Discurso femenino y transgresión en El Sur y Bene de Adelaida

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ESTUDIO
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Discurso femenino y transgresión
en El Sur y Bene de Adelaida García
Morales
Feminine Discourse and Transgression in El Sur and
Bene by Adelaida García Morales
Francisco Ramírez Santacruz∗
Resumen
En este trabajo se estudia cómo Adelaida García Morales en El Sur y Bene construye una conciencia femenina que se opone al discurso masculino a través de
elementos fantásticos, una gama amplia de discursos (cartas, diarios, sueños,
etc.) y la intertextualidad entre ambas obras.
Abstract
In this paper I analyze how Adelaida García Morales creates in El Sur and Bene
a feminine consciousness which dismantles male discourse by resorting to fantastic elements, a wide range of discourses (letters, diaries, dreams, etc.) and
the intertextuality between the two short novels.
Palabras clave: Adelaida García Morales, El Sur y Bene, Narrativa femenina española contemporánea, Intertextualidad.
Kew words: Adelaida García Morales, El Sur, Bene, Contemporary Spanish Narrative by Women, Intertextuality.
Joan L. Brown señala en su ensayo “Women Writers of Spain: An Historical
Perspective” que la representación de autoras en el canon español es desde el
Renacimiento bastante menor que en otras literaturas como la inglesa o francesa (13). Su juicio se basa en la inclusión de autoras en historias literarias o en
antologías de “obras maestras”. De esta manera, Brown añade un nuevo elemento a la oposición que comúnmente han tenido que enfrentar las mujeres
escritoras: la falta de reconocimiento a las obras literarias escritas por ellas. En
España, como en la mayoría de los países latinos, todas estas dificultades fueron y son aún más grandes debido a distintas causas como la Iglesia Católica,
el machismo arraigado y, en el siglo pasado en España, el surgimiento de una
dictadura, que favorecía el papel tradicional de la mujer.
A pesar de todas estas dificultades es un hecho que en los últimos decenios
en España, como en casi todos los países, la literatura hecha por mujeres ha aumentado considerablemente. Janet Pérez escribe en el prefacio de su libro Contemporary Women Writers of Spain que “Works by twentieth-century women
∗
Profesor-investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
revista de la facultad de filosofía y letras
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writers in Spain comprise hundreds of authors and thousands of titles” (21).1
Una de las características principales de la literatura de las escritoras españolas
contemporáneas no es la creación de un feminismo monolítico, sino la diversidad de temas y tratamientos que han presentado en sus textos.
Un caso ejemplar de esta tendencia de las letras españolas es Adelaida García Morales (Badajoz, 1946). Con sus obras El Sur y Bene —publicadas en 1985—
, García Morales crea dos textos que parten de la denuncia de una situación de
desigualdad entre sexos. Asimismo, estas dos novelas cortas no sólo evidencian la dominación masculina sobre la mujer, sino también incluyen distintos
discursos narrativos que invitan a una lectura intertextual.
En primer lugar se destaca la manera en que ambas narraciones transgreden la dominación masculina. Para este fin se siguen los planteamientos de
Elizabeth J. Ordóñez expuestos en su artículo “Writing Ambiguity and Desire:
The Works of Adelaida García Morales”. Posteriormente se brinda un análisis
comparativo que evidencia tanto la riqueza de discursos como también la forma en que estas dos obras se complementan y proponen una lectura intertextual y abierta.
El Sur es una narración que cuenta la adolescencia de Adriana y la influencia
que su padre ejerció sobre ella. Después del sucidio del padre, Adriana comienza a investigar su pasado y conoce a la ex-amante de su padre, Gloria Valle, y a
su medio hermano, Miguel. A través de sus recuerdos, Adriana analiza la situación familiar de aquellos años. Bene, a su vez, es la historia de una adolescente,
Ángela, que ve su vida y la de toda su familia transformada por el arribo de una
nueva sirvienta a su casa. Por medio de un mundo fantasmagórico, se crea un
enigma en torno a esta joven empleada doméstica.
En el análisis de estas dos obras que lleva a cabo Elizabeth J. Ordóñez el
enfoque recae sobre la retórica ambigua provocada por los elementos fantásticos en ambos textos (259). Este tipo de retórica provoca un constante vaivén
entre la realidad y la fantasía. Ordóñez justifica la facultad posmoderna de ambas novelas breves a partir de la ambigüedad, sin embargo, al explicar las implicaciones culturales de lo fantástico, la ensayista se enfoca, sobre todo, en la
manera en que estas obras son textos subversivos contra el poder masculino:
“The fantastic has long been repressed and marginalized, and for good reason: it characteristically operates outside dominant values systems, subverting
laws and beliefs that seek to insure cultural order and established ideological
hegemony” (260). En El Sur Ordóñez se centra en el poder seductivo del enigma paterno y en la ley que éste representa y bajo cuya influencia se encuentra
la narradora. Asimismo, la ensayista estudia la transgresión que representa el
enigma de la joven sirvienta en Bene.
Por medio de un análisis detallado, Ordóñez presenta cómo la narradora
de El Sur logra disipar, a través de un proceso de maduración, ciertos enigmas
de la figura paterna. De esta manera, el padre pierde poco a poco sus “poderes mágicos” y es humanizado. Sin embargo, “like the masked image in an old
photo, the father can never be fully revealed; [….] Desire for the father and his
betrayal leave their mark upon the daughter and her text” (262). Ordóñez se refiere a la foto del padre que Miguel, su medio hermano, le muestra a Adriana y
en la que se le ve de joven en casa de Gloria Valle con una careta de El Tenorio.
Aunque el padre siempre permanece una figura ambigua, es objeto de adora1. Pérez avala su afirmación con una extensa bibliografía de libros escritos por mujeres españolas en el siglo XX.
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ción por parte de la hija hasta su adolescencia, mientras que la relación con la
madre jamás prospera. Si bien antes del suicidio del padre, la relación entre él
y Adriana ya comenzaba a verse afectada por la apatía de él, no es hasta después de su muerte cuando Adriana logra desidealizar la visión de su padre. El
viaje a Sevilla es fundamental, pues permite a Adriana tener acceso a otros textos que presentan una perspectiva diferente de su padre. Las cartas de Gloria
Valle al padre de Adriana, que la hija encuentra por casualidad, hablan de una
historia de abandonamiento, de una insensibilidad cínica de su padre y de la
fuerza de Gloria, según Ordóñez (264). A través de estas misivas, Adriana descubre una situación que su progenitor nunca reveló como, por ejemplo, su disposición a abandonarlas a ella y a su madre en caso de que Gloria lo volviera a
aceptar. El padre aparece ahora no la víctima escindida que sufre un dolor irremediable, sino como el verdugo y manipulador de dos familias. El juicio que
emite su hija sobre él es implacable: “Ahora tenía una nueva pieza para encajar en el rompecabezas: habías sido un cobarde” (El Sur 47). Esta nueva imagen
que Adriana tiene de su padre y la “atmósfera de encantamiento” (El Sur 52)
que rodea a Gloria y a su hijo le permiten liberarse del poder masculino ejercido sobre ella: “In the luminous circle of her lantern’s light Adriana bids farewell
to the abandoned objects (the signs of death) of her father and places herself
metonymically into the realm of the maternal fantastic. The paternal affair is
over” (Ordónez 264). De esta forma se advierte el papel que juega lo fantástico
en la subversión del poder masculino.
En su análisis de la novela corta Bene, Ordóñez propone que la transgresión
del poder patriarcal o paterno surge por medio de la creación de un espacio de
significado ambiguo (271). Dicho espacio se puede basar en los elementos fantásticos como la aparición del gitano en el jardín o la imagen fantasmagórica
de la escena final. Sin embargo, la investigadora reconoce que las representantes más claras de la ambigüedad son Bene y Ángela, la narradora. A guisa de
ejemplo brinda las reacciones de Bene al llegar a la casa de Ángela por primera vez. Por una parte, Bene se muestra segura, autoritaria acaso, frente a la tía
Elisa, pero ante el padre de Ángela se muestra tímida, insegura e incluso desamparada por un momento. Otro momento de ambigüedad serían las excursiones de Santiago, Bene y Ángela hacia los eucaliptos. Si bien Bene se esmera en
preparar deliciosos bocadillos para estos paseos, es evidente la creciente tensión entre los tres. Finalmente, Ordóñez sostiene que el fantasma de la última
escena es un espectro indeterminado de significado: “To voice such a horror as
a woman is to transgress to ‘another region’, is to flee the circle of determinate
meaning that culture underwrites by force of its (patriarchal or paternal) law”
(271). Así nuevamente se logra la transgresión del poder masculino por medio
de lo fantástico, elmento productor de sentido equívoco.
Según se colige, en ambas narraciones existe una denuncia contundente de
la dominación masculina sobre la mujer, pero también una propuesta femenina
para transgredirla a través de lo fantástico y la manera en que diversos discursos son integrados a la fábula. En El Sur esta incorporación es ejemplificada por
la voz narrativa en primera persona, las cartas, los fragmentos de diarios y los
sueños. Todos estos discursos, además, no están ordenados de manera cronológica, sino más bien responden a un tiempo regido por asociaciones memorísticas.
En La novela femenina contemporánea (1970-1985). Hacia una tipología de la narración en primera persona, Ciplijauskaité sugiere que la actitud más frecuente de
mujer que escribe “sigue siendo la de la búsqueda en cuanto a la voz y a la pa-
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labra, aunque su situación social haya mejorado no poco” (16). Por consiguiente, la mujer escritora cuestiona su relación consigo misma. Ciplijauskaité define
dicho cuestionamiento como un proceso de concienciación, que puede manifestarse a través de la memoria: “La mayoría de las escritoras de hoy hablan de la
necesidad de anular el tiempo lineal. Su uso de la memoria y del recuerdo ha
sido sintetizado por Margaret Jones al definir la evolución general de la novela
femenina en España: la memoria como crónica va tranformándose en memoria
analítica” (39). En las dos narraciones de García Morales se percibe un tiempo
femenino que se opone al lineal y la aparición de una memoria analítica.
El primer párrafo de cada narración destaca el papel de la memoria. En
El Sur la narradora se dirige al padre muerto:
Y no sabes qué terrible puede ser ahora, en el silencio de esta noche, la representación nítida de un rostro que ya no existe. Me parece que aún te veo animado por
la vida y que suena el timbre de tu voz, apagada para siempre. Recuerdo tu cabello rubio y tus ojos azules que ahora, al traer a mi memoria aquella sonrisa tuya tan
especial, se me aparecen como los ojos de un niño (El Sur 6).
La evocación de la fisonomía paterna sirve para indicar, de inmediato, el
factor decisivo de la memoria: “Yo entonces no sabía nada de tu pasado” (El
Sur 6). La narradora sugiere que el padre será recordado por el filtro de una
memoria analítica, que posibilita la concienciación y el desarrollo de una postura crítica frente a su progenitor. Por otra parte, la narradora en Bene lanza en
las primeras líneas una lacónica pregunta a su hermano muerto: “¿recuerdas?”
(Bene 53). Ángela desea abrir un diálogo a través de la memoria con su hermano y llegar a una conclusión sobre la partida de Bene.
La apropiación de un tiempo femenino se da sobre todo en El Sur. Cuando Adriana comienza a recordar, tiene quince años; después, durante el episodio con Mari Nieves, regresa a los siete; y, más tarde, salta a los catorce cuando
“era ya una mujer” (El Sur 32). A lo largo de la narración Adriana pasa de una
edad a otra constantemente. Bene sigue, en cambio, una cronología más exacta,
aunque no del todo rigurosa.
El discurso en torno a lo fantástico funciona en ambas obras como productor de ambigüedad interpretativa y cuestionamiento de la autoridad masculina. Sobresale la capacidad de las narraciones por dotarse a sí mismas de
sitios donde el lector acepte que suceden eventos fantásticos. En El Sur los espacios que ocupan dicha función son el jardín y la choza, mientras que en Bene
son los eucaliptos y la torre. En el jardín Adriana pone a prueba las habilidades paranormales de su padre, al esconder un objeto que él debe encontrar con
su péndulo:
Recuerdo las horas que pasábamos en el jardín dedicados a aquel juego que tú inventaste y en el que sólo tú y yo participábamos. […] Cuántas veces caía la noche
mientras yo contemplaba cómo te movías lentamente en la dirección que el péndulo te señalaba, acercándote al lugar que yo había elegido en secreto. Me sumergía
entonces en aquella quietud y en aquel silencio perfectos que reinaban en el jardín,
convirtiéndolo, a mis ojos, en el lugar de un sueño (El Sur 10).
Por otra parte, en Bene el jardín es el lugar donde la narradora observa por
primera vez al gitano, novio de la empleada doméstica (Bene 75). En otra ocasión, Ángela y su amiga Juana espían a Bene en el jardín, escondidas detrás de
unas matas de romero: “Estábamos allí, en aquel escenario fantasmagórico, y
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era inevitable esperar hasta el final” (Bene 95). Otro sitio donde la relación entre las dos figuras enigmáticas de las obras, el padre y Bene, y las respectivas
narradoras da un giro definitivo son los eucaliptos. En El Sur recuerda Adriana que “Ya era de noche y un silencio tenso se impuso entre nosotros desde
el principio. Yo tiraba de ti hacia los eucaliptos, el lugar que más me atraía de
aquel exterior. Tú parecías expulsado de alguna tierra, caminabas errante, sin
saber a dónde dirigirte. Enseguida volvimos a casa” (El Sur 33). A partir de esa
caminata Adriana comienza a sentirse incómoda en la presencia de su padre y
distanciarse de él. También en Bene los eucaliptos representan el lugar donde
la relación entre Bene y la narradora cambia de manera radical. Durante el último paseo que Bene, Santiago y Ángela hacen hacia los eucaliptos, Bene y la
narradora hablan sobre el gitano y tienen un desencuentro (Bene 87), provocando un entre ambas como el que Adriana tuvo con su padre.
Los espacios interiores donde afloran elementos fantásticos son la choza en
El Sur y la torre en Bene. Después de una discusión con Josefa, Adriana se retira a la choza porque allí se siente segura. “Era un lugar absolutamente mío, y
tú [padre] me ha habías ayudado a construirlo con palos o ramas secas. Era la
choza que resistió sola y fantasmal, detrás de la casa, abandonada por mí, su
única habitante, hasta después de tu muerte” (El Sur 21). También en Bene la torre se convierte en un lugar de refugio y en el lugar donde, por primera vez, se
manifiesta la enigmática personalidad de Bene. Después del arribo de Bene a la
casa, Ángela la conduce a la torre donde ella cuenta que “solía refugiarme siempre que me sentía triste o contrariada” (Bene 60). En ese sitio, Ángela observa
cómo la cara de Bene se transforma en un rostro de expresión mortal: “Me pareció entonces que lo que había ocurrido era algo así como si la vida la hubiera
abandonado por unos instantes, dejando en ella un vació de muerte” (Bene 61).
Otro discurso que tiene cabida en estas dos obras es el de los sueños. En El
Sur la escena del sueño sirve para revelar aspectos del subconsciente de la narradora. En Bene, donde hay dos escenas relacionadas con los sueños, prevalecen diferentes funciones: en el caso de la narradora, el sueño marca el arranque
de la obra, y en el de Santiago es premonitorio.
El sueño de Adriana en El Sur se presenta después de la escena de los eucaliptos, es decir, después de que ella se da cuenta de que se está abriendo una
brecha insalvable entre ella y su padre. Adriana sueña que se encuentra sola
y a su alrededor todo está bajo agua. De repente, su padre aparece sobre una
barca a la que le ayuda a subir y, en ese instante, ella desea casarse con su él,
sin embargo, Adriana reconoce que es imposible por la importancia que brinda
su progenitor a las normas sociales. Finalmente, la narradora despierta con un
sentimiento de tristeza (El Sur 33 - 34). Los deseos incestuosos de la hija muestran su desesperación por restablecer una relación con su padre que, poco a
poco, se va desvaneciendo.
El sueño de la narradora en Bene guarda diferentes características, además
de dar inicio al relato:
Anoche soñé contigo, Santiago. Venías a mi lado, paseando lentamente entre aquellos eucaliptos donde tantas veces fuimos a merendar con Bene, ¿recuerdas? También ella aparecía en mi sueño. Vestía un traje gris de listas y un delantal blanco, su
uniforme. […] Tú habías vuelto para quedarte comigo aquí, en esta vieja casa dondo los dos nacimos y donde yo vivo ahora, envuelta en las sombras de los que os
habéis marchado. Venías con la misma edad que tenías entonces, cuando te fuiste.
Al ver a Bene entre los eucaliptos, tú me cogiste fuertemente del brazo y me susurraste al oído con sobresalto “¡Ya sé por qué se ha ido Bene!” (Bene 53).
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El sueño es un microcosmos de toda la novela: la memoria como elemento
constructor de la trama, la incógnita sobre la figura de Bene, el deseo de restraurar una relación con Santiago y, también, el tono melancólico que caracteriza a
la narración. El segundo sueño es el de Santiago, cuya función primaria es resaltar la ambigüedad en torno a Bene. Santiago recuerda el vestido largo que portaba Bene en el sueño: “Creo que era eso lo que me daba tanto miedo…. [Eso]
era lo más desconcertante. Porque Bene parece tan dulce y tan buena” (Bene
63). El joven se siente atraído por Bene, pero también tiene miedo de acercársele. Como atinadamente resume su hermana, este tipo de relación equívoca
será su destrucción: “Tú te acercabas a ella como atraído por un hechizo fatal”
(Bene 63). Así los sueños, en la primera novela, expresan los deseos reprimidos
de Adriana, y en la segunda, al presentarse al inicio, dan el tono a seguir a lo
largo del relato (tiempo caótico, figuras ambiguas, etc.) o, como en el caso de
Santiago, anuncian acontecimientos futuros.
Además de los ya señalados existen otros elementos que subrayan el
nivel de intertextualidad que prevalece entre estas dos obras, entre los cuales
se pueden destacar la personalidad de las narradoras, su forma de acercarse al
pasado misterioso del padre o Bene respectivamente y la validez del epígrafe
de El Sur para ambas novelas.
Sobre los paralelismos existentes entre las dos narradoras, Ordóñez insiste en la soledad física y ontológica, en la presencia de un mundo interiorizado
que se opone al mundo exterior y en las alusiones incestuosas (259). A esta lista
podemos añadir la pérdida de la persona emocionalmente más importante y la
manera de lidiar con el pasado desconocido de un ser al que se ama o admira.
Veamos con más detalle estas correspondencias. En primer lugar se debe advertir que los respectivos suicidios del padre y de Santiago son aún más tragicos debido a que tanto Adriana como Ángela son conscientes del irremediable
deterioro de dichas relaciones. En El Sur el vínculo más importante de la narradora es con su padre, a quien ella se dirige ya muerto: “Quizás tú, tan absorbido siempre en otra cosa que yo desconocía, en aquel dolor por el que no me
atrevía a preguntarte, no llegaste a ver cómo yo me sujetaba a ti en la vida y te
reconocía como el único ser que me amaba incondicionalmente” (El Sur 17). En
Bene el lazo entre Ángela y su hermano Santiago es también primordial, al grado de que él es el destinatario de la narración. El motivo por el que ella cuenta
la historia que compartieron con Bene es el dolor que le provocó la muerte de
su hermano al que ella se sentía unida de una manera especial. Con él jugaba
en la torre, a él le contaba sus secretos. Sin embargo, al iniciarse la narración,
su relación ya está un poco deteriorada: “Pues Santiago, en aquel tiempo, solía tratarme como si fuera una niña pequeña. Se había alejado de mí, creyéndose ya un hombre y menospreciando toda complicidad conmigo” (Bene 60).
Ángela intenta restablecer la antigua relación, pero la comunicación entre ambos ha prácticamente cesado. Un último intento se presenta después del retorno de Santiago a la casa. Ella nota cómo regresa derrotado y triste y se acerca
a él: “Sentí que éramos compañeros otra vez, que me hacía un lugar a su lado,
como si nada hubiera pasado, ni siquiera el tiempo que nos había ido separando. Pero, de repente, como un chillido desapacible, sonó la voz de tía Elisa”
(Bene 107). El momento en que comenzaba a ser restablecida la relación entre
los hermanos es destruido por la irrupción de la tía Elisa. Santiago, posteriormente, se encierra a morir en la torre y Ángela nunca le perdona a su tía haber
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puesto un fin definitivo a esa relación. De esta manera, los pensamientos de
la narradora durante el regreso de su última excursión a los eucaliptos fueron
premonitorios: “Temí que Santiago nunca pudiera llegar a comprender lo que
estaba ocurriendo. Ahora nuestra separación era insalvable” (Bene 88 - 89). Ahora bien, sabemos que la relación entre la hija y el padre en El Sur se deteriora
paulatinamente y que el suicidio del segundo impide cualquier posibilidad de
acercamiento y reconciliación. Adriana reconoce dicha situación en las oraciones finales de su relato: “Toda la casa aparece envuelta en el mismo aliento de
muerte que tú dejaste. Y en este escenario fantasmal de nuestra vida en común,
ha sobrevivido tu silencio y también, para mi desgracia, aquella separación última entre tú y yo que, con tu muerte, se ha hecho insalvable y eterna” (El Sur
52). Precisa observar cómo ambas narradoras muestran el mismo sentimiento
de impotencia ante la brecha infranqueable que las separa de las figuras clave
de su niñez y parte de su adolescencia.
Otro elemento en común que es la forma en que Adriana y Ángela se acercan a los secretos de las figuras enigmáticas de los textos. Desde una posición
privilegiada ambas observan acciones decisivas o escuchan diálogos que hacen
aparecer al padre o a Bene en una luz diferente. Adriana, por ejemplo, recuerda las tertulias entre su madre y Josefa: “En aquella atmósfera que creaban flotaba una imagen tuya muy diferente de la que yo tenía por mí cuenta, pero que
fue tomando cuerpo en mi interior y lastimándome. Era algo impreciso que se
desprendía de sus palabras, de cuanto ellas conocían y yo no […]” (El Sur 8). La
protagonista se da cuenta de que la imagen que tiene de su padre es diferente
a la que otros tienen y, así, inicia la desmitificación de la figura paterna. Adriana pensaba que sus padres se sentían bien cuando caminaban en silencio o jugaban ajedrez, pero no era el caso: “Yo hubiera jurado que en aquellos momentos,
al menos erais casi felices, si no fuera por las protestas que después escuchaba a
mamá en sus confidencias con Josefa. Se quejaba de tu silencio; era lo único que
parecía quedarle de los buenos ratos que pasábais juntos” (El Sur 20). Cuando la
madre destruye una carta de la examante, la narradora se entera de la presencia
de Gloria Valle y del amor que su padre siente por ella: “Cuando mamá se marchó llorando, tú te quedaste allí, en el recibidor. Estabas allí de rodillas, sentado
sobre tus talones. Tratabas de reconstruir la carta, sin advertir que yo te miraba
desde la puerta” (El Sur 25). Otra noche observa al padre ebrio: “Un día te vi llegar muy tarde, casi de noche. No habías venido a comer. Sin duda creerías que
nadie te esperaba. Te vi entrar por la candela. Venías tambaleándote. […] Por primera vez sentí que me habías abandonado” (El Sur 27). Adriana ve una vez más
su intento de acercarse a su padre frustrado por su ebriedad.
Situaciones similares se repiten en Bene, aunque el énfasis cae sobre el enigma de la sirvienta: el primer encuentro entre el padre y Bene es sólo presenciado
por Ángela (Bene 59); la narradora se entera de los rumores que rodean a Bene a
través de una conversación confidencial entre su maestra y tía Elisa (Bene 64-66);
escondida con Juana, Ángela observa a Bene en el jardín (Bene 96-97); es de las
primeras en enterarse de la incipiente relación entre Santiago y Bene (Bene 102).
Esta forma de descrubrir gradualmente la personalidad de Bene y sus efectos sobre la familia hacen aparecer aún más misteriosa a la sirvienta.
Destaca también que el padre y Bene sean vistos como un peligro. Adriana
afirma que su padre era considerado un ser condenado: “Porque tú, para los
ojos de aquellas otras personas de la casa y sus visitantes, eras un ser extraño,
diferente, al que se le sabía condenado, y por eso había que rezar para tratar
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de salvar al menos su alma” (El Sur 17). Así, el padre es una persona del lado
de lo prohibido, del lado del demonio. De la misma manera, a Bene se le juzga como portadora del mal. Doña Rosaura, la maestra de Ángela, es muy clara al hablar de la relación entre el gitano y Bene: “Él era un demonio y lo sigue
siendo. Todavía la tiene hipnotizada. Ella es sólo su víctima” (Bene 66). Ya anteriormente ella había dicho sobre Bene: “El mal que arrastra consigo no es de
este mundo” (Bene 65). En consecuencia, tanto el padre de Adriana como Bene
son vistos por varios de los otros personajes como seres que atentan contra la
estabilidad de la casa.
Finalmente, un elemento de intertextualidad de suma importancia es el epígrafe de Hölderlin al incio de El Sur. Esta cita unifica de una manera especial
a ambas obras. ¿Qué podemos amar que no sea una sombra?, reza el verso de Hölderlin. Después del suicidio del padre de Adriana, la policía y un médico son
requeridos: “Cuando los hombres se fueron mamá cerró las ventanas y Josefa
encendió unas velas. Aquella penumbra me llenó de esperanzas. Desde ella y
desde los rezos de las mujeres me vino el presentimiento de encontrarte alguna vez en un espacio otro y nuevo” (El Sur 39). Las palabras claves de la cita
son penumbra, esperanzas y espacio nuevo, pues se sugiere que las zonas umbrías
crean una esperanza que se materializará en un espacio. Cabe, sin embargo, preguntarse por qué un espacio donde dominan las sombras es un sitio esperanzador. Hacia el final del relato recibe el lector una pista al respecto. Adriana se
pregunta por qué escribió en el diario de Miguel, a manera de despedida, que
ella también lo amaba. Su respuesta es esclarecedora: “Quizás me impulsara
el deseo de permanecer entre ellos, sumida en aquella atmósfera de encantamiento que les envolvía, aunque sólo fuera como la sombra de alguien que se
ha ido” (El Sur 52). Las sombras representan entonces a los ausentes, a los que
están sin ser cuerpo. Este mismo elemento se retoma en Bene donde sí se logra
crear ese espacio nuevo que pide la narradora de El Sur. En la gúltima escena
de Bene, Ángela desea reunirse con su hermano muerto. Sale al jardín y divisa
frente a la cancela al gitano, quien se le acerca:
Y, sin embargo, al tenerle junto a mí, acerqué mi mano a su hombro. No sé si llegué
a tocarlo o no. Fue un instante de tal intensidad que no logré retenerlo en mi memoria. Pero sí sé que me entregué voluntariamente a aquella manera de muerte. A
mi alrededor todo se fundió en una negrura perfecta, y le sentí a él envolviéndome
con dulzura, abarcando todo el espacio que me rodeaba” (Bene 111).
En ese momento, Ángela penetra en un espacio donde se siente tranquila y
con esperanzas y desde donde, en realidad, inicia su narración. En la primera
escena, cuando la protagonista le cuenta su sueño a Santiago, dice: “Tú habías
vuelto para quedarte conmigo aquí, en esta casa vieja donde los dos nacimos
y donde yo vivo ahora, envuelta en las sombras de los que os habéis marchado” (Bene 53). Ese abrazo de la escena final es el que le permite sentirse envuelta por las sombras del sueño en la primera escena. De esta forma el epígrafe se
instaura como un tema central de las dos novelas.
En conclusión, El Sur y Bene van más allá de una mera transgresión de la
dominación masculina a través de lo fantástico, pues construyen una conciencia femenina que se opone al discurso masculino a través de la inclusión de varios discursos y la intertextualidad.
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Contemporary Spain: Exiles in the Homeland. Ed. Joan L. Brown. Newark: University
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