EL BARROCO EN EUROPA

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EL BARROCO EN EUROPA
EL BARROCO
Se entiende por Barroco la evolución que sufre el arte renacentista, que culmina en el siglo XVII
cuando las obras de arte se recargan con adornos superfluos y los temas se centran en el
desengaño y el pesimismo. Se manifestó principalmente en la Europa occidental, aunque debido
al colonialismo también se dio en numerosas colonias de las potencias europeas, principalmente
en Latinoamérica. Se suele situar entre el Manierismo y el Rococó, en una época caracterizada por
fuertes disputas religiosas entre países católicos y protestantes, así como marcadas diferencias
políticas entre los Estados absolutistas y los parlamentarios, donde una incipiente burguesía
empezaba a poner los cimientos del capitalismo.
BARROCO EN ITALIA
Los primeros indicios de la aparición del espíritu del Barroco en Europa aparecen en Italia a finales
del siglo XVI, merced a la incidencia de la mentalidad de la Contrarreforma sobre la creatividad
artística. Así, pueden verse cómo aparecen pinturas que por una parte proclaman el triunfo y la
apoteosis de la Iglesia, y por otra el dolor y el misticismo, aspectos que se describen de forma
verosímil y directa para promover la grandeza y trascendencia de los valores cristianos.
Desde los inicios del Barroco se constata en Italia la existencia de dos tendencias, la naturalista que
trata de inspirarse fielmente en la naturaleza apartándose del idealismo, y la clasicista que procuró
la perfección de las formas y de los sentimientos, rechazando lo vulgar en beneficio de lo
trascendente, buscando la belleza ideal
A finales del siglo XVII aparece una nueva tendencia que se denomina Barroco decortativo,
protagonizado por hábiles pintores-decoradores que recubren grandes espacios murales con
efectismo y espectacularidad. En
esta tendencia el pensamiento de la Iglesia se manifestó
buscando una retórica y un sentido visual apoteósico que traduce perfectamente sus pretensiones
universales y eternas.
EL NATURALISMO
El creador de esta tendencia artística fue Michelangelo Merisi (1573-1610), llamado Caravaggio por
su lugar de origen. Su vida fue muy irregular debido a su conducta desordenada, sus continuas
pendencias y lances con la justicia, de la que se libró en múltiples ocasiones gracias a sus
protectores y admiradores.
El arte de Caravaggio se inspira directamente en la vida real, lo que le lleva a pintar personajes
sencillos y populares que muestran humildes presencias físicas y primarias reacciones psicológicas.
Desde muy pronto empleó en sus pinturas recursos lumínicos revolucionarios, contrastes de luz y
de sombra que han dado en llamarse tenebristas o claroscuristas. En estos efectos la luz cae
directamente sobre los personajes resaltando sus gestos y dejando en penumbra el fondo de las
escenas.
Caravaggio, La vocación de San Mateo (h. 1600)
SEGUIDORES DE CARAVAGGIO
En Roma y en Nápoles dejó Caravaggio una marcada impronta de su huella artística. En ambas
ciudades se formaron grupos que practicaron una pintura impregnada de espíritu naturalista,
empleando también marcados efectos de claroscuro. En Roma destacan notables artistas como
Bartolomeo Manfredi (temas religiosos, escenas con jugadores de cartas y músicos en los que
consigue atemperar la marcada y potente expresividad de Caravaggio) y Orazio Gentileschi
(tenebrista moderado que compuso con habilidad escenas amables e íntimas). En Nápoles destaca
entre los seguidores de Caravaggio, Batistello Caracciolo que fue el más profundo conocedor y
seguidor del maestro. Sus figuras poseen apariencia grave y melancólica, y sobre ellas incide una
luz cruda que las hace destacar de la atmósfera en penumbra que las envuelve. También fue
relevante en Nápoles la actividad de Massimo Stanzione y Bernardo Cavallino.
EL CLASICISMO ROMANO-BOLOÑÉS
Al mismo tiempo que en Roma muchos jóvenes pintores se agruparon en torno a Caravaggio, en
Bolonia se fue forjando una tendencia que se despegó del Manierismo en busca de altos ideales de
belleza y de dignidad expresiva. En el clasicismo se intentó recuperar el equilibrio y la serenidad de
espíritu del mundo grecorromano, y además se le añadió la presencia de hermosos fondos
naturales, armoniosos y plácidos. El iniciador de esta corriente artística fue el boloñés Annibale
Carraci.
EL BARROCO DECORATIVO
Con esta tendencia se cierra el ciclo de la pintura barroca italiana. Su contenido coincide con el
pensamiento triunfal de la Iglesia y del poder laico en aquellos momentos, y sus resultados son
grandiosos y espectaculares. Cabeza visible de este movimiento en Roma fue Pietro de Cortona,
en la década de los años cincuenta decoró varios salones del Palacio Pitti en Florencia, y en la
última época de su vida estuvo de nuevo en Roma donde en el Palacio Pamphili realizó la Sala de
Eneas y la seie de episodios de la Vida de San Felipe Neri para el Oratorio de los Filipineses. Su
gran aportación a la historia de la pintura barroca es la de haber sido el creador, en bóvedas y
techos, de representaciones espacialmente unitarias.
La pintura barroca decorativa llegó a su culminación con la actividad del jesuita Andrea Pozzo, cuya
obra maestra fue la decoración de la bóveda de la Iglesia de San Ignacio de Roma, donde trabajó
desde 1681.
BARROCO EN HOLANDA
En el siglo XVII, tras una dura lucha de resistencia contra España, Holanda consiguió su
independencia. De esta manera el acendrado amor patrio que el pueblo holandés había manifestado
a lo largo de la historia se acrecentó notablemente; ello, unido a su credo protestante y a la favorable
economía que disfrutó, propició un arte de exaltación de los valores nacionales. Su reforzada
autoestima puede constatarse a través del retrato, el amor por el paisaje rural, marítimo y urbano,
el gusto por las escenas de género y la complacencia en la descripción del ajuar doméstico en los
bodegones. Fueron los holandeses un pueblo orgulloso de sus valores que sin embargo supo vivir
con mesura y equilibrio una época de esplendor.
El mejor pintor holandés del siglo XVII fue Rembrandt van Rijn, formado en la humanista Universidad
de Leyden y poseedor desde adolescente de una mentalidad meditativa y serena, que supo aplicar
a su creatividad pictórica. En la pintura de Rembrandt es habitual el empleo de marcados efectos
de claroscuro que ayudan a potenciar el sentimiento dramático de sus composiciones. Utiliza
también una pasta de color espesa y abundante, con la que configura superficies rugosas en las
que se aprecia visiblemente la huella de pincel. Con estos elementos técnicos Rembrandt trató de
buscar manifestaciones del espíritu humano, que conmueven profundamente los sentimientos. Su
pintura refleja siempre una clara reflexión sobre la debilidad humana comprendida y perdonada
siempre por la divinidad. Fue también un gran retratista, realizando magníficas obras en esta
modalidad, llenas de sobriedad y emoción expresiva. Pintó también espléndidos autorretratos.
Rembrandt van Rijn, La ronda de noche (1642)
BARROCO EN FLANDES
A pesar de la guerra contra España, el país flamenco vivió en el siglo XVII momentos de prosperidad
económica que permitieron un notable desarrollo de la actividad artística, especialmente en el
ámbito de la pintura. En este sentido se constata una intensa actividad en los talleres de Amberes
y Bruselas, de donde salieron multitud de pinturas con destino a distintos países europeos y sobre
todo hacia España.
La figura de Peter Paul Rubens constituye la cúspide de la generación de pintores barrocos
flamencos. Su formación tuvo lugar en Amberes, y en 1598 ya había concluido, por lo que pudo
entonces comenzar a ejercer su oficio. Sin embargo, en 1600 decidió viajar a Italia para ampliar su
aprendizaje. Rubens fue un hombre culto, conocedor de las humanidades y de las ciencias. Hablaba
seis idiomas y tuvo una gran capacidad de observación que puso al servicio de su creatividad
artística. Su pintura está poseída de una dinámica y una vitalidad que concuerdan con el sentido
aparatoso de la mentalida católica de su época, a la cual sirvió con entusiasmo.
Rubens fue un hombre culto, conocedor de las humanidades y de las ciencias. Hablaba seis idiomas
y tuvo una gran capacidad de observación que puso al servicio de su creatividad artística. Su pintura
está poseída de una dinámica y una vitalidad que concuerdan con el sentido aparatoso de la
mentalidad católica de su época, a la cual sirvió con entusiasmo. Sus formas son siempre opulentas
tanto en las fisionomías masculinas como femeninas, otorgando sobre todo a la mujer un ideal de
belleza esplendoroso y desbordante, pudiéndose afirmar que nadie ha pintado en la historia el
cuerpo de la mujer con tanto entusiasmo y devoción. En sus pinturas, a pesar de la movilidad que
les invade, se constata siempre una armoniosa composición, un excepcional dibujo y un rico colorido
siempre bien contrastado. Su pincelada es ágil y viva, característica que unida a las anteriores hace
que las pinturas de Rubens sena el más claro paradigma del Barroco.
Trató Rubens sobre todo temas mitológicos y religiosos, e igualmente realizó numerosos retratos,
siendo más de mil punturas las que de él se conservan en nuestros días. Con tema mitológico
pueden mencionarse obras como Las tres Gracias y El rapto de las hijas de Leucipo, mientras que
con tema religioso sobresalen las pinturas como La adoración de los Reyes y el Descendimiento de
la Cruz.
Peter Paul Rubens, EL rapto de las hijas de Leucipo (h. 1617)
EL ROCOCÓ
El término rococó proviene de la palabra francesa "rocaille" (piedra) y "coquille" (concha), elementos
de gran importancia para la ornamentación de interiores. Lo importante es la decoración, que es
completamente libre y asimétrica. Muestra su predilección por las formas onduladas e irregulares y
predominan los elementos naturales como las conchas, las piedras marinas y las formas vegetales.
Ha sido considerado como la culminación del Barroco, sin embargo, es un estilo independiente que
surge como reacción al barroco clásico impuesto por la corte de Luis XIV. El rococó a diferencia del
barroco, se caracteriza por la opulencia, la elegancia y por el empleo de colores vivos, que
contrastan con el pesimismo y la oscuridad del barroco.
En pintura, los temas más abundantes son las fiestas galantes y campestres, las historias pastoriles,
las aventuras amorosas y cortesanas. Las composiciones son sensuales, alegres y frescas,
predominan los colores pasteles, suaves y claros. La mujer se convierte en el foco de inspiración,
ya que es la figura bella y sensual.
El siglo XVIII conoció momentos de esplendor para la pintura francesa, que en el estilo rococó
alcanzó máximos niveles de atractivo y originalidad. Este último aspecto lo consagró sobre todo en
la modalidad de la pintura galante, que en cierto modo reflejó la sociedad de aquella época. Triunfa
el artificio en la palabra, en los gestos y en el vestuario; se ponen de moda las reuniones sociales,
donde se interpretan comedias, se escucha música, se baila, se conversa y, sobre todo, se galantea
con la intención de seducir y gozar. La pintura concedió a este tipo de vida una amplia atención,
consiguiendo captar escenas atrevidas y voluptuosas que no se tratan jamás de forma obscena.
El pintor que introdujo en la pintura francesa el espíritu del Rococó fue Jean Antoine Watteau, quien
trabajó desde joven en Paris en el taller de un pintor de escenas de la comedia italiana, lo que
influirá en la temática de su producción artística.
Antoine Watteau, Peregrinaje a la isla de Citerea (1717)
Tras la muerte de Watteau, la pintura galante tuvo su continuador en François Boucher, cuya
trayectoria se inició en Roma, donde se entusiasmó con el gusto barroco y se aproximó a la pintura
de estilo mitológico, mostrando predilección por la iconografía de Venus.
François Boucher, Louise Murphy (1752)
La tercera gran figura del Rococó francés fue Jean-Honoré Fragonard, y se convirtió en el pintor
favorito de la alta sociedad parisina, para la que pintó composiciones llenas de gracia y desparpajo.
El arte de Fragonard está siempre protagonizado por deliciosas figuras femeninas, jóvenes,
adolescentes o niñas, que forman parte de escenas alegóricas o sentimentales y que exaltan la
felicidad que proporciona el amor.
Jean-Honoré, El beso furtivo (h. 1788)
PINTURA ITALIANA EN EL SIGLO XVII
En el siglo XVIII la pintura italiana siguió manteniendo una marcada personalidad, siendo la escuela
veneciana la que más sobresalió en su aportación al Rococó y también en la originalidad de sus
creaciones, especialmente en el ámbito de la veduta, que alcanzó gran celebridad.
El iniciador de la pintura veneciana en el siglo XVIII fue Sebastiano Ricci, que marca la transición
hacia el arte rococó. Su estilo es retórico y aparatoso pero al mismo tiempo suave y delicado.
En el ambiente pictórico veneciano destaca con marcada personalidad la retratista Rosalba
Carriera, quien después de formarse como miniaturista pasó al retrato de formato normal. Utilizó
generalmente la técnica del pastel o lápiz graso, con la que supo obtener formas delicadas y ligeras,
captando figuras a las que otorga, especialmente a las femeninas, una intensa amabilidad
expresiva.
La gran figura pictórica del rococó veneciano fue Giovanni Battista Tiepolo, quien en su juventud se
sintió atraído por el arte de Sebastiano Ricci. Su arte vincula destreza y facilidad creadora, lo que
motivó que sus servicios fueran reclamados fuera de Venecia.
PINTORES DE VEDUTE
Se entiende por veduta la reproducción fiel de un lugar concreto, y en Venecia significó
especialmente la descripción de una vista del ambiente arquitectónico de la ciudad. Una variante
de la veduta, muy practicada en Venecia, es el capriccio, que es igualmente una visión con paisaje
arquitectónico, generalmente inspirado en ruinas del mundo clásico, donde se mezclan de forma
caprichosa elementos inventados y reales.
La veduta alcanza su mayor esplendor a mediados del siglo XVIII en Venecia, con la obra de artistas
como Antonio Canal, "Il Canaletto". Los principales clientes de esta pintura fueron los viajeros
extranjeros, sobre todo ingleses, que la compraban como recuerdo de su visita; o incluso la
adquirían en su país sin haber ido a Italia. Venecia, con sus monumentos arquitectónicos que
recordaban la grandeza del pasado, fue en el siglo XVIII una parada obligatoria en el grand tour
europeo. Los jóvenes de familias distinguidas hacían este viaje para completar su cultura al acabar
sus estudios universitarios, antes de empezar a trabajar.
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