EL FARO 1 Marzo 2010 MARZO 2010 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 13 El arte de complicarse la vida JOSÉ VICENTE PASCUAL Poke Rafferty es escritor. Vive en Bangkok con su novia Rose, ex bailarina de un club de striptease (en efecto, ex-lo que ustedes están pensando), y con Miaow, una niña acogida por Rose que puede permitirse el pequeño lujo de elegir su edad, nueve años, y la fecha de su cumpleaños, aunque seguramente no pueda librarse nunca del recuerdo de su vida en la calle (también aciertan con lo que están pensando). La vida transcurre más o menos sosegada para este singular y desde luego encantador grupo humano. Rose dirige una empresa de limpiezas a domicilio cuya plantilla está integrada por muchas "ex" que han decidido librarse de la sordidez y explotación de su anterior oficio. Miaow lleva una existencia convencional y se siente protegida y querida en su nueva familia. Poke, como escritor que no puede evitar ser, es algo más extravagante: ha contratado los servicios de unos cuantos delincuentes, mafiosos, espías y gente de parecida catadura, para que le instruyan en las artes del gremio. Es uno de esos escritores anglosajones para los cuales Nulla sapiencia sine experiencia. De cualquier forma, todo parece estar bajo control. Hasta que un día... Todas las buenas historias empiezan con un fenomenal "pero" interpuesto en la vida de los personajes. Surge el conflicto y se desencadena el argumento. En El cuarto observador es de agradecer la sutileza e imaginación, el esmero con que Timothy Hallinan trama y ejecuta las condiciones bajo las cuales la vida de Poke Rafferty va a convertirse en una vertiginosa carrera, huyendo de la muerte y persiguiendo su salvación y la de quienes ama. Digo que es de agradecer porque la verosimilitud en este tipo de narraciones, o género si se prefiere (el puro thriller contemporáneo), es virtud literaria bastante complicada de encontrar. Si el argumento de El cuarto observador se formula de manera más espectacular, por ejemplo: "Tailandia - Un escritor y su novia exprostituta se ven involucrados en el tráfico de rubíes y en una guerra interna entre falsificadores de moneda, por lo que comienzan a ser perseguidos implacablemente por las mafias china, tailandesa y coreana...", lo más seguro es que el lector se suponga ante una novela de aventuras difícilmente creíble aunque entretenida. Mas el arranque de esta obra es pausado, de ritmo doméstico, detenido en los perfiles psicológicos de los personajes (acaso grata influencia de Le Carré, maestro indiscutido), para crear un ambiente de cómoda intimidad, esa conformidad con el entorno que siempre resulta aparentemen- EL CUARTO OBSERVADOR, TIMOTHY HALLINAN. EDITORIAL VIA MAGNA COLECCIÓN: VÍA MAGNA TRILLER, BARCELONA, 2010 412 PÁGINAS 18.95 EUROS te sólida a los personajes y llena de inquietud al lector, porque éste sabe que tarde o temprano aparecerá un capítulo titulado. "Puede que tengamos un problema". Hilvanar cuidadosamente, con una prosa fluida y en ocasiones brillante, cada uno de los pasos que llevará el relato de la "normalidad" a la vorágine de la acción desatada, es otro acierto del autor que agradecen sobre todo quienes, como un servidor, no son incondicionales seguidores del género. Sin embargo, una idea rectora se impone sobre las limitaciones (y la amplitud, evidentemente), propias de una historia como El cuarto observador: la asombrosa capacidad para complicarse la existencia que tienen los seres humanos, una inclinación casi fatídica hacia el desastre que, por tomárnoslo filosóficamente, resumiría nuestra bien acertada intuición de que en la vida, sucedan como sucedan las cosas, al final todo acaba mal. Hay verdaderos hallazgos literarios en torno a esta idea, como la fantástica sentencia de una de las empleadas de Rose, la cual se queja de que un cliente la mira demasiado mientras se dedica a las faenas de limpieza: "Si pudiera dejarme el trasero en casa, se acabaría el problema". Si pudiéramos desposeernos de cuanto somos y nos obstaculiza, de aquellos rasgos de la naturaleza humana que nos abocan sin remedio al conflicto... si pudiésemos dejar en casa no sólo el trasero sino la vanidad y la torpeza, el orgullo, la codicia y la impostura, probablemente seríamos mucho más felices, dormiríamos en completa beatitud, la vida sería como un largo río tranquilo, como una eterna tarde de domingo. Y no habría literatura. Timothy Hallinan nos recuerda con esta novela que vivir, ante todo, significa encarar un enorme reto. Quien lo acepta, siente el pulso de los días. Quien decide renunciar, para su desgracia descubre que las reglas del juego no contemplan esa opción. Al final, siempre queda la misma enseñanza: Vivir es riesgo. Lo demás, simulacros que llevan invariablemente al fracaso. EL FARO 2 Marzo 2010 Cultura/Poesía Dialéctica y poesía En torno a Pisadas sobre lienzo, de Isabel de Rueda DOMINGO F. FAILDE Se hace camino al andar. Este sencillo verso de Machado nos coloca ante la dialéctica, el constante fluir de las cosas, esa terrible huida hacia delante que construye la vida y, al mismo tiempo, la endereza hacia su consumación. Creamos, pues, la vida, paso a paso, golpe a golpe, verso a verso; y la vida, al hilo de la última pisada, se redime de su fugacidad gracias a la memoria. Con estos materiales, Isabel de Rueda (Jerez de la Frontera, 1962) ha escrito su último libro, Pisadas sobre lienzo, cimentado no obstante en la elegancia vaporosa y sugerente que, a propósito de Tu silencio en voces, le valiera el elogio de la crítica. Fue Mauricio Gil Cano quien definió su escritura como una poética del ensueño, aludiendo a la atmósfera que, unívoca y perfecta, envolvía al conjunto, imprimiéndole un halo de tenue romanticismo, a la sombra –remota, eso sí, sin permitir que ocultase su propia voz– de Bécquer, Machado y Juan Ramón, sumándose a la estirpe que, como dijo Fernando Ortiz, ha forjado los rasgos distintivos de buena parte de la poesía andaluza. Un profundo lirismo, que busca su agnición en la naturaleza y se expresa a través de la luz, el color y el aroma, expande la mirada de la autora, cuya paleta literaria -si se me permite el símil pictórico- siente predilección por los tonos tenues y consigue plasmarse en el poema con palabras sencillas, de esas que comparecen en el texto sin hacer ruido ni levantar el polvo, rozando lo nombrado, temerosas acaso de su profanación. Isabel es así y así es su poesía: auténtica, en la medida en que logra expresarse a sí misma, evitando incurrir en dos tópicos peligrosos: el solipsismo, por una parte, que suele resolverse en la autofagocitación del yo lírico, y la impostura, por otra, que acaba muchas veces anulando la voz del poeta o lo arroja al abismo del amaneramiento y la clonicidad. Gusta, por ello, recalar en los versos de Isabel de Rueda y sentirse a merced de una propuesta estética en que el ensueño es ley y la palabra es norma. Con esta matemática, el poema se hincha como una vela al recibir el soplo de la música, acompasada siempre por el latido casi imperceptible del corazón. De este modo, el navío poético emprende su periplo, surca con mansedumbre las aguas más bravías y mantiene, no obstante, una suave velocidad de crucero, cabeceando apenas, inmune acaso a las acometidas. Pienso que hay que ser buzo y lanzarse a las propias aguas, dijo en cierta ocasión. La poesía, en efecto, puede ser concebida como un ejercicio de exploración del yo. También de ocultación, pero no es éste el caso, por más que la voz lírica, escondida detrás de la puerta, mire la realidad por una rendija, no para enmascararse sino para evitar que su presencia pueda alterarla y, con ello, falsear su conocimiento y desnaturalizar su expresión. En esto consiste para ella la deslumbrante transparencia que anida en el poema, un pequeño -o no tanto- universo en el cual se contiene el misterio de la existencia y, en palabras de la propia autora, el deseo de transgredir ese espacio limitado que a todos nos envuelve. La idea de transgresión aparece con mucha frecuencia en el discurso de Isabel de Rueda. Conviene, sin embargo, aclarar que el concepto no apunta en su poesía al ámbito moral sino al estético y metafísico. Transgredir, en efecto, si atendemos a su etimología, significa ir más lejos, marchar más allá de. Se trata de una idea que, en sí, da mucho juego, pues constituye, de entrada, una declaración de propósitos y una cosmología. Lo primero, sin duda, nos conduce a un principio irrenunciable: la poesía, como acto creativo, supone siempre un salto hacia delante; y si el poeta, como el trapecista, se arroja desde el trapecio de la tradición literaria hacia los brazos que le tiende el futuro, queda en medio el tirabuzón, la pirueta que corta el resuello a los espectadores; el asombro, en definitiva, ante el hallazgo, es decir, la pericia de un vuelo que, en palabras de María Zambrano, deberá conducirle al tiempo del sueño, del deseo, y a la anticipación de la realidad. Lo segundo, naturalmente, nos regresa a una idea que mencioné al principio: la dialéctica, que no es sino la forma en que todo camina hacia delante, partiendo de un pasado que todo lo va devorando, pero que, sin embargo, viaja en nuestro magín hacia el futuro, gracias a la memoria. Nos hallamos así ante una de las grandes obsesiones que alimentan el discurso poético de Isabel. De la memoria encajada es el título de una de sus obras. El ejercicio de la evocación aparece como algo consustancial a la vida y conciencia, a su vez, de la misma. Sin ella, ni el espacio ni el tiempo tendrían razón de ser ni la vida, reducida a fenómeno biológico, podría constituirse en existencia, es decir, biografía. Pisadas sobre lienzo es la metáfora, lúcida y bella, de estas reflexiones. La existencia, concebida como un lienzo en blanco, acoge nuestras huellas al pisarlo. De este modo escribimos la historia, de la misma manera que creamos el arte, pues lo uno y lo otro convergen en aquella limpísima superficie, que espera ser hollada para poder existir. El libro, dividido en tres partes, bien delimitadas, cuyos títulos se limitan simplemente a ordenar (primera pisada, segunda..., tercera...), evidencia, de entrada, una distribución del espacio poético, asignándose los 13 primeros poemas al conocimiento, los 16 que le siguen al amor y, por último, los 6 restantes al dolor, por más que interactúen estos temas y atraigan a su campo otras ideas, conjurándose así cualquier riesgo de estancamiento y evitando igualmente el de incurrir en lo monotemático. Por sus versos desfilan lo divino y lo humano. Lo humano, sobre todo, y el amor como emblema, porque sin él nada sería posible. Resumiendo: Isabel de Rueda consolida con este libro la imagen que la acredita como una poeta con voz propia, cuya obra, pulida con esmero, se ensancha paso a paso y mira, como siempre, a los adentros, esa gran factoría donde se forja el conocimiento y se templa su música. Alejada de sinecuras y mercadeos, atenta únicamente al radar que detecta la belleza, va gestando su obra, introduciendo en ella toda la luz que cabe en su mirada. Como todo poeta verdadero, es, sin duda, un vestigio de otra vida más pura. Muchos son, desde luego, los motivos por los que sobrecoge su poesía. A menos que, como Alicia, el personaje más desvalido de Entre visillos EL FARO 3 Marzo 2010 Cultura/Poesía Sonetos al silencio de Enrique Morón LA POETA JEREZANA ISABEL DE RUEDA, AUTORA DE PISADAS SOBRE LIENZO, PUBLICADO POR EH EDITORES EN SU COLECCIÓN HOJAS DE BOHEMIA –esa obra maestra de Carmen Martín Gaite–, un río sea tan sólo agua que corre, e incapaces de ver las diferencias que el devenir imprime a la corriente, no menos que a la vista de quien lo observa, dejemos escapar el aura de las cosas, su inefable misterio, su belleza, no nos puede pasar desapercibida esa escalofriante serenidad con que Isabel de Rueda asienta su mirada en el poema, allegando al discurso la visión totalizadora que le hace exclamar, como a los clásicos, que nada de lo humano le es ajeno. Y, en hablando de ríos, asoma sus espumas mitológicas el de Heráclito, que es un cristal cambiante, a cuya constante versatilidad debe el hombre la ciencia y la experiencia, cuanto también la sana tolerancia que implica el ejercicio de pensar y obtener como conclusión la certeza absoluta de que lo absoluto no existe, que todo es relativo y está sujeto al cambio. Pero en el caso de Isabel de Rueda, el torbellino ancestral de esta danza, inspiradora de las de la muerte, allá por el medievo, viene a darse de bruces con el asombro que mana sin cesar de esta poeta, para quien la poesía nace directamente de la contemplación del misterio gozoso que, al pasar fugazmente, encuentra en su pupila un celoso notario que da fe o una maga que, a golpe de palabras, lo conduce a la eternidad y, a bordo de un papel, tan frágil y ustible, le imprime robustez y transparencia. La realidad, en sus manos, se ha convertido en poema. Pisadas sobre lienzo es la crónica lírica de este prodigio. El camino del ser en la propia existencia. Pero también las huellas de sus pasos, pues si no las dejamos impresas ¿quién dará testimonio de la vida? Como a estas alturas de la película literaria granadina no vamos a descubrir gran cosa sobre el mundillo poético en nuestra ciudad, Andalucía o España, nos dedicaremos en estas líneas a enumerar impresiones que un lector cualquiera, que maneje unas cuantas claves, pudiera extraer de un libro como el que ahora tratamos. 1º.- Tras una veintena de poemarios, nueve obras de teatro y un libro de memorias, a nadie se le escapa que Morón, junto con otros poetas de su quinta (pensemos en Narzeo Antino, Antonio Carvajal…), conocen y enriquecen el mundo poético en el que se mueven: la tradición española de corte renacentistabarroca, con sus elementos, elaboraciones y trampantojos no tiene secreto para ellos y les sirve para concretar un mundo en el que el poeta, lejos de llegar al mutismo, se aposenta como cronista frente a lo perecedero. 2º.- La paradoja entre el título y el contenido (los Sonetos al silencio… son cien) se resuelve en una división de seis temas principales, en los que el poeta no se separa de los grandes asuntos de la poesía, reelaborando tópicos y ampliando su riqueza imaginativa que ya demostrara con solvencia en títulos como Sereno manantial, Despojos o Senderos de AlAndalus. 3.- Los maestros reconocibles entre los versos de Morón son de primera categoría: entre Garcilaso, Lope o Góngora, Quevedo y Villamediana, reconocemos la musicalidad de Rubén o el dolor trasegado por lo puro humano de César Vallejo. 4º.- Morón es lector y poeta: reescribe ciertos tópicos, como dijimos, de las letras españolas que se muestran una y otra vez durante la historia de nuestra literatura, y que, de manera intransferible, llegan a conformar una serie de símbolos (quizá el bronce, por extensión, sea una personal alegoría de la edad y el paso del tiempo, recurso tan característico en Morón) que apoyan la lectura y la hacen apacible, segura y solvente. 5º.- Los temas en los que se divide el libro son diáfanos, así los títulos de las partes, nos van dando idea de qué nos vamos a encontrar: Naturaleza, Del amor, Existencial, Intimidad, De la vencida edad, Desolación: plenitud ante el mundo, personal y problemático hasta que el paso del tiempo que nos acerca a la muerte (o, mejor, la idea de un final) aparece, como iremos viendo. 6º.- Si hemos disfrutado de otros títulos de Morón, veremos que la elegancia es una de sus fundamentales máximas: el soneto (si mal no contamos en este libro, 39 en versos alejandrinos y el resto en endecasílabos) es la forma elegida para, a través de la contención que se impone desde el endecasílabo y la forma propia de la construcción elegida, o el fluir musical y más denso del alejandrino, no desistir del ideal de belleza y comunicación, sin por eso ser rococó o vacuo, y escribir para tres elegidos: contención, elegancia y maestría que aportan metáforas abarcadoras de mundos tan dispares como lo rural y lo urbano, sin perder rigor y fuerza el mensaje que desea comunicar. 7º.- A través de la naturaleza, a la que el poeta respeta y venera como punto de partida y del bronce –símbolo o alegoría del tiempo y la edad que se fue– el poeta nos muestra un mundo pleno de los cuatro elementos –aire, tierra, fuego y agua– donde el líqui- EL POETA GRANADINO ENRIQUE MORÓN, AUTOR DE SONETOS AL SILENCIO do forma parte de una imaginería que nos acompaña durante la lectura de todo el libro, ya sea para mecernos con suaves olas, o para asaltarnos el corazón con oleajes incontrolables. 8º.- La dicotomía entre campo y ciudad, se resuelve en pos del primero: hay un elemento salvador en lo verde, en la flor, en el árbol que da savia, contrapuesto a calles y callejones que hacen que el autor recuerde la «inhóspita ciudad» ya descrita anteriormente en otro poemario. 9º.- Pero no nos engañemos: la belleza que Morón nos recita íntimamente, está filtrada por un tamiz insoslayable para cualquier persona: la memoria. La disuasoria idea del olvido no es posible ante tanta realidad como Morón quiere expresar: el poeta se sigue sintiendo ajeno a Un mundo donde todo es objeto de culto:/ lo soez, lo vulgar, lo inhóspito, el insulto… […] Son las secuelas del capitalismo frío,[…]. La experiencia vivida y su recuerdo, el amor soñado y el logrado, la poesía y el reconocimiento… la muerte impostergable, porque estamos vivos y es trágico saberse finito. 10º.- El amor puede salvar: Pues prefiero vivir tu indiferencia,/ o sucumbir en tu maledicencia,/ que padecer el vals de tu partida.; el poema anegado de tiempo, también: Después fueron llegando los días más serenos/ y aprendí a contenerme y a modular los versos/ con precisión, con calma, sin ansias y sin prisas. Otro elemento salvador, mas también atravesado por la espada cruel del tiempo, es la amistad tan presente en la poética de Morón y su círculo (J. J. León, J. Lupiáñez, F. de Villena, A. Enrique, M. Aparicio, Á. Moyano…) que llega a decir a sus amigos: De todo cuanto fue, de cuanto ha sido sólo queda un recuerdo, una pavesa; rincón del llanto, sombra del olvido. Y nada puedo hacer, la ligereza del tiempo nos invade. La tristeza de violetas me dio su colorido. En conjunto, ni mucho menos un testamento poético como anuncian algunos versos (Es la edad de decir adiós a tantas cosas…), y sí mucho más un poemario que anuncia cambios que pudieran ser profundos en Morón: Éstos son otros tiempos, pues antes escribía/ a todas las criaturas de la naturaleza… Un relámpago (denso y magistral) más, de un poeta que lleva Anclado a la poesía serena y madura, desde antes de El bronce de los días. JUAN PEREGRINA MARTÍN EL FARO 4 Marzo 2010 Cultura/Poesía / Viaje Un vitalista, un buscador FERNANDO DE VILLENA En el volumen La memoria simétrica (Huerga&Fierro Ed) nos ofreció Ricardo Bellveser una antología de su producción poética desde 1977 hasta 1993. Con posterioridad publicó los poemarios Julia en julio y El agua del abedul. A todos estos títulos he dedicado ya mi atención crítica y puedo afirmar que el tema central de la poesía de este autor valenciano es la tristeza originada por la pérdida de la juventud. Acaba ahora de aparecer, avalado con el premio «Gil de Biedma», su libro Las cenizas del nido, una obra de inusual profundidad en la poesía de hoy, un libro marcado por el desgarramiento, una reflexión estremecedora sobre el tiempo, el olvido y la fugacidad de todo, salvo el arte. El argumento de la obra es el enfrentamiento del poeta con la antigua casa paterna donde ya nadie vive y donde se acumulan, en espera de ser saldados, muchísimos objetos que un día poseyeron su sentido y que al presente son sólo «rescoldos, pecios y trastos de atrezzo, de una comedia acabada a la fuerza, con desgana, con un doloroso final previsible y torpe». Impresionante, en verdad, el texto con el que arranca el libro («Lo que quedaba de ellos») e impresionantes muchos de los poemas que conforman sus páginas. Pero, al contrario de lo que pudiera pensarse, Las cenizas del nido no es una obra marcada por la nostalgia. Ricardo Bellveser no se recrea apenas en el pasado; mira siempre adelante; para él detenerse es morir y por ello se aferra a la certeza de que sólo le «queda una sombra de futuro». Es la visión propia de un vitalista, de un buscador. Y en esta búsqueda, con admirable sinceridad y con tono confesional, el poeta nos va dejando jirones de sí mismo. Sabe que, como esos emigrantes de color que pueblan hoy nuestras ciudades, todos somos exiliados ya hasta el fin desde el momento en que se arrasa el nido, la casa paterna. El estilo poético de Ricardo Bellveser resulta de una gran modernidad y fuerza. Símiles y metáforas originalísimas se suceden sin dejar descanso al lector en versos que fluyen y se encadenan con agilidad. EL POETA RICARDO BELLVESER A veces, también se recurre a la intertextualidad, como en el caso del poema «Anciana tras la ventana» donde algunos versos de Garcilaso cobran un sentido completamente nuevo al cambiar de contexto. La segunda parte del poemario contiene diversas reflexiones: sobre la inmortalidad, sobre la vejez y sobre el arte, la única tabla de salvación a la que se aferra el poeta. Comentaba al principio que Las cenizas del nido ha logrado el XIX premio «Gil de Biedma»; considero de justicia que se alce también con el premio nacional de poesía. Chopin, noche en silencio ANTONIO COSTA Se cumplen doscientos años desde que nació Chopin. Yo no sé nada de música pero la amo profundamente y me ha hecho vivir miles de vidas. Y para mí Chopin es lo esencial de la música. Cuando tenía cinco años mis tíos tenían un tocadiscos y solo un disco de Chopin y ya ese nombre fue magia en mis oídos. Mucho tiempo después visité Zelawowa Wola, la aldea de Polonia donde nació. Era un domingo por la mañana y había una concertista japonesa tocando sus nocturnos. Y visité la casa de Chopin en la vía real de Varsovia. Y allí escribí: «Chopin es el músico de mi vida». En otro tiempo visité la cartuja de Valldemosa, en Mallorca, solo para pisar los lugares que él pisó. Me asomé a una balconada oscura sobre unos jardines desde el cuarto donde él trabajaba. Y hace poco me maravilló encontrarlo en el cementerio Pere Lachaise de París. A mí la música me hace sentir la vida, me descubre los secretos de mi interior, me revela lo que no puede decirse de otro modo. Me hace ser extraño y yo mismo infinitas veces. Y Chopin mejor que nadie. El representa lo mejor del romanticismo. Que es, como decía Novalis, indicar lo infinito detrás de lo finito, lo oculto detrás de lo visible. Ya no se trata de grandes sinfonías, de construcciones artificiales o intelectuales, de síntesis abstractas. Se trata de fragmentos, de lo que aporta cada momento, contradictorio, fugaz, inclasificable. Sin encerrar en esquemas, sin dirigir con intenciones. Solo escuchar la vida como habla ella misma, con sus caprichos, con sus irreductibilidades. Se trata de acercarse al silencio, de callar uno mismo y escuchar lo que diga la existencia. Por eso dice Pasternak que Chopin no hace trampas. Chopin provoca lo mismo que Rilke: que el más mínimo instante parezca extraño y profundo. Y se trata de situarse en la noche. Porque en ella surge lo que está más callado, se siente más que se mira, se palpa más que se dibuja. La verdadera música pertenece a la noche. Y nadie lo manifiesta mejor que Chopin en sus Nocturnos. Y también Chopin se acerca a las creaciones populares, que son pura autenticidad (antes de que las manipule la cultura industrial), emoción sencilla, surgir inconsciente, como en las Mazurcas. Y escucha el sentir de su pueblo polaco, que todos los imperios quisieron aplastar, que los poderosos intentaron barrer, pero sigue latiendo como la noche, en las Polonesas. Una de ellas es especialmente memorable, nos lleva a los rincones más recónditos de la celebración y la nostalgia. Todo ello sin retórica, sin dirigirse a las galerías ni a las academias. Componer música como se habla a alguien al oído, como se esbozan confidencias en la noche. Sigamos a Chopin en sus leggerisimos como los reflejos del alma. EL ESCRITOR ANTONIO COSTA RINDE TRIBUTO A CHOPIN, SU ÍDOLO EN LA MÚSICA, ANTE SU TUMBA,EN EL CEMENTERIO PERE LACHAISE DE PARÍS FOTOGRAFÍA DE CONSUELO DE ARCO LOZADA EL FARO 5 Marzo 2010 Cultura/Clásicos Merimée FCO. GIL GRAVIOTO En mi paseo de hoy me acompaña don Próspero Merimée. Quiero decir uno de sus libros, su inolvidable Teatro de Clara Gazul. Una deliciosa obrita con doce pequeñas piezas de teatro, (teatro más para ser leído que representado), que tienen por escenario distintas ciudades de España: Granada, Toledo, Sevilla, etc. Lo escribió Merimée cuando sólo tenía veinte años y únicamente conocía España de referencias. Esas referencias procedían de los hermanos Hugo, Abel y Víctor, sobre todo del primero, que sí conocían España de haber vivido en ella. Abel y Víctor eran hijos del general Joseph Hugo, amigo y protegido de José I de España, rey culto y bondadoso, pero intruso. Abel había nacido en 1798; Víctor, que después sería universalmente famoso, en 1802. Entre ambos estaba Eugenio, nacido con el siglo: 1800. Cuentan que Víctor fue concebido en un paseo que sus padres hicieron a la cima más alta de los Vosgues, detalle que se completa con otro muy significativo: el museo que lleva su nombre se encuentra en París, precisamente en la plaza de los Vosgues. Nació en Bensaçon, capital del Franco Condado, donde todavía quedaban abundantes vestigios de su época española, el 26 de febrero del mencionado año. Su nombre también tiene una pequeña historia: es el mismo de cierto amigo de la familia, Víctor Lahorie, padrino del niño, que, poco después, -¡oh ironías del destino!-, también sería amante de Sophie, la esposa de Joseph Hugo. Mucho antes de que este destacado militar pisara suelo español ya había ocupado importantes puestos de responsabilidad, primero en Francia y después en Italia; el más importante de ellos sin duda fue el de gobernador de Avellino, en Nápoles. De allí pasó a España. Llegó a Madrid llamado por el rey José I que, de la noche a la mañana, lo ascendió de comandante a general y, aunque en esa época el matrimonio Hugo ya se había tirado más de una vez los trastos a la cabeza y cada uno tenía su respectivo «arreglo» fuera del matrimonio, el rey José consiguió que, al menos en apariencias, vivieran en Madrid como un matrimonio normal. Para los niños España fue el gran descubrimiento. Tanto Abel como Víctor quedaron seducidos por el paisaje y la cultura española. Pero, debido a que, al cabo de cierto tiempo, doña Sofía volvió a París con los dos más pequeños -el matrimonio se había venido irremediablemente abajo-, será sobre todo Abel, el mayor de los hermanos Hugo, que había quedado en España como paje del rey José-, el que, ya derrotado Napoleón y con el rey José, emigrado a Estados Unidos y convertido en ciudadano corriente y moliente, va a ir divulgando entre la elite literaria del Paris de entonces todos los encantos de aquella España que tan precipitadamente ellos habían tenido que abandonar. Tierra de contrastes, a la vez pobre y orgullosa, con un pasado glorioso y un presente cada día más turbio, era para todos aquellos jóvenes, ganados por el romanticismo de la época, todo un mundo por descubrir. A todo esto un acontecimiento nuevo e impre- PROSPERO MERIMEE visto vino a dar más actualidad al tema de España: la intervención francesa, orquestada por la Santa Alianza, que muy pronto se conocería con el nombre de los «Cien mil hijos de San Luís»: invasión en abril de 1823 de sesenta mil soldados franceses -los otros cuarenta mil los aportaría el país invadido-, al mando del duque de Anguleme, todos movilizados para defender el absolutismo del rey Narizotas, quizás el rey más cobardón y detestable que ha tenido España. Nadie lo ha retratado tan bien como Tayllerand: «Sólo está dotado para el bordado de bolillos». Una vez más la Francia culta y literaria se dividió en dos: los partidarios y los que se oponen a tal intervención. Entre estos últimos se distinguió por su vehemencia Prosper Merimeé, joven abogado -aquel mismo año había terminado Derecho- y gran promesa de las letras francesas. Ese mismo año apareció su primer libro, El teatro de Clara Gazul. De todos los cuentecillos de este libro el que a mí más me interesa es el primero, titulado «Las tentaciones de San Antonio», cuya acción transcurre en los comienzos del siglo XVIII y en una ciudad que él tan sólo conoce por las referencias de lo hermanos Hugo: Granada. En esta Granada, para él desconocida y lejana, que muy pronto se convertirá en mito y emblema de los románticos, una gitana, guapa y cautivadora, ha sido denunciada a la Inquisición por hechicera. Recluida en las mazmorras del Santo Oficio, peligra morir en la hoguera en solemne auto de fe, ya que las pruebas son concluyentes, pero su belleza la salva: el inquisidor mayor de la ciudad termina colgando los hábitos y huyendo con la gitana a Gibraltar, recién conquistada por los ingleses. Es, qué duda cabe, el precedente más notorio de Carmen, pero también la victoria del amor sobre la obcecación religiosa de la Inquisición. Eros triunfante de Tánatos, la carne vencedora del fanatismo. No podía ser de otra manera para un romántico. ¿Cómo nos cuenta todo esto Merimé? A este respecto prefiero traer a estas líneas la opinión ajena a consignar la mía. Valga la de Azorín. «El estilo de Merimeé -nos dice Azorín en su libro España y Francia- es sobrio, rígido, sin sentimentalidad». ¿Está usted seguro de esto último, don José? Hago una pequeña parada para leer un fragmento de este libro. Es muy posible, pienso, que si Merimée pudiese ver en lo que ha quedado aquella Granada de ficción y leyenda de los románticos, quizás se volviese apresurado a la tumba. Ahora sólo es una ciudad anodina, desarbolada, sin vega ni jardines, salpicada de contenedores de basura, y con uno de sus ríos convertido en cloaca y el otro cubierto de cemento. Es, en este sentido, digna de admiración la labor, callada y persistente, que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, desde hace ya años, viene desarrollando en pro del afeamiento y destrucción del paisaje de los alrededores de Granada. Entre los gerifaltes de la tal confederación y el actual Ayuntamiento han conseguido la urbitas insulsa perfecta: una ciudad pensada para comerciantes y ejecutivos de teléfono portátil que miran con desprecio a todo el que se para un instante a contemplar una estrella o un atardecer. EL FARO 6 Marzo 2010 Cultura/Poesía LA POETA VALENCIANA, AFINCADA EN JEREZ DE LA FRONTERA, DOLORS ALBEROLA, AUTORA DE DEL LUGAR DE LAS PIEDRAS, PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA ALONSO DE ERCILLA, 2008 El intimismo poético de Dolors Alberola JOSÉ ANTONIO SÁEZ Escribió Rubén Darío unos famosos versos que pertenecen a su poema «Lo fatal» y que comienzan diciendo: Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque esa ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente. La poeta Dolors Alberola, residente en Jerez de la Frontera, aunque nacida en Sueca (Valencia) en 1952, obtuvo con Del lugar de las piedras (2009) el Premio Internacional de Poesía Alonso de Ercilla 2008. Entiendo que la autora, que tiene en su haber una larga lista de títulos y premios de amplia resonancia en nuestro país, ha querido con este título ubicar, situar, conceder un espacio a estos objetos que forman parte de nuestra realidad más cercana y, por tanto, de nuestra vida; así como creo entender, del mismo modo, que las piedras son para ella objetos dotados de una gran carga simbólica impregnada, así mismo, de gran contenido lírico. El uso del objeto piedra como tal tema poético, podríamos decir que no es nuevo, que pertenece a una larga tradición literaria que se extiende desde la antigüedad hasta nuestros días; pero lo que sí resulta novedoso en este libro es el tratamiento que se da al mismo tema y la atribución significativa con que se dota al mismo. Dolors Alberola ha escrito un libro intimista porque sus versos hablan de un espacio interior rememorado, aunque pudo muy bien ser vivido o experimentado con anterioridad. Para ello le es lícito convertir en aliados de esa mirada interior a seres y cosas que cobran sentido emocional para ella y que pueden ser desde elementos de la naturaleza a edificios significativos, o desde determinadas horas del día a otras de la noche y, por supuesto, al tiempo, al paso del tiempo; que a mi entender se convierte en determinante. Digamos que la autora siente la necesidad de retener el tiempo, de atesorar en su interior la delicadeza, hermosura y trascendencia de los momentos que llenaron intensamente su espíritu. Los poemas de este libro están atrapados por esa rememoración acumulativa de instantes vividos, dotados de trascendencia por su alta significación emotiva, aunque no necesariamente tengan que estar revestidos de especial solemnidad. Se trata del gozo sosegado del espíritu o de recreación pausada de la memoria. Es como si sintiera la necesidad de vivir más despacio para vivir más intensamente los instantes con que la existencia nos regala. De lo contrario se tiene la sensación de que la vida se nos escapa y de que no podemos retener cuanto de valor hay en lo que vivimos. Las piedras son símbolo para mí de resistencia frente al tiempo, de dureza e imperturbabilidad ante sus embates. En cierto sentido representan la eternidad. A diferencia de los seres humanos, la dureza y resistencia de la piedra choca con la fragilidad de las emociones y vivencias humanas, de cuyo efímero paso sólo nos queda constancia en la memoria y en ella pueden ser atesoradas de alguna forma. No todas las emociones son positivas, ni siquiera las más intensas son las más felices. Y del mismo modo, también las emociones acercan al dolor y el dolor al desgaste de vivir y, por consiguiente, a la muerte. Del lugar de las piedras es un libro profundo porque nos habla de un mundo interior no siempre fácilmente descifrable para el lector o el crítico que se aventuran en su interpretación. En él tiene un lugar destacado la presencia de la mirada, pues a través de ella aprehendemos la realidad circundante en toda su dimensión trágica y hermosa. Y, claro está, interiorizamos esa mirada que proyectamos sobre la realidad circundante hasta convertirla en memoria. Dolors Alberola ha escrito un libro compuesto en su inmensa mayoría de poemas extensos que dan curso a cierta disposición hacia la narratividad, con tendencia al desahogo de emociones que se agolpan en su interior y pugnan por abrirse paso a través de la página en blanco. Su mundo interior a ella sola pertenece, aunque el lector siempre puede encontrar claves que le ayuden a descifrar el misterio oculto. Así, es obvio que en los textos de este libro está muy presente el tema del amor; si acaso vivido como la más alta representación de la vida, pero también con la conciencia de su fugacidad, de su fragilidad, de su contingencia. Del mismo modo, no podría dejar de mencionar el culturalismo de sus guiños hacia el mundo clásico griego y romano o hacia la música clásica y el arte en general. Versos, igualmente, revestidos de un barniz romántico que nos resulta tan fino como elegante. En estos poemas hay una imperiosa necesidad de atrapar el tiempo y con él las emociones que nos hacen vivir día a día. Las piedras suponen la evocación de otras vidas que fueron vencidas por el tiempo y la muerte, pero en las cuales hay siempre algo que las trae, que las devuelve a nuestra memoria o a nuestra conciencia. Y a través de ese ejercicio, digamos que son mínimamente devueltas a la vida. Pero como decía el poeta nicaragüense, la piedra no siente, y el instinto natural del ser humano le lleva a protegerse de todo aquello que pueda representarle dolor: el intenso dolor se saber su vida perdida y pasto del olvido. Del lugar de las piedras es trasunto, finalmente, de lo caduco de toda vivencia humana, de toda existencia humana. Con delicadeza, con sutiliza, así nos lo hace ver Dolor Alberola en estos textos discursivos que sirven de lírico desahogo emocional a su autora. Su mensaje último no puede ser más pesimista y desolador (pero esto seguramente habrá de deducirlo el lector avezado) y éste no es otro que el olvido, las cenizas que quedan tras las brasas. EL FARO 7 Marzo 2010 Cultura/Los apuntes del maestro ESTAIS PRECISAMENTE PARA DESTRUIR LOS ESPEJISMOS, PERO PARA DESTRUIRLOS CON AMOR. EL AMOR NO HUMILLA, SINO QUE ACOGE; EL AMOR NO DESPRECIA, SINO QUE AMAMANTA; EL AMOR NO ODIA, SINO QUE PROTEGE. ALLÁ DONDE HAY AMOR, HAY VERDAD Lección Segunda La Verdad Apuntes tomados por Samuel Labor en el Taller de Pensamiento del maestro León Maraz SAMUEL LABOR Alumnos míos, preguntáis qué es la verdad. Resulta muy simple: la verdad es la realidad. La verdad es aquello que permanece cuando la bruma se ha desvanecido. La verdad es lo que brota del silencio. Mis amados discípulos, el mundo vive envuelto en la niebla. Todo hombre es un proyector. Proyecta sus creencias y éstas se plasman en la niebla. Y confunde con la realidad cuanto ve ante sí. La mayoría de los hombres, pues, sólo se ven a sí mismos. La verdad es para ellos su verdad. Esta no es la verdad que debéis encontrar. Tenéis que aprender a parar la cámara. ¿Cómo se hace? Abandonad toda ambición, todo deseo y todo temor y toda lucha. Consideraos un simple guijarro en la corriente del río. No podéis nada contra el río, pero sí podéis contemplar su curso, a veces, detenidos; a veces, inmersos en la corriente, camino de las llanuras y del mar. No podéis sino permanecer o fluir, pero no podéis oponeros a las aguas ni tampoco lograr que éstas os ensalcen, que os premien, que os distingan. Cuando se abandona toda voluntad, la verdad desfila ante nosotros. Comprendo lo difícil que es ser siempre como ese flemático guijarro, y no puedo exigíroslo permanentemente, pero sí es necesario cuando se trata de ver la verdad. Amados alumnos, todo se aprende. Y como habéis aprendido a andar, se aprende a ver la verdad. ¿Cómo podéis saber que estáis viendo la verdad y no vuestras ilusiones? Porque la verdad late de otra forma. Cuando vemos la verdad, estamos serenos. No hay miedo, no hay rechazo, no hay ataque, no hay vanagloria. Vemos la verdad y sólo podemos aceptarla, ya que todo cuanto puede ser transformado no es verdad. Cuando la verdad está a nues- tro lado, brota el amor. Lo amamos todo, hasta lo que el mundo cree abominable. Cuanto se considera abominable no es sino un juicio y, por tanto, una condena de la verdad. Lo abominable sólo existe en la mente de los que no pueden ver. Donde habita la verdad no hay contradicciones, no hay puntos de vista, no hay zonas oscuras ni luminosas, no hay alternativas. Donde habita la verdad sólo hay luz. La verdad es el río que nos inunda y nos conduce. Fluid siempre con ese río. Nunca os opongáis a él. Cuando veáis algo que no os gusta, os desagrada u os inquieta, vedlo como una parte de vosotros mismos; vedlo como una sangrienta división en vosotros; y tratad de restaurar la unidad; tratad de llevar amor a la lucha que hay en vosotros. Y cuanto os atormenta desaparecerá. Y el mundo manifestará amor y no guerra. Pues todo cuanto sea sangre y sufrimiento pertenece a las ilusiones, es un producto de las ilusiones, es la violencia de quienes buscan el amor por caminos errados; de quienes confunden la película con la realidad, y luchan a ciegas, exigiendo a los demás lo que nunca lograron de sí mismos. El amor sí que es la realidad. Amor en todo, sobre todo y para todo. ¡Y no hay que buscarlo! Está ahí, en cantidades ingentes, infinitas, al alcance de la mano. Pero los ciegos no pueden verlo porque, en su bruma, sólo contemplan ilusiones. De ahí que la verdad sea el deshacerse de la bruma. La verdad no puede ser predicada. La verdad sólo puede ser vivida. Servid a la verdad, alumnos míos, y el mundo la verá en vosotros. Os mirarán con ojos extraños, sí, porque la verdad aterra a quienes viven envueltos en ilusiones. Pero al mismo tiempo quedarán fascinados por vosotros, prendidos de vosotros. Ya que sois el ejemplo vivo de que la verdad puede encarnarse, y que el engaño y el sufrimiento no son el fatal destino del hombre. Mis queridos alumnos, no debéis consideraros por encima de los que abrigan ilusiones. Pues quien vive en la verdad, sólo puede ver la verdad en los demás. Así que allá a donde vais le hacéis un regalo al mundo: no creéis en sus fantasías y, al no creer en ellas, lo liberáis. Como no veis el error, sino la verdad, dignificáis a todo hombre. ¡Qué pesada carga le quitáis al mundo! Mis queridos discípulos, el mundo querrá también que volváis a él, y os tentará de todas las formas posibles, con descalificaciones, con prebendas, con amenazas, con elogios, pero vosotros no creáis en nada; son los mismos espejismos que habéis sobrepasado. Y al no creer en ellos, los deshacéis. Amados alumnos, cuando hayáis aprendido a ver la verdad, ¡os parecerá tan natural! ¡Os parecerán tan romas, tan obtusas, tan ridículas las apariencias! Pero no descalificaréis a nadie. Estáis precisamente para destruir los espejismos, pero para destruirlos con amor. El amor no humilla, sino que acoge; el amor no desprecia, sino que amamanta; el amor no odia, sino que protege. Allá donde hay amor, hay verdad. ¡Pero no hablo del ridículo amor de Occidente! De ese amor que es un intercambio de cualidades y bienes; de ese amor que es el refugio de los incompletos y el pretexto de los gregarios. Hablo del amor pleno, de amor incondicional, del amor entre iguales, del amor que hace crecer, del amor que se entrega al río. Pues todo amor que no se entrega al río es la suma de dos soledades. Y donde hay soledad, hay espejismos. Así que, mis queridos discípulos, nada puede hacerse sin el río. La verdad tiene que contar con el río. El amor tiene que contar con el río. Y el río no es sino la fuerza de la que mana todo. El río son las invisibles raíces del cosmos. El río es el campo cuántico donde la materia se crea. El río es Dios. Curiosa paradoja la de que, cuando nos creemos poderosos, somos prisioneros; pero cuando nos rendimos al río, somos libres. No hay verdad, alumnos míos, sin libertad. Vosotros tenéis que ser absolutamente libres. Las leyes de los hombres no son vuestras leyes. Vuestras leyes son las leyes del río. Si acatáis esas leyes, nada podrá velaros la verdad. Una vez que la verdad ha aprendido a caminar con nosotros, siempre permanece a nuestro lado. ¡Pero hay que alimentarla! Pues de la misma forma que quien no anda se entumece, quien no alimenta la verdad vuelve a ser pasto de las ilusiones. Vosotros, mis queridos alumnos, en este Taller de Pensamiento, sois gimnastas de la mente. Si cumplís vuestros ejercicios, la verdad cobrará en vosotros músculos de acero. EL FARO 8 Marzo 2010 Cultura/El Canto del Urogallo LEVANTO LA VISTA AL CIELO PLOMIZO Y ME QUEDO ATÓNITO ANTE LA MULTITUD DE PÁJAROS MIGRATORIOS QUE PASAN, SUPONGO, HACIA LOS HUMEDALES, LAS MARISMAS DE DOÑANA FLAMENCOS EN DOÑANA Mientras las savias duermen PEDRO RODRÍGUEZ PACHECO Mientras las savias duermen y el jardín es el cauto escenario de un desnudo desplante, dedico mi silencio a las voces ajenas que quieren conjurar los estropicios que ya, mucho antes, habíamos denunciado para que no lo fueran; pero ahora, Fernando Aramburu, hablando de reivindicaciones literarias, afirma que éstas hay que hacerlas y, «sin la menor duda, y aquí sí que no transijo, Félix Francisco Casanova Martín, poeta canario de una singular lucidez, un maestro del misterio, hondo y liviano… Es, en cierto modo, nuestro Rimbaud […] Pienso que no necesita reivindicación ninguna; que somos nosotros, los desinformados, las víctimas de nuestra ignorancia, quienes debiéramos reivindicarnos frente a sus obras»… Y si hablamos de reivindicaciones, Miguel Albiac también lo hace de la obra de José Jiménez Lozano en estos términos: «La belleza, ¿qué fue de cuanto llamábamos bello?» Y se responde: «El hermético despotismo en el cual vivimos a lo largo de las cuatro últimas décadas, no es ya el de las grandes voces destempladas de los viejos autoritarismos. Es el de una homogénea cháchara castrada, un hilo musical del discurso en el cual todo suena lo mismo». Sí, en definitiva —y teniendo como ejemplo a Jiménez Lozano— el poeta «ha tratado de recuperar ese mínimo de concreción casi imposible de escuchar bajo la ruidosa quincalla que, si no asfixiarlo, ha conseguido borrar su tenue voz entre nosotros»… Mientras las savias duermen y el jardín deja el triunfo a los pavos reales (parlanchina la crítica cuenta cosas banales), y así lo testifica Víctor Márquez Reviriego así lo testifica cuan- do hablando de los hurtos críticos, dice que ellos hacen posible el disfrute, en su caso, de lo hurtado porque los tales son consecuencia «del habitual mamoneo mediático y de los favores ministeriales, académicos, autonómicos y diputacionales de tanta tradición mazorral y cortijera: los circuitos, los corralillos, las reboticas y el monaguilleo… En fin, ese tinglado de la vida literaria en el que incluyo a las editoriales, a la crítica, a los suplementos literarios de los periódicos y a la mayor parte de los poetas (la parte en cursiva corresponde a la novela de José Mª Vaz de Soto, Sevilla, estación términus, reivindicada por Víctor Márquez). Recomienda Reviriego esta novela, así como la de Eliacer Cansino, Una habitación en Babel y El año de Malandar de Juan Vila, advirtiendo que, «absténganse los de código, bidones y bestsellerías sacro-textil»… Mientras las savias duermen y el jardín es una fotografía en sepia de sus ausentes huéspedes, el crítico sevillano Miguel García-Posada, reseñando el volumen dieciséis de Salón de los pasos perdidos (Troppo Vero) de Andrés Trapiello, arremete contra una crítica definida por él como aristotélica y croceana, la del unitarismo antropológico; termina la recepción de la obra de la siguiente manera: «La crítica debiera renovar su utillaje, anclado en el mundo croceano o neoaristotélico. Todo lo demás es ir prolongando la interminable agonía del siglo XIX, con Potebnia y Tutti Cuanti al frente. Utillaje un tanto oxidado, particularmente ante obras como ésta. La crítica tiene que estar a la altura de las obras y no al revés, como sucede con frecuencia entre nosotros. […] Un gran teórico francés definió la actividad crítica como «un discurso sobre otro discurso». Pues eso. No invertir los términos como es la norma al uso y hacer del discurso un pretexto, que es lo que aquí, al parecer, gusta al personal»… Y es lo que, en definitiva él hace, usar el texto de Trapiello como pretexto para descalificar a la crítica que a él no le gusta. Pero, en fin, es el mismo vicio en el que incurre Armas Marcelo cuando en sus cursis crónicas de almuerzos y encuentros con gente importante, no desaprovecha ocasión para zaherir la egolatría del gran poeta canario Justo Jorge Padrón, obviando que Los círculos del infierno supera, sin comparación posible, sus esforzadas e inanes contribuciones a la mediocridad de la literatura española al uso. Mientras las savias duermen y el jardín es un pentagrama del que han huido las notas, ha ocurrido la catástrofe de Haití y nos sentimos sacudidos por el horror sepulto de tantas vidas y el insepulto de la injusticia, los mass media, que de todo se aprovechan, han sacado a la luz los nombres de los más cualificados escritores y, de uno de ellos, el patriarca haitiano, René Depestre, hacen una antología de urgencia; en el poema titulado «Mitos esfumados», sorprendo estos versos perfumados: La ternura, la leche ha dejado de subir / a los pechitos de las hadas de mi generación. Dejo esta escritura y me salgo al jardín donde ha estado lloviendo durante toda la mañana y celo las macetas en las que ya apuntan los brotes de azucenas, narcisos, jacintos y los que, en Vejer de la Frontera, llaman nardos de pasión y en mi pueblo, palmiras. Levanto la vista al cielo plomizo y me quedo atónito ante la multitud de pájaros migratorios que pasan, supongo, hacia los humedales, las marismas de Doñana. Llamo a Griselda, mi mujer, y ambos nos quedamos suspensos contemplando el tránsito maravilloso; luego, de pronto, Cesó todo, y dexeme, / dexando mi cuidado / entre las açucenas olvidado…