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CIEN AÑOS DE COMPAÑÍA
Caso de estudio
AUTORES
RODRIGO MUÑÓZ
EDITORA
MARIEL VILLANUEVA PERALES
AÑO
2013
ANTECEDENTES
El presente caso hipotético fue construido a partir de varias historias empresariales
antioqueñas, tomando como trasfondo las grandes tendencias históricas en la orientación de
los discursos gerenciales en Colombia. El lenguaje utilizado por los personajes busca
corresponder al utilizado en cada época según las teorías o ideologías reinantes (religiosa,
tecnocrática, motivacional, etc.) y reflejando las intencionalidades de los dirigentes bajo cada
forma de comprensión de la administración y la empresa. Al final se da una relación de textos
que servirían de marco teórico para la interpretación de este caso y una bibliografía en la que
se inspira el relato.
CIEN AÑOS DE COMPAÑÍA
A finales del Siglo XIX, cuando Medellín era tan pequeña que recorrerla a pie de sur a norte
no exigía más de media hora, don Aureliano Uribe Jaramillo [p.466] fundó la que
promediando la centuria siguiente llegaría a ser una de las más grandes y representativas
empresas de la región y del país. Con un “capitalito” hecho trabajando al lado de su padre en
los negocios de oro y café y ajustado con una buena ayuda de parte de éste, montó un taller
de fabricación de gumperios1. Trajo desarmada de Londres, en barco y luego a lomo de
mula, una enorme máquina, e hizo con materiales de la región (piedra, barro y madera
principalmente) un enramada que más parecía un trapiche para la molienda de caña de
azúcar que una industria moderna como las que conoció en sus viajes a Europa.
Tenía siempre presente la sentencia de don Arcadio, su padre, al proporcionarle el dinero que
le faltaba para comenzar su aventura: “Acuérdese mijo que la plata no es de uno sino un
préstamo que mi Dios nos hace y que a Él nunca se le olvida pedirle cuentas a uno al final de
la vida”. Recordaba que le hablaba de las parábolas que escuchaba los domingos en la misa
sobre las semillas y los talentos, aclarándole que no se trataba simplemente de acrecentar
infinitamente su riqueza sino de devolver parte de ella en bien para la comunidad. Dar para
recibir, era —a su juicio— el secreto para mantener alejada la pobreza.
Don Aureliano montó su planta hombro a hombro con sus obreros e igual preocupación y
empeño le ponía a la producción de sus gumperios que a la suerte de uno de ellos (o de su
esposa o hijos) que estuviera enfermo o estuviera pasando por alguna penuria. Con el
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tiempo, el exitoso crecimiento de la fábrica fue permitiendo, poco a poco, crear servicios y
cuidados para sus trabajadores, tal como era la costumbre de las empresas locales y tal como
eran los preceptos de la Iglesia Católica de la época. Residencias, comedores, enfermerías,
escuelas, pabellones en el hospital local, etc., eran las prácticas más corrientes de una
cristiana dirección de las empresas.
Entretanto sus dos hijos varones, José Arcadio y Aureliano Segundo, crecían y él quería que,
como su padre lo hizo con él, aprendieran el manejo de sus negocios, pero “desde el barro”
como él tuvo que hacerlo. Entraron a la fábrica y desempeñaron todos los oficios. Más tarde,
los entró a estudiar ingeniería en la prestigiosa Escuela Nacional de Minas (ENM) donde se
estaban formando los jefes de las empresas más importantes de la época. En las vacaciones
volvían al trabajo o viajaban a Europa y a Estados Unidos con el propósito, no de pasear o
haraganear, sino de observar y escribir todo, incluso enganchándose como obreros en las
fábricas, y de traer nuevas ideas y nuevos desarrollos para su fábrica.
Andando el tiempo, José Arcadio y Aureliano Segundo tomaron el mando de la empresa e
introdujeron muchos cambios y progresos en la compañía pero siempre bajo esa visión de su
padre sobre la importancia de la gente y la responsabilidad con sus trabajadores y sus
familias, y además con el criterio que les enseñara su maestro de la ENM, don Alejandro
López, de que cualquier cosa que traigamos del exterior hay que hacerla pasar por “el alma
nacional”, es decir no copiar sino “crear” nuevas cosas a partir de lo que nos llega de afuera.
En los años sesenta, modernizaron y ampliaron las líneas de producción existentes, Se
lanzaron a la fabricación de nuevos productos, crearon nuevas empresas, invirtieron en
entidades financieras y de seguros y, en el curso de un par de décadas, hicieron de la
empresa paterna un grupo empresarial de gran tamaño y reconocido prestigio en todo el
país. Ellos sin embargo, no parecían reflejar en su comportamiento personal y en sus hábitos
regulares la dimensión de sus logros. Como solían decir sus trabajadores, “la plata no se
les ha subido a la cabeza” y, por el contrario, seguían siendo las mismas personas sencillas y
afables de siempre. Saludaban por su nombre a la gente y no tenían inconveniente en
escuchar, con gesto un poco paternal, a quienes querían acercárseles a hablar.
Un problema sin embargo, se vislumbraba hacia el futuro: ninguno de los hijos de José
Arcadio y Aureliano Segundo se interesó en los asuntos de sus padres y prefirieron estudiar
carreras artísticas y diplomáticas que los alejaron intelectual y físicamente de las empresas.
Paralelamente, y debido al gran tamaño que tomaron los negocios y los retos que en
consecuencia se les presentaban, debieron admitir nuevos socios y establecer algunos
vínculos interempresariales. Esto conllevó al inevitable hecho de que a su retiro debieron
aceptar que una nueva generación de ejecutivos, egresados de las muy nuevas escuelas y
facultades de administración, economía, derecho e ingeniería industrial, asumieran la
dirección de sus empresas, mientras ellos permanecían en las juntas directivas, un poco
sorprendidos del ritmo vertiginoso que tomaban las cosas.
Se decía que ahora sí había llegado una administración verdaderamente científica. Aunque
desde hacía tiempo los dueños habían implantado la medición de los oficios y la
racionalización del trabajo y de las plantas, esto nunca había sido percibido como un cambio
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brusco o traumático, pues el clima de paternalismo seguía siendo el mismo. Pero ahora,
muchas cosas nuevas, con una nueva terminología, hacían su entrada a la empresa ante la
mirada estupefacta de empleados y trabajadores. Administradores de empresas, psicólogos,
ingenieros industriales y profesionales de otras carreras, se encerraban en misteriosos
conciliábulos y concebían programas y proyectos difíciles de entender para el común de los
mortales. Eran necesarias muchas reuniones y cursos de capacitación para comprender cómo
funcionaba todo aquello de la Administración por objetivos, los presupuestos base cero, el
Desarrollo Organizacional, los Grupos T, la motivación, los estímulos, la necesidad de logro, el
enriquecimiento de tareas, la gestión de carrera, los perfiles ocupacionales,... y una larga lista
siempre cambiante de “recetas” y prometedores modelos administrativos. Muchas de estas
nuevas cosas eran tan complejas y especializadas que sólo los empleados medios y altos, con
algún nivel de preparación académica, tenían la posibilidad de entender. “La tropa” estaba
un poco al margen de estos acontecimientos y apenas recibía las órdenes de las
acciones directas que se esperaba ejecutaran para el funcionamiento del programa de turno.
El propósito de los altos ejecutivos de la compañía (o más bien del Grupo) era abandonar el
obsoleto esquema del paternalismo que de manera “alcahueta” malacostumbraba al
trabajador sin la generación de un compromiso real con el incremento de su
productividad. Ahora existían herramientas para inducir un mejor desempeño y una
mayor eficiencia del recurso humano sin descuidar la satisfacción de sus necesidades. La idea
era no dejar al azar cosas tan importantes como el clima organizacional, la resistencia
al cambio y el potencial de logro de las personas, y encauzarlos de tal manera que se
acomodasen a los objetivos de la empresa.
En la década de los setenta, el mundo estaba en crisis por el embargo petrolero de la
OPEP y nuevas amenazas como la inundación de los mercados mundiales por mercancías
baratas de Japón y del sudeste asiático en general, enrarecían el clima mundial de los
negocios. A partir de entonces, una especie de “nerviosismo” o de “paranoia” se apoderó
para siempre de la administración de las empresas. “Sobrevivir o morir” era la consigna y, en
consecuencia, otra gran cantidad de fórmulas y técnicas, esta vez más espectaculares aunque
más efímeras, hicieron su entrada en la escena empresarial. La Planeación Estratégica, la
Calidad Total, el Benchmarking, la Reingeniería, la Cultura Corporativa, la Gerencia por
Valores, el Downsizing, el EVA, el coaching y muchas otras, se disputaban el favor de los
dirigentes empresariales y éstos se especializaron en ir angustiosamente de una a otra de las
nuevas “recetas” buscando por fin la fórmula del esquivo éxito.
Los dirigentes del Grupo no eran la excepción. Las sucesivas administraciones,
ensayaron todo tipo de enfoque para ponerse a tono con las corrientes mundiales y poder
resistir los embates de la globalización. La “supervivencia” y el logro de una alta calid ad y
productividad a bajo costo se buscaban a cualquier precio bajo la permanente amenaza de
“perecer” en manos de la feroz competencia. Con la asesoría de famosas firmas consultoras
multinacionales contratadas una tras otra, la dirección formuló y reformuló varios planes
estratégicos, reestructuró su organización y redujo en varias oportunidades el tamaño de sus
empresas, despidiendo miles de trabajadores ante el diagnóstico de “obesidad” dado por sus
consultores, y se empeñó en un ambicioso plan denominado “Amanecer del 2000”, destinado
a generar en gran escala una actitud y una cultura de la excelencia en sus empleados y
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trabajadores. Se buscaba con este macroplan “centrado en el Hombre”, unificar la cultura de
las empresas en una única cultura corporativa en torno a valores de alto rendimiento y
competitividad que hicieran de la empresa una firma de “clase mundial”. Una capacitación
en gran escala, la implantación de nuevas metodologías para la creatividad, la
innovación y el trabajo en equipo, la creación de un plan de estímulos y recompensas para el
logro del perfil deseado y una muy ingeniosa campaña promocional, constituían el soporte
operacional de dicho macroplan.
A finales del Siglo XX, en la celebración de los cien años de fundación la compañía, un
sentimiento de grandeza invade a los directivos. De la pequeña enramada de don
Aureliano se ha llegado al imperio de la magnitud actual (que curiosamente se pondera
señalando su número de trabajadores). Y aunque la familia fundadora apenas conserva un
pequeño porcentaje accionario de la compañía, todo el mundo le rinde homenaje y la felicita
en cabeza del señor Aureliano III Londoño Uribe, hijo de la hermana menor de José Arcadio y
Aureliano Segundo, recientemente vinculado como vicepresidente administrativo, después de
gerenciar por varios años una mediana empresa de propiedad de la familia de su esposa. En
los discursos de los directivos se destaca la inquebrantable voluntad de perpetuar los valores
humanos y la filosofía de equidad de los pioneros y se declara que hoy como ayer, su gente
es el principal activo de la compañía. A Aureliano III sin embargo, todo esto le deja un
extraño sabor. No es eso precisamente lo que ha visto flotar en el ambiente de la empresa
en el poco tiempo que lleva en ella. En la gente no se refleja el mismo sentimiento y la misma
euforia de sus directivos. No le parece que se esté interpretando realmente el legado
original. Después de los actos centrales y alejado un poco del bullicio de la celebración,
ve con más claridad la magnitud de su tarea en esa organización y piensa con pesimismo si
el verdadero legado de sus ancestros tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra.
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