1ª sesión: las bienaventuranzas y el padre nuestro

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Octubre: Las Bienaventuranzas y el
Padre Nuestro. (Introduccion)
1ª SESIÓN: LAS BIENAVENTURANZAS Y EL PADRE NUESTRO

Oración:
o Señal de la cruz
o Padre nuestro
o Ave María
o Gloria
1. Vídeo explicativo: http://youtu.be/0yg_5QEUjCE. (Jesús de Nazaret de Franco Zeffirelli)
Cuestiones previas
-¿Qué sabes de las Bienaventuranzas? ¿Qué evangelista las recoge?
-¿Dónde las pronunció Jesús? ¿A quién iban dirigidas?
-¿Qué evangelista recoge el Padre Nuestro? ¿Por qué no recogen el mismo texto los
distintos evangelistas?
-¿Qué significan para ti hoy las Bienaventuranzas y el Padre Nuestro?
2. Las Bienaventuranzas. (Mt 5, 1-12)
Las bienaventuranzas.
5
1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran,
sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y,
tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
porque ellos serán consolados.
3 «Bienaventurados los pobres de espíritu,
6 Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
porque ellos serán saciados.
4 Bienaventurados los mansos,
7 Bienaventurados los misericordiosos,
1
porque ellos alcanzarán misericordia.
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
8 Bienaventurados los limpios de corazón,
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien y
porque ellos verán a Dios.
os persigan y digan con mentira toda clase de
mal contra vosotros por mi causa. 12 Alegraos
y regocijaos, porque vuestra recompensa será
grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a
vosotros.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia,
De la Carta Pastoral LA ESPERANZA NO DEFRAUDA de D. Juan Antonio Reig Pla
La atención particular a los jóvenes
La Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro ha sido una gracia para toda la Iglesia. El
Papa Francisco se ha esforzado por mostrar el rostro materno de la Iglesia estando atento a todo, con
palabras verdaderamente aleccionadoras. Yo invito a todos nuestros jóvenes a meditar y estudiar estas
palabras que, además de poderlas encontrar en Internet, han sido publicadas en la BAC popular: Papa
Francisco, Discursos en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil (Madrid 2013).
También para vosotros, queridos jóvenes, os propongo el itinerario para formar discípulosmisioneros siguiendo el estudio de las Bienaventuranzas y el Padrenuestro. En este sentido es bueno que
la oración de los primeros viernes de mes, centrada en estos temas, se vea desarrollada en vuestros
grupos parroquiales atendiendo tanto a la oración como a la formación y el ejercicio de la caridad según
los proyectos de la Delegación de Pastoral Juvenil.
Es muy importante que en cada uno de vosotros se vaya gestando un sujeto cristiano capaz de
seguir la vocación a la que Dios os llame. Para ello es necesario conquistar la propia libertad para el bien y
para el don de sí. A este objetivo fueron destinados los cursos de educación afectivo-sexual que tuvieron
lugar el curso pasado. Para este nuevo curso, además de los temas que os preocupan de manera
particular, en la Jornada de Brasil se entregó para los jóvenes un sencillo Manual de Bioética que os puede
servir como guía para profundizar en las cuestiones referentes a la dignidad de la vida humana.
El Papa, en la Vigilia en Río de Janeiro, os ponía el ejemplo del campo donde se puede sembrar, el
campo como lugar de entrenamiento y como lugar de construcción. Son imágenes muy bellas que pueden
servir para enmarcar el proyecto de la Pastoral Juvenil en el presente curso.
¡COMENZAMOS LOS FOUR YOUTH DAYS (FYD)!
3.
El Catecismo de la Iglesia Católica: [CEC 2759-2772] (YOUCAT 511-514)
confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración
cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto
breve (con cinco peticiones [cf Lc 11, 2-4]), San
Mateo una versión más desarrollada (con siete
peticiones [cf Mt 6, 9-13]). La tradición litúrgica de la
Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
2759 «Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando
terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Maestro,
enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”»
(Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
2
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
llena toda nuestra afectividad» (Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 83, a. 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la
Oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el
Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos,
esos movimientos interiores que animan nuestra vida.
Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus
palabras y nos enseña a pedirla por medio de la
oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la
de nuestra vida en Él.
2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la
oración del Señor con una doxología. En la Didaché
(8, 2) se afirma: “Tuyo es el poder y la gloria por
siempre”. Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1)
añaden en el comienzo: “el reino”: y ésta la fórmula
actual para la oración ecuménica. La tradición
bizantina añade después un gloria al “Padre, Hijo y
Espíritu Santo”. El misal romano desarrolla la última
petición (cf. Rito de la Comunión, [Embolismo] Misal
Romano) en la perspectiva explícita de “mientras
esperamos (Tt 2, 13) la gloriosa venida de nuestro
Salvador Jesucristo”; después se hace la aclamación
de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las
Constituciones apostólicas.
ARTÍCULO
RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO
II. “La oración del Señor”
2765 La expresión tradicional “Oración dominical” (es
decir, “Oración del Señor”) significa que la oración al
Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta
oración que nos viene de Jesús es verdaderamente
única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por
las palabras de esta oración el Hijo único nos da las
palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el
Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como
Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las
necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres,
y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.
1
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla
de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como
en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la
Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar
con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de
la oración filial, sino que nos da también el Espíritu
por el que estas se hacen en nosotros “espíritu [...] y
vida” (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la
posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre
«ha enviado [...] a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!'”» (Ga 4, 6). Ya que
nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios,
es también “el que escruta los corazones”, el Padre,
quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que
su intercesión en favor de los santos es según Dios”
(Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión
misteriosa del Hijo y del Espíritu.
2761 “La oración del Señor o dominical es, en verdad
el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano, De
oratione, 1, 6). «Cuando el Señor hubo legado esta
fórmula de oración, añadió: “Pedid y se os dará”
(Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo
diversas oraciones según sus necesidades, pero
comenzando siempre por la oración del Señor que
sigue siendo la oración fundamental» (Tertuliano, De
oratione, 10).
I. Corazón de las Sagradas Escrituras
2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son
el alimento principal de la oración cristiana y
confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San
Agustín concluye:
III. Oración de la Iglesia
«Recorred todas las oraciones que hay en las
Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no
esté incluido en la oración dominical» (Epistula 130,
12, 22).
2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y
del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los
creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde
los comienzos. Las primeras comunidades recitan la
Oración del Señor “tres veces al día” (Didaché 8, 3),
en lugar de las “Dieciocho bendiciones” de la piedad
judía.
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los
Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El
evangelio es esta “Buena Nueva”. Su primer anuncio
está resumido por san Mateo en el Sermón de la
Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre
Nuestro está en el centro de este anuncio. En este
contexto se aclara cada una de las peticiones de la
oración que nos dio el Señor:
2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del
Señor está arraigada esencialmente en la oración
litúrgica.
«La oración dominical es la más perfecta de las
oraciones [...] En ella, no sólo pedimos todo lo que
podemos desear con rectitud, sino además según el
orden en que conviene desearlo. De modo que esta
oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también
«El Señor nos enseña a orar en común por todos
nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío”
que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que
nuestra oración sea de una sola alma para todo el
Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In
Matthaeum, homilia 19, 4).
3
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del
Señor es parte integrante de las principales Horas del
Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con
evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la
iniciación cristiana:
Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la
Comunión, recapitula por una parte todas las
peticiones e intercesiones expresadas en el
movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la
puerta del Festín del Reino que la comunión
sacramental va a anticipar.
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega
[traditio] de la Oración del Señor significa el nuevo
nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana
es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, “los
que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios
vivo” (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la
única Palabra que él escucha siempre. Y pueden
hacerlo de ahora en adelante porque el sello de la
Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble
en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser
filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios
patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los
catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la
Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los
“neófitos” el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2,
1-10).
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta
también el carácter escatológico de sus peticiones. Es
la oración propia de los “últimos tiempos”, tiempos de
salvación que han comenzado con la efusión del
Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del
Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las
oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el
misterio de salvación ya realizado, de una vez por
todas, en Cristo crucificado y resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que
suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan
los gemidos del tiempo presente, este tiempo de
paciencia y de espera durante el cual “aún no se ha
manifestado lo que seremos” (1 Jn 3, 2; cf Col 3, 4).
La Eucaristía y el Padre Nuestro están orientados
hacia la venida del Señor, “¡hasta que venga!” (1
Co 11, 26)..
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor
aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se
revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la
Del libro JESÚS DE NAZARET (1ª parte) de S.S. BENEDICTO XVI
1. LAS BIENAVENTURANZAS
Las Bienaventuranzas han sido consideradas con frecuencia como la antítesis
neotestamentaria del Decálogo, como la ética superior de los cristianos, por así decirlo, frente a los
mandamientos del Antiguo Testamento. Esta interpretación confunde por completo el sentido de las
palabras de Jesús. Jesús ha dado siempre por descontada la validez del Decálogo (cf. p. ej. Mc 10, 19;
Lc 16, 17); en el Sermón de la Montaña se recogen y profundizan los mandamientos de la segunda
tabla de la Ley, pero no son abolidos (cf. Mt 5,21-48); esto estaría en total contradicción con la
afirmación fundamental que inicia esta enseñanza sobre el Decálogo: «No creáis que he venido a
abolir la Ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el
cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley» (Mt 5, 17s). Sobre esta
frase, que sólo aparentemente parece contradecir el mensaje de Pablo, tendremos que volver tras el
diálogo entre Jesús y el rabino. Por ahora baste notar que Jesús no piensa abolir el Decálogo, sino que,
por el contrario, lo refuerza.
Pero entonces, ¿qué son las Bienaventuranzas? En primer lugar se insertan en una larga
tradición de mensajes del Antiguo Testamento como los que encontramos, por ejemplo, en el Salmo 1
y en el texto paralelo de Jeremías 17, 7s: «Dichoso el hombre que confía en el Señor...». Son palabras
de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritus y que se convierten así en
palabras orientadoras. El marco en el que Lucas sitúa el Sermón de la Montaña ilustra claramente a
quién van destinadas en modo particular las Bienaventuranzas de Jesús: «Levantando los ojos hacia
sus discípulos...». Cada una de las afirmaciones de las Bienaventuranzas nacen de la mirada dirigida a
los discípulos; describen, por así decirlo, su situación fáctica: son pobres, están hambrientos, lloran,
son odiados y perseguidos (cf. Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero
también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia.
A pesar de la situación concreta de amenaza inminente en que Jesús ve a los suyos, ésta se
convierte en promesa cuando se la mira con la luz que viene del Padre. Referidas a la comunidad de
los discípulos de Jesús, las Bienaventuranzas son una paradoja: se invierten los criterios del
mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores
de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son
considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y
4
regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que
resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que «se invierten
los valores». Son promesas escatológicas, pero no debe entenderse como si el júbilo que anuncian
deba trasladarse a un futuro infinitamente lejano o sólo al más allá. Cuando el hombre empieza a
mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por
tanto, ya ahora algo del éschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la
tribulación.
Las paradojas que Jesús presenta en las Bienaventuranzas expresan la auténtica situación del
creyente en el mundo, tal como las ha descrito Pablo repetidas veces a la luz de su experiencia de
vida y sufrimiento como apóstol: «Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos
conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los sentenciados nunca ajusticiados, los
afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen»
(2 Co 6, 8-10). «Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no
desesperados; acosados pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan.» (2 Co 4, 8-10). Lo
que en las Bienaventuranzas del Evangelio de Lucas es consuelo y promesa, en Pablo es experiencia
viva del Apóstol. Se siente «el último», como un condenado a muerte y convertido en espectáculo
para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf. 1 Co 4, 9-13). Y a pesar de todo experimenta una
alegría sin límites; precisamente como quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar
a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a
la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,11). Cristo
sigue sufriendo en sus enviados, su lugar sigue siendo la cruz. Sin embargo, Él es de manera definitiva
el Resucitado. Y si el enviado de Jesús en este mundo está aún inmerso en la pasión de Jesús, ahí se
puede percibir también la gloria de la resurrección, que da una alegría, una «beatitud» mayor que
toda la dicha que se haya podido experimentar antes en el mundo. Sólo ahora sabe lo que es
realmente la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero
que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad.
En las paradojas vividas por san Pablo, que se corresponden con las paradojas de las
Bienaventuranzas, se manifiesta lo mismo que Juan había expresado de otro modo al describir la cruz
del Señor como «elevación», como entronización en las alturas de Dios.
Juan reúne en una palabra cruz y resurrección, cruz y elevación, pues para él lo uno es
inseparable de lo otro. La cruz es el acto del «éxodo», el acto del amor que se toma en serio y llega
«hasta el extremo» (Jn 13, 1), y por ello es el lugar de la gloria, del auténtico contacto y unión con
Dios, que es Amor (cf. 1 Jn 4, 7.16). Así, esta visión de Juan condensa y nos hace comprensible en
definitiva lo que significan las paradojas del Sermón de la Montaña.
Estas observaciones sobre Pablo y Juan nos han permitido ver dos cosas: las
Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. Se hacen más concretas y reales cuanto
más se entregan los discípulos a su misión, como hemos podido comprobar de un modo ejemplar en
Pablo. Lo que significan no se puede explicar de un modo puramente teórico; se proclama en la vida,
en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor. Esto deja
claro un segundo aspecto: el carácter cristológico de las Bienaventuranzas. El discípulo está unido al
misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con Él: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo
quien vive en mí (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a
la existencia del discípulo. Pero son válidas para los discípulos porque primero se han hecho realidad
en Cristo como prototipo.
Esto resulta más claro si analizamos la versión de las Bienaventuranzas en Mateo (cf. Mt 5,312). Quien lee atentamente el texto descubre que las Bienaventuranzas son como una velada
biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza (cf.
Mt 8, 20), es el auténtico pobre; El, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y
humilde de corazón (cf. Mt 11, 29), es el realmente humilde; Él es verdaderamente puro de corazón y
por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las
Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con
El. Pero precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son señales que
indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el
seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones.
5
Cuestiones a reflexionar
-¿Te sabes de memoria alguna Bienaventuranza?
-¿Rezas todos los días algún Padrenuestro?
-¿Piensas lo que rezas? ¿Cómo es tu oración?
-¿Tienes un tiempo fijo al día?
6
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