PRESENTE Y FUTURO DEL TRABAJO: APUNTES PARA UNA DISCUSION NO ANDROCENTRICA1 El cambio de siglo no es muy prometedor: las sociedades capitalistas desarrolladas se enfrentan a un paro masivo sin muchas perspectivas de solución, que representa una situación dramática para una parte importante de la población, aunque aún no afloren en toda su magnitud sus consecuencias. Los cambios que están teniendo lugar en la organización de la producción y sus repercusiones en el campo de lo familiar y lo social han puesto de manifiesto que la actual crisis del sistema no sólo es la más profunda desde la segunda guerra mundial sino que además presenta características nuevas. Esto ha hecho que el debate sobre "el futuro del trabajo" cobre especial interés y participen en él distintos sectores sociales con intereses, en ocasiones, contrapuestos. Los sectores políticos que podemos designar de derecha y los grupos empresariales discuten en términos de reparto del trabajo (y de desregulación y flexibilización del mercado laboral) afirmando que el trabajo se ha convertido en un "bien escaso". Pero, como señala Recio2, el trabajo ni es un bien ni es escaso, asunto, este último, que esperamos clarificar a lo largo de este artículo. Por su parte, la izquierda y los sindicatos, en versiones varias y no siempre claras, plantean la reducción de la jornada laboral acompañada de la discusión sobre el posible recorte salarial. Algunos sectores -en ningún caso mayoritarios- en los que se incluiría el pensamiento ecologista, enfocan la cuestión como un cambio cultural profundo que permitiría avanzar hacia un nuevo modelo socio-económico donde los valores básicos no serían la competitividad y el crecimiento descontrolado, sino que se desarrollarían nuevas formas de producción ecológicamente sostenibles en una sociedad más solidaria. En cualquier caso, entre todos estos participantes en el debate es difícil encontrar -salvo contadas y honrosas excepciones3- alusiones a la problemática específica de las mujeres o algún interés en analizar cómo repercutiría cualquiera de las medidas propuestas sobre la vida y el trabajo de las mujeres. En estas líneas pretendo centrarme en este último aspecto. No voy a entrar en el debate -al menos, no en los términos que se acostumbra a discutir- sino que cuestionaré la insuficiencia y parcialidad de las distintas perspectivas por no tener en cuenta las relaciones de género existentes y los problemas de valoración y poder que ello implica. Me detendré, particularmente, en algunos aspectos que ponen de manifiesto por qué muchos de los conceptos y de los modelos interpretativos que continúan utilizándose no son adecuados para estudiar el trabajo de las mujeres, desvirtúan la realidad, no colaboran en la búsqueda de soluciones reales y, más bien -al menos en lo que respecta a esta parte de la humanidad- tienden a consolidar la realidad establecida. De esta manera, las medidas propuestas pueden convertirse en un bumerang para las mujeres, arrastrándolas a situaciones más precarias con un mayor número de horas de trabajo. El objetivo es pues modesto, a lo más se trata de realizar una aportación al debate en el ánimo de seguir buscando juntas y juntos soluciones más prometedoras para el conjunto de la población. Antes de entrar en la discusión de las propuestas concretas se abordan algunos aspectos claves relacionados con el trabajo de las mujeres. En primer lugar, se trata el concepto "trabajo", insistiendo en la consideración de "trabajo asalariado" como una forma particular de trabajo entre las distintas que existen. A continuación, se realiza un breve recorrido por las formas de organización del trabajo y las estrategias de supervivencia de las familias desembocando en las formas actuales, lo que ofrece la base para la posterior discusión sobre el "reparto del trabajo". Pareció conveniente incluir también un apartado que mostrara la situación actual de las mujeres en relación tanto al trabajo asalariado como al trabajo doméstico ya que es a partir de esta realidad que deben establecerse las propuestas sobre el futuro del trabajo. Finalmente, hay una crítica desde una perspectiva feminista a las distintas propuestas realizadas. Trabajo y relaciones de género En las últimas décadas, la incorporación masiva de las mujeres (de clase media) a estudios superiores y al trabajo asalariado ha provocado ciertos cambios de perspectivas en las distintas disciplinas. Se trata de cambios profundos que no sólo pretenden "añadir" el estudio de las mujeres como un tema más a investigar, sino que sobretodo es un intento de replanteamiento tanto de los problemas como de la forma de enfocarlos y resolverlos. La introducción de la categoría "género" ha revelado la insuficiencia de los cuerpos teóricos de las 1 Algunas de las ideas que aparecen en estas notas surgieron al calor de los debates del grupo "Mujeres y trabajo" de Ca la Dona de Barcelona. Naturalmente, la responsabilidad de lo escrito es exclusivamente mía. 2 Puntualizaciones importantes sobre trabajo y trabajo asalariado se encuentran en A. Recio, "Reducción de la jornada de trabajo y empleo: interrogantes en torno a una consigna popular", 1995a y "¿El futuro del trabajo? más preguntas que respuestas", 1995b (de próxima publicación). 3Destacamos el artículo referido de A. Recio (1995a) y A. Lipietz, "Géneros, clases y reparto del trabajo", 1995, CEPREMAT. 2 ciencias sociales por su incapacidad de ofrecer -no ya una explicación- sino ni siquiera un tratamiento adecuado a la desigualdad social entre mujeres y hombres. Estos nuevos enfoques pretenden denunciar el sesgo androcéntrico que subyace bajo el "saber científico": la elección de los temas de investigación, la forma de aproximación, la interpretación de datos y resultados, etc., tienen lugar bajo una perspectiva que pretende hacer universales unas normas y unos valores que responden a una cultura construida por y defensora del dominio masculino. El resultado hasta ahora es un avance importante de tipo epistemológico: por una parte, se construyen nuevas parcelas de conocimiento y, por otra, se redefinen categorías y conceptos partiendo de la propia experiencia de las mujeres. Sin embargo, con todo, sólo las(os) autoras(es) que se dedican al estudio específico de las actividades de las mujeres introducen la categoría género en sus análisis. Es decir, estos nuevos enfoques y los tradicionales discurren por vías paralelas sin llegar a cruzarse. En el tema particular que ahora nos ocupa -el trabajo de las mujeres y las relaciones de género- ha habido una producción teórica importante en cuanto a reconceptualizaciones y replanteamientos del problema4. En todo caso, el sesgo androcéntrico continúa presente en los análisis, particularmente en la disciplina económica que ha sido la menos sensible a las rupturas conceptuales. Ello nos obliga a un ejercicio previo de clarificación de conceptos ya que el tema central de discusión -las distintas formas de trabajos y empleo- trata de categorías utilizadas a menudo de forma confusa y poco precisa. Un primer aspecto que llama profundamente la atención es que a finales del siglo XX, un concepto tan fundamental como "trabajo" presente tantas ambiguedades, aunque como mantienen algunos autores, podría ser un síntoma de que está sufriendo un proceso de profunda transformación. La noción básica según la cual "el trabajo constituye en todas las sociedades la aportación específicamente humana que conjuntamente con los recursos naturales, permite obtener los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas"5 nos ofrece una aproximación general de este concepto donde tienen cabida todas las formas de trabajo, que en la medida que se desarrollan en una sociedad determinada y bajo relaciones sociales particulares asumen características y definiciones más específicas. A lo largo de la historia, las formas de trabajo se han desarrollado bajo distintos marcos sociales, con distintas tecnologías, realizadas por distintos miembros familiares, dentro o fuera del hogar y con o sin remuneración. De aquí que para entender una forma de trabajo específica debe analizarse en el marco de las relaciones sociales en las que se haya inmersa. A este objeto, el ejemplo utilizado por Pahl6 de "observación de una mujer planchando" es útil y clarificador. La cuestión que dicho autor plantea es, si se observa a una mujer que está planchando una prenda de ropa en un contexto doméstico, ello por sí solo no nos da información suficiente para saber qué tipo de trabajo está realizando. Podría ser un trabajo asalariado si la mujer fuera una trabajadora externa de una fábrica de ropa, o podría tratarse de una trabajadora autoempleada si la prenda la hubiese confeccionado ella misma y pensara venderla. Además, en ambos casos, podría tratarse tanto de trabajo formal como de economía sumergida. También podría ser trabajo doméstico realizado para ella misma o trabajo de reproducción de otros miembros familiares o incluso trabajo voluntario. Es decir, es necesario conocer las relaciones sociales -de clase y de género- bajo las cuales se desarrolla la actividad para determinar la forma específica del trabajo. Con el surgimiento del capitalismo se desarrolló el trabajo asalariado como una forma específica dentro de dicho sistema económico que -aunque determinante en algunos aspectos- convive simultáneamente con otros tipos de trabajo. Sin embargo, el predominio del trabajo asalariado ha desvirtuado profundamente la noción de trabajo y ha colaborado en la desvalorización de las actividades no asalariadas. El concepto ha estado marcado por sesgos ideológicos y así se han exaltado ciertas formas de trabajo, ocultando y marginando otras. Bajo el sistema capitalista, el trabajo asalariado (o el autoempleo) ha pasado a ser casi exclusivamente la única actividad designada como trabajo, aunque la mayoría de las familias (y las mujeres) realicen mayor número de horas de trabajo no asalariado (básicamente doméstico) para subsistir. Esto, además de representar al sistema económico dominante, refleja las relaciones de género existentes. El trabajo asalariado representa la actividad básica del mundo público, del mercado, considerado socialmente como la esfera propiamente masculina. El trabajo doméstico o trabajo familiar -diferenciado este último en que incluye actividades familiares necesarias pero realizadas fuera del ámbito del hogar- corresponde al ámbito privado femenino. El lenguaje -como es sabido- no tiene nada de inocente, y designar por trabajo a uno y conceptualizar como no4 Una amplia bibliografía sobre esta cuestión se puede consultar en S. Dex, La división sexual del trabajo. Revoluciones conceptuales en las Ciencias Sociales, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1991, y en C. Borderías, C. Carrasco y C. Alemany, Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Icaria-Fuhem, Madrid, 1994. 5 A. Recio, 1995a, op.cit. 6 R.E. Pahl, Divisiones del trabajo, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1991. 3 trabajo al otro ha contribuido a consolidar una valoración distinta tanto para la actividad, como para las personas que la realizan7. Es en este campo donde la experiencia femenina emerge de una especie de olvido histórico y se propone analizar los mecanismos de funcionamiento de la sociedad capitalista en su conjunto considerando el complejo de actividades productivas y reproductivas desarrolladas tanto en el mercado -oficial o no oficial- como en el ámbito familiar. Ahora bien, a pesar de las nuevas aportaciones en este campo, aún prevalece la idea de que las mujeres son las responsables del trabajo doméstico y los hombres, del trabajo asalariado. La tradición, la cultura y la ideología siguen estando presentes en los análisis económicos en los que trabajo y producción aún se consideran como definidos y determinados por el mercado. En el fondo estamos -en palabras de Daly y Cobb8- ante una falacia de la concreción injustificada: se acepta y se asume que vivimos y nos reproducimos sólo y exclusivamente con trabajo asalariado. Un ejemplo claro de ello es el tema que ahora nos ocupa: la mayoría de los participantes en la discusión sobre el futuro del trabajo mantienen -directa o tácitamente- la concepción estrecha y sesgada de "trabajo" y centran el análisis y la elaboración de sus propuestas exclusivamente en el trabajo asalariado sin tener en cuenta las otras esferas de la sociedad. Sobre esta cuestión volvemos más adelante. Más allá del empleo: familias, trabajos y subsistencia A lo largo de la historia las formas de trabajo han estado siempre cambiantes. Los miembros de la familia han ido realizando distintas estrategias de trabajo necesarias para la subsistencia y reproducción familiar. En determinados períodos y contextos históricos, ciertos trabajos han cobrado una relevancia específica y, de alguna manera, han definido o determinado el resto de las actividades familiares. En cualquier caso, se puede aceptar que independientemente del período histórico considerado el trabajo realizado por los miembros de la familia ha sido el proceso central sobre el que se estructura la sociedad9, aunque en las sociedades capitalistas al quedar el proceso de reproducción oculto por la producción asalariada- esta afirmación exija posteriores explicaciones. Los cambios en las formas de trabajo se acompañan de variaciones en sus características, así, por ejemplo, lo que conocemos hoy como trabajo doméstico seguramente tiene poco que ver con el "trabajo doméstico" realizado en épocas preindustriales donde las viviendas tenían suelo de tierra y no se limpiaban o la ropa casi no se lavaba, en cambio se dedicaba mucho tiempo al cuidado de los animales. En todo caso, dependiendo del ciclo vital, del nivel económico de la familia y del modelo cultural vigente, existía siempre una división del trabajo por edad y sexo más o menos establecida entre los distintos miembros familiares. Además, los estudios antropológicos muestran que las mujeres jugaban siempre un papel esencial en la producción y su trabajo era determinante en la reproducción familiar. El desarrollo de la industrialización favorece la creciente separación física entre la esfera de la producción y la esfera de la reproducción, proceso que se consolida con la implantación generalizada del capitalismo y que relega definitivamente a las mujeres a casa. La característica que seguramente mejor define la situación familiar durante este período es el "pluriempleo o pluritrabajo": se combina el trabajo asalariado esporádico (en distintas granjas, temporales, etc.) con economías familiares de subsistencia. Durante todo este proceso las formas de trabajo sufren cambios muy significativos: desde el siglo XVIII el empleo va en aumento en detrimento de otros tipos de trabajo. Seguramente la única excepción es el trabajo doméstico que, de acuerdo a todos los estudios, más bien aumenta durante un largo período y se mantiene más o menos constante en número de horas (aunque cambia sus características) en las últimas décadas. El aumento del trabajo asalariado implica además otros cambios sociales y culturales importantes: la mayoría de las familias pasan a depender de un salario, las mujeres pasan a depender económicamente del marido y la realización de los trabajos no 7 En esta cuestión -como en muchas otras- la ley ha servido para legitimar una situación ideológica-cultural y otorgarle un carácter legal reconocido. El estudio de U.Martínez, Mujer, trabajo y domicilio, Icaria, Barcelona, 1995, analiza por qué las actividades femeninas no son consideradas trabajo y para ello parte de la ley de accidentes de trabajo de 1900 que establece las características básicas del trabajo. Estas serían, la manualidad, el carácter extradomiciliario, la ajenidad y que se realice con o sin remuneración. Es decir, el carácter extradomiciliario es un elemento constitutivo del trabajo, un elemento central de definición. En cambio, el carácter asalariado -siendo la característica básica del trabajo capitalista- es considerada accidental. De esta manera, los textos legales dando por sobreentendido que cualquier actividad que realice la mujer en casa no es trabajo, están reforzando y justificando lo que es el sentir social. 8 9 H. Daly y J. Cobb, Para el bien común, FCE, México, 1993. Este aspecto está desarrollado en Pahl (1991), op.cit. 4 mercantiles pasa a depender de tener o no tener un empleo remunerado o un autoempleo, ya que este proporciona los ingresos necesarios para realizar el resto de las actividades. En cualquier caso, el progreso técnico tiene consecuencias distintas en el trabajo de mujeres y hombres: permite pasar progresivamente de una situación preindustrial en que las jornadas de trabajo son duras e interminables para ambos sexos a otra en que se reduce la jornada de trabajo asalariado mientras se mantiene sin grandes cambios la del trabajo de reproducción, lo cual dadas las relaciones de género existentes que asignan los trabajos por sexo ha significado una clara situación de desventaja para las mujeres. El desarrollo creciente del trabajo asalariado culmina en las "tres décadas gloriosas" (1945 a 1975) de crecimiento, expansión del sector público y pleno empleo (aunque esto requiere un matiz, el "pleno empleo" se refería sólo a hombres). Esta situación de auge económico, que en una perspectiva histórica sería considerada claramente como una excepción, se pensó que era casi un "estado natural" y que, por tanto, podría durar eternamente; en consecuencia, la situación de desempleo que se nos presenta hoy sería la excepción. Ahora bien, el desempleo es un fenómeno característico y propio de las sociedades capitalistas donde se ha identificado con trabajo asalariado todas las formas de trabajo. De hecho, la palabra "desempleo" sólo se incorporó en el lenguaje hace un par de siglos y podría volver a caer en desuso si no se identificara no tener empleo con no tener trabajo. El trabajo asalariado es la base del sistema capitalista y en gran parte es lo que determina la distribución de la renta y permite el control social. De aquí que cualquier cambio que implique pérdidas de poder o tenga efectos redistributivos desfavorables para el sector de población privilegiado, es de difícil implantación. De hecho, si viviéramos en sociedades solidarias con otro tipo de relaciones sociales, la consecuencia directa del desarrollo tecnológico sería el pleno empleo con jornadas más reducidas. Así pues, el apogeo de "esa sociedad del pleno empleo" ya ha pasado, cada vez son más escasos los empleos estables de jornada completa particularmente en la industria y aumentan -aunque no en la misma proporción- los empleos temporales, a tiempo parcial y precarios. Ello significa problemas sociales y empobrecimiento de una parte de la población, pero no significa necesariamente una disminución del número de horas de trabajo. No es impensable que en el futuro trabajemos más, con nuevas y variadas formas, aunque es posible que el trabajo asalariado disminuya. Es decir, lo que está en retroceso es la economía del empleo, pero ella es sólo una parte de la economía global. "No existen en absoluto signos de un "colapso del trabajo". La noción de que debería haber, en general, un trabajador asalariado o "cabeza de familia" en cada hogar, que normalmente debería ser un hombre, representa una idea, en términos históricos poco corriente. La noción de que en realidad la gente debería resentirse de una situación en que el trabajo asalariado se halla en declive, ilustra, en primer lugar, una dependencia cultural sin precedentes, o simplemente una forma de trabajo y, en segundo lugar, el no reconocer la importancia que el otro trabajo ha tenido en el pasado en la configuración y creación de la identidad social"10. Así, lo que se impone es una reconsideración del trabajo a partir de lo que está sucediendo con los empleos. Desde los inicios del capitalismo hasta ahora, los empleos se han ido desplazando primero, de la economía de mercado hacia el sector público y posteriormente, hacia lo que en términos amplios y sui generis se acostumbra a designar como economía informal, que en gran parte está constituida más por trabajos que por empleos. En términos de sectores, lo anterior se traduce en una primera fase en una pérdida de empleos en la agricultura y la minería acompañadas del auge de la industria; en un segundo período, en una caída de los empleos de la manufactura y la construcción y el crecimiento de los servicios, básicamente públicos, y, finalmente, en una disminución generalizada y progresiva de todo el trabajo industrial y un estancamiento e incluso declive del sector público. La cuestión es entonces, ¿qué trabajos o empleos serán los próximos a desarrollarse? ¿cuáles serán los trabajos del futuro? Probablemente como sector ninguno en particular. Ahora bien, existe una visión algo idealista y utópica del asunto. El modelo cambiante de trabajo y la erosión de la cultura del pleno empleo podrían afectar de modo positivo a nuestra organización familiar, a la valoración del trabajo, a los valores sociales y a la clase de vida que queremos vivir. El tiempo de vida laboral sería menor (menos años, menos horas semanales, etc.) y, en consecuencia, se daría más importancia a la economía familiar y a la comunidad, habría una mayor demanda de educación, más tiempo libre y las actividades fuera del empleo cobrarían mayor importancia. Así, todo trabajo sería respetado y las personas acabarían teniendo una "cartera" de trabajos y empleo más o menos elegida. En conjunto, todo ello nos podría conducir a una nueva forma de vida con un mayor bienestar11. 10 Pahl (1991), op. cit. p. 62. Aunque con diferencias entre ellos, se puede citar a C. Handy, El futuro del trabajo, Ariel. Barcelona, 1986; A. Gorz, Metamorfosis del trabajo, Sistema, Madrid, 1995a, "Salir de la sociedad salarial", Debats, Nº 50, 1995b, "Construir la civilización del tiempo liberado", Cuatro Semanas y Le Monde Diplomatique, Barcelona, abril, 1993, y Guy Aznar, Trabajar menos para trabajar todos, Ed. Hoac, Madrid, 1994. 11 5 Apuntarse a esta opción -tentadora, por cierto, si funcionara sin discriminaciones de ningún tiposignificaría analizar y actuar sobre una realidad determinada por relaciones de clase y de género que más bien se decanta por otras vías no tan estimulantes. Lo que de hecho ya está ocurriendo y posiblemente vaya en aumento es que junto al deterioro de los trabajos asalariados -reducción y precarización de los empleos industriales y de servicios- para una parte importante de la población se incrementan los trabajos en el hogar y los de servicios personales ofrecidos privadamente -la economía malva, en palabras de Handy. Muchos trabajos vuelven al ámbito familiar, ya sea realizados por los propios miembros familiares -cuando no pueden adquirirlos en el mercado y el Estado no los proporciona- o por personas ajenas al hogar. La familia adquiere un papel más importante, reasume una serie de responsabilidades y aumentan las tareas de "cuidados" de las personas; trabajos, que como es obvio, recaen sobre las mujeres. Por su parte, el sector de servicios personales está formado por personas que trabajan por cuenta propia o por empresas muy pequeñas que ofrecen sus servicios a aquella parte de la población que se puede permitir adquirirlas. Comprenden diversas actividades: todo tipo de trabajos del hogar como limpieza, cuidados de personas, mantenimiento y reparaciones; pequeños servicios de comidas y restauración; hostelería; educación particular; servicios relacionados con el turismo; servicios de estética y salud, como gimnasios, peluquerías, e incluso algunos servicios de gestión y administración para empresas. Este tipo de trabajos en general no son estables, ni fijos ni a tiempo completo. Más bien se adaptan a las necesidades de la demanda realizándose a tiempo parcial, de forma temporal, sin seguridad y con salarios bajos. De aquí que no es impensable una sociedad donde un sector privilegiado disponga de trabajo estable y bien remunerado y otro sector mayoritario viva realizando distintos tipos de trabajos, incluídos los de servicios personales. "El desarrollo de los servicios personales no es, pues, posible más que en un contexto de desigualdad creciente, en el que una parte de la población acapara las actividades bien remuneradas y obliga a la otra parte a desempeñar el papel de servidor"12. No es tan excepcional hoy imaginar una familia donde ninguna o ninguno de sus miembros disfruta de un trabajo asalariado a tiempo completo, pero que todas(os) o algunas(os) de ellas(os) realizan trabajos en el interior del hogar -doméstico, familiar, artesanal...- y/o dispone de algún ingreso relativamente regular: trabajos ocasionales a las(os) vecinas(os), faenas de limpieza, ayudas en comedores o bares, etc., situación que en nada se asemeja a la utopía señalada anteriormente. En resumen, un regreso al trabajo doméstico y al trabajo informal como única forma de subsistencia. De alguna manera, un regreso a las formas de organización del trabajo de las familias del siglo XIII. En cualquier caso, desde una perspectiva más subjetiva, lo anterior significará que a futuro la identidad de cada una(o) no vendría determinada por la profesión, ya que a esa actividad particular se le dedicaría sólo una parte pequeña del tiempo total, el resto se repartiría entre otros trabajos o tareas varias13. Dicho de otro modo, desaparecería la figura del hombre unidimensional, con una sola profesión u oficio, un solo empleo e incapacitado para realizar otros trabajos. El modelo futuro para mujeres y hombres se asemejaría más en este sentido al modelo femenino de todos los tiempos: un desplazamiento continuo de un trabajo a otro, dentro y/o fuera del hogar, combinando responsabilidades familiares con laborales, organizando su equilibrio de trabajo en términos de las necesidades de la familia en conjunto y, en consecuencia, no reconociéndose ni identificándose exclusivamente con el trabajo asalariado. En este sentido, se podría pensar que las mujeres están en mejores condiciones que los hombres de enfrentar el futuro, pero es aquí donde las relaciones de género pasan a jugar un papel decisivo. En cualquier alternativa, con más o menos optimismo -o idealismo, como se quiera interpretar- es muy probable que aumente el trabajo de las mujeres y además en condiciones más bien precarias. Por una parte, lo que se constata hoy es que los trabajos a tiempo parcial de servicios personales básicamente están realizados por mujeres y no precisamente porque éstas elijan ese tipo de jornada -como lo demuestran los últimos estudios- sino porque son trabajos creados especialmente para ser ofrecidos a mujeres: se definen como descualificados y, en consecuencia, se pagan menores salarios. Por otra parte, es muy probable que aumente el trabajo familiar y no hay nada que haga suponer que éste no seguirá estando realizado mayoritariamente por las mujeres. Los procesos no son neutros y si hasta ahora los trabajos han estado divididos por sexo y aquellos asignados a las mujeres han sido considerados como no-trabajos, marginales y desvalorizados ¿qué razones existen para que un cambio en las formas de trabajo por necesidad del desarrollo del propio sistema económico genere también un cambio en las relaciones de género? Si este mecanismo de hecho funcionara, en la situación actual cuando el varón se encuentra desempleado podrían vislumbrarse signos de tal cambio, pero la realidad muestra lo contrario: incluso en dicha situación, los modelos de trabajo en las familias continúan estando fuertemente estructurados según el género, asumiendo las mujeres la mayor parte del trabajo familiar. Volveremos sobre este tema. 12 13 Gorz (1995a) p. 202, op. cit. Este aspecto está tratado en Handy (1986), op. cit. 6 Previamente nos parece importante insistir en la situación de las mujeres hoy en relación al trabajo, ya que cualquier posible escenario futuro se construirá a partir de la realidad actual y no cabe esperar "milagros" en cuanto a la transformación de las personas; más bien cabe actuar teniendo claras las condiciones de partida. Mujeres y trabajos: un nuevo modelo cultural Un tópico ampliamente extendido afirma que las mujeres se incorporan al mercado laboral en la década de los años sesenta, aunque la realidad es otra muy distinta. La gran mayoría de mujeres de clase baja han realizado desde la industrialización diversos trabajos remunerados: en las fábricas, de sirvientas, costureras, etc. Lo que tiene lugar hace tres décadas es un cambio cultural profundo. Hasta ese momento el modelo de trabajo de las mujeres exige que éstas se queden en casa y sean buenas esposas y buenas madres. El empleo voluntario de la mujer casada era una situación vergonzosa que significaba el abandono de su responsabilidad básica además de demostrar que su cónyuge no ganaba lo suficiente para mantener a la familia. La mujer soltera de clase baja que mantenía un trabajo remunerado lo hacía "porque no tenía más remedio" y su máxima aspiración era casarse para tener la opción a abandonar el trabajo14. Martínez señala que la mujer casada que permanece asalariada es reflejo de ser el último recurso que asegure la subsistencia familiar: "las actividades de las mujeres son poco más que una especie de apéndice de su propia miseria"15. Así, el trabajo asalariado no era para las mujeres -a diferencia de los hombres- lo que otorgaba identidad a sus vidas. Esta venía dada a través de la maternidad y el cuidado de la familia. En los años sesenta, el modelo cultural cambia: cae la fecundidad, aumenta la incorporación de las mujeres en la educación superior y la clase media pasa a participar masivamente en el mercado laboral, que deja de ser un destino maldito para transformarse en una reivindicación. Cambia la percepción que tienen las mujeres de sus roles como madres y como trabajadoras: desean un trabajo asalariado tanto por la valoración social como por la independencia económica que significa. Esto es lo que se ha denominado "la revolución silenciosa" de las mujeres, proceso que hizo visible las divisiones de género del trabajo. Desde entonces, las mujeres se mueven entre el trabajo doméstico y el trabajo asalariado y cada vez menos abandonan este último ante el nacimiento del primer hijo. Así y todo, su identidad no viene dada exclusivamente por su profesión y su empleo sino que tiene la doble vertiente: la profesional y la maternal. De esta manera, las mujeres se incorporan al trabajo asalariado manteniendo el trabajo doméstico, al mismo tiempo que adquieren una nueva identidad sin abandonar la que ya tenían. Pero este cambio de modelo cultural que realizan las mujeres no ha estado acompañado de una transformación en el conjunto de la sociedad. El mercado de trabajo sigue estructurado de acuerdo a la pauta masculina de trabajo a tiempo completo durante toda la vida adulta y la organización socio-económica se mantiene sin cambios significativos durante estas décadas: jornadas laborales, vacaciones escolares, servicios públicos etc. siguen funcionando bajo el supuesto de que "hay alguien en casa" que cuida de niños, ancianos, enfermos, lo cual se ha traducido en una continua presión sobre el tiempo de las mujeres. Por su parte, los hombres como grupo humano tampoco han respondido a la nueva situación creada y el trabajo familiar y doméstico continúa siendo asumido mayoritariamente por las mujeres. En resumen, a pesar del viraje espectacular -no exento de conflictos y tensiones- realizado por las mujeres en las últimas décadas, las relaciones de género, en lo fundamental, no han cambiado y se mantienen profundas desigualdades en el campo del trabajo familiar como en el del trabajo asalariado. Como a menudo esta situación no es percibida como tal y existe más bien la creencia generalizada que sí ha habido un avance importante hacia la igualdad de oportunidades y el reparto equitativo del trabajo doméstico, parece necesario hacer mención a algunos datos y resultados que muestran lo contrario. El trabajo familiar ¿hacia una participación equitativa? Durante los últimos 30 años, parte del trabajo de reproducción ha sido transferido desde la familia (desde las mujeres) al sector público y al mercado16, variando considerablemente las proporciones según los países y 14 "...mientras que en 1911 el 69% de todas las mujeres solteras tenían un empleo, solamente un 9,6% de las mujeres casadas estaban trabajando" J.W. Scott y L.A. Tilly, "Women´s Work and the Family in Nineteenth Century Europe", Comparative Studies in Society and History, XVII, 1, 1975. 15 Martínez, 1995, op. cit. p. 63. 16 El trabajo de reproducción ha sido siempre responsabilidad de las mujeres, por tanto, son éstas y no la familia las que pueden transferirlo. Las tareas domésticas se podrían catalogar según la posibilidad de ser o no "transferidas". Las más transferibles serían aquellas que producen bienes y servicios no directamente personales como cocinar, planchar, limpiar; estas son las que la clase media y alta han transferido al mercado. En segundo lugar, estarían aquellas que implican procesos de socialización (y relaciones afectivas) como el 7 la clase social. En todo caso, una parte importante continúa siendo responsabilidad de la familia (de las mujeres). En los años sesenta, las mujeres pensaron que dada la creciente socialización del trabajo doméstico entendida como la asunción de determinadas tareas por el sector público o por la empresa privada- este proceso podría continuar hasta abolirse totalmente este tipo de trabajo. La realidad ha demostrado lo contrario: el trabajo doméstico no se elimina, sino que cambia de características y es esencial para el funcionamiento social. En los noventa nos encontramos que después de haber destinado gran parte de los esfuerzos a exigir mayor responsabilidad al sector público, éste ya ni siquiera se mantiene sino que incluso retrocede. Así, es probable que el trabajo doméstico más que disminuir, aumente. Ahora bien, en este proceso de "transferencias" realizado en las últimas décadas, una parte muy poco relevante fue transferida a los hombres y así, las mujeres continúan siendo las principales responsables del trabajo doméstico y de las tareas de "cuidados". Diversos informes y estudios relativamente recientes nos servirán para certificarlo. En términos de cifras globales destacamos algunas de las conclusiones del "Informe de las Naciones Unidas sobre la situación de la mujer en el mundo para las regiones desarrolladas, 1995"17: en primer lugar, las mujeres trabajan más horas por semana que los hombres; en el caso particular del Estado Español la relación es de 64 horas para las mujeres y 41 para los hombres. En segundo lugar, el trabajo doméstico no remunerado predomina en el tiempo de la mujer en casi todos los países; como media las mujeres continúan realizando entre dos tercios y tres cuartas partes del trabajo doméstico. Además, "la mayoría de los hombres no lavan ni planchan, ni limpian la casa ni hacen las camas y la mayoría de las mujeres realizan pocas tareas de reparación y mantenimiento del hogar"18, lo cual refleja claramente que la división por sexo del trabajo se mantiene. Esta situación se acentúa si se consideran los cambios en la utilización del tiempo durante el ciclo vital: lo que para las mujeres son cambios importantes (formar familia, tener hijos, ...) para los hombres no son significativos: "Las formas en que las mujeres y los hombres utilizan su tiempo se parecen más cuando son jóvenes y no se han casado. Una vez que las mujeres y los hombres contraen matrimonio o cohabitan y forman una familia, se afianzan más las funciones de los sexos. En general, las mujeres casadas o que viven en concubinato realizan más tareas no remuneradas que las mujeres solteras, aun sin hijos. En el caso de los hombres, el hecho de ser casados o solteros no hace mayor diferencia en la cantidad de tiempo que dedican al trabajo no remunerado"19. En tercer lugar, y como resultado de lo anterior, "el tiempo diario que pasa un hombre en el trabajo y las actividades domésticas tiende a ser el mismo durante toda su vida activa, en cambio el de las mujeres fluctúa mucho y a veces es sumamente pesado, resultado de combinar el trabajo remunerado y las responsabilidades del hogar y la atención de los niños....Los datos correspondientes a la gran mayoría de las países demuestran claramente que los hombres disponen de mucho más tiempo libre y de tiempo para su atención personal" 20. Otra perspectiva de análisis nos la ofrece una encuesta realizada en la Europa de los doce cuyo objetivo era analizar hasta qué punto las relaciones entre hombres y mujeres son más igualitarias hoy y qué perspectivas se vislumbran para el siglo XXI21. En general, las respuestas a las preguntas sobre actitudes respecto a la discriminación en el trabajo, a la igualdad en el interior de la familia, el tipo de familia preferida, etc., señalan resultados optimistas en cuanto a la evolución de respuesta en los últimos veinte años. Actualmente, la media de los 12 países ofrece alrededor de un 65% de respuestas con preferencia de situaciones más igualitarias, siendo Dinamarca el que más (aproximadamente un 85%) y España con valores alrededor de la media. Pero cuando se analiza qué pasa con el comportamiento real en el dominio doméstico, la situación no es tan estimulante: si hombre y mujer trabajan a tiempo completo en trabajo asalariado, la responsable del trabajo doméstico sigue siendo la mujer en el 72% de los casos, cifra que aumenta significativamente si ésta trabaja asalariadamente jornada parcial o si es ama de casa a tiempo completo. Las conclusiones del estudio son que los cambios en el campo doméstico son limitados, que se sigue considerando que éste es un asunto de relaciones personales y de negociación privada entre hombres y mujeres aunque los cambios en el mundo externo -legislación, trabajo asalariado, etc.- den la impresión que ha habido un avance importante en la consecución de la igualdad entre sexos. Sin duda se ha avanzado y hay diferencias no despreciables en relación a las condiciones de hace 30 años. pero lo relevante a destacar en estas conclusiones es que, sin embargo, existe cuidado y educación de las hijas e hijos, tareas que han sido asumidas en mayor proporción por el Estado y los hombres, y finalmente, las que implican cuidados directos sin socialización, como el cuidado de ancianas(os) o enfermas(os), tareas que siguen asumiendo básicamente las mujeres. 17 Naciones Unidas, Situación de la Mujer en el Mundo, 1995. Tendencias y estadísticas, Nueva York, 1995. 18 Ibidem p. 116. 19 Ibidem p. 116. 20 Ibidem p. 115, la cursiva es mía. 21 K. Kierman, "The roles of men and women in tomorrow's Europe", Employment Gazette, octubre 1992. 8 actualmente una brecha importante entre la realidad y la percepción de dicha realidad en relación a la situación de las mujeres. Por último y en un ámbito más local, se puede hacer referencia a un estudio realizado recientemente en la ciudad de Barcelona cuyo objetivo era el análisis cuantitativo del tiempo de las mujeres de 25 a 50 años22. Los resultados no difieren de los ya comentados. En cuanto a la organización del trabajo doméstico, un 72,6% de las mujeres se encargan personalmente y en solitario de esta actividad y sólo un 7,6% comparten este trabajo organizativo con su pareja. La distribución de las tareas domésticas confirma una vez más que son las mujeres las que mayoritariamente realizan el trabajo: a excepción de los trabajos de reparaciones domésticas, de todas las actividades -limpieza, cocina, compras- la mujer en solitario realiza aproximadamente el 60% y en conjunto con su pareja el 10%. El resto se realiza en formas variadas destacando que la pareja de la entrevistada realiza en solitario aproximadamente un 3% del total. Finalmente, en relación a las tareas de "cuidados", si se trata de menores de 14 años, la mujer asume el 58% en solitario y con su pareja el 35%, porcentajes que cambian fuertemente a 68% y 12% si se trata de personas mayores o enfermas. Bien, todos estos estudios confirman la hipótesis anterior: el nuevo modelo cultural femenino no se ha visto acompañado de un cambio análogo de la sociedad y, en particular, del trabajo de los hombres. Más aún, aunque estos últimos aparecen asumiendo parte del trabajo doméstico, el análisis cualitativo permite constatar que las diferencias por género han sufrido pocos cambios. El trabajo asalariado ¿hacia una real igualdad? En relación al mercado de trabajo se pueden resaltar dos hechos que caracterizan la participación laboral de las mujeres: por una parte, un aumento de la población activa femenina incluso a pesar de la crisis económica, aunque acompañada de un mayor aumento del paro femenino y, por otra, la curva bimodal de participación laboral cambia por una U invertida más semejante a la masculina23. Ambos hechos ayudan a confirmar el cambio cultural: el modelo dominante femenino hoy es la doble actividad de las mujeres, como madres y como trabajadoras asalariadas. Esto podría hacer suponer que se estaría consiguiendo una igualdad en el mercado laboral, sin embargo, todos los análisis nuevamente confirman una persistencia de discriminación en perjuicio de las mujeres. Dicho en breve, las mujeres han cambiado en cuanto a su voluntad de tener un trabajo asalariado, pero ello no ha afectado a los mecanismos básicos generadores de desigualdades entre mujeres y hombres. Para analizarlo, es conveniente distinguir entre "empleo" como las formas de acceso al mercado de trabajo y "trabajo" (asalariado) como las condiciones específicas en que se desarrolla la actividad laboral. En cuanto al empleo, las manifestaciones más extendidas donde se reconstruyen las desigualdades son el paro femenino que aumenta más rápidamente que el masculino y el subempleo que se concreta de forma específica y generalizada en la jornada a tiempo parcial. En relación a la ocupación y el paro, los datos confirman que la tendencia creciente de la actividad femenina no ha significado progreso en la igualdad del empleo masculino y femenino; "... mientras que en el período 1984-1993 la población activa femenina aumentó un 38,7 %, la población ocupada lo hizo en un 27,6 %. Es decir, una parte de la mayor actividad femenina se tradujo en paro. En 1993 las mujeres representaron el 47 % del total de parados y sólo un tercio de la población activa. Mientras la tasa de paro masculina era la misma que en 1984, la femenina había crecido 6 puntos"24. En cuanto al tipo de jornada, no creo necesario repetir aquí lo que muchas autoras y autores han demostrado: la jornada parcial se corresponde, por lo general, con un trabajo precario, con menores beneficios sociales, sin responsabilidades, sin posibilidades de promoción, con horarios nocturnos, de tarde o fines de semana, creados y ofrecidos a mujeres; y además, encierra el peligro de legitimación de un nuevo modelo: los hombres trabajando a jornada completa en el mercado y las mujeres repartiendo su tiempo entre el trabajo doméstico y un trabajo asalariado a jornada parcial. En nuestro país -aunque aún con cifras bastante menores que en el resto de los países de la Unión Europea- las mujeres trabajando con jornada parcial aumentaron en los últimos años del 5 % al 15 % del total de asalariadas, los hombres, en cambio, son sólo el 2 % del total de asalariados. Además, la causa que mayoritariamente las mujeres aducen para estar en ese tipo de jornada no son las responsabilidades -como se acostumbra a señalar- sino el tipo de actividad que están realizando, lo que estaría señalando que la jornada a 22 D. García Ramon, G. Cánoves y M. Prats, Mujeres, ciudad y tiempo cotidiano, Institut d'Estudis Metropolitans de Barcelona, octubre, 1995 23 J. Rubery, Las mujeres y la recesión, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1993. 24 CES, La situación de la mujer en la realidad socio laboral española, Informa Nº 3, diciembre 1994, p. 11. 9 tiempo parcial se ofrece específicamente a mujeres y puede ser una causa importante de la segregación ocupacional25. En cuanto al análisis del "trabajo", es decir, a las condiciones en que se realiza la actividad, probablemente el aspecto más destacado son los mecanismos que definen los distintos grados de cualificación lo cual, naturalmente, determina los niveles salariales. Hace ya tiempo que muchas autoras pusieron en evidencia que el concepto de cualificación -mecanismo más utilizado para establecer desigualdades- estaba construido socialmente. De acuerdo a ello, se puede hablar, por una parte, de cualificaciones formales, que serían las adquiridas en el mercado o en el puesto de trabajo; respecto a las cuales muchas mujeres quedan excluidas de trabajos cualificados porque han tenido más dificultades que los hombres para realizar determinados aprendizajes formales. Por otra parte, existen las cualificaciones informales o tácitas que en el caso de las mujeres se refiere a aquellas que se adquieren en la familia y permiten que las mujeres realicen trabajos que implican competencias complejas, pero que, sin embargo, no se designan como cualificaciones, por lo que el mercado no las reconoce. La historia en este caso nos puede servir como banco de pruebas de diversos tipos de situaciones que tienen que ver con la "cualificación" y el trabajo de las mujeres, a saber, cómo las empresas utilizan "cualificaciones femeninas" pero no las remuneran; cómo determinados trabajos considerados femeninos tienen una valoración menor que aquellos catalogados como masculinos y, en consecuencia, gozan de menores salarios o cómo los procesos de valorización y desvalorización muchas veces se corresponden con los procesos de masculinización o feminización. Dichos procesos de valorización y desvalorización se desarrollan en una especie de círculo vicioso que reproduce continuamente la escasa valoración de la experiencia femenina tanto en el trabajo de producción como en el doméstico y familiar26. Scott y Tilly lo definen como una tarea de Sísifo: los sectores masculinos donde penetran las mujeres se desvalorizan y aquellos feminizados que comienzan a valorarse, se masculinizan. Desde el importante trabajo de estas autoras27, se han ido estudiando diversos procesos y sectores que confirman la anterior afirmación. El caso de la Compañía Telefónica es paradigmático28. El proceso de transformaciones tecnológicas iniciado en 1925 por la compañía se concreta en un proceso de feminización de los servicios de atención al público. Las cualificaciones de telefonista se presentaban como específicamente femeninas: una capacidad única de gestión de las relaciones y de los conflictos personales y el conocimiento de formas de gestión complejas del tiempo, propias del trabajo femenino en la familia. Las mujeres reunían así características que para la empresa eran vitales y, por tanto, consideradas una mano de obra preferente para este tipo de trabajo. A pesar de esto, los salarios eran más bajos, por la "menor cualificación". Otro ejemplo lo encontramos en el sector administrativo que con el desarrollo de la máquina de escribir pasa de ser masculino y altamente valorizado a convertirse en femenino y desvalorizado. Así, contrariamente a lo que muchas veces se aduce para justificar los menores salarios femeninos, en este caso la desvalorización va acompañada de una mayor mecanización. También en la industria de la confección cuando los aspectos cualificados del trabajo de los cortadores -que a diferencia del trabajo de las costureras se consideraba cualificado porque era artesanal- es asumido por máquinas cortadoras computerizadas, los hombres se las ingenian para que su trabajo continúe considerándose cualificado29. En fin, la literatura es bastante amplia al respecto y todos los estudios nos remiten a la misma cuestión: las diferencias de género juegan un papel crucial en las definiciones de las cualificaciones y de los trabajos. Esto se concreta en que las mujeres, por una parte, quedan excluidas de determinados trabajos considerados masculinos, entre otros, las profesiones de mayor prestigio y, por otra, cuando son asignadas a determinados trabajos -catalogados femeninos- que implican competencias complejas no se les reconoce la cualificación. En resumen, en una primera lectura rápida se podría afirmar que las mujeres han recorrido un camino, que se ha conseguido eliminar algunas discriminaciones, que se debe seguir en ello y que es posible que en algún futuro se conseguirá una igualdad cualitativa y cuantitativa con los hombres. Pero, la situación no se ve tan 25 Ibidem. El problema está bien expuesto en A. Pesce, "La formación profesional desde el punto de viste de las mujeres" en La formación ocupacional desde la perspectiva de las mujeres, Instituto de la Mujer, Serie Debate, Nº 6, Madrid, 1988. 27 Scott y Tilly (1975), op. cit. 28 El caso de la Compañía Telefónica está ampliamente desarrollado en C. Borderías, Entre líneas. Trabajo e identidad femenina en la España contemporánea, Icaria, Barcelona, 1993. 29 A. Coyle, "Sex and skill in the organization of the clothing industry" en J. West, Work, Women and the Labour Market, Routledge y Kegan Paul, Londres, 1982. 26 10 clara. Por una parte, las dos fuentes de desigualdades básicas con rasgos estructurales -la permanente desigualdad de las mujeres en el empleo y el trabajo asalariado y la ausencia de equidad con los hombres en las tareas relacionadas con el trabajo doméstico y familiar- poco se han modificado. Por otra, la actual situación de crisis económica y los recortes del Estado del Bienestar no favorecen el proceso de autonomía e independencia de las mujeres. La incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, a la educación superior y la caída de la fecundidad no constituyen por sí solos un mecanismo que tienda a consolidar la igualdad de mujeres y hombres. Nada garantiza que los avances conseguidos no sean reversibles. Particularmente en los países mediterráneos donde -a diferencia del polo anglo escandinavo- existen valores familiares católicos propios que se traducen en una fuerte cohesión de los lazos familiares con decisiva importancia en las relaciones sociales30. Además, dichos países han sido los últimos en llegar al Estado del Bienestar y a la emancipación femenina, por tanto, las conquistas y derechos conseguidos por las mujeres son relativamente recientes y están menos consolidados, de aquí el peligro del retroceso31. Una crítica feminista a la propuesta "reducción de la jornada laboral" Bien, llegado este punto nos encontramos, por una parte, con una realidad caracterizada por una fuerte reducción de empleos estables, un paro que si no aumenta en mayor proporción es por la proliferación del empleo precario y una discriminación de la mujer que perdura tanto en el campo asalariado como en el doméstico. Frente a esto se plantean distintas alternativas de solución entre las que se encuentran la reducción de la jornada laboral, el reparto del empleo, la redistribución de la renta y/o el desarrollo de nuevas formas de trabajo. Una crítica a estas propuestas ya la he realizado en otro lugar32 por lo que en esta ocasión sólo insistiré en aquellos aspectos más relacionados con la exclusión permanente del análisis de las relaciones de género. Un primer grupo de autores parte de una crítica al sistema capitalista y plantea una alternativa de modelo de sociedad -la sociedad del "tiempo liberado"- que podría calificarse de idealista y en cierta manera de sexista inconsciente, por lo que veremos a continuación33. Su crítica al sistema capitalista aborda distintos aspectos, entre los que destacan el predominio del mercado y la extención del concepto de racionalidad económica a todos los campos de la vida humana. En relación al primero, critican la relevancia que se otorga al sector mercantil y plantean que de hecho las sociedades están compuestas por dos esferas -producción y reproducción- que funcionan con distintos tipos de trabajos. El problema de esta perspectiva -que indudablemente es más adecuada que la convencional- es que ignora que los procesos de trabajo de ambas esferas no se desarrollan en un contexto neutro, sino en un ambiente sexuado determinado por las relaciones de género existentes. Así, "olvidan" las diferencias de valoración en los trabajos de mujeres y hombres y lo que ello socialmente implica para las vidas de cada uno. Su crítica a los valores dominantes continúa a través del concepto de racionalidad económica: una forma de pensar y de actuar propia de la producción capitalista se ha extendido al tejido relacional (educación, socialización,...) y ha ganado terreno en la vida de las personas en detrimento de otras relaciones como son las afectivas y las de solidaridad. La racionalidad económica y su traducción valorativa, la monetización, ha entrado en los hogares contaminando el resto de nuestras vidas. Este planteamiento -con el cual podríamos coincidir- pierde claridad cuando se concreta en el ámbito de los trabajos familiares, en particular, los cuidados de las personas. Es posible que a algunas actividades que impliquen afectos sea difícil otorgarles un valor monetario y seguramente no sea deseable transformar a relaciones mercantiles las relaciones familiares. Pero también es verdad que en nuestra sociedad sólo tiene valor lo que de alguna manera se relaciona con el mercado y se le puede asignar un precio. De aquí que se requiere de una segunda consideración: no se puede hablar de tareas de "cuidados" sin analizar quién las realiza, por qué y bajo qué condiciones y qué valores y relaciones de poder ello implica entre mujeres y hombres. El "amor" que envuelve las tareas domésticas ha sido el argumento tradicionalmente 30 Actualmente el discurso oficial insiste en la recuperación de la familia como institución que asume "tareas de cuidado". Se dice, por ejemplo, que "las abuelas y los abuelos están mejor en casa" o que "las niñas y los niños operadas(os) de problemas menores pueden hacer la recuperación en casa". ¿No sería esto contradictorio con el supuesto que madre y padre tienen un trabajo asalariado? ¿Quién cuidaría de estas personas? ¿O acaso se está insinuando que las mujeres "deben volver a casa"? 31 F. Bettio y P. Villa, "¿Existe un proceso mediterráneo de integración de las mujeres en el mercado de trabajo?", Revista de treball, Nº 24, septiembre-diciembre, 1994, plantean una tesis interesante sobre las razones que justificarían las diferencias en relación a la situación de la mujer entre los países anglo escandinavos y los mediterráneos. 32 C. Carrasco, "Un mundo también a nuestra medida", Mientras Tanto, 60, invierno 1995. 33 Entre estos se encontrarían A. Gorz, op. cit. y Guy Aznar, op. cit. 11 utilizado para que las mujeres trabajaran más y atendieran a toda la familia. Por tanto, la crítica de la racionalidad económica en los trabajos domésticos debe ir acompañada de una alternativa de valoración de ese trabajo realizado por las mujeres en el hogar a riesgo de que de forma consciente o inconsciente se continúe ocultando. La alternativa de sociedad que estos autores vislumbran tiene como base la sociedad de pluriempleo y/o pluritrabajo comentada en apartados anteriores, según la cual la razón central de la crisis social es que el trabajo en un sentido muy preciso (asalariado) ha llegado a ser escaso. Por tanto, "... las actividades voluntarias se convertirían en uno de los polos de una vida multipolar, al lado del trabajo remunerado (de 20 a 30 horas semanales) y de otras actividades no económicas: culturales, educativas, de mantenimiento y de renovación del marco de vida, etc."34. Aquí es cuando surge con fuerza el sexismo inconsciente. ¿Quién asumiría "voluntariamente" determinados trabajos, particularmente, los de "cuidados"? Si se supone que todas y todos los compartiremos equitativamente, ¿por qué no lo hacemos ya hoy? Da la sensación que paralelamente al proceso de transformación de las formas de trabajo se supone un proceso de profunda transformación del marco de valores de las personas, aunque no exista -o al menos no se explicita- razón para ello. Esto trae a la memoria aquella consigna de los años sesenta "lo importante es la toma del poder, lo demás vendrá por añadidura" ; las mujeres de países como Cuba, China, URSS,- por no nombrar otros- tendrían mucho que explicar al respecto. En cualquier caso, lo que más llama la atención de la futura sociedad que se defiende es la idea de que los incrementos de productividad permitirán el desarrollo de otro tipo de sociedad con más ocio, más tiempo libre, más posibilidades de creatividad. Una sociedad del "tiempo liberado" donde todo lo cultural predominará sobre lo económico, donde la gente tendrá tiempo para aquellas actividades que le gusten, donde habrá tiempo libre para proyectos individuales o colectivos, artísticos o técnicos, etc. Esto refleja una concepción del tiempo totalmente masculina que ya fue criticada -aunque en otros términos- en los años sesenta cuando la teoría neoclásica del mercado laboral definía el tiempo no dedicado a trabajo asalariado como tiempo de ocio. La hipótesis del "tiempo liberado" sólo tiene sentido aplicada a la mitad de la humanidad: los hombres. Para las mujeres, los trabajos familiares -en particular, los de cuidados- pueden incluso aumentar en la medida que exista mayor población dependiente por razón de edad, que se de mayor calidad a los cuidados (no existe un límite claro) y se recorten las ayudas sociales (como ya está sucediendo). El sesgo sexista que determina todo el análisis emerge con claridad en la discusión de los objetivos del supuesto del tiempo liberado: se dispondrá de un tiempo con una cualidad diferente de la conocida hasta hoy, "... es deseable permitir a los hombres disponer de un volumen de tiempo más importante que el dedicado al ocio, para favorecer su desarrollo individual"35 ya que "Los fines de semana o las vacaciones, tienen como función recargar las baterías, recuperar la eficacia en el trabajo, pero esos tiempos intersticiales valen sólo para el ocio no permiten una segunda actividad"36. Definición totalmente masculina que incluso ofende a las mujeres: cualquier estudio de presupuestos de tiempo muestra que las mujeres casadas que participan en el trabajo asalariado utilizan precisamente los fines de semana para realizar gran parte del trabajo doméstico. Cabe entonces la pregunta ¿dónde sitúan estos autores el tiempo de cuidados necesarios y obligatorios? De sus escritos se infiere que se asumirá voluntariamente, lo cual induce nuevamente a la desconfianza ya que las experiencias anteriores del trabajo de las mujeres no permiten percibir cambios reales si se mantiene el marco de costumbres, tradiciones y valores. Una segunda línea de propuestas no tiene como objetivo la construcción de una sociedad nueva, sino evitar el crecimiento del paro respetando el orden establecido. Incluye toda la discusión sobre distintas modalidades de reducción de la jornada laboral (o de reparto del empleo o del trabajo, dicho de manera más incorrecta): semana de cuatro días, vacaciones más largas, reducción del número de horas diarias de trabajo, con o sin reducción salarial37. A lo que atañe a nuestro interés, nuevamente la discusión se ha llevado dentro de un marco absolutamente androcéntrico. Sólo se entiende por trabajo el trabajo asalariado, y la reducción de la jornada laboral sólo se refiere a este último. A los problemas señalados anteriormente, esta alternativa añade otros nuevos para las mujeres. En primer lugar, el peligro de extención de la jornada a tiempo parcial que como vimos es una forma de trabajo precario creado para las mujeres y que ayuda a la legitimación de un nuevo modelo38; en segundo lugar, cuando se discute la reducción de la jornada laboral no se tiene en cuenta los 34 Gorz, op. cit. p. 189. Guy Aznar, op. cit. p. 109. El autor explicita con claridad que se está refiriendo a tiempo de ocio para los hombres. (La cursiva es mía) 36 Ibidem, p. 111. (La cursiva es mía) 37 Ver, por ejemplo, Utopías, Nº 158, enero-marzo, 1994, dedicada al tema "Paro y reparto del trabajo". 38 Algunos autores incluso lo plantean directamente. Guy Aznar, op. cit., hablando del segundo cheque se dirige "especialmente a ese ejército de reserva del paro constituido por personas capacitadas que estarían 35 12 intereses de las mujeres, para las que tan importante es el número de horas trabajadas como la distribución del tiempo de trabajo. La gran mayoría de las trabajadoras asalariadas por razones obvias muestran preferencias por reducir las horas diarias y no por la semana de cuatro días, que es precisamente la alternativa que se está haciendo efectiva. Además, es bastante plausible que cualquier reducción salarial incremente el trabajo doméstico (para suplir los ingresos perdidos), por lo que dada la situación actual de división por sexo del trabajo se traduciría en un aumento de trabajo para las mujeres. Finalmente, también podría haber consecuencias negativas para un número importante de mujeres en el campo del mercado laboral. De acuerdo a la clasificación realizada por Lipietz39 para la situación de las(os) asalariadas(os), existiría un primer segmento altamente cualificado y remunerado, un segundo segmento de asalariadas(os) permanentes y relativamente cualificadas(os), un tercero de inserción precaria y de bajo salario aunque no necesariamente de baja cualificación y un último segmento excluído permanentemente. De acuerdo al autor, las mujeres, aunque cada vez más representadas en los segmentos 1 y 2, estarían sobre todo representadas en el 3 y el 4, especialmente en los últimos tiempos en que han "invadido" el segmento 340. En cuanto a los efectos de las distintas propuestas, en general, las políticas de "reparto voluntario del trabajo" que podrían significar mayor tiempo de ocio, beneficiarían a las personas del segmento 1 y tal vez a las del 2; en cambio, sólo agravarían la situación ya precaria del segmento 3 donde hay un número importante de mujeres. Por su parte, las políticas de reducción general del tiempo de trabajo perjudicarían fundamentalmente a las mujeres de los sectores 3 y 4 si se mantienen los ingresos y sólo beneficiarían a dichas mujeres si se garantizase el poder adquisitivo de los salarios más bajos, alternativa -al parecer- con menos posibilidades de implantación. Una tercera línea de propuestas es la que se puede denominar "al margen del mercado"41, según la cual el mercado no es suficiente ni está en condiciones de solucionar los problemas del paro, por lo tanto, habría que crear puestos de trabajo "fuera del mercado". Estos empleos estarían dirigidos a la producción de valores de uso socialmente necesarios como lo son determinados servicios, que según estos autores el mercado no puede ofrecer. En este nuevo sector participarían las(os) desocupadas(os) a las(os) que se pagaría un salario (al margen del mercado). Independientemente de la discusión que dicha medida genere en torno a si es posible pagar "salarios" fuera del mercado o si se pueden separar las esferas de producción de valores de uso y de valores de cambio, a nuestro interés nuevamente estamos frente a una alternativa que "olvida" a las mujeres. Por una parte, de acuerdo a la propuesta, esta sería la forma de recuperar la categoría de valores de uso en un mundo dominado por el valor de cambio. Lo sorprendente es precisamente que se plantee la importancia de la "otra" esfera, la de bienes y servicios socialmente útiles (no mercancías) y no se considere en el análisis el trabajo realizado en el hogar que son por excelencia los valores de uso más relevantes para la reproducción social. Existe así una incapacidad manifiesta de considerar la producción doméstica como trabajo lo cual revela una especie de extraña ceguera que impide ver lo obvio. Por otra parte, es preocupante la analogía que existe entre el sector de servicios personales -precario y constituído mayoritariamente por mujeres- comentado en apartados anteriores y este sector de "desocupadas(os) cobrando salario por producir valores de uso". Tal como está planteada la propuesta, este grupo de población podría fácilmente formar parte del segmento 3 de la clasificación de Lipietz Una última línea a señalar -que en ciertos aspectos enlaza con la primera- es la propuesta "verde", según la cual se pretende avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible. Se trata de desarrollar métodos de producción no contaminantes y evitar la industrialización destructiva de la naturaleza. Esto naturalmente se relaciona con otros valores sociales y un nuevo modelo de consumo y de vida. Ahora bien, los nuevos métodos de producción más domésticos o de escala más pequeña que se están desarrollando en esta línea, al menos por el momento, en general implican más trabajo porque, entre otras cosas, se trata de utilizar menos energías o energías alternativas. Si las relaciones de género existentes se mantienen, la propuesta implica necesariamente un incremento de trabajo para las mujeres. Por lo tanto, o se acompaña de una alternativa real que signifique un cambio en la distribución de tareas, o nuevamente habrá un sector específico de la población perjudicado. El breve recorrido por las distintas propuestas permite confirmar lo dicho al comienzo: a pesar de los avances epistemológicos realizados, el sesgo androcéntrico continúa presente en los análisis. Así, después de especialmente contentas de trabajar media jornada, particularmente, las mujeres" También S. Lehndorff, "Soluciones temporales con futuro", Mientras Tanto, 60, invierno 1995, afirma que "la demanda de empleos a tiempo parcial son una "preferencia individual", es una respuesta para las mujeres con hijos". Sin embargo, los estudios empíricos más bien señalan lo contrario: las mujeres están en trabajos a tiempo parcial porque es lo único que se les ha ofrecido. 39 Lipietz, 1995, op. cit., realiza esta clasificación para Francia, pero se podría utilizar también para España. 40 Aquí se incluiría el sector de servicios personales comentado en apartados anteriores. 41 G. Lunghini, "La época del derroche", Utopías, Nº 158, enero-marzo, 1994. 13 algunos años de debate, los términos de la discusión -reducción de tiempo de trabajo asalariado, posible reducción salarial, incrementos de productividades, renta única- se mantienen sin grandes cambios. No se plantea ni de forma marginal el problema de las relaciones de género ni el efecto que tendría la implantación de tales medidas sobre la vida de las mujeres: puede reducirse la jornada laboral, incluso puede cambiar cierta organización social del tiempo, pero ello no necesariamente se traducirá en una mejor situación de las mujeres. Oteando el futuro Es evidente que la crisis del sistema capitalista produce un desempleo creciente, fenómeno muy probablemente irreversible, y cambia el modelo de trabajo a un ritmo acelerado. Cada vez más un mayor número de mujeres y hombres se ven desplazados de sus empleos y sólo pueden subsistir -ellas(os) y sus dependientes- por medio de empleos precarios, de trabajo informal y recuperando parte del trabajo doméstico preindustrial. Ello naturalmente tiene fuertes consecuencias redistributivas entre la población. Si la situación social se agudiza y las relaciones de género se mantienen, las mujeres de los grupos económicamente más perjudicados son candidatas seguras a asumir empleos más precarios y a aumentar las horas de trabajo doméstico42. Ahora bien, frente a este panorama poco alentador, debiera ser una obligación pensar en alternativas más utópicas que impliquen cambios culturales profundos43. Se trataría de aprovechar la coyuntura de los cambios en la estructura del empleo para elaborar estrategias de redistribución de la actividad laboral y doméstica teniendo como base no el mercado sino los procesos de reproducción, replantear una nueva cultura del trabajo no competitiva y no alienante- partiendo de la experiencia femenina. En este proceso las mujeres serían un agente de cambio porque ya han aprendido a estar en varias esferas simultáneamente, han desarrollado formas de adaptación de sus vidas para aprovechar sus recursos. Lo anterior exige profundizar en algunos núcleos problemáticos. En primer lugar, en uno muy específico: el debate y la asunción de medidas que hagan efectiva la distribución equitativa entre mujeres y hombres de las tareas de cuidados de las personas y del trabajo doméstico y aseguren la autonomía económica de las mujeres. Con toda seguridad esta es una de las cuestiones más complejas a resolver y no existen soluciones simples ni rápidas. En segundo lugar, una revisión de los conflictos de clases y de las relaciones de género que considere las diferencias de poder entre mujeres y hombres así como las desigualdades económicas y culturales entre los distintos grupos sociales. Cristina Carrasco Universidad de Barcelona enero de 1996 __________________________________________________________________________ 42 Está demostrado que en situaciones de crisis económica, el sector de población más perjudicado -por la cantidad de trabajo que llegan a realizar para la supervivencia familiar- son las mujeres de clases bajas. 43 Ver, por ejemplo, L. Balbo, "La mujer y los tiempos: sus escenarios", Quadern CAPS Nº 21, primavera, 1994; y E. Guerra, "El trabajo de las mujeres: modelos interpretativos para comprender el presente e imaginar el futuro", Sociología del Trabajo, Nº3, primavera, 1988.