Capitalismo, resistencias, poder constituyente y poder constituido

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Capitalismo, resistencias, poder constituyente y poder constituido
Extraído de Viento Sur
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Política
Capitalismo, resistencias,
poder constituyente y poder
constituido
- solo en la web -
Fecha de publicación en línea: Martes 8 de diciembre de 2015
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Capitalismo, resistencias, poder constituyente y poder constituido
[Este texto es la versión escrita de la ponencia presentada por los autores en el III Congreso Internacional de
Análisis Político Crítico, celebrado en Bilbao los pasados 19 y 20 de
noviembre de 2015.]
Subsunción real, posmodernidad, biopoder
Nos encontramos en el estado de la subsunción real del trabajo en el capital; en su crisis, más bien. Y con todo lo
que ello implica: que la vida irrumpa tras una temporalidad donde el desierto se extendía en los cuerpos de unos
seres vacios (en su sentido más nietzscheano), que la vida rompa con ese tiempo de muerte que ha sido el poder
constituido; que, en definitiva, la presencia real de la crisis sirva para dar luz a la obscuridad y hacer de nuevo brotar
la vegetación en el desierto vital que era la misma existencia humana.
La crisis, la ventana de oportunidad como diríamos en nuestra disciplina, es la grieta en el tiempo del momento
concreto que nos sitúa ante el abismo; ante un futuro que ya no tiene por qué ser el mismo, aunque también pueda
serlo, es simplemente la contingencia, la mera existencia de la posibilidad frente al tiempo del dominio donde las
alternativas son imposibilitadas. La crisis, encarnada en las resistencias, en la subversión que es el vivir ante la
cochambrosa cotidianeidad del dominio, es el acontecimiento, la irrupción insospechada de los sin parte en el
tablero que recrea el poder, esto es, como diría Rancierè: la política (Rancière, 2009). Sí, la política. Por mucho que
les pese a esos adalides del liberalismo y de la paz perpetua, la política se define por el antagonismo; y en estos
momentos, a pesar del sufrimiento, con las consecuencias de la crisis, plasmadas en resistencias, volvemos a
saborear el gusto por lo político.
¿Pero qué es la subsunción real? ¿Y qué implica su crisis? O mejor dicho, ¿qué implica la crisis en la subsunción
real? Pues la crisis irrumpe en la subsunción real pero no acaba con esta etapa de momento.
Antes que nada, hay que definir brevemente los conceptos, para saber por dónde nos movemos; por muy obvio que
parezca el dominio, quizás, realmente, por ello más que nada.
Cuando denominamos a este tiempo el de la era de la subsunción real, nos estamos refiriendo a la posmodernidad
pero en el ámbito de la producción. Así, subsunción real del trabajo en el capital, biopoder, y posmodernidad, son
sinónimos, o, mejor dicho, son conceptos que se refieren a un mismo tiempo histórico pero que sirven para definir
distintas facetas, en concreto: la de la producción, la del dominio y la cultural. Trataremos, a continuación, de
describir brevemente estas distintas facetas del tiempo actual:
-Subsunción real del trabajo en el capital: concepto marxiano que describe el modelo de producción actual por el
cual el capital ya no ve el trabajo como un ente externo a su dominio, sino que es capaz de incluir los distintos
procesos de trabajo en sus fronteras. El trabajo nace del seno del capital, según Marx, gracias a la tendencia de la
socialización de la producción y el desarrollo científico-tecnológico que permite crear nuevos procesos de trabajo
que destruyen los viejos /1.
La crisis de la ley del valor (Guattari y Negri, 1999, pp. 118-124) y la parcial sustitución de la fábrica por la sociedad
en su conjunto como recinto central de la producción en el occidente actual (Hardt y Negri, 2003, pp.16-17), el auge
del trabajo inmaterial... parecen indicarnos esta tendencia y el cumplimiento del vaticinio de Marx.
En definitiva, nos encontraríamos ante una última etapa del capital, donde este se ha hecho materialmente
constituyente, con todo lo que ello conlleva: la producción absoluta de la subjetividad de los sujetos, hasta que en
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esta última crisis, se atisba la ruptura como posibilidad emancipadora.
-Biopoder: Si el capitalismo se ha hecho materialmente constituyente en el estado de la subsunción real, si ya no
hay afuera al capital, el poder se convierte en un biopoder; es decir, el poder toma la vida en su conjunto como
objeto de dominación, como nos diría Foucault. De ahí, la dificultad de escapar del poder, de la imposibilidad de
escapar a su dominio; de romper con una subjetividad que nos es dada y que nos hacer ser/estar sujeto; única
salida: dejar de ser/estar sujeto; la muerte. Quizás demasiado excesivos, pero eso pudo parecer en esas décadas
de derrota que fueron los 80 y los 90. Aun así, que el capitalismo se haya materializado completamente sin un
afuera, sin un otro hegeliano que le haga discurrir, no nos debe llevar al pesimismo total; como decía Foucault, las
resistencias existen, pero en el mismo interior del dominio, en el seno del poder.
-Posmodernidad: Es la cultura de este modo de producción, de esta etapa de dominio, donde el simulacro reina y la
dominación se ejerce en muchas ocasiones en el ámbito de lo simbólico; la subsunción real es el dominio de la
circulación (la finanza) sobre la producción (la industria) /2, y esto implica, como sostiene Jameson, una lógica que
desdiferencia la distinción marxista entre estructura y superestructura (Jameson, 2012, pp.22-24), al ser los
elementos comunicacionales y simbólicos hegemónicos en esta etapa. Etapa que nos muestra la imposibilidad de
elaborar un metarrelato emancipador, donde la différance y la multiplicidad de singularidades e identidades dominan
siempre que sea en el mercado; esa institución que genera diferencias a la vez que las mercantiliza.
Así pues, definidas muy brevemente las denominaciones de la etapa de la subsunción real, podemos atisbar que en
la última crisis financiera, que también ha sido política, se ponen en cuestión muchos de los dispositivos del poder
que anclaban a los sujetos en la estructura de dominio; toda una serie de ficciones, de representaciones
semiológicas, que tenían como motivo de su existencia el mantenimiento del status quo, se ven derruidas o
afectadas en gran parte por el vendaval de la crisis. Los aparatos de captura del deseo se ven con mayores
dificultades para apropiarse de los deseos de los sujetos; las demandas de la ciudadanía no pueden ser ya
canalizadas por el sistema político, pero no solo, sino por el sistema en general, provocando una clara
deslegitimación de las instituciones. El sistema se ve desbordado por la misma crisis que genera, y en esta tesitura,
en el momento concreto de la crisis, es cuando el poder constituyente irrumpe con todo su poderío frente al poder
constituido /3.
Subsunción real en el Estado Español
Esta crisis, que en sí misma es global, tiene una plasmación clara en Estado español, y por añadidura, en Euskal
Herria (a pesar de sus diferentes culturas políticas). La era de la subsunción real en el Estado español coincide con
la inauguración y asentamiento del denominado régimen constitucional del 78. Un régimen que tejerá todo un relato
de legitimación de las instituciones oficiales, pero no solo, sino también de los modelos de vida óptimos para el
mantenimiento del dominio capitalista. Los ciudadanos españoles, en general, mostraron una radicalidad en los
primeros años de la transición inmediatamente anteriores a los comienzos constituyentes del régimen constitucional
del 78 que se fueron poco a poco apaciguando hasta acabar en un exceso de positividad para con lo político (el
funcionamiento armonioso durante mucho tiempo de las instituciones oficiales, donde el bipartidismo no eran más
que unos opuestos falsos; un turnismo al más estilo Cánovas y Sagasta) y una negatividad transferida a lo privado y
lo cultural como carburante de la lógica capitalista en el plano simbólico (por poner un ejemplo, la denominada
movida-madrileña). De esta manera, el Estado español, se acercaba a esas democracias liberal-parlamentarias del
famoso fin de la historia (Fukuyama, 1992) donde el antagonismo no irrumpía, donde la conflictividad no existía más
que en la mera ficción de la constitucionalización del diálogo social; mera desmaterialización del conflicto para
absorber en la órbita del derecho el antagonismo, y así, desnaturalizarlo. Sí bien es cierto que hubo convulsiones
políticas tras la aprobación de la Constitución de 1978, como las protestas sindicales por la reconversión industrial
de los años 80, éstas no fueron sino movimientos reactivos a la voluntad del sistema de conducir al modelo
productivo de la subsunción formal a la subsunción real (recordemos que esta fase es la hegemonía de la
circulación sobre la producción, de la finanza sobre la industria). También es cierto que, en ese desierto que iba
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avanzando y desertificando la existencia, hubo irrupciones contestatarias como las manifestaciones contra la guerra
de Irak o el desastre del Prestige, pero que, pudieron ser sofocadas y canalizadas por el sistema bipartidista (victoria
de J.L.R. Zapatero). Quizás, la sociedad vasca fue más combativa, la izquierda abertzale quiso autoexcluirse del
régimen setentayochista, ser un afuera, un otro al sistema, pero fue utilizada por éste, a pesar de su voluntad,para la
función legitimadora del sistema. La izquierda abertzale, demonizada, criminalizada, en el panorama estatal, fue en
cierta medida, dispositivo de aglutinación del sistema español, enemigo interior que moldea la propia identidad del
régimen a través de su contraposición; en última instancia, esa isla, esa aldea de bárbaros galos resistentes que
eran ciertos sectores de la sociedad vasca, formaron parte de la representación simbólica del sistema.
Esta sociedad que se reproducía como un autómata; donde todo parecía tender hacia el equilibrio armónico que
solo puede otorgar la muerte, es decir, una sociedad donde los individuos están tan alienados por los dispositivos
del poder, donde los sujetos están (son) tan sujetos a la estructura de dominio, que la mera posibilidad de
antagonismo, de conflicto, o de vitalidad social que al fin de cuentas es lo mismo, se veía imposibilitada.
Tal situación, de subsunción real, no fue ignorada por muchos de los ideólogos o teóricos de nuestra época. Si en el
panorama internacional, autores como Fukuyama, Rawls, Luhman, Habermas..., salvando las distancias, justificaron
y legitimaron, en cierta medida, un mundo nuevo: el de la subsunción real del trabajo en el capital, que se traducía
en su superestructura (por utilizar un término marxista) en el triunfo del mercado y la democracia liberal, compuesta
por una serie de individuos libres apasionales y aideológicos que deliberaban en el ágora de lo político; en el caso
español, esta legitimación se dio de distintas maneras, con una pobreza intelectual más evidente, pero con la misma
función (aunque esos ideólogos no serían conscientes de ello): asentar el dominio del nuevo mundo. Así, en un
primer momento, las tesis de eurocomunistas como Solé Tura sirvieron para asentar un constitucionalismo social
que llegaba tarde (en plena crisis del Estado social en Europa, el régimen español asentaba una modalidad de
constitucionalismo que estaba resquebrajándose) y serviría para institucionalizar el conflicto (diálogo social;
dialéctica entre capital-trabajo) de clase para así armonizarlo mediante la constitucionalización; arquitectura que más
adelante serviría al felipismo para realizar una transformación del modelo productivo destinada a flexibilizar el
mercado laboral revistiéndose de socialdemocracia.
El felipismo fue fundamental para el asentamiento del régimen del 78 (que es en España la plasmación de la
subsunción real); todos los medios a su alcance: comunicacionales y culturales (el grupo Prisa, TVE, los
intelectuales orgánicos...), represivos (guerra sucia), normativo-legales (reforma de la ley orgánica del poder judicial,
reformas laborales n/4), mentira política sin escrúpulos (OTAN en un principio no, luego sí) sirvieron para consolidar
el régimen del 78.
El aznarismo no fue más infame, ni menos tampoco (hay gente que se empeña aún en ver una cierta diferencia
entre el PSOE y el PP simplemente por la supuesta tradición izquierdista del primero); todo hay que decirlo. Este
periodo trajo un patriotismo constitucional con pinzas, algo desvirtuado en el contexto hispánico, que intentó ser el
artefacto intelectual que legitimará el nacionalismo español. Esta concepción, que en un principio pudo asociarse a
sectores del PSOE, en última instancia, fue apropiada por sectores del PP. La visión de una nación que frente a
idealizaciones míticas y pasados románticos se estructuraba en la pasión por una fría constitución era o una mera
farsa que servía para esconder el nacionalismo español intransigente y poder demonizar a los otros nacionalismos,
o si era cierta su propuesta, mostraba una ciudadanía tan disparatada y alienada, capaz de depositar sus
sentimientos en un dispositivo tan frio como una constitución. El patriotismo constitucional, de origen habermasiano,
pretende tener cabida en esas sociedades, del fin de la historia, de subsunción real, donde las pasiones pueden ser
dejadas en casa, en el ámbito de lo privado o en el estercolero del mercado, permitiendo la existencia de un
supuesto nacionalismo o patriotismo que inunda lo político de armonía calaberística (es decir, sin vida: sin pasiones
que es lo mismo) al denunciar cualquier tipo de pulsión pasional encarnada en ideológica o nacional de sospecha
totalitaria; escondiendo, el único totalitarismo presente, después de la muerte de los históricos, el totalitarismo de
guante blanco, más eficiente en su transparencia, reconozcámoslo, que es el del dominio de la vida en el capital. En
el contexto español, creemos que el patriotismo constitucional pudo servir para las dos situaciones: es decir, para
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esconder un nacionalismo español rancio disfrazado de modernidad no-nacionalista, pero a su vez, esa misma
modernidad era existente en la medida que en muchos sectores de la sociedad española existía una gran
despolitización, una banalidad hacia lo político que se traducía en un fiel seguidismo del relato oficial del régimen del
78; esa inocencia crédula que permite asentar el discurso de único gran periodo democrático a través de una
constitución que ha traído nuestras libertades y el pluralismo político (entiéndase por esto: el turnismo de facto que
ha existido)...
Volviendo con el correlato, el aznarismo profundizó en la consolidación de la subsunción real; las privatizaciones de
sectores anteriormente en dominio del Estado (Iberia, Argentaria, Telefónica...), la construcción de un modelo
productivo basado en el ladrillo que permitió asentar la ficción de unas condiciones de vida dignas en los españoles
que fomentaban la alienación de modelos de vida en el consumo, creando una especie de sueño americano a la
española, y por último, acentuando una ola de desmantelamiento de lo público, a tono con la corriente internacional
de políticas neoliberales que, en última instancia, trataban de colonizar por parte del capital facetas de la vida no
mercantilizadas, regidas, a partir de ese momento, exclusivamente por criterios de mercado.
Zapatero y después Rajoy, a pesar de sus diferencias, no han hecho sino ahondar más en este modelo, hasta que la
crisis, no solo económica, territorial y social, sino también, existencial, como veremos más tarde, parece que pone
más difícil el mantenimiento de este modelo.
En su cenit, la subsunción real ha supuesto la consagración del liberalismo existencial del que nos habla Tiqqun /5
en sus preciosos y desesperanzadores textos: esa comunidad que es una mezcla entre la sociedad del espectáculo
de Debord ( Debord, 2004) y el simulacro de Baudrillard (2012); esa sociedad donde cualquier antagonismo queda
neutralizado, donde cada sujeto está sujeto a un papel teatral, donde siguiendo a Tiqqun, el Bloom habita (Tiqqun,
2005), es decir, esas singularidades vacías, huecas (como los hombres huecos de Eliot), de las urbes posmodernas,
alienadas, que intentan rellenar su vacío existencial en el consumo, poseedores de una identidad en fuga, otorgada
por la mercadotecnia. Esto, simplemente, se observaba y todavía por desgracia se observa en un mero paseo por
los centros comerciales, por las avenidas de los ensanches burgueses de cualquier urbe occidental donde los
sujetos danzan como elegantes ocas al son de los escaparates luminosos mientras sus ojos muestran el hambre del
deseo alienado. También, en la televisión española se observa la influencia que tienen en los sujetos para producir
estéticas, lenguajes, subculturas..., esos programas para jóvenes y no tan jóvenes, de idiotez generalizada, cuyos
nombres no hace falta ni mencionar. Toda una mercantilización del ocio, y por qué no decirlo, del vivir. Cuando el
ocio ya no es ocio, sino carburante de la valorización capitalista, cuando ya no es solo el valor de cambio la
explotación sino el mismísimo valor de uso (Baudrillard, 2000, pp.18-22), cuando el tiempo libre en el fondo, aunque
no seamos conscientes de ello, es seguir produciendo, en fin, cuando ya el mero vivir supone ser cómplice del
capital, el poder ha traspasado nuestra última trinchera, la de que ya nada está fuera de su seno. Cuando en la
subsunción real, a diferencia de en la subsunción formal, ya no sirve de nada distinguir entre nuestro tiempo de ocio
y de trabajo, porque ambos son ya, seamos conscientes o no, función de mantenimiento y de oxígeno de ese
sistema de poder denominado capitalismo, la desesperación estalla en un mar de impotencia.
No llegaremos a ir tan lejos en el escepticismo como Tiqqun (2009), a pesar de no saber si el gesto era mera
provocación o certeza, de considerar la militancia una inutilidad por más de bien intencionada; sí, sin embargo, de
señalar como el sistema político español, el poder constituido, ha sabido en estos años canalizar cualquier línea de
fuga, cualquier modo de antagonismo, como, por poner solo un ejemplo, fue la ola de protestas que trajo consigo la
intervención de España en la guerra de Irak y que supuso, al fin y a la postre, la victoria de J.R Zapatero, y con ello,
un cambio ficticio que no hizo más que consolidar el sistema.
Crisis y posibilidad emancipadora: repensando los poderes y la representación política
Pero como hemos señalado, esta situación, esta maldita mortalidad que es la subsunción real... donde el deseo es
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capturado por la mercadotecnia, donde la alienación parecía indestructible, donde la sistematicidad no se
resquebrajaba ante ninguna línea de fuga o pulsión antagonista, se empieza a desmoronar como un castillo de
naipes en la crisis. El deseo se despliega, deshabita la morada del ensimismamiento del yo y el mercado, y se
expande hacia lo social como reivindicación; la crisis borra de un plumazo la alienación, desintegra los dispositivos
de captura del deseo cuando el dolor y el sufrimiento se hacen carne. El ser se libera de sus cadenas con la
experiencia del sufrimiento, se da la toma de conciencia y permite una refundación de lo político, una nueva
fundación ontológica de lo político a través del vínculo social y el renacer del antagonismo. Esta última crisis
financiera y sus consecuencias liberan un deseo por la impotencia del ser para conseguir sus fines en el statu quo;
los desahuciados, los parados, por poner unos pocos ejemplos, no obtienen respuestas del poder constituido a sus
problemas. Surge un desequilibrio entre las expectativas generadoras del deseo y los medios (imposibles) para
lograrlas o, en términos clásicos decimonónicos de la ciencia política, los inputs no pueden ser satisfechos con
outputs por el sistema, este empieza a cortocircuitarse por no poder satisfacer las demandas de la población.
Así, en las ruinas del poder constituido empezamos a ver todo una serie de resistencias que al calor de la crisis
encarnan un poder constituyente: los desahuciados, los precarizados, los parados, los grupos nacionales...que en su
heterogeneidad, y en su sufrimiento, fundan una potencia que desborda al poder constituido. El poder constituyente,
siendo muy sintéticos, es la democracia en acto, la irrupción de lo político en la historia, al albor de la crisis, que no
puede ser constreñido en el espacio y el tiempo del derecho; su infinitud, no tiene cabida en la finitud del poder
constituido; la vida, no tiene sentido en la muerte; la política como antagonismo, tampoco tiene cabida en los reinos
del consenso. El poder constituyente se plasma en una potencia material, en la agencia que quiere destruir la
institucionalidad del poder de mando, pero que, en su ambición de institucionalizarse, puede corromperse. En este
sentido, nuestro temor radica en que el poder constituyente devenga en poder constituido; que lo nuevo se vuelva
viejo; que el vendaval de las resistencias se paralice y se corrompa una vez que se institucionalice. Porque, como
sabemos, todo poder constituyente, una vez cerrada la temporalidad revolucionaria, acaba subsumido en el poder
constituido. No queremos que el poder constituyente, desnaturalizado de su potencia originaria, acabe siendo un
mero mito desde donde se asiente el poder constituido; no queremos, pasados unos años, ver al movimiento 15M, a
la sociedad civil catalana... como simples mitos que sirvieron para asentar de nuevo el dominio, como nuevos relatos
para el poder de siempre. Lo que queremos es que su potencia material no se pierda y para ello será necesario
conceptualizar una nueva institucionalidad que no cierre ni corrompa la expansión del vivir, de las demandas
sociales, sino que las acompañe, las de cabida; las impulse. Por ello será necesario pensar de nuevo la
institucionalidad, la forma Estado, en una nueva arquitectura institucional y de gobernabilidad. Repensar los tres
poderes, aun más en el caso Español, donde su división ha sido una ficción de mal gusto, se hace rabiosamente
necesario /6. Nosotros damos por enterrada o muerta la división de poderes actual, pero no como lo hicieron
algunos antes para que el crimen y el robo fueran impunes /7, sino para empoderar a los de abajo, para no mermar
la potencia del poder constituyente en la institucionalización. A modo de cartografía exploratoria breve, pensamos en
un poder legislativo en expansión constante, universal y localista, descentralizado y municipalista, que se drena de
la savia nueva de la innovación constante del vivir, y por tanto, mutable por las demandas ciudadanas; pensamos en
un poder ejecutivo que no es más que la voluntad legisladora de la ciudadanía, mero instrumento para satisfacer sus
deseos a través del empoderamiento que le otorga la maquinaria institucional; por último, pensamos en un poder
judicial politizado, pero no contaminado por los antojos de una casta política trascedente sobre la ciudadanía, sino
que la toma de decisiones judiciales de corte constitucional debe ser acorde con la comunidad que pretende juzgar;
normalmente el poder constituido, el derecho, es conservador, dispositivo del mantenimiento del orden vigente y por
ello está en la mayoría de ocasiones imposibilitado por su naturaleza, caracterizada por el rigor en la aplicabilidad
del procedimiento y la lentitud de sus tiempos, a danzar al ritmo del devenir social. Por ello es necesario politizar la
justicia en los términos que hemos indicado de discusión de las cuestiones jurídico-constitucionales en el debate
público, pero también socializarla, en el sentido de que debe ser cercana y sensible a las expresiones de la
comunidad que debe juzgar; esto implicará también una función pedagógica, en la medida en que si queremos sacar
a la justicia de los altares de la trascendencia en donde solo unos expertos pueden deliberar, tendremos que facilitar
sus lenguajes. Todo esto parecerá obvio y lógico, pero por eso mismo, no hay que cansarse de repetirlo ni exigirlo.
Otra cuestión clave, además de la arquitectura institucional anteriormente mencionada, es la de la representación.
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Urge pensar una nueva teoría de las formas de gobierno. La tradición desde Platón a Hegel, desde Aristóteles a
Mosca, ha venido a sostener, siempre, la imposibilidad de salir del dualismo gobernados/gobernantes.
Este binomio plantea el abismo, el impedimento de pensar más allá de él, pues ni se baraja la posibilidad de que los
propios gobernados sean a su vez gobernantes. Solo con la llegada de lo que los cínicos denominan "democracia",
es decir, el sistema representativo liberal, se plantea la posibilidad de la mediación, entre gobernados y
gobernantes, a través del nuevo binomio representante/representado. Este pretendería ser una respuesta, una
solución, al ser el representante el espejo del representado, el mediador que dota de presencia al ciudadano /8.
Pero esto es un sinsentido: en primer lugar, porque sigue habiendo sujetos que gobiernan o legislan (los
representantes) y otros que son gobernados (representados); en segundo lugar, porque sabemos que es una broma
de mal gusto, más en los tiempos que corren, el considerar al representado un espejo del representante, una mera
copia de su persona y sus intereses.
La representación, y el binomio gobernantes/gobernados, es una fórmula que llena de trascendencia el campo de la
política: el representante, el soberano, el político profesional, el caudillo, el rey... son los elementos de toda una
teoría que asienta la gobernabilidad de lo político en la verticalidad, en la minoría que gobierna a todos, rompiendo
cualquier posibilidad de inmanencia en la toma de decisiones de la comunidad.
Somos conscientes de la dificultad de romper con esta tradición en ciencia política, pero las condiciones materiales
lo permiten, y la sociedad, lo demanda. Si la representación surgió como el dispositivo necesario para poder salvar
la imposibilidad del estar todos presentes en la asamblea constituyente francesa de 1789 por las condiciones
espacio-temporales, en era posmoderna, este estar todos presentes está más cercano para su realización por las
nuevas condiciones materiales que son fundantes a su vez del estado de miseria cotidiano que es la subsunción
real. Si la economía, en la globalización, para incrementar su modelo de financiarización se ha servido de las nuevas
tecnológicas que han implosionado esas barreras del espacio-tiempo, la política institucional debería servirse de
estas si no quiere seguir pareciendo un muerto de otro tiempo; la voladura del recinto fabril, arquetipo del modelo de
capitalismo de la modernidad (subsunción formal), y su sustitución por la sociedad en su conjunto como nuevo
recinto de la producción capitalista(subsunción real), debería suponer también la voladura necesaria de esos
recintos cerrados habitados por los profesionales de lo político y excluyentes con la ciudadanía, o por lo menos, su
reconversión en una apertura total a la comunidad, que amplíe en un alto grado la participación política y con ello, la
posibilidad de la democracia como teoría de gobierno.
Esto lo debemos tener en mente. Sabemos de la dificultad de desechar la representación, pero deberíamos
entender lo anteriormente mencionado como el deber ser, como la meta hacia donde debemos llegar, concebir la
mediación y sus dispositivos como instrumentos necesarios cuando la participación política directa no es posible.
Soberanía y legitimidad:
Analizaremos, a continuación, las características de la fase última del régimen de acumulación del capital, la de la
financiarización, en su relación con la soberanía y la legitimidad
La financiarización
—El nuevo aumento en flecha de la superproducción trae consigo la hipertrofia de los organismos de crédito y
la hegemonía del capital financiero sobre el capital productor de bienes y servicios, al cual vampiriza.
—Se agudizan las características viciosas del posfordismo: precarización, exclusión, políticas anti-bienestar
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—Se vacían las arcas de los Estados, los cuales se endeudan con los "mercados" (bancos, multinacionales,
fondos de pensiones, fondos de inversión). Estos especulan con la Deuda Pública en un mecanismo controlado por
las agencias de calificación.
—Cierran las pequeñas y medias empresas y el capital manufacturero se bate en retirada, a excepción de las
grandes firmas y las multinacionales, las cuales obtienen sus ganancias, más que de la realización en el mercado de
sus productos, especulando en el capitalismo virtual.
—El pago de la deuda y de sus intereses convierte en una superchería la soberanía de los Estados, los
cuales sumen en la miseria y el precariado a sus ciudadanos con sus ajustes y recortes. Emerge una pirámide
autoritaria en cuya cima se encuentran los Estados acreedores y en su base, los deudores. Aflora una indignación
ciudadana contra instituciones y sindicatos.
—Los partidos del sistema se hunden en el descrédito. La arena política se polariza en los extremos: partidos
de extrema derecha por un lado, y por el otro partidos anti-sistema y movimientos soberanistas antagónicos al
Estado. La reivindicación y la protesta se expresan en una red rizomática de movimientos sociales
Pero sería engañoso pensar en los Estados dominantes en términos de soberanía: el poder líquido y omnipresente,
sin un centro identificable, de los llamados "mercados" les ha despojado de ella. Sin mociones parlamentarias ni
golpes de Estado se ha impuesto la dominación política e impunidad de los grupos financieros e inversores
eufemísticamente llamados "mercados", los cuales reinan en la cima de una cascada de explotaciones en la que
aquellos exprimen a las multinacionales, éstas a las grandes empresas nacionales, las cuales sacan el jugo a su vez
a las Pymes, hasta llegar a la ingente cantera de los trabajadores precarizados y ciudadanos/as de a pie, generando
en su última escala un sinfín de "excluidos" que ni siquiera tienen el privilegio de dejarse explotar.
La legitimidad
Aunque se atribuye a Max Weber la piedra angular de la teoría de la legitimidad del Estado, éste se limitó en
realidad a describir sus mecanismos: la tradición, el carisma, y las reglas del Estado de derecho (la teoría
deliberativa de la legitimidad de Habermas es también una descripción de mecanismos, si bien varios peldaños por
debajo en profundidad teórica de la de Weber). Hay que buscar en otra parte su fundamentación; en la teoría del
contrato social de Locke y de Rawls más tarde; y en el enfoque grupal de Hannah Arendt.
El mito del Contrato Social adquiere su expresión más duradera con Locke, cuando despunta a fines del siglo XVII el
proyecto político liberal de la burguesía. Su construcción describe a los hombres gozando en un estado de
naturaleza imaginario y previo de unos bienes, vida, libertad, y propiedad, que ven sin embargo amenazados; a fin
de defenderlos concluyen un contrato de todos con todos por el que crean la sociedad política, Commonwealth, o
Estado, que defenderá estos bienes sin inmiscuirse en su disfrute.
La teoría lockiana del Pacto legitima al Estado (liberal) como fruto del consentimiento de los gobernados; pero su
visión adánica de la defensa de los bienes de naturaleza de los individuos perderá credibilidad cuando se hagan
evidentes las enormes diferencias sociales surgidas a lo largo de la Revolución Industrial.
Rawls postula por ello en 1971 un nuevo Contrato Social acorde con el Estado de Bienestar. Los ingresos
desiguales basados, no en el esfuerzo individual, sino en factores ajenos a él como la herencia, las cualidades
naturales..., deben ser compensados a través de una política de distribución equitativa de oportunidades. El acuerdo
colectivo consiste en el "maximin", en maximizar lo que cada individuo recibiría en caso de ir a parar a la peor
posición en la sociedad; propuesta aceptable por los liberales (por su individualismo), y por los social-demócratas
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(por su congruencia con el Bienestar).
Pero el capitalismo de la financiarización procede conscientemente a la demolición del Bienestar, y por tanto a la
fuente de la legitimidad ¿Dónde reside pues ésta? Es la pregunta a la que responde Arendt.
El poder, dice, no es un instrumento, sino un fin en sí mismo: pertenece al grupo, y se mantiene sólo si el grupo
permanece unido. Es el apoyo del pueblo lo que otorga el poder a las instituciones de un país, manifestándose como
continuación del consentimiento originario que dotó de existencia a las leyes. La imposición de una voluntad sobre
otra u otras no es poder, sino violencia. Legitimidad y poder constituido no van pues forzosamente juntos; pueden
ser principios antagónicos
La idea del consentimiento originario se convierte en un sarcasmo a partir de los años bisagra de 2007/2008
¿Quiere ello decir que el Estado, falto de legitimidad, ha recurrido a la violencia, como se desprendería del silogismo
de Arendt? Sí en sus márgenes internos, desarrollando una lógica securócrata consistente en la violencia legal, y
también física, contra minorías nacionales, movimientos radicales de protesta, precariado profundo, excluidos,
inmigrantes, refugiados (por no hablar de la violencia extramuros de la Fortaleza Occidente productora de guerras
por delegación en el Próximo Oriente, en el continente africano....).
Pero la masa de las poblaciones de los países del centro no es objeto de violencia directa: lo que hace el Estado
con ellas es recurrir al miedo, miedo al horror innominado que vendría de la corrosión y desaparición de todo aquello
que hace la vida vivible si no se siguen a pie juntillas los diktats de los de arriba, los mandatarios nacionales e
internacionales que saben mejor que nosotros/as qué nos conviene a todos. El instrumento preferido para lubrificar
este miedo y hacerlo soportable es la construcción de una amplia red de identidades anti, identidades antidiferentes,
antiseparatistas, antiterroristas y "antientorno" terrorista (da igual que éste haya luchado a brazo partido por dar fin a
la violencia), identidades antimarginales, antiinmigrantes, anticondenados de la tierra. Estamos ante un simulacro
repulsivo de la legitimidad basado en la polarización de la pareja amigo-enemigo, perverso mecanismo sicológico
éste que crea unanimidades sociales y nacionales en base en la creencia de que debo destruir a un enemigo
incansable en su perversidad para evitar que sea él quien me destruya a mí.
Si no hay contrato social, si no ha habido un Pacto originario en el pasado y aún menos en el presente, la
legitimación canónica de los tres poderes del Estado cae por su base.
La idea lockeana de Pacto fundamenta:
-la legitimidad de los Parlamentos que representan la soberanía nacional: las elecciones de los/as representantes
vienen a ser la renovación periódica del Pacto. Pero la inconsistencia del mito del Pacto se revela en la naturaleza
fantasmal de estas instituciones, incapaces de resistir mínimamente a unos mercados que son la referencia
inapelable de las decisiones de los Gobiernos
-el Poder Judicial como intérprete del Pacto. Pero las intromisiones del poder ejecutivo exhibidas sin pudor y su
sujeción a la galaxia de los poderes fácticos han hecho de la proclamada autonomía judicial una cáscara vacía; lo
que confirma la deslegitimación actual de la justicia a nivel popular.
La soberanía
El capitalismo de la financiarización ha volado en pedazos la soberanía por arriba; sólo existe ya la soberanía desde
abajo. Ello culmina la evolución de la teoría y la práctica de la soberanía que en el largo plazo histórico ha tendido
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siempre a desplazarse hacia abajo. Pueden distinguirse cuatro fases en esta evolución:
1º.Soberanía no relacional: surgido el concepto en los albores de los Estados modernos, la soberanía se concentra
en el Estado, como la expresión última de la autoridad del monarca soberano (Bodino)
2º. Soberanía relacional: las revoluciones burguesas, al transformar al súbdito en ciudadano, desplazan el foco de la
soberanía desde el Monarca (quien encarna al Estado) hasta el pueblo-nación (Rousseau), convirtiéndola en el
producto de la relación entre ambos términos. El quantum de soberanía de la sociedad civil es el quantum de la
democratización del Estado, proceso lleno de exclusiones y tensiones. En efecto, la soberanía se estrecha en las
democracias liberales del siglo XIX debido al acortamiento de su base:
-las mujeres están excluidas de las democracias y de su expresión electoral, el sufragio, pues su derecho a decidir
se arroga al patriarca, padre o marido, que es quien decide por ellas
-lo mismo ocurre con el trabajador asalariado, excluido del voto en las democracias censitarias; en plena Revolución
Francesa Sieyès augura que quien no pague impuestos no podrá votar, al no ser accionista de la gran empresa que
es la nación
3º. Soberanía relacional antagónica de las naciones sin Estado: postergados en la provisión de bienes políticos,
económicos, culturales, por las políticas de uniformización nacional, los grupos territoriales "diferentes" por su
lengua, cultura, origen étnico, o religión desarrollan dinámicas soberanistas opuestas al Estado-nación, en un eje
estratégico que va del regionalismo al independentismo
4º Soberanía permanente: parafraseando al Marx de mediados del siglo XIX, un fantasma recorre Europa desde los
años 2007/2008, el de las protestas de los movimientos sociales emancipadores rebeldes contra los poderes
constituidos. En ellos reside la única soberanía, que es ya sólo soberanía desde abajo. Se da así la paradoja de que
los más desamparados y desprovistos de poder son el único poder constituyente: los jóvenes, los viejos, los
parados, las amas de casa, todos cuantos viven en la actual miseria económica y humana, las mujeres que se
yerguen contra la dominación patriarcal, los trabajadores que ocupan el local de las empresas destinadas a la
deslocalización, los condenados de la tierra que son hoy los inmigrantes y los refugiados. Allá donde existe opresión
nacional, el poder constituyente y la soberanía residen en los que exigen su derecho a decidir y a concluir los
proceso de paz ya iniciados, en los que claman contra el ensañamiento que se abate sobre presos y exiliados, en
los que reclaman el derecho a la defensa y promoción de la lengua y cultura propias al tiempo que reivindican una
nación internacionalista, multicultural y diversa. El soberanismo adopta pues la forma de un rizoma cuyos elementos
están interrelacionados.
Poder constituyente y poder constituido: los partidos políticos y los movimientos sociales
- Los partidos: La nueva relación que pugna por formarse entre poder constituyente y poder constituido problematiza
la naturaleza y funciones de los partidos políticos. Pues éstos son mediadores entre ambos poderes en la medida en
que se proponen formar parte de los poderes constituidos a todos los niveles territoriales de gobierno: del poder
legislativo en todos los casos (salvo obviamente en las dictaduras), y del poder ejecutivo en las democracias
parlamentarias.
El que la soberanía del Estado sea hoy una entelequia fantasmal afecta pues a los partidos. Ello es sobre todo
visible en los partidos del sistema, sometidos en Europa a fuerte erosión en los ocho últimos años. La evolución de
estos partidos políticos les ha dejado inermes ante la situación actual de sometimiento de lo político a la hegemonía
de los "mercados". Sus efectos se evidencian si se contemplan las fases históricas de la forma "partido".
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Los partidos de cuadros del siglo XIX eran clientelistas, adecuados a un Estado mínimo
Los partidos de masas (1880-1960), caracterizados por una alta participación política y la socialización y control de
electores y afiliados, fueron reivindicativos mientras la social-democracia tuvo una base obrera; tras la II Guera
Mundial se hicieron sistémicos, adaptándose al Estado keynesiano del Bienestar y al capitalismo fordista. Se acortó
su diferenciación con los partidos conservadores, hasta desaparecer en la práctica en los dos tipos históricos de
partidos del último medio siglo, de sucesión tan rápida que han tendido a confundirse.
Los partidos atrápalo-todo, "catch-all", surgidos tras 1945 y generalizados desde los años 60, presentan como
características: la superación de las barreras de clase y de clivajes en busca de un territorio global de caza; el
contacto con los electores a través de los medios, con la correspondiente reducción del peso de los afiliados; la
sustitución de la ideología por la política-espectáculo; y la personificación del liderazgo.
Los partidos-cartel, generalizados en los años 80, son partidos hegemónicos de estrategia bipartidista, que
pretenden monopolizar las ayudas públicas (subvenciones, espacios gratuitos en los medios), excluyendo de ellas a
los partidos minoritarios.
Es esta situación de monopolio bipartidista la que se ha diluido con la crisis de la financiarización de los años
2007/2008, que ha tenido dos efectos antagónicos: la radicalización de los partidos hipercentralistas y de extrema
derecha; el surgimiento de los partidos emergentes potencialmente emancipadores.
Pero el descrédito de los partidos ante la opinión pública afecta también, situándoles ante nuevos repertorios de
formas de acción, a los partidos emancipadores (a los que no definimos, pues éstos son los años en los que se está
perfilando su naturaleza a través de una praxis política que, como todas, tiene sus aciertos y desaciertos, sus
avances y retrocesos, sus callejones sin salida y sus luces al final del túnel. Esta comunicación puede verse como
una pequeña aportación teórica a la tarea).
En efecto, la crítica de los partidos se ha generalizado, lo que es perceptible tanto a nivel académico como a nivel
popular; aunque muchas veces se mezcle la paja con el trigo. Según la definición del politólogo Janda, cínica pero
veraz, los partidos son organizaciones que se proponen colocar a sus candidatos en puestos de gobierno. Disponen
para optimizar este objetivo de recursos internos y externos. Los recursos internos persiguen conseguir una
organización cohesionada y potente; los recursos externos deben movilizarse para triunfar en la competición con los
demás partidos para conseguir el bien escaso que es el poder. De ahí derivan dos rasgos inquietantes que
acompañan a todos los partidos, sean emancipadores o del sistema:
La "preferencia de grupo", rasgo interno: los partidos antepondrán siempre un militante a un no militante, y entre los
militantes, al más leal al grupo y más eficaz para la organización
La polarización amigo-enemigo, rasgo externo y consecuencia ineluctable de su carácter competitivo; basta con
seguir los discursos y actividades de todos los partidos en las campañas electorales para verlo entrar en acción.
Hay quien añade a estos dos rasgos un tercero, el de la corrupción; pero se equivoca. La corrupción es un elemento
de criminalidad que penetra en los partidos desde fuera, favorecido por ciertas circunstancias: disponer de poder en
puestos de gobierno donde a través de redes clientelares con grupos económicos pueda obtenerse un lucro, el cual
se destinará o a las arcas del partido o al bolsillo del político; y sobre todo, una gran diferencia entre los
representantes (los militantes que han accedido a los puestos de gobierno) y los representados (los votantes).
Cuanto más distantes estén representantes y representados, tanto más corrupción habrá; en cambio, si unos y otros
comparten estatus y modos de vida, si representantes y representados son indistinguibles, no habrá corrupción, o
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apenas. Por ello ésta afecta muy especialmente a los partidos del sistema, muy próximos a los poderes económicos.
- Movimientos sociales y partidos: En la medida en que los movimientos sociales tienen una lógica participativa y
quieren cambiar las bases del poder, son ellos (en su gran mayoría) los titulares de la soberanía por abajo, los que
con su exigencia de decidir en todos los ámbitos pueden impedir a los partidos emancipadores que dejen de serlo,
forzándoles a convertirse en traductores políticos y transmisores hacia arriba de su poder constituyente; los que
pueden generar, al ser su radio de acción más amplio que el de los partidos, un ensanchamiento de los límites de la
soberanía desde abajo.
¿Quiere ello decir que sobran los partidos? Todo lo contrario; lo que quiere decir es que, si son emancipadores, su
actuación deberá ser forzosamente compleja. La transmisión de la soberanía desde abajo hacia el poder constituido
no es en modo alguno una actividad mecánica.
Los movimientos sociales son tan múltiples y diversos como las sociedades en cuyo seno actúan, y sus
reivindicaciones y protestas pueden ser antagónicas entre sí. Es absurdo pensar en la aceptación acrítica por los
partidos de sus propuestas y en la transmisión hacia arriba de cuantas reivindicaciones les presente cualquier
movimiento; también son movimientos sociales los movimientos provida contra la libertad de aborto, o aquellas
asociaciones de víctimas de la violencia política que tienen un carácter ultraderechista. La cautela debe extenderse
a movimientos con objetivos aparentemente emancipadores; los enfoques de la elección racional han explicado la
presencia de managers "movimientistas" motivados por el objetivo de la maximización de beneficios.
La conducción hacia arriba de las reivindicaciones de los movimientos, ligada al objetivo de la conquista del poder,
plantea finalmente la cuestión del Estado en su más amplia acepción, la de la gobernanza en todos sus niveles
territoriales, el estatal por supuesto, y también el regional y local, así como el supra-estatal.
- Estado, poder constituído, poder constituyente: Si se acepta la hipótesis de que no existe la soberanía de arriba
¿qué sentido tiene la transmisión y la conducción hacia arriba de la única soberanía que existe, la del poder
constituyente desde abajo, si es que tiene algún sentido?
La respuesta es evidente para los anarquistas y para Marx: ninguno. El Estado, símbolo supremo de la autoridad, la
cual impide a los seres humanos ser libres, debe desaparecer, dice el anarquismo. El Estado burgués, instrumento
de dominación de clase, dice Marx, debe ser destruido; consumada la construcción del socialismo tras la fase de la
dictadura del proletariado se extinguirá al hacerse innecesario con la desaparición de las clases.
En la fase actual de la subsunción real del trabajo en el capital, el Estado es para los mercados el mecanismo que
garantiza la extracción de plusvalía y la represión de cuantos contesten activamente el orden establecido: muerto
como forma viva, goza como Drácula de buena salud en su función coercitiva.
Pongámonos en el caso, hoy por entero hipotético, de que el poder constituyente desde abajo sustituya al poder
constituido de arriba ¿debería entonces desaparecer el Estado? Ello es discutible. Sí desaparecería en su forma
actual de adlátere de los mercados financieros. Pero subsistirían las funciones de gestión, en dos direcciones:
- la gestión del proceso productivo, véase la coordinación de la producción, distribución, y consumo de los bienes y
servicios, en paralelo al control de las fuentes de financiación del proceso
- ante la imposibilidad de que exista una única comunidad terráquea, la coordinación entre las distintas comunidades
del mundo.
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El poder, como sugiere Arendt, pasaría en este caso a ser el poder de todos. Dado que nos movemos en un terreno
hipotético, avancemos algunas ideas sobre el principio que debería regir la distribución territorial y funcional de ese
poder:
A nivel territorial, sería el ámbito de la coordinación de los distintos movimientos emancipadores de los que emana la
soberanía el que demarcaría el territorio de las comunidades, con el resultado previsible de una intensa
descentralización política. La fusión entre emancipación y derecho a decidir rescataría el sentido democrático de las
naciones.
La distribución funcional de los hasta entonces llamados poderes -el poder ejecutivo y administrativo del Estado en
sus distintos niveles, el legislativo de los parlamentos, el poder de los jueces-, se basaría en el principio de la
democracia participativa y deliberativa. Ello significa relación constante de estos poderes con los movimientos
sociales, y elección desde la base y a todos los niveles de los integrantes de estas funciones, incluida por supuesto
la función judicial.
Frentes, movimientos, intelectuales
Situémonos en el terreno más próximo de la política a llevar a cabo aquí y hoy basada en los principios de la
soberanía desde abajo y de la democracia participativa. Nos detendremos por ello en dilemas surgidos en torno a
las próximas elecciones generales de diciembre de este año: ¿cuál es el papel de los movimientos sociales y de los
intelectuales respecto de los partidos emancipadores? ¿Pasa ello por la formación de listas electorales comunes?
Puede ser, y así ha ocurrido en Cataluña y en Ayuntamientos como Madrid y Barcelona; pero no necesariamente. Lo
que sí exige es unidad de acción. Examinaremos por separado el papel de los intelectuales, y aquellos casos en los
que la unidad de acción se orienta a la formación de frentes.
Los intelectuales: son una pieza modesta, pero necesaria para engrasar los distintos mecanismos y contrarrestar
-junto a los movimientos sociales- las tendencias centrífugas de los partidos susceptibles de dificultar las distintas
unidades de acción ¿Quiénes son intelectuales? Mayoritariamente -aunque existen otras fuentes, relacionadas con
el arte, la comunicación, etc...-, son los funcionarios, o más precisamente los trabajadores, que prestan los servicios
públicos de docencia e investigación a cambio de la nómina, o salario, recibido de sus patrones, que son los
distintos niveles de gobierno. Trabajan por imperativo profesional en el universo de las ideas, (lo que pueden hacer
al servicio del sistema -frecuentemente- o de la emancipación). Estos últimos intelectuales pueden fortalecer la
unidad de acción colaborando con los movimientos sociales y compensando con su discurso teórico el partidismo y
cortoplacismo inherente a los partidos (aunque no siempre, y no en todos). Esa es la función de los intelectuales,
más que participar en listas electorales, aunque sea legítimo hacerlo.
Los frentes: Los proyectos de unidad de acción pueden dar lugar a la formación de frentes (que no deben
identificarse mecánicamente con el enfrentamiento), con distintos repertorios de acción y horizontes electorales. En
Euskal Herria, por ejemplo, pueden visualizarse tres frentes posibles. Uno es el Frente de Izquierdas, o frente
amplio: a éste se dirigía el llamamiento de julio, con el horizonte de las elecciones generales de diciembre. Otro es el
Frente Nacional, cuyos potenciales participantes serían cuantos reivindican el derecho nacional a decidir,
básicamente, pero no exclusivamente, las fuerzas nacionalistas vascas, con abstracción de que hoy estén
distanciadas en su estrategia. Un tercero es el Frente por la Resolución del Conflicto, o si se quiere por la paz y la
convivencia, el que, para ser operativo, requiere la participación todos los actores políticos sin excepción. La
interacción entre estos tres frentes es compleja y proteica, con elementos comunes y otros no coincidentes. Las
dificultades son enormes, pero no insalvables.
Conclusiones/llamamiento
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En el cenit de la subsunción formal, el Estado social emprendió una representación burocrática y vertical a través de
los partidos y la constitucionalización de los sindicatos que pretendía dar presencia a una ausencia en el sistema
político, pero con la intención de domesticar a esa fuerza externa al sistema siendo incluida. Hoy en día, en la
subsunción real, esa ausencia en el plano de la política institucional, que no en el plano material, pues ahí ya es una
presencia constatada en el antagonismo que muestra la crisis, debe hacerse presencia por sí misma y para sí
misma, representarse ella misma, innovando los dispositivos de mediación y participación política, como dan fe de
esto las nuevas candidaturas populares que están surgiendo recientemente. Lo que Celan designaba para su
amante, se puede señalar para las resistencias:
"¡es hora de que se sepa!
Es hora de que la piedra se apreste a florecer,
de que al desasosiego le lata un corazón
es hora de que sea hora.
Es hora"/9
Es el momento, es la hora; es esta crisis la que está mostrando, no hay más remedio, la presencia de una presencia
que no quería ser ausencia; es la hora: la hora de que, de una vez por todas, el poder constituyente se expanda
infinitamente sin temor a ser capturado por el poder constituido.
20/11/2015
Israel Arcos es estudiante de Doctorado de la UPV-EHU. Francisco Letamendia es profesor emérito de la UPV-EHU,
Departamento de Ciencia Politica.
Notas
1/ Marx, K. (1971): Libro I capítulo VI inédito. Resultados del proceso inmediato de producción, siglo XXI, México,
pp. 55-76. Capítulo que Marx retirará de la redacción final de El Capital sin que sepamos la causa, pero que anuncia
y vaticina la naturaleza del capitalismo actual.
2/ Negri, A. (2001): Marx más allá de Marx, Akal, Madrid. pp. 123-144. Negri analiza excelentemente aquí como la
circulación se convierte en el fundamento del sistema capitalista.
3/ Sieyès fue el primero en realizar la distinción entre poder constituyente y poder constituido en su obra El tercer
estado. Nuestra interpretación sobre estos dos poderes es la de Negri, A. (1994) El poder constituyente. Ensayo
sobre las alternativas de la modernidad, Prodhufi, Madrid. Siendo muy sintéticos, y como más adelante
explicaremos, el poder constituyente es la potencia democrática, el artefacto incendiario que irrumpe a lo largo de la
historia contra el poder constituido (el poder del status quo, del mundo del derecho que por su naturaleza y modos,
constriñe y encarcela la voluntad democratizadora); y que este último intenta subsumir en la esfera del derecho
haciéndole perder su esencia emancipadora originaria.
4/ En 1985 el PSOE realizó la reforma de la ley orgánica del poder judicial (ref: BOE-A-1985-22752), por la cual el
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órgano superior de los jueces perdía completamente su independencia (si alguna vez la tuvo...) al ser nombrados
sus miembros por el poder político; cuyas consecuencias más tarde veríamos: la impunidad de la corrupción. Un año
antes, el gobierno socialista había introducido la flexibilidad laboral y la temporalidad mediante las ETTs en el
denominado Acuerdo Económico y Social que contó con el respaldo de la CEOE y UGT.
5/ Tiqqun (2009): Llamamiento y otros fogonazos, Ediciones Acuarela y Machado, Madrid. Tiqqun es un grupo
anónimo de carácter neoanarquista, neosituacionista y posmarxista, influenciado por la obra de autores como
Deleuze, Agamben, Foucault...
6/ Negri y Hardt mantienen una reformulación de los tres poderes similar a la nuestra en Hardt, M y Negri, A. ( 2012):
Declaración, Akal, Madrid. pp. 89-104
7/ Le es atribuida la frase "Montesquieu ha muerto" al segundo de a bordo del felipismo, Alfonso Guerra, cuando se
perpetró la reforma de la ley orgánica del poder judicial que sirvió para que el crimen de Estado y la corrupción
fueran impunes.
8/ Pitkin a la hora de definir las características fundamentales de la representación subraya la igualdad, el parecido
que tiene que existir entre el representante y aquel sujeto al que representa. Véase al respecto Pitkin, H. F. (1985):
El concepto de representación, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid.
9/ Celan, P. (1985): "Corona", en Amapola y memoria, Hiperión, Madrid.
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