PATRICIO HERNÁNDEZ 

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Las pasiones tristes (La Opinión, 31/03/07)
PATRICIO HERNÁNDEZ Observando la cada vez más preocupante deriva que muestra la línea de actuación del Partido
Popular frente al Gobierno, el descaro con que se tergiversa la realidad en beneficio propio o,
por decirlo en términos de Hannah Arendt, “la deliberada falsedad y la pura mentira, utilizados
como medios legítimos para el logro de fines políticos”, me he acordado de un conocido chiste
judío que refiere Freud.
Dos judíos se encuentran en un vagón de un ferrocarril. “¿Adónde vas?”, pregunta uno de
ellos. “A Cracovia”, responde el otro. “Ves lo mentiroso que eres -salta indignado el primero-. Si
dices que vas a Cracovia, es para hacerme creer que vas a Lemberg. Pero ahora sé que de
verdad vas a Cracovia. Entonces, ¿por qué mientes?”.
Como en el chiste, resulta inútil cualquier respuesta cuando se han alterado las condiciones de
la verdad sustituyendo el juicio sobre los hechos por el proceso sobre las intenciones. En este
caso, cuanto más absurda es la mentira -y no son precisamente de pequeño calibre las que
empezaron con Irak, siguieron con el 11-M, pasaron por el Estatut que rompía España, la
rendición ante ETA, la entrega de Navarra, etc.- más difícil puede resultar desmontarlas. “Si te
acusan de haber robado las torres de Notre Dame, abandona el país”, recomienda la citada
Hannah Arendt.
No soy el primero en señalar que la actual dirección del PP es víctima de un trauma que se
revela insuperable: la inesperada derrota en las elecciones de 2004 no ha sido en el fondo
aceptada de forma que, en vez de hacer autocrítica y reconocer los errores cometidos, se ha
optado por la huida hacia adelante en una espiral cada vez más peligrosa para la estabilidad
democrática.
Sobre este acto de negación, reforzado por una memoria de corto alcance sobre el propio
pasado, se ha construido la estrategia de reconquista del poder a cualquier precio, en la que
andan embarcados estos falsos profetas del Apocalipsis y sus voceros mediáticos, y a la que
pretenden arrastrar a todo el país.
Fue otro judío, el filósofo Spinoza, quien afirmó que en los humanos el deseo precede a la
razón: “No tendemos hacia una cosa porque la juzguemos buena, sino que la juzgamos buena
porque tendemos hacia ella” (un aforismo de Bergamín lo expresa de otra brillante forma: “No
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es la idea la que apasiona, sino la pasión la que idealiza”).
El obsesivo e irrefrenable deseo de los dirigentes del PP por retornar al poder movilizando
pasiones se ve espoleado por un fatal cálculo de oportunidad política, que actúa a la vez como
una determinante biográfica de sus protagonistas: si no logran desalojar a Zapatero en 2008,
son ellos los que corren un grave riesgo de ser expulsados de la vida pública, pues resulta
poco razonable, después de la brutalidad del envite, que puedan disponer los impenitentes
perdedores de una tercera oportunidad. La apuesta es por ello ilimitada, se juega al todo o
nada. De aquí que sea legítima la inquietante pregunta de hasta dónde están dispuestos a
llegar en su ciega ambición.
Sólo así podemos entender que se quiera obtener ventaja, violando un pacto no escrito de
nuestra democracia, al hacer de la lucha antiterrorista el eje de su oposición, o que se arremeta
frontalmente -en un flagrante desprecio de la libertad de información- contra un grupo mediático
que se considera hostil. Ignoran que siempre hay un límite más allá del cual sólo se puede
perder votos.
Mientras tanto, y contra las evidencias del razonable buen momento económico, de los
indiscutibles avances en medidas para mejorar el bienestar de los ciudadanos, o del apoyo
mayoritario a la nueva posición de España en política internacional, y a despecho de los
verdaderos problemas que afectan a la vida de los españoles (viviendas inaccesibles,
precariedad del empleo, especulación urbanística, graves problemas ambientales,
desigualdades sociales y de género persistentes, etc.), cada día bajamos un poco más por la
pendiente de la crispación inducida y del estímulo de los bajos instintos: la mendacidad, el
temor, el resentimiento, la cólera... Todo aquello que Spinoza llamó las “pasiones tristes”, y que
suponen la inversión de los valores de la democracia.
Y seguiremos asistiendo a la perversa puesta en escena de esa predicción que se cumple a sí
misma (self-fulfilling prophecy): se procura por todos los medios crear una atmósfera
irrespirable para luego atribuir al gobierno esa atmósfera y proclamar que sólo desaparecerá
cuando cambie el gobierno.
Este ufano Rajoy que vocifera en sus “bonitas” manifestaciones pero que no deja de descender
en la valoración de los ciudadanos, que sigue apelando retórica y ridículamente al centrismo al
tiempo que saca a pasear la estética y el lenguaje de un populismo nacionalista más propio de
la extrema derecha, y al que convendría al menos seguir el consejo del verso de Antonio
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Gamoneda, “Yo en tu lugar mentiría más dulcemente”, me hace recodar aquel otro chiste de
Freud en el que hablando de una personalidad política alguien dice: “Este hombre tiene un gran
porvenir detrás de él”.
Patricio Hernández Pérez
Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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