Desocupado o curioso lector, Estos apuntes no constituyen en modo alguno un texto elaborado o definitivo. Son más bien la transcripción de unas notas manuscritas que fueron utilizadas hace algunos años para unas clases universitarias de la Sorbona. Espero que, bajo su nueva forma, estos bosquejos puedan valer a cuantos se los encuentren como guía de lectura del Quijote. Forse altri canterà con miglior plettro, Pedro Córdoba PRIMERA PARTE GENEALOGIA DE LA MORAL Los filósofos clásicos (antes de Kant) suelen buscar el origen de la moral en una psicología, en el sentido etimológico de la palabra “psicología”: estudio del alma o lógica del alma (“psychè + logos” en griego). Las diferentes pasiones del alma son algo así como el punto de partida de la ética, su material de base. Las preguntas morales se plantean más o menos en estos términos: ¿qué actitud he de tomar frente a mis pasiones?, ¿hay pasiones buenas y pasiones males?, ¿qué relación existe entre razón y pasión?, ¿se pueden controlar las pasiones? Etc. Se han hecho muchas respuestas distintas a estas preguntas, claro está. Pero su común denominador es que no se concibe la moral sin una psicología de las pasiones. [Kant, por su parte, fundamentó la moral en la noción de “Deber” y nosotros la pensamos más bien en relación con lo que llamamos “Valores”, pero estas dimensiones más recientes no nos interesan aquí] Hemos visto que la “admiración” (en el sentido de “sorpresa ante lo nunca visto”) es una pasión fundamental en Cervantes. En muchos textos aparece incluso como la primera de las pasiones. Si esto es así, existe una genealogía de las pasiones a partir de la admiración. Las demás pasiones arrancan de la admiración y se van generando unas a otras desde ese origen. Y esta genealogía de las pasiones es a su vez la base sobre la cual se construye una moral: la genealogía de la moral supone una genealogía de las pasiones. No estamos tan lejos como puede parecer de la literatura. Porque, en realidad, el problema del arte siempre ha sido el problema de la moral del arte, incluso cuando a partir del romanticismo, los artistas y poetas quisieron impulsar una verdadera “revolución moral”. Pero propugnar una anti-moral, una moral antirreligiosa o antiburguesa o anti-lo-que-sea, sigue siendo proponer una moral. Ética y estética siempre han ido de la mano desde que Platón expulsara a los poetas de la Ciudad ideal y, en este aspectos, los tiempos actuales parecen indicar más bien el regreso a formas de censura y de autocensura que parecían olvidadas para siempre. Lo que ningún lector del Quijote puede olvidar es el incendio de la biblioteca del hidalgo manchego. Se trata de una parodia burlesca de los autodafés de la Inquisición: los libros que han vuelto loco a Don Quijote son quemados después de un juicio paródico porque son libros “malos”. ¿No viene el mal que afecta a don Quijote de la “admiración” que despertaron en su alma las hazañas de los caballeros andantes? ¿No es esta admiración el origen y punto de partida de su locura? ¿Y no consiste su locura en creer que está haciendo el bien, actuando según las reglas de la moral caballeresca: ayudar al huérfano y al perseguido, socorrer a las doncellas desamparadas, liberar el mundo del mal encarnado en gigantes y malandrines? ¿No consiste la locura de don Quijote en confundir el bien y el mal? ¿Qué itinerario “psicológico” conduce de la admiración a la locura o, por lo contrario, a la santidad? He aquí unas cuantas preguntas que ningún lector del Quijote puede eludir. No es posible adentrarse en la lectura del Quijote sin une reflexión previa sobre la “teoría de las pasiones”. De hecho no solo es imprescindible conocer esta “psicología” de las pasiones para comprender la literatura. Tampoco se entiende nada en la historia del arte sin recurrir a unos modelos que se enseñaban en las escuelas y talleres de pintura. Los artistas respetaban unos estándares gráficos cuando tenían que representar a sus personajes, dándole así a la expresión del rostro unos rasgos admitidos de forma convencional y sistemáticamente reproducidos. Probablemente el texto más conocido a este respecto sea la Conférence de Charles Le Brun, pintor oficial de Louis XIV cuya portada reproduzco aquí: Cervantes no inventa en absoluto esta genealogía de las pasiones a partir de la admiración. Es una idea que forma parte del saber compartido en su época: podrían citarse cientos de ejemplos. El primero que lo dijo de forma contundente fue Platón: “Car c’est une passion vraiment philosophique que celle de l’admiration. La philosophie n'a point d'autre origine, et celui qui a fait d'Iris la fille de Thaumas a l'air de s'entendre assez bien en généalogie” (Théétète, cito en francés1) Y la misma frase puede leerse mil años después en Montaigne: « Iris est fille de Thaumantis. L'admiration est fondement de toute philosophie » (Essais, III, 11). Pero también existen otros textos en los que puede vislumbrarse otra pasión primitiva y, por lo tanto, otra genealogía de la moral, que también tiene antecedentes en nuestra cultura aunque de forma menos visible (o censurada). Mi hipótesis es que las obras de Cervantes (no sólo el Quijote) pueden ser objeto de lecturas contradictorias porque en ellas se oponen dos genealogías incompatibles de la moral. Sin embargo esta incompatibilidad no se formula claramente en tiempos de Cervantes. Los filósofos llevan siglos repitiendo constantemente las mismas palabras: admiración, alegría, tristeza, amor, deseo, temor, odio, complacencia, horror, indignación, ira, vergüenza, orgullo, desprecio, etc. Se escriben sobre estos temas tratados enormes, repletos de citas y de referencias eruditas, se hacen listas interminables, unos autores destacan unas pasiones y otros insisten sobre series diferentes, cada cual las combina de manera distinta: estudiar el pensamiento de Cervantes situándolo en este contexto exigiría un tiempo del que no disponemos y un trabajo desproporcionado. Resulta mucho más eficaz ir directamente a la etapa final de esta reflexión clásica sobre las pasiones y oponer la teoría de Descartes (Traité sur les passions de l’âme) y la teoría de Spinoza (Ethique, Livre III – original en latín, citas en francés). Veremos cómo a partir de una terminología común y unos conceptos constantemente repetidos desde la Antigüedad, dos grandes filósofos pueden elaborar lo que podríamos llamar una “ética idealista” en el caso de Descartes y una “ética materialista” en el caso de Spinoza. Será mucho más fácil entonces, volver a la obra de Cervantes y ver de forma muy concreta cómo funciona en el texto el conflicto entre esas dos morales incompatibles. Sin esta reflexión previa es imposible comprender cómo actúan los personajes cervantinos: les atribuiríamos unas formas de pensar y de sentir que son las del mundo actual y no entenderíamos lo que un contemporáneo de Cervantes opinaría sobre sus motivaciones. Cierto es que referirse a Descartes y Spinoza también es una forma de anacronismo ya que ambos son bastante más jóvenes que Cervantes. Pero este anacronismo voluntario es muy pequeño (unos decenios) y lo único que hacen en realidad Descartes y Spinoza es llevar a sus últimas consecuencias unas nociones que les había legado la filosofía antigua como también se las había legado a los humanistas del Renacimiento y al propio Cervantes. Las nociones son las mismas – admiración, amor, odio, deseo, alegría, tristeza, etc. Lo que cambia es el orden de deducción, la genealogía de las diferentes pasiones, el cómo se engendran unas a otras. Es el mismo material elaborado de diferentes maneras. Y no se termina con Descartes o Spinoza: hasta finales del siglo 18, en incluso hasta finales del siglo XIX, en las escuelas de Bellas Artes se seguía enseñando el método para “dibujar las pasiones”. Incluso han vuelto a estar de moda el Tratado de Le Brun 2 y otros análogos en el contexto actual de auge de la BD y de los mangas: se han modernizado los diseños, claro está, pero el principio es el mismo: representar las pasiones. Otra tanto ocurre en literatura que aunque ha abandonado los modelos convencionales sigue explorando el mundo de las pasiones. Sólo ha cambiado muy levemente la terminología: hoy se prefiere la palabra “emoción”, incluso en el mundo de la crítica literaria y de la historia (está muy de moda la investigación en “historia de las emociones” como podrán comprobar tecleando estas palabras en google). ¿Cómo se las arreglan los personajes cervantinos con sus pasiones? En esta pregunta se encuentra la dimensión moral del texto. Pues en esto consiste la moral: arreglárselas como uno pueda con sus pasiones. La moral se elabora a partir de un conflicto pasional. Y para entender la moral de Cervantes es necesario ver en qué orden aparecen las pasiones. Porque ahí radica, lo repito, la oposición entre une moral idealista y una moral materialista. Los textos de Cervantes se pueden leer de dos maneras: o bien según el orden cartesiano o bien según el orden espinozista. Y los textos de nuestro autor son suficientemente ricos, suficientemente ambiguos, para resistir estos dos enfoques. 1. Hay que empezar por la admiración Charles Le Brun, « L’admiration », Méthode pour apprendre à dessiner les passions, 1668 ¿Cuál es el orden de las pasiones según Descartes? Existen muchas pasiones, que los tratados filosóficos habían desmenuzado hasta el hastío. Descartes las reduce a seis pasiones primitivas de las que pueden deducirse todas las demás. Después de haber insistido sobre la multiplicidad inabarcable de las pasiones “en nombre indéfini”, añade: Mais le nombre de celles qui sont simples et primitives n'est pas fort grand. Car, en faisant une revue sur toutes celles que j'ai dénombrées, on peut aisément remarquer qu'il n'y en a que six qui soient telles [= primitives], à savoir: l'admiration, l'amour, la haine, le désir, la joie et la tristesse; et que toutes les autres sont composées de quelques-unes de ces six, ou bien en sont des espèces. C'est pourquoi, afin que leur multitude n'embarrasse point les lecteurs, je traiterai ici séparément des six primitives; et par après je ferai voir en quelle façon toutes les autres en tirent leur origine. La admiración es definida conforme lo que ya hemos visto: L'admiration est une subite surprise de l'âme qui fait qu'elle se porte à considérer avec attention les objets qui lui semblent rares et extraordinaires […] l'admiration est la première de toutes les passions; et elle n'a point de contraire, à cause que si l'objet qui se présente n'a rien en soi qui nous surprenne, nous n'en sommes aucunement émus, et nous le considérons sans passion. Al estar situada en el origen, la admiración no tiene antecedentes. Tampoco tiene contrario, dice Descartes. Uno se admira o no se admira pero no existe “un contrario de la admiración”. O bien el espectáculo que tengo ante los ojos provoca mi sorpresa o bien me es indiferente. Y la indiferencia no es, lógicamente, una pasión. Lo que no se admira (en el sentido clásico del verbo por supuesto) no es significante, no representa nada para mí. De ahí que ninguna pasión, de ninguna clase, pueda nacer de esa ausencia de admiración. De la nada no surge nada. La admiración no tiene contrario pero uno puede admirarse de dos maneras: o bien a causa de la magnitud y la excelencia del objeto o bien a causa de su pequeñez y bajeza. Repite lo que ya dije anteriormente: hoy día reservamos la palabra “admiración” al primer caso pero en la época de Cervantes (y hasta dos siglos después) no era así. En el lenguaje clásico de las pasiones tan admirable es lo sublime como lo monstruoso y lo repugnante. En el primer caso se experimenta ESTIMA, en el segundo DESPRECIO. Estima y desprecio son para Descartes pasiones intermediarias que generan respectivamente AMOR y ODIO. Estas dos pasiones sí son contradictorias: se ama en proporción de la estima que se siente hacia el objeto admirado, se odia en proporción del desprecio que merece el objeto. Puede ocurrir que un mismo objeto provoque sucesivamente AMOR y ODIO. Imaginen por ejemplo que uno admira a una persona por su excelencia, digamos en el orden musical. Y después aprende que esa misma persona ha cometido un crimen monstruoso, odioso (de hecho se trata de una historia real, que ocurrió en Francia hace algunos años). La imagen de ese cantante sufre un cambio brutal entre sus admiradores y muchos pasan del amor al odio. Y ese odio es tanto mayor cuanto que el amor anterior fue grande. ¿Por qué? Porque la sorpresa, el asombro – la admiración en el sentido clásico – al aprender esa noticia inesperada han sido extraordinarios. Si se hubiera tratado de otra persona, la gente habría prestado menos atención a la noticia. El acto monstruoso no habría provocado ninguna admiración, ninguna pasión: ni admiración ni odio. Pero como parecía y excelente ahora sorprende su bajeza. Este fenómeno no se limita a los famosos, claro está: cuando un amor es traicionado, siempre se convierte en odio. En cuanto al DESEO, la ALEGRIA y la TRISTEZA, son pasiones que vienen después del AMOR y del ODIO en el orden lógico de la deducción. Tienen su origen en las dos pasiones antecedentes: el amor y el odio. Lo que las distingue es la referencia al tiempo. El deseo se proyecta sobre el futuro. Es la pasión que impulsa al hombre a conseguir lo que ama, lo que ha provocado su admiración por su excelencia, lo que considera un Bien para él. Y simultáneamente este deseo le incita a huir de lo que odia, de lo que considera un Mal. El deseo, dice Descartes, no tiene contrario y en eso se parece a la admiración: uno desea o no desea – y la ausencia de deseo no puede ser una pasión. Pero sí tiene antecedentes: el amor y el odio. Y en eso se distingue de la admiración que no tiene antecedentes. El deseo consiste en que el mismo movimiento que nos impulsa al Bien nos aleja del Mal. Uno busca el Bien y huye el Mal, busca lo que ama y huye de lo que odia. Esta son las dos caras del deseo: buscar y huir. En cuanto a la alegría y la tristeza, que son pasiones contradictorias, se ubican en el presente. La alegría es la pasión que el alma siente en presencia del Bien, cuando posee el objeto de su amor. La tristeza es la pasión que recibe del Mal, mal presente aquí también y no sólo temido para el futuro. Estamos tristes cuando no hemos podido evitar la presencia de algo odioso, cuando no hemos huido a tiempo del mal – o cuando nos era imposible huir y estamos obligados a soportar su presencia. Este seria, rápidamente resumido, el esquema cartesiano: primero la admiración; luego el amor y el odio, según el bien o el mal que veamos en el objeto admirado; después el deseo, orientado hacia el futuro, deseo de conseguir el objeto de amor y de huir el objeto de odio; por fin la alegría y la tristeza, pasiones del presente: gozo de la posesión del bien, incomodidad provocada por la presencia del mal. No podemos de momento examinar en detalle los ejemplos cervantinos pero en todas las historias que componen la historia del Quijote (así como en las demás obras de Cervantes) intervienen, de una manera o de otra, la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría, la tristeza y los diferentes derivados de estas pasiones primitivas. Valga, como botón de muestra, un solo ejemplo sacado de la Segunda Parte: “los sucesos de don Quijote, o se han de celebrar con admiración, o con risa” (II.44) (Y la risa según Descartes es una pasión compleja que supone una mezcla de alegría y de desprecio: esto también lo dejo para otra ocasión cuando hablemos del aspecto cómico de la obra). Encontrar en el Quijote referencias a estas pasiones no es nada difícil, están en cualquier parte. Lo que nosotros llamaríamos la “psicología” de los personajes no es más que el resultado de una combinación de los diferentes “ingredientes pasionales” ya incluidos en los repertorios, de la misma manera que los pintores eligen tal o cual rasgo de los modelos prefigurados para dar expresividad al rostro de sus personajes. El problema no es encontrar ejemplos sino saber cómo interpretar las aventuras y los relatos donde figuran dichas pasiones. ¿Hay que leer estos episodios según la genealogía cartesiana que acabamos de ver? ¿O es posible adoptar otro orden? Si dejamos el Traité sur les Passions de l’âme de Descartes y abrimos el libro III de la Ética de Spinoza, volveremos a encontrar las mismas palabras, la mismas nociones pero dispuestas de otra manera. Las nociones vienen de la Antigüedad, ya lo dije, a través de la escolástica, es lo que se enseñaba en las escuelas, y han sido repetidas durante siglos y siglos. Pero con las mismas palabras Spinoza construye un edificio muy diferente, propone otra genealogía de la moral. Lo que importa no son las nociones en sí mismas sino su orden, cómo se engendran unas a otras. 2. Hay que empezar por el deseo Charles Le Brun, « Le Désir », Méthode pour apprendre à dessiner les passions, 1668 Spinoza no empieza por la Admiración sino por el Deseo. Es el Deseo el que ocupa ahora el primer lugar. La Admiración desaparece, pasa al final de la reflexión, entre las cosas sin importancia. La admiración, sugiere Spinoza, es la pasión de los débiles de espíritu, que es lo que significa “imbécil” en latín – “imbecilitas” es la debilidad. ¿Por qué? Porque sólo se puede admirar lo que se ve por primera vez y sorprende en la medida que se ignoraba. En el caso de los niños, es normal: van descubriendo el mundo y todo lo que aún no habían visto les causa asombro. Pero aprenden muy pronto y la admiración desaparece porque las impresiones se van conectando unas con otras. Esa conexión falla en el caso de la admiración puesto que el objeto de admiración es aislado de todo lo demás: se sale de la norma, es extra-ordinario. Aunque Spinoza no lo dice exactamente en estos términos, cuando la “pasión admirativa” persiste en la edad adulta es signo de ignorancia o de debilidad mental. Sólo los imbéciles, los que nunca han visto nada ni saben nada, pueden admirarse de cualquier cosa. Todo les extraña, todo les sorprende, todo les parece un milagro, una maravilla, una excepción al orden natural de las cosas. “– ¿Has visto lo que le ha pasado a Ernesto? – ¿Pues qué? –Pues que su novia lo ha dejado. – ¿Isabel? ¡Qué sorpresa! ¡Quién lo hubiera dicho!” Dialogo de imbéciles. La desventura de Ernesto no tiene nada raro ni sorpresivo: las novias siempre terminan dejándonos, o nosotros dejándolas a ellas. Es lo normal, lo de siempre, la ley del deseo y del amor. Todo tiene un fin. Lo mismo ocurre con las noticias que nos dan en la tele o salen en los periódicos y que nos presentan como extraordinarias o admirables. Son noticias pero no son notables, no merecen (salvo rarísimas excepciones), la admiración del filósofo. Sólo se pueden admiran si se desconectan unas de otras y es precisamente lo que ocurre en el mundo “hiperconectado” de hoy: que se desconecta todo porque todo se olvida instantáneamente y por eso todo parece siempre nuevo y admirable: noticia. De ahí que Spinoza descarte la admiración, que es la pasión de los imbéciles (o de los telespectadores, que viene a ser lo mismo). Sólo la menciona por costumbre, para que nadie vaya a admirarse de… la ausencia de la admiración: Je ne reconnais donc que trois affections primitives ou principales, qui sont la joie, la tristesse et le désir; et si j'ai parlé de l'admiration, c'est que l'usage a donné à certaines passions qui dérivent des trois passions primitives des noms particuliers quand elles ont rapport aux objets que nous admirons. La teoría de las pasiones empieza por el DESEO porque el deseo es definido como “ipsa hominis essentia”: la esencia misma del hombre. La humanidad del hombre reside en la pasión del deseo. El deseo (cupiditas en latina, de dónde viene el nombre de Cupido) es la forma humana de lo que Spinoza llama el conatus, el esfuerzo de todo ser para perseverar en su ser, para alcanzar la perfección de su ser. Cuando el conatus se refiere simultáneamente al alma y al cuerpo, se llama “deseo”. Luego vienen la ALEGRIA y la TRISTEZA que son simples modificaciones, o modulaciones, del deseo: Le Désir est la nature même ou l'essence de chacun […] La Joie et la Tristesse sont le Désir même ou l'Appétit, en tant qu'il est accru ou diminué, secondé ou réduit par des causes extérieures. La existencia de la alegría y de la tristeza se explica porque el ser humano no nace con toda la perfección de la que es capaz y que su vida está hecha por una sucesión ininterrumpida de variaciones y de altibajos. Todo depende de los diferentes encuentros de mi cuerpo con otros cuerpos que “convienen” o no con el mío, que aumentan o disminuyen la perfección de mi ser. La Joie est le passage de l’homme d’une moindre à une plus grande perfection. […] La Tristesse est le passage de l’homme d’une plus grande à une moindre perfection. La palabra importante en esta definición, la que constituye una ruptura radical con el cartesianismo es la palabra “passage” (transitio en el texto latino). Explica Spinoza: La joie n’est pas la perfection elle-même. Si en effet l'homme naissait avec la perfection à laquelle il passe, il la posséderait sans affection de Joie La alegría no es un estado como en Descartes (el estado del que posee el objeto de su amor) sino un movimiento, el movimiento por el cual la potencia del cuerpo es aumentada. Y el alma según Spinoza es la idea del cuerpo: todo lo que aumenta la perfección del cuerpo aumenta también la perfecciona del alma. Inversamente, el movimiento por el cual esta perfección es disminuida se llama “tristeza”. L'affection de Tristesse est un acte et cet acte ne peut, en conséquence, être autre chose que celui par lequel on passe à une perfection moindre, c'est-à-dire l'acte par lequel est diminuée ou réduite la puissance d'agir de l'homme. Se puede decir muy brevemente: cuanto más deseo, más alegre estoy y cuanto menos deseo, más triste me siento. Alegría y tristeza no dependen, como en Descartes, de la posesión o de la privación del objeto de amor sino de los vaivenes del deseo. ¿Y el amor, dirán? Todo el mundo quiere saber lo que es al amor pero en realidad ya lo sabe de antemano. El amor es una ilusión, es una gran ilusión, una ilusión magnífica pero sólo una ilusión. Digo que estoy enamorado cuando atribuyo mi alegría a una persona concreta. Esto es lo que dice Spinoza en su lenguaje de filósofo de las pasiones: L'Amour est une Joie qu'accompagne l'idée d'une cause extérieure. El odio también es una ilusión, claro, puesto que es el contrario del amor en el sistema de las pasiones. Consiste en atribuir a otro el origen de mi tristeza. No, dice Spinoza, nadie es responsable, los demás no son responsables. Solo yo soy responsable de mis alegrías y de mis tristezas porque éstas dependen de mi forma de vida. Si vivo en conformidad con mi esencia, es decir en conformidad con mi deseo, entonces estaré alegre. Si vivo en contra de mi deseo, contrariando mi deseo, entonces estaré siempre triste. Veamos, para concluir de forma sintética, lo que separa estas dos genealogías de la moral y las hace incompatibles. Según Descartes: Se ama lo que se admira a causa de su valor, se aman las personas en proporción de su mérito (la estimación como pasión intermediaria) y se odian en proporción del desprecio que se siente por ellas. Es una proposición idealista y falsa: basta con reflexionar un poco sobre uno mismo para darse cuenta de que no se ama a alguien por sus cualidades sino por sus defectos. Se desea lo que se ama, para desear hay primero que amar. Afirma Descartes: « Et si on juge que ce soit un bien de le posséder (l’objet d’amour) ou d'être associé avec lui d'autre façon que de volonté, on le désire: Ce qui est aussi l'un des plus ordinaires effets de l'amour ». Según esta genealogía, idealista a más no poder, el deseo es engendrado por el amor, es una consecuencia del amor y no su origen. La alegría corresponde a la posesión del objeto amado, o sea a la realización del deseo. Como si unos pudiera realizar sus deseos en la… realidad. Los deseos solo se realizan en la fantasía, en el sueño o en la poesía. Segun la genealogía de Spinoza, quien propone una moral materialista, una vez apartada la admiración todo descansa sobre el deseo, definido como la “esencia misma del hombre”. Así pues: La moral espinozista es una moral del deseo Este deseo no puede “realizarse” en la medida en que es la única realidad. A una utópica realización del deseo, Spinoza opone su crecimiento o su disminución. Si mi deseo aumenta, estoy alegre; si disminuye estoy triste. El amor es una ilusión. Sólo dura mientras puedo referir mi alegría a una causa externa y desaparece – dejando, como todos sabemos, huellas difíciles de cicatrizar – cuando comprendo que el otro (real) no corresponde con la imagen que yo tenía de él. Veámoslo en un esquema Sistema de Descartes (Estimación) Amor Admiración Alegría Deseo (Desprecio) Odio Tristeza Sistema de Spinoza Crecimiento + = Alegria (Amor) Deseo Disminución – = Tristeza (Odio) 3. Hacia Cervantes ¿Y Cervantes? Por fin, vamos a llegara a Cervantes después de un gran rodeo. Pero ahora podemos enfrentarnos con el texto de Cervantes armados con un criterio muy preciso para distinguir en las aventuras, actitudes, posturas y discursos de los personajes el juego permanente entre dos genealogías de las pasiones tan incompatibles como simultáneamente presentes. Si la novela de Cervantes es tan rica y se presta a tantas lecturas contradictorias, desde los que ven en don Quijote un simple bufón hasta quienes hacen de él un modelo de virtud, es porque el texto combina dos concepciones contrapuestas de la moral. Todas las ambigüedades y paradojas de la escritura cervantina no hacen más que expresar o reflejar las tensiones que también dividen el alma de sus lectores. Como lectores, somos libres de elegir la interpretación que más nos guste o convenga. Pero como estudiosos y críticos, hemos de considerar que el texto legitima dos interpretaciones discordantes: si admitimos que Pierre Ménard es autor del Quijote, ¿por qué no admitir que Cervantes ha escrito el Traité des passions de l’âme y también la Ética? [Por cierto las obras de Cervantes y de Góngora son prácticamente los únicos libros de literatura que figuraban en la biblioteca de Spinoza]. Mi hipótesis de lectura que adelanto una vez por todas es la siguiente: don Quijote es un espinozista perdido en un mundo de cartesianos. Esta idea, muy sencilla, pero que nadie (creo) ha expresado jamás en tan pocas palabras explica la duplicidad de las lecturas posibles. Quién se identifique con don Quijote (y Sancho, porque forman un dúo) adopta una moral espinozista del deseo. Otros lectores comparten el criterio de tantos curas, barberos, bachilleres y duques como hay en el mundo. Piensan que la pareja de don Quijote y Sancho es la conjunción de un loco y de un tonto y se acogen así a una moral cartesiana de la admiración, cuyo itinerario lleva en este caso a la risa y a la burla. Hasta ahora sólo hemos citado fragmentos del texto que ponían la admiración en primer lugar. La idea de una doble lectura del Quijote sólo puede justificarse si encontramos otros textos que defienden la prioridad del deseo. Hemos visto que la gran fractura entre Descartes y Spinoza se sitúa a la hora de decidir lo que viene antes: el amor o el deseo. Si solo los que aman (el bien) pueden desearlo, si para desear hay que juzgar primero que su objeto es bueno, después amarlo, y por fin desearlo, estamos en el marco del cartesianismo. Si por el contrario todo parte del deseo y si el amor es la ilusión nacida al atribuir a una causa exterior la alegría producida por el aumento del deseo, entonces estamos en el marco del espinozismo. « Nous ne désirons aucune chose parce que nous la jugeons bonne, mais au contraire nous appelons bonne la chose que nous désirons », escribió Spinoza. El deseo de don Quijote es conocido desde el principio porque es el postulado inicial de la novela: ser caballero andante. Y toda su actuación es conforme a esta moral espinozista que Lacan expuso en una famosa fórmula: “l’éthique de la psychanalyse, c’est ne pas céder sur son désir”. Lacan caracterizaba así la postura de Antígona en la tragedia de Sófocles. Pero también se aplica a don Quijote, quien nunca ceja en su deseo de ser caballero andante, llama “bueno” lo que es conforme con ese deseo (sus hazañas) y malo lo que se le opone y que atribuye a unos diabólicos “encantadores”. Pero ¿cómo pudo Cervantes adelantarse a las tesis defendidas en un libro, la Ética de Spinoza, no sólo posterior sino tan “peligroso” que su autor nunca se atrevió a publicarlo en vida? Está claro que las ideas expuestas por Spinoza de forma tan contundente ya circulaban de una forma u otra desde mucho tiempo antes. Pero había que pasar por Spinoza para reconocer de manera retrospectiva esta “lógica materialista de las pasiones” en textos leídos – e incluso escritos – por el propio Cervantes. Me estoy refiriendo aquí a Los Diálogos de amor de León Hebreo (a los que alude el Quijote) y a la Galatea, la novela pastoril que Cervantes publicó en 1585. Comentaremos dos fragmentos de estos libros la próxima vez. También diremos algo de la “idea de una causa externa” que don Quijote atribuye a su alegría, o sea al aumento de su deseo. Porque tiene el nombre universalmente conocido de… Dulcinea. [Y si no saben quién fue León Hebreo, no pierdan una ocasión de cultivarse un poco mirando por lo menos en Wikipedia). 1 Iris es la diosa del arco iris. Al encarnar la luz, es ella quien permite la visibilidad de las cosas y la observación de las maravillas del mundo. Es la hija del Titán Taumas (que significa en griego admiración, asombro: un “taumaturgo” hace milagros, cosas asombrosas). 2 Si les interesa el tema pueden leer Line Cottegnies, « Codifying the Passions in the Classical Age - a Few Reflections on Charles Le Brun’s Scheme and its Influence in France and in England ». Resumen en francés: Texte phare pour la problématique de la codification des passions, la "Conférence sur l’expression générale et particulière" (1668) de Charles Le Brun représente l’apogée du mouvement rationaliste en peinture, puisqu’elle prétend associer à chaque passion une représentation particulière, sans ambiguïté possible. Fondée sur une doctrine des passions d’inspiration cartésienne, elle prétend mettre au point un code universellement déchiffrable, à l’imitation de la « nature », entendue selon les Classiques, comme la nature idéale. Véritable sémiotique des passions, le système de Le Brun se présente comme un alphabet des passions, une grammaire visuelle, fondée sur une conception logocentrique des passions, puisque pour chacune d’elle Le Brun offre une définition et une illustration, entendue comme sa transcription iconographique. La conférence eut une influence extrêmement féconde, en France comme en Angleterre. ». Texto completo en inglés: http://revue.etudes-episteme.org/IMG/pdf/ee_1_art_cottegnies.pdf