Ser pobre en el Chile del bicentenario

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El Clarí-n de Chile
Ser pobre en el Chile del bicentenario
autor Rafael Luis Gumucio Rivas
2009-07-21 17:12:39
{mxc}Recuerdo este estribillo de una de las tantas canciones protesta que cantábamos cuando éramos jóvenes,
militantes del sueño despierto de la Unidad Popular, y querÃ-amos tocar el cielo con las manos. Ernst Bloch, ese gran
defensor de la utopÃ-a se referÃ-a, en sus escritos, a los horizontes de esperanza, radicados en los pobres; el hambre
era como una parafina que impulsaba a luchar contra la miseria para buscar mejores mundos de utopÃ-a, donde todos
fuéramos iguales y dignos.
Personalmente, soy un burgués que no ha vivido nuca la pobreza, que es como caminar por la cuerda floja sin red de
protección. Es cierto que, a veces, producto de las circunstancias, no he estado lejos de caer en ese marasmo, pero
siempre surge un amigo que te salva o un compañero compasivo. La pobreza tiene mil caras: se da en el trabajador
emigrante y refugiado en el primer mundo; en los antiguos esclavos, en Mozambique y demás paÃ-ses de Õfrica y HaitÃ-;
en los cesantes en América Latina; en los trabajadores con sueldos miserables. Me tocó acercarme a la pobreza
cuando fui exiliado, en Francia, y tuve que hacer trabajos manuales, para los cuales no estaba dotado, junto con
trabajadores emigrados, árabes, portugueses y españoles, pero esta situación era un castigo momentáneo, pues
estaba seguro que volverÃ-a luego a este Chile democrática tan añorado. También vi la extrema pobreza en
Mozambique, paÃ-s donde, en 1980, el 90% era analfabeta y se las arreglaba con menos de un dólar diario.
Posteriormente, estuve en HaitÃ-, ya como observador internacional para las elecciones de 1990, el paÃ-s más pobre de
América Latina.
           Los ricos han culpado, a través de la historia, a los pobres por sus propios padecimientos; los ex escla
mozambicanos y haitianos y han tenido que pagar el precio por amado la libertad, rebelándose contra sus patrones
blancos, portugueses y franceses, respectivamente; hasta hoy, haitianos que huyen en faluchas de la miseria y de la
tiranÃ-a, son acusados de narcotraficantes, cuando apenas llevan consigo miserables ropas y muchos sueños de
dignidad, mientras los ricos gozan del lucrativo negocio. Es que la miseria siempre se ubica en bolsones, que la
televisión gusta mostrar como tugurios de cocaÃ-na, para deleite y morbosidad de atontados televidentes. ¿Acaso no
vemos en cada lluvia al desnudo la miseria, hoy transformada en objeto audiovisual?
           En mi familia sólo hay una persona que, realmente, se transformó en el pobre entre los pobres, sigu
enseñanza de Jesús: mi tÃ-o, el padre Esteban Gumucio, un cura poeta y loco que, por su gusto se fue a vivir a la
población Joao Gular; se identificó a tal grado con sus hermanos pobladores hasta se colgaba de la electricidad para
mantener un poco de calor en e frÃ-o invierno; como era un hombre digno, jamás se lamentó de su situación, sino que
aprovechó para denunciarla, en La cantata de derechos humanos y en múltiples poemas y obras de teatro, que se
convierten en un insulto y un clamor para aquellos que han convertido a Cristo en un corredor de la Bolsa o en un
ginecólogo.
Cuando los pobres se reducen en una mera estadÃ-stica
 Las encuestas son optimistas por naturaleza, ¿quién no se puede alegrar que la pobreza se haya reducido de un 48%en la época de la tiranÃ-a de Pinochet – al 13,7% en el 2006, y de 18.7% al 13.7% desde 2003 al 2006. La derecha
polÃ-tica, que se ha convertido hoy en populista y nazarena, por cierto que atribuye este éxito al crecimiento económico:
es un milagro más del neoliberalismo, que dispensa riquezas por doquier a los más pobres; por cierto, no creen que
haya tenido algún papel los programas gubernativos para erradicar la pobreza y la miseria, llamados Chile Solidario y
Puente. Para el gobierno, por el contrario, este es un gran triunfo de la Concertación.
           Estrategia se dedica a jugar con las cifras, dadas a conocer por MIDEPLAN: todo ingreso inferior a $47.
considerado pobreza; Este Diario lo divide, diariamente, en $1.500 diarios; supongamos que sólo viaja una persona, ya
gastarÃ-a $760 diarios, es decir, el 50% del ingreso y el otro 50% quedarÃ-a para las cuentas de luz y agua y para “puro
pan y puro té―, salvo los tallarines del domingo; podrÃ-a ser asimilado a la canción colombiana: “Oye, Bartola, aquÃ- te
traigo estos dos pesos, paga la renta, el teléfono y la luz y lo que sobre saque de ahÃ- para el guámbito, guárdame el
resto para tomarme mi alcanfor...― No tengo ninguna intención de ironizar sobre tan grave e injusta situación: la pobreza
me entristece y provoca mi espÃ-ritu rebelde. Es simplemente ridÃ-culo creer, como lo sostiene Marcel Claude, creer que
una persona es pudiente por tener un ingreso de $48.000, o los $135.000, del vital. La mayorÃ-a de los chilenos viven
con menos de $300.000 y todos los que estén en estos rangos debieran ser calificados como pobres.
           En forma triunfal, MIDEPLAN nos asegura que en Chile se ha reducido la pésima e inmoral distribuciÃ
ingreso: según el Ã-ndice Gini, que califica la pobreza de uno a cien, siendo la primera cifra pobreza absoluta y, la
última, igualdad absoluta, Chile ocupa el número once, de atrás para adelante, entre los paÃ-ses de mayor desigualdad
en el mundo; estamos acompañados por Bolivia y algunos paÃ-ses africanos, bajamos del 58 al 54, casi el margen de
error estadÃ-stico. Para seguir con las estadÃ-sticas, MIDEPLAN ha entregado la división regional y comunal de la
pobreza en Chile: la región del BÃ-o BÃ-o y la AraucanÃ-a siguen teniendo más de un 20% de pobreza; en la
Metropolitana, la pobreza está concentrada en las comunas de San Bernardo, La Pintana, Lo Espejo, Padre Hurtado, El
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Bosque y San Ramón, y la riqueza, como siempre, en Vitacura, Las Condes, Providencia y Ñuñoa.
PodrÃ-a extender, al infinito, este juego de cifras, como lo hacÃ-a el rey de uno de los mundos que recorrÃ-a El principito,
de Saint Exupéry, cuyo único sentido de la vida era contar, sumar, restar y dividir: un perfecto sociólogo, economista,
encuestólogo o “pobrólogo―, como califica a estos especialistas Marcel Claude.
Ser pobre entre dos CentenariosÂ
           En el Centenario (1910) morÃ-a el 33% de los niños, durante su primer año de vida; habÃ-a un 50%
analfabetos; los obreros del salitre ganaban entre $4 y $6 pasos diarios y la inflación galopante consumÃ-a el sueldos
de estos trabajadores; muchos de ellos morÃ-an en los cachuchos o por efecto del gas grisú; el alcoholismo, la peste y
otras enfermedades, como el tifus y la peste, diezmaban la población. Según Bloch, la muerte prematura, injusta y sin
sentido es la más fuerte antiutopÃ-a, producto del capitalismo.
           La “desesperanza aprendida― logra asentarse entre los pobres al comprobar el fracaso en la perm
búsqueda de empleo; al fin, ante tanto rechazo, el cesante deja de solicitar trabajo, refugiándose en el conformismo y la
aceptación de un destino de miseria, que considera “predeterminado― por poderes superiores.
           Para los oligarcas, los pobres eran los rotos: un subhumano, borracho, ignorante, maleducado, flojo y
maloliente. Por cierto que el Chile del Centenario no es igual al del Bicentenario, pero ser pobre o casi esclavo es lo
mismo en ambas efemérides. Siempre subsisten los dos Chiles y la enorme brecha entre ricos y pobres: hay un Chile
triunfalista y contento, que exhibÃ-an, en 1910, los artÃ-culos de los Diarios, como El Mercurio y El Ferrocarril y, hoy, las
encuestas que nos aseguran que no hay pobres en Chile.
           El 3 de septiembre de 1910, el gran periodista y luchador popular, don Luis Emilio Recabarren, dictó un
conferencia, en Rengo, con e tÃ-tulo de Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana, en la cual denunciaba
que el Chile independiente sólo habÃ-a servido a los ricos y que los pobres no tienen motivos para celebrar el
Centenario; que las cárceles eran las escuelas del delito, a las cuales estaban destinados los pobres; que el sueldo no
les alcanzaba para adquirir la más básica alimentación; que los habitantes de los conventillos vivÃ-an en piezas
redondas, sin ventanas y sin ventilación. Les aseguro que las cosas no han cambiado mucho, sólo que ahora casi
todos los pobres tienen un televisor, frente al cual pasan horas interminables en la contemplación de las copuchas de
tetas y traseros, que les ofrecen los ricachonesÂ
           A los ricos no les ha gustado nunca que los escritores denuncien la pobreza, por eso condenaron a Edw
Bello - por describir en El roto la vida en los prostÃ-bulos de la calle Matucana – a Baldomero Lillo - por describir la vida y
muerte de los mineros en Sub terra – y a Nocomedes Guzmán por su obra, La sangre y la esperanza. Por desgracia, en
este Bicentenario conformista, ni siquiera hay valientes escritores que denuncien la inequidad. Sólo hay apitutados y
frescolines derechistas, hoy botados a defensores de los pobres.
Rafael Luis Gumucio RivasÂ
20/07/09Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â
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