RETRATO DE AUGUSTO - Recursos para la Historia del Arte

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Enrique Valdearcos Guerrero
Historia del Arte
Le Moulin de la Galette.
Auguste Renoir:
1876. 131 x 175. Oleo sobre lienzo.
Musée d'Orsay, París.
En el
momento
en
que surge el
cuadro de Le
Moulin de la
Galette (verano
de
1876),
Renoir, hoy tal
vez el más
popular de los
impresionistas,
se halla en un
periodo en el
que sale a
pintar
frecuentemente
junto a su
amigo Monet a
las orillas del
Sena y los
alrededores de
París. De esa unión y colaboración, existente desde 1869, nace la pintura impresionista,
empeñados ambos pintores en acabar con la perspectiva, la composición y el claroscuro, y en
conseguir obras que transmitan visualmente lo inmediato y la frescura. En 1874 Renoir había
participado con dos cuadros en la primera exposición colectiva de los impresionistas: El palco y
La bailarina. Pese a las duras críticas, consiguió vender el primero de ellos lo que le dio una
cierta seguridad personal.
Le Moulin de la Galette, una de las obras maestras de Renoir, contribuye notablemente
a la renovación de los temas pictóricos aportados por el Impresionismo: el bar o la terraza de
baile. El "Moulin de la Galette" situado en un Montmartre aún rural, era el centro de
diversiones y de encuentro de muchos artistas, así como de jóvenes trabajadores que iban allí a
buscar trabajo como modelos. Aprovecha este tema nuevo para captar el efecto de la luz del sol
veraniego filtrada a través de los árboles. El cuadro muestra dos zonas, una de figuras en primer
plano, en reposo, y tras ellas una serie de parejas bailando. Podemos oír claramente las
conversaciones de los distintos grupos, bajo multitud de manchas de luz, lleno todo por el ritmo
alegre de un vals que agita faldas y reúne cuerpos. Renoir retrata, en la serie de personajes
alrededor de la mesa y en la pareja que está bailando aislada a su izquierda, un conjunto de
pintores y modelos que habían trabajado para él, y de esta manera convierte el cuadro en un
documento "histórico" de la vida contemporánea de París. Así, la pareja que danza en primer
plano, está compuesta por el pintor español Pedro Vidal de Solares y Cárdenas y la modelo
Margot.
Su composición viene marcada por un gran círculo formado por el grupo principal,
integrado en una estructura reticular que da solidez al conjunto, definida en la parte de arriba
Enrique Valdearcos Guerrero
Historia del Arte
por los brazos de las lámparas que cuelgan del techo y por las formas arquitectónicas del fondo,
destacadas en blanco. No hay horizonte, todo esta lleno de figuras bailando o bien en reposo,
sentadas o de pie.
Cabe subrayar el típico tratamiento impresionista de la luz, con el juego de sombras
azuladas, resultado de la aplicación de la ley de descomposición de la luz por los
complementarios a la claridad amarillenta del sol, matizada por el verde de los árboles. Todo
está construido a base de manchas de colores de los que surge la luz y que definen tanto las
formas como la profundidad. Es una luz que no viene de ningún punto en concreto sino que
surge de cada zona coloreada. Cada color emite su propia luz e ilumina a su vez todo el
conjunto. Ni forma definida, ni color delimitado, el cuadro es un grupo de manchas más claras
o más oscuras que no sugieren el volumen ni lo sólido, solamente una vaga distinción entre
distintas zonas. No hay límites, pues cada objeto, cada personaje, al tener contornos indefinidos
se hallan desbordados los unos en los otros formando un único conjunto.
La técnica de Renoir consiste en la aplicación en trazos fundentes que, incluso en una
reducida zona del lienzo, llegan a alcanzar el abanico espectral, el "arco iris". La pincelada se
desenvuelve con gran libertad de acción, sin respetar los contornos del dibujo previo, de modo
que los personajes adquieren una reverberación acorde con el ambiente luminoso que los
envuelve. Los puntos de luz solar que se han filtrado por entre las hojas ponen acentos de
extraordinario verismo en las figuras, vibrantes de color.
Renoir será el primero en desertar del grupo "impresionista" al rechazar un
planteamiento común y al buscar el éxito en los Salones oficiales: "creo que hay que hacer la
mejor pintura posible, eso es todo". Para él la pintura no es un medio, es un fin; el pintor trabaja
con los colores como el poeta con las palabras. La naturaleza es un pretexto; el fin es el cuadro:
un tejido denso, animado, rico, vibrante de notas coloristas sobre una superficie. Renoir pinta
cuidadosamente, con pequeños toques y cada uno de ellos deja en la tela una nota cromática, lo
más pura posible, precisa en el timbre que la aísla y en el tono que la une con las demás. La luz
del cuadro no es la luz natural, emana y se difunde de las miríadas de notas de color. El espacio
del cuadro no es la proyección en perspectiva del espacio real, tiene exactamente la extensión y
la profundidad definidas por las gamas claras y brillantes de los colores. Las figuras no son más
que apariencias engendradas por ese espacio y esa luz: no es el contenido el que engendra la
forma sino la forma la que evoca un contenido.
“El ideal ya no es la bella naturaleza sino la bella pintura”
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