EL ALCA Y EL CRACK - CEILAT

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El ALCA en el contexto del “crack” del capitalismo global (+)
-Versión preliminarRené Báez Tobar
Facultad de Economía de la PUCE
Apoteosis y hundimiento de la globalización corporativa
Sucesos recientes en el escenario de las altas finanzas mundiales, con las emblemáticas
quiebras de las firmas Enron y WorldCom y los aparatosos desplomes de la Bolsa de Nueva
York, han resucitado el fantasma de la Gran Depresión de los años 30. De su lado, los
descalabros monetario-financieros en el Mercosur –mal atemperados por los blindajes del
FMI- han venido a corroborar la presunción de que el capitalismo global ha devenido un
caso clínico. Los presagios sombríos se multiplican incluso entre los apologistas del
establishment. ¿Qué hay detrás de los espasmos cada vez más frecuentes que soporta el
capitalismo tanto en sus núcleos centrales como en la periferia? ¿Qué salidas explora el
sistema?
Caracteriza al capitalismo su desigual desenvolvimiento en el espacio (países que crecen y
países que se estancan e incluso retroceden) y en el tiempo (ciclos con sus fases de auge,
crisis, recesión y reanimación). Las crisis constituyen el momento crucial para ese régimen
económico-social, puesto que ponen a prueba su capacidad de reproducción. E incluso,
desde una perspectiva temporal más amplia, interpelan sobre la validez del multisecular
paradigma de la Modernidad y el Progreso. ¿Por qué sobreviene una crisis? Las crisis
capitalistas –independientemente de sus circunstancias particulares y anecdóticas- obedecen
siempre a su contradicción esencial, es decir, al desajuste entre el valor de las mercancías
producidas y el volumen de la demanda de las mismas. Expuesto en otros términos,
traslucen el desequilibrio entre el carácter social de la producción y la forma privada de
apropiación de los frutos de la actividad económica. Este punto de vista, antes que expresar
una anacrónica visión sindicalista, refleja la realidad más cruda de este tornasiglo. ¿A qué
aludimos?
Catapultado por sus grandes triunfos políticos (caída del “socialismo real”, cooptación del
movimiento obrero de las metrópolis y debilitamiento del nacionalismo tercermundista) y
por los espectaculares avances tecnológicos especialmente en los campos de la informática
y las comunicaciones –constitutivos de la denominada “nueva economía-, el capitalismo
central vivió una nueva apoteosis en la década de los noventa a horcajadas de un
impetuoso proceso de concentración y centralización de capital exacerbado por el
crecimiento exponencial del capital financiero especulativo. Dialécticamente, esa euforia
del sistema habría incubado la crisis que hoy padece paladinamente. Expliquémonos.
A consecuencia del referido proceso de concentración, la economía mundial se encuentra
actualmente bajo el dominio de unas 200 corporaciones globales -encabezadas por firmas
(+) Ponencia para el II Congreso del Pensamiento Latinoamericano (Universidad de
Nariño, Pasto-Colombia, noviembre del 2002).
como la ExxonMobil, General Motors, Ford Motor, DaimlerCrysler- que controlan el 25
por ciento del PIB mundial y conforman el “complejo totalitario” al que se refiere F.
Clairmot. Este núcleo duro del capitalismo global y sus círculos adyacentes venían
robusteciéndose en los últimos lustros blandiendo un liberalismo económico de una sola
vía; es decir, avasallando países y continentes, desregularizando a las economías
“anfitrionas”, privatizando empresas estatales y paraestatales, desmantelando sistemas de
protección laboral, arruinando a competidores locales, impulsando bloques de integración
asimétrica (tipo TLC y ALCA). Y por supuesto –conforme se insinuó- mediante
operaciones especulativas adelantadas a escala planetaria. ¿Por qué la bonanza de la
economía estadounidense –la locomotora del capitalismo global- comenzó a hacer aguas
desde el año 2000 diseminando las turbulencias financieras, la recesión, el desempleo y el
escepticismo tanto en el centro como en la periferia? ¿Qué factores generales y específicos
concurrieron para agotar la fase expansiva de los Estados Unidos?
Aparte del debilitamiento de la demanda solvente, la inflexión del crecimiento tiene que
explicarse por la progresiva pérdida de la competitividad norteamericana frente a Europa,
Japón y China, tendencia que, en los últimos años, se ha traducido en déficit comerciales
del rango de los 400 mil millones de dólares provocando devastadores efectos en la
ocupación y los ingresos. Asimismo, un factor contractivo de la economía de la potencia
mundial se tiene que localizar en la orientación capital intensiva de las tecnologías de
punta, orientación que ha retroalimentado la caída de la demanda y generado un desempleo
de características estructurales y no solo coyuntural. La extrapolación de estas condiciones
a la economía internacional estaría en la base de la brecha de dimensiones siderales entre la
opulencia y la miseria a escala mundial. Según las Naciones Unidas, tres hombrescorporación detentan una riqueza que supera al PIB total de los 48 países más pobres (600
millones de habitantes). ¿Cómo puede reproducirse normalmente un capitalismo que
miniaturiza de tal modo el mercado?
Colapso de la financierización: la lógica económica
El aspecto más perceptible de la crisis en curso constituyen los “cracks” bursátiles,
popularizados bajo la denominación de “explosiones” de la burbuja financiera. Además del
referido proceso de contracción de la demanda efectiva ¿qué factores determinan las
debacles financieras? “El problema con la globalización es que los globos se revientan”,
apuntó el subcomandante Marcos. ¿Por qué se desinfla el capital financiero?
Para comenzar, la financierización alude a un proceso de crecimiento exponencial del
capital ficticio. Maurice Allais, premio Nobel de Economía, ha calculado que los
movimientos internacionales de capital especulativo superan en 40 veces a las liquidaciones
originadas en la compraventa de bienes y servicios. De su lado, José Manuel Naredo,
coautor del libro Pensamiento crítico vs. pensamiento único (Debate, l998), anota que el
volumen de las reservas monetarias en el poder de los gobiernos apenas corresponde al que
se intercambia diariamente en el mercado de divisas, aproximadamente unos l.800 millones
de millones de dólares. ¿Cómo pudo edificarse esa colosal “economía de papel”?
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La creación de capital ficticio es una tendencia innata del régimen capitalista. Un
innombrable economista alemán del siglo XIX la explicó asociada a la alienación que
provoca ese régimen productivo y que se traduce en que los hombres dejan de reconocerse
en los objetos que producen, dando pábulo a que el intercambio asuma formas
fantasmagóricas. En la actualidad, ese “fetichismo de la mercancía” ha llegado a niveles
surrealistas bajo comando de las corporaciones globales y los bancos de inversión y
cabalgando en el descomunal crecimiento de los mercados cambiarios, íntimamente
relacionados con el mercado de los intereses. Como era de esperarse, la expansión de estos
mercados, fuente de ingresos extraordinarios para el Gran Capital, ha dado origen a una
variedad de “productos” financieros –“futuros”, “swaps”, “opciones”- y a la consiguiente
expansión de la famosa burbuja. ¿Por qué se rompió la pompa?
Al menos por las dos siguientes razones económicas:
° En primer lugar porque la financierización oculta la abismal disociación entre capital
financiero y capital productivo, lo cual significa que, en cualquier momento, los títulos
fiduciarios pueden perder su valor de cambio y convertirse en papeles para el basurero. Es
precisamente lo que han constatado recientemente millones de inversionistas
estadounidenses (y de otros países). ¿Cómo explicar el desplome de los valores bursátiles?
Precisamente por el sinceramiento que tarde o temprano se produce entre economía
financiera y economía real. “La pretensión de burlar las causas estructurales de la crisis –se
lee en un documento reciente- con el despegue de las bolsas de valores promovido en la
década de los 90 en EE.UU. llegó a su límite. En realidad, durante esa década el valor de
las acciones creció en un l.000 %, pero la economía real lo hizo solo en un 50%”.
(Declaración del Comité Ecuatoriano contra el ALCA, 2002).
° Una segunda causa se relaciona con el hecho de que la hipertrofia del sector financiero
coloca las decisiones más importantes de la vida económica de continentes y naciones en
manos de un grupo numéricamente insignificante de personas, cuyos criterios se definen al
margen de los intereses de los grandes contingentes humanos y de los vitales equilibrios
ecológicos, es decir, de los componentes de la economía real. Tanto las colectividades
humanas como la naturaleza están reaccionando contra ese absolutismo cabalmente
tipificado como “fascismo liberal” (I. Ramonet). La victoria de Lula en las presidenciales
brasileñas y los cataclismos ambientales cada vez más globales tienen ese inequívoco
significado.
La “falla” ética del sistema de la burbuja
Desde el enfoque de la economía, el actual “crack” financiero de los Estados Unidos y, por
extensión, de la economía-mundo puede explicarse sin lugar a equívoco por el
agotamiento de la estrategia encaminada a disfrazar las presiones recesivas estructurales del
ciclo a través del expediente de “cebar” la burbuja bursátil. Esta respuesta, sin embargo, no
es suficiente para comprender la complejidad de la crisis del capitalismo abstracto y
cibernético y vislumbrar sus implicaciones. ¿Cuál es el fondo último de los desastres
financieros que tienen en vilo al planeta?
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R. Garaudy anticipó una explicación del fenómeno en su ensayo aparecido en el libro
colectivo El Islam ante el Nuevo Orden Mundial (l996), donde plantea la tesis según la cual
nuestro tiempo describe una pugna entre el monoteísmo sórdido del mercado y los hombres
que creen que la vida tiene un sentido. Más recientemente, el citado F. Clairmont ha
ensayado una teoría similar. “La religión del mercado –dice- sigue siendo la libre
circulación de capitales, pero se empieza a materializar un nuevo mensaje cada vez más
concreto y peligroso: hay que hacerlo todo buscando ‘el mayor valor para el accionista’,
por el crecimiento del valor de las acciones”. Traducido a lenguaje corriente, esto no
significa otra cosa que, en la lógica de este tornasiglo del capitalismo y la modernidad, no
son los balances de pérdidas y ganancias los que determinan el valor de los títulos.
Actualmente, las cotizaciones bursátiles han llegado a establecerse a partir de estimaciones
(especulaciones) sobre la situación futura de las empresas reales o imaginarias. ¿Cuál es el
talón de Aquiles moral de este Mundo Feliz?
Samir Amin ha visualizado a la pompa fiduciaria como a una patología equiparable al
cáncer, enfermedad que –conforme se conoce- multiplica descontroladamente las células en
un proceso que conduce a la muerte del paciente. ¿Cuál es el cáncer del capitalismo
contemporáneo? Max Weber discurrió sobre la superioridad del capitalismo a partir de sus
supuestos atributos éticos como la frugalidad, el ascetismo, el sosiego. Semejante
capitalismo, si existió alguna vez, resulta evidente que no existe más. Actualmente, “la fría
astucia rige las relaciones comerciales, e incluso se ha convertido en un comportamiento
normal. El ceder de alguna manera ante un opositor o un competidor se considera un error
imperdonable para la parte que tiene una ventaja en cuanto a posición, poder o riqueza”. (A.
Solzhenitsyn, Fin de Siglo, l996). Las elites económicas y políticas mundiales –incluso sus
congéneres del Sur- han abrazado frecuentemente sin saberlo el fundamentalismo de la
modernidad cifrado en la sentencia de Bentham para quien “todo valor es un valor
mercantil”.
El horizonte de ese apotegma utilitarista es temible y no únicamente por los efectos
derivados de las tormentas financieras. Si las acciones humanas van a tener como brújula
exclusiva el éxito económico, habrá que entender que todo está permitido. Seguramente
este sea el argumento que exhiban los sacerdotes de la “contabilidad creativa”, cuyos logros
exagerados terminaron por destapar la represada crisis de la economía estadounidense.
¿Cómo se proyecta esta moral neodarwiniana a Nuestra América?
La Justicia Infinita y el ALCA como salidas a la crisis
El boom de la economía estadounidense en los 90 tuvo su correlato en la ideología. Con
entusiasmo y fanatismo, los economistas metropolitanos proclamaron el crecimiento lineal
y ascendente del capitalismo central y el consiguiente fin del ciclo económico. Sus
epígonos latinoamericanos fueron todavía más lejos: pregonaron por todos los sistemas de
propaganda del establishment –algunos continúan haciéndolo- que la práctica del
neoliberalismo diseminaría los bienes terrenales en estas latitudes por la acción benevolente
y civilizadora de entidades como Mc’Donalds y Microsoft, a condición de que nuestros
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gobiernos “despoliticen la economía” y pongan en vigor los desempolvados preceptos
lesseferianos.
Más temprano que tarde las ilusiones se han venido al suelo. El derrumbe de las empresasestrellas de la “nueva economía”, las recurrentes caídas de Wall Street y los impactos de los
atentados contra el WTC y el Pentágono han provocado un triste despertar para los cantores
del sistema, y más grave que eso, un viraje en el pensamiento y en las acciones de la Casa
Blanca. El viraje se percibe en dos ámbitos cruciales.
En el orden más general de la política, la Pax Americana –forjada en operativos bélicos
localizados como la Guerra del Golfo o la intervención en Yugoslavia- ha devenido en la
“lucha mundial contra el terrorismo”. Capitalismo abstracto, enemigo abstracto. “¿Qué tipo
de guerra es esta?”, se pregunta la politóloga estadounidense Susan Sontag. Respuesta:
“Hay algunos precedentes de estas guerras sin final previsible. Las guerras contra enemigos
como el cáncer, la pobreza y las drogas también son guerras sin fin; siempre habrá cáncer,
pobreza y drogas. Y siempre habrá terroristas despreciables como los que perpetraron el
ataque del ll-S. Cuando un Presidente de EE.UU. declara una guerra contra el cáncer o la
pobreza o las drogas, sabemos que la palabra ‘guerra’ es una metáfora. También la guerra
que Washington ha declarado al terrorismo es una metáfora, aunque con poderosas
consecuencias… Las guerras verdaderas no son metáforas. Tienen principio y fin… Pero la
guerra contra el terrorismo no terminará nunca. Ese es un indicio de que no se trata de una
guerra, sino más bien de un mandato para extender el uso del poder estadounidense”.
(“Estados Unidos se involucra en una seudoguerra”, Líderes, sept. l6 del 2002).
¿Qué dice la economía política de esta guerra metafórica? ¿Cuál es el soporte material de
esa cruzada contra villanos fantasmales? ¿Cómo explicar la resurrección del
intervencionismo económico en una nación que venía evangelizando al mundo con un
discurso ultraliberal (ciertamente de una sola vía)?
La respuesta la encontramos cabalmente expuesta por el economista norteamericano D.
Dillard en su libro La teoría económica de John Maynard Keynes ( edición en castellano de
l965), cuando analiza la inflexión de la política de los Estados Unidos en los años
posteriores a la II Guerra Mundial. En el citado libro anota: “La industria de la guerra tiene
una clara aunque irónica ventaja sobre la industria de paz, consiste en que necesita producir
cosas que han de estallar y no quedan para competir con más producción del mismo tipo en
una fecha posterior”. Más terminante todavía: “Si la guerra y la amenaza de guerra fuesen
eliminadas del mundo, los países capitalistas del mundo se enfrentarían una vez más con la
tarea de encontrar desembolsos suficientes para nuevas inversiones, a fin de proporcionar
empleo a todos sus millones de obreros que no pueden ser empleados en las industrias de
consumo”. De esta lógica keynesiana surgió el “complejo industrial-militar” (D.
Eisenhower) y la militarización de la economía norteamericana bajo el pretexto de la
“guerra fría”. La “guerra fría” no fue más que la justificación política para mantener la
producción bélica como soporte de la economía estadounidense. El mundo –se le dijo
entonces al pueblo norteamericano- ha podido librarse de Hitler pero los peligros subsisten.
El enemigo escogido fue la Unión Soviética; posteriormente la China de Mao. Las
circunstancias cambian, los fines últimos del Imperio no. En los albores del siglo XXI se
busca enjugar la recesión incrementando el vilipendiado gasto público. La administración
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de George W. Bush ha aprobado para el 2003 un presupuesto de Defensa de 350 mil
millones de dólares (casi el doble del correspondiente al 2002)). ¿Cómo hacer que los
contribuyentes norteamericanos expriman sus bolsillos? Los justificativos se llaman Bin
Laden y Saddam Hussein.
La consecuencia para América Latina de la falsa guerra mundial en que se han embarcado
la Casa Blanca es el ALCA. ¿Qué está detrás de esta “otra” guerra de Washington?
En la mencionada Declaración del Comité Ecuatoriano contra el ALCA puede leerse: “El
ALCA no es un instrumento distinto a la guerra. Es esencialmente una doble declaración de
guerra comercial y financiera. Por una parte, las corporaciones transnacionales
norteamericanas pretenden desplazar a sus competidores europeos y asiáticos de su actual
participación en el mercado subcontinental… (Por otra), pretende instituir la competencia
de los megacapitales norteamericanos con los minicapitales locales. El capital financiero
norteamericano deglutirá a los bancos locales como un tiburón a las sardinas. Y
beneficiándose de la legislación de ‘excepción’ que contiene el ALCA, no podrá ser sujeto
de competencia de los capitales europeos o asiáticos. En consecuencia contiene además,
una doble guerra financiera en contra de los capitales externos e internos”. Pero no se trata
únicamente de una guerra a librarse en la esfera de la circulación de bienes y servicios, sino
también en el propio ámbito productivo. En el mismo documento se destaca: “El ALCA
comporta un programa integral de recolonización, cuyas previsibles consecuencias
amenazan superar la tragedia del colonialismo español. Por lo tanto atacan directamente a
la producción en todos sus aspectos. Desde la imposición de un régimen de flexibilización
laboral dirigido a elevar las tasas de extracción de plusvalía absoluta y relativa…a la
reprimarización de nuestras economías que serán condenadas a abandonar toda estrategia
de desarrollo industrial, a cambio de su concentración exclusiva en la extracción de
riquezas naturales y en procesos de trabajo que demandan la explotación intensiva de
fuerza laboral para la producción no de mercancías terminadas, sino solamente de parte de
ellas, en el contexto de la internacionalización de la producción. La expectativa del ALCA
es transformar al subcontinente en una gigantesca zona franca donde operen libremente las
maquilas”.
Desde luego, la guerra convencional tiene sus propios capítulos en el ALCA: Plan PueblaPanamá, Plan Colombia… ¿Consumatum est?
La premura de George W. Bush con el ALCA
La necesidad estratégica estadounidense de conformar su propio bloque económico (el
“área americana”) como soporte de su hegemonía político-militar mundial explican el
interés de la Casa Blanca por impulsar el ALCA. El gobierno de Bush Jr. le ha conferido al
programa un impulso fundamental con la reciente aprobación por el Congreso del texto
denominado Autoridad para la Promoción Comercial (TPA o “vía rápida”), ley que le
faculta a negociar acuerdos comerciales bilaterales sin el requisito anterior de la mediación
parlamentaria. ¿Qué motivaciones concretas están detrás de la urgencia del gobernante
republicano para que el acuerdo integracionista opere a plenitud a partir del cercano 2005?
Al parecer, las tres siguientes: enjugar la recesión estadounidense, contener la influencia
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europea en la región y neutralizar políticas proteccionistas al sur del Río Grande y,
finalmente, camuflar en las negociaciones económicas el remozado intervencionismo
militar norteamericano. Desglosemos estos factores.
El auge de la economía norteamericana durante la era Clinton –el más importante en la
posguerra después del “boom” Kennedy-Johnson- colapsó a fines del 2000, envuelto en la
debacle de la “nueva economía. Esta inflexión del ciclo económico norteamericano estuvo
signada no solo por la caída de las inversiones sino también por un espectacular descenso
de las exportaciones, tendencia que se agudizó en el 200l. En el segundo trimestre de este
último año –poco antes del ll-S- las ventas externas de Estados Unidos cayeron el l2%, lo
que determinó que la Casa Blanca enfatizara en la conveniencia de acelerar la conquista de
nichos comerciales en América Latina y el Caribe.
El segundo motivo tiene que ver con el hecho de que Washington y las corporaciones de
Estados Unidos no se encontraban precisamente felices con los acuerdos comerciales
suscritos por los europeos a la sombra de las cumbres iberoamericanas. Igualmente les
incomoda una eventual consolidación del MERCOSUR, proyecto de integración que
reivindica principios de proteccionismo comercial y financiero. Para desalojar a los intrusos
y para que el libre mercado opere conforme a las prescripciones de Washington, nada mejor
que presionar por el ALCA, cuyas bondades para Estados Unidos han sido demostradas
ampliamente por el Tratado de Libre Comercio (TLC), convenio en el cual se inspira el
instrumento en ciernes.
Finalmente, las razones político-militares no son extrañas a la propuesta washingtoniana.
El investigador argentino Claudio Katz las expone de modo convincente: “Desde hace
varios años una escalada de rebeliones populares conmueve a muchos países de América
Latina. Estos movimientos acentúan la erosión de distintos sistemas políticos, que han
perdido legitimidad por su incapacidad para satisfacer los reclamos populares. El
descreimiento en los regímenes vigentes precipita la interrupción de mandatos (Perú), la
disgregación de gobiernos (Ecuador), el colapso de estados (Colombia) y la desintegración
de partidos tradicionales (Venezuela, México). A través del ALCA se intenta reforzar la
intervención militar encubierta de Estados Unidos en Colombia, el rearme regional
asociado a ‘lucha contra el narcotráfico’, los ejercicios bélicos tipo Vieques y la presión
diplomática para alinear a los gobiernos latinoamericanos en sanciones contra los países
demonizados por la Casa Blanca (Cuba, Irak, Irán, Corea del Norte)”. En esta vertiente
habría que inscribir las presiones del Departamento de Estado para que algunas naciones
latinoamericanas, entre ellas el Ecuador, confieran patente de corso frente a la Corte Penal
Internacional a tropas y funcionarios estadounidenses por crímenes de guerra que pudieran
cometer en sus territorios.
Planteamientos para un debate fuera (o dentro) del ALCA
En los albores del siglo XXI y a más de ciento setenta años de la independencia política de
la mayoría de las naciones que la conforman, la situación de América Latina colinda con la
catástrofe económica y social.
Con sus aparatos productivos reprimarizados y
desarticulados, hipotecados a una deuda externa-interna de dimensiones siderales, aislados
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de las principales corrientes de inversión productiva, comercio e innovación tecnológica y
sometidos al diktat de una potencia victoriosa y arrogante nuestros países parecen tener
obstruidas todas las salidas. Esta “crisis de alta intensidad”, conforme la caracterizó
Agustín Cueva ya a fines de los 80, no totaliza la realidad continental de este tornasiglo,
que también aparece jalonada por una multiplicada resistencia incluso empresarial al
neoliberalismo y por posiciones defensivas de corte institucional como la política
antiinjerecista de Cuba, la revolución bolivariana en Venezuela y la promisoria victoria del
Partido de los Trabajadores y “Lula” da Silva en las recientes presidenciales brasileñas.
En estas complejas condiciones, Nuestra América –la martiana, no la monroísta- enfrenta el
desafío del ALCA, es decir, el reto de su integración con la economía más poderosa del
planeta. Proyecto que ni remotamente tiene relación con un interés de Estados Unidos de
compartir con sus vecinos del sur su bienestar material o sus avances tecnológicos, sino
que, por el contrario, implica una estrategia de Washington para profundizar su dominio
hemisférico en un amplio espectro de actividades: comercio de bienes y servicios,
movimiento de capitales y tecnología, compras gubernamentales, recursos naturales y
medio ambiente, propiedad intelectual e incluso conductas políticas. De galvanizar tal
propuesta ultraliberal –contenida germinalmente en la Iniciativa Bush (l99l)- la región en su
conjunto pasaría a desenvolverse dentro de un estatuto más ominoso que el de los tiempos
del coloniaje ibérico. Sería el “fin de América Latina” que pronosticara Alain Rouquié.
Este indeseable horizonte impone, especialmente a quienes no militan en ningún
determinismo histórico, la urgente tarea de configurar y defender un proyecto alternativo.
¿Con qué materiales construir la utopía viable?
El desafío mayor consiste, sin duda, en el rescate de la soberanía de nuestros Estados, tan
mellada en los últimos tiempos por el desbordamiento del poder estadounidense y de sus
gigantescas corporaciones, y por la sumisión de las elites criollas. Dado que la soberanía no
es una entelequia sino un planteamiento con soportes identificables, la reivindicación de
ese atributo supone reflexiones y acciones (al menos) en los siguientes ámbitos concretos:
la deuda, la lucha por la paz en la región y el impulso a una genuina integración.
En cuanto al primer ámbito, conviene no olvidar que, sin una resolución radical del
problema del endeudamiento, el futuro simplemente no existe para América Latina, salvo
como hundimiento de un archipiélago de Estados fallidos. En el mundo de la economía no
existen milagros: nadie puede sobrevivir con deudas que más se acrecientan mientras más
se pagan. Si Estados Unidos, la Unión Europea y los restantes acreedores institucionales o
comerciales –incluidos, por cierto, los Shyloks nativos- buscan realmente restañar esa
ulceración del mundo moderno, ¿por qué no discutir seriamente, en el ALCA o en el seno
de cualquier otro foro, la reimplantación de un régimen sabático? ¿No sería la mejor forma
de honrar a nuestra tradición de civilización occidental y cristiana y asegurar la pervivencia
de nuestros pueblos? ¿O se quiere que el genocidio económico llegue a sus últimas
consecuencias? ¿No habrá llegado la hora de conformar el “club” de parias de la
globalización corporativa?
El derecho a la paz y a la autodeterminación es consustancial a la libertad, prosperidad y
felicidad de las naciones. Resueltas o atemperadas la práctica totalidad de controversias
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fronterizas entre nuestros países –oprobioso legado del viejo colonialismo- ¿qué sentido
tiene despilfarrar los escasos recursos en guerras internas o regionalizadas por mandato
metropolitano? Aludimos a complementos del ALCA como el Plan Colombia. A este
último respecto, ¿por qué Latinoamérica no contribuye a desactivar el conflicto civil
colombiano presionando a Estados Unidos para que levante la prohibición de las drogas
psicoactivas igual que lo hizo en l933? ¿Por qué aceptar que se continúe criminalizando a
las sociedades? ¿Por qué no formar un frente latinoamericano en pro de la reanudación de
las negociaciones pacificadoras en el hermano país?
Respecto de la cuestión específica de la integración-desintegradora (“anexionista”) que
representa el ALCA, creemos del caso cerrar este comentario con dos referencias históricas
atingentes a la materia de la fusión económica. Cuando el Libertador Bolívar convocó al
Congreso Anfictiónico de Panamá (l826), lo hizo buscando sustentar su sueño de la Patria
Grande en el proteccionismo de nuestros países frente al avizorado peligro de la emergente
potencia norteamericana. Cuando hace cuatro décadas los gobiernos de la época pusieron
en vigencia la ALALC y el MCCA, a nadie se le ocurría dudar de la filosofía defensiva de
esos tratados frente a la superioridad productiva y financiera de los monopolios
estadounidenses. ¿Qué razones económicas y políticas objetivas se han presentado en esta
vuelta de siglo para echar al basurero de la historia a ese principio defensivo y unificador de
nuestras atribuladas naciones?
¿Por qué no incorporar estas inquietudes a las ríspidas agendas del ALCA?
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