MEDITACIÓN GUIADA PARA SANAR EL CORAZÓN Sentado o, preferiblemente tumbado, permite que todo tu cuerpo se relaje. Deja que se vaya soltando, aflojando, músculo a músculo. Observa tus piernas y pies, poco a poco se van hundiendo en el suelo, al igual que las nalgas, la espalda, los hombros y la cabeza. Todo el cuerpo queda plácidamente sostenido por el suelo. En cada exhalación el cuerpo se afloja más y más. Las mejillas, los músculos de la cara, la mandíbula... Se sueltan, se relajan, imprimiendo en la cara una suave sonrisa que refleja el estado de relajación completa en el que te vas adentrando. Nos vamos dejando invadir por esta calma maravillosa, disfrutando de este estar aquí y ahora, sin nada que hacer, solamente estando aquí, siendo lo que somos, en un natural y espontáneo silencio. Podemos observar nuestra respiración, sin intervenir, sin intentar controlarla, solamente observándola, en su ir y venir, en su fluir natural. Al inhalar la respiración llega llenando el abdomen y el pecho, al exhalar el pecho se vacía, y posteriormente el abdomen. Su flujo es natural, suave, muy calmo, muy armonioso. Si así lo sentimos, podemos alargar voluntariamente un poco más la exhalación, vaciando bien el pecho y el abdomen. Pues, al vaciar, también nos vaciamos, cuerpo y mente, nos limpiamos y liberamos. Para poder recoger, hay que soltar, para tomar hay que dar, si no no tenemos sitio para guardar, para llenarnos de lo nuevo, para renacer. Así, en cada inhalación nos llenamos de aire y de vida, de salud y de amor, y en cada exhalación soltamos, lo soltamos todo, confiando en que volveremos a recoger esa vida, ese amor sanador, en la siguiente inhalación. Y continuamos así, con esa intención respiratoria, unos instantes más. Disfrutando de esta respiración purificadora, de esta luz de vida inhalada. Podemos visualizar el aire que entra y sale, como una luz inmensa y brillante, que nos sana y limpia por dentro, y que se expande hacia fuera al exhalar, irradiando luz armoniosa, sanando y limpiando también fuera de nosotros. A continuación, llevamos las manos al centro del pecho. Y permanecemos así, notando el calor de las manos al contacto con el pecho, a la altura del corazón. Ahora, al inhalar, esa luz blanca y radiante, penetra desde las manos al corazón, y al exhalar la luz irradia desde el centro del pecho hacia todo lo que nos rodea, o a donde queramos dirigir la luz, envolviendo de amor luminoso todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. Nuestro corazón siente el cálido amor que le llega al tomar el aire, la tranquila luz que le invade, aportándole serenidad, amable comodidad, compasión infinita. Y todo ello se expande al exhalar, más allá de nosotros. Pues la fuerza del corazón va más allá de nosotros mismos, no tiene fronteras, y todo lo sana y bendice. El corazón se abre, más y más, como una inmensa puerta que todo lo acoge y abraza. Sanándose, sanando, amándose, amando.... sin juzgar, sin condenar, sin tratar de controlar nada. Amando todo tal y como es, aceptando todo como es: este momento. Sin pedirle nada, aceptando con gratitud a todas las cosas y a todos los seres como son. Enviando un infinito abrazo de luz en cada inhalación y en cada exhalación, a uno mismo y a todo, sintiendo la unidad, que somos uno. Continuamos así, en esta visualización de amor y luz, que surge del corazón, llenando todo nuestro ser, y a todos los seres, a todo el universo. Y cuando así lo desees, podrás terminar esta meditación. por José Manuel Martínez Sánchez www.prana.es