SECCIÓN RELACIONES 107, G ENERAL VERANO 2006, VOL. XXVII RELACIONES 107, VERANO 2006, VOL. XXVII DESAPARICIÓN, RESIGNIFICACIÓN O NUEVOS DESARROLLOS DE LOS LAZOS Y RITUALES SOCIALES Eduardo L. Menéndez* CIESAS Corrientes teóricas así como funcionarios encargados de aplicar programas contra la pobreza o contra la criminalidad, sostienen que están desapareciendo o por lo menos disminuyendo significativamente relaciones y rituales sociales básicos en las sociedades actuales, considerando que este proceso tiene consecuencias negativas en dichas sociedades. Si bien parte de esta interpretación es correcta, considero que las sociedades actuales producen nuevos rituales y relaciones sociales que, sin embargo, no son reconocidos por estas corrientes teóricas, debido a que en gran medida realizan una lectura unilateral, ideológica y arrelacional de los procesos que estudian. (Relaciones sociales, rituales sociales, enfoque relacional, teoría antropológica) n este trabajo voy a analizar algunos aspectos del denominado enfoque relacional en antropología social, y especialmente aquellos que distorsionan, reducen o directamente evitan su aplicación. Mi análisis parte de una serie de presupuestos, de los cuales sólo señalaré tres. Primero reconocer la existencia de propuestas –que en su mayoría comparto– sobre el papel decisivo de las relaciones, redes y rituales sociales en la vida colectiva. Posiblemente la casi totalidad de los antropólogos estén de acuerdo en que la vida de los sujetos y grupos se desarrolla dentro de relaciones y rituales sociales culturales, económicos, de poder. Todo sujeto y grupo social constituyen inevitablemente su subjetividad y su identidad dentro de relaciones y rituales sociales. Este punto de partida es para muchos tan obvio que ni siquiera necesita descutirse ni fundamentarse. E * [email protected] 1 4 7 EDUARDO L. MENÉNDEZ Pero ocurre, sin embargo, que una parte sustantiva de las investigaciones antropológicas –por lo menos dentro de ciertos campos– se caracterizan actualmente por ser arrelacionales. O lo que es más interesante se caracterizan por hablar de relaciones sociales en el nivel de las propuestas teóricas, pero las relaciones sociales no aparecen en sus descripciones etnográficas o sólo suelen aparecer en el imaginario de sus informantes, pero no en los procesos sociales descriptos y analizados. Por lo tanto, el objetivo de este texto es no sólo evidenciar las consecuencias que tiene esta orientación en términos de la producción académica y de la comprometida con la investigación/acción, sino también lo que la misma expresa en términos tanto teóricos como ideológicos (Menéndez 2001, 2002 a). ¿DE QUÉ RELACIONES SOCIALES HABLAMOS? La antropología social que se desarrolla durante las décadas de los setenta, ochenta y parte de los noventa se caracteriza por toda una serie de rasgos (Gledhill 2000; Menéndez 2002a, 2002b; Rebel 2004), y especialmente por el énfasis colocado en la “diferencia”, en la exclusión de la dimensión ideológica y en el uso de una metodología focalizada en el punto de vista del actor. Así, por ejemplo, los trabajos sobre las “diferencias” estudian casi cualquier tipo de diferencia menos algunas que sin embargo preocuparon centralmente a ciertas corrientes antropológicas en el pasado. De tal manera que en la antropología social latinoamericana actual son escasos los estudios sobre diferencias raciales, de clase e ideológicas. Lo que implica asumir que entre nosotros casi no se estudian las relaciones raciales, las relaciones de clase ni las relaciones ideológicas.1 Si bien el desarrollo de éstas y otras características de la antropología social generada en el lapso señalado, constituyeron reacciones respecto de las propuestas culturalistas, funcionalistas, estructuralistas y especial1 Recuerdo que estas omisiones ocurren cuando en América Latina se incrementan los niveles de pobreza y de extrema pobreza, así como las desigualdades socioeconómicas, que dan lugar a hablar de las “décadas perdidas” de los ochenta y noventa. 1 4 8 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S mente de las propuestas marxistas que se gestaron durante los cincuenta, sesenta y parte de los setenta. Y si bien en gran medida muchas de esas reacciones fueron saludables por lo menos en ciertos aspectos, desgraciadamente la orientación que tomaron esterilizaron muchas de sus posibilidades, justamente al eliminar o reducir el peso de las relaciones sociales o al confinarlas exclusivamente al imaginario de algunos actores sociales. Como sabemos, el estudio de las diferencias favoreció la descripción de la realidad a través del “punto de vista del actor”, que en los hechos supuso la descripción y análisis a partir de la perspectiva de “un” solo actor. De tal manera que la descripción de los “adictos”, de los “gay” o del “género femenino”, pero también de los “obesos”, de los discapacitados o de los “jóvenes” se centraron casi exclusivamente en lo que dicen los sujetos caracterizados por ser “alcohólicos”, “obesos” o “jóvenes”. No se describen ni analizan los diferentes actores significativos con los cuales los alcohólicos, los discapacitados o los jóvenes entran en relación ni por supuesto las relaciones que se dan entre ellos. Sólo se presentan los testimonios, las voces, las narrativas, las experiencias, o las representaciones sociales del actor seleccionado incluyendo sus saberes sobre los “otros” (Menéndez 1997a). Esta tendencia etnográfica contrasta con los puntos de partida teóricos de los que estudian por lo menos algunas “diferencias”, como, por ejemplo, ocurre con los estudios de género, ya que una parte de los mismos señala explícitamente que los sujetos de cada género se definen a partir de sus relaciones con el otro género. Sin embargo, no sólo la mayoría de los estudios académicos sobre el género femenino, sino sobre todo las intervenciones de género se realizan exclusivamente sobre uno sólo de los géneros excluyendo al otro o refiriéndolo exclusivamente al imaginario de la mujer (Menéndez y Di Pardo 2003, 2005a). De tal manera que en gran parte de los estudios sobre la “diferencia” y especialmente en los estudios de género,2 observamos la focalización de las descripciones en uno sólo de los actores y por lo tanto la exclusión o simplificación de las relaciones sociales dentro de las que operan. 2 Aclaro que esta orientación no se da solamente en los estudios de género, sino en muy diversos campos y especialmente en los estudios de interculturalidad referidos a procesos de salud/enfermedad/atención 1 4 9 EDUARDO L. MENÉNDEZ Esta orientación metodológica es parte de ciertas maneras de pensar la realidad. Considero que hay tendencias e interpretaciones en las ciencias sociales y antropológicas actuales que favorecieron y siguen favoreciendo el uso de enfoques arrelacionales, siendo una de las más notorias la idea de que la sociedad actual se caracteriza por la desaparición o por lo menos reducción de los lazos y de los rituales sociales tanto en términos absolutos como comparados con otras sociedades, o con otros momentos de la misma sociedad. Éste es un aspecto sumamente importante, dado que muchos de los más graves problemas actuales se atribuyen a que nuestras sociedades han perdido algunos o la mayoría de sus principales relaciones y rituales religiosos, familiares, laborales y hasta políticos. Se ha desarrollado una especie de lamento porque el hombre “occidental” y sus alrededores se están quedando sin ciertas relaciones y rituales sociales. Desde hace varios años domina la idea de que en nuestras sociedades se han erosionado muchas de las relaciones sociales básicas, especialmente en el nivel de los grupos primarios. No sólo antropólogos, sino funcionarios gubernamentales mexicanos –en particular los del “Sector Social”–, sostienen que esta erosión sería la principal –o por lo menos una de las principales– causa de la criminalidad; de la violencia, en particular, la violencia intrafamiliar; del desarrollo de las adicciones; del incremento del suicidio en adolescentes o de los procesos de aislamiento y abandono que caracterizan a una parte de las personas de la tercera edad. Se señala que la caída de los lazos sociales ha generado la erosión de las relaciones de solidaridad, de cooperación, de apoyo, de ayuda mutua tanto en el nivel de los pequeños grupos como en el nivel macrosocial. Y así, directores nacionales de los programas contra la pobreza –por lo menos en México– señalan reiteradamente “la necesidad de reconstituir el tejido social impulsando todas las actividades que fortalezcan los vínculos sociales como parte central de la lucha contra la pobreza”. Y algo similar proponen los funcionarios encargados de la protección de la familia y de la infancia, quienes “impulsan todo aquello que ayuda a fortalecer la durabilidad del vínculo social [. . .] para reducir el índice de alcoholismo, drogadicción, suicidios, abortos y crímenes totalmente deshumanizados” (La Jornada 17/XI/2004 y 5/II/2005). 1 5 0 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S Recuerdo que el énfasis en la caída o debilitamiento de los lazos sociales no se refiere exclusivamente a nuestras sociedades latinoamericanas, dado que dichas concepciones se desarrollaron inicialmente en los Estados Unidos y en países europeos como parte central del pensamiento sociológico elaborado durante el siglo XIX y primeros años del siglo XX, ya que para la mayoría de las tendencias sociológicas era necesario el fortalecimiento de las relaciones sociales para mantener un mínimo de orden social y de gobernabilidad (Wolf 1987). Ésta es una concepción que con oscilaciones se mantendrá hasta la actualidad como parte del “sentido común” sociológico, pero también de los saberes populares, reforzándose periódicamente a través de episodios trágicos como fueron los de los cientos de ancianos que murieron en el verano caliente de mediados de 1980 en Chicago, y los miles de ancianos europeos que murieron en la canícula del 2003, y cuyas causas fueron atribuidas en primer lugar a la caída de los lazos sociales más inmediatos, dado que la mayoría de dichos ancianos murieron solos y aislados en sus viviendas. Algo similar ocurre con las interpretaciones sobre las consecuencias de la caída del denominado bloque “soviético”, ya que debido a la desaparición de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) se habrían prácticamente demolido determinadas relaciones sociales e ideológicas que condujeron a la fenomenal reducción de la esperanza de vida de la población rusa, así como a incrementos en la mortalidad especialmente de los varones en edad productiva que no tienen parangón dentro de los países desarrollados. Este fenomenal incremento de la mortalidad, que redujo en muy poco tiempo la esperanza de vida de los varones rusos en más de diez años, no puede ser atribuído unilateralmente, según diferentes análisis, a factores económicos, a la pobreza, al deterioro o directamente pérdida de la seguridad social, sino también a toda una serie de procesos sociales e ideológicos, incluida la caída de las relaciones sociales (Hertzman y Siddqi 2000; Leon et al. 1997; Social Science & Medicine 1990) Por lo tanto, lamentos sobre la desaparición de relaciones y rituales sociales pueden observarse en los países centrales de la sociedad occidental en muy diferentes momentos. Pueden observarse a fines del siglo XVIII y de nuevo a fines del XIX, pero también en las décadas de 1920 y 1 5 1 EDUARDO L. MENÉNDEZ 1930, es decir que no es un proceso nuevo ni reciente. Y en todos los casos dichos lamentos referían al peligro de desintegración social y política. En la década de los veinte, pero sobre todo en los treinta las concepciones sobre la desaparición de relaciones, rituales y símbolos condujo a antropólogos y etnólogos, pero sobre todo a líderes políticos e ideológicos a proponer la construcción de nuevos rituales y mitos colectivos a nivel micro y macrosocial para evitar dichos procesos de desintegración social (Menéndez 2002a). Más aún, uno de los campos que tradicionalmente han estudiado los antropólogos, me refiero al campo de la muerte, es uno de los que dio más tempranamente lugar al estudio de rituales en las sociedades capitalistas a través de la investigación de Gorer (1965) sobre los ritos funerarios en Gran Bretaña, pero para describir la erosión y pérdida de significado de dichos rituales, lo cual estaría generando un vacío de relaciones y significaciones culturales respecto de la muerte y de los muertos que podía tener consecuencias negativas para la integración social de dicha sociedad. Desde los trabajos de Gorer domina la noción de que desaparecen los principales rituales de mortalidad, como parte del proceso de ocultamiento y negación de la muerte que caracterizaría a la sociedad occidental. En lo cual están de acuerdo no sólo antropólogos, sociólogos e historiadores sino también novelistas como Huxley (1958) o Waugh (1964) quienes analizan o novelizan la muerte en la sociedad occidental como una expresión casi paradigmática de la desaparición o erosión de los rituales y relaciones sociales básicos (Klapp 1969). Y no cabe duda que han casi desaparecido relaciones y rituales sobre la muerte que eran dominantes hasta hace unos cincuenta años, por lo menos en México y Argentina; ha desaparecido el luto total y casi han desaparecido las señales de duelo en la manga o en la solapa del saco; han desaparecido las carrozas fúnebres y el lento tránsito por las calles que implicaba la persignación u otras señales de respeto colectivas y públicas; se ha reducido el tiempo de duelo hasta casi desaparecer como rito, y es casi imposible oír llantos o lamentos rituales en los velorios. La muerte del angelito y las ceremonias que implicaban, han prácticamente desaparecido de las ciudades latinoamericanas. 1 5 2 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S La muerte, según esas lecturas, queda reducida a enfermedad, a muerte individual frecuentemente hospitalaria, y sobre todo al ocultamiento de la misma; lo cual implica que si bien dichas lecturas están interesadas por los rituales, sus conclusiones evidencian sobre todo la desaparición de los mismos. Por lo tanto, si la concepción sobre la desaparición de los rituales y lazos sociales aparece reiteradamente en el pensamiento social y político occidental pero también en el imaginario colectivo, sería necesario no sólo registrar el proceso de desaparición de estos lazos en la actualidad, sino encontrar el significado que tiene el énfasis colocado en las últimas tres décadas sobre la erosión de las relaciones y rituales sociales y sobre los peligros que ello implica. Máxime cuando observamos el surgimiento constante de nuevas relaciones y rituales sociales, inclusive respecto de la muerte; dado que desde nuestra perspectiva, los grupos sociales actuales no sólo han desarrollado rituales de evitación y ocultamiento respecto de la muerte, sino que siguen desarrollando rituales para reducir la muerte a enfermedad. LO QUE NO SE BUSCA NO SE ENCUENTRA Como ya lo señalamos, si bien no negamos la erosión o desaparición de ciertas relaciones y rituales sociales así como sus posibles consecuencias negativas, necesitamos no obstante reconocer que las relaciones y rituales no han desaparecido sino que continuamente se constituyen o resignifican. Y para ello necesitamos buscar los rituales y relaciones en los espacios y procesos en los cuales se están dando, y no sólo en los que desaparecen o erosionan, dado que como reflexionaba hace años Luis F. Rivas, en la antropología social actual, lo que no se busca no se encuentra. Si bien la antropología social se preocupó por los rituales sociales, especialmente por los rituales mágico/religiosos, a través de toda su trayectoria. Y si bien a partir de la década de los sesenta los antropólogos comenzaron a descubrir y describir rituales en muy diferentes campos; tengo no obstante la impresión de que por lo menos una parte de los antropólogos que se dedican a estudiar los procesos de salud/enfermedad/atención (de ahora en adelante proceso s/e/a) –que es mi campo 1 5 3 EDUARDO L. MENÉNDEZ de trabajo– están básicamente preocupados por los rituales que desaparecen en lugar de buscar los rituales que se están gestando y difundiendo. Considero que deberían de buscar los rituales y relaciones no sólo donde creen que están sino en los espacios sociales en los cuales podrían estar desarrollándose, como ya lo hacia Goffman (1970) en los cincuenta y sesenta respecto de las relaciones y rituales que se estaban organizando en torno a la enfermedad dentro de ámbitos hospitalarios (véase también Sudnow 1967). Desde esta perspectiva debemos asumir que en los países occidentales actuales, algunos de los más significativos rituales se generan en torno a los diferentes procesos de s/e/a de tipo biomédico, aun cuando muchos antropólogos tiendan a buscarlos exclusivamente en la medicina tradicional, y se excluyan los rituales organizados en torno a la biomedicina. Las distintas sociedades –incluidas las nuestras– han creado rituales en torno a los procesos de s/e/a, y si bien muchos de esos rituales han desaparecido o están desapareciendo, debemos no obstante reconocer que no sólo algunos de ellos pasan a ser resignificados y reorientados, sino que se constituyen nuevos rituales de curación y de prevención. Esto no niega, y lo subrayo, que la reducción o desaparición de ciertos grupos sostén incrementan el riego de mortalidad temprana en el caso de padecimientos crónico/degenerativos, o que determinados cuadros de salud mental incrementen su gravedad o su cronicidad por la desaparición o reducción de ciertas relaciones familiares o comunitarias (Massé 1995). En torno a los procesos de s/e/a los diferentes conjuntos sociales construyen actualmente nuevos rituales a través de prácticas que inclusive identifican y diferencian a ciertos actores específicamente, como ocurre con el ejercicio de determinados rituales en una parte de las personas que tienen VIH-SIDA o en las personas que participan de los grupos de Alcohólicos Anónimos. Respecto, por ejemplo, del alcoholismo y del consumo de alcohol se han constituido en México nuevos rituales de curación, o por lo menos de evitación del consumo, como es el caso del denominado “Juramento a la Virgen”. Dicho ritual supone que un sujeto alcohólico “jura” ante la virgen no beber durante un lapso determinado, que puede ser dos meses 1 5 4 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S o dos años. Dicho Juramento se hace en una iglesia católica y ante un sacerdote, y supone que el sujeto que “juró” pueda documentar ante los demás que está “jurado”. Desde este momento, el sujeto ya no tiene la obligación social de beber alcohol, de tal manera que el sujeto puede permanecer dentro de su red de amigos o familiares sin tomar bebidas alcohólicas, y sin que los miembros del grupo lo presionen a beber, dado que el sujeto está “jurado”. La importancia de este ritual, y más allá de su real eficacia, se expresa en que en la propia basílica de la Virgen de Guadalupe se ha habilitado una capilla especial para los sujetos que “juran” no beber alcohol ante la Virgen (Maldonado, Menéndez, Di Pardo 1999). La existencia de este nuevo ritual nos conduce además a reconocer que toda una serie de procesos relacionales son los que están operando para que se genere o se agudicen determinados problemas en el nivel de sujetos o de pequeños grupos, y que son estrategias relacionales las que pueden reducir o eliminar las consecuencias generadas –o por lo menos desarrolladas– dentro de estas relaciones sociales. Desde esta perspectiva no podemos dejar de reconocer que gran parte del consumo de bebidas alcohólicas se desarrolla dentro de relaciones sociales; más aún por lo menos una parte de dichas relaciones parecen necesitar la existencia de dicho consumo. Muchos sujetos que han dejado de beber señalan que lo que extrañan no es tanto el alcohol, sino las relaciones sociales constituidas en torno al alcohol (Menéndez y Di Pardo 2003). De allí que las características de las relaciones sociales dentro de las cuales siguen funcionando los sujetos con problemas de alcoholismo, parece ser la principal causal de la “recaída” de los sujetos que a partir de tratamientos habían dejado de beber alcohol en forma “excesiva”. Por lo tanto no es casual ni arbitrario que los propios sujetos y grupos generen estrategias relacionales para enfrentar su problema de alcoholismo, pues debemos asumir que no sólo los Juramentos a la Virgen constituyen una estrategia relacional, sino que la principal estrategia antialcohólica actual tiene como base la reconstitución de nuevas relaciones sociales no alcoholizadas como alternativa terapéutica. Y por supuesto me estoy refiriendo a los grupos de Alcohólicos Anónimos El caso del alcohol nos posibilita observar que gran parte de su consumo, como se señaló, se da casi necesariamente dentro de relaciones 1 5 5 EDUARDO L. MENÉNDEZ sociales, ya que aparece como parte intrínseca de dichas relaciones. Y que al mismo tiempo que ese consumo favorece la relación/pertenencia/integración con los otros miembros de un grupo determinado, puede generar, sin embargo, consecuencias negativas en por lo menos algunos de los sujetos que beben. El consumo de alcohol aparece por lo tanto como uno de los principales componentes de muy diferentes tipos de relaciones de integración y pertenencia, pero simultáneamente aparece, por ejemplo, como la sustancia que más acompaña las violencias hacia los otros y hacia sí mismo. En los últimos años se han generado en México rituales de conducta de riesgo especialmente en los adolescentes, como es el caso de los “arrancones” que implican el consumo de alcohol y de drogas, y que es parte del incremento de la mortalidad y discapacidad en personas de 15 a 24 años que caracterizan a la actual sociedad mexicana. Y señalemos que accidentes de transporte y homicidios son la primera y segunda causa de muerte en este grupo de edad, constituyendo 30% de todas las muertes que ocurren en este grupo (SSA 2001a, SSA 2001b). En función de lo que estamos señalando respecto del “alcoholismo”, me interesa subrayar la existencia simultánea de relaciones y rituales que por una parte favorecen la reducción de ciertos problemas, y por otra los incrementa. Así como también reconocer la existencia de rituales que favorecen la frecuencia, intensidad, afectividad de las relaciones sociales, pero que simultáneamente pueden generar consecuencias negativas en algunos de sus miembros. Por lo menos desde Durkheim (1974) sabemos que las relaciones sociales constituyen uno de los principales factores protectores del suicidio, pero también desde Durkheim sabemos que determinadas redes socioculturales favorecen el suicidio. Desde la década de los cincuenta sabemos de la existencia de redes sociales entre adolescentes de determinados países que favorecen la conducta suicida de prácticamente todos los miembros de un grupo determinado de jóvenes. Desde la década de los setenta tenemos información sobre redes sociales de ancianos que pactan suicidarse. Y desde la década de los noventa tenemos información de personas que organizan su suicidio a través de relaciones establecidas por internet. 1 5 6 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S Por lo tanto la constitución de relaciones y rituales sociales en torno a diferentes procesos de s/e/a constituye una característica de la sociedad contemporánea. Diversas investigaciones, incluidos estudios socioantropológicos, han descripto las relaciones y rituales organizados en torno a la atención médica, y especialmente las ceremonias quirúrgicas. Una de las más extendidas intervenciones quirúrgicas en México la constituyen actualmente las cesáreas, que se han convertido en una de las principales formas normalizadas de parir tanto para la atención biomédica como para la parturienta y su grupo; y tanto en el nivel privado como oficial (Cárdenas 2000). En torno al parto por cesárea se estarían desarrollando nuevos rituales, que incluyen la presencia de cicatrices corporales. Si bien, una parte de estos rituales corresponden a sujetos específicos, otros refieren al conjunto de la población como ocurre con la aplicación obligatoria de vacunas, que no sólo supone un ritual del cual participa la mayoría de la población “de riesgo” mexicana, dado que por ejemplo 97% de los niños están vacunados en México, sino que implica una serie de procesos operados sobre el cuerpo de los niños que difícilmente pueden encontrar similitud en otras culturas. El esquema actual de vacunación de un niño mexicano es el siguiente: a) al nacimiento aplicación intramuscular de vacuna antituberculosa (BCG)en el hombro; b) a los dos, cuatro meses y seis meses vacuna contra la polomielitis y vacuna pentavalente (difteria, tos ferina, tétanos, hepatitis B, infecciones graves) por vía intramuscular; c) al año vacuna contra el sarampión por vía intradérmica; d) a los dos años y cuatro años refuerzos de algunas vacunas (DPT); e) a los seis años refuerzo de otras vacunas(SR). Es decir que hasta los seis años y especialmente durante su primer año de vida, casi todos los niños mexicanos recibirán en su cuerpo una serie de aplicaciones preventivas, dado que se aplican sobre niños que no padecen de los problemas respecto de los cuales se los previene. Si bien, toda sociedad conocida establece rituales durante el primer año de vida que tienen que ver con diferentes dimensiones de la vida individual y colectiva, y que refieren a la identidad o a la protección de padecimientos, no creo que exista otra sociedad que actúe en términos institucionales y obligatorios sobre el cuerpo de sus niños, con la frecuencia e intensidad de los países de la denominada sociedad occidental. 1 5 7 EDUARDO L. MENÉNDEZ El desarrollo de rituales que se expresan a través del cuerpo se observa en toda una serie de aspectos que no se reducen a los procesos de s/e/a, o que articulan estos procesos con otros procesos de la vida cotidiana. En la actualidad toda otra serie de rituales se desarrollan en torno a los deportes de masa y especialmente en torno al futbol, así como en torno al consumo de sustancias consideradas adictivas; en torno a los usos del cuerpo como mecanismo de identidad y pertenencia (tatuajes, piercing ) o a través de distintas formas de ejercer la violencia. El cuerpo se constituye en uno de los principales lugares de expresión de rituales, como por otra parte ha ocurrido siempre en gran número de culturas. Más aún, como ya lo señalamos, el desarrollo de conductas de riesgo –que incluyen centralmente al cuerpo– constituye una de las principales características de diferentes sectores sociales, y especialmente de sectores juveniles. Gran parte de estos rituales parecen exigir cada vez más la presencia de agresiones físicas hacia el propio cuerpo o hacia el cuerpo de los sujetos con los cuales se entra en relación. Recuerdo además que una parte de estos rituales se caracterizan por la fuerte identificación y pertenencia grupal y por la frecuencia e intensidad de las relaciones que se dan entre quienes participan, y que si bien pueden reforzar la integración e identidad, pueden también generar consecuencias negativas que incluyen la muerte de uno o más miembros del grupo.3 EL CONSTANTE RETORNO DE LO NEGADO Por otra parte debemos reconocer que si bien toda una serie de rituales, relaciones y símbolos político/ideológicos que caracterizaron a grupos identificados con distintas orientaciones político/ideológicas han perdido significación y uso, no cabe duda que actualmente se están desarrollado nuevos rituales político/ideológicos (Abéles 1988) que evidencian la notable significación de los mismos, como ocurre en el caso de “las madres de Plaza de Mayo”. 3 Considero relevante hallar una explicación respecto de por qué toda una serie de rituales, de conductas de “riesgo” están estrechamente vinculados con la muerte, especialmente en adolescentes varones 1 5 8 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S Posiblemente algunos de los principales símbolos, rituales y relaciones se organizaron durante los siglos XIX y XX en torno a lo político en el nivel de determinados sectores sociales, a nivel de determinadas naciones o inclusive en el nivel internacional. Las banderas rojas o rojinegras; la hoz y el martillo o la swastika; el puño cerrado o el saludo romano constituyeron rituales de masas de alta visibilidad y poder de identificación, pertenencia y movilización que prácticamente han desaparecido o perdido su significación masiva. Pero ello, no sólo no significa que los rituales, relaciones y símbolos políticos han desaparecido, sino que sólo han desaparecido algunos de los más significativos. Hay toda una serie de rituales políticos que son negados por la sociedad “occidental” actual en tanto rituales,4 pero que sin embargo, la afectan cada vez más en forma directa. Me refiero a los rituales de suicidio de carácter político expresados actualmente sobre todo en Irak y en Palestina. Pero debemos asumir que una parte de estos rituales y símbolos religioso/políticos están cada vez más presentes por lo menos en determinados países occidentales. ¿Qué diría Fanon (1968) si observara las luchas por el “velo” que está dando actualmente la población de origen musulmán –incluída la activa participación de mujeres adolescentes– en Francia, y que conduce a los poderes legislativo y ejecutivo de ese país a sancionar una ley por la cual se prohibe en todas las instituciones, y especialmente en las educacionales, el uso de símbolos religiosos y ya no sólo musulmanes, sino también judíos y cristianos. Lo cual exacerba aún más el reclamo por el el uso de esos símbolos, por lo menos en la comunidad musulmana. Pero además, y como lo ha evidenciado constantemente la investigación antropológica, las sociedades tratan de mantener los rituales que forman parte de sus procesos reproductivos básicos, adptándolos a las nuevas condiciones de vida. Mendoza (1994, 2004) ha descripto la importancia del baño de temascal para las parturientas dentro de los grupos triquis de Copala (Oaxaca, México), y como éstos en su proceso de migración y asentamiento en la ciudad de México tratan de seguir manteniendo ese ritual fundante para ellos a través de utilizar los baños de 4 Ya sabemos que “sociedad occidental” no constituye un concepto sino un etiquetamiento que se modifica constantemente. 1 5 9 EDUARDO L. MENÉNDEZ vapor de los “baños públicos” localizados en el centro histórico del DF que es donde residen algunos de los grupos triquis, y desarrollando en dichos baños las actividades ceremoniales que pueden favorecer la recuperación de la parturienta, así como la reproducción sociocultural de su grupo. Hay toda una serie de rituales que existen en la sociedad mexicana, y que han sido muy escasamente estudiados por los científicos sociales, pese a su presencia notoria y a su emergencia en los últimos años. Me refiero, por ejemplo, a la denominada”venganza de sangre” de la cual obtuvimos información en diversas partes del país durante la segunda mitad de la década de los setenta y principios de la década de los ochenta. La venganza de sangre no sólo expresa un determinado tipo de relación social, sino que implica el cumplimiento de determinados rituales. Ella misma es en sí un ritual (Menéndez 1997b, 2000a), que en los últimos años ha emergido a través de una parte de los crímenes generados por el narcotráfico, dado que por lo menos algunas de las pautas de los crímenes que se desarrollan en torno al “narco” tienen las características de las “venganzas de sangre”, y no constituyen nuevas relaciones y rituales generados por el “narco”, sino que éste utiliza la venganza de sangre como forma normalizada culturalmente en muchos contextos locales nacionales. Por lo cual no sólo debemos reconocer la existencia de nuevos rituales y relaciones o la resignificación de viejas relaciones, sino que necesitamos asumir que algunas de las mismas constituyen una continuidad de antiguas relaciones sociales que operan como parte de las violencias que ya existían normalizadas culturalmente, pero que no eran estudiadas y menos en términos relacionales y rituales . Pero en este apartado me interesa sobre todo poner de manifiesto el desarrollo de nuevas relaciones de muy diferente tipo. Y así tenemos, por ejemplo, los grupos de autoayuda organizados en torno a toda una serie de procesos de s/e/a; si bien este tipo de grupos se inició respecto del “alcoholismo”, actualmente se organizan en torno a gran parte de las enfermedades crónico/degenerativas y de las discapacidades, según lo cual no sólo los miembros caracterizados por un padecimiento, sino sus familiares se incluyen dentro de grupos que potencialmente implica el desarrollo de estrechas y frecuentes relaciones sociales. 1 6 0 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S La construcción de redes de ayuda y de autoayuda constituye uno de los procesos más notorios respecto de la intervención sobre muy diferentes procesos de s/e/a. Estas redes se organizan en forma permanente o ante situaciones coyunturales como ocurrió durante los años 2002 y 2003 en México como respuesta al grave desabastecimiento de fármacos que operó en las instituciones de salud oficiales respecto del conjunto de enfermedades, y especialmente respecto del VIH-sida. Dichas redes operaron a través de todo un espectro de acciones desarrolladas por los seropositivos, desde la denuncia a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y a la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED), hasta la presión directa sobre los funcionarios de salud, pasando por la construcción de su propia red de abastecimiento de fármacos (Menéndez 2005; Menéndez y Di Pardo 2005b). Y fue debido a la continuidad del desabasto que muchos seropositvos han establecido el préstamo o intercambio de fármacos como forma alterna a la oficial, pues los precios de los tratamientos fuera del ámbito gubernamental pueden llegar a alcanzar niveles sumamente costosos [...] Agrupados o no en diversas organizaciones de autoapoyo, las personas que viven con VIH-sida han encontrado en este sistema la forma de continuar sus tratamientos sin tener que desembolsar enormes cantidades de dinero. Las redes solidarias nacieron hace 22 años [...]; se estableció un banco de medicamentos sustentado en aportaciones voluntarias desde 1985; así las personas que van cambiando de tratamiento y se quedan con medicamentos que no usaron, nos lo traen para que podamos redistribuirlo. También recibimos los medicamentos de las personas fallecidas (Reyes 2003). Dado el incremento de las enfermedades crónico/degenerativas y de sus características, así como de las condiciones socioeconómicas de la población, el campo de la enfermedad se ha convertido en uno de los principales campos de construcción de relaciones sociales. Y esto se da en los diferentes tipos de sociedades actuales, y especialmente en las sociedades capitalistas de alto nivel de desarrollo. Más aún los EEUU es el país que tiene el mayor número de grupos de autoayuda construidos en torno a los procesos de s/e/a. 1 6 1 EDUARDO L. MENÉNDEZ Un fenómeno que caracteriza a las ciudades latinoamericanas lo constituyen los denominados “niños de la calle”, cuya capacidad organizativa ha posibilitado en gran medida la supervivencia de sus miembros por lo menos durante un determinado tiempo, dada su limitada esperanza de vida. Algunas de las principales nuevas redes sociales se están organizando a través de la expansión de las iglesias de origen protestante y de las denominadas “sectas”, caracterizadas por subrayar y promover las relaciones entre sus miembros. En México, la Iglesia que más se expande en los últimos diez años es la Iglesia de la Luz, caracterizada por impulsar fuertemente las relaciones sociales entre sus miembros no sólo en términos de su asistencia a la Iglesia, sino en términos de relaciones sociales barriales. Ahora bien, toda una serie de problemas que hemos mencionado, como los referidos a la mujer, las violencias, los niños de la calle, ciertos padecimientos o la lucha contra la pobreza han dado lugar al desarrollo de organizaciones no gubernamentales (ONG) que por una parte tienden a impulsar estrategias basadas en la creación de redes de apoyo, y por otra parte ellas mismas se organizan en redes nacionales e internacionales. Como sabemos, este papel de las ONG ha conducido a que organismos como el Banco Mundial casi reduzcan la sociedad civil a este tipo de organizaciones. Más allá de las lecturas contradictorias que existen respecto del papel y funcionamiento de las ONG, lo que me interesa subrayar es su papel protagónico en la concepción e impulso de redes sociales, al mismo tiempo que por lo menos una parte de las mismas favorecen la orientación de perspectivas arrelacionales al focalizar sus accciones sólo en la creación de redes reducidas exclusivamente a ciertos actores sociales. Correlativamente, los programas contra la pobreza se caracterizan por operar a través de redes sociales, y especialmente a través del papel dado a la mujer. Y al igual que lo que señalamos respecto de las ONG, más allá de la interpretación que hagamos sobre la función o eficacia de dichos programas, no cabe duda que también han impulsado determinadas formas de relaciones sociales. 1 6 2 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S Podríamos seguir enumerando otros espacios a través de los cuales observar la constitución de relaciones sociales, pero nos interesa recuperar especialmente el espacio laboral debido a que ha dado lugar a toda una serie de interpretaciones que justamente ven en la situación ocupacional actual una de las principales expresiones de la erosión o desaparición de lazos y rituales sociales (Castel 1995). No cabe duda que en la mayoría de los países latinoamericanos asistimos a un proceso de reducción de los empleos formales; a la reducción de puestos de trabajo especialmente en el sector industrial pero también en la producción agrícola/ganadera; así como a la reducción del número de trabajadores sindicalizados y del papel de las organizaciones sindicales. Es también correcto reconocer que la mayoría de los puestos de trabajo que se crean en América Latina son de tipo “informal”. Pero, más allá de las consecuencias negativas que tienen estos procesos, ello no implica concluir que desaparezcan las relaciones sociales constituidas en torno al trabajo, sino asumir que sólo se reducen o desaparecen ciertas relaciones laborales. Como sabemos, la mayoría de los puestos de trabajo, especialmente los industriales, generaban básicamente dos tipos de satisfacciones en el trabajador. Primero, la devenida del logro de ingresos y prestaciones sociales y, en segundo lugar, las relaciones construidas con los compañeros de trabajo en el espacio laboral y fuera del mismo. Por lo tanto, el trabajo es una de las áreas de constitución de algunas de las más significativas y constantes relaciones sociales. Hay un aspecto teórico de notoria importancia, por lo menos para mí, y me refiero al hecho de asumir que dichas relaciones laborales son relativamente nuevas en términos históricos (Menéndez 1987). Es decir, que estas relaciones sólo formaron parte de la vida de los sujetos que trabajan desde hace comparativamente pocos años, por lo menos en la mayoría de los países de América Latina, inclusive de aquéllos con más antiguo desarrollo del sector industrial. Este reconocimiento nos lleva a otro aspecto que necesitan revisar los que melancolizan la desaparición de determinados lazos sociales, ya que a veces parece que se refieren a relaciones con una profundidad histórica que realmente no tienen por lo menos entre nosotros, lo cual no niega la significación y profundidad 1 6 3 EDUARDO L. MENÉNDEZ cultural que tuvieron y todavía tienen dichas relaciones. Subrayo estos aspectos, porque considero que si asumimos el real tiempo histórico de determinadas relaciones, podríamos comenzar a pensar las relaciones sociales en términos de cambio y resignificación más que en términos de permanencia y de pérdida. Ahora bien las reflexiones sobre la reducción de los puestos de trabajo formales, y el paso a primer plano de los trabajos informales dan la impresión de que los nuevos trabajos informales no incluyeran relaciones ni rituales sociales, cuando por lo menos una parte de los mismos se caracterizan no sólo por incluirlas sino por recuperar ciertos espacios de relaciones primarias que se han estado erosionando. En principio, los trabajos de tipo informal generan relaciones de muy diverso tipo entre los propios sujetos que trabajan, en relación con los organismos y personas que los controlan; en relación con la población en general dado que gran parte de estos trabajos operan en la calle. Desde esta perspectiva se constituyen tanto relaciones de ayuda mutua, como también relaciones clientelares en términos no sólo económicos sino políticos y hasta policiales. En la ciudad de México, desde por lo menos la década de los sesenta, se instalaron las denominadas Marías, mujeres de origen indígena generalmente dedicadas a la venta de dulces. El trabajo de las Marías se realizaba y realiza en la calle, y la mujer que vende está casi siempre acompañada por la mayoría de sus hijos de diferentes edades que la ayudan en la venta o piden dinero directamente a transeúntes y sobre todo a automovilistas. Es decir, que durante un lapso de entre ocho y doce horas, el trabajo fuera del hogar de estas mujeres se caracteriza, entre otros procesos, por la participación de una parte del grupo familiar en tareas comunes; lo cual implica la convivencia entre hijos y madre durante un tiempo mayor que el que se da entre las mujeres que trabajan en labores formales y sus hijos. Pero además, hay otras actividades en las cuales suele colaborar el grupo familiar incluyendo el padre de familia como es el caso de los cuidadores de autos, tarea que es realizada sobre todo por individuos, pero también por familias que desarrollan su trabajo en forma grupal. Estas familias o individuos cumplen un horario de trabajo en la mayoría de los casos mayor de ocho horas, y en el caso de los grupos familiares sus 1 6 4 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S miembros conviven en el lugar de trabajo, es decir, en la calle: comen juntos y los niños pueden completar su tarea escolar en algún momento de su trabajo, por lo cual también observamos un tiempo de relaciones familiares mayor que en el caso de los padres con empleos formales. Más allá del notable desgaste económico/ocupacional ocurrido en los últimos quince años en Argentina, es importante recuperar el desarrollo del sistema de trueque de bienes y servicios en medios urbanos de dicho país (González Bombal 2002), como evidencia la construcción de “nuevas” relaciones sociales, ocupacionales y económicas que no eran consideradas compatibles con formas de vida urbana dentro de las economías capitalistas. Además, debemos recordar que la producción agrícola que da lugar a la fabricación de sustancias adictivas, así como el narcotráfico y especialmente el narcomenudeo, constituyen espacios de trabajo y de relaciones laborales. Relaciones laborales que se caracterizan por su resolución violenta, pero relaciones organizadas en torno al trabajo. Desde esta perspectiva, toda una serie de actividades criminales o criminalizadas constituyen no sólo trabajo, sino que están basadas en el establecimiento de relaciones sociales para asegurar su eficacia, como ocurre especialmente con la industria de los secuestros, con la industria del robo y venta de autos robados, así como ocurre históricamente con la prostitución. La mayoría de estas ocupaciones refieren a redes sociales desarrolladas no sólo en el nivel nacional sino internacional, y están implicando en su ejercicio a cada vez mayor número de personas, especialmente pertenecientes a los sectores juveniles. Hace unos pocos años Bourgois (1995) concluyó que los sujetos y redes de narcomenudeo estudiados por él en los EEUU, evidencian que tanto los objetivos como las formas de organización corresponden a algunas de las características centrales de la sociedad norteamericana. Lo cual como sabemos ya fue propuesto por una parte de los estudiosos de la desviación social en las décadas de los cincuenta y sesenta (Menéndez 1979). De tal manera que estas relaciones expresarían formas y valores propios de las sociedades dentro de las cuales se desarrollan. Hay otros procesos vinculados al trabajo, cuyo significado y consecuencias son por lo menos conflictivos en términos de relaciones socia1 6 5 EDUARDO L. MENÉNDEZ les. Así, por ejemplo, en familias pobres y marginales caracterizadas por la falta de trabajo, se genera un proceso de expulsión de algunos de sus miembros que da lugar a la constitución de los denominados “niños de la calle”.5 Es decir son procesos que generan el rompimiento de lazos familiares, pero al mismo tiempo dan lugar al desarrollo de nuevos lazos sociales como ya lo señalamos. A su vez, en familias pertenecientes a diferentes clases sociales, especialmente sectores medios y de trabajadores industriales, la falta de ocupación y de perspectivas de trabajo que caracterizan la actual situación de los jóvenes, da lugar a la prolongación cada vez mayor del ciclo escolar por una parte, y por otra a la permanencia en el hogar paterno hasta edades comparativamente avanzadas. Este proceso amplía notablemente el tiempo de permanencia de los hijos dentro del grupo doméstico, lo cual se parece en algunos aspectos más a las familias extensas tradicionales que a las familias nucleares impulsadas bajo el capitalismo. Por último, aunque sólo lo mencionaremos, tenemos el fenomenal proceso migratorio desde los países del Tercer Mundo hacia los Estados Unidos y hacia ciertos países europeos. Proceso que se caracteriza, y lo subrayo, por la constitución de redes sociales entre los migrantes como estrategia básica de supervivencia, incluida centralmente la obtención de un trabajo remunerado.6 Este proceso por sí solo, da cuenta de la notable significación actual de las relaciones sociales en el mundo laboral, y que no sólo se observa en todos los pasos del proceso migratorio, sino en el desarrollo creciente de las remesas de dinero enviadas por los migrantes a sus familias de origen. En la enumeración que hicimos de las diferentes formas de relación, hemos tratado de subrayar la persistencia o nuevos desarrollos de relaciones y rituales sociales, lo cual no implica negar las consecuencias ne- 5 Una parte de los “niños de la calle” siguen viviendo con sus familias, y su vida en la calle obedece a que en la misma pueden conseguir medios para sobrevivir. De tal manera que estos niños “viven” en la calle inducidos, en gran medida, por sus propias familias. 6 Como sabemos, el proceso de la “gran migración” hacia países como Argentina, EEUU o Uruguay entre 1880 y 1920 se caracterizó por el notable desarrollo de estrategias de autoayuda y de apoyo de muy diferente tipo. 1 6 6 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S gativas –en algunos casos tremendamente negativas– que una parte de los procesos señalados generan o pueden generar, pero que no pueden ser referidos en forma unilateral a la desaparición o erosión de los lazos sociales, dado que los mismos se recrean o se inventan constantemente tal como lo estamos tratando de demostrar. ALGUNAS IDEAS DOMINANTES SOBRE LAS RELACIONES Y LOS RITUALES SOCIALES Considero que respecto de las relaciones y rituales sociales existen en forma explícita, pero también en forma opacada y frecuentemente ambigua una serie de ideas dominantes sobre las características y papel de las relaciones, redes y rituales sociales que limitan su uso, orientan dichos conceptos básicamente hacia ciertos problemas y procesos, y tienden a generar lecturas unilaterales respecto de las funciones y consecuencias de las relaciones sociales. A lo largo de este texto hemos enumerado varias de las más importantes de estas ideas, que paso a sintetizar: a) la idea de que las sociedades actuales se caracterizan por la erosión o desaparición de relaciones y rituales sociales. b) la idea de que dicho proceso tiene consecuencias negativas en la causalidad y desarrollo de toda una variedad de problemas. c) la falta de reconocimiento –y también de búsqueda– de que existen nuevos rituales y relaciones sociales, por lo menos en determinados campos de la realidad. d) estas y otras concepciones conducen a pensar la sociedad actual como una especie de suma de individuos aislados, carentes de rituales, caracterizados por la competencia o el retraimiento, de tal manera que se tiende a trabajar con los sujetos como si carecieran de redes sociales, y caracterizados por sus escasas y débiles relaciones sociales. Por lo cual, los funcionarios gubernamentales del área de Desarrollo Social, las ONG y sus asesores, así como instituciones como el Banco Mundial se plantean como uno de sus principales objetivos impulsar el desarrollo de redes sociales o por lo menos contribuir a tejerlas. 1 6 7 EDUARDO L. MENÉNDEZ Es importante señalar que la concepción de ciertos investigadores, pero sobre todo de los que trabajan en investigación/acción respecto de la carencia o escasez de redes sociales, conduce frecuentemente a no buscar y por lo tanto no incluir las redes ya existentes, lo cual por cierto dificulta o inclusive impide la realización de sus objetivos. Además de las señaladas, existen otras ideas fuertes que casi no he analizado hasta ahora, y de las cuales me interesa presentar las siguientes: e) la idea de que las relaciones y rituales sociales que desaparecen son los más significativos. Hay como una nostalgia del pasado en el cual estarían las “verdaderas redes sociales” tanto en el campo de la vida familiar, laboral como política. f) se piensa que los lazos y rituales sociales deben tener profundidad histórica y cultural, de tal manera que se excluyen los rituales efímeros que caracterizan ciertos procesos relacionales actuales. Lo cual a nuestro entender es uno de los problemas teóricos y empíricos más importantes de discutir en función de la tendencia cada vez mayor a desarrollar justamente rituales efimeros o si se prefiere de corta duración histórica.7 g) generalmente en forma no explicitada se considera que, por lo menos, algunos de los lazos y redes sociales que han desaparecido tenían mayor eficacia para proteger a los sujetos de ciertos riesgos y problemas. Ellos también posibilitaban que los sujetos tuvieran mayor capacidad para organizarse en grupos, asi como también favorecía el desarrollo de acciones de resistencia y oposición. 7 En el texto nos hemos referido a algunos rituales, relaciones y símbolos que tuvieron un notable desarrollo durante el siglo XIX y parte del siglo XX, pero que actualmente han desaparecido, tienen una escasa presencia o se han resignificado. Lo que me interesa subrayar es que algunos de estos rituales, símbolos y relaciones sólo operaron durante unos pocos años como fue el caso de toda una gama de rituales y símbolos implementados durante el régimen nazi en Alemania. Como sabemos Alemania constituyó la sociedad capitalista desarrollada que más ritualizó no sólo las actividades políticas sino gran parte de las actividades de la vida cotidiana, pero dichos rituales fueron efímeros en las prácticas aunque paradojalmente sigan teniendo una notable presencia en los medios audiovisuales de comunicación masiva (Menéndez 2002a). 1 6 8 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S h) en suma, que las mejores y más eficaces redes y soportes sociales se dan en grupos y sociedades integrados social y culturalmente, lo cual también constituiría un fenómeno del pasado. i) domina la concepción de que las relaciones sociales funcionan básicamente en el nivel microgrupal, dejando de lado o secundarizando el funcionamiento y papel de las relaciones en el nivel macrosocial.8 Hay una última idea que mencioné varias veces a lo largo del texto, y que considero decisiva para observar y explicar algunas de las principales tendencias de los que actualmente trabajan con relaciones sociales. Me refiero a la concepción de que las relaciones sociales son buenas “en sí”. En forma explícita o implícita en la mayoría de los que trabajan con redes sociales, con grupos sostén, con factores socioculturales “protectores”–y especialmente en los que trabajan en investigación/acción– domina una concepción según la cual las relaciones familiares, las relaciones de amistad, las relaciones intraétnicas o las relaciones comunitarias son cooperativas, favorecen el desarrollo de mecanismos de autoayuda y pueden funcionar como grupos sostén. Más aún, las relaciones sociales son consideradas unilateralmente benéficas, por lo menos respecto de la mayoría de los procesos de s/e/a. Domina la idea –como ya se señaló– de que gran parte de los problemas actuales son producto de la pérdida de relaciones sociales; de que gran parte de los problemas de salud física y mental que aquejan a los sujetos es debido a la carencia o debilidad de sus redes sociales. Según la Encuesta Nacional sobre Violencia contra la Mujer realizada recientemente en México, la participación en actividades y redes sociales tiene un efecto positivo sobre la salud mental y física de las personas porque dan apoyo directo y contribuyen al desarrollo de sentimientos de com- 8 Si bien es correcto señalar que se reconoce el papel de las relaciones y rituales básicamente en el nivel microsocial y se las considera escasamente a nivel macrosocial, también debemos reconocer que por lo menos una parte de las relaciones microsociales están expresando procesos macrosociales. Desde esta perspectiva no debiera pensarse lo micro y lo macro como excluyentes, sino como complementarios. Por supuesto, esta acotación no niega asumir que la mayoría de las relaciones sociales están pensadas e implementadas en términos microsociales. 1 6 9 EDUARDO L. MENÉNDEZ petencia y eficacia. La red social, según esta encuesta, constituye el elemento más importante del capital social que tienen los sujetos, aseverando además que el capital social negativo se caracteriza por la ausencia de redes sociales de calidad. A partir de éstas y otras consideraciones, los autores consideran que las redes sociales son un componente clave para que la mujer enfrente la violencia que se ejerce contra ella (Olaiz et al. 2003, 121). Y es correcto asumir el papel positivo de ciertas relaciones sociales, pero a partir de asumir que las relaciones sociales no son unilateralmente “buenas”. La mera consulta de datos cualitativos y estadísticos permite observar que, por ejemplo, gran parte de las violencias de todo tipo se generan y se ejercen dentro de los pequeños grupos, y no sólo me refiero a los grupos familiares, sino a los grupos de amigos del barrio, de los compañeros de escuela, de los compañeros de trabajo, de los vecinos. Así, la mayoría de las agresiones físicas, de las violaciones sexuales, de los homicidios se dan en términos de relaciones primarias, incluidas una parte de las autoagresiones ocurren –y lo subrayo– dentro de las redes sociales más próximas y frecuentes. Y ésta parece ser una tendencia dominante en las sociedades actuales (Menéndez y Di Pardo 1998). Tanto en términos de salud física como mental, las relaciones sociales primarias aparecen como parte de las causales de esos padecimentos, e incluso pueden constituir la principal causal. Más aún, las relaciones sociales tienen un papel decisivo en el decurso del padecimiento, lo cual ha sido evidenciando constantemente a través de los estudios de la “carrera del enfermo”. Pero además, en el caso de las denominadas enfermedades “tradicionales”, la casi totalidad de las mismas se genera a través de relaciones sociales, y esto desde el mal de ojo al “pega triste” pasando por la brujería (Menéndez 1994). Si bien las relaciones familiares –y otras relaciones primarias– constituyen potencialmente elementos protectores del suicidio, en muy diversos contextos –incluido el mexicano actual– son las relaciones familiares y de pareja la principal causal de suicidio por lo menos en el nivel manifiesto. Estos datos, por supuesto, no niegan que las relaciones en el nivel de los microgrupos y también en el nivel macrosocial puedan tener un pa1 7 0 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S pel protector o si se prefiere positivo, sino que lo que señalamos es que las relaciones –casi todo tipo de relaciones– pueden tener consecuencias tanto positivas como negativas, sobre todo si las observamos a través del conjunto de actores significativos que están en relación y no solamente de un único actor. Y si además asumimos empírica pero también teóricamente, que ambos tipos de consecuencias pueden ocurrir simultáneamente. Por lo cual, una de las cuestiones a explicar es ¿por qué en sus descripciones e intervenciones –por lo menos respecto de ciertos procesos– tanto investigadores, funcionarios del estado como miembros de ONG utilizan las relaciones sociales como siendo unilateralmente “buenas”? Más aún, si bien estos actores pueden llegar a reconocer la existencia de relaciones sociales “negativas” las consideran como si fueran parte de otro sistema de relaciones, como si tuvieran otra “calidad” como indican los autores de la encuesta sobre violencia ya citada (Olaiz et al. 2003). No las consideran, y por lo tanto no las incluyen, como parte de las relaciones, redes y rituales sociales que están operando y que pueden ser simultáneamente “buenas” y “malas”. En nuestro análisis del proceso de alcoholización hemos podido verificar esta simultaneidad como parte de un mismo sistema de relaciones sociales; hemos podido observar como el alcohol constituye un factor decisivo para la sociabilidad de ciertos grupos, pero al mismo tiempo puede ser uno de los principales factores de disrupción de dicha sociabilidad, y frecuentemente en términos de violencia. Hemos podido observar como el alcohol constituye el elemento nuclear en la constitución y continuidad de los grupos constituidos por los llamados “teporochos”, lo cual implica casi siempre la muerte temprana de casi todos sus miembros por efecto directo o indirecto del consumo de alcohol (Menéndez y Di Pardo 1981, 1996, 2003). DE CÓMO PENSAMOS LA REALIDAD Ahora bien, gran parte de las ideas enumeradas corresponden a ciertas maneras de pensar la realidad que han dado lugar a un amplia gama de interpretaciones, pero que tienen algunos puntos sustantivos en común. 1 7 1 EDUARDO L. MENÉNDEZ No cabe duda que el desarrollo capitalista ha impulsado determinadas relaciones y valores sociales y no otros. Como describe Massé (1995), el énfasis en la autonomía y en la independencia individual, la importancia de la vida privada, el paso a primer plano de la propia subjetividad tienden a focalizar no sólo lo psicológico, sino también lo social, pero a través del registro individual y en consecuencia a secundarizar las relaciones sociales. No cabe duda por lo tanto que las sociedades occidentales han impulsado la individualidad más que los vínculos sociales, lo que según diversos autores condujo a generar un tipo de individuo y de subjetividad caracterizados por la inseguridad y debilidad social y psicológica, debido sobre todo a la pérdida de significaciones sociales compartidas respecto de la realidad, que justamente surge de los vínculos sociales (Levine y White 1987). No cabe duda también, que el desarrollo capitalista ha generado modificaciones sustantivas en el tipo de organización y relaciones familiares, que incluye la pérdida de gran parte de las relaciones organizadas en torno a las dinámicas y objetivos de los grupos domésticos. Pero éstos, y otros procesos, no suponen la desaparición o ruptura de todas las relaciones sociales, y menos aun que no surjan nuevas relaciones y rituales sociales. Considero que se confunde la caída o desparición de ciertos lazos –por importantes que sean– con la desaparición de las relaciones sociales. Y este es el punto que hay que analizar, porque considero que gran parte de estas concepciones que plantean unilateralmente la caída de las relaciones sociales y el peligro que ello supone, corresponden a una manera de pensar la sociedad que ha tenido una notoria continuidad en la producción antropológica y sociológica académica desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, y que como concluye Wolf corresponde a una manera de pensar la realidad social en términos de integración social y no de conflicto y menos aún de contradicción; a proponer relaciones sociales que aseguren la estabilidad social pese al mantenimiento de la desigualdad social (Wolf 1987, 21-22). Como parte de estas maneras de pensar, considero que en gran parte de la producción antropológica actual se da una suerte de disociación entre las representaciones y las prácticas, lo cual se expresa especialmente a través del uso de las relaciones sociales (Menéndez 2002a, 2002b). 1 7 2 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S Como ya lo señalamos, por lo menos una parte de los estudios de género, asumen en su marco teórico que un género se define en gran medida por su relación con el otro género, pero en su etnografía sólo describen exclusivamente a uno de los géneros. Por lo menos, desde la década de los cincuenta los antropólogos sabemos que la realidad no sólo se organiza a través de las relaciones sociales que se establecen entre los sujetos, sino que los sujetos ven y actúan la realidad a partir de los lugares que ocupan en un determinado sistema de relaciones por más inestable y transitorio que sea dicho sistema, sin embargo la realidad suele ser descripta a través del punto de vista de un solo actor. Es decir que la antropología social tiene una representación de las relaciones sociales que a la hora de la descripción de la realidad –por lo menos en ciertas orientaciones y campos– tiende a reducirlas o a eliminarlas. Por lo tanto, considero que frecuentemente no es el saber teórico el que domina a la hora de trabajar con relaciones sociales, sino que lo que se evidencia es el dominio de una perspectiva arrelacional centrada en un actor, sujeto, agente social o como quiera denominárselo, que inclusive elimina en sus descripciones la dialéctica de las relaciones, dado que omite, por ejemplo, reconocer la existencia de relaciones que son simultáneamente “negativas” y “positivas”, y que dicha positividad o negatividad tiene que ver en gran medida con las relaciones de hegemonía/subalternidad, con el lugar que ocupan los diferentes actores en dichas relaciones y con la dinámica que opera entre los mismos. Más aun no reflexionan, y menos aun describen, que dentro de un sistema de relaciones lo que es “positivo” para un sujeto puede ser negativo para otro y esto, tanto en términos económicos, como simbólicos, en términos de relaciones de clase o de relaciones de género. Y que dichas relaciones no se modifican sólo con la buena voluntad de cambiar (Menéndez 1997a). Estas tendencias, que inclusive –como reiteradamente lo he señalado– reconocen en su marco teórico/metodológico la existencia de relaciones sociales que sin embargo no se expresan en sus descripciones etnográficas, son debidas a una serie de procesos que, dado el espacio, sólo enumeraré en un orden no proritario: 1 7 3 EDUARDO L. MENÉNDEZ 1) describir y analizar un solo actor, es mucho más sencilo, menos complejo y más rápido que describir diferentes actores incluidos los procesos de relación entre los mismos. 2) las intervenciones, la promoción de acciones, los intentos de organización son más sencillos de realizar cuando se ejercen a partir de un actor y no de varios actores diferenciados. Implicaría menor tiempo de trabajo, menores inversiones financieras y de recursos humanos, y mayor nivel de eficacia o por lo menos de productividad. 3) los antropólogos –y también otros profesionales– hemos, en los hechos, trabajado más con las representaciones que con las prácticas. Inclusive los que dicen trabajar con las experiencias de los sujetos trabajan básicamente con las representaciones que dichos sujetos tienen de sus experiencias. La centralidad de las representaciones favorece el trabajo sobre un solo actor, y no sobre el conjunto de actores significativos. 4) el énfasis académico, pero también de los estudios de investigación/acción, en los “diferentes” ha conducido a centrarse en cada uno de ellos y no en el conjunto de actores significativos que operan en un contexto determinado. 5) los objetivos técnicos, políticos o ideológicos de intervención sobre padecimientos femeninos o de rehablitación social e ideológica de una parte de las ONG al centrarse sobre un actor especifico, tienden a dejar de lado a los otros actores y el sistema de relaciones dentro de los cuales funciona. 6) el cuestionamiento a los estructuralismos y funcionalismos y el paso a primer plano del sujeto y de la subjetividad ha conducido a centrarse en el sujeto –aunque mucho menos en la subjetividad –favoreciendo la orientación que estamos señalando. 7) la caída, frecuentemente justificada, de las corrientes antropológicas dominantes hasta principios de los setenta, favoreció la reducción o desaparición de enfoques que se preocupaban por las relaciones sociales, incluidas las relaciones de tipo dialéctico. Al respecto, es importante recordar el escaso peso dentro de la producción antropológica latinoamericana de los enfoques gramscianos en términos de hegemonía/subalternidad (Gledhill 2000; Kutz 1996; Menéndez 1981), así como también de las corrientes interaccionistas/simbólicas 1 7 4 D E S A PA R I C I Ó N , R E S I G N I F I C A C I Ó N O N U E V O S D E S A R R O L L O S que dan mayor peso a las “negociaciones”, ya que la denominada teoría fundamentada es utilizada básicamente entre nosotros –y subrayo entre nosotros– para describir las representaciones sociales de un solo actor social y no el juego de relaciones sociales. Estos y otros procesos son los que han posibilitado la existencia de las tendencias señaladas, pero que no podemos desarrollar más en este texto. Para concluir, tal como lo señalamos al principio, nosotros partimos del supuesto de que todo sujeto se constituye dentro de relaciones sociales, y que su trayectoria se dará a través de relaciones de colaboración, ayuda mutua, competencia o de lucha. Si realmente asumimos que los lazos y los rituales sociales se constituyen en toda sociedad, y que lo que varía son las características de los mismos, necesitamos justamente buscar dichas relaciones en lugar de negarlas. Más aún, considero que es el desarrollo de “nuevas” relaciones sociales, lo que en parte permite explicar porque las sociedades latinoamericanas siguen funcionando y reproduciéndose pese a las décadas “perdidas” de los ochenta y los noventa.9 Al señalar esto no ignoro que, por lo menos una parte de las nuevas relaciones y rituales, tienen consecuencias negativas especialmente para determinados actores sociales. Pero el reconocimiento de estas y otras consecuencias no debiera negar que las mismas son parte del tipo de relaciones que se han ido constituyendo en nuestras sociedades; que son parte de los lazos, vínculos, tejidos, rituales sociales, y que por lo tanto los mismos no debieran ser excluidos sino que debieran ser buscados, descriptos y analizados para observar el papel y la significación que tienen respecto de los problemas específicos que nos interesa interpretar o modificar. Por eso, para nosotros la cuestión central no es la de si existen o han desaparecido los lazos y rituales sociales, sino explicar porque en la actualidad estamos produciendo y usando determinados tipos de relaciones y rituales sociales. 9 En México, pese a las décadas perdidas de los ochenta y noventa mejoran todos los principales indicadores de salud. 1 7 5 EDUARDO L. MENÉNDEZ BIBLIOGRAFÍA CITADA ABÉLES, M., “Modern political ritual”, Current Anthropology 29(3), 1988, 391-404. 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