El impresionismo (5)

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ARTE-PINTURA
EL ARTE
DE LA PINTURA
EL IMPRESIONISMO (5)
Andrés A. Peralta López ([email protected])
Pierre Auguste Renoir nació en 1841 en Limoges, ciudad famosa por sus porcelanas decoradas, en el seno
de una familia humilde. Ya desde la infancia demostró contar con facultades innatas para el dibujo, por lo que
desde muy temprana edad y, sin una formación especial, se encontró trabajando en la decoración de porcelanas
de varias de las numerosas fábricas de la ciudad. Su facilidad para el dibujo y la pintura, pronto le hizo destacar
de entre sus compañeros, ya que era capaz de realizar las delicadas decoraciones con gran perfección y con
suma rapidez, razón por la cual se encargaba de las partes más difíciles como podían ser las figuras y, concretamente, la cara de las mismas. Pronto cayó en la cuenta de la necesidad de unos estudios que ampliaran su
potencial artístico, con conocimientos fundamentales que no solo se ciñeran a la habilidad artesana de la simple
reproducción. Ello le llevó a entrar, ya con veintiún años, en el estudio del pintor Charles Gleyre quien le imparte
una formación clásica y academicista que tiene como paradigma a David y a Ingres, maestros a los que Renoir
siempre mantendrá como su “estrella Polar” pese a sus incursiones por estilos pictóricos apartados del figurativismo
académico. En el taller de Gleyre realiza numerosas pinturas de desnudos con modelos reales, adquiriendo una
extraordinaria habilidad para captar la belleza, fundamentalmente, del desnudo femenino, que plasmó en innumerables cuadros.
“La obra de arte debe cautivar al observador, envolverle, arrastrarle. En ella comunica el artista su pasión;
es la corriente que emite y con la que incluye al observador en ella”; estas palabras del Propio Renoir describen
fielmente la intención que guiaba al pintor en la realización de sus obras. Evidentemente, tal objetivo lo consiguió
el pintor con creces; en sus pinturas nos envuelve haciéndonos penetrar en la alegre atmósfera de sus composiciones, en muchas de las cuales el espectador puede experimentar la sensación de estar dentro del lienzo, como
un personaje más. Así al contemplar Le Moulin de la Gallette (Museo de Orsay) te puedes meter en la piel de
alguno de aquellos bohemios artistas, u obreros o modistillas que los domingos acudían a aquel molino abandonado en lo más alto de Montmatre y bailaban, al son de una orquestina, en la pista rodeada de mesas y árboles a
través de cuyas hojas se filtra la tamizada luz del Sol.
En la pintura de Renoir el aspecto humano es fundamental, por ello son mayoría los cuadros en los que
aparecen personas, siendo raros los paisajes que de una
u otra manera no surja representada la figura humana. La
sensibilidad del pintor le lleva a sacar de sus modelos los
aspectos más positivos, los pinta sonrientes y alegres en
actitudes desenfadadas y en actividades populares de la
vida cotidiana. Con especial mimo y delicadez representa,
como hemos dicho, los cuerpos femeninos. Sin duda, para
Renoir la fealdad y el mal gusto no existían o, al menos,
no se auparon nunca a sus lienzos. Sus composiciones
son luminosas y, como era inevitable en su periodo
impresionista, capta con acierto la atmósfera ambiental,
circunstancia que logra magistralmente en las escenas de
los bailes populares debajo de la arboleda.
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Este aspecto lúdico y optimista con que Renoir impregna su pintura se hace notar en toda su obra; así, por
ejemplo, en las pinturas de La Grenouille (ya comentadas en el capítulo anterior) realizadas simultáneamente con Monet, se observa que mientras para el
Maestro de Gyvenchy lo primordial gira en torno a los fenómenos ópticos de la
luz, para Renoir es la figura (su estrella Polar: David, Ingres) lo que le atrae
fuertemente. La especialista María Teresa Benedetti describe muy acertadamente la pintura realizada por ambos pintores: “Si Monet revela la naturaleza,
Renoir revela la vida, vida de hombres y mujeres y de cosas unidos en el
abrazo de la atmósfera, uno exalta la fuerza de los colores complementarios;
el otro (Renoir) suaviza los contornos en un todo fundido y acolchado”
Renoir fue un pintor prolífico ya que no dejó de pintar, prácticamente hasta el
momento de su muerte en 1914 cuando contaba con 78 años. Tal era la pasión
que sentía por su arte que siguió pintando pese a la dolencia reumática que le
afligió durante, casi, toda su vida y que le llevó a que en sus últimos años, con
dolores insoportables, continuara pintando sujeto en una silla de ruedas con
los pinceles fuertemente atados con vendajes a las muñecas.
No terminaré ésta breve reseña sobre el pintor de Limoges sin –que a título
anecdótico y para información de algunos que, probablemente, lo ignoren- contar que el segundo de sus hijos fue
el famoso cineasta francés Jean Renoir, director de tantas y magníficas películas, que fuera galardonado con un
Oscar honorífico en 1974.
Vamos a dejar a los impresionistas franceses sobre los que quizás (para la modesta finalidad divulgadora de este trabajo) nos hayamos extendido demasiado. Ello
irá en detrimento de pintores de otras nacionalidades que también destacaron en este
estilo pictórico. No obstante, no podremos evitar dedicar el próximo capítulo al
impresionismo español (no está mal ser un poco chauvinista).
Pero para dar por concluida definitivamente la referencia al impresionismo galo,
tenemos que dejar constancia de algunos otros pintores que si bien no alcanzaron el
renombre de los que llevamos vistos, si que fueron excelentes artistas que también
gozan de un lugar de preferencia en el gusto de los amantes de la pintura. Señalaremos entre ellos a Berthe Morisot (¡una mujer pintora!) y a Frederic Bazille.
La única mujer pintora impresionista que llegó a destacar en Francia (no olvidemos que en Estados Unidos ya era reconocida Maria Cassatt) fue Berte Morissot;
nacida en Bourges, de familia acomodada, fue discípula del famoso paisajista Corot.
Se integró prontamente en el nuevo estilo dedicándose a pintar de manera profesional pese a no necesitarlo
económicamente, en contraste con otras damas de la época que llegaban a la pintura como una mera afición.
Conoció a los grandes pintores del momento con los que entabló
amistad hasta el punto de llegar a casarse con el hermano menor
de Edourd Manet, Eugéne. Su pintura es intimista y muestra una
gran sensibilidad. De entre su producción, quizás, el cuadro más
conocido sea la Cuna (Museo de Orsay, París).
Frederic Bazille nacido en la ciudad de Montpelier, también se
introdujo tempranamente en el grupo generatriz del estilo
impresionista. Admirador y gran amigo de Manet, trabó amistad
con Monet, Renoir y Sisley; de esta relación dejó textimonio en su
cuadro, El estudio del pintor (Museo de Orsay, París), en el que
la alargada figura central es la del propio Bazille, a su izquierda
aparecen Monet, y Renoir. Aunque con menor fuerza expresiva
que sus amigos, sus cuadros son de una bella y cuidada factura
que les dota de gran encanto, como el que desprende Reunión
familiar (Museo de Orsay, París).
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