La regla del juego

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La regla del juego
TÍTULO ORIGINAL La règle du jeu
AÑO 1939
DURACIÓN 113 min.
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PAÍS
DIRECTOR Jean Renoir
GUIÓN Jean Renoir, Carl Koch, Camille François
MÚSICA Roger Désormières & Varios: W.A. Mozart, Johan Strauss, Saint-Saëns
FOTOGRAFÍA Jean Bachelet (B&W)
REPARTO Marcel Dalio, Nora Gregor, Jean Renoir, Roland Toutain, Mila Parély, Paulette
Dubost, Julien Carette, Gaston Modot, Pierre Magnier, Eddie Debray
PRODUCTORA Nouvelle Edition Française (N.E.F.)
GÉNERO Drama. Comedia | Caza
SINOPSIS 1939, París y Sologne. Un aviador, enamorado de una mujer de mundo, no
respeta la regla del juego que consiste en salvar las apariencias en una sociedad
dividida fundamentalmente en dos clases: los señores y los criados.
(FILMAFFINITY)
Ce qui est terrible sur cette terre, c’est que tout le monde a ses raisons. Octave (Jean Renoir)
En el momento de su estreno La regla del juego fue destrozada por la crítica, tal vez debido
a la reprobación soterrada y demoledora que suponía respecto a una clase social en
decadencia (teniendo en cuenta las peculiaridades de clase de la sociedad francesa de la
época), así como a los aires de guerra que en aquel momento recorrían Europa, y a la
complejidad y, si se quiere, ambigüedad que desprende el film, lo que hizo que no fuera bien
entendido por el público. Como consecuencia de su mala acogida, la película fue sometida a
una serie de cortes que dieron lugar a una versión más reducida que la que conocemos hoy en
día.
La versión actual se monta en 1959 cuando fueron descubiertas las latas donde se hallaban los
descartes realizados en su momento por su director. Sin embargo, ironías del destino, hoy en
día La regla del juego está considerada una de las obras cumbre (de las tantas realizadas por
Jean Renoir) de la historia del cine y viene apareciendo con regularidad -después de
Ciudadano Kane (O.Welles, 1941)- en las listas de las mejores películas de la historia que cada
diez años elabora la revista británica Sight & Sound. Para aquellos que desconfíen del parecer
de los críticos, nada mejor que una revisitación de esta excelente, desconocida e
imprescindible obra genial.
Para la realización de este film Renoir se inspiró en obras de Beaumarchais, Las bodas de
fígaro, Molière, Marivaux y, sobre todo, en Los caprichos de Marianne de Musset, de la que
originariamente pensó en rodar una transposición a nuestros días. Asimismo, en su
autobiografía Renoir reconoce que también contribuyó a la concepción inicial de esta película
la música barroca francesa (Couperin, Rameau) y “las intrigas amorosas de mis amigos, para
quienes éstas eran su única razón de ser”.
Desde el mismo comienzo del film, los versos de Las bodas de Fígaro de Beaumarchais
introducen al espectador directamente en el núcleo de la cuestión: en el universo del juego
amoroso, sexual, y aun social; el juego de un mundo ordenado por jerarquías, protocolos y
convenciones sobre lo apropiado e inapropiado de los comportamientos humanos. La ironía de
la película está en que demuestra ampliamente que, en realidad, nadie se somete y obedece
sus propias reglas y que, tan pronto como la sociedad empieza a organizarse en categorías
sociales o tipos psicológicos, se producen incontrolables tendencias y pulsiones que redefinen
nuestras ideas sobre quiénes somos y quiénes son los demás. Podemos apreciar la existencia
de personajes representativos de las diferentes clases sociales, e incluso la dualidad o
paralelismo social existente entre ellas, que se acentúa al mostrarnos el mundo de los
burgueses y el del personal a su servicio compartiendo escenario, dramas y problemas
comunes (esencialmente de índole sentimental/sexual, que son los que -junto del podermueven al ser humano). Una sociedad en la que la honestidad y la coherencia, al verse
inmersos en un contexto de cinismo e hipocresía, hace que devengan en una lacra, una tara
social, un lastre imposible de mantener en el seno de una colectividad enfermiza. Los
personajes íntegros como Jurieu, Schumacher y, en cierta medida, Christine, se rebelan e
indignan ante la hipocresía y la doblez moral que les rodea, pero es esa coherencia la que les
convierte en unos perdedores, unos inadaptados a un mundo que no puede/permite convivir
con la verdad, que se escuda en el juego y la ligereza para sobrellevar el hastío de la vida,
en la que no se consiente una palabra o un gesto de dignidad, más alto, o más duro, que
exceda de lo tolerado. La dificultad de mantener la integridad moral y puntos de vista diferentes
en un ambiente que rechaza la sinceridad por considerarlo un signo de mal gusto es lo que, en
última instancia, desencadena la tragedia. Al final, en un mundo de lobos curtidos que conocen
las reglas de la manada, los conejos están inexorablemente destinados a ser cazados como
corresponde conforme a la cruel e implacable ley de la naturaleza. La excepción la
encontramos en el personaje de Octave, interpretado por el propio Renoir, que actúa a modo
de desclasado y, literalmente, maestro de ceremonias que trata de ayudar a la gente a
descubrir quiénes son realmente y qué es lo que quieren, al mismo tiempo que descubre, como
cualquier otro, sus propios conflictos y disyuntivas morales.
Podemos resaltar de la película las constantes estilísticas del cine de Renoir: sus largos planos
secuencia, el uso de la profundidad de campo, la fluidez de la acción, que constantemente
parece desbordar los límites de la pantalla, el reencuadre en el interior de las secuencias, la
ruptura de las convenciones cinematográficas de identificación, el juego entre realidad y
representación teatral, la libertad y frescura de sus intérpretes, (fue quizás el más improvisado
de sus films), así como las magníficas y metafóricas escenas de la cacería y la fiesta en el
castillo, premonitorias y anticipadoras de la tragedia que aguarda a aquel que no se amolda a
la regla del juego (y que, unos meses más tarde, se cerniría sobre la propia Europa). El
humanismo fue siempre una de las constantes temáticas en la obra de Renoir, empeñado en
demostrar que los seres humanos comparten problemas emocionales y psicológicos comunes,
más allá de sus orígenes o clases sociales, y que necesitamos de la ayuda de los demás para
sobrellevarlos. Su visión idealista del mundo se basa en la creencia de que renunciar a conocer
y compartir el conocimiento de nuestros elementos básicos y comunes conduce a la
desigualdad, a la crueldad y al conflicto que tan a menudo destruye vidas, amistades e incluso
paises.
Renoir manifiesta en su autobiografía al respecto de la película: “Desde las primeras
proyecciones me veía asaltado por la duda. Es una película de guerra y, sin embargo, no
aparece una sola alusión a la guerra. Bajo su apariencia benigna, la historia atacaba a la
estructura misma de nuestra sociedad. Y no obstante, al principio no había querido presentar al
público una obra de vanguardia, sino una peliculita normal. La gente entraba al cine con la idea
de distraerse de sus preocupaciones, pero nada de eso, yo los sumergía en sus propios
problemas (…). La película describía a unos personajes agradables y simpáticos, pero
representaba a una sociedad en descomposición. Se reconocían a sí mismos. A la gente que
se suicida no le gusta hacerlo ante testigos”.
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