Skinheads - Davidjaramillo.net

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Botas Doctor Marteens, icono de la
clase obrera trabajadora inglesa.
Skinheads
antiracistas
Tres generaciones de skinheads mexicanos intentan sacudirse el estereotipo de jóvenes racistas y fascistas que la historia les colgó. Su estilo de vida es una forma de oponerse
a esas ideas. Con sus cabezas rapadas, sus cuerpos tatuados
y su actitud irreverente reivindican el origen multirracial que
marcó sus vidas. Las siguientes son las historias de Aknez,
Jorge, Said y Fatman. TEXTO Y FOTOS: DAVID JARAMILLO
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Aknez
Primera generación
40 años y 25 de contracorriente
Tres motocicletas en la entrada dan la bienvenida a esta tienda. Maniquís tatuados
con botas obreras y pelucas puntiagudas
de colores, máscaras sadomasoquistas,
cinturones y chamarras de piel con estoperoles, cascos de motocicletas en forma de
cráneos, una fotografía en blanco y negro
de Pedro Infante y diversas playeras, una
con la leyenda que da nombre a este lugar:
“Por los viejos tiempos”. Esta frase no es
una casualidad. Han pasado más de dos
décadas desde que Aknez se hizo “pelón”
por necesidad y convicción.
Por necesidad fue aquella vez que se
peleó con El Renan, un tipo que tenía en
su historial la vida de ocho fulanos. Aunque de cabeza rapada, no era skin. En esa
época Aknez se consideraba más un punk,
tenía los pelos erizos como Sid Vicius, el
bajista de Sex Pistols que quería romper
la ley a través de la autodestrucción. “Me
agarró de los pelos y me dio una madriza que no olvido. Pero era mejor a estar
muerto y al final, cuando descubrí que era
más fácil que me dieran en la madre con
pelos, entonces me rapé”. Desde aquella
época Aknez tiene la nariz rota.
A mediados de los ochenta se integró a una generación donde convivían los
punks, rockers y skinheads por igual. Ya
rapado y cansado de la imagen punk, decidió asumir el estilo de Ian Mackayne, el vocalista de Minot Threat, quien tenía ideas
positivas, no usaba prendas de piel por
respeto a los animales, no consumía drogas y prefería estimular la adrenalina en la
patineta. Como él, Aknez nunca consumió
drogas y para estimular su adrenalina prefirió liderar una de las bandas más representativas del hard core en México, la cual
estaba en contra de la guerra, el racismo
y del sistema capitalista: Masacre 68.
Aknez, en el interior de su negocio
ubicado en avenida Insurgentes [en la Ciudad de México], explica que él se identifica como un “Oi!”, una corriente donde los
diferentes estilos de vida no son motivo
de discriminación, sino el orgullo de la clase obrera trabajadora.
Aknez recuerda con nostalgia esa
generación que no tenía a dónde ir y por
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Aknez lleva 25 años de contracorriente social en México.
Jorge Oi! muestra su colección
internacional de fanzines autogestivos.
eso convivían en el mismo sitio entre
thrashers, punk, hippies y darks. “No había emos, pero también los hubiéramos
aceptado, porque creo que esos jóvenes
buscan y quieren ampliar su expectativa”.
Aknez añora aquellos tiempos cuando
los jóvenes representaban un movimiento en contra del racismo, del fascismo, tal
como ocurrió en Jamaica y Londres, donde
surgió hace más de 50 años.
“Hay movimientos que se manifiestan en la actualidad que reflejan un rollo
nacionalista-fascistoide (skinheads-azteca),
que yo no entiendo. Me gustaría encontrar
congruencia y respeto porque ahora es el
movimiento que yo llevo y no la idea del fascismo que por desgracia algunos jóvenes
intentan representar”, dice. “Desconozco
qué son, qué quieren, a dónde van. Es gente
que se cierra, ¿dónde está la tolerancia?”.
El día de hoy Aknez igual baila un
reggae que una salsa o un Minor Threat.
Y ese criterio que tiene para la música
es el que aplica para su vida, respetar al
otro, aunque sea diferente. “Creo que la
nueva generación no necesita nada de
nosotros, ellos se necesitan a sí mismos
con una razón, una actitud, una ideología
con una función nueva que reivindique su
propio movimiento porque no tiene que
ver con nuestra razón antigua.”
“Oi!” es una corriente adoptada
en México donde
los diferentes estilos de vida no son
motivo de discriminación alguna,
sino el orgullo de
la clase obrera
trabajadora...
Jorge
Segunda generación
35 años y 15 en el movimiento skin
Jorge Oi! tiene 15 años asumiéndose como
un skinhead, aunque no lo parece. Rapado,
de mirada tranquila, prefiere un par de tenis
y pantalones holgados a las botas obreras
y jeans ajustados. Editó fanzines de la historia de los skinheads para entender por
qué no son racistas, fascistas o neonazis.
En 1994 lanzó el primer fanzine llamado Ezkaramuza donde narró la vida
de Londres en 1969, cuando los Rude
Boys Jamaicanos llegaron a Inglaterra en
las oleadas de migración y conocieron
a los jóvenes ingleses llamados mods. Aun-
que vestían diferente, también les gustaba
la música negra y la cultura skinhead. Estos
últimos surgieron en Inglaterra en aquellas
épocas para reivindicar la clase trabajadora
y la diversidad de culturas.
Los skinheads londinenses tampoco
vestían como los mods o los rude boys, les
gustaba la elegancia, portaban scooters
como los negros, pero agregaban tirantes
y botas Dr. Martins, mostraban su origen
obrero, pelo rapado muy corto para diferenciarse de los hippies, a quienes consideraban jóvenes burgueses. Rude boys,
mods y skin heads compartían la fiesta gracias
a la música, a pesar de que tuvieran diferencias por la defensa de sus barrios.
Los años setenta no fueron fáciles
para Inglaterra. El desempleo y la desesperanza detonaron el surgimiento de
los punks que atrajeron a los skinheads
refugiados en el ska. Los punks buscaron
provocar a la sociedad con su vestimenta:
pelos mohicanos de colores, chamarras de
piel desgastadas y llenas de filosos estoperoles, botas obreras, pantalones ajustados
y cadenas en sus cinturas, agresivos y menos elegantes que los skinheads.
Jorge Oi! llegó a esta corriente decepcionado de Alex Lora. Como varias
generaciones de rockeros mexicanos, encontró en las letras contestarias del punk
lo que Lora no cumplió luego de la expectativa generada con Three Souls.
“El punk me llamaba mucho la atención pero el skin fue lo que me motivo
más”, cuenta un domingo acompañado
de su esposa y sus hijos, quienes juegan
entre las playeras que vende en el tianguis
de La Raza [en el DF].
A finales de los ochenta conoció a “los
pelones”, como se les llama a los skinheads
en Ciudad de México. Fue en el primer tianguis del Chopo que se organizaban en la calle Excélsior, barrio de La Raza. Ahí andaban
el Tiger, el Tex, el San Agus, el Confi.
“Me tocó ver la madriza entre los
PND (Punks Not Dead) y los del barrio de la
Nopalera. Vi putazos y me fui, estaba muy
joven y me dio medio”, dice. Fue por esta
riña que el tianguis del Chopo se trasladó
a la Guerrero. Cuenta que conoció “un tianguis del Chopo autogestivo, en cierto modo
protestón, en esa época no existía la infraestructura como la que hoy prevalece”.
Se refiere a la existencia de un comité de seguridad para evitar que gente
sin membresía venda, donde los comerciantes difícilmente aceptan el regateo
y el trueque es una bonita nostalgia.
A Jorge lo conocen como “Oi!”,
que significa la unión entre skins y punks,
aunque el sonido es identificado como un
grito de guerra: “hey, tú”, cuando se le va
a pegar a alguien.
“Oi! es la música, el street punk
que no se vendió, te habla de la calle, te
describe a la sociedad, la clase de vida
que tienen los jóvenes sin trabajo, o de los
que tienen pero son explotados, es un desahogo producto del descontento juvenil”.
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Fatman
Uno más de los jóvenes
En esta nueva generación hay un chico dj
que es conocido entre los “pelones” como
Fatman. Tiene 20 años y colecciona acetatos originales. Es el encargado de hacer
tocadas de sound system como en la época
de la isla jamaiquina. “Yo toco con mi sonido
Sound System con la idea de rescatar los
orígenes jamaicanos, los ‘pelones’ vienen
a mis tocadas y armamos la convivencia. No
me interesa lucrar, sólo intento rescatar los
orígenes que la música nos legó”, dice.
Fatman no se considera skinhead,
él sólo ama la música jamaiquina, no le
importa gastar hasta 600 pesos por un
acetato original de los sesenta.
Hoy reúne a la banda de skins antifascistas mexicanos que bailan al ritmo
del soul, ska y reggae. “En estos días hay
chicos que bajan música de internet y no
proponen nada en el sentido de que es muy
fácil traer su computadora o su celular y decir que son dj, esto nos arrebata la tradición
que consiste en tocar canción por canción
y hacer intervenciones por parte del dj para
saludar y animar el bailongo”, dice
Los bailes se dan entre cervezas, miradas, sudor y humo de cannabis. El movimiento es tranquilo y la rítmica une a todos
en una vibra armónica. Aunque hay veces
que se arma la bronca. “Pero todo queda en
una actitud tradicional, como en los viejos
tiempos de los rude boys”. Es así como el
skinhead mexicano se divierte y encuentra
una identidad propia en una sociedad que
no ofrece oportunidades por igual.
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Said
Tercera generación
19 años, 5 en el movimiento skin
Fatman no se considera skinhead.
Es un dj. Said sí. Pero se rasura la
cabeza para mostrar su repudio al
fascismo.
Una suástica reventada por un puño cubre
la cabeza rapada de Said. Con su tatuaje intenta hacer trizas el estigma racista y neofascista que carga un joven skinhead. De sus 19
años y rostro de chico malo sale una voz de ultratumba. Una cicatriz cruza su puño derecho
y comparte piel con una golondrina en tinta.
Su cuerpo es el lienzo de 15 tatuajes.
La tarde que su mamá se dio cuenta del primer tatuaje, se acercó y le dio un
“coscorrón”. Sólo dijo “está chido, total, se
quita cuando te crezca el pelo”. Sí creció,
pero Said se rasura la cabeza una vez a la
semana. De su familia de cinco integrantes,
Said elegió ser el skinhead. “Me llevo a toda
madre con mi familia, todos tenemos nuestra forma de pensar. No por ser skinhead voy
a tener problemas con ellos”, dice.
Said se gana la vida tatuando desde
hace dos años y medio en un estudio del
Centro Histórico del DF llamado Upsetter,
donde gana mil pesos a la semana.
Said es parte de una historia que comenzó a escribirse en Jamaica, en 1950.
La isla era muy pobre. Los “sound system
man” se iban con los marinos jamaiquinos a
Estados Unidos para comprar amplificadores y bocinas. Los aparatos eran trasladados en grandes camiones y las tocadas se
hacían en calles donde las familias completas convivían y bailaban calypso y mento,
ritmos africanos de Trinidad y Tobago. En
los barcos, además de los aparatos, arriban
a Jamaica los ritmos rhythm & blues que
sacudían a Nueva Orléans a mitad de siglo xx. Así empezaron a surgir los primeros
estudios de grabaciones donde crearon su
propio ritmo llamado ska.
El calor de la isla obligó un nuevo
ritmo llamado rock steady dentro del ska,
mucho más pesado y lento que hamaqueaba los cuerpos. Sus letras contaban
aventuras de los rude boys, esos jóvenes desempleados de la clase obrera en
busca de identidad. Se vestían con pantalones cortos, chalecos de tres botones,
sacos ajustados, boina o sombrero, lentes
oscuros y zapatos cómodos para huir. El
atuendo incluía una navaja para peleas
callejeras y la vida gansteril donde el robo
y la venta de droga no eran novedad.
En 1962, después de la independencia jamaiquina, los jóvenes inmigraron con
la idea de encontrar trabajo y diversión. Fue
en Inglaterra, país que los colonizó, donde
esta imagen podía concretarse. Fue la música que los rude boys esparcieron durante
la migración la que gustó a Said, el skinhead mexicano. A sus 19 años, reivindica
los inicios multirraciales antifascistas de
este movimiento. “Mi música preferida es
el ska, reggae, rocksteadi, Oi!, soul, punk,
varios estilos, no te cierras. La música es
una droga que te fortalece y que te hace
sentir bien. Ser skinhead llena todos los aspectos de mi vida, es llevar la frente bien
en alto, es una actitud”.
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