Por qué superar nuestros miedos Algunos de los motivos más frecuentes de consulta psicológica están relacionados con los miedos. Las causas por lo general se asocian a experiencias de vida que, dada su intensidad, quedaron marcadas profundamente en la psiquis y que en el presente se convierten en factores que limitan la conducta y el desarrollo personal. Así, se siente miedo frente a algo que aún no ocurre, pero que genera un estado ansioso anticipado, dando casi por hecho por parte de la persona que pasará algo malo para ella. Es decir, se tiene una vivencia psicológica angustiante frente a un estímulo real o imaginario y que causa sufrimiento emocional sin haber pasado por la experiencia real o concreta. De esta manera, es muy común que una persona sienta temor de hablar en público de sólo pensar que tendría que hacerlo, o sienta un miedo irracional a las arañas de sólo verlas sin que haya experimentado una picadura. La gama de miedos es enorme: al futuro en sí mismo, al pasado si se cree que algo traumático volverá a repetirse, a la enfermedad, a volver a sufrir en un relación de pareja, a no dormir, a envejecer, a la pobreza, a la soledad, etc. Y en todos los casos, la predisposición mental es similar, pensando anticipadamente en algo que aún no sucede con una connotación negativa, lo que a su vez genera un estado afectivo contaminado por la ansiedad. El miedo como emoción adaptativa juega un papel necesario e importante en la vida de cada individuo y se gatilla como una respuesta instintiva frente a una sensación de peligro, por ejemplo, la cercanía de un fuego que quema, de un animal furioso, de una muchedumbre enardecida, y nos hace actuar en consecuencia alejándonos, escondiéndonos o evitando lo peligroso. Sin embargo, para crecer y alcanzar un estado de plenitud interior, es preciso vencer nuestros miedos irracionales y comprender que por lo general ellos hunden sus raíces en algo que ya no es bueno ni funcional para nosotros mismos. Que haya sufrido por un desamor no significa que una nueva relación trae aparejado el mismo destino; si alguna vez sentí en la infancia temor de un insecto o animal no implica que hoy no pueda reaprender a dimensionar su efecto real en mi vida; o si he sufrido de crisis de pánico, pensar que se trata de algo insuperable y que deberé acostumbrarme a experimentarlas con frecuencia a lo largo de mi vida. Entonces, un buen comienzo es resignificar los hechos y la vivencia subjetiva de ellos en mi conciencia, y comprender de esta forma, por ejemplo, que la oscuridad no esconde fantasmas a menos que yo los quiera crear. Es decir que una situación presente o futura en sí misma es neutra y que la connotación la damos nosotros al pensarla con un efecto temeroso o tranquilizador. Por otro lado, lo contrario del temor es la confianza que da el valor. Saber que valgo, que puedo y que las cosas no son superiores a mí, a menos que lo permita. Pero a su vez, la valía personal se alimenta de la fe en uno mismo, de la creencia en las ilimitadas potenciales con que cuento para realizar mi vida superando obstáculos y enfrentando desafíos. Lo que naturalmente lleva a quererme y sentirme capaz de caminar en mitad de la noche más oscura y de hacer frente a la tormenta más extrema. Por eso, en definitiva, la autoestima, el amor que uno se da a sí mismo, es una de las armas más valiosas para vencer nuestros miedos, la que me da conciencia de mi valor y hace crecer la confianza frente a cualquier amenaza o peligro. Es probable que algunos necesiten ayuda para fortalecerla y superar, mediante un proceso de sanación personal, las sombras que nublan ese amor íntimo y poderoso. Lo importante es considerar que cada fantasma que vencemos nos libera y permite que la luz de lo divino manifieste su fuerza en nosotros. Hernán Patricio Díaz. Psicólogo - Terapeuta