Grupo de Bioética Consideraciones en torno a la adolescencia y la píldora del día después Desde el punto de vista ético nos vamos a encontrar con dos bloques conceptuales: 1. La píldora del día después (pdd) es un acto anticonceptivo o es un acto abortivo. En este último caso cual puede ser la conducta del profesional. 2. Cuándo el adolescente tiene madurez para decidir por sí mismo, y cuando no la tiene y han de decidir sus padres o tutores. 1. ETICA MEDICA Y PÍLDORA DEL DIA SIGUIENTE. ACTO ANTICONCEPTIVO O ABORTIVO En la dispensación de la pdd nos vamos a encontrar problemas ético-médicos, deodontológicos y jurídicos nada triviales y merecedores de comentario. Recetar el médico o tomar la mujer la pdd son acciones con fuerte carga de responsabilidad en las que juegan factores relevantes de dos ordenes: • • factor ético-biológico: saber que ocurre en el organismo de la mujer cuando hace uso de la pdd. factor ético-profesional: analizar que requisitos de respeto por las personas y sus convicciones morales habrían que exigirse para que un médico prescriba la pdd. Sin profundizar por no ser este el lugar nos vamos a encontrar con que la pdd produce unos cambios que son contraceptivos porque inhiben la fecundación, y, otros cambios que operan después de esta y han de ser tenidos como interceptivos o abortivos muy precoces. Que parte juega cada uno de estos factores parece ser que en estos momentos sigue sin estar aclarado. Ha habido un cierto cambio en el lenguaje distinguiéndose ANTICONCEPCIÓN, CONTRACEPCCION y ABORTO y con respecto al origen de la vida hay distintas concepciones en las cuales la vida para unos empieza con la unión de óvulo y espermatozoide, mientras que en la nueva terminología esto se retrasa a la implantación en el endometrio. Toda esta situación obliga a actuar en la duda, con menos datos de los necesarios, lo cual crea conflictos. A pesar de esta redefinición de gestación y concepción no ha desaparecido la sustancia moral de este acto. El médico que profese un profundo respeto a la vida y que no ignore el efecto antinidatorio de la pdd rehusará prescribirla para lo cual podrá presentar objeción de conciencia a nivel individual. Según el Código de Ética y Deontología Médica el médico está obligado a respetar las convicciones de la paciente, a quien no puede imponer su opinión. Con respecto a la pdd quien ha de decidir es la mujer, y según el consentimiento informado tiene derecho a toda la información que exista sobre el tema respetando las posiciones políticas, ideológicas o religiosas. Por lo tanto es obligación del médico hacerle llegar desde su posición más técnica, toda esta información a la mujer absteniéndose de imponer las propias. El médico no puede prejuzgar que la persona que tiene delante participa de las mismas convicciones éticas que él, y menos todavía puede dar por supuesto que esa persona prefiera ignorar o no, el dar importancia a las implicaciones morales o religiosas de la pdd. Y dado que hay pruebas que sostienen que la pdd ejerce un efecto antinidatorio y siendo imposible que el médico sepa de antemano si la mujer que le consultara objetara o no a su empleo, no se puede sostener que sea una buena práctica médica privar a la mujer de la información imprescindible para que ésta preste su autorización. No dar esa información seria a la vez un engaño y un abuso, que expropiaría a la mujer de su autonomía. La situación definida como contracepción de urgencia no pertenece al pequeño número de situaciones de urgencia extremada en las que se pueda prescindir del consentimiento informado. 2. SITUACIÓN EN EL PACIENTE MENOR DE EDAD En este tema como suele suceder en bioética se requiere una especial disposición para el diálogo multidisciplinar que englobe los planteamientos ético-filosóficos, educativos, jurídicos y socio-sanitarios, y cuyas conclusiones se apoyen en una fuerte base técnica y científica, aportadas por aquellas disciplinas que intervienen en el debate. Los datos sobre interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en mujeres menores de veinte años muestran un incremento en la última década que es mayor que en cualquier otro grupo de edad, y resulta preocupante el incremento de abortos en mujeres de menos de quince años. Estos datos reclaman el análisis de sus causas, cuestionan la eficacia de las campañas actualmente existentes, ponen de relieve su insuficiencia y nos enfrentan a problemas morales y jurídicos de importancia. Se trata de un verdadero problema de salud pública, y tanto la ética como el derecho deben ocuparse de proponer las pautas de conducta asumibles por la mayoría de los ciudadanos y respetuosas con las minorías. Nunca ha sido fácil dar una respuesta clara y contundente al tema de cuando comienzan los seres humanos a ser jurídicamente responsables de sus actos. Aristóteles dice en la Ética a Nicómaco que “los jóvenes pueden ser geómetras, matemáticos y sabios, y, en cambio no parece que puedan ser prudentes”. La virtud moral por antonomasia, la prudencia parece según este texto alcanzarse muy tardíamente. No debe confundirse madurez moral con capacidad moral e incluso jurídica. Si vamos pasando progresivamente desde los postulados de Jean Piaget, a los criterios del desarrollo moral de Kohlberg y al razonamiento moral de Gilligan nos va a permitir explicar por qué los estadíos últimos del desarrollo moral no se adquieren hasta una edad mas bien tardía, a pesar de que la imputabilidad moral surge mucho más tempranamente. El desarrollo moral parece haber alcanzado ya una cierta madurez en torno a los 16-18 años, pero los estudios de psicología evolutiva de la moralidad demuestran que la mayor parte de los adolescentes alcanzan su madurez moral bastante antes de esa edad, entre los 13 y los 15 años. Nuestro Código Civil establece ciertas limitaciones a la representación legal que ostentan los padres respecto a los menores no emancipados, y una de ellas son los actos relativos a derechos de personalidad u otros que el hijo, de acuerdo con las leyes y con sus condiciones de madurez pueda realizar por sí mismo. En éstos se encuentran evidentemente el derecho a la salud y el derecho al ejercicio y al uso de la sexualidad. Los derechos personalísimos, por tanto deben ser gestionados por el propio menor cuando tiene la suficiente madurez para ello. Por su parte la Ley Orgánica 1/1996 habla del concepto “ser escuchado” si tuviera suficiente juicio, y esto introduce la dimensión del “desarrollo evolutivo en el ejercicio de sus derechos”. En el articulo 6.1 “El menor tiene derecho a la libertad de ideología, conciencia y religión”. En el articulo 2 “las limitaciones a la capacidad de obrar de los menores se interpretarán de forma restrictiva”, es decir intentando respetar siempre lo más posible su autonomía. Con respecto a la IVE el consentimiento informado de menores e incapaces, ha dado lugar a amplias discrepancias doctrinales acerca del criterio para determinar la minoría de edad y las reglas sobre su consentimiento. La ambigüedad de los juicios sociales y jurídicos tiene como base el conflicto entre los dos modos distintos de entender su vida moral: el “paternalista” o clásico y el ”autonomista” o moderno. En el paternalista el conflicto entre beneficencia y autonomía se resuelve en los casos del menor a favor de la primera, aunque ello suponga una lesión de la segunda. El mundo moderno ha dividido el viejo principio de la beneficencia en dos principios distintos: “beneficencia” y “no maleficencia” y nos encontramos que la beneficencia queda a la gestión de los individuos particulares, de acuerdo con sus sistemas peculiares de valores y de proyectos de vida. Por el contrario la no maleficencia pública es exigible a todos por igual, ha de establecerse por consenso racional y debe ser gestionada por el Estado. En los adolescentes menores de 12 años nos encontramos, que no tienen un sistema de valores propio, ni por tanto pueden definir su propia beneficencia, y el Estado sólo puede cuidar su no maleficencia, de que no se le haga mal. En consecuencia ni el médico ni el Estado tienen capacidad para definir lo que es el mayor beneficio de un niño, esta capacidad les corresponde únicamente a los padres o tutores, y solo se vigilará que no se actúe maleficientemente. Cuando es mayor de 12 años y tiene suficiente juicio, la decisión deberá o no, tomarla el menor, según las situaciones, pero en cualquier caso siempre tendrá que ser oído con antelación. Como conclusión cabe decir que la madurez de la persona, sea mayor o menor de edad, debe medirse por sus capacidades formales de juzgar y valorar las situaciones, no por el contenido de los valores que asuma o maneje. En el caso del menor es frecuente evaluar su madurez por nuestra mayor o menor proximidad a su sistema de valores. DELI BERACIÓN PRÁCTICA SOBRE EL TEMA La adolescencia pasa por un momento en que la propia madurez le hace distanciarse de los criterios morales recibidos en el entorno en que vive sin que todavía tenga otros de recambio. Este distanciamiento supone un signo de madurez, pero no llega al punto de tener una alternativa clara. Es la llamada “fase de protesta”. ¿Es el joven, maduro en esta situación?. Kohlberg, estudió esta situación y la denominó “fase 4,5”. Se ha pasado el periodo convencional pero sin haber llegado al postconvencional. Es sabido que la mayor parte de los adolescentes y de los adultos no superan la fase convencional,. A los adultos que no han pasado la fase convencional difícilmente les podemos negar la madurez, y sin embargo intentamos negársela a este grupo de jóvenes, más o menos reducido que, por su mayor inquietud consiguen traspasar ese límite y van mas allá, en busca de algo distinto y superior. En opinión de Diego Gracia et al. el planteamiento dilemático del tema en términos de madurez si o no, es erróneo y no llevará a una solución correcta, más bien habría que enfrentar la cuestión con una mentalidad distinta y más abierta, deseosa de reconocer la madurez y la autonomía que hay en el adolescente y dispuesta a fortalecerla en vez de anularla, ofreciendo al joven compañía, comprensión y ayuda en una fase tan compleja y problemática de la vida. El nivel postconvencional no se puede exigir, aunque sí se debe promover. Este es el punto fundamental, la diferencia entre la imposición y la promoción, sólo cabe imponer las convenciones sociales que adquieren la forma de preceptos jurídicos. La deliberación con el joven exige siempre gran madurez en quien conduce el proceso, y va a poner al descubierto el problema de la madurez de los adultos (familiares, educadores, profesionales, etc.). El adolescente precisa de escucha atenta (la angustia no deja por lo general escuchar al otro, precisamente porque se tiene miedo de lo que pueda decir), un gran esfuerzo por comprender su situación, el análisis de sus valores, la argumentación racional sobre los cursos de acción posibles y los cursos óptimos, la aclaración del marco legal, el consejo no directivo y la ayuda aún en el caso de que la opción que elija no coincida con la que el profesional considera correcta, o la derivación a otro profesional en caso contrario. En todo este proceso le tendrá que hacer ver la importancia de integrar a los padres en el proceso de toma de decisiones, pero cuando este objetivo resulta imposible de lograr y lo que está en juego son derechos personalísimos, relacionados con la intimidad espiritual, corporal o sexual, no parece aconsejable que el profesional ponga el asunto en conocimiento de los padres en contra de la voluntad del joven cuando éste es suficientemente maduro, salvo en caso de imperativo legal. Cuando lo que se plantean son problemas morales, se necesita un adecuado desarrollo moral, y es frecuente que los profesionales tengan miedo a este tipo de cuestiones. Ello les genera angustia que a la vez dispara sus estrategias inconscientes de defensa, siendo el resultado mecanismos como los de negación, rechazo, compulsión, culpabilización, imposición, etc.., Frente a las actitudes rígidamente impositivas, por un lado, y despreocupadamente permisivas, por otro, deben situarse las actitudes responsables, basadas en la deliberación participativa, la escucha atenta, el respeto de las opiniones de todos y la búsqueda de actitudes razonables y prudentes. CONCLUSIONES Ante una adolescente que nos reclama la pdd en una consulta de urgencia hay dos posturas extremas entre todas las posibles: • • una es el rechazo absoluto a la petición de la joven, otra, acceder directamente a su petición, sin ningún tipo de medida coadyuvante. En ambos casos las consecuencias que se siguen son muy peligrosas. En el primero un posible embarazo no deseado en una adolescente, en el segundo un ejercicio muy temprano y poco responsable de la sexualidad. Evidentemente el curso de acción óptimo es intermedio, y pasa por aprovechar la petición de auxilio de la joven para ayudarla a ejercer su sexualidad de modo responsable, utilizando la ocasión para darle una información y educación adecuadas. Entre estas posturas extremas hay otras que se dan en la práctica médica diaria: • • • Remitirla a un centro de planificación familiar ya que el plazo de administración de la pastilla es de 72 horas. Aceptar la demanda de la paciente y aprovechar la ocasión para integrarla en un proceso más amplio de ayuda. Remitir al médico de familia, que es probablemente el más cualificado para atender la demanda de la paciente, ya que puede conocer con aproximación su grado de madurez y sus circunstancias sociofamiliares. Esto le permitiría, además, si la menor consiente y el médico considera adecuada a la familia, implicar a los padres en este proceso y/o en el seguimiento posterior. Por parte del médico de familia van a entrar en juego las circunstancias concretas del sistema de valores y creencias del propio profesional. Legalmente al joven se le reconoce, a partir de los 13 años la capacidad de mantener relaciones sexuales. El Código Penal considera abuso sexual no consentido por el menor el que se ejecuta con menores de 13 años, aunque éstos presten su consentimiento (art. 180.1 y 181.2), de lo que se deduce que a partir de los 13 años tiene capacidad para consentir una relación sexual, sin que ésta en principio sea delito. La pdd es considerada por muchos un método anticonceptivo más, pero otros ven en ella un procedimiento abortivo. Ante esta disparidad de planteamientos, parece que el diálogo del profesional con la joven debería ir dirigido a contrastar si ésta tiene algún tipo de preocupación, duda o conocimiento erróneo sobre el ejercicio de la sexualidad, de la anticoncepción y de la píldora del día siguiente, y a evaluar la necesidad de ayuda que precisa. Todo esto se debe hacer con la máxima discreción evitando presionar psicológicamente o culpabilizar moralmente a la joven. El profesional que considerará este procedimiento como abortivo debería advertirlo desde el principio, explicitando su objeción de conciencia al uso de esta píldora. En la prescripción de anticonceptivos hay que admitir la validez del consentimiento de los adolescentes que poseen capacidad para comprender aquello que deciden. El profesional debe tener en cuenta que la cuestión no es si él considera que el menor tiene madurez suficiente para tener relaciones sexuales sino si el menor ha decidido tenerlas. Es necesario adoptar las medidas pertinentes para que el acceso a los diferentes medios anticonceptivos sea real. El profesional está obligado a ofrecer información y a la prescripción de medidas anticonceptivas para evitar riesgos. La pdd como medida anticonceptiva está incluida en el apartado anterior, y la objeción de conciencia del personal sanitario tiene como límite la posibilidad de prestación del servicio. Los centros sanitarios están obligados a prescribir y proporcionar los servicios y prestaciones reconocidos por el sistema de salud. Bibliografía: 1. Herranz G. Ética médica y píldora del día después. Departamento de Humanidades Biomédicas. Universidad de Navarra. Diariomedico.com. 2. Documento sobre Salud Sexual y Reproductiva en la Adolescencia. Observatori de Bioètica i Dret. Barcelona, junio 2002. http://www.ub.es/fidt/bioetica.htm http://www.bioeticayderecho.ub.es 3. Altamira F, Huberman LM, Páez SE. “La píldora del día después”: un fallo más que polémico. 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