra El concepto de la representación (1985) de Hanna Pitkin en donde describe cinco acepciones de representación: (i) la representación como autorización; (ii) la representación como responsabilidad; (iii) la representación descriptiva; (iv) la representación simbólica; y (v) la representación sustantiva. Para efectos de justificar las cuotas de género que establecen la paridad, se toma como referente tanto la representación descriptiva como la representación sustantiva. De esta forma, quienes se apoyan en la teoría de la representación descriptiva argumentan que los órganos legislativos deben estructurarse “de una forma tan estricta que su composición corresponda con exactitud a la de toda la nación. […] un legislativo representativo debe ser un retrato exacto, en miniatura del pueblo […]” (Pitkin 1985, 65). De conformidad con esta teoría, si la población está conformada por un 50% de mujeres y otro 50% de hombres, entonces ambos sexos deberían de estar representados en el mismo porcentaje en los órganos del Estado. La intención observar la misma proporción 18 en el ámbito político consiste en garantizar que todas las opiniones pertenecientes a los diferentes grupos se exterioricen en el foro (Griffiths 1960, citado por Huerta 2006, 59). Como complemento, la representación sustantiva es más compleja, ya que se configura una vez que se manifiesten los intereses del grupo representado (en este caso las mujeres); dicho de otra forma, la representación sustantiva se manifiesta como: “la capacidad de un grupo político para incidir de manera sistemática en las decisiones y llevar a buen puerto sus propuestas dentro de entidades […]” (Dahlerup, 1993 citada por Zapata 2012, 238). Mediante estos dos tipos de representación, los partidarios de la paridad argumentan que es necesario que la mitad de los órganos de poder se conformen por mujeres, toda vez que representan el 50% de la población y que ellas serán la mejor opción para manifestar los intereses y exigencias que pudiera tener una mujer. Esta visión asume que las mujeres se identifican entre ellas porque viven, sienten y piensan de forma similar por el simple hecho de ser mujeres. La relación entre la identidad y representación de los intereses de un grupo se considera como un argumento que tendrá mayor influencia en las demandas de derechos fundamentales como lo fue el caso de la despenalización del aborto. Durante las discusiones de la declaración de inconstitucionalidad 146/2007 y su acumulada 147/2007 se solicitó que la Corte declarara la invalidez de los artículos del Código Penal del Distrito Federal que despenalizaban el aborto. Con base en la identidad, la Ministra Olga María del Carmen Sánchez Cordero manifestó, durante su intervención, la importancia de las experiencias y sentimientos que viven las mujeres en relación con el tema del embarazo y aborto: […] yo quisiera empezar por comentarles que hace relativamente poco […] escuché la descripción que hizo un médico en la radio, […] de que, en términos coloquiales […] las mujeres modernas hacíamos prácticamente un drama para tener un hijo […] Y yo pensaba: no sabes lo que estás diciendo, eres varón, no sabes lo que es aumentar de peso en un embarazo, no sabes tampoco lo que es el rechazo de una pareja –no hablo de mi persona, por supuesto- a un cuerpo voluminoso, tal vez de diez kilos, tal vez de más de veinte kilos; tampoco sabes de lo que se tratan los cambios hormonales en un embarazo; por supuesto, no conoces los dolores de parto y menos aún el “síndrome de depresión post-parto” que conocemos también a algunas muchachas que después de tener a sus hijos se han suicidado por este síndrome post-parto. No, de todo esto no tienes ni la más remota idea de lo que te sucede. ¡Claro que no! porque no es una mujer, porque no es una madre ni es una abuela ni ha pasado por un parto, por una concepción y por un síndrome postparto. 19 No obstante lo expuesto anteriormente, es importante mencionar que los argumentos que se basan en las teorías representativas han sido sumamente criticados, entre otras cosas, porque no se puede afirmar que: (i) las mujeres elegidas representan más o mejor a las ciudadanas; (ii) los ciudadanos que son electos representan sólo a un grupo de ciudadanos en particular; (iii) las mujeres que ocupan un cargo son portavoces de los intereses de las ciudadanas; y (iv) los hombres electos se limitan a representar exclusivamente los intereses de los hombres. Finalmente, se considera que esta teoría es incongruente, toda vez que si se buscara una versión en espejo del pueblo, entonces los individuos que forman parte de otros grupos vulnerables también deberían de ocupar los cargos públicos que fueran necesarios según su proporción dentro de la población. V. Conclusiones Las cuotas de género que tienen como finalidad alcanzar la paridad son medidas excepcionales que se adoptaron ante la dificultad de eliminar la discriminación en contra de la mujer en el ámbito político. Por ello, la experiencia demostró que las reformas a las leyes fundamentales para incluir los principios de igualdad y no discriminación no fueron suficientes para modificar la mentalidad de una sociedad androcéntrica, toda vez que las mujeres se encontraban en los órganos legislativos en proporciones muy bajas. Con base en lo anterior, el planteamiento de los fundamentos ideológicos es necesario y útil para dos fines: (i) justificar la inclusión de acciones afirmativas como las cuotas de género que exigen la paridad en los órganos legislativos; y (ii) fomentar un cambio en la mentalidad de los hombres y las mujeres para dejar en el pasado las costumbres que impiden el desarrollo y el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres. El primer fin se debe cumplir inmediatamente, toda vez que al implementar una democracia paritaria, los derechos de terceros se limitan temporalmente y la única razón por la que se pueden limitar los derechos es por que existe una justificación proporcional, adecuada y suficiente. Por otra parte, el hecho de fomentar un cambio de mentalidad es un proceso largo y complicado que necesita nuevas bases lógicas y convincentes para modificar los paradigmas. Asimismo, resulta indispensable reconocer que, con base en una adecuada argumentación, los conceptos pueden cambiar e introducir mejoras en las instituciones que se encargan de garantizar el efectivo respeto de los derechos fundamentales de los grupos minoritarios y/o vulnerables. De esta forma, la realidad demuestra que tanto la democracia como la igualdad no son conceptos estáticos y cambiarán según lo exijan los 20 grupos sociales que se encuentren excluidos, ya que muchas veces la realidad jurídica no coincide con la realidad fáctica. Por otra parte, la legislación vigente en México se limita exigir la paridad en el registro de candidaturas para cargos de legisladores federales y locales. No obstante lo anterior, los fundamentos planteados en el presente trabajo permiten afirmar que la paridad puede y debe ser aplicable en los diferentes órganos que forman parte de los Poderes de la Unión en todos sus niveles, en los órganos constitucionales autónomos y en los altos puestos del ámbito privado. Finalmente, la sociedad no debe limitarse a pensar que la paridad es un beneficio exclusivo de las mujeres. Por el contrario, la paridad es una herramienta de la que se beneficia la sociedad completa, toda vez que es necesaria para mejorar la cultura política y la calidad democrática del país. Consecuentemente, una mejor democracia llevará a un fin aún más ambicioso: conseguir que los ciudadanos confíen en las instituciones y que aumente la participación política mediante el sufragio. En cuanto al voto activo, no puede negarse que se necesita aumentar la confianza en el electorado para que disminuyan las abstenciones en las votaciones; respecto al voto pasivo, se debe generar la confianza de los ciudadanos y modificar la visión que tienen de los partidos políticos y las instituciones electorales con la finalidad de que su decisión para participar no se base en la reputación que les precede. 21 VI. Fuentes consultadas Agacinski, Sylviane. 2000. “La paridad”. En Debate Feminista (Héctor Subirats y Maite Barges Artís trads.) [en línea]. Año 11, vol. 21, abril. 211-30. Disponible en: http://www.debatefeminista.com/descargas.php?archivo=lapari467.pdf&id_articulo= 467 (consultada el 13 de mayo de 2015). Banco Mundial. Población, mujeres (% del total). Disponible en: http://datos.bancomundial.org/indicador/SP.POP.TOTL.FE.ZS (consultada el 5 de mayo de 2015). Beauvior, Simone de. 1984. El segundo sexo. Vol. 2. (Pablo Palant trad.) Argentina: Ediciones Siglo Veinte. 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