Trayectoria renteriana, Bidazti

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pre relativo a épocas en que el trab ajo se p odía com ercializar—artesar.o y com erciante. En siglos tan pretéritos como el XV y posiblem ente antes, teníam os tratad o s com erciales exclusivos y consulad o s propios en d iv ersas naciones extranjeras. Y R entería no
estab a al m arg en de ellos. ¿Cómo p u d iera estarlo? H ay testim onios de privilegios rea les a la s ferrerías y m e rcad erías ren te rian a s
que d a ta n d e 1338, 1340, 1376, etc., etc., p a r a creerlo.
Sus ferrerías eran fam osas, pero sus astilleros m ás. Incluso
hubo u n a época —p rim era m itad del siglo XVII— en que construíam os los m ejores buq u es de g u erra de E spaña, m ereciendo
Juanes de A m asa construir en 1624 y en sus astilleros de Basan o ag a, n a d a m enos que la C a p ita n a Real de la A rm ada. ¿No es
é sta u n a herm o sa b a ta lla g a n a d a, tan digna, cuanto menos,
como la de M achino al ten érselas con B arbarroja? ¡Y d a b a «babarrunes» a la p ar que gloria al pueblo que tra b a ja b a en y p a ra
los astilleros!
Trayectoria Renteriana
Por B ID A ZTl
( Del G. M. URDABURU )
R entería es industrial, ¡qué descubrim iento! Pero quizás m uchos ignoren que R entería es industrial de siem pre, considerando
como industria el la b o ra r construyendo algo que se sa lg a de lo
corriente en el h ab e r a rte san o de los p ueblos del m undo.
Sin em bargo, R entería no es citad a en la historia como tal sino
como p a tria chica d e los M achinos, Zubiaurres, Z am albides, A m asas, etc., en un etc. largo. M arinos son los que h an d ad o renom bre
a nuestro «txoko» en el p a sa d o con sus h az añ a s g u erreras. Es la
p a u ta histórica. Si uno in v en ta u n a m áq u in a en la que se m ete
p a ja y sa len calcetines, la gente se interesa, envidia al inventor
por el negocio y ... lo olvida. Pero si uno a n d a a tiros por esos
m ares con un p irata Florín cu alq u iera y sa le bien p ara d o , en seguida ten d rá un rinconcito en la le y en d a lo mismo que si h ace
an d ar, de noche y con an to rch as, a to d as las m ujeres y niños del
pueblo por lu g a re s como el alto de A ldaco, m ientras los hom bres
se sitúan sigilosam ente a la esp ald a del enem igo invasor y lo
echa a rodar, con sus m ercenarios alem an es, p e ñ a A ldab e ab a jo ...
Ya sé q u e se me o b je tará que la cosa lo m erece y que es cuestión de supervivencia el ser corajudo y b atallad o r. M uy bien, conforme. La rep u g n an te vida ésta en q u e n ad ie sa b e detener sus
ap e te n cia s en el punto mismo donde v an a chocar con las del
vecino, exige que uno esté a todas. Y claro, la adm iración, el
recuerdo, un lugar sn la p ro sa de Clío, siem pre q u ed a p a ra el
que devuelve golpe por golpe y si pu ed e con dos, mejor. Pese
a que Cristo dijo lo contrario.
Pero, a la larg a, la lu ch a cotidiana por las alu b ias es mucho
m ás im portante que aq u e lla s b atallitas. ¡Y no d a lu g ar a treguas!
Y en ella nos hem os distinguido siem pre bien y, quizá quizá, m ejor que en la otra. A p artir de los años aquellos en que Plinio y a
m encionaba el «Saltus O larso», si hom bres valerosos y au d a ce s
hubo en la tierra, los hubo tam bién em prendedores y constructores. Es fácil que los prim eros ferrones, los prim eros constructores de barco s del P aís V asco, tuvieran asiento en las orillas del
O yarzun. Las m inas de Ayako-A rri y la m a g n a ría —se cree que
el m ar lle g ab a entonces casi h a sta Iturriotz— lo h ac en factible.
Es curioso y en cierto modo lógico d a d a la pobreza ag ríco la de
n u estras tierras, que el vasco h a y a sido siem pre —con el siem-
C C o n tin u a c ió n «le ■». C OS M
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no sería ese el único motivo de orgullo laboral. El v en erable
F ray Francisco Bel, inglés que m ás ta rd e sufrió m artirio por la fe,
testim oniaba en 1633 «que las calles de R entería ten ían losas»,
lujo sólo digno de la s g ran d e s ciu d ades y señ al de u n a com unidad
floreciente y rica. No, no sólo los astilleros y m arin ería d aría n
vida y dinero a la villa, sino tam bién las ferrerías y, posiblem ente, m an u factu ras d iv ersas d eriv a d as del hierro y de la s artes
m arineras.
Pese a los días aciag o s de los incendios fran ceses que casi
term inaron con el pueblo y a la desecació n de la b a h ía ren te rian a que ac ab ó con los astilleros, si siguieron decaim iento y ruina,
fueron m om entáneos. En 1785 la ferrería de A ñarbe, que debió
ser fu n d ad a en 1592, e sta b a re p u ta d a como la m ejor de G uipúzcoa. Un siglo desp u és se tra b a ja b a n en ellas u n a s 140 to neladas
m étricas de hierro en b a rra s y tocho y de éstos se elab o rab an
u n as 120 to n elad as de cuadradillo, pletina, varillas, cortadillos, etcétera, d an d o ocupación a 120 obreros. Y h a b ía m uchas otras
ferrerías. En 1780 com enzó a funcionar la «Fandería» q ue fue
el pasm o de ios industriales de la época. A llá se «hendía, cortaba,
e n san c h ab a, estirab a y a d e lg a z a b a el hierro y otros m etales. Se
h ac ía clavetería y vasijería. Era la p rim era de E sp añ a y única
en la especie de doble reverberación». En 1873 fue d estruid a en
la g u erra carlista. Pero y a existían, d esd e an tes d e 1850, las fábricas de tejidos de lino y cáñam o como iniciad o ras de u n a n u ev a era. Por algo el rom ántico O zanam calificab a a R entería de
«rica ciudad» n a d a menos, cuando p asó por ella en 1852, a ñ a diendo que poseía «vergeles de m anzanos dignos de las g ran ja s
de N orm andía».
A principios del siglo actu al se nos atrib u ía y a el honroso título de «pueblo m ás industrial de E sp añ a y casi del mundo». Y no
hem os cedido ni un áp ice en este terreno sino q u e lo hem os g a nado. ¿Q ué otra villa de nuestros h ab itan tes pu ed e ostentar tal
v arie d ad y núm ero d e industrias?
E C H E V E R R IA
cioso ram o de flores. De estas cosas mucho podríam os contar. Pero
Todo lo que antecede, ¿no refleja u n a d ila ta d a y form idable
b a ta lla g a n a d a a lo largo de los años desde an tes de que se se ca se n u estra ría? Las mil y u n a fáb ricas donde los renterianos
encontram os los g arb an zo s cotidianos constituyen el fruto de la
m ism a. Sí señores, tenem os un puesto al sol y no de los peores.
Ferrones y calafates, forjadores y carpinteros h an d ejado paso a
técnicas m ás sutiles y, ¿quién nos p u ed e trazar u n a r a y a p a ra
decirnos: «De ahí no p asaréis» ? Con certeza, nadie m ás q u e nosotros mismos. N uestra m ism a pro sp eridad v a cam ino de ahog arnos
en la lam en tab le urbanización de n u estra villa. Se construye
con tal a n a rq u ía que m ás p are ce que querem os am ontonar c a sa
sobre c a sa sin aco rd arn os de que la s calles y p lazas tam bién
son n ecesarias. El a fá n de construir se nos h a vuelto u n a enferm edad.
nos frena un tanto la época, la d istan cia que nos se p a ra de a q u e llas fechas. F altaría quizá u n a com prensión en los jóvenes p a ra
aco ger con la am plitud de m iras los gesto s y frases de aq u el hom bre em prendedor, ejem plo de ren terian o s am an tes d e su txoko. Por
eso omitimos detalles hum an o s q u e se conserv an —y rec u erd an —
en toda su g randeza, en toda su esp o n tan eid ad y con todo su calor
hum ano, aq u el calor suyo lleno d e vigor, de proyección atlética,
como cuando su poderoso brazo im p u lsab a a la pelota y d esp erta b a la adm iración de todos los públicos.
— «He sido pelotari y a lca ld e de R entería, ¿qué m ás puedo p e dir?» —solía decir el bueno de don Cosme.
Luego murió, con el mismo aire de bohem io que vivió, pero
se llevó el afecto y el sentim iento de su pueblo, al que sirvió con
D espués de todo es u n a consecuencia previsible, dados n u estros anteced en tes. Sólo q u e no nos tenem os que olvidar que siem pre hem os hecho las cosas bien... Esa h a sido n u estra tray ectoria
y el secreto de n u estra pro sp eridad . No nos desviem os ah o ra ...
corazón y honestidad, eficacia y diligencia.
Desde estas colum nas rendim os nuestro hom enaje a don Cosme
E cheverría Retegui.
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