BREVES APUNTES SOBRE LA DISCRECIONALIDAD EN EL DERECHO TRIBUTARIO1 CÉSAR M. GAMBA VALEGA2 “Suprimir la discrecionalidad de un ordenamiento es algo que, lógicamente, no resulta posible, dado que, en muchas ocasiones, se necesitará del criterio administrativo (su experiencia o conocimiento, por ejemplo) para adoptar la decisión más adecuada al Derecho y más conforme con el interés público prevalente” JUAN IGNACIO MORENO FERNANDEZ3 “La ausencia de discrecionalidad en materia tributaria es, pues, una idea preconcebida que no se corresponde con la realidad” CECILIO GOMEZ CABRERA4 I. INTRODUCCION Es común encontrar en nuestro medio opiniones totalmente contrarias a la admisión de discrecionalidad en el Derecho Tributario. Efectivamente, se señala con bastante frecuencia que se debe eliminar a la discrecionalidad del sistema tributario -o mantenerse en supuestos verdaderamente residuales-, pues ésta no es más que una fuente de arbitrariedades. Se ha llegado incluso ha sostener que en el ejercicio de las potestades discrecionales la Administración actúa al margen del ordenamiento jurídico, circunstancia que a todas luces parece -por decir lo menosbastante discutible5. Sin embargo, en la doctrina extranjera ya empiezan a escucharse voces -que de un 1 Las ideas principales del presente trabajo han sido obtenidas de la tesis doctoral que, bajo el título La discrecionalidad en el Derecho Tributario (especial referencia a la potestad para condonar sanciones tributarias), fue sustentada por el suscrito el día 12 de mayo de 2000 en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Valgan las presentes líneas como un insuficiente y modesto agradecimiento al Director de la Tesis Dr. Pedro Herrera Molina, así como a todos los que de una u otra forma me brindaron su valioso y desinteresado apoyo para la culminación de la misma. 2 Doctor en Derecho - Universidad Complutense de Madrid, Master en Tributación/Asesoría Fiscal - Centro de Estudios Financieros de Madrid, Abogado - Universidad de Lima. 3 Vid., su libro La discrecionalidad en el Derecho Tributario (condonación, comprobación, aplazamientos y suspensión), Lex Nova, Valladolid, 1998, pág. 21. 4 Vid, su excelente tesis doctoral publicada bajo el título La discrecionalidad de la Administración tributaria: su especial incidencia en el procedimiento de la Inspección, Mac Graw Hill, Madrid, 1998, pág. 93. 5 Vid., a modo de ejemplo, las opiniones de M. MUR VALDIVIA (Algunos temas para el debate, en Cuadernos Tributarios, N° 25, 2000, que recoge las ponencias del Primer Congreso Institucional: “El Sistema Tributario Peruano: Propuesta para el 2000”, págs. 140 y ss.): “Parece increíble, pero el mismo Código 101 modo u otro- empiezan a reconocer y a justificar la presencia de extensos ámbitos de discrecionales a favor de la Administración Tributaria6. Ello sin dejar de mencionar que la Ordenanza Tributaria Alemana -¡de 1977!- ya consagra un precepto en el que lejos de negar la presencia de facultades discrecionales, las reconoce expresamente7 con el siguiente tenor: “cuando la autoridad financiera esté facultada para actuar discrecionalmente, deberá ejercitar su potestad discrecional de conformidad con el fin de la habilitación y con respecto a los límites de la discrecionalidad”. Contribuyendo a este debate, nuestro Código Tributario se ha pronunciado sobre el tema reconociendo desde 1996 con carácter expreso que determinadas potestades se ejercen con carácter discrecional8, tales como la facultad de fiscalización (artículo 62°), para aplicar las sanciones tributarias (artículo 82°), del ejecutor coactivo para ordenar las medidas cautelares [numeral 2) del artículo 116°], para determinar y sancionar las infracciones (artículo 166°) y para denunciar delitos tributarios (artículo 192°). Asimismo, últimamente la Ley N° 27335 ha introducido un último párrafo a la Norma IV del Título Preliminar del referido Código, estableciendo la forma en la que debe actuar la Administración Tributaria cuando se encuentra facultada para actuar discrecionalmente. Tributario que en sus artículos 62°, 82°, 166° y 192° proclama la discrecionalidad, sanciona con nulidad a través del artículo 109° los actos de la Administración Tributaria que se dicten prescindiendo del procedimiento legal establecido”; F. ZUZUNAGA DEL PINO (“Código Tributario” Conclusiones y Recomendaciones, en Cuadernos Tributarios, N°s. 19 y 20, 1995, edición dedicada a las Jornadas Nacionales de Tributación, realizadas el 23 y 24 de octubre de 1995, pág. 257), para quien una de las conclusiones de las Jornadas es “restringir al máximo la facultad discrecional de la Administración”; L. HERNANDEZ BERENGUEL (“Código Tributario”, en Cuadernos Tributarios N°s. 19 y 20, pág. 236): “Nadie (...) puede estar en desacuerdo con que la Administración tenga todas las facultades necesarias para cobrar lo que legalmente se debe. Pero al mismo tiempo, nadie puede estar de acuerdo en que esas facultades no estén regladas y que queden, en su aplicación, al libre arbitrio de los funcionarios de la Administración” y A. ZOLEZZI MÖLLER (“Código Tributario” Contenido del Código Tributario, en Cuadernos Tributarios N°s. 19 y 20, pág. 218): “la Administración Tributaria debería tener reducida al máximo, sino eliminada, la facultad discrecional y, obviamente, no puede tener facultades normativas” (las cursivas son nuestras). 6 Nos estamos refiriendo a autores tales como C. GOMEZ CABRERA (La discrecionalidad de la Administración tributaria…, cit., pp. 427 ss., concretamente 428) para quien, en el ámbito tributario “no es sólo que la discrecionalidad no constituya un mal en sí misma, sino que, en determinadas parcelas de actuación administrativa, responde a una verdadera necesidad jurídica”; J. ALVAREZ MARTINEZ (La motivación de los actos tributarios, Marcial Pons, Madrid-Barcelona, 1999, pág. 180) quien demuestra que “la existencia de discrecionalidad en el ámbito tributario” es una “realidad” y P. ALGUACIL MARI (Discrecionalidad técnica y comprobación tributaria de valores. La problemática de su control judicial, Diálogo, Valencia, pág. 59), para quien “a efectos de la reserva de ley, no parece evidente que la actividad administrativa (…) en materia tributaria se encuentre rígidamente vinculada por la ley, excluyendo la existencia de poderes discrecionales sólo en los puntos en que se exige total predeterminación legal; en el resto, la discrecionalidad sería posible, si bien de forma limitada, y cupiendo siempre poderes de apreciación o valoración (…)” (la cursiva es nuestra). 7 En su artículo 5, bajo la rúbrica: discrecionalidad (traducción y notas por C. PALAO TABOADA, IEF, Madrid, 1980, pág. 59). 8 Nos estamos refiriendo al Decreto Legislativo N° 816, publicado el 21.04.96. 102 Pero, ¿qué hay de cierto en todo ello?, ¿es acaso posible que el propio Derecho habilite a la Administración a actuar contraviniendo los límites jurídicos fijados por ese mismo Derecho que, a su vez, es la fuente de toda su actuación?, ¿es posible que el legislador configure con carácter reglado todo el actuar administrativo, prescindiendo de toda discrecionalidad?, ¿es cierto que cuando la Administración se encuentra habilitada para actuar discrecionalmente, su decisión puede obedecer a la mera voluntad o al puro capricho del funcionario, ausente de todo tipo de control administrativo o jurisdiccional?. En las presentes líneas el lector podrá encontrar unas brevísimas respuestas a estas preguntas, mediante la aproximación que hagamos de nuestro tema de estudio: la discrecionalidad tributaria. Es un objetivo que esperamos alcanzar, y sobre el que cada uno sabrá obtener sus propias conclusiones, sobre un tema debatido en nuestro medio. II. harto EL PUNTO DE PARTIDA: SOMETIMIENTO PLENO DE LA ADMINISTRACION A LA LEY Y AL DERECHO Hoy en día resulta obvio señalar que la Administración se encuentra plenamente sujeta a la ley y al Derecho9. Es decir, toda la actuación administrativa sin excepciones está vinculada no sólo a las normas positivas, sino también al Derecho, término este último que incluye, además de aquéllas, a los principios del Derecho10. Este mandato de sujeción de la Administración al Derecho no viene a ser otro que el principio de legalidad11. Decir que la discrecionalidad no es una excepción a este mandato, igualmente 9 Así, lo tiene declarado expresamente la Constitución española en su artículo 103.1: “La Administración Pública (…) actúa (…) con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”. En nuestro medio, merece señalarse que el proyecto de Ley de Normas Generales de Procedimientos Administrativos elaborado por la Comisión nombrada por RM N° 198-97-JUS estableció -en su artículo IV- entre los principios del procedimiento administrativo al Principio de Legalidad, en virtud del que -señala el proyecto- “las autoridades administrativas deben actuar con respeto a la ley y al derecho, dentro de las facultades que le estén atribuidas y de acuerdo con los fines para los que les fueron conferidas”. 10 No creemos que sea necesario insistir más en el hecho por el cual el Derecho, como regla de sujeción de la Administración, no se identifica, ni mucho menos, con la ley, al ser un concepto más amplio, pues como tiene dicho E. GARCIA DE ENTERRIA (Democracia, jueces y control de la Administración, 3° edición, Cívitas, Madrid, 1998, pág. 127) en el Derecho “entran, además de las leyes formales, todos los «valores» constitucionales, desde los proclamados como «superiores» en el mismo artículo 1 de su texto [se refiere a la CE (el añadido es nuestro)] hasta todos los esparcidos a lo largo de éste y, señaladamente, los derechos fundamentales (art. 53.1), en los que se incluyen ciertas «garantías institucionales», y los llamados expresamente «principios» en el artículo 9.3”. 11 El mismo que debe ser diferenciado de la reserva de ley -como la exigencia constitucional de que determinados sectores del ordenamiento sean necesariamente regulados y suficientemente por una norma con rango de ley-; conceptos que no pocas veces han sido confundidos por la doctrina e incluso por la propia legislación. Vid., por ejemplo, la norma IV de nuestro Código Tributario vigente, así como, por ejemplo, la opinión de M. MUR VALDIVIA, (Algunos temas para el..., cit., págs. 137 y ss.). 103 constituye algo incuestionable. Efectivamente, si bien la discrecionalidad consiste básicamente en una escasa regulación o programación de las actuaciones administrativas que definan con exactitud cual es la decisión que deba adoptar la Administración en un supuesto determinado12, ello no obsta para que estos actos también estén sometidos al Derecho (ante la ausencia de parámetros normativos), como sucede con toda la actuación administrativa. Pues aún en esos casos las decisiones administrativas deben encontrarse dentro de los límites fijados por el ordenamiento jurídico13. En ese sentido, si bien, no siempre podrá valorarse toda la actuación administrativa en términos de estricta legalidad, pues no en todos los casos las normas ofrecen parámetros suficientes para ello -como sucede en la discrecionalidad-, al menos siempre podrá efectuarse dicha valoración en términos de Derecho14. Por ese motivo, esta cláusula de sometimiento pleno de la Administración a la ley y al Derecho no implica necesariamente una habilitación normativa previa a cada actuación administrativa, ni tampoco una densidad absoluta en las normas que establecen potestades administrativas, sino que, por el contrario, sólo la posibilidad de valorar toda la actuación administrativa en términos jurídicos. Es decir, que ésta sea reconducible en términos de derecho15, prohibiendo cualquier decisión contraria al ordenamiento jurídico. Lo dicho nos lleva a una conclusión -siquiera preliminar- en ningún caso la Administración podrá exceder los límites trazados por el ordenamiento jurídico: ni cuando aplica potestades íntegramente tasadas por el ordenamiento jurídico, ni cuando ejercita potestades discrecionales, pues aún en estos últimos casos la conducta elegida por la Administración también debe encontrarse sometida al Derecho, como sucede con toda actuación administrativa. Por esta razón, conside- 12 Como veremos seguidamente. 13 Sin embargo, no por esta razón puede negarse que en estos casos la libertad administrativa es mayor ante la ausencia o disminución de parámetros normativos o regulativos de la actuación administrativa. 14 Como tiene dicho M. SANCHEZ MORON (Discrecionalidad administrativa y control judicial, Tecnos, Madrid, 1994, pág. 104) “No hay ningún ámbito material de esa actuación [administrativa (el añadido es nuestro)] que no esté vinculado a la ley y al Derecho, es decir, que esté exento de valoración en derecho, idea ésta sobre la que existe unanimidad en la doctrina jurídica y en la jurisprudencia”. 15 Como señala M. BELTRAN DE FELIPE (Discrecionalidad administrativa y Constitución, Tecnos, 1995, pp. 175 y 176): “el sometimiento «pleno» a la ley y al Derecho (…) no quieren decir (…) que toda decisión administrativa requiera de una expresa, tasada y previa habilitación legal concreta, ni que las habilitaciones discrecionales genéricas atenten contra esa plenitud ni contra esta vinculación positiva. Sometimiento pleno y vinculación positiva significan sencillamente que las decisiones que adopta la Administración deben poder ser reconducidas al ordenamiento jurídico (…). En definitiva, el indudable carácter positivo de la vinculación de la Administración a la ley y al Derecho no sólo no está reñido con habilitaciones legales genéricas sino que es necesariamente complementario de las mismas, al ser ésta fuente de discrecionalidad e imprescindible para la gestión de la cosa pública” (la cursiva es nuestra). 104 ramos -cuando menos- censurable que el artículo 86° del Código Tributario establezca que los funcionarios de la Administración Tributaria deben sujetarse a las normas tributarias, para luego -a renglón seguido- añadir que ello se hará sin perjuicio de las facultades discrecionales que señale el Código Tributario. ¡Cómo si en estos casos lo pudiera hacer al margen del ordenamiento jurídico!. Efectivamente, si ya dijimos que la Administración actúa siempre sometida al Derecho, independientemente de cual sea la naturaleza de la potestad que ejercita: reglada o discrecional. La aplicación de éstas últimas no tiene absolutamente ninguna particularidad especial, mas que no sea la que se deriva de una escasa programación de las actuaciones administrativas, como veremos luego. Por lo demás, este -y no otro- es el sentido del añadido efectuado por la Ley N° 27335 a la Norma IV de nuestro Código Tributario al reconocer que aún cuando la Administración Tributaria ejercite potestades discrecionales lo hará dentro del marco que establece la ley16. III. EL APODERAMIENTO NORMATIVO COMO UN MECANISMO DE ATRIBUCION DE FACULTADES A LA ADMINISTRACION. LAS POTESTADES REGLADAS Y DISCRECIONALES El Tribunal Constitucional español ha dejado establecido que “la lucha contra el fraude fiscal es un fin y un mandato que la Constitución impone a todos los poderes públicos, singularmente al legislador y a los órganos de la Administración Tributaria”. En atención a ello “el legislador ha de habilitar las potestades o los instrumentos jurídicos que sean necesarios y adecuados para que, dentro del respeto debido a los principios y derechos constitucionales, la Administración esté en condiciones de hacer efectivo el cobro de las deudas tributarias”17. Si bien la afirmación precedente está razonada para el ámbito tributario, tal premisa resulta aplicable a todos los sectores del actuar administrativo, dado que, en cada uno de ellos la Administración precisará estar habilitada con las potestades o los instrumentos jurídicos necesarios y adecuados para cumplir con eficacia y objetividad su razón básica de ser: el servicio a los intereses generales18. Ahora bien, el mecanismo más adecuado para dotar a la Administración de estos 16 “Ley” en sentido lato, claro está, incluyendo a las normas reglamentarias y, en general, al Derecho en su conjunto. 17 Vid., la STC 76/1990, de 26 de abril de 1990 (fj 3°). 18 Por tanto, la función de la Administración dista mucho de ser una mera aplicación de las normas jurídicas -como muchas veces se ha pretendido-. Sobre la función de servicio a los intereses generales que está llamada a cumplir la Administración, vid. el ya clásico trabajo de A. NIETO, La Administración sirve con objetividad los intereses generales, en Estudios sobre la Constitución Española. Homenaje al profesor Eduardo García de Enterría, Tomo III, Cívitas, Madrid, 1991, pp. 2185 ss. 105 poderes es nada menos que la técnica de la atribución de potestades administrativas por la ley19. Es decir, son las normas las que atribuyen potestades a la Administración. En buena cuenta, este Derecho que a su vez es un límite a la actuación de la Administración Tributaria -como vimos anteriormente-, es también la fuente de su actuación. pues los órganos de control cuentan con parámetros normativos suficientes que les indiquen el contenido concreto que debe tener la decisión administrativa, de tal modo que si se apartara de ella, éstos pueden fácilmente determinar la disconformidad de la actuación con el ordenamiento y, en consecuencia, condenar a la Administración a adoptar la única decisión válida para el Derecho. Y Para ello, el legislador tiene dos alternativas: 1°) Programar la actuación administrativa en forma rígida, de tal modo que, una vez realizado el presupuesto habilitante que la norma contiene, su aplicador -es decir, la Administración- se encuentre obligado a adoptar la consecuencia jurídica prevista -también en forma determinada- por la norma. Como se puede apreciar en este caso, la Administración no goza de libertad alguna, sino que, por el contrario, ante una situación concreta, ella se encuentra obligada a aplicar en forma automática la consecuencia establecida previamente. En este sentido, el control jurídico de la actuación administrativa, ejercida en virtud de una norma de tales características, tampoco genera mayores dificultades, 2°) Fijar los presupuestos habilitantes de la actuación administrativa en forma indeterminada o imprecisa, de tal modo que, para la aplicación de una norma de tales características, la Administración debe fijar sus propios parámetros de actuación, omitidos inicialmente por el legislador20. Como se puede apreciar, en este caso, la adopción o determinación de la consecuencia jurídica aplicable no se efectúa en forma inmediata -como en el caso anterior- sino que, por el contrario, ante la ausencia de parámetros normativos de actuación, es la propia Administración la llamada a establecerlos. Igualmente, en este caso el control jurídico de la actuación administrativa -que sólo se presta en términos de juridicidad, es decir, de contraste 19 Ciertamente, E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ (Curso de Derecho Administrativo I, 8ª edición, Cívitas, Madrid, 1997, pp. 431 ss, específicamente 433) aluden al “mecanismo de legalidad de la Administración como técnica de atribución legal de potestades” en los siguientes términos: “El principio de legalidad de la Administración (…) se expresa en un mecanismo técnico preciso: la legalidad atribuye potestades a la Administración”. 20 Pues una actuación administrativa discrecional ausente de pautas, criterios, razones, etc. que la justifiquen se encuentra totalmente proscrita en un Estado de Derecho. 106 entre la actuación y el ordenamiento jurídico21- no puede tener la misma intensidad que en el supuesto anterior, pues si el Derecho no es capaz de indicar el contenido que debe tener una determinada actuación administrativa ante un supuesto concreto, los órganos de control no contarán con los suficientes parámetros normativos con los cuales contrastar todos los aspectos de la decisión adoptada. En tal medida, el control siempre será posible (¡qué duda cabe!), pero la fiscalización no podrá efectuarse mediante el contraste de la decisión adoptada con los parámetros (positivos) fijados por el legislador -pues éstos son inexistentes o, cuando menos, insuficientes-, sino que, la verificación de su juridicidad deberá realizarse con los parámetros establecidos en el resto del ordenamiento jurídico (principios jurídicos, valores consagrados por el sistema, Derechos fundamentales, etc.). Sin embargo, no puede dudarse que este tipo de control (negativo) tiene una intensidad menor que el efectuado para las potestades regladas, pues, en estos casos, -en principio- el ordenamiento jurídico no indica en forma positiva el sentido de la decisión administrativa, sino que, a lo más se limita a proscribir el carácter que nunca puede tener (manifiestamente arbitraria, desproporcionada, irracional, irrazonable, etc.). En tal medida, el control de este tipo de potestades se limita a verificar si en su ejercicio la Administración transgredió o no los límites fijados en el ordenamiento jurídico22. De acuerdo a lo dicho, resulta claro que si el legislador decidiera programar la integridad de la actuación administrativa de la primera forma -es decir, mediante una programación rígida-, sin lugar a dudas, todas las decisiones administrativas serían 21 Sobre este punto parece haber unanimidad en la doctrina española. Así lo reconocen expresamente, sin ánimo de ser exhaustivo, ni mucho menos: T. R. FERNANDEZ (El principio constitucional de interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos: Quid novum?, en su libro De la arbitrariedad de la Administración, 2° edición, Cívitas, Madrid, 1998, pág. 247): “los tribunales no pueden utilizar para justificar las suyas [se refiere a sus decisiones (el añadido es nuestro)], sino las razones del Derecho y sólo éstas”; L. PAREJO (Administrar y juzgar: dos funciones constitucionales distintas y complementarias, Tecnos, Madrid, pág. 50): “el control es precisa y únicamente jurídico o de Derecho. Consiste, por tanto, en la determinación de la regularidad o no de la actuación de la Administración (…) mediante la aplicación de las reglas jurídicas previas pertinentes al caso y capaces de servir de medida para la valoración de aquella actuación”; M. BELTRAN DE FELIPE (Discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 76): “la tutela judicial efectiva se debe otorgar dentro de las reglas de Derecho y hasta dónde el Derecho permita” y C. GOMEZ CABRERA, La discrecionalidad de la Administración…, cit., pág. 33: “el papel de la jurisdicción frente a la actuación administrativa es verificar que ésta se ha operado dentro de los límites trazados por el Derecho, por lo que el único elemento de contraste que puede ser utilizado por el juez para enjuiciarla es, precisamente, el Derecho”. 22 Por esta razón, la novísima Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa española ha consagrado un artículo (71.2) que establece que: “Los órganos jurisdiccionales no podrán determinar (...) el contenido discrecional de los actos anulados”. Prohibición que también resulta aplicable a los denominados Tribunales Administrativos, pues el control que éstos ejercen tiene la misma naturaleza, con excepción del control difuso de la constitucionalidad de las leyes. 107 plenamente justiciables, es decir, ante la existencia de parámetros normativos, el control (jurídico) se dispensaría, en todos los casos, con una intensidad absoluta. Sin embargo, ello obligaría al legislador a ejercer una función -desde ya inalcanzable- consistente en prever la totalidad de supuestos que se presenten en la realidad. Asimismo, una densidad regulativa como la mencionada restaría flexibilidad a la Administración, al limitar su función a la mera aplicación de normas. En resumen: la distinción de una potestad como discrecional o reglada obedece a la diferente graduación con la que el legislador programa la actividad administra- tiva23. Así, si la actuación administrativa ha sido regulada en su integridad, de tal modo que su aplicación se verifica en forma inmediata, sin requerir parámetros adicionales por parte de la Administración, se tratará de una potestad reglada. Por el contrario, estaremos frente a una potestad discrecional, si el legislador ha regulado la actividad administrativa mediante normas en las que su supuesto de hecho se encuentra claramente indeterminado, indefinido, insuficiente, etc., en general, cuando el Derecho no establece los parámetros suficientes de su actuación, sino que ella misma debe establecerlos. En ello, pues, consiste la discrecionalidad24. 23 Es ésta y no otra la nota característica que diferencia a las potestades discrecionales de las regladas: la densidad con la que el legislador regula el actuar administrativa. Como refiere M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa, Marcial Pons, Madrid, 1997, pág. 84): “la discrecionalidad administrativa -entendida en sentido amplio, pues, como ausencia de programación plena o positiva de la actuación administrativa- no es una magnitud rígida, derivada de una determinada cualidad intrínseca de la actividad administrativa de que se trate (por ejemplo, de su carácter técnico, político, axiológico u otro parecido [en el que yo incluiría lo “tributario”], sino una magnitud en cualquier caso graduable por el normador” (la cursiva y el añadido entre corchetes son nuestros). En el mismo sentido, M. BELTRAN DE FELIPE (Discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 111) manifiesta que: “La densidad normativa o de la programación legal -mejor, jurídica- de la decisión se convierte así en el criterio para distinguir la discrecionalidad de la no discrecionalidad”, J. IGARTUA SALAVERRIA (Discrecionalidad técnica, motivación y control jurisdiccional, Cívitas, Madrid, 1998, pág. 15): “es juicioso decir que la discrecionalidad no consiente el mismo grado de libertad en cualquier circunstancia, pero a condición de que -simétricamente- también se conceda que no toda regulación vincula del mismo modo; puntualización que no es nada ociosa pues entre «discrecionalidad» y «regulación» hay un remite recíproco: cuanto más fuerte es la primera más floja resulta la segunda, y a la inversa (…)” (la cursiva es nuestra). 24 Como señalan J. SANTAMARIA P. y L. PAREJO A. (Derecho Administrativo. La jurisprudencia del Tribunal Supremo, Ramón Aceres, Madrid, 1989, pág. 129): “en la construcción normativa de la potestad [“discrecional” (el añadido es nuestro)] no ha sido posible o no se ha considerado pertinente ultimar el cuadro de condiciones de ejercicio de dicha potestad, por lo que éste debe ser completado cada vez y para cada caso por la propia Administración a la vista de las circunstancias concretas concurrentes. En otras palabras, el apoderamiento jurídico a la Administración incluye la facultad de integración, con elementos de su propia voluntad, del marco normativo determinante de la potestad” (la cursiva es nuestra). La misma opinión parece compartir J. IGARTUA SALAVERRIA (Discrecionalidad técnica, motivación…, cit., pág. 134) “una decisión discrecional no es en rigor un acto de aplicación ya que éste supone la pre-existencia de una regla que anticipa lo que debe hacerse y la discrecional se define justo por la ausencia de una regla tal. De ahí que la imparcialidad comienza ya con la adopción de los criterios de actuación; es decir, no basta aplicar imparcialmente unos criterios (preestablecidos, como es el caso de las potestades regladas) sino, con carácter previo y más básico, es necesario escoger criterios imparciales” (la cursiva en el original). Igualmente, vid., op. cit., pág. 17: “cuando la Administración actúa discrecionalmente, deberá decidir cómo se regula tal o cual supuesto de hecho (…)”. 108 IV. JUSTIFICACION DE LA DISCRECIONALIDAD Ahora bien, si, como hemos visto, la discrecionalidad consiste en una disminución de la densidad de la programación normativa de la actuación administrativa, que a la vez genera una menor intensidad de su control de las mismas; ¿por qué, entonces existe la discrecionalidad?. A nuestro criterio, ello se debe, básicamente, a lo siguiente: a) Lo primero que debemos tener en cuenta es que una configuración discrecional del actuar administrativo no se encuentra proscrita por el texto constitucional, sino que, por el contrario, ésta puede encontrar una justificación razonable basada en el propio texto constitucional, pues el legislador -en uso de su libertad de configuración-, legítimamente puede optar por una regulación blanda de las decisiones administrativas a fin de dar preferencia a otros valores constitu- cionales, como el principio de eficiencia administrativa, la división de funciones de los poderes públicos, la cláusula del Estado social y democrático de Derecho, etc. Por ello, la discrecionalidad -en la medida que obedezca a razones fundadas y no a la simple comodidad administrativa- no es algo extraño en el Estado de Derecho25, sino que, por contra, constituye una exigencia constitucional imposible de eliminar. b) El rol principal de la Administración no puede limitarse a ejecutar los mandatos de la ley sino que, por el contrario, su finalidad esencial es servir en forma eficiente al interés público. Pero para cumplir con dicha finalidad en forma adecuada, las leyes no deben atarla rígidamente al ejercicio de potestades tasadas en todos los casos26, sino que, en determinadas ocasiones es preciso que la Administración goce de un margen de libertad frente al Poder Legislativo, para efectuar las prestaciones de adaptación que 25 A esta conclusión llegan: T. R. FERNANDEZ (voz “potestad discrecional”, en Enciclopedia Jurídica Básica, tomo III, Cívitas, Madrid, 1995, pp. 4962 ss., concretamente, 4964): “la existencia de potestades de esta clase (se refiere a las “discrecionales” -el añadido es nuestro-) dista mucho de ser una malformación patológica del Estado de Derecho. Muy al contrario, hay que decir que tales potestades son no sólo inevitables, sino también imprescindibles y constituyen una exigencia indeclinable del gobierno humano”; y M. BULLINGER (La discrecionalidad de la Administración Pública, en La Ley, tomo 4, 1987, pp. 896 ss., concretamente, 941): “como espacio libre para el cumplimiento de tan diversas funciones, la discrecionalidad no es un cuerpo extraño en el Derecho Administrativo de un Estado de Derecho, sino que es un elemento necesario de una administración eficiente, también en interés de cada ciudadano particular”. 26 Sobre la justificación de la discrecionalidad, vid., M. SANCHEZ MORON (Discrecionalidad administrativa…, cit., pp. 112 ss., concretamente 113): “tampoco la función institucional de servicio a los intereses generales que la Administración (…) está llamada cumplir, por imperativo constitucional, podría desempeñarse correctamente si estuviera (cosa por lo demás imposible en la práctica) predeterminada de manera absoluta y rígida por la ley”. 109 requiere cada circunstancia concreta. Efectivamente, la discrecionalidad implica un ámbito necesario de libertad de la Administración ante el Poder Legislativo, dado que, al omitir definir estrictamente el contenido de la decisión administrativa, el órgano legislativo rehúsa adoptar la decisión que le corresponde, confiando en que la Administración es la más adecuada para hacerlo. c) El nivel de complejidad y dinamicidad de los amplios sectores en los que interviene la Administración, determina que la ley -que, por lo demás es irrenunciablemente abstracta- no pueda programar en su totalidad las actuaciones administrativas, por lo que resulta imprescindible remitir la última decisión a la Administración, a fin de que sea ella la que elija la actuación que más convenga al interés público. En tal medida, el legislador, al regular la actuación administrativa en determinados ámbitos, debe renunciar a encontrar la solución al caso concreto y conformarse con fijar meras directri- ces, pautas, criterios, cánones, patrones, etc., que, a la vez que permitan un control de su adecuación a los mismos por la Administración, limiten la discrecionalidad, pero sin impedir una continua adaptación a los cambios permanentes. En definitiva, no es posible exigir a la ley que regule en forma acabada la actuación administrativa en todos los sectores del actuar administrativo, ni siquiera, se puede pretender hacerlo, pues en determinados ámbitos -sea por su complejidad, por los incesantes cambios, por la aparición de nuevos supuestos, etc.27- lo aconsejable es dejar abiertos los parámetros normativos a fin de que puedan ser completados con apreciaciones subjetivas de la Administración. d) La propia protección de los derechos fundamentales puede exigir, en algunos casos, no ya que la Administración actúe sujeta a parámetros determinados, sino que, esta pueda hacerlo en forma flexible a fin de proveer una protección dinámica de los derechos28. 27 Al respecto, A. NIETO señala que “el desarrollo social y técnico hace surgir cada día nuevos supuestos de hecho, nuevos intereses y nuevos valores, que provocan obsolescencia antes de que se seque la tinta del Boletín Oficial del Estado. El legislador es consciente de esta circunstancia y ha intentado, siempre en vano remediarla (…). No se pueden poner puertas al campo de la realidad social” (Vid., Estudios históricos sobre Administración y Derecho Administrativo, INAP, Madrid, 1986, pág. 248). 28 Así lo ha puesto de relieve M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa…, cit., pp. 231 y 232) -siguiendo a la sentencia Kalkar, del Tribunal Constitucional Federal alemán, de 8 de agosto de 1978- en la que -manifiesta el autor- si bien se consideró que los requisitos para la autorización administrativa del establecimiento y funcionamiento de instalaciones nucleares -delimitados por un concepto jurídico indeterminado (“acreditar que se han adoptado las medidas de seguridad exigibles en atención al estado de la técnica y la ciencia del momento”)- tenían una escasa densidad normativa, ello: “lejos de perjudicar a los derechos fundamentales, los favorece, en la medida en que permite dispensar una protección dinámica (y no sólo estática) al derecho fundamental afectado, a saber: el derecho a la vida y a la integridad física de las per- 110 V. EL EJERCICIO DE LAS POTESTADES DISCRECIONALES POR PARTE DE LA ADMINISTRACION Ahora bien, ya dijimos que la discrecionalidad se manifiesta como la ausencia de parámetros normativos que predeterminen con exactitud la actuación administrativa que deba adoptarse en un supuesto concreto. Bueno, pues, si en estos casos el ordenamiento jurídico no establece con precisión la consecuencia jurídica que deba adoptarse o elegirse: ¿cómo ejercita -o no ejercita- la Administración sus potestades configuradas con carácter discrecional por el legislador?. hecho imperfecto de la norma con elementos subjetivos propios29. De acuerdo a ello, al ejercer una potestad discrecional no importa tanto la consecuencia jurídica elegida o adoptada por la Administración, cuanto la fijación, con carácter autónomo, de los parámetros o criterios que determinaron la aplicación de esa consecuencia jurídica, los mismos que no han sido fijados intencionalmente por el legislador30. De este modo, -para MARIANO BACIGALUPO- la aplicación de una norma discrecional por la Administración comprende los siguientes pasos: - Y la respuesta a ello es sencilla: si la Ley calla, es la Administración la única llamada -y no los órganos administrativos o jurisdiccionales de control de la misma- a fijar los parámetros de su propia actuación, lo que no viene a constituir sino la perfección o integración del supuesto de El primero, de carácter propiamente discrecional, consistente en “la perfección o integración, en sede aplicativa, del supuesto de hecho normativo”31. Agrega el autor que ésta es “una tarea materialmente normativa, pues consiste en la concreción o adopción de aquellos criterios determinantes de la sonas” (la cursiva es nuestra). En el mismo sentido, M. BULLINGER (La discrecionalidad de la Administración…, cit., pág. 904): “la discrecionalidad (…) se convierte en instrumento esencial de una garantía flexible y dinámica de los derechos e intereses tanto de los ciudadanos como de la comunidad estatal en su conjunto. Distinta del legislador, la administración está en condiciones de reaccionar rápidamente frente a circunstancias inesperadas o cambiantes; distinta de un tribunal contencioso administrativo, la administración puede y debe, teniendo en cuenta todos los posibles casos de aplicación, realizar activamente las finalidades de la ley mediante una utilización planificada de todos los recursos personales y financieros” (la cursiva en el original). 29 Lo que en la terminología de W. SCHMIDT (citado por M. BACIGALUPO, La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 186) implica “cerrar el supuesto de hecho normativo inicialmente abierto”. 30 De este modo, para M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 182) “la discrecionalidad consistiría en que la Administración puede (y debe) establecer -o, al menos, precisar- en sede aplicativa los presupuestos de su propia actuación, intencionadamente imperfectos (inacabados o indeterminados) en su configuración normativa inicial. De ahí que se conciba la discrecionalidad administrativa como habilitación a la Administración para completar (o incluso crear) en sede aplicativa el supuesto de hecho imperfecto (o inexistente) de una norma jurídico-administrativa”. 31 M. BACIGALUPO, La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 183 (la cursiva en el original). 111 aplicación o no de una consecuencia jurídica u otra, que el creador de la norma omitió precisar o bien incluso prefigurar”32. - El segundo, de carácter reglado, cuyo ejercicio consiste en “la posterior subsunción bajo dichos criterios del supuesto fáctico ante el cual la Administración está llamada a actuar, en su caso”33. Así, a nuestro criterio, resulta esencial considerar dentro de la naturaleza misma de la discrecionalidad la obligación de la Administración de fijar los criterios, razones, fundamentos, etc. de su propia actuación -que fueron omitidos por el legislador-; circunstancia que revela como ilegítimo cualquier acto contrario a ese mandato, por más que haya sido dictado en uso de una facultad discrecional, y por más discrecional que ella sea. En ese sentido, básicamente, en el ejercicio de las potestades discrecionales la Administración debe seguir las siguientes pautas: a) La actuación o decisión administrativa no puede obedecer a la mera voluntad del funcionario -“el mero por que sí” se encuentra vedado por el Derechosino que, por el contrario, la Administración debe aportar las razones o criterios que la llevaron a elegir o determinar la consecuencia jurídica, evitando así cualquier ejercicio arbitrario del poder34. b) Pero es no es todo, sino que además, estas razones o criterios deben ser objetivos, razonables, racionales y proporcionados con el fin que se pretende alcanzar, así como deben ser aplicables a todos los sujetos que se encuentren en la misma condición, a fin de evitar cualquier discriminación en su aplicación. c) Finalmente, la decisión administrativa así emitida debe respetar los elementos reglados de la potestad, así como sus hechos determinantes. Efectivamente, todas las potestades que se confieren a la Administración tienen elementos que son necesariamente reglados, tales como, la existencia misma de la potestad, su extensión, su fin y la competencia del órgano de la Administración. De esta forma, la Administración no puede apartarse de estos elementos al 32 Op. cit., pág. 184 (la cursiva en el original). 33 Op. cit., pág. 184 (la cursiva en el original). 34 Así, por ejemplo, el Tribunal Supremo español (STS de 13.07.84) acostumbra señalar que discrecionalidad no es arbitrariedad, sino más bien son “conceptos antagónicos” que “nunca es permitido confundir, pues aquello (lo discrecional) se halla o debe hallarse cubierto por motivaciones suficientes, discutibles o no, pero considerables en todo caso y no meramente de una calidad que lo haga inatacable, mientras que lo segundo (lo arbitrario), o no tiene motivación respetable, sino -pura y simplemente- la conocida sit pro ratione voluntas o la que ofrece lo es tal que escudriñando su entraña, denota, a poco esfuerzo de contrastación, su carácter realmente indefinible y su inautenticidad” 112 ejercer sus potestades discrecionales. Adicionalmente, cabe resaltar un elemento reglado de importancia como es el fin de la potestad, sobre el que se ha desarrollado la técnica de control de la desviación de poder, de acuerdo con la cual, si el ordenamiento otorga determinadas potestades a la Administración para un fin determinado, de tal modo que si ella se aparta del mismo, se incurre en un vicio y, como tal, el acto debe ser anulado. Sobre este punto regresaremos cuando tratemos las técnicas de control de la discrecionalidad. VI. EL CONTROL ADMINISTRATIVO Y JURISDICCIONAL DE LAS POTESTADES DISCRECIONALES Ya dijimos que la Administración Tributaria se encuentra sometida plenamente a la Ley y al Derecho. Pero para que este mandato sea efectivo, además, es necesario que los órganos de control de la Administración -administrativos o jurisdic- cionales- puedan controlar en términos jurídicos -con carácter igualmente, plenario- todas las actuaciones administrativas35 sin excepción, cada vez que una persona solicite tutela judicial efectiva de sus derechos e intereses legítimos (artículo 138.14 de la Constitución). IV.1 Naturaleza del control de las actuaciones administrativas Pero, ¿cuál es la naturaleza de este control de la actuación administrativa?. Como ya lo dejamos intuir al inicio del presente trabajo se trata de un control de legalidad o, mejor dicho, de juricidad. Sin embargo, ello no debe entenderse en términos estrictos, como la verificación del ajuste o desajuste, conformidad o disconformidad de la actuación administrativa, únicamente a la ley, sino que, esta operación de contraste debe efectuarse con el ordenamiento en su conjunto, pues la Administración no sólo se encuentra sometida plenamente a la ley, sino también al Derecho36. El control jurídico en los términos señala- 35 Como anota E. GARCIA DE ENTERRIA (Democracia, jueces y control…, cit., pp. 127, 128 y 130): “un «sometimiento pleno a la Ley y al Derecho» no puede tener sentido alguno si no implicase una sumisión plena al juez, que es elemento indispensable para que cualquier Derecho pueda ser eficaz (…). No hay Derecho sin juez. El juez es una pieza absolutamente esencial en toda la organización del Derecho y esto no es excepción en el Derecho Público cuando se trata de la observancia del Derecho por la Administración”. Posteriormente anota: “El «sometimiento pleno a la Ley y al Derecho» de la Administración implica, pues, en conclusión, el «sometimiento pleno» al juez, inexcusablemente”. 36 Como señala T. R. FERNANDEZ (De nuevo sobre el poder discrecional y su ejercicio arbitrario, en su libro De la arbitrariedad…, cit., pág. 152): “Toda decisión de la Administración, por discrecional que sea, es susceptible de control judicial, y ese control no es de mera legalidad (…), sino de juridicidad, supuesto que la Administración ha de actuar «con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho» (...), amén de «a los fines que la justifican»”. 113 dos, que es el único que compete a los órganos de control de la Administración37, consistirá, por ello, en la verificación de si la actuación administrativa se ajusta o no al marco trazado por el ordenamiento en su conjunto38 (cuya, mayor o menor, densidad dependerá de los parámetros que fije el ordenamiento), incluyendo dentro de éste, a las normas positivas, los valores del ordenamiento, los derechos fundamentales y los principios del Derecho. Pero, eso es todo, ni pueden controlar las decisiones con parámetros extrajurídicos, ni pueden eludir su control cuando el ordenamiento ofrezca parámetros para ello39. En consecuencia, este control de la actuación administrativa se presta bajo la forma de control de juridicidad, es decir, mediante la contrastación entre la actuación administrativa, no sólo con la ley, sino también con el Derecho40. El con- trol, pues, se efectúa única y exclusivamente con parámetros jurídicos. IV.2 Intensidad del control de las actuaciones administrativas Pero, ¿hasta donde pueden llegar los órganos de control de la Administración en la fiscalización de sus actuaciones?. Es decir, ¿cuáles son los límites que tienen para controlar a la Administración?. Y la respuesta a ello es sencilla: dado que -como hemos dicho, el control de las actuaciones administrativas sólo puede efectuarse con parámetros jurídicos- la mayor o menor intensidad de éste dependerá de los parámetros con los que el ordenamiento jurídico regule la actuación administrativa41, es decir, de la medida de su vinculación, tanto a la ley, como al De este modo, -anota Derecho42. 37 Como anota M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 68): “el control jurídico de la actividad administrativa no persigue -a diferencia de ésta- otro objetivo ni conoce otro método que no sean los de razonar jurídicamente si existe o no contradicción entre una regla jurídica de conducta y una concreta actuación (u omisión) de la Administración” 38 De hecho L. PAREJO (Administrar y juzgar…, cit., pág. 58) alude al control contencioso-administrativo como “la comprobación (…) de si existe o no contradicción entre la decisión previa administrativa y el ordenamiento jurídico”. 39 Como anota T. R. FERNANDEZ (en la presentación a su libro De la arbitrariedad…, cit., pág. 16) “nadie niega frontalmente que en su control del ejercicio del poder discrecional los jueces no tienen otra herramienta que el Derecho, de lo que, obviamente, se sigue que podrán llegar legítimamente en su crítica de las decisiones discrecionales hasta donde el Derecho y el razonamiento jurídico lleguen y que más allá de ese límite, más que impreciso no precisado, no podrán dar un sólo paso”. 40 “no hay más que un tipo de control: el de ajuste de las decisiones administrativas al ordenamiento”, vid. M. BELTRAN DE FELIPE, Discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 78. 41 “Así, pues el mandato constitucional de plena justiciabilidad de la actividad administrativa (...) significa que allí donde haya una norma de conducta, dirigida a la Administración, habrá siempre a la vez una norma de control, dirigida al juez contencioso-administrativo”, vid., M. BACIGALUPO, La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 78. 42 Por lo demás, este es el criterio adoptado en la exposición de motivos de la novísima Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa española, al establecer que la potestad de control de los órganos judiciales debe extenderse “hasta donde lo exija el sometimiento de la Administración al derecho”, vid. epígrafe VI.1 (in fine). 114 LUCIANO PAREJO- “el Derecho es, al propio tiempo, el presupuesto y el límite de la competencia judicial de la decisión”43. tutela judicial efectiva, obliga al órgano de control ha intensificar (sin sobrepasarlo, lógicamente) el control hasta donde el Derecho se lo permita46. En pocas palabras: la intensidad de este control de la actuación administrativa depende de la densidad de la programación de la actuación administrativa: a mayor densidad, mayor será la intensidad del control, mientras que a menor densidad, menor será la intensidad del control. Hay, pues, una relación directamente proporcional entre la naturaleza de la regulación de la actuación administrativa y la intensidad de su control44. IV.3 Técnicas de control de las decisiones discrecionales Sin embargo, una insuficiente intensidad en el control jurídico derivada de la ausencia de parámetros normativos, no habilita a los órganos administrativos o judiciales ha extralimitar su control con parámetros no regulados por el Derecho. Pero, habiendo parámetros de actuación y, consecuentemente, de control45, el derecho a la En virtud de las consideraciones señaladas anteriormente sobre el control de los actos discrecionales, la doctrina ha desarrollado determinadas técnicas de control de las actuaciones administrativas, las mismas que pasamos a detallar. a) El control de los elementos reglados Esta técnica de control se fundamenta en el hecho por el cual, en todas las potestades que se confieren a la Administración hay elementos que son necesariamente reglados, y, por tanto, plenamente controlables47, tales como: la existencia misma de la potestad, su extensión, su fin y la 43 Vid., L. PAREJO, Administrar y juzgar…, cit., pág. 60 (la cursiva en el original). En el mismo sentido, J. TORNOS MAS (Discrecionalidad e intervención…, cit., pág. 393): “La estructura [de la norma (el añadido es nuestro)] condiciona el proceso de razonamiento en la interpretación de la norma y, por tanto, el grado de intervención judicial en la revisión de la actuación administrativa (…). La norma habilitante contendrá reglas jurídicas, principios, valores, puntos de referencia que constituyen a la vez la legitimación y límite del control judicial, como control de legalidad basado en el razonamiento jurídico”. 44 Así, lo ha reconocido -expresa o implícitamente- entre otros, F. GARRIDO FALLA (Tratado de Derecho administrativo I, parte general, 12° edición, Tecnos, Madrid, 1994, pág. 183): “la ley debe reglar precisamente aquellos puntos que pueden ser fiscalizados por el juez y, viceversa, el Juez debe limitarse a fiscalizar aquello que ha sido efectivamente reglado por la ley”. 45 “Las normas de conducta, dirigidas a la Administración, son siempre a la vez normas de control, dirigidas al juez contencioso-administrativo”, vid., M. BACIGALUPO, La discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 79. 46 Pues como indica M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa…, cit., pp. 57 y 58): “siempre que haya un límite jurídico a la actuación de cualquier autoridad es inexcusable el control judicial ordinario de su observancia”. 47 Como enseñó tempranamente E. GARCIA DE ENTERRIA (La lucha contra las inmunidades del poder en el Derecho Administrativo, en RAP, núm. 38, 1962, pág. 167): “en todo acto discrecional hay elementos 115 competencia del órgano de la Administración. De esta forma, si la Administración al emitir un acto, en ejercicio de tales potestades, se aparta de los mismos comete un vicio en el ejercicio de la discrecionalidad plenamente controlable. Ello es así, dado que los elementos reglados de las potestades discrecionales constituyen, a la vez que parámetros de actuación administrativa, parámetros de control inexcusable para los órganos de control de la Administración. Adicionalmente, cabe resaltar un elemento reglado de importancia como es el del fin de la potestad, sobre el que se ha desarrollado la técnica de control de la desviación de poder48, recogida en el proyecto de ley de normas generales de De procedimientos administrativos49. acuerdo con la misma, el ordenamiento otorga a la Administración determinadas facultades para un fin determinado, de tal modo que, si ella se aparta del mismo, se incurre en un vicio y, como tal, el acto debe ser anulado. Para ello, basta con que la finalidad de la Administración sea diferente de la cual, para la que fue concedida la facultad, y no que se trate de una finalidad ilícita, individual o egoísta. Pues como enseñan E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ “para que se produzca desviación de poder no es necesario que el fin perseguido sea un fin privado, un interés particular del agente o autoridad administrativa (…), sino que basta que dicho fin, aunque público, sea distinto del previsto y fijado por la norma que atribuya la potestad”50. Como se puede apreciar, el control judicial de los actos discrecionales mediante sus elementos reglados, pone énfasis en los parámetros legales51 que sirven de fundamento al ejercicio de la potestad discrecional, mas no así al núcleo mismo de la decisión que ha de adoptar52. reglados suficientes como para no justificarse de ninguna manera una abdicación total del control sobre los mismos” (la cursiva es nuestra). 48 Sobre la desviación del poder puede consultarse el libro de la profesora C. CHINCHILLA MARIN, La desviación de poder, 2ª edición, Cívitas, Madrid, 1999. Asimismo, vid., entre otros, E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ, Curso de Derecho…, cit., pp. 458 ss. y C. GOMEZ CABRERA, La discrecionalidad de la Administración…, cit., pp. 24 ss. 49 En su artículo IV.1 con el siguiente tenor: “Las autoridades administrativas deben actuar con respeto a la ley y al derecho, dentro de las facultades que le estén atribuidas y de acuerdo con los fines para los que les fueron conferidas”. 50 E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ, Curso de Derecho…, cit., pág. 458. 51 Control que, desde luego, los jueces efectúan en estrictos términos jurídicos, es decir, mediante la contrastación de los elementos reglados fijados en la norma y el acto administrativo, pues, como señalan E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ (Curso de Derecho…, cit., pág. 459): “el vicio de desviación de poder es un vicio de estricta legalidad. Lo que se controla a través de esta técnica es el cumplimiento del fin concreto que señala la norma habilitante y ese control se realiza mediante criterios jurídicos estrictos y no mediante reglas morales” (la cursiva es nuestra). 52 De hecho, E. GARCIA DE ENTERRIA Y T. R. FERNANDEZ (Curso de Derecho…, cit., pp. 458 ss.), consideran que el control de los elementos reglados “permite (…) un primer control externo de la regularidad del ejercicio de la potestad discrecional”. 116 b) El control de los hechos determinantes Otro elemento de control judicial (externo) de la discrecionalidad lo encontramos en los hechos determinantes. Mediante esta técnica, los órganos de control de la Administración fiscalizan la realización de los hechos que, fijados en forma abstracta en el supuesto de hecho de la norma, habilitan a la Administración a ejercer una potestad discrecional. De acuerdo con ello, si una norma determinada fija como presupuesto para el ejercicio de una potestad la ocurrencia de un hecho determinado53, el órgano de control debe verificar que éste se haya producido, pues -como ha afirmado la jurisprudencia del Tribunal Supremo español- los hechos “son tal como la realidad los exterioriza. No le es dado a la Administración inventarlos o desfigurarlos aunque tenga facultades discrecionales para su valoración”54. Así, en el caso de que los hechos regulados en el supuesto de hecho no se den en la realidad, la Administración carecerá de norma habilitante, y, por tanto, el acto debe ser anulado. En conclusión, los hechos determinantes fijados por la norma constituyen otro elemento susceptible de control pleno por los jueces y tribunales. Sin embargo, tal como sucedía con los elementos reglados del acto, éstos sólo constituyen un límite externo al ejercicio de la discrecionalidad55. c) El control fundado en los principios del Derecho Como se puede apreciar, mediante las técnicas de control de la discrecionalidad referidas, los órganos encargados del mismo no realizan una verificación del núcleo mismo de la decisión discrecional, sino que, por el contrario, se limitan a la fiscalización del marco legal externo de la potestad atribuida por el legislador56. Por el contrario, la técnica de control de la discrecionalidad sustentada en los principios jurídicos sí permite controlar el núcleo mismo de la misma, aunque con carácter negativo. Veamos. Efectivamente, el control de los principios del Derecho, basado en la razonabilidad, racionalidad, proporcionalidad, interdicción de la arbitrariedad, igualdad, equidad, seguridad jurídica, buena fe, etc., 53 Cuando lo existe, pues son múltiples los casos en los que el supuesto de hecho se encuentra tan indefinido (como por ejemplo, mediante habilitaciones genéricas) que el control del ejercicio de la potestad con parámetros (positivos) estrictamente jurídicos no resulta posible. 54 Vid., entre otras, las SSTS de 15-12-86, 23-1-89, 4-5-90, 2-4-91, 11-3-91 y 11-6-91. 55 Control que, insisto, se realiza exclusivamente con parámetros jurídicos, mediante la comparación de los hechos fijados en la norma y los ocurridos en la práctica. 56 De acuerdo con C. GOMEZ CABRERA (La discrecionalidad de la Administración…, cit., pág. 28): estos mecanismos de control implican “simplemente, trazar las fronteras que la discrecionalidad no puede sobrepasar”. 117 de la medida adoptada, constituyen un mecanismo importante de fiscalización de las decisiones discrecionales ante la ausencia de parámetros que le indiquen a la Administración cual es la decisión que deba adoptar. No obstante ello, sin dejar de reconocer su trascendencia para el mundo del Derecho, debe reconocerse que estos principios no son capaces de señalar a la Administración (parámetros de actuación) y al juzgador (parámetros de control) el contenido concreto que debe tener el acto ante una situación determinada, sino que sólo la naturaleza que éste no puede tener (manifiestamente irrazonable, irracional57, desproporcionada58, arbitra- ria59, discriminatoria, defraudadora la confianza legítima, etc.). Ello es así, pues -como anota MARGARITA BELADIEZ- los principios jurídicos (incluso aquellos consagradas en la Constitución), al ser simplemente los valores jurídicos de una comunidad (valores que en cuanto tales no pueden ser definidos más que de forma genérica e indeterminada60), no pueden otorgar derechos subjetivos típicos o activos, ni imponer otro mandato que el de no actuar en contra del valor en él consagrado61. Efectivamente, se trata de un control de 57 Respecto a los principios de racionalidad o razonabilidad como parámetros de control negativo de las potestades discrecionales, vid., L. PAREJO (Administrar y juzgar…, cit., pp. 104 ss., concretamente 104 y 105): “la regla de la «razonabilidad» o «racionalidad» (…) entendida ésta no en el sentido de norma positiva capaz de indicar la única solución justa y, por tanto, de autorizar la sustitución judicial (sentido en el que se emplea por la jurisprudencia contencioso-administrativa y la doctrina españolas…), sino en el negativo de precisión de los límites externos (el «marco») del referido espacio de libre decisión administrativa, capaz desde luego para justificar la anulación de la decisión administrativa, pero en modo alguno la reproducción del proceso de formación de la voluntad administrativa y, por tanto, de sustitución de ésta por otra judicial”. 58 Señala M. SANCHEZ MORON (Discrecionalidad administrativa…, cit., pp. 142) que “el control jurídico amparado en el principio de proporcionalidad sólo puede alcanzar a la anulación o corrección de lo manifiestamente desproporcionado, salvo que la ley determine otra cosa. Por el contrario, dicho principio general no faculta al órgano de control para sustituir la ponderación de la Administración por la suya propia”. 59 Como señala L. PAREJO (Administrar y juzgar…, cit., pp. 44 y 45), refiriéndose al principio de interdicción de la arbitrariedad, éste “sólo postula, jurídicamente, la exclusión de las decisiones basadas en la mera y nuda voluntad del poder y no respaldadas por el ordenamiento, en particular por la Ley (…). Derivar de él, legítimamente, contenidos más concretos sólo es posible, dado el plano de generalidad y abstracción en que se mueve, en su relación y juego con otros principios y otras reglas más concretas”. En el mismo sentido, M. BELTRAN DE FELIPE (Discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 100): “el principio de interdicción de la arbitrariedad, consistente en un control material y eliminativo del núcleo de la discrecionalidad, es un criterio importante pero negativo anulatorio en la fiscalización de las potestades administrativas discrecionales”. 60 De hecho, su formulación corresponde a la de los conceptos jurídicos indeterminados. 61 Pues, como señala M. BACIGALUPO (La discrecionalidad administrativa…, cit., pp. 84 y 85), “por lo general, tanto los derechos y principios constitucionales como los principios generales del Derecho sólo vinculan negativamente las decisiones administrativas. Es decir, se limitan a excluir aquellas soluciones que desconozcan los valores jurídicos en ellos consagrados, pero no indican positivamente cuál es la que se ha de adoptar entre aquellas otras que no adolezcan de tal vicio”. En el mismo sentido, J. TORNOS MAS (Discrecionalidad e intervención administrativa económica, en Discrecionalidad Administrativa y Control Judicial, Cívitas, Madrid, 1996, pág. 408) considera que en estos casos: “La pretensión de buscar la solución 118 juridicidad, y, si el contenido de tales principios no otorga parámetros positivos de control, su apreciación no faculta a los órganos de control a sustituir las apreciaciones efectuadas por la Administración, ni tampoco ha elegir el contenido -que el juzgador considere- más acorde a los citados principios. Es decir, mediante un control basado en los principios generales, el juzgador no podrá anular una decisión por considerar que otra -elegida, por el mismo, sin parámetros de control- es más racional, razonable o proporcional -por ejemplo-, sino, a lo más, le permitirá anular la decisión, únicamente si ella supera ostensiblemente los límites de la racionalidad, razonabilidad o proporcionalidad62. De lo contrario, es decir, si la actuación administrativa se encuentra dentro de los límites de lo racional, razonable o proporcional, el juzgador deberá desestimar el recurso y declarar la actuación conforme a Derecho. VII. LAS FACULTADES DISCRECIONALES EN EL CODIGO TRIBUTARIO. LA NORMA IV (ULTIMO PARRAFO) Desde 1996 nuestro Código Tributario63 ha calificado con carácter expreso que el ejercicio de determinadas potestades por la Administración Tributaria tiene carácter «discrecional». Como sabemos, esta mención se efectúa en los artículos 62°, 82°, 116.2, 166° y 192°, referidos a la facultad de fiscalización, a la facultad para aplicar las sanciones tributarias, del ejecutor coactivo para ordenar las medidas cautelares, la potestad para determinar y sancionar las infracciones, y para denunciar delitos tributarios, respectivamente. La referencia expresa a la «discrecionalidad» de determinadas potestades administrativas por el legislador, si bien no tiene antecedentes -hasta donde tenemos enten- más razonable no puede encomendarse al Juez, pues no le compete esta misión cuando la norma deja a la Administración un margen de apreciación. El razonamiento jurídico propio de la actividad jurisdiccional puede detectar que la decisión no es razonable, que es arbitraria, pero no puede ayudar a prefigurar la decisión más razonable”. Resalta también, a nuestro criterio, el carácter negativo, -esta vez de los principios tributarios consagrados en el artículo 31.1 de la Constitución española- A. RODRIGUEZ BEREIJO (Jurisprudencia constitucional y principios de la imposición, en “Garantías constitucionales del contribuyente”, 2ª edición, Tirant lo blanch, Valencia, 1998, pág. 131), al señalar que “es más fácil decir aquello que se opone o vulnera los principios constitucionales tributarios que definir aquello que los cumple o realiza plenamente” (la cursiva es nuestra). 62 “O sea que los órganos jurisdiccionales no pueden escoger una situación más acorde con el interés general o menos arbitraria”, vid., M. BELTRAN DE FELIPE (Discrecionalidad administrativa…, cit., pág. 100). Asimismo, J. TORNOS MAS (Discrecionalidad e intervención…, cit., pág. 393), refiriéndose “al control en base a los principios de razonabilidad, proporcionalidad o interdicción de la arbitrariedad”, “se puede controlar los razonable, pero ya es mucho más difícil controlar lo más razonable”. Agrega que “tratar de definir lo más razonable desborda los límites propios del discurso jurídico del Juez. Por ello su examen debe contenerse en este nivel de examen y anular la decisión arbitraria, remitiendo a la Administración la solución más razonable”. 63 Nos referimos al Decreto Legislativo N° 816, publicado en el Diario Oficial el 21 de abril de 1996. 119 dido- en nuestro ordenamiento jurídico, en la legislación comparada podemos encontrar algunas referencias a la misma, tales como: la facultad para condonar las sanciones tributarias firmes de forma graciable, lo que se concede -señala el preceptode forma discrecional por el órgano administrativo correspondiente, contenida en el artículo 89.2 de la Ley General Tributaria española64; para aplazar o fraccionar el pago de la deuda cuando la situación económico-financiera del deudor tributario, discrecionalmente apreciada por la Administración, le impida transitoriamente efectuar el pago de sus débitos, contenida en el artículo 48.2 del Reglamento General de Recaudación español; para condonar por gracia las multas impuestas, previa apreciación discrecional de los motivos que tuvo la autoridad para imponer la sanción, conferida en el artículo 65° del Código Fiscal de la Federación Mexicana. Ahora bien, ya sabemos que en estos casos el ejercicio por la Administración de estas potestades debe enmarcarse dentro de la Ley y el Derecho, y estas actuaciones son plenamente controlables en la medida de su vinculación al Derecho. Sin embargo, la duda que se presenta es si las potestades calificadas como discrecionales por el legislador son las únicas que gozan de esa condición (discrecional) o, si por el contrario, existen otras facultades que -aún cuando no hayan sido calificadas de talesse ejercen con carácter discrecional. Y la respuesta a esta cuestión es sencilla: si ya dijimos que la discrecionalidad se produce debido a una baja densidad en la programación de las actuaciones administrativas, realmente resulta irrelevante la calificación que de ellas efectúe el legislador, pues una potestad será discrecional cuando la norma no le indique a la Administración -ni tampoco al juzgadorcual es el contenido concreto que debe tener la decisión en un supuesto determinado, independientemente de la utilización -o no- de la palabra «discrecional» en la norma habilitante. La consecuencia de ello no es otra que en nuestro Código Tributario se presentan potestades discrecionales con carácter expreso y tácito65. A todas ellas, pues, les resulta de aplicación el último párrafo de la Norma IV del Título Preliminar del Código Tributario. Efectivamente, el dispositivo citado esta- 64 Nótese que la norma se refiere a una potestad graciable, con la clara intención de establecer un plus sobre la discrecionalidad, tal como fue entendido por la Corte Suprema de ese país, en el sentido que el ejercicio de esta potestad no se encuentra sometido a la Ley y al Derecho. Criterio con el que discrepamos en un trabajo anterior. 65 Por tanto, desde nuestro punto de vista resulta cuestionable que consideremos que las únicas potestades tributarias con carácter discrecional sean las contenidas en los artículos 62°, 166° y 192° del Código Tributario, conforme se desprende -si no interpreto mal- del Informe Tributario: La facultad discrecional de la Administración Tributaria, preparado por la División de Estudios Legales de la Gaceta Jurídica, Vid., Gaceta Jurídica - Sección de Actualidad Jurídica, Tomo 82-B, setiembre de 2000, págs. 65 y ss. 120 blece que en los casos que la Administración Tributaria se encuentra facultada para actuar discrecionalmente: - - Debe optar por la decisión administrativa que considere más conveniente para el interés público. Debe adecuar su actuación al marco que establece la ley. De la norma glosada pueden extraerse las siguientes consecuencias: a) Dada su ubicación sistemática -Título Preliminar del Código Tributario-, se aplica a todos los casos en los que la Administración Tributaria se encuentra facultada para actuar discrecionalmente. b) Su aplicación se extiende a todos los supuestos de potestades discrecionales, independientemente de si la norma califica o no “expresamente” la potestad como “discrecional”. c) En ningún caso la Administración podrá exceder el marco trazado por la ley, debiendo entenderse esta última referencia en sentido lato, es decir, incluyendo a la Constitución, a las Leyes y a las normas reglamentarias. d) La Administración debe optar necesariamente por la opción más conveniente para el interés público -pues, la decisión que deba adoptarse no ha sido configurada con carácter reglado en la norma habilitante-, y no para satisfacer un interés privado o distinto de aquél. e) La decisión administrativa discrecional debe adoptarse sobre la base de razones, criterios o parámetros de carácter técnico o de oportunidad, aplicables a todos los sujetos que se encuentren en la misma condición, a fin de evitar cualquier ejercicio arbitrario de las potestades discrecionales66. Para finalizar este punto es conveniente citar algunos ejemplos que expliquen de manera gráfica el ejercicio de las potestades discrecionales por parte de la Administración: a) Así, por ejemplo podemos citar el artículo 62° del Código Tributario en el que -al margen de la utilización del término «discrecional»- se habilita a la Administración a adoptar o elegir determinadas actuaciones administrativas dentro de un procedimiento de fiscalización sin establecer de modo exacto cual es el sentido puntual que éstas han de tener en cada supuesto que se presenta en la compleja realidad que se regula. Efectivamente, piénsese en la amplia libertad de la que goza la Administración para elegir o determinar a los sujetos que serán objeto de 66 A nuestro criterio, ello resulta aplicable aunque la norma no lo digo expresamente, pues ya dijimos que la necesidad de aportar las razones o criterios de las decisiones administrativas se encuentra en la naturaleza misma de la discrecionalidad. 121 una fiscalización. Pero, si bien este margen de libertad parece ser bastante extenso, las decisiones administrativas que se adopten sobre el particular también se encuentran sometidas a Derecho; es decir, la elección de los sujetos a fiscalizar debe obedecer a criterios o parámetros de carácter técnico67, para no ser arbitrarios. Ciertamente es claro que la potestad de fiscalización fue otorgada por el legislador a la Administración para verificar el cumplimiento de las obligaciones tributarias de los deudores tributarios, pero si esta facultad se utilizara con una finalidad distinta, la decisión sería arbitraria, en tanto que no se estaría cumpliendo la finalidad para la cual el legislador otorgó esa potestad. Esa es, precisamente, la forma en la que no deben ejecutarse las potestades administrativas. b) Otro ejemplo lo constituye la potestad para denunciar delitos tributarios establecida en el artículo 192º del Código Tributario68. En dicha norma se establece que la Administración -“de constatar hechos que presumiblemente constituyan delito tributario, o estén encaminados a ese propósito”- tiene la facultad discrecional de formular denuncia penal ante el Ministerio Público. Así, -según el precepto- rea- lizados y verificados los hechos a que alude la norma, ésta (la norma habilitante) omite fijar con carácter absoluto los criterios o parámetros en virtud de los cuales la Administración debe decidir si ejerce o no su potestad. Por tanto, el ejercicio de la discrecionalidad por la Administración implicará la elección o determinación por la Administración de la actuación o decisión que sea más conveniente para el interés público sobre la base de parámetros o criterios objetivos y generales, los mismos que han sido omitidos por el legislador. Es decir, en el caso propuesto, la decisión consistirá en la formulación de la denuncia penal respectiva en función de parámetros tales como, el interés fiscal, la modalidad empleada, la reiteración, los antecedentes, etc69. Ahora bien, los criterios utilizados en un determinado supuesto no pueden modificarse sin una justificación adecuada y razonable, pues, de lo contrario, podrían verse afectados los principios de igualdad y seguridad jurídica. Es decir, en ejercicio de las potestades discrecionales no es posible que la Administración dispense un trato desigual ante supuestos idénticos, salvo que para ello cuando cuente con una justificación adecuada. 67 “Criterios de oportunidad, aleatoriedad u otros que se estimen pertinentes”, tal como señala el artículo 19.1 del Reglamento General de la Inspección de los Tributos español. 68 Sobre la cual se puede discrepar o no, pero la potestad -como tal- existe en nuestro ordenamiento, y debe postularse su ejercicio adecuado. 69 Parámetros, todos ellos, fijados en la circular de la SUNAT Nº 47-95 de fecha 11.12.95. 122 c) Finalmente, piénsese en las medidas cautelares que el artículo 118° del Código Tributario faculta a adoptar al ejecutor coactivo en un Procedimiento de Cobranza Coactiva -incluso aquéllas que no se encuentren reguladas expresamente-. Pero si bien en estos casos la libertad parece bastante amplia, la decisión que se adopte sobre el particular siempre deberá ponderar dos valores en conflicto: la necesidad de continuar con las actividades del contribuyente y la necesidad de garantizar al menor costo los intereses del fisco. Por ello, ante una serie de bienes susceptibles de aplicarse las medidas cautelares, debe elegirse aquélla que afecte menos al negocio, sin que por ello deje de garantizarse adecuadamente los intereses de la Administración, todos ellos criterios que deben tenerse en cuenta para adoptarse una decisión adecuada, y por ende, no arbitraria70. VIII. EL CONTROL ADMINISTRATIVO DEL EJERCICIO DE LAS POTESTADES ADMINISTRATIVAS POR EL TRIBUNAL FISCAL En el presente apartado nos proponemos -a luz de la teoría general esbozada en forma resumida- confrontar algunas de las ideas más importantes vertidas sobre el tema con algunos casos obtenidos de las resoluciones del Tribunal Fiscal71. Este análisis nos permitirá determinar la corrección o no del control que ejerció este órgano administrativo respecto al ejercicio de las potestades conferidas a la Administración. Veamos. A. Facultad para conceder el aplazamiento de la deuda tributaria (Resoluciones N°s. 14542 de 22-878, 18099 de 10.01.84, 24250 de 22.08.91 y 2075-1-95) El artículo 36° del Código Tributario -desde que su texto fue aprobado por Decreto Ley N° 2585972- confiere a la Administración la potestad para conceder el aplazamiento y/o fraccionamiento73 para el pago de la deuda tributaria, siempre que 70 Sobre el particular, vid., por ejemplo la RTF N° 237-1-98 de 20-03-98 que declara que se encuentra dentro de los límites de la discrecionalidad que confiere el Reglamento del Procedimiento de Cobranza Coactiva al acto del Ejecutor Coactivo que amplía el embargo en forma de retención ordenado inicialmente sobre determinados conceptos -para que pueda seguir cumpliendo con sus deudas corrientes- a la totalidad de sus derechos crediticios, debido que éste -según la resolución- siguió acumulando deuda. 71 Debemos dejar constancia que únicamente se toman algunas resoluciones en forma aleatoria para graficar las ideas que pretendemos sostener a lo largo del presente trabajo. Por ende, las presentes líneas no implican un estudio sistemático de los pronunciamientos elegidos. 72 Anteriormente a estas normas, la potestad se encontraba regulada en el artículo 30° del Código Tributario Principios Generales, aprobado por Decreto Supremo N° 1218-90-EF. 73 Técnicamente, debemos recordar que resulta un tanto reiterativo referirse al «aplazamiento y/o fraccionamiento», bastando hacerlo al «aplazamiento», debido que el «fraccionamiento» no es más que una modalidad de aquél. Sobre el particular, vid., por ejemplo, a F. PEREZ ROYO, Derecho Financiero y Tributario. Parte General, 7ma. edición, Cívitas, Madrid, 1997. 123 se cumplan -en líneas generales- con las condiciones establecidas por la Administración Tributaria y con los requisitos a que alude el citado precepto. Pues bien, desde la vigencia de la Resolución de Superintendencia N° 012-93EF/SUNAT hasta la N° 089-99/SUNAT, la SUNAT ha restringido ostensiblemente su margen de actuación discrecional en el otorgamiento de este beneficio hasta el punto de convertirse en una potestad íntegramente reglada. Efectivamente, el funcionario encargado de resolver una solicitud de aplazamiento no goza de ningún margen de libertad administrativo74, dado que las citadas normas regulan al detalle cuando se debe aprobar y cuando se debe denegar este beneficio; ello sin dejar de mencionar que estos dispositivos son de obligado cumplimiento para todos sus funcionarios de la SUNAT75. En consecuencia, en estos supuestos los órganos de control de la Administración cuentan con parámetros de fiscalización suficientes que le indiquen si ésta se ajustó o no las normas correspondientes, pudiendo incluso éstos mismos conceder el beneficio solicitado si esta decisión es la única que se deriva de la información actuada en el expediente. Adicionalmente, aún cuando la Administración no hubiera emitido dichas Resoluciones de Superintendencia, los Códigos Tributarios vigentes -si bien no regulaban con carácter reglado la potestad- establecían determinados parámetros suficientes que debían ser controlados de manera ineludible por el juzgador, amén de aquellos elementos que siempre tienen carácter reglado, tales como la competencia, la existencia de la potestad, elementos que ya tratamos anteriormente, así como los principios del Derecho. Ahora bien, éste sin embargo, no fue el criterio asumido por el Tribunal Fiscal en las resoluciones citadas, mediante las que se declara incompetente para conocer las apelaciones interpuestas contra una resolución que deniega la solicitud de fraccionamiento presentada por el contribuyente, “desde que la concesión del aplazamiento o fraccionamiento de la deuda tributaria, en casos particulares, es facultad discrecional de la Administración Tributaria”76. 74 Tal como si gozan, por ejemplo, los funcionarios de la Administración Tributaria española, para apreciar la situación económico-financiera del deudor tributario que le impida transitoriamente efectuar el pago de sus débitos, supuesto de hecho fijado por la norma para la aprobación del beneficio. 75 Este es un típico supuesto en el que una potestad configurada inicialmente con carácter discrecional por el legislador, se convierte en una potestad reglada, debido que es la propia Administración la que ha autolimitado su facultad mediante normas propias. 76 Es cierto que el Tribunal Fiscal parece haber cambiado de criterio en relación a los motivos por los cuales no es competente para conocer las resoluciones administrativas que deniegan las solicitudes de fraccionamiento: dado que se trataría de “cuestiones estrictamente administrativas no vinculadas a la determinación de la deuda tributaria”. Sin embargo, consideramos que los pronunciamientos citados grafican un punto de vista muy difundido entre nosotros -a mi parecer cuestionable- por el cual lo discrecional no es controlable. Vid., las resoluciones N°s. 029-2-96 de fecha 30-4-96, 988-5-97 de 07-0797, 996-5-97 de 10-7-97 y 577-5-98 de 30-09-98. 124 En ese sentido, para el juzgador las potestades discrecionales no sólo no son controlables, sino que, además, son un motivo suficiente para que se declare incompetente, criterio con el que discrepamos por los fundamentos señalados en el presente trabajo, los mismos que ya no es necesario reiterar. B. Facultad de compensación (Resolución N° 5125-1-98, 23-12-98) El artículo 40° del Código Tributario -con anterioridad a la modificación efectuada por la Ley N° 27335- establecía como una potestad de la Administración Tributaria la de compensar total o parcialmente la deuda tributaria con los créditos por tributos, sanciones e intereses pagados en exceso o indebidamente, siempre que sean liquidados y exigibles, no se encuentren prescritos y sean administrados por el mismo órgano. Cabe señalar que de acuerdo con el texto literal de la norma, la referida potestad tenía carácter facultativo para la Administración, lo que se deduce de la utilización del término «podrá» como nexo entre el supuesto de hecho y la consecuencia jurídica fijada en el precepto. Es decir, una vez verificadas las condiciones de los débitos y créditos tributarios fijados en la norma como presupuesto para la concesión de la compensación, a la Administración Tributaria -y sólo a ella, en tanto que la potestad fue conferida por ley a la Administración y no a sus órganos de control77- le competía una función de integración del supuesto de hecho imperfecto de la norma con criterios propios a fin de determinar si concedía o no la compensación (consecuencia jurídica)78. Sin embargo, éste no fue el criterio adoptado en el supuesto analizado, pues en éste el órgano de control sustituyó en forma ilegítima -a nuestro parecer- a la Administración y ordenó directamente la compensación antes de que la propia Administración Tributaria se pronuncie sobre el tema. Veamos. La controversia se inicia con un pedido de devolución presentado por el contribuyente y luego variado a uno de compensación, respecto al Impuesto a los Juegos aplicable a las Máquinas Tragamonedas. El pedido fue denegado por la Administración debido que consideró que los pagos efectuados por el recurrente no 77 Así, también fue entendido por el Tribunal Fiscal, entre otras, en su resolución N° 531-4-97 de fecha 16-597, donde se menciona que si bien el artículo 40° del Código Tributario exige determinados requisitos para que proceda la compensación, “debe señalarse también que los mismos (créditos) deben estar liquidados y exigibles, es decir, requiere un pronunciamiento expreso de la Administración que reconozca el pago en exceso o indebido y que acepte o disponga la compensación respectiva” (la cursiva es nuestra). 78 Sobre el particular, debemos señalar que podemos discrepar o no del precepto, pero ese -y no otro-fue el sistema adoptado por el legislador, y como tal es de obligado cumplimiento para todos, salvo que su inconstitucionalidad o inaplicación sea declarada por los órganos a los que la Constitución les dio esa facultad (Tribunal Constitucional y Organos jurisdiccionales). 125 eran indebidos, por lo que no podían ser objeto de devolución o compensación. Una vez apelada la resolución, el Tribunal Fiscal asume competencia y considera que efectivamente los pagos efectuados por el contribuyente -por los tributos cuya compensación se solicitaba- eran indebidos. Hasta ahí la resolución no parece objeto de cuestionamiento. En tal caso, el órgano de control debió anular la resolución y ordenar a la Administración que se pronuncie sobre la solicitud de compensación -y fije adecuadamente los parámetros y criterios de su actuación-, dado que no lo había hecho anteriormente, por considerar que los pagos no eran indebidos. Sin embargo, el Tribunal Fiscal va más allá, ordenando a la Administración que efectúe la compensación solicitada, ejerciendo la discrecionalidad que la ley le otorgó al órgano de decisión (Administración), ¡y no al de control!. C. Determinación de la obligación tributaria sobre base presunta (Resolución N° 643-4-97, de fecha 10.06.97) Como sabemos, el Código Tributario otorga a la Administración Tributaria la facultad de determinar la deuda tributaria, mediante la cual -señala la norma- “verifica la realización del hecho generador de la obligación tributaria, identifica al deudor tributario, señala la base imponible y la cuantía del tributo”79. Esta determinación procede sobre base cierta o presunta, según el artículo 63° del referido Código. Con esa finalidad, normalmente la Administración debe recurrir a la determinación sobre base cierta; mientras que lo hará sobre base presunta, cuando aquélla (base cierta) resulte imposible, como consecuencia del incumplimiento de alguna obligación tributaria. El artículo 64° del Código Tributario establece los supuestos en que procede la determinación sobre base presunta, pero la decisión sobre si procede una u otra forma de determinación ha sido otorgada por la ley a la Administración -y no así, a sus órganos de control-. Es decir, en estos casos el órgano de control de la Administración deberá verificar si las actuaciones administrativas se encuentran o no dentro de los parámetros fijados por el ordenamiento: si se ha configurado en la realidad el presupuesto que la habilita a efectuar una determinación sobre base presunta o si los elementos y pruebas obtenidas en la fiscalización son suficientes para efectuar cierta determinación. Pero lo que no podrá hacer es adoptar -¡por sí mismo!- la decisión respecto de cuál es la forma correcta de determinar la obligación tributaria en un supuesto determinado, pues ello implicaría arrogarse una atribución otorgada únicamente a la Administración. Además 79 Vid., capítulo II (Facultades de determinación y fiscalización), del título II (Facultades de la Administración Tributaria) del Libro Segundo (La Administración Tributaria y los Administrados). 126 al hacerlo estaría actuando más como órgano de decisión, que como uno de control80. No obstante ello, éste no fue el criterio adoptado por el Tribunal Fiscal en el supuesto señalado, pues lejos de limitarse a controlar a la Administración decidió que en el supuesto concreto lo que procedía era una determinación de la obligación tributaria sobre base presunta. Efectivamente, en la resolución citada el Tribunal Fiscal considera que las anomalías e inconsistencias en la contabilidad obrantes en el expediente dan mérito a una determinación sobre base presunta, ordenando que esa sea la forma en la que se deba determinar la obligación tributaria81. Bueno, pues, lógicamente para la Administración las anomalías detectadas no eran de tal naturaleza que impedían la determinación sobre base cierta, pues en base a ellas determinó la obligación correspondiente. Sin embargo, si ello no resultaba consistente el Tribunal Fiscal estaba facultado para anular la determinación así practicada, a fin de que se verifique la veracidad de tales operaciones, pero para lo que no se encuentra legitimado es para decidir por sí mismo que en ese caso lo que procede es la determinación sobre base presunta, y no sobre base cierta. D. Facultad para aceptar el desistimiento (Resoluciones N°s 571-298 de 08-07-98) Como sabemos, el artículo 130° del Código Tributario establece que es potestativo del órgano encargado de resolver aceptar el desistimiento del recurso presentado por el deudor tributario en el Procedimiento Contencioso-Tributario. Pero, si bien la norma se encarga de poner de manifiesto el carácter potestativo de dicha aceptación, ello no implica que la decisión de no aceptar el pedido formulado por el deudor tributario pueda encontrarse fuera de toda motivación, habida cuenta que el deudor tributario ha manifestado su renuncia a continuar el procedimiento iniciado por él82. 80 Efectivamente, la doctrina suele diferenciar dos actuaciones diferenciadas: una de decisión, que corresponde a la Administración, y que implica, básicamente, adoptar la actuación administrativa que mejor se adecue al interés público; y una de control, por la cual se verifica si la decisión adoptada se encuentra o no dentro de los parámetros fijados por el Derecho. Ahora bien, si ejerciendo esta última función (control), el juzgador vuelve a decidir el asunto, y adopta la decisión que el mismo considera más acorde con el interés público, estaría extralimitando sus funciones, y ocupando indebidamente el lugar de la Administración. Vid., por ejemplo, al excelente libro de L. PAREJO, bajo el sugerente título: Administrar y juzgar: dos funciones constitucionales distintas y complementarias, cit. 81 Efectivamente, en la resolución puede leerse lo siguiente: “Que en tal sentido, la Administración Tributaria, al encontrar las incorrecciones y deficiencias en la contabilidad de la recurrente, debió prescindir de dicha información y calcular su deuda tributaria en función de los lineamientos establecidos para la determinación sobre base presunta, previstos en el Código Tributario”. 82 Ya dijimos anteriormente que en un Estado de Derecho “el mero porque sí” se encuentra vedado. Así, pues, todas las decisiones administrativas deben obedecer a razones. 127 Siguiendo a JUAN MONROY GALVEZ podemos señalar que “entre renuncia y desistimiento hay, jurídicamente, una relación de género a especie. La primera es la dejación voluntaria de un derecho o facultad. Es, expresado de otra manera, la dimisión rechazo o negativa ante una propuesta, ofrecimiento o petición. La renuncia como acto voluntario del titular de una facultad o derecho, tiene un ámbito vasto de aplicación. En cambio el desistimiento, sin dejar de ser un acto de dejación, se presenta con exclusividad en el proceso. El desistimiento es el acto jurídico procesal por el que, a solicitud de una de las partes, se eliminan los efectos jurídicos de un proceso, de algún acto jurídico procesal realizado en su interior, o de la pretensión procesal”83. Efectivamente, luego de señalar en el primer y segundo considerando que el recurrente ha presentado su desistimiento y que el artículo 130° del Código Tributario establece que es potestativo del órgano encargado de resolver aceptarlo o no; a renglón seguido se señala lo siguiente “Que en aplicación de dicho dispositivo, en esta instancia no se acepta el citado desistimiento, por lo que procede emitir pronunciamiento sobre el fondo del asunto controvertido (...)”. A continuación el órgano resolutor procede a revocar la resolución impugnada84. Sobre este particular, nos remitimos a lo señalado anteriormente. IX. CONCLUSIONES De este modo, si el recurrente renuncia a continuar su pretensión, el juzgador -que en todo caso debe mantenerse imparcialdebe contar con una fundamentación razonable para que -yendo en contra de la voluntad del contribuyente- no se acepte su petición. No obstante ello, en la resolución objeto de comentario el juzgador decide no aceptar el desistimiento formulado por el recurrente alegando únicamente para ello el carácter potestativo que le confiere al acto el artículo 130° del Código Tributario. Estamos convencidos -y nadie parece ponerlo en duda- que la Administración se encuentra plenamente sometida a la ley y al Derecho en cada una de sus actuaciones (y también, omisiones), y, por lo tanto, -como un medio de garantizar este mandato- cada una de sus decisiones son susceptibles de control jurídico (también las discrecionales), pues la Constitución ha consagrado el derecho de todas las personas a obtener la plena justiciabilidad de toda la actuación de la Administración, sin excepción (artículo 139.14). 83 En JUAN MONROY GALVEZ, separata Jurisprudencia comentada. Concepto de Desistimiento (inédito), página 1. 84 Asimismo, vid., también la RTF N° 684-3-97 de 31-07-97 en la que se decide no aceptar el desistimiento presentado por el recurrente “invocando el principio de justicia”. Olvidando que su finalidad no es otra que la de controlar la legalidad de las actuaciones administrativas. 128 Por ello, no existen decisiones administrativas que no se encuentran sometidas al ordenamiento jurídico, y como tales, que sean inmunes a su control jurídico. Sin embargo, para la efectividad de estos mandatos -sometimiento pleno de la Administración al Derecho y control sin inmunidades- no es necesario negar la presencia de facultades discrecionales en el ordenamiento, pues el legislador no puede prescindir de ellas, al resultarle totalmente imposible regular todo el actuar administrativo, y porque en ocasiones es necesario que remita la decisión de un asunto determinado a la apreciación administrativa. En tal medida, a nuestro juicio, el debate en torno a la discrecionalidad administrativa debe reformularse de postularse su negación a: 1°) Exigir que la Administración fije adecuadamente los parámetros y criterios de su actuación, y los exteriorice en una motivación suficiente, cada vez que ejerza una potestad discrecional habilitada por el ordenamiento, proscribiendo, de este modo, cualquier decisión arbitraria. 2°) Despejar cualquier duda acerca de la susceptibilidad de control de las decisiones discrecionales, y por más amplio que sea el ámbito de apreciación administrativa. Si bien eso sí, en estos casos el control del actuar admi- nistrativo debe efectuarse en la medida de su vinculación jurídica (control de juridicidad), mediante la verificación de los parámetros fijados en la norma habilitante y en razón de los criterios utilizados por la Administración en el ejercicio de su discrecionalidad. Por esta razón, debemos invocar a los órganos control de la Administración a no extralimitarse en la función para la que la Ley y la Constitución los ha llamado. 3°) Controlar si el ámbito discrecional creado por el legislador es compatible o no con el texto constitucional, pues en caso de no satisfacer las exigencias que impone, la disconformidad de la actuación administrativa no derivará del ejercicio mismo de la potestad por la Administración, sino de la propia norma habilitante85. En ese orden de ideas, consideramos que la discrecionalidad en el Derecho tributario es una realidad que no debe seguir negándose. Para ratificar lo dicho basta con remitirse a las leyes tributarias vigentes -del país que sea- para comprobar que son innumerables las veces en las que la norma habilita a la Administración para adoptar o determinar una consecuencia jurídica sin fijar en el supuesto de hecho de la norma los parámetros de su actuación (siquiera en forma indeterminada)86 85 Tema sobre el que hemos dejado de pronunciarnos conscientemente en esta oportunidad, pues excedería ampliamente los límites del presente trabajo. 86 Nos estamos refiriendo a la delimitación de las potestades administrativas mediante conceptos jurídicos indeterminados, tema harto debatido en la doctrina, y sobre el que nos pronunciaremos en otra oportunidad. 129 En tal medida, consideramos que debe incorporarse como un primer párrafo de la Norma IV del Título Preliminar del Código Tributario, el siguiente párrafo: “La Administración Tributaria actúa con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho, dentro de las facultades que le son atribuidas y de acuerdo con los fines para los que les fueron conferidas. En los casos en que se encuentra facultada para actuar discrecionalmente, en 130 forma expresa o tácita, por el ordenamiento jurídico, deberá elegir o determinar la actuación o la decisión administrativa que considere más conveniente para el interés público, en base a parámetros o criterios razonables, objetivos y generales, así como respetando los principios jurídicos, tales como los de igualdad, razonabilidad y proporcionalidad”. Lima, Octubre de 2000.